• ✦✹✦ ━━━━━━━━━━━ •°• ⊰𝐋𝐚 𝐝𝐢𝐯𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐨𝐥𝐢𝐦𝐩𝐨𝐬⊱ •°• ━━━━━━━━━━━ ✦✹

    —El Velo del Olimpo—

    En un rincón del universo donde los dioses ya no caminaban entre los hombres, pero donde su eco aún susurraba entre luces de terciopelo y humo de escenario, nació una leyenda olvidada: la Dama del Cisne Violeta.
    Nadie en el mundo mortal sospechaba que aquella figura etérea, que cantaba cada noche con voz de seda y fuego, no era otra que Hera, Reina del Olimpo.

    Ella no bajó por amor, ni por castigo, ni por capricho de Zeus. Lo hizo porque el Olimpo, con sus dioses de mármol y guerras sin fin, había perdido algo que ni la eternidad podía ofrecer:
    El arte de ser escuchada sin temor, sin título... sin trono.

    Vestida con un vestido que nacía del crepúsculo —morado profundo que se desvanecía en dorado al rozar el suelo—, Hera se presentó en el mundo como una simple cantante. Pero bajo ese disfraz de diva, llevaba aún la corona de las constelaciones y el peso de siglos de silencio.

    Cada noche, bajo la luz melancólica de un reflector solitario, tomaba el micrófono como si fuese su cetro.
    Los abanicos de plumas se abrían como los cielos en su presencia, las coristas danzaban como ninfas invocadas, y su voz... su voz rompía promesas viejas y reconstruía corazones con cada nota.

    ✧━━━━━━━━━━━━━━━━━━━✧
    「 ⊰𝐇𝐞𝐫𝐚⊱ 」 :̗̀➛ “¿Creen que una reina no puede llorar? Entonces escuchen...”
    ✧━━━━━━━━━━━━━━━━━━━✧

    Con cada canción contaba verdades disfrazadas de metáforas. Sus letras hablaban de traiciones doradas, de la soledad en el poder, del dolor de una esposa que compartía su amor con el cielo, la tierra y todos los caprichos de su marido.
    El público lloraba sin saber por qué, reía con lágrimas suspendidas... y volvía noche tras noche.

    Pero nadie sabía que cuando el telón caía, ella no regresaba a un camerino, sino a un palacio escondido tras el reflejo de los espejos. Su camerino era un templo de columnas rotas por el tiempo, donde Hera, con los ojos llenos de lágrimas, susurraba oraciones a sí misma:

    〚⚜〛》“Al menos aquí, soy adorada no por miedo... sino por amor.”《⚜〛

    ✦✹✦ ━━━━━━━━━━━ •°• ⊰𝐄𝐥 𝐒𝐞𝐠𝐮𝐧𝐝𝐨 𝐀𝐜𝐭𝐨⊱ •°• ━━━━━━━━━━━ ✦✹✦

    Una noche, sin previo aviso, alguien dejó una flor de loto azul sobre el piano. Hera la reconoció al instante.

    Era una señal.

    Zeus la había encontrado.

    Pero esa noche... ella no cantó para él.

    Cantó para todas las diosas rotas en el Olimpo. Para todas las mujeres con corona que fueron obligadas a reinar en silencio.
    Y el escenario, ese pequeño altar de luces tenues y cortinas moradas, se convirtió en su nuevo trono.

    ✧━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━✧
    Así fue como Hera, Reina del Olimpo, se convirtió también en la Reina de la Noche.

    Ya no por el poder heredado... sino por el poder ganado con cada nota, cada lágrima y cada aplauso que nacía del alma.

    ✦✹✦ ━━━━━━━━━━━ •°• •°• ━━━━━━━━━━━ ✦✹✦
    ✦✹✦ ━━━━━━━━━━━ •°• ⊰𝐋𝐚 𝐝𝐢𝐯𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐨𝐥𝐢𝐦𝐩𝐨𝐬⊱ •°• ━━━━━━━━━━━ ✦✹ —El Velo del Olimpo— En un rincón del universo donde los dioses ya no caminaban entre los hombres, pero donde su eco aún susurraba entre luces de terciopelo y humo de escenario, nació una leyenda olvidada: la Dama del Cisne Violeta. Nadie en el mundo mortal sospechaba que aquella figura etérea, que cantaba cada noche con voz de seda y fuego, no era otra que Hera, Reina del Olimpo. Ella no bajó por amor, ni por castigo, ni por capricho de Zeus. Lo hizo porque el Olimpo, con sus dioses de mármol y guerras sin fin, había perdido algo que ni la eternidad podía ofrecer: El arte de ser escuchada sin temor, sin título... sin trono. Vestida con un vestido que nacía del crepúsculo —morado profundo que se desvanecía en dorado al rozar el suelo—, Hera se presentó en el mundo como una simple cantante. Pero bajo ese disfraz de diva, llevaba aún la corona de las constelaciones y el peso de siglos de silencio. Cada noche, bajo la luz melancólica de un reflector solitario, tomaba el micrófono como si fuese su cetro. Los abanicos de plumas se abrían como los cielos en su presencia, las coristas danzaban como ninfas invocadas, y su voz... su voz rompía promesas viejas y reconstruía corazones con cada nota. ✧━━━━━━━━━━━━━━━━━━━✧ 「 ⊰𝐇𝐞𝐫𝐚⊱ 」 :̗̀➛ “¿Creen que una reina no puede llorar? Entonces escuchen...” ✧━━━━━━━━━━━━━━━━━━━✧ Con cada canción contaba verdades disfrazadas de metáforas. Sus letras hablaban de traiciones doradas, de la soledad en el poder, del dolor de una esposa que compartía su amor con el cielo, la tierra y todos los caprichos de su marido. El público lloraba sin saber por qué, reía con lágrimas suspendidas... y volvía noche tras noche. Pero nadie sabía que cuando el telón caía, ella no regresaba a un camerino, sino a un palacio escondido tras el reflejo de los espejos. Su camerino era un templo de columnas rotas por el tiempo, donde Hera, con los ojos llenos de lágrimas, susurraba oraciones a sí misma: 〚⚜〛》“Al menos aquí, soy adorada no por miedo... sino por amor.”《⚜〛 ✦✹✦ ━━━━━━━━━━━ •°• ⊰𝐄𝐥 𝐒𝐞𝐠𝐮𝐧𝐝𝐨 𝐀𝐜𝐭𝐨⊱ •°• ━━━━━━━━━━━ ✦✹✦ Una noche, sin previo aviso, alguien dejó una flor de loto azul sobre el piano. Hera la reconoció al instante. Era una señal. Zeus la había encontrado. Pero esa noche... ella no cantó para él. Cantó para todas las diosas rotas en el Olimpo. Para todas las mujeres con corona que fueron obligadas a reinar en silencio. Y el escenario, ese pequeño altar de luces tenues y cortinas moradas, se convirtió en su nuevo trono. ✧━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━✧ Así fue como Hera, Reina del Olimpo, se convirtió también en la Reina de la Noche. Ya no por el poder heredado... sino por el poder ganado con cada nota, cada lágrima y cada aplauso que nacía del alma. ✦✹✦ ━━━━━━━━━━━ •°• •°• ━━━━━━━━━━━ ✦✹✦ :STK-66:
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  • No aparezco mucho por aquí... Pero supongo que debo aparecer, yo con ropa humana, me gusta, poco a poco me voy acostumbrando a ello

    ¿Que tal me veo amor mío Ryuiji Hitashi?
    No aparezco mucho por aquí... Pero supongo que debo aparecer, yo con ropa humana, me gusta, poco a poco me voy acostumbrando a ello ¿Que tal me veo amor mío [ripple_violet_frog_135]?
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    Euphoria Ishtar – Edición Especial: Lilith Ascendente

    "Lilith Ishtar: El arte de ser tentación y tendencia."

    Sobre un fondo etéreo entre humo violeta y luces neón, aparece Lilith Ishtar, la sucubo suprema de la moda infernal, encarnando una nueva era de sensualidad mística. Su cabello verde esmeralda cae como una cascada salvaje sobre sus hombros descubiertos, contrastando con su piel morada, en un tono degradado entre lavanda oscura y amatista clara, como un crepúsculo encantado.

    -.Sus ojos rosados brillan como cristales encantados, fijos en la cámara con una mezcla de poder y deseo. Los cuernos curvos de obsidiana pulida enmarcan su rostro con majestuosidad demoníaca, mientras que sus alas oscuras de membrana violácea se despliegan con elegancia infernal detrás de ella.

    -.Luce un conjunto de alta costura entre encaje negro profundo y detalles metálicos, perfectamente ajustado a su figura voluptuosa y seductora, celebrando sin censura su imponente pechonalidad. Sus orejas puntiagudas y garras delicadamente decoradas con joyería oscura completan el look: un equilibrio entre lo celestial caído y la diosa de la tentación moderna.

    "Euphoria Ishtar: Donde la moda no es mortal."
    🖤 Euphoria Ishtar – Edición Especial: Lilith Ascendente 🔥 "Lilith Ishtar: El arte de ser tentación y tendencia." Sobre un fondo etéreo entre humo violeta y luces neón, aparece Lilith Ishtar, la sucubo suprema de la moda infernal, encarnando una nueva era de sensualidad mística. Su cabello verde esmeralda cae como una cascada salvaje sobre sus hombros descubiertos, contrastando con su piel morada, en un tono degradado entre lavanda oscura y amatista clara, como un crepúsculo encantado. -.Sus ojos rosados brillan como cristales encantados, fijos en la cámara con una mezcla de poder y deseo. Los cuernos curvos de obsidiana pulida enmarcan su rostro con majestuosidad demoníaca, mientras que sus alas oscuras de membrana violácea se despliegan con elegancia infernal detrás de ella. -.Luce un conjunto de alta costura entre encaje negro profundo y detalles metálicos, perfectamente ajustado a su figura voluptuosa y seductora, celebrando sin censura su imponente pechonalidad. Sus orejas puntiagudas y garras delicadamente decoradas con joyería oscura completan el look: un equilibrio entre lo celestial caído y la diosa de la tentación moderna. "Euphoria Ishtar: Donde la moda no es mortal."
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  • Crónica del Trono Ardiente:

    “La Corona de Fuego y Sangre: Rhaenyra y el Príncipe del Alba”

    Año 111 DC, Poniente

    En la sala del Trono de Hierro, aquella pesada estructura forjada en las llamas del legendario Balerion, se sentaron dos figuras que marcaron el renacer del linaje Targaryen en tiempos oscuros y turbulentos.

    Ella, Rhaenyra Targaryen, apenas una adolescente, de mirada feroz y melancólica, portaba el peso de ser la primera mujer con derecho a reclamar el Trono de Hierro, aunque el patriarcado y las intrigas de la corte se opusieran con uñas y dientes.

    A su lado, un pequeño niño de cabello plateado y ojos violeta profundo, su hermano menor y legítimo heredero varón, Baelon II Targaryen, conocido como “El Príncipe del Alba”, descansaba con la inocencia que solo los bebés poseen, pero ya destinado a ser un rey de leyenda.

    La dupla parecía un símbolo imposible, un fuego doble que desafía las sombras del pasado y las amenazas del presente.
    Crónica del Trono Ardiente: “La Corona de Fuego y Sangre: Rhaenyra y el Príncipe del Alba” Año 111 DC, Poniente En la sala del Trono de Hierro, aquella pesada estructura forjada en las llamas del legendario Balerion, se sentaron dos figuras que marcaron el renacer del linaje Targaryen en tiempos oscuros y turbulentos. Ella, Rhaenyra Targaryen, apenas una adolescente, de mirada feroz y melancólica, portaba el peso de ser la primera mujer con derecho a reclamar el Trono de Hierro, aunque el patriarcado y las intrigas de la corte se opusieran con uñas y dientes. A su lado, un pequeño niño de cabello plateado y ojos violeta profundo, su hermano menor y legítimo heredero varón, Baelon II Targaryen, conocido como “El Príncipe del Alba”, descansaba con la inocencia que solo los bebés poseen, pero ya destinado a ser un rey de leyenda. La dupla parecía un símbolo imposible, un fuego doble que desafía las sombras del pasado y las amenazas del presente.
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  • Anna Bloodmoon Wallace

    Ahora decidme qué no tengo la mujer más hermosa de todas.
    [glimmer_violet_tiger_639] Ahora decidme qué no tengo la mujer más hermosa de todas.
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  • ¡CUMPLEAÑOS FELIZ, CUMPLEAÑOS FELIZ!

    ¡FICROLERS!
    ¡Hoy estamos de fiesta!

    Es un día muy especial porque celebramos el cumpleaños de alguien increíble (¡o de varios!).
    Que no falten las sonrisas, las sorpresas y los buenos momentos para hacer de este día algo inolvidable.

    ¡[nevermore.sh]!
    ¡Ⲉⳙⲅⲩⲛⲟⲙⲉ Ⲙⲟⲅⲛⳕⲛⳋ⳽ⲧⲁⲅ!
    ¡Mıchαel Gobletfıre!
    ¡𝐃𝐡𝐞𝐫𝐞𝐤 𝐂𝐫𝐚𝐧𝐬𝐭𝐨𝐧!

    "Que este nuevo año esté lleno de alegrías, éxitos y mucha magia. ¡Gracias por ser parte de esta comunidad tan especial y por todo lo que aportan! Hoy es su día, ¡disfrútenlo al máximo!"

    ¡A llenar este espacio de buenos deseos y mensajes festivos!


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    🎵 ¡CUMPLEAÑOS FELIZ, CUMPLEAÑOS FELIZ! 🎶 ¡FICROLERS! 🎉 ¡Hoy estamos de fiesta! 🎂✨ Es un día muy especial porque celebramos el cumpleaños de alguien increíble (¡o de varios!). 🥳🎁 Que no falten las sonrisas, las sorpresas y los buenos momentos para hacer de este día algo inolvidable. ¡[nevermore.sh]! ¡[hell_princess_0903]! ¡[blaze_scarlet_bull_172]! ¡[meteor_violet_crow_330]! 🌟 "Que este nuevo año esté lleno de alegrías, éxitos y mucha magia. ¡Gracias por ser parte de esta comunidad tan especial y por todo lo que aportan! Hoy es su día, ¡disfrútenlo al máximo!" 🎈 ¡A llenar este espacio de buenos deseos y mensajes festivos! 🎊 #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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    “Recuerdos de Elisabetta”

    Permanecía en silencio frente al ventanal antiguo del palazzo, donde la luz del atardecer entraba como oro líquido y acariciaba su piel. Vestía un delicado vestido de seda color champán, bordado con hilos dorados que parecían haber sido tejidos por los dioses mismos. Sus rizos rubios caían sobre sus hombros desnudos como cascadas de luz, y sus ojos, de un violeta profundo, parecían perdidos en otro tiempo.

    Entre sus dedos sostenía un colgante antiguo: una mariposa en filigrana de oro, el mismo que solía llevar su madre, Erin Fitzgerald, antes de que la muerte se la llevara tan temprano. Aquella joya no tenía precio para Elisabetta. No por su valor material, sino por los recuerdos que cargaba en silencio.

    —“Mamá…”, murmuró, con una voz tan suave que apenas fue un suspiro. “¿Serías feliz si vieras en lo que me he convertido?”

    La habitación estaba en calma, pero en su mente resonaban risas pasadas. El eco de los pasos de su madre al entrar en la misma sala, el perfume a gardenias, la calidez de sus brazos. Todo eso estaba lejos… y sin embargo, tan presente como su propia piel.

    Elisabetta cerró los ojos, dejando que una sola lágrima cayera por su mejilla. No lloraba a menudo. Ser la “Farfalla della Morte” no le permitía tales debilidades. Pero en esos breves instantes de soledad, cuando la máscara se desvanecía, la niña que había perdido a su madre volvía a asomar.

    Se giró hacia el retrato colgado en la pared: Erin, joven, sonriente, abrazando a dos niños gemelos. Flavio y ella, cuando el mundo aún era cálido.

    —“He tomado el poder, mamma… como tú decías que haría. Pero a veces…” —su voz se quebró— “a veces solo quisiera volver a esos días en los que lo único que importaba era tu abrazo.”

    Elisabetta besó el colgante, luego lo dejó caer sobre su pecho, brillando con la misma intensidad que sus ojos.

    Y entonces, se giró hacia la puerta, su mirada endureciéndose de nuevo. La reina volvía al trono.

    Pero el recuerdo… ese nunca la abandonaría.
    “Recuerdos de Elisabetta” Permanecía en silencio frente al ventanal antiguo del palazzo, donde la luz del atardecer entraba como oro líquido y acariciaba su piel. Vestía un delicado vestido de seda color champán, bordado con hilos dorados que parecían haber sido tejidos por los dioses mismos. Sus rizos rubios caían sobre sus hombros desnudos como cascadas de luz, y sus ojos, de un violeta profundo, parecían perdidos en otro tiempo. Entre sus dedos sostenía un colgante antiguo: una mariposa en filigrana de oro, el mismo que solía llevar su madre, Erin Fitzgerald, antes de que la muerte se la llevara tan temprano. Aquella joya no tenía precio para Elisabetta. No por su valor material, sino por los recuerdos que cargaba en silencio. —“Mamá…”, murmuró, con una voz tan suave que apenas fue un suspiro. “¿Serías feliz si vieras en lo que me he convertido?” La habitación estaba en calma, pero en su mente resonaban risas pasadas. El eco de los pasos de su madre al entrar en la misma sala, el perfume a gardenias, la calidez de sus brazos. Todo eso estaba lejos… y sin embargo, tan presente como su propia piel. Elisabetta cerró los ojos, dejando que una sola lágrima cayera por su mejilla. No lloraba a menudo. Ser la “Farfalla della Morte” no le permitía tales debilidades. Pero en esos breves instantes de soledad, cuando la máscara se desvanecía, la niña que había perdido a su madre volvía a asomar. Se giró hacia el retrato colgado en la pared: Erin, joven, sonriente, abrazando a dos niños gemelos. Flavio y ella, cuando el mundo aún era cálido. —“He tomado el poder, mamma… como tú decías que haría. Pero a veces…” —su voz se quebró— “a veces solo quisiera volver a esos días en los que lo único que importaba era tu abrazo.” Elisabetta besó el colgante, luego lo dejó caer sobre su pecho, brillando con la misma intensidad que sus ojos. Y entonces, se giró hacia la puerta, su mirada endureciéndose de nuevo. La reina volvía al trono. Pero el recuerdo… ese nunca la abandonaría.
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  • Elisabetta lo miraba con una ternura que rara vez mostraba al mundo. Sus ojos violetas, normalmente fríos y calculadores, brillaban con una calidez sutil, como si solo para él fueran capaces de suavizarse. Aunque era la temida Farfalla della Morte, junto a él se permitía un respiro, una vulnerabilidad delicada. Pasaban todo el día juntos, y aunque él era su guardaespaldas, su sombra y su escudo, ella lo veía como mucho más.

    En ese instante, mientras sus miradas se cruzaban en silencio, Elisabetta sintió que su corazón latía con una dulzura peligrosa. No necesitaba decir nada; el leve rubor en sus mejillas y la forma en que sus labios esbozaban una sonrisa contenida hablaban por ella. Era un sentimiento callado, escondido tras los diamantes y las órdenes, pero tan real como el calor de su presencia constante.

    Khaleb Jaddour

    Elisabetta lo miraba con una ternura que rara vez mostraba al mundo. Sus ojos violetas, normalmente fríos y calculadores, brillaban con una calidez sutil, como si solo para él fueran capaces de suavizarse. Aunque era la temida Farfalla della Morte, junto a él se permitía un respiro, una vulnerabilidad delicada. Pasaban todo el día juntos, y aunque él era su guardaespaldas, su sombra y su escudo, ella lo veía como mucho más. En ese instante, mientras sus miradas se cruzaban en silencio, Elisabetta sintió que su corazón latía con una dulzura peligrosa. No necesitaba decir nada; el leve rubor en sus mejillas y la forma en que sus labios esbozaban una sonrisa contenida hablaban por ella. Era un sentimiento callado, escondido tras los diamantes y las órdenes, pero tan real como el calor de su presencia constante. [cosmic_beryl_zebra_425]
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  • Había un balcón en su departamento. Esa fue la razón por la que lo rentó. Estaba asegurado con redes, aunque no tenía mascotas ni miedo a caer. Eran para resguardar su jardín de visitas indeseadas.

    En un costado, el menos soleado y el más húmedo, estaban sus orquídeas. Las había de varios tonos de violeta, su color favorito.

    También había una gran maceta que parecía contener nada. Pero era musgo, otra de sus plantas favoritas.

    No habían rosas. No le gustaban. Tampoco había margaritas, tulipanes ni claveles. Nada de eso.

    En la parte más alta de una estantería había una mimosa. Jamás la tocaba. Y ahora, junto a ella, habría una carnívora.

    — Me dijeron que floreciste por estrés...

    El naga hablaba con la planta tal y como Tobias le había pedido que hiciera y, de paso, como era su costumbre.

    — No voy a estresarte. No me importa si no floreces. Al fin y al cabo, dejar descendencia en este mundo... no es tan importante.
    Había un balcón en su departamento. Esa fue la razón por la que lo rentó. Estaba asegurado con redes, aunque no tenía mascotas ni miedo a caer. Eran para resguardar su jardín de visitas indeseadas. En un costado, el menos soleado y el más húmedo, estaban sus orquídeas. Las había de varios tonos de violeta, su color favorito. También había una gran maceta que parecía contener nada. Pero era musgo, otra de sus plantas favoritas. No habían rosas. No le gustaban. Tampoco había margaritas, tulipanes ni claveles. Nada de eso. En la parte más alta de una estantería había una mimosa. Jamás la tocaba. Y ahora, junto a ella, habría una carnívora. — Me dijeron que floreciste por estrés... El naga hablaba con la planta tal y como Tobias le había pedido que hiciera y, de paso, como era su costumbre. — No voy a estresarte. No me importa si no floreces. Al fin y al cabo, dejar descendencia en este mundo... no es tan importante.
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  • El sol de la mañana acariciaba suavemente los jardines de la Villa Di Vincenzo, donde el perfume de las bugambilias se mezclaba con el aroma a café recién hecho y pan horneado. Una mesa dispuesta con impecable gusto esperaba bajo la sombra de una pérgola cubierta de glicinas. Frutas frescas, jugos naturales, embutidos finos, quesos artesanales y una selección de dulces italianos adornaban el mantel blanco con bordados dorados. Todo estaba dispuesto con precisión, sin excesos, pero con el refinamiento propio de una anfitriona como Elisabetta Di Vincenzo.

    Ella ya estaba allí, sentada con elegancia en una silla de hierro forjado tapizada en terciopelo gris perla. Llevaba un conjunto cómodo pero cuidadosamente escogido: un pantalón palazzo color marfil, una blusa de seda verde esmeralda que resaltaba sus ojos violeta, y un chal ligero sobre los hombros. Su cabello rubio, suelto y ligeramente ondulado, caía con gracia por su espalda. Ni una joya de más, ni una arruga fuera de lugar.

    Aparentemente tranquila, sostenía una copa de jugo de naranja con una mano, mientras la otra pasaba lentamente las páginas de un libro antiguo de poesía italiana. Pero su mente no estaba en los versos de Petrarca. Su atención estaba puesta en la entrada de la villa, esperando el sonido de los pasos que anunciarían la llegada de su hermano Giovanni... y de ella. Su novia. La mujer que, según Giovanni, había logrado hacerlo feliz de nuevo.

    Elisabetta había sonreído por cortesía cuando recibió la noticia, pero por dentro, las alertas se encendieron de inmediato. ¿Quién era esa mujer? ¿Qué quería realmente? Nadie se acercaba a un Di Vincenzo sin un motivo, y menos aún a Giovanni, que en los últimos años se había convertido en su único verdadero aliado, el único que no la había dejado tras la muerte de su padre.

    Naturalmente, Elisabetta no había esperado una presentación formal para comenzar a conocerla. Su equipo ya había investigado todo: nombre, familia, pasado, fotos antiguas, viajes, ex parejas, movimientos bancarios... Todo. Y aunque hasta ahora nada era "alarmante", el instinto de la Farfalla della Morte nunca se equivocaba.

    El canto lejano de un ruiseñor cesó cuando escuchó el ruido de un motor acercándose por el camino de grava. Cerró el libro con elegancia y lo dejó sobre la mesa, mientras una leve sonrisa, tan bella como inquietante, curvaba sus labios.

    —Finalmente, llegó el momento —susurró, tomando una aceituna entre sus dedos perfectamente cuidados.

    Elisabetta se puso de pie con la gracia de quien domina cada centímetro del terreno que pisa. Con el sol acariciando su silueta, parecía una diosa romana lista para recibir a sus invitados. Pero sus ojos... esos ojos color amatista, brillaban con la intensidad de quien va a juzgar, aunque no lo diga con palabras.

    Aquella mujer iba a conocer a Elisabetta Di Vincenzo.

    Y lo haría con desayuno... y con advertencia velada incluida.

    Yuki Prakliaty
    Gɪᴏᴠᴀɴɴɪ Dɪ Vɪɴᴄᴇɴᴢᴏ
    El sol de la mañana acariciaba suavemente los jardines de la Villa Di Vincenzo, donde el perfume de las bugambilias se mezclaba con el aroma a café recién hecho y pan horneado. Una mesa dispuesta con impecable gusto esperaba bajo la sombra de una pérgola cubierta de glicinas. Frutas frescas, jugos naturales, embutidos finos, quesos artesanales y una selección de dulces italianos adornaban el mantel blanco con bordados dorados. Todo estaba dispuesto con precisión, sin excesos, pero con el refinamiento propio de una anfitriona como Elisabetta Di Vincenzo. Ella ya estaba allí, sentada con elegancia en una silla de hierro forjado tapizada en terciopelo gris perla. Llevaba un conjunto cómodo pero cuidadosamente escogido: un pantalón palazzo color marfil, una blusa de seda verde esmeralda que resaltaba sus ojos violeta, y un chal ligero sobre los hombros. Su cabello rubio, suelto y ligeramente ondulado, caía con gracia por su espalda. Ni una joya de más, ni una arruga fuera de lugar. Aparentemente tranquila, sostenía una copa de jugo de naranja con una mano, mientras la otra pasaba lentamente las páginas de un libro antiguo de poesía italiana. Pero su mente no estaba en los versos de Petrarca. Su atención estaba puesta en la entrada de la villa, esperando el sonido de los pasos que anunciarían la llegada de su hermano Giovanni... y de ella. Su novia. La mujer que, según Giovanni, había logrado hacerlo feliz de nuevo. Elisabetta había sonreído por cortesía cuando recibió la noticia, pero por dentro, las alertas se encendieron de inmediato. ¿Quién era esa mujer? ¿Qué quería realmente? Nadie se acercaba a un Di Vincenzo sin un motivo, y menos aún a Giovanni, que en los últimos años se había convertido en su único verdadero aliado, el único que no la había dejado tras la muerte de su padre. Naturalmente, Elisabetta no había esperado una presentación formal para comenzar a conocerla. Su equipo ya había investigado todo: nombre, familia, pasado, fotos antiguas, viajes, ex parejas, movimientos bancarios... Todo. Y aunque hasta ahora nada era "alarmante", el instinto de la Farfalla della Morte nunca se equivocaba. El canto lejano de un ruiseñor cesó cuando escuchó el ruido de un motor acercándose por el camino de grava. Cerró el libro con elegancia y lo dejó sobre la mesa, mientras una leve sonrisa, tan bella como inquietante, curvaba sus labios. —Finalmente, llegó el momento —susurró, tomando una aceituna entre sus dedos perfectamente cuidados. Elisabetta se puso de pie con la gracia de quien domina cada centímetro del terreno que pisa. Con el sol acariciando su silueta, parecía una diosa romana lista para recibir a sus invitados. Pero sus ojos... esos ojos color amatista, brillaban con la intensidad de quien va a juzgar, aunque no lo diga con palabras. Aquella mujer iba a conocer a Elisabetta Di Vincenzo. Y lo haría con desayuno... y con advertencia velada incluida. [Yuki2104] [Gi0vanni]
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