• 𝗠𝗮𝗿𝘁𝗲𝘀 - 𝟮𝟭:𝟯𝟰

    Sentado en la banca de una pequeña plaza de mala muerte, con una libreta en la zurda y un bolígrafo en la diestra, Ethan miraba a la nada en frente suyo. No había demasiado para observar si se tenía en cuenta la pobre iluminación del sitio, pero a él le parecía perfecto por el hecho de estar solo y sin ruido alrededor.

    Bueno. Casi perfecto.

    De no ser porque la escena del crimen vista con el detective Graves esa mañana casi le causa perder su perfecto control, todo seguiría de maravilla. Pero hasta ese momento, en la banca, le estaba costando no ponerse de pie y hacer lo que terminó por llevarlo a prisión hace unos años atrás.

    Giró de manera precisa, calculada, el bolígrafo en su mano. Lo pasó de dedo en dedo, volvía a girarlo, lo equilibraba en su índice. Repetía.

    En la libreta habían varias anotaciones referente al caso.

    sᴇʟᴇᴄᴄɪóɴ ᴅᴇ ᴠíᴄᴛɪᴍᴀs: ᴍᴜᴊᴇʀᴇs ᴊóᴠᴇɴᴇs, ᴇɴᴛʀᴇ 𝟷𝟾 ᴀ 𝟸𝟷 ᴀñᴏs, ᴀᴘᴀʀᴇɴᴛᴇᴍᴇɴᴛᴇ ᴇʟᴇɢɪᴅᴀs ᴀʟ ᴀᴢᴀʀ.
    ᴍéᴛᴏᴅᴏ: ᴄᴏʀᴛᴇs ᴛᴏʀᴘᴇs, ɪʀʀᴇɢᴜʟᴀʀᴇs, sɪɴ ᴘʀᴇᴄɪsɪóɴ. ᴅᴇsᴍᴇᴍʙʀᴀᴍɪᴇɴᴛᴏ ʙᴀᴊᴏ ɪɢɴᴏʀᴀɴᴄɪᴀ.
    ᴅɪsᴘᴏsɪᴄɪóɴ ᴅᴇ ʟᴏs ᴄᴜᴇʀᴘᴏs: ʙᴏᴄᴀ ᴀʙᴀᴊᴏ, ᴇxᴛʀᴇᴍɪᴅᴀᴅᴇs ᴄᴏʟᴏᴄᴀᴅᴀs ᴅᴇ ʟᴀᴅᴏs ᴏᴘᴜᴇsᴛᴏs.
    ᴘᴀᴛʀóɴ: ᴘᴀʀᴇᴄᴇ ᴀᴛᴀᴄᴀʀ ᴅᴇ ᴍᴀᴅʀᴜɢᴀᴅᴀ.

    Pero... había algo más allí. Un registro que llevaba de sí mismo.

    ᴀᴜᴛᴏᴄᴏɴᴛʀᴏʟ:
    [ x ] ɪᴍᴘᴜʟsᴏ ᴘʀᴇsᴇɴᴛᴇ.
    [ ] ᴄᴏɴᴛʀᴏʟ ᴛᴏᴛᴀʟ.
    -ᴇʟ ᴅᴇsᴇᴏ ᴀᴜᴍᴇɴᴛᴀ ᴀʟ ᴠᴇʀ ᴛʀᴀʙᴀᴊᴏs ǫᴜᴇ ᴘᴜᴇᴅᴇɴ ᴘᴇʀғᴇᴄᴄɪᴏɴᴀʀsᴇ.

    Sus ojos bajaron hasta la página, a aquellas últimas líneas, deteniendo el movimiento del bolígrafo de repente con el puño cerrado. Apretó con ligereza. Una voz interna le decía que el criminal estaba arruinando cada asesinato con descuido. El podría haberlo hecho mejor.

    Suspiró a través de la nariz, lento. No era la primera vez que le ocurría, ni la última.

    "No voy a volver", se repitió como mantra, poco antes de escuchar pasos acercarse al área. Ahí mismo cerró la libreta con fuerza para guardarla en el bolsillo interior de su saco. No obstante, el bolígrafo siguió en su mano como intento de continuar regulándose a sí mismo mientras su atención iba hacia el sonido de los pasos.
    𝗠𝗮𝗿𝘁𝗲𝘀 - 𝟮𝟭:𝟯𝟰 Sentado en la banca de una pequeña plaza de mala muerte, con una libreta en la zurda y un bolígrafo en la diestra, Ethan miraba a la nada en frente suyo. No había demasiado para observar si se tenía en cuenta la pobre iluminación del sitio, pero a él le parecía perfecto por el hecho de estar solo y sin ruido alrededor. Bueno. Casi perfecto. De no ser porque la escena del crimen vista con el detective Graves esa mañana casi le causa perder su perfecto control, todo seguiría de maravilla. Pero hasta ese momento, en la banca, le estaba costando no ponerse de pie y hacer lo que terminó por llevarlo a prisión hace unos años atrás. Giró de manera precisa, calculada, el bolígrafo en su mano. Lo pasó de dedo en dedo, volvía a girarlo, lo equilibraba en su índice. Repetía. En la libreta habían varias anotaciones referente al caso. sᴇʟᴇᴄᴄɪóɴ ᴅᴇ ᴠíᴄᴛɪᴍᴀs: ᴍᴜᴊᴇʀᴇs ᴊóᴠᴇɴᴇs, ᴇɴᴛʀᴇ 𝟷𝟾 ᴀ 𝟸𝟷 ᴀñᴏs, ᴀᴘᴀʀᴇɴᴛᴇᴍᴇɴᴛᴇ ᴇʟᴇɢɪᴅᴀs ᴀʟ ᴀᴢᴀʀ. ᴍéᴛᴏᴅᴏ: ᴄᴏʀᴛᴇs ᴛᴏʀᴘᴇs, ɪʀʀᴇɢᴜʟᴀʀᴇs, sɪɴ ᴘʀᴇᴄɪsɪóɴ. ᴅᴇsᴍᴇᴍʙʀᴀᴍɪᴇɴᴛᴏ ʙᴀᴊᴏ ɪɢɴᴏʀᴀɴᴄɪᴀ. ᴅɪsᴘᴏsɪᴄɪóɴ ᴅᴇ ʟᴏs ᴄᴜᴇʀᴘᴏs: ʙᴏᴄᴀ ᴀʙᴀᴊᴏ, ᴇxᴛʀᴇᴍɪᴅᴀᴅᴇs ᴄᴏʟᴏᴄᴀᴅᴀs ᴅᴇ ʟᴀᴅᴏs ᴏᴘᴜᴇsᴛᴏs. ᴘᴀᴛʀóɴ: ᴘᴀʀᴇᴄᴇ ᴀᴛᴀᴄᴀʀ ᴅᴇ ᴍᴀᴅʀᴜɢᴀᴅᴀ. Pero... había algo más allí. Un registro que llevaba de sí mismo. ᴀᴜᴛᴏᴄᴏɴᴛʀᴏʟ: [ x ] ɪᴍᴘᴜʟsᴏ ᴘʀᴇsᴇɴᴛᴇ. [ ] ᴄᴏɴᴛʀᴏʟ ᴛᴏᴛᴀʟ. -ᴇʟ ᴅᴇsᴇᴏ ᴀᴜᴍᴇɴᴛᴀ ᴀʟ ᴠᴇʀ ᴛʀᴀʙᴀᴊᴏs ǫᴜᴇ ᴘᴜᴇᴅᴇɴ ᴘᴇʀғᴇᴄᴄɪᴏɴᴀʀsᴇ. Sus ojos bajaron hasta la página, a aquellas últimas líneas, deteniendo el movimiento del bolígrafo de repente con el puño cerrado. Apretó con ligereza. Una voz interna le decía que el criminal estaba arruinando cada asesinato con descuido. El podría haberlo hecho mejor. Suspiró a través de la nariz, lento. No era la primera vez que le ocurría, ni la última. "No voy a volver", se repitió como mantra, poco antes de escuchar pasos acercarse al área. Ahí mismo cerró la libreta con fuerza para guardarla en el bolsillo interior de su saco. No obstante, el bolígrafo siguió en su mano como intento de continuar regulándose a sí mismo mientras su atención iba hacia el sonido de los pasos.
    Me gusta
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • ──── 𝐎𝐑𝐈𝐆𝐄𝐍 ────

    𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐍𝐀𝐌𝐄 𝐖𝐈𝐋𝐋 𝐁𝐄 : 𝐒𝐚𝐧𝐭𝐢𝐚𝐠𝐨 | 𝕻𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖚𝖊 — 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [𝟓]

    Solo yacía allí, con la mirada cabizbaja, un dolor insoportable de cabeza y la sangre seca cubriendo gran parte de esta. Era un don nadie en ése entonces, un desconocido por esos lares pero curiosamente esa organización sabía quién era él realmente.

    Sentado; ahora en el despacho de la oficina de Sergei. Solo esperaba una sentencia más y que fuera esta la muerte. Cerró sus ojos unos momentos, sintiéndose en paz unos segundos hasta que escuchó unos pasos acercándose y un fuerte golpe contra el escritorio que lo hizo reaccionar de momento y verlo fijamente. Era el mismo Sergei, con una hoja en mano.

    Santiago no entendía nada, pero sabía que no debía estar en ese sitio ni entablando una conversación con aquél perpetrador cuál este solo se dignó a agarrar el pulgar de su mano cuál yacía cubierto de su propia sangre y colocarlo en la aquella hoja : Un contrato de terminos y condiciones. Donde ahora, yacía pactada con la sangre del ángel caído.

    𝘚𝘦𝘳𝘨𝘦𝘪 : ──── 𝘛𝘳𝘢𝘣𝘢𝘫𝘢𝘴 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘮í 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘺 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘵𝘰 𝘴𝘦𝘳á 𝘵𝘶 𝘴𝘦𝘯𝘵𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘦𝘭 𝘥í𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘵𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘢𝘱𝘢𝘳 𝘺 𝘵𝘳𝘢𝘪𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘳𝘮𝘦. 𝘛𝘦 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢𝘳á𝘴 𝘚𝘢𝘯𝘵𝘪𝘢𝘨𝘰 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘺 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘳á𝘴 𝘦𝘴𝘦 𝘯𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘢 𝘵𝘶 𝘦𝘵𝘦𝘳𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥. ──── Volvió a sus pasos para colocar el papel en un portafolio y así guardarlo en su escritorio. Solo mantenía su mirada firme en el argentino para luego mostrar una sonrisa mostrando su carencia de empatía y bondad.

    𝘚𝘦𝘳𝘨𝘦𝘪 : ──── 𝘔𝘶𝘺 𝘣𝘪𝘦𝘯, 𝘚𝘢𝘯𝘵𝘪𝘢𝘨𝘰, 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘥𝘦𝘭 𝘵𝘳𝘢𝘵𝘰 𝘺 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘪𝘤𝘵𝘢 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘱𝘶𝘯𝘵𝘰 𝟣 𝘥𝘦 𝘧𝘰𝘳𝘮𝘢 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘤𝘪𝘧𝘪𝘤𝘢 : 𝘗𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘵𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘧𝘰𝘳𝘮𝘢 𝘢𝘥𝘦𝘤𝘶𝘢𝘥𝘢 𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘮í. 𝘘𝘶𝘪𝘦𝘳𝘰 𝘴𝘢𝘣𝘦𝘳 𝘵𝘶 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢 𝘺 𝘲𝘶𝘪é𝘯 𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘳𝘦𝘢𝘭𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦. . . 𝘕𝘰 𝘮𝘦 𝘪𝘮𝘱𝘰𝘳𝘵𝘢 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘰 𝘵𝘦𝘯𝘦𝘳 𝘦𝘯 𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘢 𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘶𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘥𝘦𝘵𝘢𝘭𝘭𝘦𝘴. ────

    El ángel caído, ahora renombrado Santiago, solo se mantuvo en silencio unos segundos. Ni había podido leer aquél contrato, ni sus condiciones ni términos. Solo fue obligado a hacer un pacto de sangre en su momento más vulnerable.

    Trato de recordar su pasado; el dolor las torturas, el miedo, el abuso, la tristeza, la soledad. Nunca conoció aquello que se llamaba : 𝐅𝐄𝐋𝐈𝐂𝐈𝐃𝐀𝐃.

    Un nudo en la garganta se le formó en aquél entonces hasta que pudo expresar palabras con las pocas fuerzas que aún le quedaban.

    ──── 𝘠𝘰. . . 𝘊𝘢í 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰, 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘪𝘯𝘪𝘤𝘪𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰𝘴. 𝘍𝘶í 𝘦𝘹𝘱𝘶𝘭𝘴𝘢𝘥𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘮𝘪 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘪𝘰 𝘱𝘢𝘥𝘳𝘦 𝘱𝘰𝘳 𝘴𝘦𝘳 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘥𝘪𝘧𝘦𝘳𝘦𝘯𝘵𝘦. 𝘔𝘦 𝘢𝘳𝘳𝘰𝘫ó 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘪 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘣𝘢𝘴𝘶𝘳𝘢 𝘴𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘵𝘢𝘴𝘦 𝘺 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘵𝘳𝘢𝘯𝘴𝘤𝘶𝘳𝘴𝘰 𝘥𝘦 𝘮𝘪 𝘥𝘦𝘴𝘤𝘦𝘯𝘴𝘰 𝘮𝘪𝘴 𝘢𝘭𝘢𝘴 𝘴𝘦 𝘲𝘶𝘦𝘣𝘳𝘢𝘯𝘵𝘢𝘳𝘰𝘯. ──── Levantó su camisa mostrando una gran cicatriz superficial en el area superior de su hombro y costado abdominal.

    ──── 𝘔𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘮𝘱𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢 𝘦𝘭 𝘴𝘶𝘦𝘭𝘰 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘯𝘢𝘥𝘪𝘦 𝘯𝘰𝘵𝘰 𝘮𝘪 𝘱𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢. 𝘛𝘰𝘥𝘰𝘴 é𝘴𝘵𝘰𝘴 𝘢ñ𝘰𝘴 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘧𝘶𝘦 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘰𝘯𝘥𝘪ó 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘴𝘰𝘤𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥, 𝘶𝘯 𝘮𝘢𝘳𝘨𝘪𝘯𝘢𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘣𝘶𝘴𝘤𝘢𝘣𝘢 𝘢𝘭 𝘮𝘦𝘯𝘰𝘴 𝘱𝘰𝘥𝘦𝘳 𝘤𝘰𝘯𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘴𝘰𝘤𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥. . . 𝘔𝘦 𝘢𝘭𝘪𝘮𝘦𝘯𝘵𝘢𝘣𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘣𝘢, 𝘱𝘦𝘯𝘴é 𝘮𝘶𝘤𝘩𝘢𝘴 𝘷𝘦𝘤𝘦𝘴 𝘦𝘯 𝘲𝘶𝘪𝘵𝘢𝘳𝘮𝘦 𝘭𝘢 𝘷𝘪𝘥𝘢 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘴𝘰𝘺 𝘪𝘯𝘮𝘰𝘳𝘵𝘢𝘭. 𝘌𝘴𝘢 𝘦𝘴 𝘮𝘪 𝘮𝘢𝘭𝘥𝘪𝘤𝘪ó𝘯. ────

    ──── ❝ ¡𝐂ó𝐦𝐨 𝐜𝐚í𝐬𝐭𝐞 𝐝𝐞𝐥 𝐜𝐢𝐞𝐥𝐨, 𝐨𝐡 𝐋𝐮𝐜𝐞𝐫𝐨, 𝐡𝐢𝐣𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐚ñ𝐚𝐧𝐚! 𝐂𝐨𝐫𝐭𝐚𝐝𝐨 𝐟𝐮𝐢𝐬𝐭𝐞 𝐩𝐨𝐫 𝐭𝐢𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐭ú 𝐪𝐮𝐞 𝐝𝐞𝐛𝐢𝐥𝐢𝐭𝐚𝐛𝐚𝐬 𝐚 𝐥𝐚𝐬 𝐧𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬. ❞ ──── 𝐈𝐬𝐚í𝐚𝐬 (𝟏𝟒:𝟏𝟐)

    Refutó con estas últimas palabras mientras sus ojos carmesí se encontraban con los de Sergei cuál escuchaba atentamente su historia.

    ──── ¿𝘏𝘢𝘴 𝘭𝘦í𝘥𝘰 𝘭𝘢 𝘣𝘪𝘣𝘭𝘪𝘢? 𝘌𝘯 é𝘴𝘦 𝘷𝘦𝘳𝘴í𝘤𝘶𝘭𝘰, 𝘴𝘰𝘺 𝘺𝘰 𝘲𝘶𝘪é𝘯 𝘤𝘢𝘦 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰. 𝘚𝘰𝘭𝘰 𝘴𝘰𝘺 𝘶𝘯 𝘴𝘦𝘳 𝘥𝘦𝘴𝘵𝘦𝘳𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘴𝘪𝘯 𝘪𝘥𝘦𝘯𝘵𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘦𝘯 𝘶𝘯𝘢 𝘴𝘰𝘤𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥 𝘤𝘰𝘳𝘳𝘰𝘮𝘱𝘪𝘥𝘢. ────
    ──── 𝐎𝐑𝐈𝐆𝐄𝐍 ──── 𝐘𝐎𝐔𝐑 𝐍𝐀𝐌𝐄 𝐖𝐈𝐋𝐋 𝐁𝐄 : 𝐒𝐚𝐧𝐭𝐢𝐚𝐠𝐨 | 𝕻𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖚𝖊 — 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [𝟓] Solo yacía allí, con la mirada cabizbaja, un dolor insoportable de cabeza y la sangre seca cubriendo gran parte de esta. Era un don nadie en ése entonces, un desconocido por esos lares pero curiosamente esa organización sabía quién era él realmente. Sentado; ahora en el despacho de la oficina de Sergei. Solo esperaba una sentencia más y que fuera esta la muerte. Cerró sus ojos unos momentos, sintiéndose en paz unos segundos hasta que escuchó unos pasos acercándose y un fuerte golpe contra el escritorio que lo hizo reaccionar de momento y verlo fijamente. Era el mismo Sergei, con una hoja en mano. Santiago no entendía nada, pero sabía que no debía estar en ese sitio ni entablando una conversación con aquél perpetrador cuál este solo se dignó a agarrar el pulgar de su mano cuál yacía cubierto de su propia sangre y colocarlo en la aquella hoja : Un contrato de terminos y condiciones. Donde ahora, yacía pactada con la sangre del ángel caído. 𝘚𝘦𝘳𝘨𝘦𝘪 : ──── 𝘛𝘳𝘢𝘣𝘢𝘫𝘢𝘴 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘮í 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘺 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘵𝘰 𝘴𝘦𝘳á 𝘵𝘶 𝘴𝘦𝘯𝘵𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘦𝘭 𝘥í𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘵𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘢𝘱𝘢𝘳 𝘺 𝘵𝘳𝘢𝘪𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘳𝘮𝘦. 𝘛𝘦 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢𝘳á𝘴 𝘚𝘢𝘯𝘵𝘪𝘢𝘨𝘰 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘺 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘳á𝘴 𝘦𝘴𝘦 𝘯𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘢 𝘵𝘶 𝘦𝘵𝘦𝘳𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥. ──── Volvió a sus pasos para colocar el papel en un portafolio y así guardarlo en su escritorio. Solo mantenía su mirada firme en el argentino para luego mostrar una sonrisa mostrando su carencia de empatía y bondad. 𝘚𝘦𝘳𝘨𝘦𝘪 : ──── 𝘔𝘶𝘺 𝘣𝘪𝘦𝘯, 𝘚𝘢𝘯𝘵𝘪𝘢𝘨𝘰, 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘥𝘦𝘭 𝘵𝘳𝘢𝘵𝘰 𝘺 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘪𝘤𝘵𝘢 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘱𝘶𝘯𝘵𝘰 𝟣 𝘥𝘦 𝘧𝘰𝘳𝘮𝘢 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘤𝘪𝘧𝘪𝘤𝘢 : 𝘗𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘵𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘧𝘰𝘳𝘮𝘢 𝘢𝘥𝘦𝘤𝘶𝘢𝘥𝘢 𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘮í. 𝘘𝘶𝘪𝘦𝘳𝘰 𝘴𝘢𝘣𝘦𝘳 𝘵𝘶 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢 𝘺 𝘲𝘶𝘪é𝘯 𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘳𝘦𝘢𝘭𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦. . . 𝘕𝘰 𝘮𝘦 𝘪𝘮𝘱𝘰𝘳𝘵𝘢 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘰 𝘵𝘦𝘯𝘦𝘳 𝘦𝘯 𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘢 𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘶𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘥𝘦𝘵𝘢𝘭𝘭𝘦𝘴. ──── El ángel caído, ahora renombrado Santiago, solo se mantuvo en silencio unos segundos. Ni había podido leer aquél contrato, ni sus condiciones ni términos. Solo fue obligado a hacer un pacto de sangre en su momento más vulnerable. Trato de recordar su pasado; el dolor las torturas, el miedo, el abuso, la tristeza, la soledad. Nunca conoció aquello que se llamaba : 𝐅𝐄𝐋𝐈𝐂𝐈𝐃𝐀𝐃. Un nudo en la garganta se le formó en aquél entonces hasta que pudo expresar palabras con las pocas fuerzas que aún le quedaban. ──── 𝘠𝘰. . . 𝘊𝘢í 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰, 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘪𝘯𝘪𝘤𝘪𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰𝘴. 𝘍𝘶í 𝘦𝘹𝘱𝘶𝘭𝘴𝘢𝘥𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘮𝘪 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘪𝘰 𝘱𝘢𝘥𝘳𝘦 𝘱𝘰𝘳 𝘴𝘦𝘳 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘥𝘪𝘧𝘦𝘳𝘦𝘯𝘵𝘦. 𝘔𝘦 𝘢𝘳𝘳𝘰𝘫ó 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘪 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘣𝘢𝘴𝘶𝘳𝘢 𝘴𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘵𝘢𝘴𝘦 𝘺 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘵𝘳𝘢𝘯𝘴𝘤𝘶𝘳𝘴𝘰 𝘥𝘦 𝘮𝘪 𝘥𝘦𝘴𝘤𝘦𝘯𝘴𝘰 𝘮𝘪𝘴 𝘢𝘭𝘢𝘴 𝘴𝘦 𝘲𝘶𝘦𝘣𝘳𝘢𝘯𝘵𝘢𝘳𝘰𝘯. ──── Levantó su camisa mostrando una gran cicatriz superficial en el area superior de su hombro y costado abdominal. ──── 𝘔𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘮𝘱𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢 𝘦𝘭 𝘴𝘶𝘦𝘭𝘰 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘯𝘢𝘥𝘪𝘦 𝘯𝘰𝘵𝘰 𝘮𝘪 𝘱𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢. 𝘛𝘰𝘥𝘰𝘴 é𝘴𝘵𝘰𝘴 𝘢ñ𝘰𝘴 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘧𝘶𝘦 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘰𝘯𝘥𝘪ó 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘴𝘰𝘤𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥, 𝘶𝘯 𝘮𝘢𝘳𝘨𝘪𝘯𝘢𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘣𝘶𝘴𝘤𝘢𝘣𝘢 𝘢𝘭 𝘮𝘦𝘯𝘰𝘴 𝘱𝘰𝘥𝘦𝘳 𝘤𝘰𝘯𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘴𝘰𝘤𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥. . . 𝘔𝘦 𝘢𝘭𝘪𝘮𝘦𝘯𝘵𝘢𝘣𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘣𝘢, 𝘱𝘦𝘯𝘴é 𝘮𝘶𝘤𝘩𝘢𝘴 𝘷𝘦𝘤𝘦𝘴 𝘦𝘯 𝘲𝘶𝘪𝘵𝘢𝘳𝘮𝘦 𝘭𝘢 𝘷𝘪𝘥𝘢 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘴𝘰𝘺 𝘪𝘯𝘮𝘰𝘳𝘵𝘢𝘭. 𝘌𝘴𝘢 𝘦𝘴 𝘮𝘪 𝘮𝘢𝘭𝘥𝘪𝘤𝘪ó𝘯. ──── ──── ❝ ¡𝐂ó𝐦𝐨 𝐜𝐚í𝐬𝐭𝐞 𝐝𝐞𝐥 𝐜𝐢𝐞𝐥𝐨, 𝐨𝐡 𝐋𝐮𝐜𝐞𝐫𝐨, 𝐡𝐢𝐣𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐚ñ𝐚𝐧𝐚! 𝐂𝐨𝐫𝐭𝐚𝐝𝐨 𝐟𝐮𝐢𝐬𝐭𝐞 𝐩𝐨𝐫 𝐭𝐢𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐭ú 𝐪𝐮𝐞 𝐝𝐞𝐛𝐢𝐥𝐢𝐭𝐚𝐛𝐚𝐬 𝐚 𝐥𝐚𝐬 𝐧𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬. ❞ ──── 𝐈𝐬𝐚í𝐚𝐬 (𝟏𝟒:𝟏𝟐) Refutó con estas últimas palabras mientras sus ojos carmesí se encontraban con los de Sergei cuál escuchaba atentamente su historia. ──── ¿𝘏𝘢𝘴 𝘭𝘦í𝘥𝘰 𝘭𝘢 𝘣𝘪𝘣𝘭𝘪𝘢? 𝘌𝘯 é𝘴𝘦 𝘷𝘦𝘳𝘴í𝘤𝘶𝘭𝘰, 𝘴𝘰𝘺 𝘺𝘰 𝘲𝘶𝘪é𝘯 𝘤𝘢𝘦 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰. 𝘚𝘰𝘭𝘰 𝘴𝘰𝘺 𝘶𝘯 𝘴𝘦𝘳 𝘥𝘦𝘴𝘵𝘦𝘳𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘴𝘪𝘯 𝘪𝘥𝘦𝘯𝘵𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘦𝘯 𝘶𝘯𝘢 𝘴𝘰𝘤𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥 𝘤𝘰𝘳𝘳𝘰𝘮𝘱𝘪𝘥𝘢. ────
    Me shockea
    Me gusta
    Me encocora
    Me endiabla
    Me entristece
    13
    1 turno 0 maullidos
  • Prometí que no volvería a sacarme fotos, que ya viviría mi vida lo más privado posible, pero....

    Él ..... él me ha dicho palabras tan lindas, me ha hecho sentir especial, válido, necesario....
    Aún... aún no estoy seguro si estoy listo para formalizar con él, aún tengo miedo de que pase lo que la última vez.

    Pero de verdad deseo que esta vez sea diferente.
    No quiero volver a sentir una herida por amor...
    Prometí que no volvería a sacarme fotos, que ya viviría mi vida lo más privado posible, pero.... Él ..... él me ha dicho palabras tan lindas, me ha hecho sentir especial, válido, necesario.... Aún... aún no estoy seguro si estoy listo para formalizar con él, aún tengo miedo de que pase lo que la última vez. Pero de verdad deseo que esta vez sea diferente. No quiero volver a sentir una herida por amor...
    Me encocora
    1
    3 turnos 0 maullidos
  • 𝐃𝐄𝐒𝐏𝐄𝐃𝐈𝐃𝐀𝐒 𝐘 𝐏𝐑𝐎𝐌𝐄𝐒𝐀𝐒
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    El sonido de las flautas y los tambores retumbó en el bosque, entrelazándose con los rezos funerarios. Pero ella los escuchaba distantes, como ecos que pertenecían a otro mundo.

    ────Y ahora derramo estas libaciones para los ancestros y los espíritus guardianes de esta tierra... paz con la naturaleza... paz con los dioses.

    La madre del príncipe se acercó a la pira de madera y derramó el vino, la miel dorada y la gotas blancas de leche que oscurecieron la tierra húmeda al caer.

    Los dedos helados de Afro se cerraron con fuerza alrededor de la antorcha. Inspiró hondo el aire impregnado de neblina; los ojos le escocían y parpadeó varias veces, conteniendo las lágrimas.

    Todas las miradas se volvieron hacia ella. Había llegado la hora.

    Avanzó hacia la pira y el fuego de la antorcha se desató en llamas en la madera y las flores. Las flamas danzantes envolieron el cuerpo del príncipe en su cálido abrazo y lo consumieron. Ella se encogió detrás de su velo.

    Ella misma lo había preparado con cuidado como si temiera romperlo. Le vistió con la túnica que a él tanto le gustaba; la misma que llevó la noche en que escaparon del palacio real y se unieron a la celebración anual en la gran plaza, mezclándose con la multitud cómo dos ciudadanos comunes.

    Ahora las llamas devoraron ese recuerdo, junto a muchos otros: la primera vez que sus miradas se encontraron, su voz llamándola entre risas.

    El humo ascendía, y con él todo lo que vivieron se elevó hacia un lugar que ella no podía alcanzar.

    La urna con cenizas fue colocada frente a la estela con su nombre grabado en piedra. Ella permaneció de rodillas junto a esta, inmóvil, con el corazón destrozado y escuchando cómo los demás se alejaban rumbo al palacio.

    La madre del príncipe se detuvo a su lado. Con un gesto contenido, posó la mano sobre su hombro, tan cálida y familiar.

    ────Hija de la espuma y el cielo, su espíritu ha partido con honor. Esta tierra resguardará su nombre. Mientras el fuego de este reino permanezca encendido, él seguirá con nosotros.

    Entonces, inclinándose apenas hacia ella, su tono se suavizó.

    ────Él te amó y yo lo sé. Guárdalo y llévalo contigo. Porque ni las llamas, ni la muerte pueden arrebatárleto.

    El peso de su mano fue firme, a pesar del suave temblor que advirtió en su agarre. Luego se retiró en silencio, dejándole el espacio que ella necesitaba.

    Una sonrisa frágil asomó en los labios de Afro, entre la humedad de sus lágrimas.Tenue, pero sincera. Siempre había admirado eso de ella: incluso en la adversidad, se levantaba con la frente en alto. Con la espalda recta, los hombros firmes y esa mirada desafiando al mundo, con la fuerza de quién ha enfrentando mil batallas y era capaz de sostener el mundo sin vacilar.

    En ese instante, la diosa quiso beber de esa fortaleza.

    Los dedos de Afro rozaron la cerámica aún tibia. Eso... eso era lo único que quedaba del príncipe Anquises en el mundo.

    Apoyó su frente contra la estela y susurró plegarias sagradas que se mezclaron con el humo y la bruma. Con cuidado, colocó una corona de laurel y flores que ella misma había hecho y vertió una última libación de vino, dejando que el líquido humedeciera la piedra como un puente entre los vivos y los que ya no lo eran. Rozó la estela con un beso, un último beso de despedida, sellando su memoria en ese lugar.

    Cada paso que arrastraba, alejándola del bosque sagrado, se sentía tan irreal, un sueño del que no podía despertar. La procesión se desvanecía tras ella, entre cánticos apagados y el humo del incienso que se perdía en la neblina. El sendero de tierra cubierto de hojas la condujo de regreso al palacio, sus torres y murallas pálidas parecían más pesadas que nunca. Al cruzar sus puertas, el silencio se hizo más hondo que en el bosque.

    La ciudad estaba en luto por la pérdida de su príncipe. Ella lo estaba por algo más profundo: había perdido a quién había sido su confidente, su amigo, el hombre que la diosa había escogido. Con quién había compartido secretos, risas y sueños que ahora parecían evaporarse en el aire. Cada rincón del palacio, cada recuerdo que contenía en sus paredes, dolía como un eco que retumbaba sin parar.

    Se enjuagó las lágrimas con el puño y pese al dolor que la atravesaba, volvió a encarnar su papel de nodriza, el papel que el deber le exigía y que le ofreció un ancla en medio de la marea de la tormenta.

    Lo encontró sentado en las escaleras; el pequeño príncipe Eneas jugueteaba distraídamente con una figura de madera que tenía entre sus manos, balanceaba las piernas como si estuviera sumergido en el agua; un hábito que al observarlo, había aprendido que era su forma de manifestar nerviosismo.

    ────Hola, mi príncipe... –dijo ella suavemente, con una sonrisa tenue para diluir el luto– ¿Puedo acompañarte?

    Eneas levantó la vista. Sus ojos grandes y enrojecidos buscaron a su nodriza entre la bruma de las lágrimas. Por un instante vaciló y luego asintió con la cabeza, apoyando la figura de madera sobre el peldaño.

    ────Sí... me... me gustaría que te quedaras.

    Ella se sentó a su lado y juntos permanecieron en silencio, dejando que este se transformara en un refugio compartido. Eneas se abrazó a su cintura, rompiendo en llanto y la diosa acarició sus cabellos con suavidad, con ternura maternal.

    Por dentro, la pena la consumía como un fuego imposible de apagar, tentándola a ceder, a desbordarse. Pero por más que quisiera, no podía hacerlo. Debía mantenerse en su papel de nodriza. Debía mantenerse fuerte. Por Eneas. Por Anquises.

    Levantó la vista al brumoso cielo blanco fluorescente más allá de la ventana. En su pecho algo se mantuvo intacto: el recuerdo de Anquises y... esperanza. Ahora tenía una promesa que mantener, cuidar de su hijo. Por él, por ella, por ambos. Porque cuidar de su hijo, también era un acto de amor hacia su príncipe que partió.

    Mientras lo abrazaba, comprendió que proteger a Eneas, enseñarle, sostenerlo y estar para él en los momentos de dolor, era honrar la memoria de Anquises.

    La diosa del amor acompañó a su hijo, sin palabras. No las necesitaban.

    Mientras lo sostenía en sus brazos, sintió que la esperanza permanecía firme y luminosa. Un hilo invisible que unía el pasado, el presente y todo lo que aún estaba por venir.

    Afro sonrió.

    Tenía esperanza.
    𝐃𝐄𝐒𝐏𝐄𝐃𝐈𝐃𝐀𝐒 𝐘 𝐏𝐑𝐎𝐌𝐄𝐒𝐀𝐒 🌸 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 El sonido de las flautas y los tambores retumbó en el bosque, entrelazándose con los rezos funerarios. Pero ella los escuchaba distantes, como ecos que pertenecían a otro mundo. ────Y ahora derramo estas libaciones para los ancestros y los espíritus guardianes de esta tierra... paz con la naturaleza... paz con los dioses. La madre del príncipe se acercó a la pira de madera y derramó el vino, la miel dorada y la gotas blancas de leche que oscurecieron la tierra húmeda al caer. Los dedos helados de Afro se cerraron con fuerza alrededor de la antorcha. Inspiró hondo el aire impregnado de neblina; los ojos le escocían y parpadeó varias veces, conteniendo las lágrimas. Todas las miradas se volvieron hacia ella. Había llegado la hora. Avanzó hacia la pira y el fuego de la antorcha se desató en llamas en la madera y las flores. Las flamas danzantes envolieron el cuerpo del príncipe en su cálido abrazo y lo consumieron. Ella se encogió detrás de su velo. Ella misma lo había preparado con cuidado como si temiera romperlo. Le vistió con la túnica que a él tanto le gustaba; la misma que llevó la noche en que escaparon del palacio real y se unieron a la celebración anual en la gran plaza, mezclándose con la multitud cómo dos ciudadanos comunes. Ahora las llamas devoraron ese recuerdo, junto a muchos otros: la primera vez que sus miradas se encontraron, su voz llamándola entre risas. El humo ascendía, y con él todo lo que vivieron se elevó hacia un lugar que ella no podía alcanzar. La urna con cenizas fue colocada frente a la estela con su nombre grabado en piedra. Ella permaneció de rodillas junto a esta, inmóvil, con el corazón destrozado y escuchando cómo los demás se alejaban rumbo al palacio. La madre del príncipe se detuvo a su lado. Con un gesto contenido, posó la mano sobre su hombro, tan cálida y familiar. ────Hija de la espuma y el cielo, su espíritu ha partido con honor. Esta tierra resguardará su nombre. Mientras el fuego de este reino permanezca encendido, él seguirá con nosotros. Entonces, inclinándose apenas hacia ella, su tono se suavizó. ────Él te amó y yo lo sé. Guárdalo y llévalo contigo. Porque ni las llamas, ni la muerte pueden arrebatárleto. El peso de su mano fue firme, a pesar del suave temblor que advirtió en su agarre. Luego se retiró en silencio, dejándole el espacio que ella necesitaba. Una sonrisa frágil asomó en los labios de Afro, entre la humedad de sus lágrimas.Tenue, pero sincera. Siempre había admirado eso de ella: incluso en la adversidad, se levantaba con la frente en alto. Con la espalda recta, los hombros firmes y esa mirada desafiando al mundo, con la fuerza de quién ha enfrentando mil batallas y era capaz de sostener el mundo sin vacilar. En ese instante, la diosa quiso beber de esa fortaleza. Los dedos de Afro rozaron la cerámica aún tibia. Eso... eso era lo único que quedaba del príncipe Anquises en el mundo. Apoyó su frente contra la estela y susurró plegarias sagradas que se mezclaron con el humo y la bruma. Con cuidado, colocó una corona de laurel y flores que ella misma había hecho y vertió una última libación de vino, dejando que el líquido humedeciera la piedra como un puente entre los vivos y los que ya no lo eran. Rozó la estela con un beso, un último beso de despedida, sellando su memoria en ese lugar. Cada paso que arrastraba, alejándola del bosque sagrado, se sentía tan irreal, un sueño del que no podía despertar. La procesión se desvanecía tras ella, entre cánticos apagados y el humo del incienso que se perdía en la neblina. El sendero de tierra cubierto de hojas la condujo de regreso al palacio, sus torres y murallas pálidas parecían más pesadas que nunca. Al cruzar sus puertas, el silencio se hizo más hondo que en el bosque. La ciudad estaba en luto por la pérdida de su príncipe. Ella lo estaba por algo más profundo: había perdido a quién había sido su confidente, su amigo, el hombre que la diosa había escogido. Con quién había compartido secretos, risas y sueños que ahora parecían evaporarse en el aire. Cada rincón del palacio, cada recuerdo que contenía en sus paredes, dolía como un eco que retumbaba sin parar. Se enjuagó las lágrimas con el puño y pese al dolor que la atravesaba, volvió a encarnar su papel de nodriza, el papel que el deber le exigía y que le ofreció un ancla en medio de la marea de la tormenta. Lo encontró sentado en las escaleras; el pequeño príncipe Eneas jugueteaba distraídamente con una figura de madera que tenía entre sus manos, balanceaba las piernas como si estuviera sumergido en el agua; un hábito que al observarlo, había aprendido que era su forma de manifestar nerviosismo. ────Hola, mi príncipe... –dijo ella suavemente, con una sonrisa tenue para diluir el luto– ¿Puedo acompañarte? Eneas levantó la vista. Sus ojos grandes y enrojecidos buscaron a su nodriza entre la bruma de las lágrimas. Por un instante vaciló y luego asintió con la cabeza, apoyando la figura de madera sobre el peldaño. ────Sí... me... me gustaría que te quedaras. Ella se sentó a su lado y juntos permanecieron en silencio, dejando que este se transformara en un refugio compartido. Eneas se abrazó a su cintura, rompiendo en llanto y la diosa acarició sus cabellos con suavidad, con ternura maternal. Por dentro, la pena la consumía como un fuego imposible de apagar, tentándola a ceder, a desbordarse. Pero por más que quisiera, no podía hacerlo. Debía mantenerse en su papel de nodriza. Debía mantenerse fuerte. Por Eneas. Por Anquises. Levantó la vista al brumoso cielo blanco fluorescente más allá de la ventana. En su pecho algo se mantuvo intacto: el recuerdo de Anquises y... esperanza. Ahora tenía una promesa que mantener, cuidar de su hijo. Por él, por ella, por ambos. Porque cuidar de su hijo, también era un acto de amor hacia su príncipe que partió. Mientras lo abrazaba, comprendió que proteger a Eneas, enseñarle, sostenerlo y estar para él en los momentos de dolor, era honrar la memoria de Anquises. La diosa del amor acompañó a su hijo, sin palabras. No las necesitaban. Mientras lo sostenía en sus brazos, sintió que la esperanza permanecía firme y luminosa. Un hilo invisible que unía el pasado, el presente y todo lo que aún estaba por venir. Afro sonrió. Tenía esperanza.
    Me encocora
    Me entristece
    Me gusta
    9
    0 turnos 0 maullidos
  • : : ❲ ℰsᴄᴇɴᴀ — 𝒞ᴀɴᴏ́ɴɪᴄᴀ ❳ : :

    Seguramente habían pasado horas desde que él la dejó, desde que cruzó la puerta y se negó a regresar al espacio que compartían juntos. No le sorprendía, a decir verdad. Después de todo, sabía que él sentía que lo había abandonado hacía tiempo, aunque su intención jamás había sido esa. No guardaba esperanzas de que regresara, de que la buscara de nuevo. Ya había dejado claro que era lo que necesitaba y quería.

    Quizás tenía razón. Durante ese tiempo, sus pensamientos se dedicaron a sopesar aquellas ventajas y desventajas que tenía involucrarse en aquella guerra. Era lealtad lo que la motivaba, pero, ¿Hacía quién estaba realmente su lealtad? El vilturmita, Invencible, era su amigo... el primero que podía decir que tenía verdaderamente. Su amistad y lazo era tan genuino que incluso se había cuestionado si tenía razón Grimmjow y había algo más que ella no quisiera ver.

    Pero siempre llegaba a la misma conclusión; el rostro del peliazul se interponía, sus recuerdos y pensamientos siempre viajaban hasta él. Después de intentar por horas alejarlo de sus memorias, entendió que estaba de más intentarlo, la respuesta era clara. Grimmjow era su hogar, era lo que quería y necesitaba; podía prescindir de lo demás, pero de él nunca. Estaría dispuesta a sacrificar cualquier cosa y a cualquier persona por él. Siempre había sido él.

    Tardó un rato más en ponerse en pie. Ya lo tenía claro, abandonaría el mundo humano y renunciaría a todo, con tal de existir al lado del peliazul. Y aunque la claridad estaba por fin en su cabeza, no lo hacía menos doloroso. Él no tenía por que saberlo, no tenía por que enterarse del esfuerzo y el sacrificio que ella haría por él, así que no lo llamó. Cuando dejó de temblar, se colocó en pie, mirando al cielo nocturno una vez más. Pronto sería el único cielo que podría ver.

    Un ruido de tela desgarrándose y la cicatriz de Garganta apareció frente a ella. No era su batalla, no le incumbía del todo esa pelea, solo iría una última vez a despedirse, a darles la poca información que tenía y luego, nunca más los volvería a ver. El corazón se le encogió un poco ante esa idea, pero ya había tomado una decisión. Garganta se cerró tras ella, cuando por fin hubo entrado del todo en aquel portal.

    La luz del cielo de aquel país extraño la cegó, pero cuando por fin salió, bastó solo un momento para que pesquisa hiciera lo suyo. No estaba tan lejos. Y estaba también su compañera. Sonrió, avanzando con Sonido en su dirección; al menos podría disculparse por sus modales cuando la conoció por primera vez siendo una infante.
    : : ❲ ℰsᴄᴇɴᴀ — 𝒞ᴀɴᴏ́ɴɪᴄᴀ ❳ : : Seguramente habían pasado horas desde que él la dejó, desde que cruzó la puerta y se negó a regresar al espacio que compartían juntos. No le sorprendía, a decir verdad. Después de todo, sabía que él sentía que lo había abandonado hacía tiempo, aunque su intención jamás había sido esa. No guardaba esperanzas de que regresara, de que la buscara de nuevo. Ya había dejado claro que era lo que necesitaba y quería. Quizás tenía razón. Durante ese tiempo, sus pensamientos se dedicaron a sopesar aquellas ventajas y desventajas que tenía involucrarse en aquella guerra. Era lealtad lo que la motivaba, pero, ¿Hacía quién estaba realmente su lealtad? El vilturmita, Invencible, era su amigo... el primero que podía decir que tenía verdaderamente. Su amistad y lazo era tan genuino que incluso se había cuestionado si tenía razón Grimmjow y había algo más que ella no quisiera ver. Pero siempre llegaba a la misma conclusión; el rostro del peliazul se interponía, sus recuerdos y pensamientos siempre viajaban hasta él. Después de intentar por horas alejarlo de sus memorias, entendió que estaba de más intentarlo, la respuesta era clara. Grimmjow era su hogar, era lo que quería y necesitaba; podía prescindir de lo demás, pero de él nunca. Estaría dispuesta a sacrificar cualquier cosa y a cualquier persona por él. Siempre había sido él. Tardó un rato más en ponerse en pie. Ya lo tenía claro, abandonaría el mundo humano y renunciaría a todo, con tal de existir al lado del peliazul. Y aunque la claridad estaba por fin en su cabeza, no lo hacía menos doloroso. Él no tenía por que saberlo, no tenía por que enterarse del esfuerzo y el sacrificio que ella haría por él, así que no lo llamó. Cuando dejó de temblar, se colocó en pie, mirando al cielo nocturno una vez más. Pronto sería el único cielo que podría ver. Un ruido de tela desgarrándose y la cicatriz de Garganta apareció frente a ella. No era su batalla, no le incumbía del todo esa pelea, solo iría una última vez a despedirse, a darles la poca información que tenía y luego, nunca más los volvería a ver. El corazón se le encogió un poco ante esa idea, pero ya había tomado una decisión. Garganta se cerró tras ella, cuando por fin hubo entrado del todo en aquel portal. La luz del cielo de aquel país extraño la cegó, pero cuando por fin salió, bastó solo un momento para que pesquisa hiciera lo suyo. No estaba tan lejos. Y estaba también su compañera. Sonrió, avanzando con Sonido en su dirección; al menos podría disculparse por sus modales cuando la conoció por primera vez siendo una infante.
    Me gusta
    Me encocora
    6
    0 turnos 0 maullidos
  • "Ha pasado un tiempo desde la última vez que rondé por acá, la intriga sobre las historias que pueden tener para mí es sin duda algo que me inquieta."
    "Ha pasado un tiempo desde la última vez que rondé por acá, la intriga sobre las historias que pueden tener para mí es sin duda algo que me inquieta."
    Me gusta
    Me encocora
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • Con esta pluma, escribiré la Última canción, el último verso y el último vals...

    De ahí solo quedará el silencio.
    Con esta pluma, escribiré la Última canción, el último verso y el último vals... De ahí solo quedará el silencio.
    Me encocora
    1
    3 turnos 0 maullidos
  • "𝘕𝘺𝘬𝘦 𝘋𝘢𝘦𝘯𝘦𝘳𝘺𝘴 𝘑𝘦𝘭𝘮𝘢̄𝘻𝘮𝘰 𝘩𝘦𝘯 𝘛𝘢𝘳𝘨𝘢̄𝘳𝘪𝘰 𝘓𝘦𝘯𝘵𝘳𝘰𝘵, 𝘩𝘦𝘯 𝘝𝘢𝘭𝘺𝘳𝘪𝘰 𝘜𝘦̄𝘱𝘰 𝘢̄𝘯𝘰𝘨𝘢𝘳 𝘪𝘬𝘴𝘢𝘯. 𝘝𝘢𝘭𝘺𝘳𝘪𝘰 𝘮𝘶𝘯̃𝘰 𝘦̄𝘯𝘨𝘰𝘴 𝘯̃𝘶𝘩𝘺𝘴 𝘪𝘴𝘴𝘢."

    Aquellas palabras pronunciadas en su lengua materna, esas que pronunció en Astapor, aun vibraban en su memoria de vez en cuando. No recordaba la última vez que había hablado en la lengua de la antigua Valyria, puede que desde mucho antes de que Viserys perdiera la cabeza...

    Y aun entonces le parecía poético que esas palabras hubieran sido la antesala para la concesión de libertad de sus inmaculados.

    "𝘋𝘰𝘷𝘢𝘰𝘨𝘦̄𝘥𝘺𝘴! 𝘈̄𝘦𝘬𝘴𝘪𝘢 𝘰𝘴𝘴𝘦̄𝘯𝘢̄𝘵𝘢̄𝘴, 𝘮𝘦𝘯𝘵𝘪 𝘰𝘴𝘴𝘦̄𝘯𝘢̄𝘵𝘢̄𝘴, 𝘲𝘪𝘭𝘰̄𝘯𝘪 𝘱𝘪𝘭𝘰𝘴 𝘭𝘶𝘦 𝘷𝘢𝘭𝘦 𝘵𝘰𝘭𝘷𝘪𝘦 𝘰𝘴𝘴𝘦̄𝘯𝘢̄𝘵𝘢̄𝘴, 𝘺𝘯 𝘳𝘪𝘯̃𝘦 𝘥𝘰̄𝘳𝘦 𝘰̄𝘥𝘳𝘪𝘬𝘢̄𝘵𝘢̄𝘴. 𝘜𝘳𝘯𝘦𝘵 𝘭𝘶𝘰 𝘣𝘶𝘻𝘥𝘢𝘳𝘰 𝘵𝘰𝘭𝘷𝘪𝘰 𝘣𝘦𝘭𝘮𝘢 𝘱𝘳𝘺𝘫𝘢̄𝘵𝘢̄𝘴!"


    ㅤㅤㅤㅤㅤ #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    "𝘕𝘺𝘬𝘦 𝘋𝘢𝘦𝘯𝘦𝘳𝘺𝘴 𝘑𝘦𝘭𝘮𝘢̄𝘻𝘮𝘰 𝘩𝘦𝘯 𝘛𝘢𝘳𝘨𝘢̄𝘳𝘪𝘰 𝘓𝘦𝘯𝘵𝘳𝘰𝘵, 𝘩𝘦𝘯 𝘝𝘢𝘭𝘺𝘳𝘪𝘰 𝘜𝘦̄𝘱𝘰 𝘢̄𝘯𝘰𝘨𝘢𝘳 𝘪𝘬𝘴𝘢𝘯. 𝘝𝘢𝘭𝘺𝘳𝘪𝘰 𝘮𝘶𝘯̃𝘰 𝘦̄𝘯𝘨𝘰𝘴 𝘯̃𝘶𝘩𝘺𝘴 𝘪𝘴𝘴𝘢." Aquellas palabras pronunciadas en su lengua materna, esas que pronunció en Astapor, aun vibraban en su memoria de vez en cuando. No recordaba la última vez que había hablado en la lengua de la antigua Valyria, puede que desde mucho antes de que Viserys perdiera la cabeza... Y aun entonces le parecía poético que esas palabras hubieran sido la antesala para la concesión de libertad de sus inmaculados. "𝘋𝘰𝘷𝘢𝘰𝘨𝘦̄𝘥𝘺𝘴! 𝘈̄𝘦𝘬𝘴𝘪𝘢 𝘰𝘴𝘴𝘦̄𝘯𝘢̄𝘵𝘢̄𝘴, 𝘮𝘦𝘯𝘵𝘪 𝘰𝘴𝘴𝘦̄𝘯𝘢̄𝘵𝘢̄𝘴, 𝘲𝘪𝘭𝘰̄𝘯𝘪 𝘱𝘪𝘭𝘰𝘴 𝘭𝘶𝘦 𝘷𝘢𝘭𝘦 𝘵𝘰𝘭𝘷𝘪𝘦 𝘰𝘴𝘴𝘦̄𝘯𝘢̄𝘵𝘢̄𝘴, 𝘺𝘯 𝘳𝘪𝘯̃𝘦 𝘥𝘰̄𝘳𝘦 𝘰̄𝘥𝘳𝘪𝘬𝘢̄𝘵𝘢̄𝘴. 𝘜𝘳𝘯𝘦𝘵 𝘭𝘶𝘰 𝘣𝘶𝘻𝘥𝘢𝘳𝘰 𝘵𝘰𝘭𝘷𝘪𝘰 𝘣𝘦𝘭𝘮𝘢 𝘱𝘳𝘺𝘫𝘢̄𝘵𝘢̄𝘴!" ㅤㅤㅤㅤㅤ #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    Me gusta
    Me encocora
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • Alexa Selene --Siéntense juntos--- ¿Te preocupo?
    Somos amigos desde hace años... pero últimamente siento que te preocupas por cómo me siento y lo que hago.
    [Alexbl] --Siéntense juntos--- ¿Te preocupo? Somos amigos desde hace años... pero últimamente siento que te preocupas por cómo me siento y lo que hago.
    Me gusta
    Me encocora
    2
    10 turnos 0 maullidos
  • RED TIDE.
    Fandom Game Of Thrones
    Categoría Romance
    STARTER PARA 𝚂𝙰𝙽𝙳𝙾𝚁 𝙲𝙻𝙴𝙶𝙰𝙽𝙴


    La entrada a la Torre de la Mano estaba flanqueada por más guardias. El interior olía a papiro viejo, a cera derretida y a madera encerada. Pero su vista no se posó en los estantes, ni en la mesa central, ni siquiera en la figura menuda que la esperaba allí.
    Aquel lugar le traía demasiados recuerdos. Recuerdos dolorosos. ¿Cuánto tiempo hacía que la había castigado con su ausencia? Ahora, estar allí solo le hacía sentir una cosa: que lo necesitaba más de lo que quería admitir. No solo era el olor de los libros o los muebles, era el suyo, el de él. Ahí dentro olía demasiado al hombre que tanto deseaba, y aquello solo hizo que desestabilizarla.
    Serenna cerró los ojos un segundo, como si el aroma le trajera de vuelta no solo los recuerdos en su mente, sino en su cuerpo. Podía sentirlo: sus manos, sujetándola, incitándola a seguir leyendo. Deteniéndola, manejándola a su antojo.
    Tyrion, que la observaba desde el centro de la estancia, no dijo nada al principio. Se limitó a mirarla. Sus ojos, pequeños y astutos, leyeron cada gesto. Sabía a quién buscaba. Y también por qué.
    —Él no está aquí —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Se ha marchado antes del amanecer. Supongo que también os habéis preguntado dónde está vuestro sabueso. No irán lejos, pero no volverán hasta bien entrada la noche.
    —Él no es mi sabueso —lo corrigió ella, avanzando hacia la mesa—. Pero sí, me lo he preguntado —tomó asiento—. ¿Dónde han ido?
    Tyrion la miró con un deje de ternura, incluso de lástima.
    —Volverán. Sanos y salvos —Tyrion enarcó una ceja, y entonces, se corrigió—: O eso espero.
    Serenna lo miró con advertencia.
    —Es lo habitual —continuó Tyrion—. Ya conocéis a mi padre. Lo ha sido también para vos. Aunque de una forma muy distinta... —dijo, más para sí mismo que para ella—. Estáis acostumbrada a esto.
    La mesa estaba cubierta de mapas, libros abiertos, pergaminos que olían a sal y tinta seca. Tyrion había reunido todo lo necesario para una lección completa sobre las casas del Mar Angosto, y en especial, sobre los Velaryon.
    —¿Dónde concluisteis vuestras lecciones la última vez? —preguntó. Pero la mirada que le dedicó Serenna no fue del todo afable.
    Recordarle a Tywin solo hacía que tensarla más. Como si estuviera riéndose del castigo que él mismo le había impuesto, recordándoselo, restregándoselo.
    —Ya... —dijo entonces, apretando los labios, enarcando una ceja—. Creo que lo mejor será tomar un nuevo rumbo. ¿Qué tal vuestra descendencia?
    Serenna no respondió, su mirada se paseó por la estancia, como si ver algo en distinto lugar pudiera hacerle verle ahí: reubicando, tocando, manipulando.
    Cuánto lo echaba de menos... Cuánto deseaba volver a verle, volver a… sentirle.
    —Vuestra sangre es antigua —comenzó, al ver que ella no parecía querer colaborar—. Noble. Rica. Terriblemente incómoda de llevar, imagino.
    Ahora sí, lo miró. Pero una vez más, no parecía estar en la misma conversación que él, ni querer continuar.
    Tyrion no dijo nada al respecto. En lugar de eso, desenrolló un pergamino con el escudo de su casa: el hipocampo plateado sobre el verde marino.
    —Los Velaryon fueron navegantes antes de que muchas casas aprendieran a flotar. Antes de que los dragones surcaran el cielo, ellos surcaban el agua. Hicieron fortuna, guerra, alianzas, y leyendas.
    Serenna inclinó la cabeza.
    —¿Y por qué debería importarme una historia hecha de sal y hombres muertos?
    —Porque sois el final de esa historia —respondió él sin perder el ritmo—. Porque cuando seáis Reina de Marcaderiva, y os digan que sois una bastarda con suerte, tendréis que recordarles que vuestro linaje hunde raíces más profundas que sus espadas. Y más viejas que sus prejuicios.
    Ella lo miró. Por primera vez desde que había entrado, lo miró de verdad.
    Y entonces, un espasmo. Fuerte, sordo, implacable.
    Serenna se tensó. Sus hombros se recogieron, su vientre se contrajo, y un leve gesto crispó su rostro antes de que pudiera evitarlo. Cerró los ojos un instante. Su mano derecha se apoyó sobre el borde del banco. Respiró por la nariz.
    Tyrion dejó de hablar al instante.
    No hizo preguntas. Solo la observó. Un parpadeo lento, un leve cambio en su postura.
    —¿Mi Lady?… —preguntó, alzando ambas cejas.
    —Estoy bien —respondió con la voz contenida, pero firme.
    Él por supuesto no insistió. Solo se reclinó un poco en el asiento y bajó la mirada hacia los pergaminos, carraspeando la garganta.
    —Como decía, vuestra familia está acostumbrada al mar. No sois la primera Velaryon en detestar la tierra firme. Vuestros antepasados tenían tanto de pez como de hombre. Dormían en cubiertas abiertas, comían lo que pescaban, y según algunos poetas... respiraban sal.
    Serenna volvió a mirar el escudo de su casa.
    —¿Y vos creéis en esas cosas? —preguntó—. ¿En las leyendas?
    Tyrion tomó un sorbo de su copa, luego giró uno de los pergaminos, mostrando una línea de tiempo pintada con esmero.
    —La historia es una suma de mentiras que el tiempo ha vuelto útiles. Pero algunas leyendas... tienen raíces demasiado profundas como para ignorarlas.
    Ella lo miró un segundo más, como evaluando algo. Luego bajó la vista.
    —He oído que los Velaryon se relacionaron con los Targaryen —murmuró—. Que… engendraron hijos, juntos.
    Tyrion arqueó una ceja. El tono había cambiado. Ya no hablaba solo por curiosidad. Había algo en su voz… algo más íntimo, más personal.
    —Lo hicieron —admitió con un tono más grave—. En más de una ocasión, de hecho. No era extraño que las casas valyrias entrelazaran su sangre… sobre todo cuando esa sangre era considerada sagrada.
    Silencio.
    Tyrion la observó sin disimulo, con una perspicacia que rara vez se permitía mostrar tan abiertamente.
    —¿Y vos? —preguntó entonces—. ¿Creéis que en vuestras venas hay algo más que sal y tormentas?
    Serenna no respondió de inmediato. Su mirada se perdió un momento en la superficie de la mesa, donde la tinta trazaba rutas marítimas. Luego alzó los ojos, y los clavó en él.
    —Creo que si en mis venas corriera sangre Targaryen vuestro padre ya hubiera acabado conmigo. ¿Me equivoco?
    Tyrion no parpadeó, pero su expresión cambió, como si aquella frase hubiera hendido una capa más profunda.
    —No os equivocáis —dijo al fin, con calma—. Pero tampoco estáis del todo en lo cierto.
    Se inclinó hacia delante, despacio, con el ceño levemente fruncido.
    —Mi padre no mata a alguien porque sí. No si puede usaros primero. No si puede exprimiros hasta dejaros seca… y convertiros en un estandarte útil.
    —¿Entonces por qué me permite seguir aquí?
    —Porque, de momento, lo que sois… le conviene.
    —¿De verdad creéis que es por la relación que tuvo con mi padre?...
    —Creo que eso ayudó —admitió—. Pero no es la razón —Se echó hacia atrás, con un suspiro que arrastró parte de la tensión, pero no la disipó del todo—. Tywin Lannister no mantiene a alguien a su lado por afecto, Serenna. Guarda todo lo que pueda usar a su favor cuando llegue el momento. Vuestro padre fue útil, sí. Pero vos también lo sois. Ahora.
    —No se me ocurre por qué podría resultarle útil… Él mismo lo dijo: que era una idiota, una necia por lo que había hecho. Por eso llevo todo este tiempo encerrada. Porque no me… considera útil.
    —El error que cometisteis —prosiguió Tyrion—, no fue escapar al mar. Fue recordarle que no puede controlarlo todo. Ni siquiera a vos. Y eso… eso enfurece a mi padre más de lo que podríais imaginar.
    —¿Y qué debo hacer para que me perdone? ¿Para poder… volver al mar?...
    Tyrion suspiró despacio, apoyando los codos sobre la mesa, entrelazó los dedos y la miró.
    —Nada —dijo al fin—. No hay gesto o palabra que os garantice su perdón.
    —¿Entonces?...
    —Saldréis cuando él vea que encerraros le cuesta más que teneros suelta. Cuando vuestra ausencia pese más que vuestra desobediencia —Hizo una pausa—. Y eso solo lo lograréis convirtiendo vuestra jaula en un trono. No llorando tras los barrotes… sino aprendiendo a gobernar desde ellos.
    —No os entiendo...
    —¿Conocéis la diferencia entre un peón y una reina?
    Serenna negó.
    —El peón se lanza hacia delante. La reina espera, se mueve cuando quiere… y cuando lo hace, nadie puede detenerla.
    —Pero yo no soy ninguna reina. Ni pretendo serlo. Y está claro que él nunca me verá como tal.
    Tyrion sostuvo su mirada con una intensidad insólita. Por un instante, sus ojos dejaron de ser los de un Lannister y se tornaron los de un hombre que conocía de cerca lo que era ser menospreciado.
    —Eso es lo que os convierte en una amenaza aún mayor —dijo, con voz baja pero firme—. Las reinas que nacen para reinar son previsibles. Las que no lo hacen… son impredecibles. Y las impredecibles hacen temblar los cimientos.
    Serenna apretó los labios. Sus manos se cerraron sobre el faldón de su vestido, como si contuviera en los puños algo que no sabía cómo liberar.
    —No quiero hacer temblar nada. Solo quiero volver a ser libre.
    —Exacto —Tyrion alzó una ceja, casi con ternura—. Esa es precisamente la diferencia. Él os encerró creyendo que rompería vuestra voluntad. Pero seguís deseando lo único que él no puede daros. La libertad no se otorga, Serenna, se escoge. Se toma.
    Ella bajó la mirada, despacio, frunciendo el ceño, con aquellos pensamientos tomando forma en su mente.
    —Mi Lord… —dijo, y Tyrion sonrió, como si no estuviese acostumbrado a que lo trataran… bien—. Antes hablasteis sobre los Targaryens y los Velaryon. Sé que ellos tenían dragones. Los Velaryon… ¿qué teníamos que pudiera interesar a alguien como… los Targaryen?
    Tyrion dejó la copa a un lado, despacio. La sonrisa se desvaneció con suavidad, no por desagrado, sino porque aquella pregunta le intrigaba.
    —Los Targaryen eran fuego —dijo en un too reverente—. Los Velaryon… eran el mar. —Hizo una pausa—. No teníais dragones —continuó—. Pero navegasteis antes que nadie. Surcasteis las rutas entre islas cuando otros apenas sabían mirar más allá de la costa. Había quien decía que los Targaryen eran los conquistadores… pero sin los Velaryon, su conquista no habría cruzado jamás el mar Angosto.
    —Creo que no me estáis…
    —Y hay más —la interrumpió—. Leyendas apenas susurradas. Antiguas incluso para Valyria. En lo profundo, en lo oscuro, criaturas que no vuelan, pero que se deslizan entre corrientes y ruinas olvidadas. Serpientes, leviatanes. Sombras con ojos.
    Ella no se movió, pero sus labios se entreabrieron apenas, como si algo dentro de sí reconociera aquella idea.
    —¿Habláis de… monstruos… marinos?
    —Algunos los llaman monstruos —dijo Tyrion, inclinándose apenas hacia adelante—. Otros, dioses. Depende de a quién preguntéis… y de cuánto haya visto.
    Serenna contuvo la respiración.
    —Mi madre solía hablar de eso —dijo, con un hilo de voz—. Decía que algunas líneas de sangre podían despertar a esas criaturas. Que no respondían al hierro… sino a la llamada de su linaje.
    Tyrion frunció el ceño apenas.
    —Una vez oí hablar de una criatura en las Islas del Verano —continuó—. Dicen que emergía solo cuando los niños desaparecían. Que tenía alas membranosas y una cabeza tan alargada como la vela mayor de un barco. Se movía sin romper la superficie, deslizándose. Como una sombra bajo el mundo.
    —¿Y creéis que son reales? Esas... criaturas... Mi Lord...
    —No lo sé. Pero cuando un marinero vive más de sesenta años y aún no ha tocado fondo...
    Serenna se quedó en silencio un momento más. Miró el mapa, luego el mar pintado con tinta azul, y el hipocampo de su escudo.
    —Tal vez no todos los dragones vuelen —susurró.
    Tyrion la observó en silencio.
    —Los que caen y sobreviven, Lady Serenna —dijo al fin—, suelen ser los más peligrosos.
    Y por fin, Tyrion pudo ver el atisbo de una sonrisa.
    —Lord Tyrion… De… existir esas criaturas… ¿Creéis que alguna de ellas habría vivido aquí? ¿En Poniente?… En… el mar que nos rodea.
    Tyrion entrecerró los ojos.
    —En Poniente… —repitió, con lentitud—. Hay quienes creen que las profundidades del Mar del Ocaso no tienen fin. Que hay grietas tan hondas que ni la luz ni el tiempo las alcanzan. Que en las aguas al sur de Rocadragón, a veces los barcos desaparecen sin dejar rastro.
    —Mi padre hablaba del estrecho de Marcaderiva —dijo de pronto—. Decía que había zonas donde las redes salían rasgadas. Donde los peces no volvían.
    Tyrion la contempló en silencio, atento.
    —Pero también hablaba de estas aguas… —continuó, casi para sí misma—. Decía que el mar de aquí no se parece a ningún otro. Que parece manso, seguro. Pero que en realidad…
    Tyrion frunció el ceño, ladeando la cabeza, curioso.
    —¿En realidad…?
    —…es el más inseguro —Levantó la mirada—. Contaba historias de reyes y de príncipes que dormían tranquilos en sus fortalezas, convencidos de que el poder les pertenecía solo por ocupar un trono. —Sus dedos rozaron el borde del mapa, distraídos—. Creían que el peligro venía del norte, de los campos de batalla, de la traición de los hombres. Pero bajo sus castillos, Mi Lord… bajo sus torres de piedra, bajo su orgullo… dormían criaturas que no conocen de leyes, ni coronas. Criaturas que podrían reducir un reino entero a ruinas con el solo batir de su cola. Y ellos ni siquiera tendrían tiempo de mirar hacia abajo.
    Tyrion la observó durante unos segundos más. En el rostro de Serenna no quedaba rastro de duda. Lo que antes era tristeza o resignación se había tornado en algo más sutil y mucho más difícil de controlar: determinación.
    Y aquello, lo inquietó.
    Desvió la mirada con un suspiro casi imperceptible. Apoyó las manos en el borde de la mesa, como si de pronto el peso de la conversación lo reclamara de vuelta a tierra firme.
    —Bien —dijo, en voz baja, con una leve sacudida de cabeza—. Creo que hemos hablado suficiente por hoy.
    Intentó sonreír, pero la mueca apenas alcanzó a suavizar el gesto. No era cinismo lo que temblaba en sus labios, sino cautela.
    —Mi intención era distraeros un poco, no… daros alas —añadió con tono más ligero, aunque no del todo convincente—. O branquias, en este caso.
    Ella no respondió. Seguía absorta, los ojos clavados en el mapa como si, de repente, lo viera por primera vez.
    —Mi Lady... —la llamó Tyrion, más serio esta vez—. Escuchad... Solo son... leyendas. No os dejéis arrastrar por lo que podría ser. No ahora. Lo último que necesitáis es otro motivo para desafiarlo.
    Ella alzó la vista con lentitud.
    Tyrion se enderezó con suavidad y recogió un par de papeles del escritorio. Luego, al pasar junto a ella, se detuvo brevemente.
    —Mañana hablaremos de comercio marítimo y alianzas entre casas. Algo… menos poético, y mucho menos propenso a tentaros a nadar hasta la ruina —le dedicó una última mirada, casi a modo de advertencia—. No le deis a mi padre más razones para manteneros encerrada...
    Colocó su mano sobre la de ella, un ligero apretón. Y es que, realmente la apreciaba. Él no era Cersei, él quería a esa chica por quien era, no por lo que su hermana creía que les había arrebatado. Ella no tenía la culpa de que su padre la hubiera elegido.
    Él ya hacía tiempo que se había resignado, y la envidia no formaba parte de sí.
    Tyrion se marchó. La puerta se cerró con suavidad, dejándola sola con el mapa y el escudo.

    La noche caía sobre Desembarco del Rey con lentitud propia. Las torres de la Fortaleza Roja, recortadas contra un cielo encapotado, comenzaban a encender sus antorchas mientras la ciudad se sumía en su habitual murmullo nocturno. La brisa del mar traía consigo el olor del puerto y el rumor constante de los navíos meciéndose en los muelles.
    Una tropa de hombres montados a caballo, atravesaban la Puerta del Río sin ceremonia. Sus capas polvorientas y el barro seco en los flancos de los caballos hablaban de un viaje largo.
    Habían cabalgado hasta Rosby aquella mañana, tras una carta urgente llegada al amanecer. Un asunto de recursos, según Tywin: un cargamento de suministros que se retrasaba, una deuda que debía cobrarse con presencia, y una amenaza velada de deslealtad por parte de un vasallo menor. Rosby no quedaba lejos, apenas una jornada de ida y vuelta si se apresuraban.
    No necesitaba a Sandor para negociar, pero sí para recordar que la disuasión podía ir más allá de las palabras. Su sola presencia bastaba para sembrar el respeto.
    El camino de regreso fue tranquilo, pero no silencioso del todo. Tywin encabezaba al grupo de hombres, siempre reflexivo tras cerrar un trato. Cabalgaba con el entrecejo fruncido, ordenando pensamientos y estrategias. Sandor lo seguía, casi a su misma altura.
    —Tenéis algo en la mente, Clegane —dijo Tywin, sin mirarlo.
    STARTER PARA [THEH0UND] La entrada a la Torre de la Mano estaba flanqueada por más guardias. El interior olía a papiro viejo, a cera derretida y a madera encerada. Pero su vista no se posó en los estantes, ni en la mesa central, ni siquiera en la figura menuda que la esperaba allí. Aquel lugar le traía demasiados recuerdos. Recuerdos dolorosos. ¿Cuánto tiempo hacía que la había castigado con su ausencia? Ahora, estar allí solo le hacía sentir una cosa: que lo necesitaba más de lo que quería admitir. No solo era el olor de los libros o los muebles, era el suyo, el de él. Ahí dentro olía demasiado al hombre que tanto deseaba, y aquello solo hizo que desestabilizarla. Serenna cerró los ojos un segundo, como si el aroma le trajera de vuelta no solo los recuerdos en su mente, sino en su cuerpo. Podía sentirlo: sus manos, sujetándola, incitándola a seguir leyendo. Deteniéndola, manejándola a su antojo. Tyrion, que la observaba desde el centro de la estancia, no dijo nada al principio. Se limitó a mirarla. Sus ojos, pequeños y astutos, leyeron cada gesto. Sabía a quién buscaba. Y también por qué. —Él no está aquí —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Se ha marchado antes del amanecer. Supongo que también os habéis preguntado dónde está vuestro sabueso. No irán lejos, pero no volverán hasta bien entrada la noche. —Él no es mi sabueso —lo corrigió ella, avanzando hacia la mesa—. Pero sí, me lo he preguntado —tomó asiento—. ¿Dónde han ido? Tyrion la miró con un deje de ternura, incluso de lástima. —Volverán. Sanos y salvos —Tyrion enarcó una ceja, y entonces, se corrigió—: O eso espero. Serenna lo miró con advertencia. —Es lo habitual —continuó Tyrion—. Ya conocéis a mi padre. Lo ha sido también para vos. Aunque de una forma muy distinta... —dijo, más para sí mismo que para ella—. Estáis acostumbrada a esto. La mesa estaba cubierta de mapas, libros abiertos, pergaminos que olían a sal y tinta seca. Tyrion había reunido todo lo necesario para una lección completa sobre las casas del Mar Angosto, y en especial, sobre los Velaryon. —¿Dónde concluisteis vuestras lecciones la última vez? —preguntó. Pero la mirada que le dedicó Serenna no fue del todo afable. Recordarle a Tywin solo hacía que tensarla más. Como si estuviera riéndose del castigo que él mismo le había impuesto, recordándoselo, restregándoselo. —Ya... —dijo entonces, apretando los labios, enarcando una ceja—. Creo que lo mejor será tomar un nuevo rumbo. ¿Qué tal vuestra descendencia? Serenna no respondió, su mirada se paseó por la estancia, como si ver algo en distinto lugar pudiera hacerle verle ahí: reubicando, tocando, manipulando. Cuánto lo echaba de menos... Cuánto deseaba volver a verle, volver a… sentirle. —Vuestra sangre es antigua —comenzó, al ver que ella no parecía querer colaborar—. Noble. Rica. Terriblemente incómoda de llevar, imagino. Ahora sí, lo miró. Pero una vez más, no parecía estar en la misma conversación que él, ni querer continuar. Tyrion no dijo nada al respecto. En lugar de eso, desenrolló un pergamino con el escudo de su casa: el hipocampo plateado sobre el verde marino. —Los Velaryon fueron navegantes antes de que muchas casas aprendieran a flotar. Antes de que los dragones surcaran el cielo, ellos surcaban el agua. Hicieron fortuna, guerra, alianzas, y leyendas. Serenna inclinó la cabeza. —¿Y por qué debería importarme una historia hecha de sal y hombres muertos? —Porque sois el final de esa historia —respondió él sin perder el ritmo—. Porque cuando seáis Reina de Marcaderiva, y os digan que sois una bastarda con suerte, tendréis que recordarles que vuestro linaje hunde raíces más profundas que sus espadas. Y más viejas que sus prejuicios. Ella lo miró. Por primera vez desde que había entrado, lo miró de verdad. Y entonces, un espasmo. Fuerte, sordo, implacable. Serenna se tensó. Sus hombros se recogieron, su vientre se contrajo, y un leve gesto crispó su rostro antes de que pudiera evitarlo. Cerró los ojos un instante. Su mano derecha se apoyó sobre el borde del banco. Respiró por la nariz. Tyrion dejó de hablar al instante. No hizo preguntas. Solo la observó. Un parpadeo lento, un leve cambio en su postura. —¿Mi Lady?… —preguntó, alzando ambas cejas. —Estoy bien —respondió con la voz contenida, pero firme. Él por supuesto no insistió. Solo se reclinó un poco en el asiento y bajó la mirada hacia los pergaminos, carraspeando la garganta. —Como decía, vuestra familia está acostumbrada al mar. No sois la primera Velaryon en detestar la tierra firme. Vuestros antepasados tenían tanto de pez como de hombre. Dormían en cubiertas abiertas, comían lo que pescaban, y según algunos poetas... respiraban sal. Serenna volvió a mirar el escudo de su casa. —¿Y vos creéis en esas cosas? —preguntó—. ¿En las leyendas? Tyrion tomó un sorbo de su copa, luego giró uno de los pergaminos, mostrando una línea de tiempo pintada con esmero. —La historia es una suma de mentiras que el tiempo ha vuelto útiles. Pero algunas leyendas... tienen raíces demasiado profundas como para ignorarlas. Ella lo miró un segundo más, como evaluando algo. Luego bajó la vista. —He oído que los Velaryon se relacionaron con los Targaryen —murmuró—. Que… engendraron hijos, juntos. Tyrion arqueó una ceja. El tono había cambiado. Ya no hablaba solo por curiosidad. Había algo en su voz… algo más íntimo, más personal. —Lo hicieron —admitió con un tono más grave—. En más de una ocasión, de hecho. No era extraño que las casas valyrias entrelazaran su sangre… sobre todo cuando esa sangre era considerada sagrada. Silencio. Tyrion la observó sin disimulo, con una perspicacia que rara vez se permitía mostrar tan abiertamente. —¿Y vos? —preguntó entonces—. ¿Creéis que en vuestras venas hay algo más que sal y tormentas? Serenna no respondió de inmediato. Su mirada se perdió un momento en la superficie de la mesa, donde la tinta trazaba rutas marítimas. Luego alzó los ojos, y los clavó en él. —Creo que si en mis venas corriera sangre Targaryen vuestro padre ya hubiera acabado conmigo. ¿Me equivoco? Tyrion no parpadeó, pero su expresión cambió, como si aquella frase hubiera hendido una capa más profunda. —No os equivocáis —dijo al fin, con calma—. Pero tampoco estáis del todo en lo cierto. Se inclinó hacia delante, despacio, con el ceño levemente fruncido. —Mi padre no mata a alguien porque sí. No si puede usaros primero. No si puede exprimiros hasta dejaros seca… y convertiros en un estandarte útil. —¿Entonces por qué me permite seguir aquí? —Porque, de momento, lo que sois… le conviene. —¿De verdad creéis que es por la relación que tuvo con mi padre?... —Creo que eso ayudó —admitió—. Pero no es la razón —Se echó hacia atrás, con un suspiro que arrastró parte de la tensión, pero no la disipó del todo—. Tywin Lannister no mantiene a alguien a su lado por afecto, Serenna. Guarda todo lo que pueda usar a su favor cuando llegue el momento. Vuestro padre fue útil, sí. Pero vos también lo sois. Ahora. —No se me ocurre por qué podría resultarle útil… Él mismo lo dijo: que era una idiota, una necia por lo que había hecho. Por eso llevo todo este tiempo encerrada. Porque no me… considera útil. —El error que cometisteis —prosiguió Tyrion—, no fue escapar al mar. Fue recordarle que no puede controlarlo todo. Ni siquiera a vos. Y eso… eso enfurece a mi padre más de lo que podríais imaginar. —¿Y qué debo hacer para que me perdone? ¿Para poder… volver al mar?... Tyrion suspiró despacio, apoyando los codos sobre la mesa, entrelazó los dedos y la miró. —Nada —dijo al fin—. No hay gesto o palabra que os garantice su perdón. —¿Entonces?... —Saldréis cuando él vea que encerraros le cuesta más que teneros suelta. Cuando vuestra ausencia pese más que vuestra desobediencia —Hizo una pausa—. Y eso solo lo lograréis convirtiendo vuestra jaula en un trono. No llorando tras los barrotes… sino aprendiendo a gobernar desde ellos. —No os entiendo... —¿Conocéis la diferencia entre un peón y una reina? Serenna negó. —El peón se lanza hacia delante. La reina espera, se mueve cuando quiere… y cuando lo hace, nadie puede detenerla. —Pero yo no soy ninguna reina. Ni pretendo serlo. Y está claro que él nunca me verá como tal. Tyrion sostuvo su mirada con una intensidad insólita. Por un instante, sus ojos dejaron de ser los de un Lannister y se tornaron los de un hombre que conocía de cerca lo que era ser menospreciado. —Eso es lo que os convierte en una amenaza aún mayor —dijo, con voz baja pero firme—. Las reinas que nacen para reinar son previsibles. Las que no lo hacen… son impredecibles. Y las impredecibles hacen temblar los cimientos. Serenna apretó los labios. Sus manos se cerraron sobre el faldón de su vestido, como si contuviera en los puños algo que no sabía cómo liberar. —No quiero hacer temblar nada. Solo quiero volver a ser libre. —Exacto —Tyrion alzó una ceja, casi con ternura—. Esa es precisamente la diferencia. Él os encerró creyendo que rompería vuestra voluntad. Pero seguís deseando lo único que él no puede daros. La libertad no se otorga, Serenna, se escoge. Se toma. Ella bajó la mirada, despacio, frunciendo el ceño, con aquellos pensamientos tomando forma en su mente. —Mi Lord… —dijo, y Tyrion sonrió, como si no estuviese acostumbrado a que lo trataran… bien—. Antes hablasteis sobre los Targaryens y los Velaryon. Sé que ellos tenían dragones. Los Velaryon… ¿qué teníamos que pudiera interesar a alguien como… los Targaryen? Tyrion dejó la copa a un lado, despacio. La sonrisa se desvaneció con suavidad, no por desagrado, sino porque aquella pregunta le intrigaba. —Los Targaryen eran fuego —dijo en un too reverente—. Los Velaryon… eran el mar. —Hizo una pausa—. No teníais dragones —continuó—. Pero navegasteis antes que nadie. Surcasteis las rutas entre islas cuando otros apenas sabían mirar más allá de la costa. Había quien decía que los Targaryen eran los conquistadores… pero sin los Velaryon, su conquista no habría cruzado jamás el mar Angosto. —Creo que no me estáis… —Y hay más —la interrumpió—. Leyendas apenas susurradas. Antiguas incluso para Valyria. En lo profundo, en lo oscuro, criaturas que no vuelan, pero que se deslizan entre corrientes y ruinas olvidadas. Serpientes, leviatanes. Sombras con ojos. Ella no se movió, pero sus labios se entreabrieron apenas, como si algo dentro de sí reconociera aquella idea. —¿Habláis de… monstruos… marinos? —Algunos los llaman monstruos —dijo Tyrion, inclinándose apenas hacia adelante—. Otros, dioses. Depende de a quién preguntéis… y de cuánto haya visto. Serenna contuvo la respiración. —Mi madre solía hablar de eso —dijo, con un hilo de voz—. Decía que algunas líneas de sangre podían despertar a esas criaturas. Que no respondían al hierro… sino a la llamada de su linaje. Tyrion frunció el ceño apenas. —Una vez oí hablar de una criatura en las Islas del Verano —continuó—. Dicen que emergía solo cuando los niños desaparecían. Que tenía alas membranosas y una cabeza tan alargada como la vela mayor de un barco. Se movía sin romper la superficie, deslizándose. Como una sombra bajo el mundo. —¿Y creéis que son reales? Esas... criaturas... Mi Lord... —No lo sé. Pero cuando un marinero vive más de sesenta años y aún no ha tocado fondo... Serenna se quedó en silencio un momento más. Miró el mapa, luego el mar pintado con tinta azul, y el hipocampo de su escudo. —Tal vez no todos los dragones vuelen —susurró. Tyrion la observó en silencio. —Los que caen y sobreviven, Lady Serenna —dijo al fin—, suelen ser los más peligrosos. Y por fin, Tyrion pudo ver el atisbo de una sonrisa. —Lord Tyrion… De… existir esas criaturas… ¿Creéis que alguna de ellas habría vivido aquí? ¿En Poniente?… En… el mar que nos rodea. Tyrion entrecerró los ojos. —En Poniente… —repitió, con lentitud—. Hay quienes creen que las profundidades del Mar del Ocaso no tienen fin. Que hay grietas tan hondas que ni la luz ni el tiempo las alcanzan. Que en las aguas al sur de Rocadragón, a veces los barcos desaparecen sin dejar rastro. —Mi padre hablaba del estrecho de Marcaderiva —dijo de pronto—. Decía que había zonas donde las redes salían rasgadas. Donde los peces no volvían. Tyrion la contempló en silencio, atento. —Pero también hablaba de estas aguas… —continuó, casi para sí misma—. Decía que el mar de aquí no se parece a ningún otro. Que parece manso, seguro. Pero que en realidad… Tyrion frunció el ceño, ladeando la cabeza, curioso. —¿En realidad…? —…es el más inseguro —Levantó la mirada—. Contaba historias de reyes y de príncipes que dormían tranquilos en sus fortalezas, convencidos de que el poder les pertenecía solo por ocupar un trono. —Sus dedos rozaron el borde del mapa, distraídos—. Creían que el peligro venía del norte, de los campos de batalla, de la traición de los hombres. Pero bajo sus castillos, Mi Lord… bajo sus torres de piedra, bajo su orgullo… dormían criaturas que no conocen de leyes, ni coronas. Criaturas que podrían reducir un reino entero a ruinas con el solo batir de su cola. Y ellos ni siquiera tendrían tiempo de mirar hacia abajo. Tyrion la observó durante unos segundos más. En el rostro de Serenna no quedaba rastro de duda. Lo que antes era tristeza o resignación se había tornado en algo más sutil y mucho más difícil de controlar: determinación. Y aquello, lo inquietó. Desvió la mirada con un suspiro casi imperceptible. Apoyó las manos en el borde de la mesa, como si de pronto el peso de la conversación lo reclamara de vuelta a tierra firme. —Bien —dijo, en voz baja, con una leve sacudida de cabeza—. Creo que hemos hablado suficiente por hoy. Intentó sonreír, pero la mueca apenas alcanzó a suavizar el gesto. No era cinismo lo que temblaba en sus labios, sino cautela. —Mi intención era distraeros un poco, no… daros alas —añadió con tono más ligero, aunque no del todo convincente—. O branquias, en este caso. Ella no respondió. Seguía absorta, los ojos clavados en el mapa como si, de repente, lo viera por primera vez. —Mi Lady... —la llamó Tyrion, más serio esta vez—. Escuchad... Solo son... leyendas. No os dejéis arrastrar por lo que podría ser. No ahora. Lo último que necesitáis es otro motivo para desafiarlo. Ella alzó la vista con lentitud. Tyrion se enderezó con suavidad y recogió un par de papeles del escritorio. Luego, al pasar junto a ella, se detuvo brevemente. —Mañana hablaremos de comercio marítimo y alianzas entre casas. Algo… menos poético, y mucho menos propenso a tentaros a nadar hasta la ruina —le dedicó una última mirada, casi a modo de advertencia—. No le deis a mi padre más razones para manteneros encerrada... Colocó su mano sobre la de ella, un ligero apretón. Y es que, realmente la apreciaba. Él no era Cersei, él quería a esa chica por quien era, no por lo que su hermana creía que les había arrebatado. Ella no tenía la culpa de que su padre la hubiera elegido. Él ya hacía tiempo que se había resignado, y la envidia no formaba parte de sí. Tyrion se marchó. La puerta se cerró con suavidad, dejándola sola con el mapa y el escudo. La noche caía sobre Desembarco del Rey con lentitud propia. Las torres de la Fortaleza Roja, recortadas contra un cielo encapotado, comenzaban a encender sus antorchas mientras la ciudad se sumía en su habitual murmullo nocturno. La brisa del mar traía consigo el olor del puerto y el rumor constante de los navíos meciéndose en los muelles. Una tropa de hombres montados a caballo, atravesaban la Puerta del Río sin ceremonia. Sus capas polvorientas y el barro seco en los flancos de los caballos hablaban de un viaje largo. Habían cabalgado hasta Rosby aquella mañana, tras una carta urgente llegada al amanecer. Un asunto de recursos, según Tywin: un cargamento de suministros que se retrasaba, una deuda que debía cobrarse con presencia, y una amenaza velada de deslealtad por parte de un vasallo menor. Rosby no quedaba lejos, apenas una jornada de ida y vuelta si se apresuraban. No necesitaba a Sandor para negociar, pero sí para recordar que la disuasión podía ir más allá de las palabras. Su sola presencia bastaba para sembrar el respeto. El camino de regreso fue tranquilo, pero no silencioso del todo. Tywin encabezaba al grupo de hombres, siempre reflexivo tras cerrar un trato. Cabalgaba con el entrecejo fruncido, ordenando pensamientos y estrategias. Sandor lo seguía, casi a su misma altura. —Tenéis algo en la mente, Clegane —dijo Tywin, sin mirarlo.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me encocora
    1
    5 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados