• Sentada en su tienda, rodeada de libros, notas, y un café frío que parecía haber sido abandonado hace siglos. Deja su teléfono ajustado en el trípode y comienza a grabar un nuevo video para TikTok. La linterna de su teléfono ilumina sus ojeras marcadas y su expresión de "¿por qué la universidad no acepta hechizos como tarea?"

    — ¡Witchtok, assemble! —saluda con un tono que oscila entre el cansancio y la ironia— les presento la cara de alguien que está en exámenes parciales y que, técnicamente, debería estar estudiando en este momento...

    Se acerca hacia su móvil y ajusta el angulo de la camara para mostrar una caja de madera vieja y sellada que llegó esa misma mañana.

    — Pero bueno, como premio a sobrevivir estos días a la universidad... —acqricia la caja con curiosidad— pronto haré un unboxing de esto: algo que llegó justooo hoy —sonrie de forma pícara, y golpea la caja con sus nudillos— ¿Quieren jugar a adivinar que es? —guiña a la camara— ¡Estén atentos y síganme para no perderse de nada!

    Finalmente, detiene la grabación con un gesto despreocupado, pero no sin antes lanzar un último comentario a cámara:

    — Ah... Y si este video supera los 5K likes, prometo intentar un hechizo para pasar mis examenes~ ... resultados no garantizados

    Con un toque final, sube el vídeo a su perfil de TikTok @WitchPleaseDont añadiendo con dedos rápidos la frase "P.D: Rune ya está listo para sabotear el unboxing. Stay tuned!"
    Sentada en su tienda, rodeada de libros, notas, y un café frío que parecía haber sido abandonado hace siglos. Deja su teléfono ajustado en el trípode y comienza a grabar un nuevo video para TikTok. La linterna de su teléfono ilumina sus ojeras marcadas y su expresión de "¿por qué la universidad no acepta hechizos como tarea?" — ¡Witchtok, assemble! —saluda con un tono que oscila entre el cansancio y la ironia— les presento la cara de alguien que está en exámenes parciales y que, técnicamente, debería estar estudiando en este momento... Se acerca hacia su móvil y ajusta el angulo de la camara para mostrar una caja de madera vieja y sellada que llegó esa misma mañana. — Pero bueno, como premio a sobrevivir estos días a la universidad... —acqricia la caja con curiosidad— pronto haré un unboxing de esto: algo que llegó justooo hoy —sonrie de forma pícara, y golpea la caja con sus nudillos— ¿Quieren jugar a adivinar que es? —guiña a la camara— ¡Estén atentos y síganme para no perderse de nada! Finalmente, detiene la grabación con un gesto despreocupado, pero no sin antes lanzar un último comentario a cámara: — Ah... Y si este video supera los 5K likes, prometo intentar un hechizo para pasar mis examenes~ ... resultados no garantizados Con un toque final, sube el vídeo a su perfil de TikTok @WitchPleaseDont añadiendo con dedos rápidos la frase "P.D: Rune ya está listo para sabotear el unboxing. Stay tuned!"
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  • La lluvia caía suavemente sobre las ruinas mientras Nico Robin avanzaba con paso firme. Bajo sus botas, el barro se mezclaba con siglos de historia olvidada. Las enredaderas cubrían los muros de piedra, pero ella reconocía los patrones. Era un lenguaje antiguo, casi borrado por el tiempo, pero no por su memoria.

    Con una mano sobre la pared húmeda, dejó que florecieran otras a su alrededor. Dedos pacientes copiaron los grabados, registrando cada curva, cada trazo. Su expresión permanecía serena, pero dentro de sí ardía una chispa: la emoción de descubrir, de comprender, de dar voz a los que fueron silenciados.

    Cada símbolo era un susurro del pasado. No buscaba poder ni gloria. Solo verdad. Solo conocimiento.

    Recordó a su madre, al árbol de la sabiduría, al fuego. No por dolor, sino como ancla. Todo lo que era hoy, lo había forjado el pasado. Y en cada ruina que tocaba, tejía un hilo invisible entre aquello que fue y lo que aún podía ser.

    Cuando terminó de transcribir, se detuvo un momento. Observó el cielo gris, cerró los ojos y respiró hondo.

    —Gracias —susurró al viento.
    La lluvia caía suavemente sobre las ruinas mientras Nico Robin avanzaba con paso firme. Bajo sus botas, el barro se mezclaba con siglos de historia olvidada. Las enredaderas cubrían los muros de piedra, pero ella reconocía los patrones. Era un lenguaje antiguo, casi borrado por el tiempo, pero no por su memoria. Con una mano sobre la pared húmeda, dejó que florecieran otras a su alrededor. Dedos pacientes copiaron los grabados, registrando cada curva, cada trazo. Su expresión permanecía serena, pero dentro de sí ardía una chispa: la emoción de descubrir, de comprender, de dar voz a los que fueron silenciados. Cada símbolo era un susurro del pasado. No buscaba poder ni gloria. Solo verdad. Solo conocimiento. Recordó a su madre, al árbol de la sabiduría, al fuego. No por dolor, sino como ancla. Todo lo que era hoy, lo había forjado el pasado. Y en cada ruina que tocaba, tejía un hilo invisible entre aquello que fue y lo que aún podía ser. Cuando terminó de transcribir, se detuvo un momento. Observó el cielo gris, cerró los ojos y respiró hondo. —Gracias —susurró al viento.
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  • *En Un templo en ruinas oculto entre los riscos, donde el musgo crece entre estatuas rotas y el viento arrastra siglos de silencio. El dios demonio, encarnado en forma humana, se sienta solo sobre el trono de piedra que ya no representa nada. Su mirada está fija en la llama azul de una ofrenda que no arde con fuego mortal.*

    Dicen que el tiempo lo entierra todo. Mentiras. Hay heridas que se entierran con los huesos… pero siguen cantando bajo la tierra.

    *Se pone de pie lentamente. Su andar es lento, como si cargara con siglos en los hombros. Se detiene frente a una pintura desvanecida en el muro, donde una figura femenina —casi borrada— parece mirarlo.*

    No la he visto. No he oído su voz. Ni siquiera sé si sonríe como tú… o si heredó mi forma de callar cuando el mundo pesa demasiado. Solo sé que existe. Que respira. Que camina junto a ese hombre al que llaman padre… mientras yo observo desde lo alto como un cobarde.

    *Una gota de agua cae desde el techo, rompiendo el silencio. Él aprieta los puños.*

    Mi sangre en su sangre… y ella ni siquiera lo imagina. Qué destino más cruel el de los que crean vida y luego deben ocultarse de ella. No por miedo. Por castigo.

    *Mira hacia una grieta en la pared. Más allá, se ve un sendero que baja por la montaña.*

    Están viajando. Él la cuida, le habla con la calma que yo nunca tuve. Le enseña el mundo como si fuera un regalo, mientras yo fui capaz de prenderle fuego. Ella cree que es su padre. Y él… quizás lo es más de lo que yo merezco ser.

    *Suspira. Hay una sombra en sus ojos. No odio, solo un cansancio inmenso.*


    "Yo solo dejo rastros. Fragmentos. Una marca en el cielo que quizá algún día la haga mirar hacia arriba y preguntarse por qué sueña con lugares que nunca ha pisado.

    *La llama azul parpadea. Él la observa por última vez antes de marcharse.*

    "No la tocaré. No le hablaré. No merezco más que esto: saber que existe. Que el mundo es un poco menos oscuro porque ella camina en él. Y eso… eso basta.
    *En Un templo en ruinas oculto entre los riscos, donde el musgo crece entre estatuas rotas y el viento arrastra siglos de silencio. El dios demonio, encarnado en forma humana, se sienta solo sobre el trono de piedra que ya no representa nada. Su mirada está fija en la llama azul de una ofrenda que no arde con fuego mortal.* Dicen que el tiempo lo entierra todo. Mentiras. Hay heridas que se entierran con los huesos… pero siguen cantando bajo la tierra. *Se pone de pie lentamente. Su andar es lento, como si cargara con siglos en los hombros. Se detiene frente a una pintura desvanecida en el muro, donde una figura femenina —casi borrada— parece mirarlo.* No la he visto. No he oído su voz. Ni siquiera sé si sonríe como tú… o si heredó mi forma de callar cuando el mundo pesa demasiado. Solo sé que existe. Que respira. Que camina junto a ese hombre al que llaman padre… mientras yo observo desde lo alto como un cobarde. *Una gota de agua cae desde el techo, rompiendo el silencio. Él aprieta los puños.* Mi sangre en su sangre… y ella ni siquiera lo imagina. Qué destino más cruel el de los que crean vida y luego deben ocultarse de ella. No por miedo. Por castigo. *Mira hacia una grieta en la pared. Más allá, se ve un sendero que baja por la montaña.* Están viajando. Él la cuida, le habla con la calma que yo nunca tuve. Le enseña el mundo como si fuera un regalo, mientras yo fui capaz de prenderle fuego. Ella cree que es su padre. Y él… quizás lo es más de lo que yo merezco ser. *Suspira. Hay una sombra en sus ojos. No odio, solo un cansancio inmenso.* "Yo solo dejo rastros. Fragmentos. Una marca en el cielo que quizá algún día la haga mirar hacia arriba y preguntarse por qué sueña con lugares que nunca ha pisado. *La llama azul parpadea. Él la observa por última vez antes de marcharse.* "No la tocaré. No le hablaré. No merezco más que esto: saber que existe. Que el mundo es un poco menos oscuro porque ella camina en él. Y eso… eso basta.
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  • — haaaaaa... Mí cabeza, me duele la garganta..

    *Mira de reojo*

    — por qué el agua brilla?

    *Se levanta como puede y mira su reflejo*

    — OH MY-!! mí pelo, mis ojos.. que me pasó?... Supongo que el golpe me afectó la cabeza.. me siento... Rara.. como menos vulnerable, uh? Siento mi sangre arder... Agh..

    ( Así que ya desperté.. este control.. es algo más que estuvo bloqueado todo el tiempo

    ?: por mucho tiempo mis antepasados estuvieron aparentando la forma de este mundo)

    — uh??

    ( ?: siglos después de la extinción de la mayoría de razas, solo se habían ocultado en formas diferentes para parecer más débiles y usando la minoría de sus poderes para mantener el orden en un mundo extranjero.. )

    — que carajo?.. tengo doble conciencia??

    ( ?: es hora.. )

    *Siente un ardor en todo su cuerpo*

    — UGH.. ok, ok.. solo necesito descan-

    *Dice palabras en otro idioma*

    — ok, si... Solo necesito descansar de esta doble parte.. ugh...

    *Se recuesta de nuevo*


    — ..... Tengo hambre.... Por primera vez....
    — haaaaaa... Mí cabeza, me duele la garganta.. *Mira de reojo* — por qué el agua brilla? *Se levanta como puede y mira su reflejo* — OH MY-!! mí pelo, mis ojos.. que me pasó?... Supongo que el golpe me afectó la cabeza.. me siento... Rara.. como menos vulnerable, uh? Siento mi sangre arder... Agh.. ( Así que ya desperté.. este control.. es algo más que estuvo bloqueado todo el tiempo ?: por mucho tiempo mis antepasados estuvieron aparentando la forma de este mundo) — uh?? ( ?: siglos después de la extinción de la mayoría de razas, solo se habían ocultado en formas diferentes para parecer más débiles y usando la minoría de sus poderes para mantener el orden en un mundo extranjero.. ) — que carajo?.. tengo doble conciencia?? ( ?: es hora.. ) *Siente un ardor en todo su cuerpo* — UGH.. ok, ok.. solo necesito descan- *Dice palabras en otro idioma* — ok, si... Solo necesito descansar de esta doble parte.. ugh... *Se recuesta de nuevo* :STK-31: — ..... Tengo hambre.... Por primera vez....
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  • El mundo lo enterró bajo siglos.
    Pero yo todavía los escucho.
    Las pirámides estaban vivas.
    A veces, aún lo están.
    Y caminan conmigo.
    El mundo lo enterró bajo siglos. Pero yo todavía los escucho. Las pirámides estaban vivas. A veces, aún lo están. Y caminan conmigo.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Una noche, una noche que no pertenecía a ningún calendario humano, mientras descansaba en su palacio de sombras líquidas, Morfeo cerró los ojos y se encontró en un prado de amapolas rojas. Y allí, entre la bruma del sueño que él no había creado, la vio.

    Tenía el cabello como un río de noche y la risa temblorosa como el cristal. No era mortal ni divina. No pertenecía a ningún sueño que él hubiese formado. Era libre, como si su sola existencia desafiara su poder. Habló con ella sin palabras, danzaron sin moverse, y cuando despertó, sí, él, Morfeo, despertó, la soledad lo golpeó como jamás lo habían hecho los siglos.

    Desde entonces, buscó ese rostro entre los sueños de los hombres. Bajó al lecho de reyes moribundos, se coló en los suspiros de los poetas, exploró los delírios de los locos. Pero nunca volvió a verla.

    Hasta que una joven mortal, dormida bajo un sauce en primavera, la soñó. Morfeo descendió con el sigilo de una caricia, dispuesto a observar. Y allí estaba otra vez: la mujer del sueño imposible, reencarnada en el deseo de aquella alma dormida. Comprendió entonces que no era un ser, sino una idea. Un anhelo colectivo que se filtraba entre los corazones del mundo. Ella era la manifestación del amor que no se puede tener, del recuerdo que nunca existió, del abrazo que nadie ha dado y todos esperan.

    Morfeo la amó sin poder poseerla.

    Y desde entonces, cada noche, baja al mundo con más cuidado. Ya no sólo para dar sueños, sino para encontrarse con ella, en fragmentos, en rostros, en gestos robados al subconsciente. Porque incluso los dioses, alguna vez, sueñan con amar lo inalcanzable...

    Y ese es su castigo, y su bendición.
    Una noche, una noche que no pertenecía a ningún calendario humano, mientras descansaba en su palacio de sombras líquidas, Morfeo cerró los ojos y se encontró en un prado de amapolas rojas. Y allí, entre la bruma del sueño que él no había creado, la vio. Tenía el cabello como un río de noche y la risa temblorosa como el cristal. No era mortal ni divina. No pertenecía a ningún sueño que él hubiese formado. Era libre, como si su sola existencia desafiara su poder. Habló con ella sin palabras, danzaron sin moverse, y cuando despertó, sí, él, Morfeo, despertó, la soledad lo golpeó como jamás lo habían hecho los siglos. Desde entonces, buscó ese rostro entre los sueños de los hombres. Bajó al lecho de reyes moribundos, se coló en los suspiros de los poetas, exploró los delírios de los locos. Pero nunca volvió a verla. Hasta que una joven mortal, dormida bajo un sauce en primavera, la soñó. Morfeo descendió con el sigilo de una caricia, dispuesto a observar. Y allí estaba otra vez: la mujer del sueño imposible, reencarnada en el deseo de aquella alma dormida. Comprendió entonces que no era un ser, sino una idea. Un anhelo colectivo que se filtraba entre los corazones del mundo. Ella era la manifestación del amor que no se puede tener, del recuerdo que nunca existió, del abrazo que nadie ha dado y todos esperan. Morfeo la amó sin poder poseerla. Y desde entonces, cada noche, baja al mundo con más cuidado. Ya no sólo para dar sueños, sino para encontrarse con ella, en fragmentos, en rostros, en gestos robados al subconsciente. Porque incluso los dioses, alguna vez, sueñan con amar lo inalcanzable... Y ese es su castigo, y su bendición.
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  • La Flor de Ébano

    Perséfone emergió del templo de Apolo con la mirada perdida entre el mármol y los ecos de la profecía. El sol brillaba alto, indiferente a su inquietud. A lo lejos, los olivos danzaban con el viento, ajenos a la sombra que se había posado sobre ella. No fue la profecía lo que la había sacudido, sino la certeza de haberla comprendido, aunque no quisiera admitirlo.

    Apolo la había recibido con su sonrisa habitual, esa mezcla de arrogancia y afecto, pero su rostro se desfiguró al recibir la visión. Sus ojos y boca se encendieron con una luz verde imposible, una claridad ajena incluso a su divinidad solar. Y entonces habló, o mejor dicho, algo habló a través de él:

    “En la era cuando el grano muera sin pena,
    y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano,
    brotará del ébano una flor sin temblor,
    cuyo paso dará descanso a las almas sin canto.”

    La voz había sido firme, inapelable. Las palabras, poesía del destino. Apolo regresó a sí mismo con un movimiento de cabeza, sacudiéndose la tensión. Y con una mirada de resignación casi humana, le entregó la hoja escrita. “Ahí tienes tu profecía, diosa de la Primavera”, dijo.

    Pero Perséfone ya no se sentía primavera. No en ese momento.

    Mientras descendía hacia el Inframundo, su reino, pensaba en cada línea con una mezcla de temor, intuición y una tristeza difícil de nombrar. Ella conocía bien los símbolos. Los había pronunciado antes, para otros. Sabía cómo disfrazaba el destino sus designios con metáforas que, una vez cumplidas, se volvían obvias. Era el juego cruel de los oráculos.

    "Cuando el grano muera sin pena…"

    El grano. Su madre, Deméter, lo encarnaba. El alimento del mundo, el ritmo de la vida y la cosecha. Si el grano muere sin pena, ¿qué significa? ¿Una era donde ya no se valora la vida que se siembra y cosecha? ¿O una en la que la muerte ha dejado de doler?

    Perséfone sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La indiferencia era peor que la muerte. Era olvido. El mundo olvidando a Deméter… olvidándola a ella.

    "Y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano…"

    Esa línea la dolía en lo más íntimo. Ella era esa Reina. Dividida entre la luz de la superficie y la sombra del Inframundo, sembradora de vida en un mundo condenado a morir. ¿Sembrar sin mano? ¿Una creación sin su intervención? ¿Un ser nacido de su esencia, pero no de su voluntad?

    Quizás… una hija. No una engendrada por deseo, sino por destino.

    Se detuvo en medio del corredor de obsidiana, su reflejo oscuro devolviéndole una imagen descompuesta. ¿Una hija nacida de su poder, pero sin su amor? ¿Una flor envenenada o redentora?

    "Brotará del ébano una flor sin temblor…"

    Ébano. El árbol de madera oscura, símbolo de lo oculto, lo eterno, lo duro. Una flor nacida del ébano no sería frágil. No se rompería con el viento.
    Sin temblor. Imperturbable.

    Eso la asustó más que cualquier visión. Porque Perséfone, aun en su fuerza, había temblado. Cuando fue raptada, cuando eligió quedarse, cuando sostuvo en sus brazos a las almas errantes que no querían cruzar el río. Ella había temblado, había sentido.

    Una flor que no tiembla… ¿puede amar? ¿Puede compadecerse?

    "Cuyo paso dará descanso a las almas sin canto."

    Ese último verso le pareció el más bello… y el más trágico.
    Las almas sin canto eran las que no habían sido honradas, las que murieron sin nombre, sin ritual, sin memoria. Vagaban sin rumbo, sin fuerza para cruzar al olvido. Ella las conocía bien. Las escuchaba llorar en las grietas del Hades.

    ¿Esa flor las hará descansar? ¿O las dormirá eternamente, sin redención?

    Se sentó en su trono, las manos entrelazadas, los ojos clavados en el vacío. Las sombras del Inframundo se arremolinaron a su alrededor, inquietas por su silencio.
    Ni Hades se atrevía a interrumpirla. Él conocía ese gesto: Perséfone estaba recordando el futuro.

    Sintió una punzada en el vientre. No física, no tangible. Era como un eco que aún no había nacido. Una presencia lejana, pero inevitable.

    Algo vendría. Algo o alguien crecería en ella, o a través de ella, o desde ella. Una flor sin miedo, nacida del ébano. Y esa flor no sería suya. No en el modo en que una madre posee a su hija.
    No.
    Esa flor sería del mundo.
    O del destino.

    Perséfone apretó los labios, conteniendo la oleada de emoción que pugnaba por salir. ¿Y si la profecía hablaba de una nueva era? ¿De un cambio tan grande que ni los dioses estarían preparados? ¿Y si esa flor era el final de una era donde los dioses gobernaban… y el inicio de una donde solo observarían?

    Por un instante se sintió pequeña. Pequeña ante algo inmenso, algo que se aproximaba como una ola silenciosa, pero imparable.
    Y por primera vez en siglos, no supo si debía temer… o prepararse para amar.
    Porque, aunque no lo dijera en voz alta, en lo más profundo de su pecho, ya sentía el brote.
    Y ese brote no era odio.
    Era amor.

    Silencioso, incierto, pero real.

    Una flor de ébano, nacida de la Reina de los Muertos.
    Una criatura destinada a cambiar el equilibrio, a poner fin al canto del dolor.

    Y Perséfone, con el alma dividida, entendió:
    El mayor acto de amor no es engendrar.
    Es dejar florecer lo que debe ser.
    Aunque eso signifique dejarlo ir.






    La Flor de Ébano Perséfone emergió del templo de Apolo con la mirada perdida entre el mármol y los ecos de la profecía. El sol brillaba alto, indiferente a su inquietud. A lo lejos, los olivos danzaban con el viento, ajenos a la sombra que se había posado sobre ella. No fue la profecía lo que la había sacudido, sino la certeza de haberla comprendido, aunque no quisiera admitirlo. Apolo la había recibido con su sonrisa habitual, esa mezcla de arrogancia y afecto, pero su rostro se desfiguró al recibir la visión. Sus ojos y boca se encendieron con una luz verde imposible, una claridad ajena incluso a su divinidad solar. Y entonces habló, o mejor dicho, algo habló a través de él: “En la era cuando el grano muera sin pena, y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano, brotará del ébano una flor sin temblor, cuyo paso dará descanso a las almas sin canto.” La voz había sido firme, inapelable. Las palabras, poesía del destino. Apolo regresó a sí mismo con un movimiento de cabeza, sacudiéndose la tensión. Y con una mirada de resignación casi humana, le entregó la hoja escrita. “Ahí tienes tu profecía, diosa de la Primavera”, dijo. Pero Perséfone ya no se sentía primavera. No en ese momento. Mientras descendía hacia el Inframundo, su reino, pensaba en cada línea con una mezcla de temor, intuición y una tristeza difícil de nombrar. Ella conocía bien los símbolos. Los había pronunciado antes, para otros. Sabía cómo disfrazaba el destino sus designios con metáforas que, una vez cumplidas, se volvían obvias. Era el juego cruel de los oráculos. "Cuando el grano muera sin pena…" El grano. Su madre, Deméter, lo encarnaba. El alimento del mundo, el ritmo de la vida y la cosecha. Si el grano muere sin pena, ¿qué significa? ¿Una era donde ya no se valora la vida que se siembra y cosecha? ¿O una en la que la muerte ha dejado de doler? Perséfone sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La indiferencia era peor que la muerte. Era olvido. El mundo olvidando a Deméter… olvidándola a ella. "Y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano…" Esa línea la dolía en lo más íntimo. Ella era esa Reina. Dividida entre la luz de la superficie y la sombra del Inframundo, sembradora de vida en un mundo condenado a morir. ¿Sembrar sin mano? ¿Una creación sin su intervención? ¿Un ser nacido de su esencia, pero no de su voluntad? Quizás… una hija. No una engendrada por deseo, sino por destino. Se detuvo en medio del corredor de obsidiana, su reflejo oscuro devolviéndole una imagen descompuesta. ¿Una hija nacida de su poder, pero sin su amor? ¿Una flor envenenada o redentora? "Brotará del ébano una flor sin temblor…" Ébano. El árbol de madera oscura, símbolo de lo oculto, lo eterno, lo duro. Una flor nacida del ébano no sería frágil. No se rompería con el viento. Sin temblor. Imperturbable. Eso la asustó más que cualquier visión. Porque Perséfone, aun en su fuerza, había temblado. Cuando fue raptada, cuando eligió quedarse, cuando sostuvo en sus brazos a las almas errantes que no querían cruzar el río. Ella había temblado, había sentido. Una flor que no tiembla… ¿puede amar? ¿Puede compadecerse? "Cuyo paso dará descanso a las almas sin canto." Ese último verso le pareció el más bello… y el más trágico. Las almas sin canto eran las que no habían sido honradas, las que murieron sin nombre, sin ritual, sin memoria. Vagaban sin rumbo, sin fuerza para cruzar al olvido. Ella las conocía bien. Las escuchaba llorar en las grietas del Hades. ¿Esa flor las hará descansar? ¿O las dormirá eternamente, sin redención? Se sentó en su trono, las manos entrelazadas, los ojos clavados en el vacío. Las sombras del Inframundo se arremolinaron a su alrededor, inquietas por su silencio. Ni Hades se atrevía a interrumpirla. Él conocía ese gesto: Perséfone estaba recordando el futuro. Sintió una punzada en el vientre. No física, no tangible. Era como un eco que aún no había nacido. Una presencia lejana, pero inevitable. Algo vendría. Algo o alguien crecería en ella, o a través de ella, o desde ella. Una flor sin miedo, nacida del ébano. Y esa flor no sería suya. No en el modo en que una madre posee a su hija. No. Esa flor sería del mundo. O del destino. Perséfone apretó los labios, conteniendo la oleada de emoción que pugnaba por salir. ¿Y si la profecía hablaba de una nueva era? ¿De un cambio tan grande que ni los dioses estarían preparados? ¿Y si esa flor era el final de una era donde los dioses gobernaban… y el inicio de una donde solo observarían? Por un instante se sintió pequeña. Pequeña ante algo inmenso, algo que se aproximaba como una ola silenciosa, pero imparable. Y por primera vez en siglos, no supo si debía temer… o prepararse para amar. Porque, aunque no lo dijera en voz alta, en lo más profundo de su pecho, ya sentía el brote. Y ese brote no era odio. Era amor. Silencioso, incierto, pero real. Una flor de ébano, nacida de la Reina de los Muertos. Una criatura destinada a cambiar el equilibrio, a poner fin al canto del dolor. Y Perséfone, con el alma dividida, entendió: El mayor acto de amor no es engendrar. Es dejar florecer lo que debe ser. Aunque eso signifique dejarlo ir.
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  • Pasaje oculto en el Torreón de Maegor


    Fragmento encontrado detrás de un tapiz arrancado durante el reinado de Maegor III, escrito en tinta carmesí sobre pergamino ennegrecido. Se sospecha que fue copiado de un códice anterior proveniente de Lys.

    “La pintura yace en la cámara más baja del Torreón, donde los dragones dormían sus últimos siglos y los huesos crujían al compás del olvido. No tiene firma, no tiene nombre, pero los más sabios temen pronunciarla. La mujer retratada no es una reina, aunque vistió como una. No es una puta, aunque desnudó el alma de reyes. No es una bruja, aunque hasta los Septones más santos evitaban mirarla a los ojos por temor a ver el reflejo de sus deseos.”

    “Seirys. Así fue llamada por los pocos que osaron amarla. Seirys, la devota del caos suave, la furia vestida de encaje, la sonrisa que cortaba como un cuchillo en vino. Sus ojos hablaban en alto valyrio, aunque su boca callaba lo justo. Su dragón, Maegaryon, fue la sombra que cubrió Rocadragón en tiempos de rebelión silenciosa.”

    “No se sabe quién pintó este retrato. Algunos dicen que fue un amante. Otros, un enemigo rendido. Lo cierto es que el rostro sonriente que lo contempla desde el lienzo no olvida, ni perdona, ni envejece.”

    “Quien mire esta pintura debe hacerlo con cuidado. El fuego no arde solo en las llamas... también lo hace en los recuerdos.”



    — A la izquierda del marco, tallado con garras de dragón. —
    “Va perzys ānogār. Nuhor jemēle.”
    «Fuego en la carne. Recuerda quién eres.»

    Pasaje oculto en el Torreón de Maegor Fragmento encontrado detrás de un tapiz arrancado durante el reinado de Maegor III, escrito en tinta carmesí sobre pergamino ennegrecido. Se sospecha que fue copiado de un códice anterior proveniente de Lys. “La pintura yace en la cámara más baja del Torreón, donde los dragones dormían sus últimos siglos y los huesos crujían al compás del olvido. No tiene firma, no tiene nombre, pero los más sabios temen pronunciarla. La mujer retratada no es una reina, aunque vistió como una. No es una puta, aunque desnudó el alma de reyes. No es una bruja, aunque hasta los Septones más santos evitaban mirarla a los ojos por temor a ver el reflejo de sus deseos.” “Seirys. Así fue llamada por los pocos que osaron amarla. Seirys, la devota del caos suave, la furia vestida de encaje, la sonrisa que cortaba como un cuchillo en vino. Sus ojos hablaban en alto valyrio, aunque su boca callaba lo justo. Su dragón, Maegaryon, fue la sombra que cubrió Rocadragón en tiempos de rebelión silenciosa.” “No se sabe quién pintó este retrato. Algunos dicen que fue un amante. Otros, un enemigo rendido. Lo cierto es que el rostro sonriente que lo contempla desde el lienzo no olvida, ni perdona, ni envejece.” “Quien mire esta pintura debe hacerlo con cuidado. El fuego no arde solo en las llamas... también lo hace en los recuerdos.” — A la izquierda del marco, tallado con garras de dragón. — “Va perzys ānogār. Nuhor jemēle.” «Fuego en la carne. Recuerda quién eres.»
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  • //Como siempre digo; los ánimo a unirse al rol en cualquiera de mis publicaciones //

    El templo donde Kazuo vivía, en la medianía del monte Inari, era modesto. Estaba muy bien cuidado, a pesar de que se podía intuir que aquellas estructuras tenían siglos en las betas de su madera.

    En el centro, como si presidiera el lugar, un cerezo centenario acaparaba todo el protagonismo. Era robusto, pocos árboles de aquella clase lucían como aquel. Posiblemente aquel tamaño y magestuosida se debía a la magia que el mismo Kazuo rezumaba por cada poro de su piel. El obtenía poder de la misma tierra, pero a su vez este también se lo otorgaba, como si estos se retroalimentasen mutuamente.

    Kazuo se encontraba reposando en una de aquellas ramas, capaces de soportar su peso con facilidad. Leía relajadamente Manyōshū; una recopilación de poemas japoneses. Los culés trataban temas como el amor, la naturaleza o el paso del tiempo. El zorro, a lo largo de los siglos, se había enriquecido con la buena lectura, aprendido varios idiomas y ampliar sus conocimientos más allá de su propio mundo.

    De pronto un pequeño chasquido de ramas perturbó su lectura. Su oído era muy fino, por lo que pudo escuchar perfectamente como alguna ramita había cedido ante un peso ajeno. Este posó su libro sobre si mismo y giró su rostro en dirección donde había escuchado aquel sonido.

    Al principio no vió nada, tal vez solo se tratase de algún animal que pasaba por allí. Aún así, como zorro proyector de su territorio, se quedó mirando en aquella dirección por algunos largos segundos más.
    //Como siempre digo; los ánimo a unirse al rol en cualquiera de mis publicaciones 😁// El templo donde Kazuo vivía, en la medianía del monte Inari, era modesto. Estaba muy bien cuidado, a pesar de que se podía intuir que aquellas estructuras tenían siglos en las betas de su madera. En el centro, como si presidiera el lugar, un cerezo centenario acaparaba todo el protagonismo. Era robusto, pocos árboles de aquella clase lucían como aquel. Posiblemente aquel tamaño y magestuosida se debía a la magia que el mismo Kazuo rezumaba por cada poro de su piel. El obtenía poder de la misma tierra, pero a su vez este también se lo otorgaba, como si estos se retroalimentasen mutuamente. Kazuo se encontraba reposando en una de aquellas ramas, capaces de soportar su peso con facilidad. Leía relajadamente Manyōshū; una recopilación de poemas japoneses. Los culés trataban temas como el amor, la naturaleza o el paso del tiempo. El zorro, a lo largo de los siglos, se había enriquecido con la buena lectura, aprendido varios idiomas y ampliar sus conocimientos más allá de su propio mundo. De pronto un pequeño chasquido de ramas perturbó su lectura. Su oído era muy fino, por lo que pudo escuchar perfectamente como alguna ramita había cedido ante un peso ajeno. Este posó su libro sobre si mismo y giró su rostro en dirección donde había escuchado aquel sonido. Al principio no vió nada, tal vez solo se tratase de algún animal que pasaba por allí. Aún así, como zorro proyector de su territorio, se quedó mirando en aquella dirección por algunos largos segundos más.
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  • ◇ El mago logro vivir varios siglos más hasta llegar al año vigente, decidió ya no usar magia para no asustar a los humanos, sin embargo en su empleo actual muchas veces le gustaría mandar algún maleficio a alguien. ◇

    Maldición... daría lo que fuera por ver como revienta su cabeza.
    ◇ El mago logro vivir varios siglos más hasta llegar al año vigente, decidió ya no usar magia para no asustar a los humanos, sin embargo en su empleo actual muchas veces le gustaría mandar algún maleficio a alguien. ◇ Maldición... daría lo que fuera por ver como revienta su cabeza.
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