"Sonata en Sangre y Verso"
La sangre aún estaba fresca.
Las gotas carmesí salpicaban las páginas abiertas de Romeo y Julieta, justo sobre las líneas donde Romeo maldice a las estrellas. Era como si alguien hubiese querido subrayar el destino trágico… con su vida.
No muy lejos, un piano viejo descansaba contra la pared de un teatro abandonado. Las teclas, antes marfil puras, ahora lucían rastros secos de lo que parecía haber sido una última melodía tocada con manos heridas.
Nadie supo quién fue primero.
¿El lector? ¿El pianista?
¿El amante de Shakespeare o el músico solitario que desafinaba sus penas en nocturnos rotos?
Solo se sabía una cosa:
Cada noche, alguien regresaba.
Alguien con los dedos aún manchados.
Alguien que tocaba una misma canción inacabada.
Y al terminar, colocaba una flor seca entre las páginas manchadas del libro. Siempre en la misma línea:
"Is it e’en so? Then I defy you, stars!"
La sangre aún estaba fresca.
Las gotas carmesí salpicaban las páginas abiertas de Romeo y Julieta, justo sobre las líneas donde Romeo maldice a las estrellas. Era como si alguien hubiese querido subrayar el destino trágico… con su vida.
No muy lejos, un piano viejo descansaba contra la pared de un teatro abandonado. Las teclas, antes marfil puras, ahora lucían rastros secos de lo que parecía haber sido una última melodía tocada con manos heridas.
Nadie supo quién fue primero.
¿El lector? ¿El pianista?
¿El amante de Shakespeare o el músico solitario que desafinaba sus penas en nocturnos rotos?
Solo se sabía una cosa:
Cada noche, alguien regresaba.
Alguien con los dedos aún manchados.
Alguien que tocaba una misma canción inacabada.
Y al terminar, colocaba una flor seca entre las páginas manchadas del libro. Siempre en la misma línea:
"Is it e’en so? Then I defy you, stars!"
"Sonata en Sangre y Verso"
La sangre aún estaba fresca.
Las gotas carmesí salpicaban las páginas abiertas de Romeo y Julieta, justo sobre las líneas donde Romeo maldice a las estrellas. Era como si alguien hubiese querido subrayar el destino trágico… con su vida.
No muy lejos, un piano viejo descansaba contra la pared de un teatro abandonado. Las teclas, antes marfil puras, ahora lucían rastros secos de lo que parecía haber sido una última melodía tocada con manos heridas.
Nadie supo quién fue primero.
¿El lector? ¿El pianista?
¿El amante de Shakespeare o el músico solitario que desafinaba sus penas en nocturnos rotos?
Solo se sabía una cosa:
Cada noche, alguien regresaba.
Alguien con los dedos aún manchados.
Alguien que tocaba una misma canción inacabada.
Y al terminar, colocaba una flor seca entre las páginas manchadas del libro. Siempre en la misma línea:
"Is it e’en so? Then I defy you, stars!"

