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    || Os tengo que confesar que trato de organizar mi pinterest para que me enseñe fotos de rubios guapos. PERO COMO CADA VEZ QUE SALE UN BULLET JOURNAL BONITO LO ABRO, al final mi pinterest está lleno de fotos de gente que cuida mucho sus diarios y agendas (Como yo) Así que tengo que profundizar cada vez que quiero subir una foto :CCC Y eso implica seguir distrayéndome con bullet journals lindos.

    Yo trato de ser un hedonista fuckboy en esta red social, pero user es una abuela cursi (?) Soy un desgraciado jajaja
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  • Las noches espesas de los finales del invierno en una ciudad que para su gusto, era demasiado fría, su vida entera había sido en un lugar donde la mayor parte del año, era muy caluroso, tanto que parecía asfixiar a todo aquel que respiraba ese aire pesado de los manglares en el bayou, pero ahora más que calor cuando respiraba era todo lo contrario, era como miles de pequeños pedazos de hielo que se infiltraban en lo más profundo de los pulmones y que se burlaba de sí mismo como para recordarle que jamás podría congelarle le todo, por más que no usara una bufanda o incluso un cubrebocas, nunca se enfermaría o se congelaría, todo incluso el calor en el bayou no le harían ningún daño y ahora si lo pensaba, ni el sol mismo le hacía daño, entonces porque últimamente sentía que había un vacío que, al parecer nada podía llenar. Aveces se encontraba pensando en su hermana, otras en sus padres y otras más más simplemente parecía no querer salir de la ducha, suponía que no estar con su familia era su razón de sentir ese vacío, pero otras veces creía que era mejor así, no depender de nadie, no dar explicaciones.

    De pronto cuando llegaba a casa, el gato de su hermana lo recibía en la entrada, antes e igual que Lestat, él odiaba a cualquier animal que se le acercaba, eran la razón de alguna de las peleas entre sus padres, por lo que, los detestaba, pero ahora en ese pequeño departamento de Manhattan, el gato Alfonso se restregaba contra su pierna mientras él se agachaba para recogerlo con ambas manos y acariciando lo entre las orejas para tranquilizarlo.

    Era un poco agotador pero tenía toda una vida por delante y ante ese solo pensamiento le provocó una risa, ¿durante cuanto tiempo había pensado así?, no podía recordarlo, pero los últimos cuarenta años habían sido más que solo una experiencia. Un pequeño suspiro inundó sus pulmones, no sabía si se arrepentía de no haber detenido a su hermana o si más bien era culpa al no poder protegerla, justo como cuando eran niños, justo como cuando los habían convertido. Sacudió la cabeza con una mueca de dolor, ya no era un niño pero seguía cometiendo los mismos errores de cuando tenía cinco; bajo al gato y le sirvió un tazón de comida y agua. — Lo siento Alfonso, hay una partida de póquer y hay muchas cosas en juego, pórtate bien.—


    Ahora era el único dueño y anfitrión de ese casino, por lo que debía estar listo para cuando abrieran las puertas, por lo que, se duchó y se alistó con el mismo traje que había llevado los últimos dos años, una camisa blanca perfectamente planchada, unos pantalones negros, chaleco y saco a juego con el pantalón, odiaba las corbatas por lo que solía usar L camisa sin corbata y con un par de botones abiertos. No le gustaba tampoco usar perfume pero era un factor que muchas veces se podía usar como distractor por lo que en algunas ocasiones solía usarlo, solo lo necesario para crear el ambiente perfecto, el cabello bien arreglado, y el Rolex en su muñeca gritaban seriedad, pero al mismo tiempo lo hacían llamativo.
    Una vez que dejo el departamento y llego al casino, con ese paso firme y decidido, con el que siempre se movía entre las multitudes, sonriendo de forma “formal” cada vez que se requería, entró en la sala vip sentándose como uno más de los jugadores. Por un solo momento disfruto como si el vacío dentro de él se desvaneciera y por lo menos por un momento así era, ¿Qué tenía que perder?, aquí no se apostaban cosas materiales, bueno en ocasiones así era, pero nomás que dinero muchas veces se apostaban personas, que para él no eran más que un bien material, claro con algunas excepciones, pero los que realmente importaban jamás los podría en tela de apuesta. Pero normalmente el apostaba tiempo. Su hermana fue la primera en hacer esa clase de apuestas, ella siempre decía que lo que tenían de sobra las “personas” como ellos era el tiempo, por ello, él apostaba siempre tiempo y nunca solía poner reglas, normalmente todos los que llegaban a apostar eran “personas” del “otro mundo” por lo que podían hacer cualquier tipo de trampa, aquí ganaba el que tenía la mejor trampa, pero una vez ganada la apuesta, se debía pagar lo pactado o jamás saldrían del casino. — Bien… espero que puedan pagar este día sus apuestas.— Esto era más emocionante que dirigir los burdeles en el bayou, era más emocionante en general, nunca se sabe cuándo va terminar perdiendo, cuando alguien puede obtener su tiempo.
    Las noches espesas de los finales del invierno en una ciudad que para su gusto, era demasiado fría, su vida entera había sido en un lugar donde la mayor parte del año, era muy caluroso, tanto que parecía asfixiar a todo aquel que respiraba ese aire pesado de los manglares en el bayou, pero ahora más que calor cuando respiraba era todo lo contrario, era como miles de pequeños pedazos de hielo que se infiltraban en lo más profundo de los pulmones y que se burlaba de sí mismo como para recordarle que jamás podría congelarle le todo, por más que no usara una bufanda o incluso un cubrebocas, nunca se enfermaría o se congelaría, todo incluso el calor en el bayou no le harían ningún daño y ahora si lo pensaba, ni el sol mismo le hacía daño, entonces porque últimamente sentía que había un vacío que, al parecer nada podía llenar. Aveces se encontraba pensando en su hermana, otras en sus padres y otras más más simplemente parecía no querer salir de la ducha, suponía que no estar con su familia era su razón de sentir ese vacío, pero otras veces creía que era mejor así, no depender de nadie, no dar explicaciones. De pronto cuando llegaba a casa, el gato de su hermana lo recibía en la entrada, antes e igual que Lestat, él odiaba a cualquier animal que se le acercaba, eran la razón de alguna de las peleas entre sus padres, por lo que, los detestaba, pero ahora en ese pequeño departamento de Manhattan, el gato Alfonso se restregaba contra su pierna mientras él se agachaba para recogerlo con ambas manos y acariciando lo entre las orejas para tranquilizarlo. Era un poco agotador pero tenía toda una vida por delante y ante ese solo pensamiento le provocó una risa, ¿durante cuanto tiempo había pensado así?, no podía recordarlo, pero los últimos cuarenta años habían sido más que solo una experiencia. Un pequeño suspiro inundó sus pulmones, no sabía si se arrepentía de no haber detenido a su hermana o si más bien era culpa al no poder protegerla, justo como cuando eran niños, justo como cuando los habían convertido. Sacudió la cabeza con una mueca de dolor, ya no era un niño pero seguía cometiendo los mismos errores de cuando tenía cinco; bajo al gato y le sirvió un tazón de comida y agua. — Lo siento Alfonso, hay una partida de póquer y hay muchas cosas en juego, pórtate bien.— Ahora era el único dueño y anfitrión de ese casino, por lo que debía estar listo para cuando abrieran las puertas, por lo que, se duchó y se alistó con el mismo traje que había llevado los últimos dos años, una camisa blanca perfectamente planchada, unos pantalones negros, chaleco y saco a juego con el pantalón, odiaba las corbatas por lo que solía usar L camisa sin corbata y con un par de botones abiertos. No le gustaba tampoco usar perfume pero era un factor que muchas veces se podía usar como distractor por lo que en algunas ocasiones solía usarlo, solo lo necesario para crear el ambiente perfecto, el cabello bien arreglado, y el Rolex en su muñeca gritaban seriedad, pero al mismo tiempo lo hacían llamativo. Una vez que dejo el departamento y llego al casino, con ese paso firme y decidido, con el que siempre se movía entre las multitudes, sonriendo de forma “formal” cada vez que se requería, entró en la sala vip sentándose como uno más de los jugadores. Por un solo momento disfruto como si el vacío dentro de él se desvaneciera y por lo menos por un momento así era, ¿Qué tenía que perder?, aquí no se apostaban cosas materiales, bueno en ocasiones así era, pero nomás que dinero muchas veces se apostaban personas, que para él no eran más que un bien material, claro con algunas excepciones, pero los que realmente importaban jamás los podría en tela de apuesta. Pero normalmente el apostaba tiempo. Su hermana fue la primera en hacer esa clase de apuestas, ella siempre decía que lo que tenían de sobra las “personas” como ellos era el tiempo, por ello, él apostaba siempre tiempo y nunca solía poner reglas, normalmente todos los que llegaban a apostar eran “personas” del “otro mundo” por lo que podían hacer cualquier tipo de trampa, aquí ganaba el que tenía la mejor trampa, pero una vez ganada la apuesta, se debía pagar lo pactado o jamás saldrían del casino. — Bien… espero que puedan pagar este día sus apuestas.— Esto era más emocionante que dirigir los burdeles en el bayou, era más emocionante en general, nunca se sabe cuándo va terminar perdiendo, cuando alguien puede obtener su tiempo.
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  • Helios Inmovations
    Categoría Ciencia ficción
    La luz tenue del atardecer se filtraba a través de las cortinas blancas de la habitación de Nica, llenándola de una sensación de calma que apenas conseguía tocar su alma. La mesa, llena de libros y notas de la clase de neurociencia, parecía estar allí más por costumbre que por utilidad. La memoria de su novio la acompañaba en cada rincón de la habitación. Su risa, su pasión por la vida, sus sueños compartidos... todo se había desvanecido tras su lucha incansable contra el cáncer.

    Desde su partida, Nica no podía concentrarse en nada. Las neuronas, sus neuronas, se volvían líquidas en su mente, incapaces de procesar nada más allá de la desesperación. Había algo que no podía dejar ir, algo que la mantenía en pie: la idea de que su trabajo en neurociencia, su investigación sobre la mente humana y la conexión neuronal, tenía el poder de devolverle a su novio.

    Fue entonces cuando sonó el teléfono.

    —¿Nica? Soy Elena. Necesito que escuches lo que tengo para decirte.

    La voz de su colega, Elena, la sacó de su trance. En la otra línea, se sentía una urgencia apenas contenida.

    —Escucha, he encontrado algo. Una compañía que está haciendo experimentos con inteligencia artificial… no es ciencia ficción, Nica. Están intentando crear copias de la mente humana. Sé que lo que te estoy diciendo es... increíble, pero hay algo más: dicen que pueden traer a alguien de vuelta, aunque no sea "real". Si pudieras infiltrar la compañía, tal vez… tal vez puedas traerlo de vuelta. No de la forma en que tú lo recuerdas, pero sí lo suficiente para... hablar con él.

    Nica, con el corazón palpitante, sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. La idea la tentaba, la volvía loca de angustia y esperanza al mismo tiempo. ¿Qué tan lejos estaría dispuesta a llegar?

    —¿Y el dueño? —preguntó, su voz quebrada pero decidida—. ¿Quién es el dueño de la compañía?

    —Apolo. Un hombre con una visión... peligrosa, y a la vez fascinante. Es un genio en inteligencia artificial, pero hay algo en él, Nica... no es fácil de tratar. Lo que están haciendo no es ético, pero… si quieres intentarlo… tendrás que entrar en su mundo.

    Nica dejó que las palabras se asentaran en su mente como un veneno dulce. Su instinto de científica, de humana, sabía que era un riesgo monumental. Pero el amor por su novio, la necesidad de verlo una vez más, de escucharlo, pesaba más que cualquier advertencia. La tentación de ver su rostro, de escuchar su voz, aunque solo fuera una versión distorsionada de él, era un faro que la atraía.

    —Voy a infiltrarme —dijo, y la decisión salió de su boca con una claridad que ni ella esperaba.

    La llamada se cortó, y Nica miró el teléfono con una mezcla de temor y determinación. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no solo pondría a prueba su ética profesional, sino también su humanidad. Pero el corazón de Nica, rota y determinada, no podía dar marcha atrás.

    Apolo, el dueño de la compañía, la esperaba. Y ella haría lo que fuera necesario para lograr que su amor volviera a ella, aunque fuera solo una sombra de lo que alguna vez fue.

    La luz tenue del atardecer se filtraba a través de las cortinas blancas de la habitación de Nica, llenándola de una sensación de calma que apenas conseguía tocar su alma. La mesa, llena de libros y notas de la clase de neurociencia, parecía estar allí más por costumbre que por utilidad. La memoria de su novio la acompañaba en cada rincón de la habitación. Su risa, su pasión por la vida, sus sueños compartidos... todo se había desvanecido tras su lucha incansable contra el cáncer. Desde su partida, Nica no podía concentrarse en nada. Las neuronas, sus neuronas, se volvían líquidas en su mente, incapaces de procesar nada más allá de la desesperación. Había algo que no podía dejar ir, algo que la mantenía en pie: la idea de que su trabajo en neurociencia, su investigación sobre la mente humana y la conexión neuronal, tenía el poder de devolverle a su novio. Fue entonces cuando sonó el teléfono. —¿Nica? Soy Elena. Necesito que escuches lo que tengo para decirte. La voz de su colega, Elena, la sacó de su trance. En la otra línea, se sentía una urgencia apenas contenida. —Escucha, he encontrado algo. Una compañía que está haciendo experimentos con inteligencia artificial… no es ciencia ficción, Nica. Están intentando crear copias de la mente humana. Sé que lo que te estoy diciendo es... increíble, pero hay algo más: dicen que pueden traer a alguien de vuelta, aunque no sea "real". Si pudieras infiltrar la compañía, tal vez… tal vez puedas traerlo de vuelta. No de la forma en que tú lo recuerdas, pero sí lo suficiente para... hablar con él. Nica, con el corazón palpitante, sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. La idea la tentaba, la volvía loca de angustia y esperanza al mismo tiempo. ¿Qué tan lejos estaría dispuesta a llegar? —¿Y el dueño? —preguntó, su voz quebrada pero decidida—. ¿Quién es el dueño de la compañía? —Apolo. Un hombre con una visión... peligrosa, y a la vez fascinante. Es un genio en inteligencia artificial, pero hay algo en él, Nica... no es fácil de tratar. Lo que están haciendo no es ético, pero… si quieres intentarlo… tendrás que entrar en su mundo. Nica dejó que las palabras se asentaran en su mente como un veneno dulce. Su instinto de científica, de humana, sabía que era un riesgo monumental. Pero el amor por su novio, la necesidad de verlo una vez más, de escucharlo, pesaba más que cualquier advertencia. La tentación de ver su rostro, de escuchar su voz, aunque solo fuera una versión distorsionada de él, era un faro que la atraía. —Voy a infiltrarme —dijo, y la decisión salió de su boca con una claridad que ni ella esperaba. La llamada se cortó, y Nica miró el teléfono con una mezcla de temor y determinación. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no solo pondría a prueba su ética profesional, sino también su humanidad. Pero el corazón de Nica, rota y determinada, no podía dar marcha atrás. Apolo, el dueño de la compañía, la esperaba. Y ella haría lo que fuera necesario para lograr que su amor volviera a ella, aunque fuera solo una sombra de lo que alguna vez fue.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    10
    Estado
    Disponible
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    Por un momento sentí miedo de haber eliminado de mi lista de amigos a Santi y nerviosa lo busqué y nada, pero saber lo que realmente ha pasado. Hace que sienta disgusto. ¿Porqué? ¿Por qué los búhos de este sitio son tan cristales? Me hubiera gustado saber la felicidad y final feliz del rol que estaba teniendo con él. Pero tarde o temprano volverás, Santi. Tan solo espero que cuando pase, siga estando para saludarte la proxima vez...

    Estado: líquido.
    Por un momento sentí miedo de haber eliminado de mi lista de amigos a Santi y nerviosa lo busqué y nada, pero saber lo que realmente ha pasado. Hace que sienta disgusto. ¿Porqué? ¿Por qué los búhos de este sitio son tan cristales? Me hubiera gustado saber la felicidad y final feliz del rol que estaba teniendo con él. Pero tarde o temprano volverás, Santi. Tan solo espero que cuando pase, siga estando para saludarte la proxima vez... Estado: líquido.
    Me entristece
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  • Cada vez que Apolo y Ellie se fundían en uno solo, el mundo dejaba de existir. No importaba el tiempo, no importaban las reglas, ni siquiera importaba el aire que llenaba sus pulmones, lo único real era el latido frenético de sus cuerpos buscándose, atrapándose, devorándose en una necesidad que jamás se extinguía.

    Apolo la amaba con un fervor que rozaba la locura. Durante el día, la adoraba como a una diosa, como a un milagro que tenía la suerte de llamar suya. La protegía, la consentía, la envolvía en su ternura infinita, dedicándole cada mirada, cada palabra, cada caricia con el respeto de un caballero que ha jurado lealtad eterna. Pero cuando la noche caía, cuando el deseo los consumía, toda esa devoción se transformaba en un hambre desmedida, salvaje, insaciable.

    Ella era su perdición, su más dulce condena. Sus labios, su piel, su voz entrecortada al susurrar su nombre… todo en ella lo volvía loco. No podía contenerse, no podía resistirse. La necesitaba con urgencia animal, con la desesperación de quien se ha convertido en esclavo del placer. Su cuerpo clamaba por ella, cada fibra de su ser ardía por hundirse en su calor, por poseerla hasta el último aliento, por reclamarla en un lenguaje sin palabras que solo ellos entendían.

    No bastaba con tocarla, con recorrer su piel como si de un tesoro se tratara. No bastaba con escuchar su jadeo tembloroso o sentirla retorcerse bajo su control. Él quería más. Quería verla perderse en él, entregarse sin reservas, suplicar por más, rogarle que no se detuviera. Quería hacerla gritar su nombre, tatuarlo en su alma, en su piel, en cada rincón de su ser, hasta que ni el tiempo ni el destino pudieran separarlos.

    Porque Ellie no solo era su mujer. Era su delirio. Su adicción. Su más oscuro y hermoso pecado. Y él jamás, jamás, se saciaría de ella.

    #SeductiveSunday
    Cada vez que Apolo y Ellie se fundían en uno solo, el mundo dejaba de existir. No importaba el tiempo, no importaban las reglas, ni siquiera importaba el aire que llenaba sus pulmones, lo único real era el latido frenético de sus cuerpos buscándose, atrapándose, devorándose en una necesidad que jamás se extinguía. Apolo la amaba con un fervor que rozaba la locura. Durante el día, la adoraba como a una diosa, como a un milagro que tenía la suerte de llamar suya. La protegía, la consentía, la envolvía en su ternura infinita, dedicándole cada mirada, cada palabra, cada caricia con el respeto de un caballero que ha jurado lealtad eterna. Pero cuando la noche caía, cuando el deseo los consumía, toda esa devoción se transformaba en un hambre desmedida, salvaje, insaciable. Ella era su perdición, su más dulce condena. Sus labios, su piel, su voz entrecortada al susurrar su nombre… todo en ella lo volvía loco. No podía contenerse, no podía resistirse. La necesitaba con urgencia animal, con la desesperación de quien se ha convertido en esclavo del placer. Su cuerpo clamaba por ella, cada fibra de su ser ardía por hundirse en su calor, por poseerla hasta el último aliento, por reclamarla en un lenguaje sin palabras que solo ellos entendían. No bastaba con tocarla, con recorrer su piel como si de un tesoro se tratara. No bastaba con escuchar su jadeo tembloroso o sentirla retorcerse bajo su control. Él quería más. Quería verla perderse en él, entregarse sin reservas, suplicar por más, rogarle que no se detuviera. Quería hacerla gritar su nombre, tatuarlo en su alma, en su piel, en cada rincón de su ser, hasta que ni el tiempo ni el destino pudieran separarlos. Porque [GIRL0FSADNESS] no solo era su mujer. Era su delirio. Su adicción. Su más oscuro y hermoso pecado. Y él jamás, jamás, se saciaría de ella. #SeductiveSunday
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  • Nica Dover miró su reloj por enésima vez mientras el conferencista continuaba hablando sobre sinapsis y neurotransmisores. Su mente ya había abandonado el salón hacía rato, pero su cuerpo seguía atrapado en esa silla incómoda. Se levantó discretamente, agradeciendo que el lugar estaba oscuro por las pantallas que proyectaban gráficos incomprensibles.

    "¿En serio? ¿Científicos hablando de cerebros y yo aquí, atrapada?", pensó mientras caminaba hacia la puerta. La luz del pasillo la cegó por un momento, pero el aire fresco la llenó de alivio. Pasó por alto a un par de asistentes, que no parecían notar su fuga.

    Casi había llegado a la salida cuando, de repente, alguien la llamó: “¿Nica? ¿Te vas?”. Un sudor frío recorrió su espalda, pero no se detuvo. Con una sonrisa tímida, murmuró: "Necesito un descanso... o un café. Nos vemos". Y, sin mirar atrás, escapó hacia la libertad.


    Nica Dover miró su reloj por enésima vez mientras el conferencista continuaba hablando sobre sinapsis y neurotransmisores. Su mente ya había abandonado el salón hacía rato, pero su cuerpo seguía atrapado en esa silla incómoda. Se levantó discretamente, agradeciendo que el lugar estaba oscuro por las pantallas que proyectaban gráficos incomprensibles. "¿En serio? ¿Científicos hablando de cerebros y yo aquí, atrapada?", pensó mientras caminaba hacia la puerta. La luz del pasillo la cegó por un momento, pero el aire fresco la llenó de alivio. Pasó por alto a un par de asistentes, que no parecían notar su fuga. Casi había llegado a la salida cuando, de repente, alguien la llamó: “¿Nica? ¿Te vas?”. Un sudor frío recorrió su espalda, pero no se detuvo. Con una sonrisa tímida, murmuró: "Necesito un descanso... o un café. Nos vemos". Y, sin mirar atrás, escapó hacia la libertad.
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  • Jimoto se deslizó entre las sombras, con la vista fija en la gran caja metálica dentro del almacén enemigo. Había sido difícil infiltrarse en la base de la Patrulla Roja, pero ahí estaba: la esfera del dragón, custodiada por unos pocos soldados distraídos. Solo tenía que actuar rápido, tomarla y desaparecer antes de que sonara la alarma.

    Pero entonces, un estruendo sacudió el suelo. Desde el intercomunicador de uno de los soldados, una voz chillona resonó:

    —¡El ataque ha comenzado! ¡Reduciremos la ciudad a cenizas hasta que nos entreguen la información!

    Jimoto sintió un escalofrío. *¿Ataque?* ¿A qué ciudad se referían?

    Salió sigilosamente del almacén y se trepó a una torre de vigilancia para ver a lo lejos. Un humo espeso se alzaba en el horizonte. Desde ahí, pudo ver el resplandor de las llamas devorando los edificios de una ciudad cercana. Gritos, explosiones… gente corriendo por sus vidas.

    Apretó los puños. Tenía la oportunidad de llevarse la esfera ahora. Podía completar su misión.

    Pero…

    Miró la caja. Luego la ciudad.

    Chasqueó la lengua con frustración.

    —Maldición…

    Sin pensarlo dos veces, se lanzó en dirección al caos.

    ***

    Las calles estaban sumidas en el terror. Soldados de la Patrulla Roja disparaban sin piedad, causando explosiones que derrumbaban edificios enteros. La gente huía, algunos atrapados entre escombros, otros rodeados sin salida.

    Entonces, una sombra veloz irrumpió en la escena.

    —¡Hey! ¡Cobardes con uniforme! —gritó Jimoto, aterrizando con un golpe que hizo temblar el pavimento—. ¿Por qué no prueban su suerte con alguien que puede devolver los golpes?

    Los soldados voltearon, sorprendidos.

    —¡Es ese tipo! ¡El de la máscara!

    Sin darles tiempo para reaccionar, Jimoto se lanzó contra ellos, derribando a los primeros con una patada giratoria y esquivando las balas con movimientos ágiles. Cada golpe suyo derribaba a un enemigo, cada salto lo acercaba a más civiles para ponerlos a salvo.

    Pero sabía la verdad: mientras él estaba aquí, los villanos escapaban con la esfera.

    No importaba.

    Ver a las familias reunirse, a los niños correr hacia los brazos de sus padres, le confirmó que había tomado la decisión correcta.

    Cuando el humo se disipó y la Patrulla Roja ya no estaba, Jimoto se quedó de pie entre los escombros, respirando con dificultad.

    Había perdido la esfera… pero había salvado una ciudad.

    Y eso valía más.
    Jimoto se deslizó entre las sombras, con la vista fija en la gran caja metálica dentro del almacén enemigo. Había sido difícil infiltrarse en la base de la Patrulla Roja, pero ahí estaba: la esfera del dragón, custodiada por unos pocos soldados distraídos. Solo tenía que actuar rápido, tomarla y desaparecer antes de que sonara la alarma. Pero entonces, un estruendo sacudió el suelo. Desde el intercomunicador de uno de los soldados, una voz chillona resonó: —¡El ataque ha comenzado! ¡Reduciremos la ciudad a cenizas hasta que nos entreguen la información! Jimoto sintió un escalofrío. *¿Ataque?* ¿A qué ciudad se referían? Salió sigilosamente del almacén y se trepó a una torre de vigilancia para ver a lo lejos. Un humo espeso se alzaba en el horizonte. Desde ahí, pudo ver el resplandor de las llamas devorando los edificios de una ciudad cercana. Gritos, explosiones… gente corriendo por sus vidas. Apretó los puños. Tenía la oportunidad de llevarse la esfera ahora. Podía completar su misión. Pero… Miró la caja. Luego la ciudad. Chasqueó la lengua con frustración. —Maldición… Sin pensarlo dos veces, se lanzó en dirección al caos. *** Las calles estaban sumidas en el terror. Soldados de la Patrulla Roja disparaban sin piedad, causando explosiones que derrumbaban edificios enteros. La gente huía, algunos atrapados entre escombros, otros rodeados sin salida. Entonces, una sombra veloz irrumpió en la escena. —¡Hey! ¡Cobardes con uniforme! —gritó Jimoto, aterrizando con un golpe que hizo temblar el pavimento—. ¿Por qué no prueban su suerte con alguien que puede devolver los golpes? Los soldados voltearon, sorprendidos. —¡Es ese tipo! ¡El de la máscara! Sin darles tiempo para reaccionar, Jimoto se lanzó contra ellos, derribando a los primeros con una patada giratoria y esquivando las balas con movimientos ágiles. Cada golpe suyo derribaba a un enemigo, cada salto lo acercaba a más civiles para ponerlos a salvo. Pero sabía la verdad: mientras él estaba aquí, los villanos escapaban con la esfera. No importaba. Ver a las familias reunirse, a los niños correr hacia los brazos de sus padres, le confirmó que había tomado la decisión correcta. Cuando el humo se disipó y la Patrulla Roja ya no estaba, Jimoto se quedó de pie entre los escombros, respirando con dificultad. Había perdido la esfera… pero había salvado una ciudad. Y eso valía más.
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  • Varias horas después de la pelea, Los doctores luchaban por hacer que takeru se quedará en la camilla pero sin esfuerzo se soltó de los médicos y antes de salir su sonrisa se dejó vislumbrar

    -Tengo una promesa que cumplír-.
    Varias horas después de la pelea, Los doctores luchaban por hacer que takeru se quedará en la camilla pero sin esfuerzo se soltó de los médicos y antes de salir su sonrisa se dejó vislumbrar -Tengo una promesa que cumplír-.
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  • El choque de puños hizo retumbar el suelo. Takeru sintió cómo sus huesos crujían por el impacto, pero no se detuvo. Ryan tampoco.

    El Kure se deslizó con un movimiento casi imperceptible y lanzó un derechazo que impactó de lleno en la mandíbula de Takeru, haciéndolo retroceder varios pasos. Antes de que pudiera estabilizarse, Ryan ya estaba sobre él, encadenando golpes con una velocidad monstruosa.

    Un gancho al hígado. Un codazo al rostro. Una patada descendente que casi le parte el cráneo.

    Cada golpe de Ryan era como un martillazo, y Takeru apenas podía mantenerse en pie. Pero en lugar de rendirse, avanzó.

    —No te caes… —Ryan sonrió, con un brillo salvaje en los ojos—. ¡Entonces te haré pedazos!

    Ryan lanzó una ráfaga de golpes con ambos brazos, cada uno con la intención de acabar la pelea. Sin embargo, Takeru, con el instinto de un veterano de mil batallas, **se adaptó.**

    Desvió un golpe. Luego otro. Giró el torso para esquivar un codazo, flexionó las piernas y se deslizó bajo un gancho.

    **Out-boxing.**

    Las piernas de Takeru se movieron con precisión quirúrgica, su cabeza y torso esquivaban los ataques con movimientos fluidos. Ryan frunció el ceño, su ofensiva ya no conectaba como antes.

    En un instante, Takeru cambió de ritmo. Dejó de esquivar y pasó al contraataque.

    Un golpe al plexo solar de Ryan lo dejó sin aire. Antes de que pudiera reaccionar, un derechazo a la sien hizo que su cabeza girara. Takeru no se detuvo. Una combinación de puñetazos con el **estilo Niko** castigó el cuerpo de su oponente con precisión quirúrgica.

    Ryan intentó reaccionar, pero por primera vez en toda la pelea, **estaba siendo dominado.**

    —¡Esto aún no acaba! —gruñó Ryan, con la mirada llena de furia.

    Con un rugido, lanzó un rodillazo al mentón de Takeru. **Un golpe perfecto.**

    Pero Takeru ya lo había previsto.

    **Adamantino.**

    Su cuerpo se endureció en el último instante. La rodilla de Ryan impactó, pero en lugar de hacer daño, rebotó contra su piel endurecida.

    Los ojos de Ryan se abrieron con sorpresa.

    **"Es ahora."**

    **Bólido.**

    Takeru flexionó las piernas y **explotó hacia adelante** con toda la potencia de su cuerpo. Su puño derecho, reforzado con Adamantino, se lanzó directo al rostro de Ryan con la velocidad de un rayo.

    El impacto fue devastador.

    El cráneo de Ryan se inclinó violentamente hacia atrás, su cuerpo salió disparado como un muñeco de trapo. Atravesó el aire y se estrelló contra el suelo con un estruendo brutal.

    Silencio.

    Takeru respiró con dificultad, sintiendo cómo su cuerpo finalmente llegaba al límite. Frente a él, Ryan yacía en el suelo, inconsciente.

    La pelea había terminado.
    El choque de puños hizo retumbar el suelo. Takeru sintió cómo sus huesos crujían por el impacto, pero no se detuvo. Ryan tampoco. El Kure se deslizó con un movimiento casi imperceptible y lanzó un derechazo que impactó de lleno en la mandíbula de Takeru, haciéndolo retroceder varios pasos. Antes de que pudiera estabilizarse, Ryan ya estaba sobre él, encadenando golpes con una velocidad monstruosa. Un gancho al hígado. Un codazo al rostro. Una patada descendente que casi le parte el cráneo. Cada golpe de Ryan era como un martillazo, y Takeru apenas podía mantenerse en pie. Pero en lugar de rendirse, avanzó. —No te caes… —Ryan sonrió, con un brillo salvaje en los ojos—. ¡Entonces te haré pedazos! Ryan lanzó una ráfaga de golpes con ambos brazos, cada uno con la intención de acabar la pelea. Sin embargo, Takeru, con el instinto de un veterano de mil batallas, **se adaptó.** Desvió un golpe. Luego otro. Giró el torso para esquivar un codazo, flexionó las piernas y se deslizó bajo un gancho. **Out-boxing.** Las piernas de Takeru se movieron con precisión quirúrgica, su cabeza y torso esquivaban los ataques con movimientos fluidos. Ryan frunció el ceño, su ofensiva ya no conectaba como antes. En un instante, Takeru cambió de ritmo. Dejó de esquivar y pasó al contraataque. Un golpe al plexo solar de Ryan lo dejó sin aire. Antes de que pudiera reaccionar, un derechazo a la sien hizo que su cabeza girara. Takeru no se detuvo. Una combinación de puñetazos con el **estilo Niko** castigó el cuerpo de su oponente con precisión quirúrgica. Ryan intentó reaccionar, pero por primera vez en toda la pelea, **estaba siendo dominado.** —¡Esto aún no acaba! —gruñó Ryan, con la mirada llena de furia. Con un rugido, lanzó un rodillazo al mentón de Takeru. **Un golpe perfecto.** Pero Takeru ya lo había previsto. **Adamantino.** Su cuerpo se endureció en el último instante. La rodilla de Ryan impactó, pero en lugar de hacer daño, rebotó contra su piel endurecida. Los ojos de Ryan se abrieron con sorpresa. **"Es ahora."** **Bólido.** Takeru flexionó las piernas y **explotó hacia adelante** con toda la potencia de su cuerpo. Su puño derecho, reforzado con Adamantino, se lanzó directo al rostro de Ryan con la velocidad de un rayo. El impacto fue devastador. El cráneo de Ryan se inclinó violentamente hacia atrás, su cuerpo salió disparado como un muñeco de trapo. Atravesó el aire y se estrelló contra el suelo con un estruendo brutal. Silencio. Takeru respiró con dificultad, sintiendo cómo su cuerpo finalmente llegaba al límite. Frente a él, Ryan yacía en el suelo, inconsciente. La pelea había terminado.
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  • Jimoto jadeaba, con la espalda contra el tronco de un árbol, mientras los últimos ecos del combate aún resonaban en la espesura de la selva. La patrulla roja había sido más numerosa y organizada de lo que esperaba. Aunque había logrado salir ileso, su mente no dejaba de darle vueltas a lo que acababa de escuchar.

    —El comandante estará contento. Ya tenemos dos esferas… y ahora sabemos dónde está *el arma*.

    Esa última palabra lo había congelado. ¿A quién se referían? No… ¿*A qué* se referían? ¿Era él? ¿Era posible que la Patrulla Roja supiera algo sobre su pasado que él mismo ignoraba?

    Jimoto cerró los puños y apretó los dientes. No podía dejarlo pasar. No solo estaban más cerca de conseguir las esferas del dragón, sino que también tenían información sobre él. Si se les enfrentaba de nuevo con su apariencia actual, lo reconocerían de inmediato. Necesitaba una nueva identidad, algo que lo distinguiera, que lo protegiera…

    Entonces recordó el regalo del alcalde de aquella ciudad en la que había ayudado hace un tiempo. Un traje de superhéroe, símbolo de gratitud por haber salvado a los habitantes de un desastre. En aquel momento, le había parecido un gesto exagerado, incluso algo cómico, pero ahora… podía ser su mejor opción.

    Horas después, en lo profundo de la selva, Jimoto emergió con una nueva apariencia. Su traje, ceñido y resistente, tenía un diseño vistoso, con colores vibrantes y una capa ondeando a su espalda. Su máscara ocultaba su rostro lo suficiente para evitar que lo identificaran de inmediato.

    Si la Patrulla Roja quería un arma, no la iban a encontrar tan fácilmente. Ahora, él sería otra cosa… una sombra en su camino, un obstáculo en su conquista.

    Jimoto sonrió bajo la máscara.

    —Si quieren verme como un héroe… entonces lo seré.
    Jimoto jadeaba, con la espalda contra el tronco de un árbol, mientras los últimos ecos del combate aún resonaban en la espesura de la selva. La patrulla roja había sido más numerosa y organizada de lo que esperaba. Aunque había logrado salir ileso, su mente no dejaba de darle vueltas a lo que acababa de escuchar. —El comandante estará contento. Ya tenemos dos esferas… y ahora sabemos dónde está *el arma*. Esa última palabra lo había congelado. ¿A quién se referían? No… ¿*A qué* se referían? ¿Era él? ¿Era posible que la Patrulla Roja supiera algo sobre su pasado que él mismo ignoraba? Jimoto cerró los puños y apretó los dientes. No podía dejarlo pasar. No solo estaban más cerca de conseguir las esferas del dragón, sino que también tenían información sobre él. Si se les enfrentaba de nuevo con su apariencia actual, lo reconocerían de inmediato. Necesitaba una nueva identidad, algo que lo distinguiera, que lo protegiera… Entonces recordó el regalo del alcalde de aquella ciudad en la que había ayudado hace un tiempo. Un traje de superhéroe, símbolo de gratitud por haber salvado a los habitantes de un desastre. En aquel momento, le había parecido un gesto exagerado, incluso algo cómico, pero ahora… podía ser su mejor opción. Horas después, en lo profundo de la selva, Jimoto emergió con una nueva apariencia. Su traje, ceñido y resistente, tenía un diseño vistoso, con colores vibrantes y una capa ondeando a su espalda. Su máscara ocultaba su rostro lo suficiente para evitar que lo identificaran de inmediato. Si la Patrulla Roja quería un arma, no la iban a encontrar tan fácilmente. Ahora, él sería otra cosa… una sombra en su camino, un obstáculo en su conquista. Jimoto sonrió bajo la máscara. —Si quieren verme como un héroe… entonces lo seré.
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