• *Salgo de mi templo con una seriedad poco característica en mi. Suspirante, me muevo lento hasta las escaleras, sacando de mi bolsillo un papel al tiempo que alzaba mi cabeza al cielo, hablando con voz potente.*

    - Queridos miembro del Olimpo, soy su mensajero, fiel informante de la verdad y solo la verdad - Moví mi brazo libre, subiéndolo hacía el cielo con exagerada teatralidad - Aquel que vuela con el viento quizás se pierda entre los bosques más oscuros y el que antaño brillaba en el cielo y los estadios, volverá de su autoexilio, para cobrarse lo que el herrero arrebató a la cazadora... El fuego arderá y la paz comprometida se verá.

    *Con esas palabras, hice una reverencia y desaparecí de escena entre hojas removidas por el viento, mientras las nubes se acercaban y la lluvia comenzaba a caer... Menos mal que me fui rápido, por que no tenía paraguas.*
    *Salgo de mi templo con una seriedad poco característica en mi. Suspirante, me muevo lento hasta las escaleras, sacando de mi bolsillo un papel al tiempo que alzaba mi cabeza al cielo, hablando con voz potente.* - Queridos miembro del Olimpo, soy su mensajero, fiel informante de la verdad y solo la verdad - Moví mi brazo libre, subiéndolo hacía el cielo con exagerada teatralidad - Aquel que vuela con el viento quizás se pierda entre los bosques más oscuros y el que antaño brillaba en el cielo y los estadios, volverá de su autoexilio, para cobrarse lo que el herrero arrebató a la cazadora... El fuego arderá y la paz comprometida se verá. *Con esas palabras, hice una reverencia y desaparecí de escena entre hojas removidas por el viento, mientras las nubes se acercaban y la lluvia comenzaba a caer... Menos mal que me fui rápido, por que no tenía paraguas.*
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  • -Después de perderme en algunas habitaciones y terminar devorando a un sirviente que ni Bien lo ví lo inmovilice rompiendole el cuello me encerré en la habitación más cercana que encontré devorando el cuerpo inerte sabía que leo se molestaría ya podía oír su furia Pero no podía aguantar más tenía hambre quería comer devoró todo el cuerpo notando que su estómago había crecido un poco paso mi mano por mi estómago con ternura y escondiendo y enterrando la ropa en el jardín de la otra habitación limpie los lugares manchados con sangre dorada y regrese a mi habitación cambiándome de ropa como si nada hubiera pasado
    Trate de invocar mis sombras otra vez Pero fue inútil solo apareció un diablillo con una radio
    Sonriendo por ver tal artefacto en mis manos enpieso a sintonizar una emisora donde no tenga señal para poder trasmitir quería distraerme de este encierro porque eso era a pesar de no tener cadenas mi unión con el serafín por el contrato no podía desobedecer si lo hacía hasta el podría apricionar mi alma se me helaba la sangre de solo pensar que el tenga tal poder en mi no podía permitirlo
    Al encontrar tal emisora lo dejo sonar y unirndolo al micrófono en todo el recinto de dónde estaba se podía oír que alguien cantaba los querubines y angeles menores que pasaban cerca de los dominios de Leo Mornigstar se preguntaban quien era el que cantaba unos se quedaban escuchando otros iban y venian
    Los dominios de Leo siempre eran un templo de silencio sepulcral Pero al teneme encerrado quise darle algo de sonido claro sin olvidar mandar mensajes codificados si alguien me oyera me ayude a salir o que venga a acompañarme




    https://youtu.be/A0nPQqzf1OI?si=533O3K2xWeT_nnDa
    -Después de perderme en algunas habitaciones y terminar devorando a un sirviente que ni Bien lo ví lo inmovilice rompiendole el cuello me encerré en la habitación más cercana que encontré devorando el cuerpo inerte sabía que leo se molestaría ya podía oír su furia Pero no podía aguantar más tenía hambre quería comer devoró todo el cuerpo notando que su estómago había crecido un poco paso mi mano por mi estómago con ternura y escondiendo y enterrando la ropa en el jardín de la otra habitación limpie los lugares manchados con sangre dorada y regrese a mi habitación cambiándome de ropa como si nada hubiera pasado Trate de invocar mis sombras otra vez Pero fue inútil solo apareció un diablillo con una radio Sonriendo por ver tal artefacto en mis manos enpieso a sintonizar una emisora donde no tenga señal para poder trasmitir quería distraerme de este encierro porque eso era a pesar de no tener cadenas mi unión con el serafín por el contrato no podía desobedecer si lo hacía hasta el podría apricionar mi alma se me helaba la sangre de solo pensar que el tenga tal poder en mi no podía permitirlo Al encontrar tal emisora lo dejo sonar y unirndolo al micrófono en todo el recinto de dónde estaba se podía oír que alguien cantaba los querubines y angeles menores que pasaban cerca de los dominios de [tempest_cyan_elephant_253] se preguntaban quien era el que cantaba unos se quedaban escuchando otros iban y venian Los dominios de Leo siempre eran un templo de silencio sepulcral Pero al teneme encerrado quise darle algo de sonido claro sin olvidar mandar mensajes codificados si alguien me oyera me ayude a salir o que venga a acompañarme https://youtu.be/A0nPQqzf1OI?si=533O3K2xWeT_nnDa
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  • Aquella noche de invierno Kazuo salió al exterior del templo. A pesar del frío y la nieve este caminó descalzo hasta llegar a un pequeño llano.

    El Yōkai se puso de rodillas y del interior de su Haori sacó algunos hojas de papel.

    Estos eran oraciones. Peticiones de personas de corazón noble que merecían ser escuchadas por los dioses. Kazuo como mensajero era quien se encargaba de que estas llegasen hasta Inari.

    Las páginas comentaron a deshacerse, transformándose en motas doradas que se alzaban al cielo. Ni siquiera el viento era capaz de arrastrarlas, puesto que estas tenían un destino fijo.

    Poco a poco las manos del zorro quedarían vacías, dando por finalizado su cometido como mensajero.
    Aquella noche de invierno Kazuo salió al exterior del templo. A pesar del frío y la nieve este caminó descalzo hasta llegar a un pequeño llano. El Yōkai se puso de rodillas y del interior de su Haori sacó algunos hojas de papel. Estos eran oraciones. Peticiones de personas de corazón noble que merecían ser escuchadas por los dioses. Kazuo como mensajero era quien se encargaba de que estas llegasen hasta Inari. Las páginas comentaron a deshacerse, transformándose en motas doradas que se alzaban al cielo. Ni siquiera el viento era capaz de arrastrarlas, puesto que estas tenían un destino fijo. Poco a poco las manos del zorro quedarían vacías, dando por finalizado su cometido como mensajero.
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  • El Olimpo se erguía como la cúspide del poder divino, un reino de esplendor inconmensurable donde el tiempo fluía distinto, como un río que nunca se detenía. Sus columnas doradas resplandecían con la luz eterna del cielo, y los caminos de mármol se extendían en un laberinto de belleza imposible, adornados con jardines colgantes donde crecían flores que nunca marchitaban. Allí, entre dioses y semidioses que vivían en un goce sin fin, Artemisa caminaba con paso firme, indiferente a la opulencia que la rodeaba.

    Para ella, el Olimpo no era un refugio ni un hogar; era solo el punto de partida antes de regresar a donde realmente pertenecía. Sus dominios no estaban entre los banquetes de néctar y ambrosía, ni en las asambleas de los dioses donde Zeus imponía su autoridad. Su reino era el viento que corría libre por los montes, el crujir de las hojas bajo las patas de los ciervos, el aullido lejano de los lobos en la espesura. Allí estaba su verdadera esencia, en la naturaleza indómita que regía con justicia, no con dominio.

    A su alrededor, el Olimpo vibraba con la actividad incansable de los dioses en sus respectivas ocupaciones. Atenea meditaba en lo alto de su templo, sus pensamientos forjando planes que decidirían el destino de reinos enteros. Afrodita reía entre sus doncellas, perfumada con el aroma de mil flores, mientras tejía con hilos invisibles el destino de los corazones mortales. Hermes se deslizaba como un rayo entre los pasillos, dejando tras de sí un eco de palabras ininteligibles. Incluso Ares, impetuoso y fiero, entrenaba en su colosal campo de batalla, golpeando contra el aire en una guerra eterna que nunca conocería fin.

    Pero Artemisa no se detenía a contemplar nada de eso. Su atención estaba en otra parte, en el mundo más allá de las nubes divinas. Su oído percibía lo que otros ignoraban: las súplicas que se alzaban desde la tierra, débiles como un murmullo, pero inconfundibles para ella. Un llamado se filtró a través del velo de los cielos, una voz trémula que pronunciaba su nombre en medio del bosque. Era un ruego de protección, un grito silencioso de auxilio que no necesitaba ser más fuerte para ser escuchado.

    El mármol del Olimpo resplandecía bajo la luz plateada de la luna, mientras una brisa fresca serpenteaba entre las columnas altísimas del palacio de los dioses. Artemisa caminaba con paso firme, la mirada afilada y los labios tensos. Su túnica corta, ceñida con un cinturón de plata, ondeaba con cada movimiento, y su carcaj lleno de flechas silbaba levemente con el roce del cuero.

    Las obligaciones nunca cesaban en el Olimpo. No importaba que estuviera en la morada de los dioses, su mente siempre estaba en el mundo mortal, en los bosques y montañas que protegía. Mientras los demás se regocijaban en banquetes y alabanzas, ella permanecía alerta. Sus dominios no eran los salones dorados ni los festines del Olimpo, sino los bosques sombríos y las montañas indómitas del mundo mortal.

    Los susurros de una súplica llegaron a sus oídos como el aullido de un lobo en la distancia. Una joven pedía protección, su voz trémula perdida en la vastedad del cosmos. Artemisa no dudó. Su existencia no era de descanso ni de indulgencia, sino de vigilancia y acción. Sin un instante de vacilación, se encaminó hacia la gran escalinata, su silueta perdiéndose entre la bruma dorada del Olimpo, lista para cumplir con su deber una vez más.

    Sus dedos se cerraron sobre su arco con naturalidad, como si la madera y la cuerda fueran una extensión de su propio ser. La cacería no era solo un acto de supervivencia, sino un equilibrio que debía preservarse. Y así como ella cazaba, también protegía. No permitiría que la injusticia corriera libre por la tierra como una bestia sin cadenas. No mientras ella existiera.

    Sin mirar atrás, comenzó su descenso. El Olimpo, con toda su gloria imperecedera, se desdibujó tras de ella, reemplazado por el resplandor frío de la luna que la acompañaba siempre. Su labor nunca cesaba, y jamás buscaría que lo hiciera. La noche era su aliada, y en su abrazo, cumplía su eterno deber.
    El Olimpo se erguía como la cúspide del poder divino, un reino de esplendor inconmensurable donde el tiempo fluía distinto, como un río que nunca se detenía. Sus columnas doradas resplandecían con la luz eterna del cielo, y los caminos de mármol se extendían en un laberinto de belleza imposible, adornados con jardines colgantes donde crecían flores que nunca marchitaban. Allí, entre dioses y semidioses que vivían en un goce sin fin, Artemisa caminaba con paso firme, indiferente a la opulencia que la rodeaba. Para ella, el Olimpo no era un refugio ni un hogar; era solo el punto de partida antes de regresar a donde realmente pertenecía. Sus dominios no estaban entre los banquetes de néctar y ambrosía, ni en las asambleas de los dioses donde Zeus imponía su autoridad. Su reino era el viento que corría libre por los montes, el crujir de las hojas bajo las patas de los ciervos, el aullido lejano de los lobos en la espesura. Allí estaba su verdadera esencia, en la naturaleza indómita que regía con justicia, no con dominio. A su alrededor, el Olimpo vibraba con la actividad incansable de los dioses en sus respectivas ocupaciones. Atenea meditaba en lo alto de su templo, sus pensamientos forjando planes que decidirían el destino de reinos enteros. Afrodita reía entre sus doncellas, perfumada con el aroma de mil flores, mientras tejía con hilos invisibles el destino de los corazones mortales. Hermes se deslizaba como un rayo entre los pasillos, dejando tras de sí un eco de palabras ininteligibles. Incluso Ares, impetuoso y fiero, entrenaba en su colosal campo de batalla, golpeando contra el aire en una guerra eterna que nunca conocería fin. Pero Artemisa no se detenía a contemplar nada de eso. Su atención estaba en otra parte, en el mundo más allá de las nubes divinas. Su oído percibía lo que otros ignoraban: las súplicas que se alzaban desde la tierra, débiles como un murmullo, pero inconfundibles para ella. Un llamado se filtró a través del velo de los cielos, una voz trémula que pronunciaba su nombre en medio del bosque. Era un ruego de protección, un grito silencioso de auxilio que no necesitaba ser más fuerte para ser escuchado. El mármol del Olimpo resplandecía bajo la luz plateada de la luna, mientras una brisa fresca serpenteaba entre las columnas altísimas del palacio de los dioses. Artemisa caminaba con paso firme, la mirada afilada y los labios tensos. Su túnica corta, ceñida con un cinturón de plata, ondeaba con cada movimiento, y su carcaj lleno de flechas silbaba levemente con el roce del cuero. Las obligaciones nunca cesaban en el Olimpo. No importaba que estuviera en la morada de los dioses, su mente siempre estaba en el mundo mortal, en los bosques y montañas que protegía. Mientras los demás se regocijaban en banquetes y alabanzas, ella permanecía alerta. Sus dominios no eran los salones dorados ni los festines del Olimpo, sino los bosques sombríos y las montañas indómitas del mundo mortal. Los susurros de una súplica llegaron a sus oídos como el aullido de un lobo en la distancia. Una joven pedía protección, su voz trémula perdida en la vastedad del cosmos. Artemisa no dudó. Su existencia no era de descanso ni de indulgencia, sino de vigilancia y acción. Sin un instante de vacilación, se encaminó hacia la gran escalinata, su silueta perdiéndose entre la bruma dorada del Olimpo, lista para cumplir con su deber una vez más. Sus dedos se cerraron sobre su arco con naturalidad, como si la madera y la cuerda fueran una extensión de su propio ser. La cacería no era solo un acto de supervivencia, sino un equilibrio que debía preservarse. Y así como ella cazaba, también protegía. No permitiría que la injusticia corriera libre por la tierra como una bestia sin cadenas. No mientras ella existiera. Sin mirar atrás, comenzó su descenso. El Olimpo, con toda su gloria imperecedera, se desdibujó tras de ella, reemplazado por el resplandor frío de la luna que la acompañaba siempre. Su labor nunca cesaba, y jamás buscaría que lo hiciera. La noche era su aliada, y en su abrazo, cumplía su eterno deber.
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  • Volar desde tan lejos me dejó exhausto... No tengo ni la menor idea de como llegué a ese lugar con un templo escondido y ese misterioso ser que lo habitaba... Pero era parte de un bosque y mientras haya un bosque, Aland tendrá una puerta para entrar.
    -Llegó directamente a su área usual del bosque, su cuerpo cayó cómodamente en un lecho de flores que acarició suavemente su piel. Preparándose para dormir bajo el cobijo de las estrellas. Miró su brazo por un momento antes de dormir, el pequeño lazo, su obsequio ahora una pequeña pulcera que rodeaba su muñeca, evidencia de su viaje y la nueva amistad que creó.-
    Volar desde tan lejos me dejó exhausto... No tengo ni la menor idea de como llegué a ese lugar con un templo escondido y ese misterioso ser que lo habitaba... Pero era parte de un bosque y mientras haya un bosque, Aland tendrá una puerta para entrar. -Llegó directamente a su área usual del bosque, su cuerpo cayó cómodamente en un lecho de flores que acarició suavemente su piel. Preparándose para dormir bajo el cobijo de las estrellas. Miró su brazo por un momento antes de dormir, el pequeño lazo, su obsequio ahora una pequeña pulcera que rodeaba su muñeca, evidencia de su viaje y la nueva amistad que creó.-
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  • La noche es tan pura, tan silenciosa, lo único que hace ruido (Y lo deseo mas que la tranquilidad) son los pequeños insectos que viven aquí, por lo menos los dioses son generosos con ello y con que permitan la entrada de visitantes

    - El peliblanco se recostó sobre el techo de su templo y suspiró viendo la luna y frunció el ceño

    Por mi maravillosa suerte muy pronto llegará mi momento de locura, necesito seguir con mis pociones antes de que llegue el día

    La noche es tan pura, tan silenciosa, lo único que hace ruido (Y lo deseo mas que la tranquilidad) son los pequeños insectos que viven aquí, por lo menos los dioses son generosos con ello y con que permitan la entrada de visitantes - El peliblanco se recostó sobre el techo de su templo y suspiró viendo la luna y frunció el ceño Por mi maravillosa suerte muy pronto llegará mi momento de locura, necesito seguir con mis pociones antes de que llegue el día
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  • - El hombre peliblanco luego de una mañana de pintura había salido de su templo, recorrió el jardín e inhalaba el olor a humedad, sus manos estaban en sus espaldas y con tranquilidad observaba todo a su alrededor

    Esto tendría mas vida si hubieran mas personas pero soy alguien solitario para mi mala suerte

    - Soltó una leve risita y se tiró en el césped para asi tomar uno de sus frascos con un liquido parte de sus experimentos

    La luna llena llegará pronto debería resguardarme bien, tener problemas es lo menos que quiero

    - Suspiró y se recostó cerrando sus ojos para disfrutar el clima
    - El hombre peliblanco luego de una mañana de pintura había salido de su templo, recorrió el jardín e inhalaba el olor a humedad, sus manos estaban en sus espaldas y con tranquilidad observaba todo a su alrededor Esto tendría mas vida si hubieran mas personas pero soy alguien solitario para mi mala suerte - Soltó una leve risita y se tiró en el césped para asi tomar uno de sus frascos con un liquido parte de sus experimentos La luna llena llegará pronto debería resguardarme bien, tener problemas es lo menos que quiero - Suspiró y se recostó cerrando sus ojos para disfrutar el clima
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  • - Quien diga que un dragón tiene invulnerabilidad mágica esta totalmente equivocado. hay maldiciones que traspasan toda regla y más si son de tiempos antiguos como olvidados. el desierto, tiene no solo misterios sino peligros que deben ser tomados en cuenta. si recibes alguna de esas maldiciones tu destino es simplemente morir y ser tragado por las arenas del desierto, nadie se acordaría de ti y sería imposible recuperar tu cuerpo pues el mar de arena lo reclamaría para si mismo. Proteger templos antiguos de ocultistas es una tarea que el dragón decidió tomar desde bastante tiempo, algunos ingenuos en búsqueda de poder despertarian horrores inimaginables;más allá de toda comprensión y cordura posible. la batalla fue muy dificil, podría decirse que de milagro el Alduin sobrevivió pero con un gran coste: su cuerpo estaría infectado por alguna extraña maldición que hace que su piel se oscurezca mostrando muchas cicatrices heridas mágicas e internamente sus organos sufran de ataques constantes. sino es por el conocimiento de magia draconiana además de lo que ha podido recolectar durante este tiempo otro hubiera sido su destino, detuvo el avance de esta maldición pero su cuerpo esta con esas marcas y esta débil: tardará mucho en curarse eso es un hecho -
    - Quien diga que un dragón tiene invulnerabilidad mágica esta totalmente equivocado. hay maldiciones que traspasan toda regla y más si son de tiempos antiguos como olvidados. el desierto, tiene no solo misterios sino peligros que deben ser tomados en cuenta. si recibes alguna de esas maldiciones tu destino es simplemente morir y ser tragado por las arenas del desierto, nadie se acordaría de ti y sería imposible recuperar tu cuerpo pues el mar de arena lo reclamaría para si mismo. Proteger templos antiguos de ocultistas es una tarea que el dragón decidió tomar desde bastante tiempo, algunos ingenuos en búsqueda de poder despertarian horrores inimaginables;más allá de toda comprensión y cordura posible. la batalla fue muy dificil, podría decirse que de milagro el Alduin sobrevivió pero con un gran coste: su cuerpo estaría infectado por alguna extraña maldición que hace que su piel se oscurezca mostrando muchas cicatrices heridas mágicas e internamente sus organos sufran de ataques constantes. sino es por el conocimiento de magia draconiana además de lo que ha podido recolectar durante este tiempo otro hubiera sido su destino, detuvo el avance de esta maldición pero su cuerpo esta con esas marcas y esta débil: tardará mucho en curarse eso es un hecho -
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  • El invierno seguía azotando con fuerza en el monte Inari.

    Con aquel clima casi nadie venía al templo de Kazuo a rezar y llevar sus plegarias. Lo que hacía que en el lugar se respirase aún más paz de la que ya había de por sí.

    Aún así el zorro seguía cuidado y manteniendo todo perfecto por si algún viajero estrabiado buscaba cobijo de la tempestad.

    A pesar del frío y la nieve, esto aportaba un paisaje de lo más acogedor y hermoso. Una estampa digna de un lienzo.
    El invierno seguía azotando con fuerza en el monte Inari. Con aquel clima casi nadie venía al templo de Kazuo a rezar y llevar sus plegarias. Lo que hacía que en el lugar se respirase aún más paz de la que ya había de por sí. Aún así el zorro seguía cuidado y manteniendo todo perfecto por si algún viajero estrabiado buscaba cobijo de la tempestad. A pesar del frío y la nieve, esto aportaba un paisaje de lo más acogedor y hermoso. Una estampa digna de un lienzo.
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  • Incluso él era capaz de buscar esos pequeños momentos para desconectar.

    Kazuo era un ser muy disciplinado. Se levantaba con los primeros rayos del alba para iniciar sus tareas diarias. Su templo, aunque no fuera excesivamente grande, requería un mantenimiento y cuidado diario.

    Además de aquellas tareas matutinas, atendía a aquellos que viniesen de visita o a rezar. Aunque esto último era casi inexistente a causa del frío y la nieve.

    Y no solo su templo; también se ocupaba de todo el territorio que abarcaba su amado bosque. Este lo pratullaba y velaba por él, a veces con la noche acariciando su lomo. Era su guardián, su rey, su protector.

    Pero a pesar de todo esto. Siempre buscaba tener tiempo de calidad con su amada. Este la buscaba en cada esquina con la mirada, intentando encontrar cualquier escusa para estar a su lado.

    Y otras veces, cuando la soledad azotaba, realizaba otro tipo de actividades. Kazuo amaba pintar; trazar finas líneas, dando forma a aquello que se plasmaba en su mente. Era meticuloso; creando siluetas de trazos exquisitamente medidos. Los siglos le habían otorgado el tiempo suficiente como para haber perfeccionado dicha habilidad.

    Era por eso que aquella tarde, bajo un sol despejado, el zorro pintaba en el cristal de un porta velas. Pensando que sería un regalo hermoso para el amor de su vida; 𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆 .
    Incluso él era capaz de buscar esos pequeños momentos para desconectar. Kazuo era un ser muy disciplinado. Se levantaba con los primeros rayos del alba para iniciar sus tareas diarias. Su templo, aunque no fuera excesivamente grande, requería un mantenimiento y cuidado diario. Además de aquellas tareas matutinas, atendía a aquellos que viniesen de visita o a rezar. Aunque esto último era casi inexistente a causa del frío y la nieve. Y no solo su templo; también se ocupaba de todo el territorio que abarcaba su amado bosque. Este lo pratullaba y velaba por él, a veces con la noche acariciando su lomo. Era su guardián, su rey, su protector. Pero a pesar de todo esto. Siempre buscaba tener tiempo de calidad con su amada. Este la buscaba en cada esquina con la mirada, intentando encontrar cualquier escusa para estar a su lado. Y otras veces, cuando la soledad azotaba, realizaba otro tipo de actividades. Kazuo amaba pintar; trazar finas líneas, dando forma a aquello que se plasmaba en su mente. Era meticuloso; creando siluetas de trazos exquisitamente medidos. Los siglos le habían otorgado el tiempo suficiente como para haber perfeccionado dicha habilidad. Era por eso que aquella tarde, bajo un sol despejado, el zorro pintaba en el cristal de un porta velas. Pensando que sería un regalo hermoso para el amor de su vida; [Liz_bloodFlame].
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