• Miau (ningún zorro fue obligado a comportarse como gato).
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  • //Como siempre digo; los ánimo a unirse al rol en cualquiera de mis publicaciones //

    El templo donde Kazuo vivía, en la medianía del monte Inari, era modesto. Estaba muy bien cuidado, a pesar de que se podía intuir que aquellas estructuras tenían siglos en las betas de su madera.

    En el centro, como si presidiera el lugar, un cerezo centenario acaparaba todo el protagonismo. Era robusto, pocos árboles de aquella clase lucían como aquel. Posiblemente aquel tamaño y magestuosida se debía a la magia que el mismo Kazuo rezumaba por cada poro de su piel. El obtenía poder de la misma tierra, pero a su vez este también se lo otorgaba, como si estos se retroalimentasen mutuamente.

    Kazuo se encontraba reposando en una de aquellas ramas, capaces de soportar su peso con facilidad. Leía relajadamente Manyōshū; una recopilación de poemas japoneses. Los culés trataban temas como el amor, la naturaleza o el paso del tiempo. El zorro, a lo largo de los siglos, se había enriquecido con la buena lectura, aprendido varios idiomas y ampliar sus conocimientos más allá de su propio mundo.

    De pronto un pequeño chasquido de ramas perturbó su lectura. Su oído era muy fino, por lo que pudo escuchar perfectamente como alguna ramita había cedido ante un peso ajeno. Este posó su libro sobre si mismo y giró su rostro en dirección donde había escuchado aquel sonido.

    Al principio no vió nada, tal vez solo se tratase de algún animal que pasaba por allí. Aún así, como zorro proyector de su territorio, se quedó mirando en aquella dirección por algunos largos segundos más.
    //Como siempre digo; los ánimo a unirse al rol en cualquiera de mis publicaciones 😁// El templo donde Kazuo vivía, en la medianía del monte Inari, era modesto. Estaba muy bien cuidado, a pesar de que se podía intuir que aquellas estructuras tenían siglos en las betas de su madera. En el centro, como si presidiera el lugar, un cerezo centenario acaparaba todo el protagonismo. Era robusto, pocos árboles de aquella clase lucían como aquel. Posiblemente aquel tamaño y magestuosida se debía a la magia que el mismo Kazuo rezumaba por cada poro de su piel. El obtenía poder de la misma tierra, pero a su vez este también se lo otorgaba, como si estos se retroalimentasen mutuamente. Kazuo se encontraba reposando en una de aquellas ramas, capaces de soportar su peso con facilidad. Leía relajadamente Manyōshū; una recopilación de poemas japoneses. Los culés trataban temas como el amor, la naturaleza o el paso del tiempo. El zorro, a lo largo de los siglos, se había enriquecido con la buena lectura, aprendido varios idiomas y ampliar sus conocimientos más allá de su propio mundo. De pronto un pequeño chasquido de ramas perturbó su lectura. Su oído era muy fino, por lo que pudo escuchar perfectamente como alguna ramita había cedido ante un peso ajeno. Este posó su libro sobre si mismo y giró su rostro en dirección donde había escuchado aquel sonido. Al principio no vió nada, tal vez solo se tratase de algún animal que pasaba por allí. Aún así, como zorro proyector de su territorio, se quedó mirando en aquella dirección por algunos largos segundos más.
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  • Aquella mañana, a pesar del frío que calaba hasta la tierra misma, se encontraba el zorro. Bajo el azote implacable que caía sobre sus hombros.

    Para Kazuo el entrenamiento no se basaba simplemente en lo físico; También lo era mental, y este podía ser tan o más importante que el mantener un cuerpo fuerte y ágil.

    Un demonio come él; un ser que caminaba entre dos mundos debía tener una mente totalmente equilibrada, incluso si eso iba en contra de su naturaleza e instintos más salvajes.

    Es por eso que no era raro encontrarlo en momentos como ese. En el silencio que el bosque le aportaba, y el bálsamo de un agua que calmaba sus pensamientos más intrusivos y destructivos.
    Aquella mañana, a pesar del frío que calaba hasta la tierra misma, se encontraba el zorro. Bajo el azote implacable que caía sobre sus hombros. Para Kazuo el entrenamiento no se basaba simplemente en lo físico; También lo era mental, y este podía ser tan o más importante que el mantener un cuerpo fuerte y ágil. Un demonio come él; un ser que caminaba entre dos mundos debía tener una mente totalmente equilibrada, incluso si eso iba en contra de su naturaleza e instintos más salvajes. Es por eso que no era raro encontrarlo en momentos como ese. En el silencio que el bosque le aportaba, y el bálsamo de un agua que calmaba sus pensamientos más intrusivos y destructivos.
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  • *Los dias últimamente han sido bastante ordinarios, aunque preferia pasar desapercibida, no negaba que a veces tenia ganas de "divertirse", por suerte o por desgracia, ese entretenimiento llegaria a su puerta, un pergamino, miró por los pasillos pero ni un alma se asomaba, estaba algo confundida, pero tras tomar aquel objeto y examinar el sello, se daria cuenta de forma inmediata de que se trataba*

    Bueno... obtuve lo que quería...

    *Suspirando cierra la puerta de su casa y abre el pergamino, procesando el mensaje que estaba en el, una misión asignada por su maestro, sin muchas mas opciones se prepara para salir, sus armas a su costado y su mascara de zorro a punto de ser colocada en su rostro*

    Quisiera despedirme de algunas personas... pero no puedo perder tiempo, que empiece la misión...

    *Las luces de su departamento se apagaron, y la figura de la kitsune, habia desaparecido, sabia que este encargo le llevaria tiempo, una cantidad indefinida quizás, solo el destino decidirá el retorno de la Kunoichi*

    -----------------------------------

    //Hey, hola a todos, se que no estoy publicando mucho en general pero tengo un bloqueo creativo enorme, quizas sea por falta de imagenes para el pj o directamente sin ideas que publicar.

    //Del mismo modo, queria avisar de que voy a estar ausente, porque se me juntaron varias cosas y necesito concentrarme, lamento enserio no poder estar ni publicar tan seguido, lo digo de todo corazón ( ´-ω-)
    *Los dias últimamente han sido bastante ordinarios, aunque preferia pasar desapercibida, no negaba que a veces tenia ganas de "divertirse", por suerte o por desgracia, ese entretenimiento llegaria a su puerta, un pergamino, miró por los pasillos pero ni un alma se asomaba, estaba algo confundida, pero tras tomar aquel objeto y examinar el sello, se daria cuenta de forma inmediata de que se trataba* Bueno... obtuve lo que quería... *Suspirando cierra la puerta de su casa y abre el pergamino, procesando el mensaje que estaba en el, una misión asignada por su maestro, sin muchas mas opciones se prepara para salir, sus armas a su costado y su mascara de zorro a punto de ser colocada en su rostro* Quisiera despedirme de algunas personas... pero no puedo perder tiempo, que empiece la misión... *Las luces de su departamento se apagaron, y la figura de la kitsune, habia desaparecido, sabia que este encargo le llevaria tiempo, una cantidad indefinida quizás, solo el destino decidirá el retorno de la Kunoichi* ----------------------------------- //Hey, hola a todos, se que no estoy publicando mucho en general pero tengo un bloqueo creativo enorme, quizas sea por falta de imagenes para el pj o directamente sin ideas que publicar. //Del mismo modo, queria avisar de que voy a estar ausente, porque se me juntaron varias cosas y necesito concentrarme, lamento enserio no poder estar ni publicar tan seguido, lo digo de todo corazón ( ´-ω-)
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  • ㅤㅤㅤㅤㅤ[ 多幸感 | 𝕴 𝖘𝖆𝖎𝖉 "𝖙𝖍𝖊 𝖈𝖎𝖙ꪗ 𝖎𝖘 𝖒𝖎𝖓𝖊"]

    —¿Qué putas? ¿Voy a morirme llorando por esta industria de mierda?

    ㅤSus ojos rojos y más pequeños de lo normal volvieron a enfocar a la ciudad y esa mueca de asco y rabia volvió a aparecer. Solo que esta vez su reacción fue diferente.

    ㅤBobby escupió hacia un lado, sacó el celular y escribió:

    𝘽𝘽: X?
    :???
    : 𝘗𝘦𝘯𝘴𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘣𝘢𝘴 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘰!! 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘵𝘢𝘴?
    𝘽𝘽: 𝘯𝘰 𝘴𝘦𝘢𝘴 𝘱𝘦𝘴𝘢𝘥𝘰. 𝙪𝙣𝙖. 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘺 𝘢𝘲𝘶𝘪...[𝘔𝘪𝘳𝘢𝘥𝘰𝘳 𝘛𝘸𝘪𝘯 𝘗𝘦𝘢𝘬𝘴]
    : 𝘑𝘢𝘫𝘢𝘫𝘢 𝘦𝘯 𝘤𝘢𝘮𝘪𝘯𝘰. 𝘗𝘰𝘱𝘱𝘦𝘳??
    𝘽𝘽: 𝘗𝘢𝘳𝘢 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘭𝘭𝘢𝘳𝘭𝘢, 𝘴í.

    ㅤZorro, como lo conocía Bobby, llegó mejor vestido y alimentado que la última vez que se habían visto un par de años atrás y claro, con el pedido: un frasco de popper y una píldora de éxtasis con la palabra 𝙛𝙪𝙘𝙠 prensada contra el químico. Se la tragó, dejándole un sabor amargo y hablaron sobre cómo había terminado todo, aunque a Bobby le dio la impresión de que Zorro andaba en algo mucho más turbio que en aquel entonces pero ese no era su problema.

    ㅤPara cuando terminaron de hablar, media hora después, Bobby ya sentía las náuseas y la ansiedad del primer subidón. Tenía el corazón acelerado.

    ♪♩ᵍᵒᵗ ᵐᵉ ˡᵒˢⁱⁿᵍ ᵐʸ ᵐⁱⁿᵈ. ⁱ ˢᵃⁱᵈ ᵗʰᵉ ᶜⁱᵗʸ ⁱˢ ᵐⁱⁿᵉ♪♩
    [https://youtu.be/Zf1d8SGuxfs?si=P5u2yaliTFit0hm-]

    ㅤDesde su auto, mientras bajaba del mirador, la ciudad parecía un mar de luciérnagas brillantes y parpadeantes. Era una clara señal del efecto del químico. Las luces siempre parecían ser más brillantes y llamativas. Dentro del auto apenas podía mantenerse quieto. Llevaba la música con el volumen 100 con las ventanas abajo y humeantes por el último porro que le quedaba para fumar. Necesitaba quemar toda esa energía o sentiría que iba a explotar.

    ㅤBobby se había quedado con la imagen de que la ciudad era pequeña y le debía todo, y él lo iba a recuperar. Era libre y ya no tenía nada que perder. 𝘖𝘩, 𝘭𝘢 𝘮𝘢𝘨𝘪𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘥𝘳𝘰𝘨𝘢𝘴. Sacudió el Popper, en realidad no sabía si tenía que hacerlo o no, así le habían enseñado y así había aprendido… 𝘺 𝘢𝘴í 𝘭𝘰 𝘩𝘢𝘣í𝘢 𝘪𝘯𝘩𝘢𝘭𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘦 𝘮𝘰𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰.

    —Fuck it —Pensó con desdén y 𝘢𝘭𝘦𝘨𝘳í𝘢.

    ㅤY ya no hubo ansiedad. Euforia sí, mas no preocupación, y Bobby se sentía 𝘭𝘪𝘨𝘦𝘳𝘰. Totalmente ligero.

    ㅤEl motor rugió y llegó a una discoteca llamada Fyah Riddim. Bobby, con lentes negros en la noche para esconder los ojos, solo tuvo que sonreírle a los tipos de la entrada y parecieron reconocerlo porque se hicieron a un lado para dejarlo entrar.

    ㅤLa música lo envolvió apenas cruzó la puerta y lo inundaron las ganas de bailar, tenía los sentidos afilados. Adentro, las luces parpadeantes parecían más brillantes y placenteras de ver que de costumbre. Todo era calor y los cuerpos se movían y le rozaban mientras él pasaba sonriente como dándole la bienvenida. El éxtasis empezaba a abrirle el pecho como una flor y él estaba dispuesto a recibir a quien se acercara.

    ㅤPero él sabía hacia dónde iba: a cazar al dueño del club. 𝘰𝘩, 𝘴𝘪. Era un moreno alto que lo recibió con una sonrisa grande y de sorpresa tras varios años sin verlo. "El viejo Bobby", le había dicho mientras lo abrazaba.

    —¿Qué quieres tomar? —Le preguntó soltando la carcajada antes de acabar la frase.

    —Agua —Respondió el de lentes con la boca seca como papel.

    —¿Agua o... 𝙖𝙜𝙪𝙖? —Se refería a agua con MD pero Bobby respondió bajándose los lentes oscuros, revelando sus ojos rojos y pupilas grandes como luna llena.

    ㅤSe rieron los dos y se entendieron sin tener que cruzar más palabras. El tipo le puso una botella en la mano y le prometió mantenerlo hidratado para después presentarlo con los demás asistentes en la mesa. A pesar de que el efecto del éxtasis fuera hacerte sentir confiado y en buena sintonía con todos, Bobby sabía que el contrario era genuino.

    ㅤBobby bailaba con todos los sentidos a flor de piel, sumergido en la música y ahora masticaba chicle. No sabía de dónde mierda había salido, pero joder, sí que ayudaba a no apretar los dientes y quedar en evidencia.

    ㅤAlguien se acercó, era un cuerpo femenino y pegó su espalda contra el torso de Bobby al ritmo de la música. Era una chica con el cabello corto, ondulado y negro. Olía muy bien. Sus caderas buscaron la pelvis de Bobby y él respondió con naturalidad, como si se hubiera montado en un tren en movimiento y empujó su cuerpo contra el de ella.

    ♪♩ᵀᵉˡˡ ᵐᵉ ᶠᵃⁿᵗᵃˢᵗⁱᶜ…♪♩
    [https://youtu.be/Tha00F7qCew?si=N-52Ud_TncUR3cbb]

    ㅤEl tema que sonaba parecía escrito para esa escena y ninguno de los dos hablaba, solo bailaban y se comunicaban con el roce de sus cuerpos despreocupados. Bobby, sintiéndose como una estrella que giraba, le ofreció popper. Ella aceptó con una sonrisa. Primero las damas, claro, y luego él. El olor químico se esparció por todo el lugar y el éxtasis estalló llevándolo en una ola fresca de ritmo y música sensual y excitante. En momentos como estos tenía sentido que la llamaran 𝘭𝘢 𝘥𝘳𝘰𝘨𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘢𝘮𝘰𝘳. La música y el calor de sus cuerpos juntos le invadían los oídos, el cerebro, los sentidos, el cuerpo, el corazón. 𝙏𝙊𝘿𝙊.

    ㅤAhora estaban frente a frente, no solo eran sus respiraciones las que se rozaban, eran sus muslos los que se entrelazaban y se tocaban al ritmo de la voz grave de Shaggy. Bobby la acercaba a él mientras le sujetaba las caderas firmemente y ella lo abrazaba atrapando su cuello entre sus brazos.

    ㅤDespués vino el beso.
    ㅤNo fue torpe sino que tuvo la más perfecta sincronía de todas. Lengua, 𝘧𝘳𝘢𝘤𝘵𝘢𝘭𝘦𝘴, humedad, calor, éxtasis, manos. Piel.

    ㅤLas texturas eran adictivas, sobre todo la de su piel suave, tersa y… ¡𝒃𝒓𝒊𝒍𝒍𝒂𝒏𝒕𝒆! De una forma que Bobby no podía explicar. Los labios carnosos y suaves de la chica sabían a sudor dulce y cerveza. Era simplemente adictiva. Excitante. Y él sentía que se hundía y flotaba al mismo tiempo. Bobby con los ojos cerrados podía ver fractales de todos los colores que se acercaban y alejaban acorde a los estímulos que entraban por su boca, su lengua y su tacto. Si pudiera describirlo con un color, sería 𝘳𝘰𝘴𝘢𝘥𝘰. No pregunten por qué.

    ㅤSiguieron bailando y compartiendo canciones toda la noche, entre abrazos, roces, besos y dedos que se entrelazaban y no se cansaban de tocarse. Nunca supo su nombre y a ninguno de los dos pareció importarles lo suficiente como para preguntarlo.

    ㅤDe hecho, a Bobby ya no le importaba nada, solo sentía... y se sentía muy, 𝘮𝘶𝘺 𝘣𝘪𝘦𝘯.

    ㅤY pensar que solo 5 horas atrás había terminado su primer y único álbum en solitario y después había destrozado todo el estudio casero en un ataque de ira y frustración.

    ㅤ"¿𝘠 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘲𝘶é?" Se había preguntado y luego había lanzado el primer puño contra la consola como un cavernícola aplastando un insecto.
    ㅤㅤㅤㅤㅤ[ 多幸感 | 𝕴 𝖘𝖆𝖎𝖉 "𝖙𝖍𝖊 𝖈𝖎𝖙ꪗ 𝖎𝖘 𝖒𝖎𝖓𝖊"] —¿Qué putas? ¿Voy a morirme llorando por esta industria de mierda? ㅤSus ojos rojos y más pequeños de lo normal volvieron a enfocar a la ciudad y esa mueca de asco y rabia volvió a aparecer. Solo que esta vez su reacción fue diferente. ㅤBobby escupió hacia un lado, sacó el celular y escribió: 𝘽𝘽: X? 🦊:??? 🦊: 𝘗𝘦𝘯𝘴𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘣𝘢𝘴 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘰!! 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘵𝘢𝘴? 𝘽𝘽: 𝘯𝘰 𝘴𝘦𝘢𝘴 𝘱𝘦𝘴𝘢𝘥𝘰. 𝙪𝙣𝙖. 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘺 𝘢𝘲𝘶𝘪...📍[𝘔𝘪𝘳𝘢𝘥𝘰𝘳 𝘛𝘸𝘪𝘯 𝘗𝘦𝘢𝘬𝘴] 🦊: 𝘑𝘢𝘫𝘢𝘫𝘢 𝘦𝘯 𝘤𝘢𝘮𝘪𝘯𝘰. 𝘗𝘰𝘱𝘱𝘦𝘳?? 𝘽𝘽: 𝘗𝘢𝘳𝘢 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘭𝘭𝘢𝘳𝘭𝘢, 𝘴í. ㅤZorro, como lo conocía Bobby, llegó mejor vestido y alimentado que la última vez que se habían visto un par de años atrás y claro, con el pedido: un frasco de popper y una píldora de éxtasis con la palabra 𝙛𝙪𝙘𝙠 prensada contra el químico. Se la tragó, dejándole un sabor amargo y hablaron sobre cómo había terminado todo, aunque a Bobby le dio la impresión de que Zorro andaba en algo mucho más turbio que en aquel entonces pero ese no era su problema. ㅤPara cuando terminaron de hablar, media hora después, Bobby ya sentía las náuseas y la ansiedad del primer subidón. Tenía el corazón acelerado. ♪♩ᵍᵒᵗ ᵐᵉ ˡᵒˢⁱⁿᵍ ᵐʸ ᵐⁱⁿᵈ. ⁱ ˢᵃⁱᵈ ᵗʰᵉ ᶜⁱᵗʸ ⁱˢ ᵐⁱⁿᵉ♪♩ [https://youtu.be/Zf1d8SGuxfs?si=P5u2yaliTFit0hm-] ㅤDesde su auto, mientras bajaba del mirador, la ciudad parecía un mar de luciérnagas brillantes y parpadeantes. Era una clara señal del efecto del químico. Las luces siempre parecían ser más brillantes y llamativas. Dentro del auto apenas podía mantenerse quieto. Llevaba la música con el volumen 100 con las ventanas abajo y humeantes por el último porro que le quedaba para fumar. Necesitaba quemar toda esa energía o sentiría que iba a explotar. ㅤBobby se había quedado con la imagen de que la ciudad era pequeña y le debía todo, y él lo iba a recuperar. Era libre y ya no tenía nada que perder. 𝘖𝘩, 𝘭𝘢 𝘮𝘢𝘨𝘪𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘥𝘳𝘰𝘨𝘢𝘴. Sacudió el Popper, en realidad no sabía si tenía que hacerlo o no, así le habían enseñado y así había aprendido… 𝘺 𝘢𝘴í 𝘭𝘰 𝘩𝘢𝘣í𝘢 𝘪𝘯𝘩𝘢𝘭𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘦 𝘮𝘰𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰. —Fuck it —Pensó con desdén y 𝘢𝘭𝘦𝘨𝘳í𝘢. ㅤY ya no hubo ansiedad. Euforia sí, mas no preocupación, y Bobby se sentía 𝘭𝘪𝘨𝘦𝘳𝘰. Totalmente ligero. ㅤEl motor rugió y llegó a una discoteca llamada Fyah Riddim. Bobby, con lentes negros en la noche para esconder los ojos, solo tuvo que sonreírle a los tipos de la entrada y parecieron reconocerlo porque se hicieron a un lado para dejarlo entrar. ㅤLa música lo envolvió apenas cruzó la puerta y lo inundaron las ganas de bailar, tenía los sentidos afilados. Adentro, las luces parpadeantes parecían más brillantes y placenteras de ver que de costumbre. Todo era calor y los cuerpos se movían y le rozaban mientras él pasaba sonriente como dándole la bienvenida. El éxtasis empezaba a abrirle el pecho como una flor y él estaba dispuesto a recibir a quien se acercara. ㅤPero él sabía hacia dónde iba: a cazar al dueño del club. 𝘰𝘩, 𝘴𝘪. Era un moreno alto que lo recibió con una sonrisa grande y de sorpresa tras varios años sin verlo. "El viejo Bobby", le había dicho mientras lo abrazaba. —¿Qué quieres tomar? —Le preguntó soltando la carcajada antes de acabar la frase. —Agua —Respondió el de lentes con la boca seca como papel. —¿Agua o... 𝙖𝙜𝙪𝙖? —Se refería a agua con MD pero Bobby respondió bajándose los lentes oscuros, revelando sus ojos rojos y pupilas grandes como luna llena. ㅤSe rieron los dos y se entendieron sin tener que cruzar más palabras. El tipo le puso una botella en la mano y le prometió mantenerlo hidratado para después presentarlo con los demás asistentes en la mesa. A pesar de que el efecto del éxtasis fuera hacerte sentir confiado y en buena sintonía con todos, Bobby sabía que el contrario era genuino. ㅤBobby bailaba con todos los sentidos a flor de piel, sumergido en la música y ahora masticaba chicle. No sabía de dónde mierda había salido, pero joder, sí que ayudaba a no apretar los dientes y quedar en evidencia. ㅤAlguien se acercó, era un cuerpo femenino y pegó su espalda contra el torso de Bobby al ritmo de la música. Era una chica con el cabello corto, ondulado y negro. Olía muy bien. Sus caderas buscaron la pelvis de Bobby y él respondió con naturalidad, como si se hubiera montado en un tren en movimiento y empujó su cuerpo contra el de ella. ♪♩ᵀᵉˡˡ ᵐᵉ ᶠᵃⁿᵗᵃˢᵗⁱᶜ…♪♩ [https://youtu.be/Tha00F7qCew?si=N-52Ud_TncUR3cbb] ㅤEl tema que sonaba parecía escrito para esa escena y ninguno de los dos hablaba, solo bailaban y se comunicaban con el roce de sus cuerpos despreocupados. Bobby, sintiéndose como una estrella que giraba, le ofreció popper. Ella aceptó con una sonrisa. Primero las damas, claro, y luego él. El olor químico se esparció por todo el lugar y el éxtasis estalló llevándolo en una ola fresca de ritmo y música sensual y excitante. En momentos como estos tenía sentido que la llamaran 𝘭𝘢 𝘥𝘳𝘰𝘨𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘢𝘮𝘰𝘳. La música y el calor de sus cuerpos juntos le invadían los oídos, el cerebro, los sentidos, el cuerpo, el corazón. 𝙏𝙊𝘿𝙊. ㅤAhora estaban frente a frente, no solo eran sus respiraciones las que se rozaban, eran sus muslos los que se entrelazaban y se tocaban al ritmo de la voz grave de Shaggy. Bobby la acercaba a él mientras le sujetaba las caderas firmemente y ella lo abrazaba atrapando su cuello entre sus brazos. ㅤDespués vino el beso. ㅤNo fue torpe sino que tuvo la más perfecta sincronía de todas. Lengua, 𝘧𝘳𝘢𝘤𝘵𝘢𝘭𝘦𝘴, humedad, calor, éxtasis, manos. Piel. ㅤLas texturas eran adictivas, sobre todo la de su piel suave, tersa y… ¡𝒃𝒓𝒊𝒍𝒍𝒂𝒏𝒕𝒆! De una forma que Bobby no podía explicar. Los labios carnosos y suaves de la chica sabían a sudor dulce y cerveza. Era simplemente adictiva. Excitante. Y él sentía que se hundía y flotaba al mismo tiempo. Bobby con los ojos cerrados podía ver fractales de todos los colores que se acercaban y alejaban acorde a los estímulos que entraban por su boca, su lengua y su tacto. Si pudiera describirlo con un color, sería 𝘳𝘰𝘴𝘢𝘥𝘰. No pregunten por qué. ㅤSiguieron bailando y compartiendo canciones toda la noche, entre abrazos, roces, besos y dedos que se entrelazaban y no se cansaban de tocarse. Nunca supo su nombre y a ninguno de los dos pareció importarles lo suficiente como para preguntarlo. ㅤDe hecho, a Bobby ya no le importaba nada, solo sentía... y se sentía muy, 𝘮𝘶𝘺 𝘣𝘪𝘦𝘯. ㅤY pensar que solo 5 horas atrás había terminado su primer y único álbum en solitario y después había destrozado todo el estudio casero en un ataque de ira y frustración. ㅤ"¿𝘠 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘲𝘶é?" Se había preguntado y luego había lanzado el primer puño contra la consola como un cavernícola aplastando un insecto.
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  • Modo zorro activado... Como no me quiero mostrar ante los humanos con mi verdadera forma uso una cola, obviamente no es lo mismo usar una que usar 9, se me ralentiza la fuerza, meh soy un zorro común para los demás

    - Estaría en el bosque, como era de esperarse, al estar transformado y al ver a roedores su lado cazador se activaría e intentaría cazarlos pero... Obviamente sería otro fracaso para el
    Modo zorro activado... Como no me quiero mostrar ante los humanos con mi verdadera forma uso una cola, obviamente no es lo mismo usar una que usar 9, se me ralentiza la fuerza, meh soy un zorro común para los demás - Estaría en el bosque, como era de esperarse, al estar transformado y al ver a roedores su lado cazador se activaría e intentaría cazarlos pero... Obviamente sería otro fracaso para el
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  • Volver al bosque era algo que simplemente no podía evitar.

    Daba igual cuántos siglos pasaran, o cuántas veces fingiera ser un humano más.
    Siempre sentía esa necesidad primitiva, esa atracción instintiva hacia la tierra que lo vio nacer.

    Aquel imponente zorro no destacaba solo por su tamaño ni por el pelaje del color de la luna;
    había en él algo antiguo, algo sagrado...
    Con solo verlo, se comprendía que no pertenecía del todo a este mundo.

    Kazuo descansaba sobre una gran roca, el pecho aún agitado tras haber recorrido su bosque en una carrera frenética.
    Siempre volvía a casa para dormir,
    pero aquella noche quiso quedarse un poco más.
    Solo un poco.
    Volver al bosque era algo que simplemente no podía evitar. Daba igual cuántos siglos pasaran, o cuántas veces fingiera ser un humano más. Siempre sentía esa necesidad primitiva, esa atracción instintiva hacia la tierra que lo vio nacer. Aquel imponente zorro no destacaba solo por su tamaño ni por el pelaje del color de la luna; había en él algo antiguo, algo sagrado... Con solo verlo, se comprendía que no pertenecía del todo a este mundo. Kazuo descansaba sobre una gran roca, el pecho aún agitado tras haber recorrido su bosque en una carrera frenética. Siempre volvía a casa para dormir, pero aquella noche quiso quedarse un poco más. Solo un poco.
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  • Aparezco de nuevo por aqui, las clases estan acabando conmigo TT TT TT
    Pero amo cada una de ellas, soy un zorro aplicado, ahora a buscar algo para comer y luego... no sé pero ya veré
    Aparezco de nuevo por aqui, las clases estan acabando conmigo TT TT TT Pero amo cada una de ellas, soy un zorro aplicado, ahora a buscar algo para comer y luego... no sé pero ya veré
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  • Yo me voy a bañar solo..
    No soy un zorro sucio!!!
    Yo me voy a bañar solo.. No soy un zorro sucio!!!
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  • El aroma del incienso apenas se deslizaba en el aire, como una plegaria silente que se aferraba a los pilares de madera antigua, buscando a un dios que ya no escuchaba. Más allá del umbral, los cerezos dormían bajo la bruma de un atardecer lejano, derramando pétalos como si la tierra llorara en silencio por algo que no alcanzaba a comprender.

    Ella se mantenía de pie junto a la columna central de la habitación, su figura envuelta en sombras y en los destellos suaves que se filtraban entre las rendijas del shōji. La penumbra jugaba con el contorno de su silueta, disolviéndola por momentos, como si el mundo aún no decidiera si debía retenerla o permitir que se desvaneciera en la bruma del amanecer. Sus ojos ahora se fijaban en sus propias manos, desnudas, apenas temblorosas.

    Allí, entre sus dedos, aún palpitaba un vestigio de lo que había hecho. No fuego, no luz… Sino una tibieza tenue, extraña, como si hubiese absorbido algo más que simple energía corrupta. Como si, por un instante, hubiera contenido dentro de sí el eco del alma de otro. Como si hubiese sido —por primera vez en mucho tiempo— no una emisaria de castigo, sino portadora de una forma de liberación.

    Kazuo ...

    El nombre danzaba aún en su mente como un rezo no pronunciado. Había visto en sus ojos lo mismo que durante años veló en los suyos: la sombra que consume desde adentro, la semilla de una corrupción que no solo carcome la carne, sino que enturbia la voluntad, deforma los sueños y convierte la compasión en ceniza. Y sin embargo, frente a él, había elegido lo impensable.

    Ella, que durante años había arrancado vidas sin titubeo. Ella, que había sido el azote de lo impuro, la daga precisa en corazones ya perdidos, había abierto las manos y contenido la corrupción que lo asfixiaba. La había absorbido, redirigido hacia sí, como una grieta más entre tantas que ya la habitaban. Y con ese acto, lo había salvado.

    Sus dedos se cerraron lentamente en un puño, apretando hasta que los nudillos se tornaron pálidos. El cuero de los guantes crujió apenas bajo la presión, como si compartiera el eco de algo que también se tensaba en su interior. No había rencor en su rostro. Tampoco ira por aquella súplica que había escuchado de los labios del zorro—una súplica disfrazada de resolución. Una petición callada, pero irrevocable: “Déjame ir.” Kazuo no lo había rogado, no había llorado. Había hablado con la serenidad de quien ya se ha despedido de sí mismo mucho antes.

    Y aun así, ella lo había negado.

    Le había arrebatado la muerte que pedía, el olvido que ansiaba.

    Había decidido por él.

    No por piedad, ni por alguna esperanza ingenua. Sino porque, en ese instante, frente a la sombra encarnada en otro, ella había visto reflejada su propia ruina —aquella época en que también habría suplicado lo mismo, si aún le hubiese quedado alguien a quien hacerlo.

    Conocía bien esa oscuridad, ese anhelo de desaparecer. No como un acto de cobardía, sino como el último vestigio de control que le quedaba a un alma exhausta. Lo había sentido abrasar sus huesos y dormir su pecho en más de una noche. Por eso, su negativa no había sido liviana. Le dolió en la carne vieja y en las heridas que jamás terminaron de cerrar.

    Salvarlo fue una condena compartida.

    Una elección que no le trajo consuelo, ni redención, sino un nuevo peso que ahora cargaba consigo. Uno más entre tantos, pero distinto. Porque sabía que, al sostenerlo en la vida, no lo había liberado… solo lo había obligado a mirar de frente aquello de lo que deseaba huir. Le devolvió el espejo y dejó intacto su reflejo. Hizo lo correcto, pero el alma no siempre aplaude lo justo. A veces lo resiste. A veces lo sangra en silencio.

    Por eso, en lugar de alivio, lo que sintió fue ese peso silente. Ese manto gris que se posa sobre quienes han hecho lo que debían… Aún sabiendo que sería odiada por ello.

    Se sentó con calma, como quien ha terminado una batalla que no necesita testigos. Con gesto lento, se colocó los guantes de cuero negro que durante tanto tiempo fueron su segunda piel, cubriendo las manos que por primera vez no habían destruido, sino redimido. En sus ojos brillaba algo que no era del todo tristeza, pero sí un tipo de duelo: el duelo por una parte de sí que había muerto con ese gesto, y que no deseaba enterrar con violencia. Solo dejar ir, como se deja ir un suspiro al final de una plegaria.

    Entonces, su mirada se alzó y se posó sobre la mesa baja del rincón, de madera lacada en tonos oscuros, adornada con tallas antiguas de dragones dormidos y ramas de ciruelo. Allí reposaban sus escrituras, sus bitácoras marcadas con la caligrafía elegante de quien ha aprendido a registrar el mal con precisión casi quirúrgica. Mapas de regiones corroídas por la oscuridad, diagramas de espíritus, anotaciones de antiguos sellos y rituales, nombres tachados con tinta roja. Eran sus huellas. El legado de una vida entera dedicada a la caza de lo impuro, al estudio de lo inasible.

    Con parsimonia, recogió cada hoja, cada trozo de pergamino, doblado con meticulosa devoción. No lo hacía con prisa, ni por temor. Era un gesto íntimo, ritual, como quien guarda las piezas de una historia que ya no le pertenece por completo. Dobló un trozo de tela oscura sobre las libretas y lo ató con un lazo de cuerda roja, el color de la sangre contenida y del deber cumplido.

    El templo, con su techo de tejas curvadas y sus faroles de papel aún encendidos con una luz suave, parecía sostenerla en una respiración contenida. Afuera, el murmullo del arroyo apenas se oía entre los árboles, y los pasos del mundo se sentían lejanos. Allí, entre las paredes de madera sagrada y el incienso que aún ardía en el altar, había hallado un respiro. No redención completa. No paz absoluta. Pero sí un instante de claridad. Un acto que, quizá, marcaría el inicio de otro camino.

    Se detuvo antes de cerrar la puerta corrediza tras de sí. Se quedó allí, con la mano apoyada en la madera, como si aún dudara del siguiente paso. Su mirada se deslizó una vez más hacia la habitación: ese espacio transitorio que, aunque breve, le había ofrecido un refugio.
    El aroma del incienso apenas se deslizaba en el aire, como una plegaria silente que se aferraba a los pilares de madera antigua, buscando a un dios que ya no escuchaba. Más allá del umbral, los cerezos dormían bajo la bruma de un atardecer lejano, derramando pétalos como si la tierra llorara en silencio por algo que no alcanzaba a comprender. Ella se mantenía de pie junto a la columna central de la habitación, su figura envuelta en sombras y en los destellos suaves que se filtraban entre las rendijas del shōji. La penumbra jugaba con el contorno de su silueta, disolviéndola por momentos, como si el mundo aún no decidiera si debía retenerla o permitir que se desvaneciera en la bruma del amanecer. Sus ojos ahora se fijaban en sus propias manos, desnudas, apenas temblorosas. Allí, entre sus dedos, aún palpitaba un vestigio de lo que había hecho. No fuego, no luz… Sino una tibieza tenue, extraña, como si hubiese absorbido algo más que simple energía corrupta. Como si, por un instante, hubiera contenido dentro de sí el eco del alma de otro. Como si hubiese sido —por primera vez en mucho tiempo— no una emisaria de castigo, sino portadora de una forma de liberación. [8KazuoAihara8]... El nombre danzaba aún en su mente como un rezo no pronunciado. Había visto en sus ojos lo mismo que durante años veló en los suyos: la sombra que consume desde adentro, la semilla de una corrupción que no solo carcome la carne, sino que enturbia la voluntad, deforma los sueños y convierte la compasión en ceniza. Y sin embargo, frente a él, había elegido lo impensable. Ella, que durante años había arrancado vidas sin titubeo. Ella, que había sido el azote de lo impuro, la daga precisa en corazones ya perdidos, había abierto las manos y contenido la corrupción que lo asfixiaba. La había absorbido, redirigido hacia sí, como una grieta más entre tantas que ya la habitaban. Y con ese acto, lo había salvado. Sus dedos se cerraron lentamente en un puño, apretando hasta que los nudillos se tornaron pálidos. El cuero de los guantes crujió apenas bajo la presión, como si compartiera el eco de algo que también se tensaba en su interior. No había rencor en su rostro. Tampoco ira por aquella súplica que había escuchado de los labios del zorro—una súplica disfrazada de resolución. Una petición callada, pero irrevocable: “Déjame ir.” Kazuo no lo había rogado, no había llorado. Había hablado con la serenidad de quien ya se ha despedido de sí mismo mucho antes. Y aun así, ella lo había negado. Le había arrebatado la muerte que pedía, el olvido que ansiaba. Había decidido por él. No por piedad, ni por alguna esperanza ingenua. Sino porque, en ese instante, frente a la sombra encarnada en otro, ella había visto reflejada su propia ruina —aquella época en que también habría suplicado lo mismo, si aún le hubiese quedado alguien a quien hacerlo. Conocía bien esa oscuridad, ese anhelo de desaparecer. No como un acto de cobardía, sino como el último vestigio de control que le quedaba a un alma exhausta. Lo había sentido abrasar sus huesos y dormir su pecho en más de una noche. Por eso, su negativa no había sido liviana. Le dolió en la carne vieja y en las heridas que jamás terminaron de cerrar. Salvarlo fue una condena compartida. Una elección que no le trajo consuelo, ni redención, sino un nuevo peso que ahora cargaba consigo. Uno más entre tantos, pero distinto. Porque sabía que, al sostenerlo en la vida, no lo había liberado… solo lo había obligado a mirar de frente aquello de lo que deseaba huir. Le devolvió el espejo y dejó intacto su reflejo. Hizo lo correcto, pero el alma no siempre aplaude lo justo. A veces lo resiste. A veces lo sangra en silencio. Por eso, en lugar de alivio, lo que sintió fue ese peso silente. Ese manto gris que se posa sobre quienes han hecho lo que debían… Aún sabiendo que sería odiada por ello. Se sentó con calma, como quien ha terminado una batalla que no necesita testigos. Con gesto lento, se colocó los guantes de cuero negro que durante tanto tiempo fueron su segunda piel, cubriendo las manos que por primera vez no habían destruido, sino redimido. En sus ojos brillaba algo que no era del todo tristeza, pero sí un tipo de duelo: el duelo por una parte de sí que había muerto con ese gesto, y que no deseaba enterrar con violencia. Solo dejar ir, como se deja ir un suspiro al final de una plegaria. Entonces, su mirada se alzó y se posó sobre la mesa baja del rincón, de madera lacada en tonos oscuros, adornada con tallas antiguas de dragones dormidos y ramas de ciruelo. Allí reposaban sus escrituras, sus bitácoras marcadas con la caligrafía elegante de quien ha aprendido a registrar el mal con precisión casi quirúrgica. Mapas de regiones corroídas por la oscuridad, diagramas de espíritus, anotaciones de antiguos sellos y rituales, nombres tachados con tinta roja. Eran sus huellas. El legado de una vida entera dedicada a la caza de lo impuro, al estudio de lo inasible. Con parsimonia, recogió cada hoja, cada trozo de pergamino, doblado con meticulosa devoción. No lo hacía con prisa, ni por temor. Era un gesto íntimo, ritual, como quien guarda las piezas de una historia que ya no le pertenece por completo. Dobló un trozo de tela oscura sobre las libretas y lo ató con un lazo de cuerda roja, el color de la sangre contenida y del deber cumplido. El templo, con su techo de tejas curvadas y sus faroles de papel aún encendidos con una luz suave, parecía sostenerla en una respiración contenida. Afuera, el murmullo del arroyo apenas se oía entre los árboles, y los pasos del mundo se sentían lejanos. Allí, entre las paredes de madera sagrada y el incienso que aún ardía en el altar, había hallado un respiro. No redención completa. No paz absoluta. Pero sí un instante de claridad. Un acto que, quizá, marcaría el inicio de otro camino. Se detuvo antes de cerrar la puerta corrediza tras de sí. Se quedó allí, con la mano apoyada en la madera, como si aún dudara del siguiente paso. Su mirada se deslizó una vez más hacia la habitación: ese espacio transitorio que, aunque breve, le había ofrecido un refugio.
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