• °.✩∘*˃̶୨ EL CUERVO ୧˂̶*∘✩.°
    ──── Edgar Allan Poe

    Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
    mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
    inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
    cabeceando, casi dormido,
    oyóse de súbito un leve golpe,
    como si suavemente tocaran,
    tocaran a la puerta de mi cuarto.
    “Es -dije musitando- un visitante
    tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
    Eso es todo, y nada más.”

    ¡Ah! aquel lúcido recuerdo
    de un gélido diciembre;
    espectros de brasas moribundas
    reflejadas en el suelo;
    angustia del deseo del nuevo día;
    en vano encareciendo a mis libros
    dieran tregua a mi dolor.
    Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
    virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
    Aquí ya sin nombre, para siempre.

    Y el crujir triste, vago, escalofriante
    de la seda de las cortinas rojas
    llenábame de fantásticos terrores
    jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
    acallando el latido de mi corazón,
    vuelvo a repetir:
    “Es un visitante a la puerta de mi cuarto
    queriendo entrar. Algún visitante
    que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
    Eso es todo, y nada más.”

    Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
    y ya sin titubeos:
    “Señor -dije- o señora, en verdad vuestro perdón imploro,
    mas el caso es que, adormilado
    cuando vinisteis a tocar quedamente,
    tan quedo vinisteis a llamar,
    a llamar a la puerta de mi cuarto,
    que apenas pude creer que os oía.”
    Y entonces abrí de par en par la puerta:
    Oscuridad, y nada más.

    Escrutando hondo en aquella negrura
    permanecí largo rato, atónito, temeroso,
    dudando, soñando sueños que ningún mortal
    se haya atrevido jamás a soñar.
    Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
    y la única palabra ahí proferida
    era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
    Lo pronuncié en un susurro, y el eco
    lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
    Apenas esto fue, y nada más.

    Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
    toda mi alma abrasándose dentro de mí,
    no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
    “Ciertamente -me dije-, ciertamente
    algo sucede en la reja de mi ventana.
    Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
    y así penetrar pueda en el misterio.
    Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
    y así penetrar pueda en el misterio.”
    ¡Es el viento, y nada más!

    De un golpe abrí la puerta,
    y con suave batir de alas, entró
    un majestuoso cuervo
    de los santos días idos.
    Sin asomos de reverencia,
    ni un instante quedo;
    y con aires de gran señor o de gran dama
    fue a posarse en el busto de Palas,
    sobre el dintel de mi puerta.
    Posado, inmóvil, y nada más.

    Entonces, este pájaro de ébano
    cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
    con el grave y severo decoro
    del aspecto de que se revestía.
    “Aun con tu cresta cercenada y mocha -le dije-.
    no serás un cobarde.
    hórrido cuervo vetusto y amenazador.
    Evadido de la ribera nocturna.
    ¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
    Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

    Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
    pudiera hablar tan claramente;
    aunque poco significaba su respuesta.
    Poco pertinente era. Pues no podemos
    sino concordar en que ningún ser humano
    ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
    posado sobre el dintel de su puerta,
    pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
    de Palas en el dintel de su puerta
    con semejante nombre: “Nunca más.”

    Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
    las palabras pronunció, como virtiendo
    su alma sólo en esas palabras.
    Nada más dijo entonces;
    no movió ni una pluma.
    Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
    “Otros amigos se han ido antes;
    mañana él también me dejará,
    como me abandonaron mis esperanzas.”
    Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

    Sobrecogido al romper el silencio
    tan idóneas palabras,
    “sin duda -pensé-, sin duda lo que dice
    es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
    de un amo infortunado a quien desastre impío
    persiguió, acosó sin dar tregua
    hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
    hasta que las endechas de su esperanza
    llevaron sólo esa carga melancólica
    de “Nunca, nunca más.”

    Mas el Cuervo arrancó todavía
    de mis tristes fantasías una sonrisa;
    acerqué un mullido asiento
    frente al pájaro, el busto y la puerta;
    y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
    empecé a enlazar una fantasía con otra,
    pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
    lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
    flaco y ominoso pájaro de antaño
    quería decir graznando: “Nunca más,”

    En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
    frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
    quemaban hasta el fondo de mi pecho.
    Esto y más, sentado, adivinaba,
    con la cabeza reclinada
    en el aterciopelado forro del cojín
    acariciado por la luz de la lámpara;
    en el forro de terciopelo violeta
    acariciado por la luz de la lámpara
    ¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

    Entonces me pareció que el aire
    se tornaba más denso, perfumado
    por invisible incensario mecido por serafines
    cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
    “¡Miserable -dije-, tu Dios te ha concedido,
    por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
    tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
    ¡Apura, oh, apura este dulce nepente
    y olvida a tu ausente Leonora!”
    Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

    “¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica!
    ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
    enviado por el Tentador, o arrojado
    por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
    a esta desértica tierra encantada,
    a este hogar hechizado por el horror!
    Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
    ¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
    ¡Dime, dime, te imploro!”
    Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

    “¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica!
    ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
    ¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
    ese Dios que adoramos tú y yo,
    dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
    tendrá en sus brazos a una santa doncella
    llamada por los ángeles Leonora,
    tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
    llamada por los ángeles Leonora!”
    Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

    “¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
    pájaro o espíritu maligno! -le grité presuntuoso.
    ¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
    No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
    que profirió tu espíritu!
    Deja mi soledad intacta.
    Abandona el busto del dintel de mi puerta.
    Aparta tu pico de mi corazón
    y tu figura del dintel de mi puerta.
    Y el Cuervo dijo: Nunca más.”

    Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
    Aún sigue posado, aún sigue posado
    en el pálido busto de Palas.
    en el dintel de la puerta de mi cuarto.
    Y sus ojos tienen la apariencia
    de los de un demonio que está soñando.
    Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
    tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
    del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
    no podrá liberarse. ¡Nunca más!
    °.✩∘*˃̶୨ EL CUERVO ୧˂̶*∘✩.° ──── Edgar Allan Poe Una vez, al filo de una lúgubre media noche, mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido, inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia, cabeceando, casi dormido, oyóse de súbito un leve golpe, como si suavemente tocaran, tocaran a la puerta de mi cuarto. “Es -dije musitando- un visitante tocando quedo a la puerta de mi cuarto. Eso es todo, y nada más.” ¡Ah! aquel lúcido recuerdo de un gélido diciembre; espectros de brasas moribundas reflejadas en el suelo; angustia del deseo del nuevo día; en vano encareciendo a mis libros dieran tregua a mi dolor. Dolor por la pérdida de Leonora, la única, virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada. Aquí ya sin nombre, para siempre. Y el crujir triste, vago, escalofriante de la seda de las cortinas rojas llenábame de fantásticos terrores jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie, acallando el latido de mi corazón, vuelvo a repetir: “Es un visitante a la puerta de mi cuarto queriendo entrar. Algún visitante que a deshora a mi cuarto quiere entrar. Eso es todo, y nada más.” Ahora, mi ánimo cobraba bríos, y ya sin titubeos: “Señor -dije- o señora, en verdad vuestro perdón imploro, mas el caso es que, adormilado cuando vinisteis a tocar quedamente, tan quedo vinisteis a llamar, a llamar a la puerta de mi cuarto, que apenas pude creer que os oía.” Y entonces abrí de par en par la puerta: Oscuridad, y nada más. Escrutando hondo en aquella negrura permanecí largo rato, atónito, temeroso, dudando, soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido jamás a soñar. Mas en el silencio insondable la quietud callaba, y la única palabra ahí proferida era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?” Lo pronuncié en un susurro, y el eco lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!” Apenas esto fue, y nada más. Vuelto a mi cuarto, mi alma toda, toda mi alma abrasándose dentro de mí, no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza. “Ciertamente -me dije-, ciertamente algo sucede en la reja de mi ventana. Dejad, pues, que vea lo que sucede allí, y así penetrar pueda en el misterio. Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio, y así penetrar pueda en el misterio.” ¡Es el viento, y nada más! De un golpe abrí la puerta, y con suave batir de alas, entró un majestuoso cuervo de los santos días idos. Sin asomos de reverencia, ni un instante quedo; y con aires de gran señor o de gran dama fue a posarse en el busto de Palas, sobre el dintel de mi puerta. Posado, inmóvil, y nada más. Entonces, este pájaro de ébano cambió mis tristes fantasías en una sonrisa con el grave y severo decoro del aspecto de que se revestía. “Aun con tu cresta cercenada y mocha -le dije-. no serás un cobarde. hórrido cuervo vetusto y amenazador. Evadido de la ribera nocturna. ¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!” Y el Cuervo dijo: “Nunca más.” Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado pudiera hablar tan claramente; aunque poco significaba su respuesta. Poco pertinente era. Pues no podemos sino concordar en que ningún ser humano ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro posado sobre el dintel de su puerta, pájaro o bestia, posado en el busto esculpido de Palas en el dintel de su puerta con semejante nombre: “Nunca más.” Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto. las palabras pronunció, como virtiendo su alma sólo en esas palabras. Nada más dijo entonces; no movió ni una pluma. Y entonces yo me dije, apenas murmurando: “Otros amigos se han ido antes; mañana él también me dejará, como me abandonaron mis esperanzas.” Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.” Sobrecogido al romper el silencio tan idóneas palabras, “sin duda -pensé-, sin duda lo que dice es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido de un amo infortunado a quien desastre impío persiguió, acosó sin dar tregua hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido, hasta que las endechas de su esperanza llevaron sólo esa carga melancólica de “Nunca, nunca más.” Mas el Cuervo arrancó todavía de mis tristes fantasías una sonrisa; acerqué un mullido asiento frente al pájaro, el busto y la puerta; y entonces, hundiéndome en el terciopelo, empecé a enlazar una fantasía con otra, pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño, lo que este torvo, desgarbado, hórrido, flaco y ominoso pájaro de antaño quería decir graznando: “Nunca más,” En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra, frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos, quemaban hasta el fondo de mi pecho. Esto y más, sentado, adivinaba, con la cabeza reclinada en el aterciopelado forro del cojín acariciado por la luz de la lámpara; en el forro de terciopelo violeta acariciado por la luz de la lámpara ¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más! Entonces me pareció que el aire se tornaba más denso, perfumado por invisible incensario mecido por serafines cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado. “¡Miserable -dije-, tu Dios te ha concedido, por estos ángeles te ha otorgado una tregua, tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora! ¡Apura, oh, apura este dulce nepente y olvida a tu ausente Leonora!” Y el Cuervo dijo: “Nunca más.” “¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio enviado por el Tentador, o arrojado por la tempestad a este refugio desolado e impávido, a esta desértica tierra encantada, a este hogar hechizado por el horror! Profeta, dime, en verdad te lo imploro, ¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad? ¡Dime, dime, te imploro!” Y el cuervo dijo: “Nunca más.” “¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio! ¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas, ese Dios que adoramos tú y yo, dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén tendrá en sus brazos a una santa doncella llamada por los ángeles Leonora, tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen llamada por los ángeles Leonora!” Y el cuervo dijo: “Nunca más.” “¡Sea esa palabra nuestra señal de partida pájaro o espíritu maligno! -le grité presuntuoso. ¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica. No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira que profirió tu espíritu! Deja mi soledad intacta. Abandona el busto del dintel de mi puerta. Aparta tu pico de mi corazón y tu figura del dintel de mi puerta. Y el Cuervo dijo: Nunca más.” Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo. Aún sigue posado, aún sigue posado en el pálido busto de Palas. en el dintel de la puerta de mi cuarto. Y sus ojos tienen la apariencia de los de un demonio que está soñando. Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama tiende en el suelo su sombra. Y mi alma, del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo, no podrá liberarse. ¡Nunca más!
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  • ╔═══════════════════╗

    𝐓𝐞 𝐞𝐧𝐠𝐚ñ𝐞, 𝐧𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐛𝐚 𝐝𝐮𝐫𝐦𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐫𝐞𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝...-El pequeño tono de humor no pasa desapercibido en sus palabras- 𝐇𝐚𝐲 𝐮𝐧𝐚 𝐟𝐫𝐚𝐳𝐚𝐝𝐚 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐚𝐫𝐦𝐚𝐫𝐢𝐨, 𝐝𝐮𝐞𝐫𝐦𝐞 𝐚𝐪𝐮𝐢 𝐬𝐢 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐞𝐬
    ╔═══════════════════╗ 𝐓𝐞 𝐞𝐧𝐠𝐚ñ𝐞, 𝐧𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐛𝐚 𝐝𝐮𝐫𝐦𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐫𝐞𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝...-El pequeño tono de humor no pasa desapercibido en sus palabras- 𝐇𝐚𝐲 𝐮𝐧𝐚 𝐟𝐫𝐚𝐳𝐚𝐝𝐚 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐚𝐫𝐦𝐚𝐫𝐢𝐨, 𝐝𝐮𝐞𝐫𝐦𝐞 𝐚𝐪𝐮𝐢 𝐬𝐢 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐞𝐬
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    Me gustaría desarrollar una trama de reencuentro entre dos amigas del pasado, cuya amistad se rompió de la peor manera. Profundizar en las heridas abiertas, los recuerdos agridulces, los problemas que no solucionaron en su momento, las palabras que nunca se dijeron, y la posibilidad (o no) de una segunda oportunidad.

    Si a alguien le interesa abrirse un personaje femenino 3D (o tiene algún que se pueda adaptar a la trama), puede escribirme para más detalles.
    Me gustaría desarrollar una trama de reencuentro entre dos amigas del pasado, cuya amistad se rompió de la peor manera. Profundizar en las heridas abiertas, los recuerdos agridulces, los problemas que no solucionaron en su momento, las palabras que nunca se dijeron, y la posibilidad (o no) de una segunda oportunidad. Si a alguien le interesa abrirse un personaje femenino 3D (o tiene algún que se pueda adaptar a la trama), puede escribirme para más detalles.
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  • — No den el corazón ante palabras bonitas, esos solo buscan bajar el calzon y cuando se aburren " usarán el no me amas y me voy con otra" besitos en sus Anastasios muack.
    — No den el corazón ante palabras bonitas, esos solo buscan bajar el calzon y cuando se aburren " usarán el no me amas y me voy con otra" besitos en sus Anastasios muack.
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  • Melodia radiofónica
    Categoría Acción
    -Se escucha un eco distante de estática, un sonido proveniente de aquel hotel de viejas glorias, una melodía suave resuena tímidamente hasta sonar melodiosa como si de una serenata se tratar. En la calle, bajo el resplandor rojo de un letrero de neón, Alastor levanta su micrófono de época hacia el balcón del gran hotel infernal en dónde sabía que se encontraba cierto rey infernal-

    ¡Ah, qué noche tan espléndidamente demoníaca para un número musical improvisado! Digo.... Completamente planeado

    ¡Lu-ci-fer~!
    ¡Oh brillante señor del pecado y la elegancia eterna!
    Mi voz viaja por las ondas
    del aire solo para ti esta noche… ¡en exclusiva transmisión desde mi corazón hasta tu balcón!
    -Hace una reverencia exagerada casi dándose en la frente con el piso-

    He venido con melodía y arrepentimiento en partes iguales, mi radiante antagonista, mi antiguo compañero del caos. Mi curiosa pareja demoníaca
    ¿Recuerdas nuestras sinfonías conjuntas cuando yo tenía vida?

    Y sin embargo.... cuando el silencio te envolvía, yo no estaba allí.
    Preferí el eco de mi propia risa… antes que el timbre quebrado de tu tristeza.

    -Alza la vista, su sonrisa se suaviza observando el balcón -

    Perdóname por haber sintonizado otras frecuencias cuando la tuya clamaba por compañía.
    Perdóname por las veces en que tu furia no fue más que soledad con disfraz de soberbia…
    y yo, en mi soberbia, no lo supe escuchar.

    -Da un paso adelante. La música se intensifica-

    Pero esta noche, ¡ah, esta noche!, he venido a componer la canción que nunca quise admitir:
    un bolero de redención, una confesión emitida en vivo…
    ¡para el mismísimo Lucifer, mi inspiración prohibida!

    -Se lleva una mano al pecho y canta unos segundos sin palabras, solo en tarareo de radio distorsionada antes de que la música lo acompañará en su canto -

    https://youtu.be/p_1Osm5xE5Y?si=olFI142QaNs5Pqhy
    -Se escucha un eco distante de estática, un sonido proveniente de aquel hotel de viejas glorias, una melodía suave resuena tímidamente hasta sonar melodiosa como si de una serenata se tratar. En la calle, bajo el resplandor rojo de un letrero de neón, Alastor levanta su micrófono de época hacia el balcón del gran hotel infernal en dónde sabía que se encontraba cierto rey infernal- ¡Ah, qué noche tan espléndidamente demoníaca para un número musical improvisado! Digo.... Completamente planeado ¡Lu-ci-fer~! ¡Oh brillante señor del pecado y la elegancia eterna! Mi voz viaja por las ondas del aire solo para ti esta noche… ¡en exclusiva transmisión desde mi corazón hasta tu balcón! -Hace una reverencia exagerada casi dándose en la frente con el piso- He venido con melodía y arrepentimiento en partes iguales, mi radiante antagonista, mi antiguo compañero del caos. Mi curiosa pareja demoníaca ¿Recuerdas nuestras sinfonías conjuntas cuando yo tenía vida? Y sin embargo.... cuando el silencio te envolvía, yo no estaba allí. Preferí el eco de mi propia risa… antes que el timbre quebrado de tu tristeza. -Alza la vista, su sonrisa se suaviza observando el balcón - Perdóname por haber sintonizado otras frecuencias cuando la tuya clamaba por compañía. Perdóname por las veces en que tu furia no fue más que soledad con disfraz de soberbia… y yo, en mi soberbia, no lo supe escuchar. -Da un paso adelante. La música se intensifica- Pero esta noche, ¡ah, esta noche!, he venido a componer la canción que nunca quise admitir: un bolero de redención, una confesión emitida en vivo… ¡para el mismísimo Lucifer, mi inspiración prohibida! -Se lleva una mano al pecho y canta unos segundos sin palabras, solo en tarareo de radio distorsionada antes de que la música lo acompañará en su canto - https://youtu.be/p_1Osm5xE5Y?si=olFI142QaNs5Pqhy
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  • No supo que decir, sorprendido por un momento mientras lo miraba y luego tomaba la flor de sus cabellos para admirarla a detalle, terminando por sonrojarse, sonriendo.

    —Oh... E-Es muy hermosa, Eren~
    Yo... muchas gracias~

    Si bien las palabras no salían fácilmente, el como su cola se agitaba emocionado era suficiente para demostrar lo que le gustaba el detalle.
    No supo que decir, sorprendido por un momento mientras lo miraba y luego tomaba la flor de sus cabellos para admirarla a detalle, terminando por sonrojarse, sonriendo. —Oh... E-Es muy hermosa, Eren~ Yo... muchas gracias~ Si bien las palabras no salían fácilmente, el como su cola se agitaba emocionado era suficiente para demostrar lo que le gustaba el detalle.
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  • Isla nunca olvidaría la sensación de esa primera orden, seca, grave, cargada de un peso que no era de rabia, sino de un instinto que por fin volvía a despertar en él. Su corazón golpeó tan fuerte que creyó que se le escaparía del pecho, no por miedo, sino por la certeza de que, tras semanas de distancia, él la estaba reclamando de nuevo.

    Se arrodilló despacio, y al levantar la vista lo vio a él, erguido, con la sombra aún marcada en su mirada pero también con un fuego que había temido no volver a ver. Aquel instante la atravesó de una manera que ninguna palabra podría explicar: no era sumisión, era entrega. Entrega al hombre que había amado incluso cuando se creía perdido, al que aún sangraba por dentro y que, aun roto, tenía la fuerza suficiente para reclamarla.

    Cuando sus dedos se enredaron en su pelo, tirando de ella hacia atrás, Isla cerró los ojos y sintió cómo algo que había estado congelado en su pecho se rompía. No había ternura suave al principio, pero lo que había era más valioso todavía: pasión desnuda, hambre real, el rugido de un hombre que por fin se permitía volver a sentir. Y ella lo recibió como quien recibe la lluvia tras una sequía interminable.

    La noche se desató en un torbellino de gemidos, mordidas y jadeos que parecían más un grito de supervivencia que un acto de amor. Isla lo dejó guiarla, dominarla, marcar cada segundo con esa fuerza que siempre había amado de él. Lo sintió recuperar un pedazo de sí mismo en cada embestida, en cada rugido que se escapaba de su garganta, y ella misma se descubrió respondiendo con la misma intensidad, como si ambos fueran dos bestias luchando por recordarse mutuamente que seguían vivos.

    Pero entre todo aquel fuego, hubo un instante en que él apoyó la frente contra la suya, la respiración mezclada, los ojos cerrados, y entonces Isla comprendió que lo estaba sintiendo todo. Que en ese dominio y en esa posesión había amor, dolor, culpa, deseo, todo enredado en un lazo imposible de cortar.

    Esa noche no fue dulce, ni calmada. Fue salvaje, fue sucia de lágrimas y de sudor, fue un grito compartido contra la oscuridad que los había separado. Y sin embargo, para Isla fue la más hermosa de todas, porque no necesitó promesas ni palabras. Solo la certeza de que, aun roto, él seguía eligiéndola. Y eso bastaba.
    Isla nunca olvidaría la sensación de esa primera orden, seca, grave, cargada de un peso que no era de rabia, sino de un instinto que por fin volvía a despertar en él. Su corazón golpeó tan fuerte que creyó que se le escaparía del pecho, no por miedo, sino por la certeza de que, tras semanas de distancia, él la estaba reclamando de nuevo. Se arrodilló despacio, y al levantar la vista lo vio a él, erguido, con la sombra aún marcada en su mirada pero también con un fuego que había temido no volver a ver. Aquel instante la atravesó de una manera que ninguna palabra podría explicar: no era sumisión, era entrega. Entrega al hombre que había amado incluso cuando se creía perdido, al que aún sangraba por dentro y que, aun roto, tenía la fuerza suficiente para reclamarla. Cuando sus dedos se enredaron en su pelo, tirando de ella hacia atrás, Isla cerró los ojos y sintió cómo algo que había estado congelado en su pecho se rompía. No había ternura suave al principio, pero lo que había era más valioso todavía: pasión desnuda, hambre real, el rugido de un hombre que por fin se permitía volver a sentir. Y ella lo recibió como quien recibe la lluvia tras una sequía interminable. La noche se desató en un torbellino de gemidos, mordidas y jadeos que parecían más un grito de supervivencia que un acto de amor. Isla lo dejó guiarla, dominarla, marcar cada segundo con esa fuerza que siempre había amado de él. Lo sintió recuperar un pedazo de sí mismo en cada embestida, en cada rugido que se escapaba de su garganta, y ella misma se descubrió respondiendo con la misma intensidad, como si ambos fueran dos bestias luchando por recordarse mutuamente que seguían vivos. Pero entre todo aquel fuego, hubo un instante en que él apoyó la frente contra la suya, la respiración mezclada, los ojos cerrados, y entonces Isla comprendió que lo estaba sintiendo todo. Que en ese dominio y en esa posesión había amor, dolor, culpa, deseo, todo enredado en un lazo imposible de cortar. Esa noche no fue dulce, ni calmada. Fue salvaje, fue sucia de lágrimas y de sudor, fue un grito compartido contra la oscuridad que los había separado. Y sin embargo, para Isla fue la más hermosa de todas, porque no necesitó promesas ni palabras. Solo la certeza de que, aun roto, él seguía eligiéndola. Y eso bastaba.
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  • Salió del aseo los hombros tensos, las manos cerradas en puños. Habían pasado más de dos semanas desde el incidente… dos semanas de silencios, de miradas esquivas, de distancia que pesaba más que cualquier herida.

    No podía tocarla. No podía siquiera mirarla demasiado sin sentir cómo el peso de su culpa lo hundía. Isla, paciente, había aprendido a no forzarlo, a dejar que el espacio hablara por ambos, aunque ese silencio a veces le partiera el alma.

    Pero esa noche era distinta. Ella estaba allí, frente al espejo, con el velo cayendo como un suspiro sobre sus hombros, la piel bañada en una luz tenue que la hacía parecer irreal. El vestido aguardaba en el maniquí, blanco, perfecto… pero fue verla a ella —así, tan vulnerable y tan hermosa— lo que quebró algo dentro de él.

    Él sintió cómo el aire se volvía más denso, cómo el deseo, dormido por tanto tiempo, despertaba como un fuego lento bajo la piel. No era lujuria lo que sentía, era algo más profundo, una necesidad casi desesperada de volver a sentirse vivo, de volver a pertenecerle al mundo… a ella.

    Dio un paso, luego otro. Cada movimiento era una lucha contra el miedo, contra la vergüenza que aún le ardía por dentro. Ella lo vio en el reflejo, pero no se movió. Sus ojos se encontraron, y fue suficiente. No hubo palabras, solo ese silencio cargado que hablaba más que cualquier promesa.

    Se acercó despacio, como si temiera romper el hechizo, hasta quedar a su espalda. La luz delineaba el contorno de su cuerpo, él extendió una mano, temblorosa, hasta rozar su hombro. El contacto fue leve, pero bastó para que ella cerrara los ojos y dejara escapar un suspiro que lo desarmó, la ayudó a quitarse el velo despacio.

    Por primera vez desde aquella noche, Darküs no sintió miedo. Solo el calor de su piel, la calma de su respiración y la certeza de que, a pesar de todo, seguía ahí. No como antes, sino más real, más humano, más roto… y por eso mismo, más suyo. La agarró del cuello y ordenó.

    — De rodillas.

    Darküs fue recuperando su confianza, su dominio y control, ella se dejó dominar en una noche llena de posesión y pasión descontrolada.

    No hubo palabras de perdón, ni promesas de olvidar. Solo el leve roce de su frente contra la de ella, y un temblor compartido que hablaba de heridas aún abiertas, pero también de amor que se negaba a morir.
    Salió del aseo los hombros tensos, las manos cerradas en puños. Habían pasado más de dos semanas desde el incidente… dos semanas de silencios, de miradas esquivas, de distancia que pesaba más que cualquier herida. No podía tocarla. No podía siquiera mirarla demasiado sin sentir cómo el peso de su culpa lo hundía. Isla, paciente, había aprendido a no forzarlo, a dejar que el espacio hablara por ambos, aunque ese silencio a veces le partiera el alma. Pero esa noche era distinta. Ella estaba allí, frente al espejo, con el velo cayendo como un suspiro sobre sus hombros, la piel bañada en una luz tenue que la hacía parecer irreal. El vestido aguardaba en el maniquí, blanco, perfecto… pero fue verla a ella —así, tan vulnerable y tan hermosa— lo que quebró algo dentro de él. Él sintió cómo el aire se volvía más denso, cómo el deseo, dormido por tanto tiempo, despertaba como un fuego lento bajo la piel. No era lujuria lo que sentía, era algo más profundo, una necesidad casi desesperada de volver a sentirse vivo, de volver a pertenecerle al mundo… a ella. Dio un paso, luego otro. Cada movimiento era una lucha contra el miedo, contra la vergüenza que aún le ardía por dentro. Ella lo vio en el reflejo, pero no se movió. Sus ojos se encontraron, y fue suficiente. No hubo palabras, solo ese silencio cargado que hablaba más que cualquier promesa. Se acercó despacio, como si temiera romper el hechizo, hasta quedar a su espalda. La luz delineaba el contorno de su cuerpo, él extendió una mano, temblorosa, hasta rozar su hombro. El contacto fue leve, pero bastó para que ella cerrara los ojos y dejara escapar un suspiro que lo desarmó, la ayudó a quitarse el velo despacio. Por primera vez desde aquella noche, Darküs no sintió miedo. Solo el calor de su piel, la calma de su respiración y la certeza de que, a pesar de todo, seguía ahí. No como antes, sino más real, más humano, más roto… y por eso mismo, más suyo. La agarró del cuello y ordenó. — De rodillas. Darküs fue recuperando su confianza, su dominio y control, ella se dejó dominar en una noche llena de posesión y pasión descontrolada. No hubo palabras de perdón, ni promesas de olvidar. Solo el leve roce de su frente contra la de ella, y un temblor compartido que hablaba de heridas aún abiertas, pero también de amor que se negaba a morir.
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  • 🐾 El Día de las Bestias Eternas
    Fandom Mitologica
    Categoría Original
    El Inframundo despierta con un murmullo antiguo.
    Desde los abismos más hondos del Erebo hasta las riberas del Leteo, una vibración recorre las sombras: un llamado que ni los vivos ni los muertos pueden ignorar.
    Hoy no hay lamentos. Hoy no hay castigos.
    Hoy, incluso en la oscuridad más profunda, se celebra la existencia de lo salvaje.
    Es el Día de los Animales, y los reinos del más allá se preparan para honrar a quienes han custodiado las fronteras de la eternidad.

    En el gran salón de obsidiana, donde los muros laten como un corazón dormido, las antorchas se encienden una a una con fuego azul.
    Las criaturas del Inframundo se congregan: lobos de humo, aves de ceniza, serpientes de fuego líquido y caballos hechos de polvo y viento.
    Todas aguardan en silencio.
    El trono vacío brilla con reflejos de piedra viva.
    Y en el centro del salón, Cerbero emerge de las sombras.

    El guardián de las Puertas del Hades camina con paso firme, las tres cabezas en perfecta armonía, los ojos ardiendo como soles en la penumbra.
    A su alrededor, las almas se inclinan, reconociendo en él no solo al protector, sino al símbolo eterno de la lealtad y la fuerza.

    Desde lo alto, Perséfone, Reina del Inframundo, desciende envuelta en un resplandor tenue.
    En sus manos sostiene una corona forjada con hierro de estrella caída, adornada con tres gemas:
    una roja por la furia,
    una negra por la noche,
    y una blanca por la lealtad.

    A su lado, una presencia luminosa se acerca: Albina, la cabra blanca del Inframundo.
    Su pelaje brilla como la luna sobre la piedra, y donde sus pezuñas tocan el suelo, florecen pequeñas flores grises, las únicas que crecen en aquel reino sin sol.
    Las criaturas se apartan en respeto; la conocen como mensajera de paz y consejera de las almas olvidadas.

    Perséfone levanta la corona y, con voz que es decreto y bendición, pronuncia:

    “Hoy, el Inframundo celebra el Día de las Bestias Eternas.
    Hoy, las criaturas que sirven, vigilan y aman son honradas.
    Cerbero, guardián del Umbral, tu lealtad ha sido tu trono.
    Desde este instante, no serás solo guardián… serás Rey de las Bestias Eternas.
    Y tú, Albina, serás su guía, su conciencia, su equilibrio.”

    Cuando la corona toca las tres frentes de Cerbero, una ola de fuego blanco recorre el salón.
    El suelo vibra, los ríos cambian su curso, y las almas aúllan con júbilo.
    Las tres cabezas del nuevo rey alzan su mirada en silencio: no hay palabras, solo un rugido interno que el universo siente.

    Albina da un paso adelante.
    De su presencia emana calma, y una flor nace en medio del fuego: la primera flor del Inframundo.
    La Reina sonríe, y con ese gesto, el orden del reino cambia para siempre.
    El trono ya no pertenece al miedo, sino al equilibrio.

    Entonces, las puertas del salón se abren.
    Una marea de luz y sombras invade el aire.
    Comienza el Desfile de los Fieles.

    Por los corredores de piedra líquida, las criaturas del Inframundo marchan en honor a sus nuevos soberanos.
    Los Lobos del Leteo avanzan primero, con pelaje translúcido y ojos de agua.
    Sus pasos resuenan como tambores lejanos.
    Sobre ellos vuelan los Cuervos de Estigia, cuyas plumas de humo caen lentamente como ceniza brillante.
    Las Serpientes del Erebo reptan entre las columnas, formando símbolos sagrados que parpadean con fuego antes de desvanecerse.
    Y desde las llanuras de Tártaro llegan los Caballos de Ceniza, trotando en el aire, dejando huellas de luz efímera.

    Cerbero avanza entre ellos, majestuoso, silencioso.
    Sus cabezas giran lentamente, observando a cada una de las criaturas con atención.
    No impone dominio, sino presencia.
    A su lado, Albina camina despacio, irradiando serenidad.
    Una pequeña alma —una liebre hecha de humo— se acerca temerosa.
    Albina la mira con ternura y, al tocarla con su frente, la transforma en un destello que asciende hasta las estrellas del techo abismal.

    El desfile se extiende durante horas eternas.
    Sobre ellos, el cielo del Inframundo se cubre de luces verdes y violetas: auroras imposibles que ondulan como espíritus danzantes.
    Cada chispa que cae es el eco de un alma animal que regresa por un instante para rendir homenaje.

    Cuando la procesión llega al círculo central, Albina se detiene.
    Su luz se expande como un manto que cubre a Cerbero, a las criaturas, a todo el reino.
    Por un breve momento, el Inframundo entero respira al unísono.
    No hay condena. No hay dolor.
    Solo respeto.
    Solo comunión.

    El fuego se atenúa, las criaturas se disuelven lentamente en el aire, dejando tras de sí rastros de luz.
    El silencio regresa, pero es un silencio distinto: un silencio lleno de vida.
    En el centro, Cerbero permanece inmóvil, imponente.
    Albina se recuesta a su lado, sus ojos reflejando el resplandor de las llamas que no consumen.

    Desde su trono, Perséfone observa en silencio, y una leve sonrisa cruza su rostro.
    El Inframundo ha cambiado.
    Bajo su tierra y bajo su ley, ahora reina la fuerza, pero también la compasión.

    Y así, mientras las últimas brasas del desfile flotan en el aire, los abismos entienden su nueva verdad:
    que incluso en la oscuridad más profunda, los animales tienen un reino, un rey y una guardiana.
    Y que, cada año, en el Día de las Bestias Eternas, el Inframundo entero recordará que la lealtad es la forma más pura del alma.
    El Inframundo despierta con un murmullo antiguo. Desde los abismos más hondos del Erebo hasta las riberas del Leteo, una vibración recorre las sombras: un llamado que ni los vivos ni los muertos pueden ignorar. Hoy no hay lamentos. Hoy no hay castigos. Hoy, incluso en la oscuridad más profunda, se celebra la existencia de lo salvaje. Es el Día de los Animales, y los reinos del más allá se preparan para honrar a quienes han custodiado las fronteras de la eternidad. En el gran salón de obsidiana, donde los muros laten como un corazón dormido, las antorchas se encienden una a una con fuego azul. Las criaturas del Inframundo se congregan: lobos de humo, aves de ceniza, serpientes de fuego líquido y caballos hechos de polvo y viento. Todas aguardan en silencio. El trono vacío brilla con reflejos de piedra viva. Y en el centro del salón, Cerbero emerge de las sombras. El guardián de las Puertas del Hades camina con paso firme, las tres cabezas en perfecta armonía, los ojos ardiendo como soles en la penumbra. A su alrededor, las almas se inclinan, reconociendo en él no solo al protector, sino al símbolo eterno de la lealtad y la fuerza. Desde lo alto, Perséfone, Reina del Inframundo, desciende envuelta en un resplandor tenue. En sus manos sostiene una corona forjada con hierro de estrella caída, adornada con tres gemas: una roja por la furia, una negra por la noche, y una blanca por la lealtad. A su lado, una presencia luminosa se acerca: Albina, la cabra blanca del Inframundo. Su pelaje brilla como la luna sobre la piedra, y donde sus pezuñas tocan el suelo, florecen pequeñas flores grises, las únicas que crecen en aquel reino sin sol. Las criaturas se apartan en respeto; la conocen como mensajera de paz y consejera de las almas olvidadas. Perséfone levanta la corona y, con voz que es decreto y bendición, pronuncia: “Hoy, el Inframundo celebra el Día de las Bestias Eternas. Hoy, las criaturas que sirven, vigilan y aman son honradas. Cerbero, guardián del Umbral, tu lealtad ha sido tu trono. Desde este instante, no serás solo guardián… serás Rey de las Bestias Eternas. Y tú, Albina, serás su guía, su conciencia, su equilibrio.” Cuando la corona toca las tres frentes de Cerbero, una ola de fuego blanco recorre el salón. El suelo vibra, los ríos cambian su curso, y las almas aúllan con júbilo. Las tres cabezas del nuevo rey alzan su mirada en silencio: no hay palabras, solo un rugido interno que el universo siente. Albina da un paso adelante. De su presencia emana calma, y una flor nace en medio del fuego: la primera flor del Inframundo. La Reina sonríe, y con ese gesto, el orden del reino cambia para siempre. El trono ya no pertenece al miedo, sino al equilibrio. Entonces, las puertas del salón se abren. Una marea de luz y sombras invade el aire. Comienza el Desfile de los Fieles. Por los corredores de piedra líquida, las criaturas del Inframundo marchan en honor a sus nuevos soberanos. Los Lobos del Leteo avanzan primero, con pelaje translúcido y ojos de agua. Sus pasos resuenan como tambores lejanos. Sobre ellos vuelan los Cuervos de Estigia, cuyas plumas de humo caen lentamente como ceniza brillante. Las Serpientes del Erebo reptan entre las columnas, formando símbolos sagrados que parpadean con fuego antes de desvanecerse. Y desde las llanuras de Tártaro llegan los Caballos de Ceniza, trotando en el aire, dejando huellas de luz efímera. Cerbero avanza entre ellos, majestuoso, silencioso. Sus cabezas giran lentamente, observando a cada una de las criaturas con atención. No impone dominio, sino presencia. A su lado, Albina camina despacio, irradiando serenidad. Una pequeña alma —una liebre hecha de humo— se acerca temerosa. Albina la mira con ternura y, al tocarla con su frente, la transforma en un destello que asciende hasta las estrellas del techo abismal. El desfile se extiende durante horas eternas. Sobre ellos, el cielo del Inframundo se cubre de luces verdes y violetas: auroras imposibles que ondulan como espíritus danzantes. Cada chispa que cae es el eco de un alma animal que regresa por un instante para rendir homenaje. Cuando la procesión llega al círculo central, Albina se detiene. Su luz se expande como un manto que cubre a Cerbero, a las criaturas, a todo el reino. Por un breve momento, el Inframundo entero respira al unísono. No hay condena. No hay dolor. Solo respeto. Solo comunión. El fuego se atenúa, las criaturas se disuelven lentamente en el aire, dejando tras de sí rastros de luz. El silencio regresa, pero es un silencio distinto: un silencio lleno de vida. En el centro, Cerbero permanece inmóvil, imponente. Albina se recuesta a su lado, sus ojos reflejando el resplandor de las llamas que no consumen. Desde su trono, Perséfone observa en silencio, y una leve sonrisa cruza su rostro. El Inframundo ha cambiado. Bajo su tierra y bajo su ley, ahora reina la fuerza, pero también la compasión. Y así, mientras las últimas brasas del desfile flotan en el aire, los abismos entienden su nueva verdad: que incluso en la oscuridad más profunda, los animales tienen un reino, un rey y una guardiana. Y que, cada año, en el Día de las Bestias Eternas, el Inframundo entero recordará que la lealtad es la forma más pura del alma.
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  • Mᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ
    Mᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ
    Mᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ
    I ɢᴏᴛ ᴛʜᴇ ᴍᴀɢɪᴄ ɪɴ ᴍᴇ

    Tʜᴇsᴇ ᴛʀɪᴄᴋs ᴛʜᴀᴛ I'ʟʟ ᴀᴛᴛᴇᴍᴘᴛ ᴡɪʟʟ ʙʟᴏᴡ ʏᴏᴜʀ ᴍɪɴᴅ
    Pɪᴄᴋ ᴀ ᴠᴇʀsᴇ, ᴀɴʏ ᴠᴇʀsᴇ, I'ʟʟ ʜʏᴘɴᴏᴛɪsᴇ ʏᴏᴜ ᴡɪᴛʜ ᴇᴠᴇʀʏ ʟɪɴᴇ
    I'ʟʟ ɴᴇᴇᴅ ᴀ ᴠᴏʟᴜɴᴛᴇᴇʀ, ʜᴏᴡ ᴀʙᴏᴜᴛ ʏᴏᴜ ᴡɪᴛʜ ᴛʜᴇ ᴇʏᴇs?
    Cᴏᴍᴇ ᴏɴ ᴅᴏᴡɴ ᴛᴏ ᴛʜᴇ ғʀᴏɴᴛ, sɪᴛ ʀɪɢʜᴛ ʜᴇʀᴇ ᴀɴᴅ ᴅᴏɴ'ᴛ ʙᴇ sʜʏ
    I'ʟʟ ʜᴀᴠᴇ ʏᴏᴜ ᴛɪᴍᴇ ᴛʀᴀᴠᴇʟʟɪɴ', ʜᴀᴠᴇ ʏᴏᴜʀ ᴍɪɴᴅ ʙᴀʙʙʟɪɴ'.


                                                       .•♫•♬••♬•♫•.

    Bᴇʜɪɴᴅ Tʜᴇ Sᴄᴇɴᴇs 」

    Ha-Rin se encontraba caracterizado como si fuese un vidente, alguien relacionado a la magia, a las cosas esotéricas. Frente a él tenía una mesa con velas, cartas, una esfera de cristal y varios objetos más que se utilizaban para la adivinación. El ambiente parecía sacado de una época en la que ese tipo de prácticas era habitual y la gente pagaba por obtener respuestas.

    Con una expresión solemne, coloca las manos sobre la bola de cristal por unos segundos, para después recitar palabras sin sentido, al mismo tiempo que mueve los dedos como si estuviese canalizando fuerzas invisibles y, acto seguido, comienza a murmurar:

    —Puedo sentir la energía fluyendo... veo tu futuro, tu destino. —Mientras menciona esto, apenas puede contener una sonrisa, pero el show debe continuar, así que se concentra, y su pequeño juego continúa en silencio, como si estuviese analizando la información que acaba de obtener, aunque, evidentemente, es una táctica para prolongar la expectación.

    Su siguiente acción es girar lentamente las cartas del tarot y analizar una a una con una seriedad fingida, antes de levantar la vista.

    —Aquí está el signo de la buena fortuna, de los nuevos comienzos, de la pasión. Pero espera... también está la carta de la conexión inevitable.

    Al final, se inclina hacia adelante y baja la voz, como si fuese a revelar el secreto más importante de todos:

    —¿Quieres saber la verdad? No importa cuántas cartas lea, cuánta energía invoque, cuántas líneas de la mano estudie, cuántas runas interprete. Sin importar el método, el destino siempre me dice lo mismo: tu fortuna, tu camino, tu persona predestinada... soy yo. —Con una risita suave y satisfecha, claramente encantado con su propio juego, levanta la bola de cristal un poco y la observa, maravillado por la luz misteriosa que refleja, antes de finalmente añadir:

    —En resumen, no importa lo que diga el universo, ni lo que se encuentre escrito en las estrellas, tu suerte siempre acaba en mí.
    「 🎙️📝 」 Mᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ Mᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ Mᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ, ᴍᴀɢɪᴄ I ɢᴏᴛ ᴛʜᴇ ᴍᴀɢɪᴄ ɪɴ ᴍᴇ Tʜᴇsᴇ ᴛʀɪᴄᴋs ᴛʜᴀᴛ I'ʟʟ ᴀᴛᴛᴇᴍᴘᴛ ᴡɪʟʟ ʙʟᴏᴡ ʏᴏᴜʀ ᴍɪɴᴅ Pɪᴄᴋ ᴀ ᴠᴇʀsᴇ, ᴀɴʏ ᴠᴇʀsᴇ, I'ʟʟ ʜʏᴘɴᴏᴛɪsᴇ ʏᴏᴜ ᴡɪᴛʜ ᴇᴠᴇʀʏ ʟɪɴᴇ I'ʟʟ ɴᴇᴇᴅ ᴀ ᴠᴏʟᴜɴᴛᴇᴇʀ, ʜᴏᴡ ᴀʙᴏᴜᴛ ʏᴏᴜ ᴡɪᴛʜ ᴛʜᴇ ᴇʏᴇs? Cᴏᴍᴇ ᴏɴ ᴅᴏᴡɴ ᴛᴏ ᴛʜᴇ ғʀᴏɴᴛ, sɪᴛ ʀɪɢʜᴛ ʜᴇʀᴇ ᴀɴᴅ ᴅᴏɴ'ᴛ ʙᴇ sʜʏ I'ʟʟ ʜᴀᴠᴇ ʏᴏᴜ ᴛɪᴍᴇ ᴛʀᴀᴠᴇʟʟɪɴ', ʜᴀᴠᴇ ʏᴏᴜʀ ᴍɪɴᴅ ʙᴀʙʙʟɪɴ'.                                                    .•♫•♬••♬•♫•. 「 🎥 Bᴇʜɪɴᴅ Tʜᴇ Sᴄᴇɴᴇs 」 Ha-Rin se encontraba caracterizado como si fuese un vidente, alguien relacionado a la magia, a las cosas esotéricas. Frente a él tenía una mesa con velas, cartas, una esfera de cristal y varios objetos más que se utilizaban para la adivinación. El ambiente parecía sacado de una época en la que ese tipo de prácticas era habitual y la gente pagaba por obtener respuestas. Con una expresión solemne, coloca las manos sobre la bola de cristal por unos segundos, para después recitar palabras sin sentido, al mismo tiempo que mueve los dedos como si estuviese canalizando fuerzas invisibles y, acto seguido, comienza a murmurar: —Puedo sentir la energía fluyendo... veo tu futuro, tu destino. —Mientras menciona esto, apenas puede contener una sonrisa, pero el show debe continuar, así que se concentra, y su pequeño juego continúa en silencio, como si estuviese analizando la información que acaba de obtener, aunque, evidentemente, es una táctica para prolongar la expectación. Su siguiente acción es girar lentamente las cartas del tarot y analizar una a una con una seriedad fingida, antes de levantar la vista. —Aquí está el signo de la buena fortuna, de los nuevos comienzos, de la pasión. Pero espera... también está la carta de la conexión inevitable. Al final, se inclina hacia adelante y baja la voz, como si fuese a revelar el secreto más importante de todos: —¿Quieres saber la verdad? No importa cuántas cartas lea, cuánta energía invoque, cuántas líneas de la mano estudie, cuántas runas interprete. Sin importar el método, el destino siempre me dice lo mismo: tu fortuna, tu camino, tu persona predestinada... soy yo. —Con una risita suave y satisfecha, claramente encantado con su propio juego, levanta la bola de cristal un poco y la observa, maravillado por la luz misteriosa que refleja, antes de finalmente añadir: —En resumen, no importa lo que diga el universo, ni lo que se encuentre escrito en las estrellas, tu suerte siempre acaba en mí.
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