• 𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones.

    Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo.

    El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco.

    ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora…

    Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados.

    Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa.

    En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia.

    Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar.

    Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse.

    Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección.

    Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo.

    Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa.

    Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos.

    Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo.

    Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad.

    «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo».

    Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos.

    Moiras santas. Eso... eso dolió bastante...

    Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla.

    ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe.

    Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo.

    El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse.

    Y no las necesitaba.
    𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈 🦀 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones. Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo. El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco. ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora… Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados. Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa. En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia. Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar. Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse. Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección. Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo. Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa. Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos. Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo. Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad. «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo». Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos. Moiras santas. Eso... eso dolió bastante... Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla. ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe. Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo. El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse. Y no las necesitaba.
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  • La vida nos ha puesto bastantes pruebas que pudieron acabar en un feo deselance, vivimos lo que es "te amare en más buenas y en las malas" y puedo decir que la vida fue buena para ambos.
    Apesar de todo, nunca soltamos nuestras manos y fuimos valientes ante las adversidades.

    Lo que me da un abrazo en el corazón es cuando apesar de un día complicado, nos dormimos abrazados recordando lo cuánto nos amamos y lo bonito que es ver crecer a nuestros hijos.

    Debí de decir que definitivamente, mi parte favorita del día es cuando sale la luna y solamente somos tu y yo en nuestra cama. Recordando el día que nos conocimos, el primer beso, nuestra boda, tal vez nuestra primera pelea que ahora nos causa humor, el día que nos enteramos que venía nuestro primer bebé. Nuestra cama se ha convertido nuestro refugio intimo, nuestras reconciliaciones, nuestras risas, nuestros momentos de locuras.

    Aaron Mckein Eres el amor de mi vida, eres la persona que cuida mi corazón como si fuera el mayor tesoro. Eres el mejor padre, un padre totalmente amoroso y Cariñoso que ñrotegueria sin pensar a su familia, eres el mejor amigo que pide tener, el que siempre me escucha y está a mi lado. Eres todo lo lindo que siempre soñe, lo que mi corazón siempre deseo.

    Gracias por estar a mi lado, amor mío.
    Solo deseo tener más noches a tu lado y que nuestro amor sea eterno.
    La vida nos ha puesto bastantes pruebas que pudieron acabar en un feo deselance, vivimos lo que es "te amare en más buenas y en las malas" y puedo decir que la vida fue buena para ambos. Apesar de todo, nunca soltamos nuestras manos y fuimos valientes ante las adversidades. Lo que me da un abrazo en el corazón es cuando apesar de un día complicado, nos dormimos abrazados recordando lo cuánto nos amamos y lo bonito que es ver crecer a nuestros hijos. Debí de decir que definitivamente, mi parte favorita del día es cuando sale la luna y solamente somos tu y yo en nuestra cama. Recordando el día que nos conocimos, el primer beso, nuestra boda, tal vez nuestra primera pelea que ahora nos causa humor, el día que nos enteramos que venía nuestro primer bebé. Nuestra cama se ha convertido nuestro refugio intimo, nuestras reconciliaciones, nuestras risas, nuestros momentos de locuras. [Aaron_Mckein] Eres el amor de mi vida, eres la persona que cuida mi corazón como si fuera el mayor tesoro. Eres el mejor padre, un padre totalmente amoroso y Cariñoso que ñrotegueria sin pensar a su familia, eres el mejor amigo que pide tener, el que siempre me escucha y está a mi lado. Eres todo lo lindo que siempre soñe, lo que mi corazón siempre deseo. Gracias por estar a mi lado, amor mío. Solo deseo tener más noches a tu lado y que nuestro amor sea eterno.
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  • — ¡Oh!, Vamos. Shadow, ¡por favor!

    El erizo se encontraba en una disputa con Shadow. Estaban en Central City, recorriendo la ciudad mientras corrian por las paredes de los edificios y peleaban entre saltos

    Sonic no se lo tomaba en serio, se divertia

    — ¿En serio quieres pelear aca?. Sabes que si G.U.N nos ve nos meteremos en problemas, vamos... ¡calmate, faker!
    — ¡Oh!, Vamos. Shadow, ¡por favor! El erizo se encontraba en una disputa con Shadow. Estaban en Central City, recorriendo la ciudad mientras corrian por las paredes de los edificios y peleaban entre saltos Sonic no se lo tomaba en serio, se divertia — ¿En serio quieres pelear aca?. Sabes que si G.U.N nos ve nos meteremos en problemas, vamos... ¡calmate, faker!
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  • El aire olía a hierro y a tierra húmeda. Todavía vibraba en el pecho el eco de los gritos y el choque de las hojas, pero el silencio posterior pesaba más que cualquier estruendo. El grupo avanzaba entre los árboles, respirando con dificultad, cubiertos de la sombra que llega después de haber sobrevivido. Los rayos sutiles y cálidos asomando.

    — "Por un momento creí que no salíamos" —murmuró uno de los cazadores, soltando un suspiro entre risas nerviosas—. "Y Kiyomi... se congeló, ¿no?".

    Sanemi giró de inmediato. Fue apenas un segundo, pero bastó para que el ambiente se tensara otra vez, como si el peligro aún estuviera allí. La mirada de él se clavó en ella con la misma fuerza con la que antes enfrentaba al enemigo: directa, filosa, sin espacio para el titubeo.

    —¿Qué dijiste? —preguntó, sin apartar los ojos de Kiyomi, aunque la pregunta no era para el otro.

    El pilar observaba a la jóven cazadora. Había algo en su postura, en ese leve temblor en los dedos, que lo encendía por dentro. No era rabia pura, era algo más denso: una incomodidad profunda, casi visceral. Habían peleado codo a codo, y pensar que uno de los suyos pudo vacilar, siquiera por un instante, le resultaba insoportable.

    —¿Es cierto? —su voz fue baja, pero cargada de filo— ¿Te detuviste?

    ... Gruñó, desatando lentamente su ira.

    —En medio de eso… ¿te congelaste? —repitió, apenas más alto, pero con la voz quebrándose entre los dientes—. ¿Tienes idea de lo que podría haber pasado? ¿Querías derramar más sangre?

    Sus palabras no eran solo reproche, eran un intento de entender. Pero bajo su tono cortante, había miedo disfrazado de ira: miedo a la pérdida, miedo a que alguien de los suyos fallara, miedo a que eso le recordara lo frágil que era todo. No le importaba el motivo que la hiciera congelarse, no. Le importaba fracasar, darle algún gusto a esa escoria llamada "demonios", le irritaba trabajar con extraños, porque cualquier error, —por más mínimo— él no lo perdonaba.

    Mucho menos en esa misión en la que por poco todos salieron casi ilesos.

    [ Kiyo ]
    El aire olía a hierro y a tierra húmeda. Todavía vibraba en el pecho el eco de los gritos y el choque de las hojas, pero el silencio posterior pesaba más que cualquier estruendo. El grupo avanzaba entre los árboles, respirando con dificultad, cubiertos de la sombra que llega después de haber sobrevivido. Los rayos sutiles y cálidos asomando. — "Por un momento creí que no salíamos" —murmuró uno de los cazadores, soltando un suspiro entre risas nerviosas—. "Y Kiyomi... se congeló, ¿no?". Sanemi giró de inmediato. Fue apenas un segundo, pero bastó para que el ambiente se tensara otra vez, como si el peligro aún estuviera allí. La mirada de él se clavó en ella con la misma fuerza con la que antes enfrentaba al enemigo: directa, filosa, sin espacio para el titubeo. —¿Qué dijiste? —preguntó, sin apartar los ojos de Kiyomi, aunque la pregunta no era para el otro. El pilar observaba a la jóven cazadora. Había algo en su postura, en ese leve temblor en los dedos, que lo encendía por dentro. No era rabia pura, era algo más denso: una incomodidad profunda, casi visceral. Habían peleado codo a codo, y pensar que uno de los suyos pudo vacilar, siquiera por un instante, le resultaba insoportable. —¿Es cierto? —su voz fue baja, pero cargada de filo— ¿Te detuviste? ... Gruñó, desatando lentamente su ira. —En medio de eso… ¿te congelaste? —repitió, apenas más alto, pero con la voz quebrándose entre los dientes—. ¿Tienes idea de lo que podría haber pasado? ¿Querías derramar más sangre? Sus palabras no eran solo reproche, eran un intento de entender. Pero bajo su tono cortante, había miedo disfrazado de ira: miedo a la pérdida, miedo a que alguien de los suyos fallara, miedo a que eso le recordara lo frágil que era todo. No le importaba el motivo que la hiciera congelarse, no. Le importaba fracasar, darle algún gusto a esa escoria llamada "demonios", le irritaba trabajar con extraños, porque cualquier error, —por más mínimo— él no lo perdonaba. Mucho menos en esa misión en la que por poco todos salieron casi ilesos. [ [cosmic_pink_monkey_781] ]
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  • 𝑳𝒂𝒔𝒕 𝑺𝒕𝒐𝒑 𝑻𝒐 𝑵𝒐𝒘𝒉𝒆𝒓𝒆
    Fandom Original
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    ㅤㅤ 𝑺𝑻𝑨𝑹𝑻𝑬𝑹
    ㅤㅤㅤ➤ Lyra Dorne

    ㅤㅤㅤㅤEl anuncio de la última llegada resonó, en un sonido hueco, por los túneles. Los últimos pasos apresurados se desvanecieron escalera arriba, hacia la superficie. Las luces fluorescentes, en un ahorro de energía post-turno, se apagaron en varias secciones de la estación, durmiendo los andenes laterales en una penumbra que solo era interrumpida por los letreros iluminados en rojo con la palabra "EXIT".

    Fue en uno de esos andenes, el más alejado de las escaleras mecánicas, dónde la quietud parecía más profunda. El escenario resultaba ser siempre el mismo, independientemente de la localización: oscuridad, soledad y las consecuencias de una batalla perdida contra uno mismo.

    Allí, yacía semiinconsciente, apoyado contra una pared fría. Su respiración era un ruido áspero e irregular. No eran solo las heridas físicas, aquel profundo corte en el costado que manchaba su camisa de un rojo oscuro, lo que lo tenía al borde del abismo.

    𝘌𝘳𝘢 𝘭𝘢 𝘨𝘳𝘪𝘦𝘵𝘢 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘰𝘭.

    Porque dentro de él, La Entidad se revolvía, eufórica, celebrando su momentánea libertad. La sombra que debería estar quieta a sus pies se retorcía de forma autónoma, alargándose y contrayéndose como un animal recién liberado.

    No había sido solo una pelea cualquiera. Había sido una contención en los túneles de servicio, contra algo que se alimentaba del miedo. Lo había sellado, pero el contraataque le había costado caro, demasiado caro, dejando abierta una brecha en sus defensas.

    Un susurro áspero, un eco de una voz que no era la suya, salía de entre sus labios, súperponiéndose a su propia voz.

    «... 𝘈𝘭 𝘧𝘪𝘯...»
    ───... 𝘼𝙡 𝙛𝙞𝙣...

    «... 𝘛𝘢𝘯 𝘥𝘶𝘭𝘤𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘭𝘪𝘣𝘦𝘳𝘵𝘢𝘥...»
    ───... 𝙏𝙖𝙣 𝙙𝙪𝙡𝙘𝙚 𝙚𝙨𝙩𝙖 𝙡𝙞𝙗𝙚𝙧𝙩𝙖𝙙... cállate.

    Con un último esfuerzo, Salvatore entreabrió los ojos. El color café de su mirada estaba velado por un fulgor plateado, el gris de un cielo tormentoso. ¿Era dolor lo que sentía? No. No sentía dolor. Era mucho peor que eso. Era la sensación de que cada latido en su pecho, era una explosión de agonia, un recordatorio de que él parasito que llevaba dentro estaba a un suspiro de tomar el control total.

    «... 𝘛𝘢𝘯 𝘥𝘦𝘣𝘪𝘭 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘤𝘶𝘦𝘳𝘱𝘰...»
    ───... 𝙏𝙖𝙣 𝙙𝙚𝙗𝙞𝙡 𝙚𝙨𝙩𝙚 𝙘𝙪𝙚𝙧𝙥𝙤 … que te calles.

    ¿Estaba susurrando en su mente, como habitualmente lo hacía? No, está vez no era ese el caso. La voz de La Entidad ya no estaba hablando solo en su mente; estaba hablando a través de él. Ambas voces, distorsionadas, superponiéndose por momentos una sobre la otra.

    «... 𝘋𝘦𝘫𝘢𝘮𝘦... 𝘠𝘰 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘰... 𝘴𝘢𝘯𝘢𝘳 𝘦𝘴𝘵𝘰...»
    ───... 𝘿𝙚𝙟𝙖𝙢𝙚... 𝙔𝙤 𝙥𝙪𝙚𝙙... ¡BASTA!...

    Su mano, temblorosa, se aferró a la pared en búsqueda de un ancla a una realidad que se le escapaba entre los dedos. Estaba solo, en un espacio público a merced de la cosa que llevaba dentro, y del primer transeúnte desprevenido que se aventurara en la penumbra de aquel andén.
    ㅤㅤ 𝑺𝑻𝑨𝑹𝑻𝑬𝑹 ㅤㅤㅤ➤ [THE.LIGHTWITCH] ㅤㅤㅤㅤEl anuncio de la última llegada resonó, en un sonido hueco, por los túneles. Los últimos pasos apresurados se desvanecieron escalera arriba, hacia la superficie. Las luces fluorescentes, en un ahorro de energía post-turno, se apagaron en varias secciones de la estación, durmiendo los andenes laterales en una penumbra que solo era interrumpida por los letreros iluminados en rojo con la palabra "EXIT". Fue en uno de esos andenes, el más alejado de las escaleras mecánicas, dónde la quietud parecía más profunda. El escenario resultaba ser siempre el mismo, independientemente de la localización: oscuridad, soledad y las consecuencias de una batalla perdida contra uno mismo. Allí, yacía semiinconsciente, apoyado contra una pared fría. Su respiración era un ruido áspero e irregular. No eran solo las heridas físicas, aquel profundo corte en el costado que manchaba su camisa de un rojo oscuro, lo que lo tenía al borde del abismo. 𝘌𝘳𝘢 𝘭𝘢 𝘨𝘳𝘪𝘦𝘵𝘢 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘰𝘭. Porque dentro de él, La Entidad se revolvía, eufórica, celebrando su momentánea libertad. La sombra que debería estar quieta a sus pies se retorcía de forma autónoma, alargándose y contrayéndose como un animal recién liberado. No había sido solo una pelea cualquiera. Había sido una contención en los túneles de servicio, contra algo que se alimentaba del miedo. Lo había sellado, pero el contraataque le había costado caro, demasiado caro, dejando abierta una brecha en sus defensas. Un susurro áspero, un eco de una voz que no era la suya, salía de entre sus labios, súperponiéndose a su propia voz. «... 𝘈𝘭 𝘧𝘪𝘯...» ───... 𝘼𝙡 𝙛𝙞𝙣... «... 𝘛𝘢𝘯 𝘥𝘶𝘭𝘤𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘭𝘪𝘣𝘦𝘳𝘵𝘢𝘥...» ───... 𝙏𝙖𝙣 𝙙𝙪𝙡𝙘𝙚 𝙚𝙨𝙩𝙖 𝙡𝙞𝙗𝙚𝙧𝙩𝙖𝙙... cállate. Con un último esfuerzo, Salvatore entreabrió los ojos. El color café de su mirada estaba velado por un fulgor plateado, el gris de un cielo tormentoso. ¿Era dolor lo que sentía? No. No sentía dolor. Era mucho peor que eso. Era la sensación de que cada latido en su pecho, era una explosión de agonia, un recordatorio de que él parasito que llevaba dentro estaba a un suspiro de tomar el control total. «... 𝘛𝘢𝘯 𝘥𝘦𝘣𝘪𝘭 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘤𝘶𝘦𝘳𝘱𝘰...» ───... 𝙏𝙖𝙣 𝙙𝙚𝙗𝙞𝙡 𝙚𝙨𝙩𝙚 𝙘𝙪𝙚𝙧𝙥𝙤 … que te calles. ¿Estaba susurrando en su mente, como habitualmente lo hacía? No, está vez no era ese el caso. La voz de La Entidad ya no estaba hablando solo en su mente; estaba hablando a través de él. Ambas voces, distorsionadas, superponiéndose por momentos una sobre la otra. «... 𝘋𝘦𝘫𝘢𝘮𝘦... 𝘠𝘰 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘰... 𝘴𝘢𝘯𝘢𝘳 𝘦𝘴𝘵𝘰...» ───... 𝘿𝙚𝙟𝙖𝙢𝙚... 𝙔𝙤 𝙥𝙪𝙚𝙙... ¡BASTA!... Su mano, temblorosa, se aferró a la pared en búsqueda de un ancla a una realidad que se le escapaba entre los dedos. Estaba solo, en un espacio público a merced de la cosa que llevaba dentro, y del primer transeúnte desprevenido que se aventurara en la penumbra de aquel andén.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Estos son los personajes que más suele invocar Owen. Cómo dato curioso, suele ir volando en la alfombra de Aladdin, le relaja, y esta cuenta como ser vivo dado que tiene una personalidad, en cambio si quisiera ir en una Saeta de Fuego o en una Nimbus 2000 por ejemplo, escobas de Harry Potter, no podría, dado que estás no cuentan como personajes.

    Otro dato curioso es que cuando invoca a Darth Maul, como este pelea con dos sables láser, suele darle una a Owen en el combate, razón por la que suele invocar a Maul y no a Obi Wan por ejemplo, dado que este solo pelea con un sable de luz.
    Estos son los personajes que más suele invocar Owen. Cómo dato curioso, suele ir volando en la alfombra de Aladdin, le relaja, y esta cuenta como ser vivo dado que tiene una personalidad, en cambio si quisiera ir en una Saeta de Fuego o en una Nimbus 2000 por ejemplo, escobas de Harry Potter, no podría, dado que estás no cuentan como personajes. Otro dato curioso es que cuando invoca a Darth Maul, como este pelea con dos sables láser, suele darle una a Owen en el combate, razón por la que suele invocar a Maul y no a Obi Wan por ejemplo, dado que este solo pelea con un sable de luz.
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  • — Viernes magistral de perderme en el monte y pelear con el diablo. —
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    || Estaba investigando sobre Sonic y su poder para tener una escala mas especifica y buena para el battle... y como todos conocen Dragon Ball bueno entonces usare transformaciones de Goku para que entiendan bien la escala de poder de Sonic....
    Goku Base > Sonic Base
    Super Sonic > Goku Blue
    Goku Blue Kaioken > Super Sonic
    Hyper Sonic > MUI

    Esto lo saco luego de investigar algunas cositas, sobre todo investigando a Hyper Sonic, pues este tiene un poder de Destruccion a nivel multiversal... y sobre todo por la vulnerabilidad. Y para otros ejemplos con Super Sonic seria... Este le gana a Saitama, Superman y ya con Hyper Sonic para estar bien... seria mas como dar pelea con Galactus sin perder ni ganar, pero Galactus supera
    || Estaba investigando sobre Sonic y su poder para tener una escala mas especifica y buena para el battle... y como todos conocen Dragon Ball bueno entonces usare transformaciones de Goku para que entiendan bien la escala de poder de Sonic.... Goku Base > Sonic Base Super Sonic > Goku Blue Goku Blue Kaioken > Super Sonic Hyper Sonic > MUI Esto lo saco luego de investigar algunas cositas, sobre todo investigando a Hyper Sonic, pues este tiene un poder de Destruccion a nivel multiversal... y sobre todo por la vulnerabilidad. Y para otros ejemplos con Super Sonic seria... Este le gana a Saitama, Superman y ya con Hyper Sonic para estar bien... seria mas como dar pelea con Galactus sin perder ni ganar, pero Galactus supera
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  • "-𝓼𝓸𝓵𝓸 𝓹𝓾𝓮𝓭𝓮 𝓱𝓪𝓫𝓮𝓻 𝓾𝓷 𝓢𝓞𝓝𝓘𝓒¡-"

    metal se lanzo a la pelea intentando insertarle una feroz patada en el rostro a sonic, esto era el inicio de la batalla.
    "-𝓼𝓸𝓵𝓸 𝓹𝓾𝓮𝓭𝓮 𝓱𝓪𝓫𝓮𝓻 𝓾𝓷 𝓢𝓞𝓝𝓘𝓒¡-" metal se lanzo a la pelea intentando insertarle una feroz patada en el rostro a sonic, esto era el inicio de la batalla.
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  • -El joven pelirrojo fruncía el ceño al ver a una pareja pelear mientras iba en su auto, había llegado hace unos años al mundo humano y tenía un status alto, solo que no se dedicaba a nada, solo a hacer negocios, estaba enojado al ver como las emociones se caldeaban por las discusiones-

    Humanos inútiles, no saben arreglar diferencias con tan solo hablar, parecen animales peleando por ver quien ladra mas alto, eso no es pasional, es detestable

    -Murmuraba con cierto enojo, se colocó sus gafas y fue hasta el edificio donde debía recibir su encargo, era un chico muy explosivo y temperamental pero solo cuando las cosas no iban bien, quizás su parentesco con los dioses era muy fuerte-
    -El joven pelirrojo fruncía el ceño al ver a una pareja pelear mientras iba en su auto, había llegado hace unos años al mundo humano y tenía un status alto, solo que no se dedicaba a nada, solo a hacer negocios, estaba enojado al ver como las emociones se caldeaban por las discusiones- Humanos inútiles, no saben arreglar diferencias con tan solo hablar, parecen animales peleando por ver quien ladra mas alto, eso no es pasional, es detestable -Murmuraba con cierto enojo, se colocó sus gafas y fue hasta el edificio donde debía recibir su encargo, era un chico muy explosivo y temperamental pero solo cuando las cosas no iban bien, quizás su parentesco con los dioses era muy fuerte-
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