• La vida en un club es un equilibrio constante entre el honor y la violencia, entre la lealtad y el sacrificio. No se trata solo de ruedas en la carretera, sino de cargar con un legado que pesa más que el cuero que llevamos. Al final, no es el miedo a la muerte lo que nos define, sino cómo elegimos vivir antes de que llegue.
    La vida en un club es un equilibrio constante entre el honor y la violencia, entre la lealtad y el sacrificio. No se trata solo de ruedas en la carretera, sino de cargar con un legado que pesa más que el cuero que llevamos. Al final, no es el miedo a la muerte lo que nos define, sino cómo elegimos vivir antes de que llegue.
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  • Nunca se imagino que esos vehículos de 2 ruedas pudiera ser tan explosivo, pero el tenno necesita ese medio de transporte por lo que pronto usa la energía del vacío para traer de vuelta la motocicleta como si nunca hubiera explotado, aunque sigue dejando el rastro explosivo contra la pared.

    — Suficiente por hoy, que no es mía la moto.
    Nunca se imagino que esos vehículos de 2 ruedas pudiera ser tan explosivo, pero el tenno necesita ese medio de transporte por lo que pronto usa la energía del vacío para traer de vuelta la motocicleta como si nunca hubiera explotado, aunque sigue dejando el rastro explosivo contra la pared. — Suficiente por hoy, que no es mía la moto.
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  • Kymsu dejó la carta de renuncia en la pastelería. Pidió disculpas a sus compañeras de piso y empacó sus cosas en preparación a lo que iba a hacer.

    Habían pasado meses desde que cambió a su cuerpo actual, pero, ¿había valido la pena? Por años pensaba que las catames que cambiaban por la aceptación social eran débiles, estúpidas, traicioneras... sin embargo, ella cayó, y mucho peor que caer, se dejó convencer por una bruja que le prometió maravillas, ¡una vida mejor! Pero esa vida fue al costo de lo que profundamente hacía a Kymsu ser ella misma.

    Su arrepentimiento comenzó tras encontrar unas fotografías y los diarios que había escrito mientras trabajaba en el bar de Koray, el bar "Chichonas" donde escribía sobre la libertad de su gente y cómo nunca iba a rendirse.

    — ¡Quiero revertirlo! —Su puño golpeaba la puerta de aquella casa remota, rodeada de un bosque que parecía abrazarla, esconderla de los demás. Ella estaba buscando a la hechicera que la transformó.

    —¿¿Hola??— Su rostro apegado al vidrio de la puerta buscaba a la anciana, pero nadie parecía estar en casa. ¿Estaba ignorándola? Kymsu continuó golpeando la puerta, desesperándose al imaginarse que no había manera de volver a como era antes. —¡¡Por favor!! ¡Necesito su ayuda! —

    Un par de horas habían pasado, el cielo se empezaba a oscurecer y su voz estaba ronca de tanto gritar y sus ojos enrojecidos por tanto llorar. Estaba a punto de rendirse cuando escuchó movimiento aproximarse desde el camino entre los árboles: era ella. Una anciana de menos de metro y medio, cabello rizado blanco que caía como cascada alrededor de su rostro. Parecía contenta y sorprendida de ver a Kymsu.

    — Oh my, la-niña, ¿qué haces aquí? — la señora se movía con tranquilidad, arrastrando un pequeño cesto con ruedas que estaba lleno de frutas, verduras y hojas verdes de todo tamaño. Se detuvo en la entrada, ofreciéndole una mano a la muchacha. Kymsu se puso de pie rápidamente y se limpió el rostro húmedo en lágrimas.

    —... P-pensé que me estaba ignorando. —
    —¡Jajaja! —su carcajada acompañó el campaneo de sus llaves tras adelantarse para abrir la puerta. Su voz era como un cálido abrazo.— Calma esos nervios. Adelante, adelante. Ya que estás aquí, qué tal si me ayudas a guardar las verduras y me cuentas qué buscabas, ¿hm? —

    Kymsu asintió.

    Pasó la tarde con la anciana, haciendo lo que le pedía. De cierta manera había entrado a modo "trabajo" y solamente actuaba por costumbre: barría, limpiaba, recogía, apartaba las sobras que pudieran entorpecer a la hechicera mientras parecía trabajar una poción de color cambiante. Kymsu quería esperar a que terminara de trabajar para pedirle ayuda, pero cayó exhausta en el sofá.

    Y en el estado hipnagogico escuchó a la anciana aproximarse a paso lento. Sostenía una taza con la pócima que había estado preparando.

    — La-niña, toma. Te hará bien—dijo—, te buscaré una cobijita.

    Kymsu no recordó haberse dormido; tras haberse tomado el té de hierbas, su cabeza se sintió pesada y experimentó sueños vívidos bastante extraños. No sabía por cuántas horas había dormido, pero despertó bañada en sudor.

    —¿Qué hora es...? —y al intentar buscar su teléfono, sintió que su mano estaba atascada en el sofá. Intentó halar, pero no podía soltarse. Se asustó aún más al notar que escuchaba todo mucho más alto que antes, los colores se veían distintos, y algo le estorbaba en la espalda ¿tenía su cola nuevamente? Se incorporó lo más rápido que pudo, sus garras se habían atascado al mueble. Se sentía torpe en su cuerpo nuevamente, se tropezó en su propia cola al caminar y el sonido de la madera crujiendo mientras caminaba resultaba escandaloso a sus oídos, pero cuando alcanzó a encontrar un espejo, sus ojos se humedecieron, emocionada.

    ¡Volvió a ser una catame!

    Escuchó a la anciana hablar desde la otra habitación.

    —¿Ya te despertaste, la-niña? —
    Kymsu corrió hacia ella y la abrazó con fuerza.

    — ¡G-gracias! —sollozaba de felicidad. La anciana sólo le palmeó la espalda, y agregó, soltándose de su abrazo con delicadeza.

    —Ya... ya, pero váyase pronto, que los gatos me dan alergias. —se rió y tras besar la frente de Kymsu, le dejó ir.
    Kymsu dejó la carta de renuncia en la pastelería. Pidió disculpas a sus compañeras de piso y empacó sus cosas en preparación a lo que iba a hacer. Habían pasado meses desde que cambió a su cuerpo actual, pero, ¿había valido la pena? Por años pensaba que las catames que cambiaban por la aceptación social eran débiles, estúpidas, traicioneras... sin embargo, ella cayó, y mucho peor que caer, se dejó convencer por una bruja que le prometió maravillas, ¡una vida mejor! Pero esa vida fue al costo de lo que profundamente hacía a Kymsu ser ella misma. Su arrepentimiento comenzó tras encontrar unas fotografías y los diarios que había escrito mientras trabajaba en el bar de Koray, el bar "Chichonas" donde escribía sobre la libertad de su gente y cómo nunca iba a rendirse. — ¡Quiero revertirlo! —Su puño golpeaba la puerta de aquella casa remota, rodeada de un bosque que parecía abrazarla, esconderla de los demás. Ella estaba buscando a la hechicera que la transformó. —¿¿Hola??— Su rostro apegado al vidrio de la puerta buscaba a la anciana, pero nadie parecía estar en casa. ¿Estaba ignorándola? Kymsu continuó golpeando la puerta, desesperándose al imaginarse que no había manera de volver a como era antes. —¡¡Por favor!! ¡Necesito su ayuda! — Un par de horas habían pasado, el cielo se empezaba a oscurecer y su voz estaba ronca de tanto gritar y sus ojos enrojecidos por tanto llorar. Estaba a punto de rendirse cuando escuchó movimiento aproximarse desde el camino entre los árboles: era ella. Una anciana de menos de metro y medio, cabello rizado blanco que caía como cascada alrededor de su rostro. Parecía contenta y sorprendida de ver a Kymsu. — Oh my, la-niña, ¿qué haces aquí? — la señora se movía con tranquilidad, arrastrando un pequeño cesto con ruedas que estaba lleno de frutas, verduras y hojas verdes de todo tamaño. Se detuvo en la entrada, ofreciéndole una mano a la muchacha. Kymsu se puso de pie rápidamente y se limpió el rostro húmedo en lágrimas. —... P-pensé que me estaba ignorando. — —¡Jajaja! —su carcajada acompañó el campaneo de sus llaves tras adelantarse para abrir la puerta. Su voz era como un cálido abrazo.— Calma esos nervios. Adelante, adelante. Ya que estás aquí, qué tal si me ayudas a guardar las verduras y me cuentas qué buscabas, ¿hm? — Kymsu asintió. Pasó la tarde con la anciana, haciendo lo que le pedía. De cierta manera había entrado a modo "trabajo" y solamente actuaba por costumbre: barría, limpiaba, recogía, apartaba las sobras que pudieran entorpecer a la hechicera mientras parecía trabajar una poción de color cambiante. Kymsu quería esperar a que terminara de trabajar para pedirle ayuda, pero cayó exhausta en el sofá. Y en el estado hipnagogico escuchó a la anciana aproximarse a paso lento. Sostenía una taza con la pócima que había estado preparando. — La-niña, toma. Te hará bien—dijo—, te buscaré una cobijita. Kymsu no recordó haberse dormido; tras haberse tomado el té de hierbas, su cabeza se sintió pesada y experimentó sueños vívidos bastante extraños. No sabía por cuántas horas había dormido, pero despertó bañada en sudor. —¿Qué hora es...? —y al intentar buscar su teléfono, sintió que su mano estaba atascada en el sofá. Intentó halar, pero no podía soltarse. Se asustó aún más al notar que escuchaba todo mucho más alto que antes, los colores se veían distintos, y algo le estorbaba en la espalda ¿tenía su cola nuevamente? Se incorporó lo más rápido que pudo, sus garras se habían atascado al mueble. Se sentía torpe en su cuerpo nuevamente, se tropezó en su propia cola al caminar y el sonido de la madera crujiendo mientras caminaba resultaba escandaloso a sus oídos, pero cuando alcanzó a encontrar un espejo, sus ojos se humedecieron, emocionada. ¡Volvió a ser una catame! Escuchó a la anciana hablar desde la otra habitación. —¿Ya te despertaste, la-niña? — Kymsu corrió hacia ella y la abrazó con fuerza. — ¡G-gracias! —sollozaba de felicidad. La anciana sólo le palmeó la espalda, y agregó, soltándose de su abrazo con delicadeza. —Ya... ya, pero váyase pronto, que los gatos me dan alergias. —se rió y tras besar la frente de Kymsu, le dejó ir.
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  • — Chica, ¿Por qué lo hiciste?

    Lo primero que vieron sus ojos fueron unas manos que terminaban de vendar sus brazos. Intentó mover las manos, pero estas estaban esposadas a la camilla, la cabeza le daba vueltas y tenía ganas de vomitar. Pasadas las horas, la trasladaron a una habitación privada para que pueda dormir, pero no podía; escuchaba a medias las conversaciones entre las personas que entraban a verla.

    — Esta es la chica cuya madre se tiró al vacío, ¿no es así?

    — Sí, pobrecita, dicen que intentaba matarse cada dos por tres y nuevamente lo hizo.

    — Otra vez, la salvaron... los doctores dicen que la van a ingresar a un psiquiátrico.

    Pasadas las horas la trasladaban en una silla de ruedas por los fríos pasillos de otro hospital, para dejarla en una habitación, le hacían preguntas que levemente respondía con monosílabos. Un día se fue de allí convenciendo de una manera no muy moral al vigilante del hospital para intentar hacer una nueva vida.

    Lo primero que hizo, fue ir a donde un amigo que hacía identificaciones falsificadas; el chico le dio vivienda por unas horas, luego, junto con él se fueron a donde era su casa; donde vivió todo ese infierno, se admiró de verla totalmente cambiada, las fotos, la televisión, la mesa. Se acercó a una foto que llamó su atención: Era su padre, un tanto rejuvenecido junto a una bella mujer de pelo castaño y tres chicos de aproximadamente quince años; supone que es su nueva familia, niega con una sonrisa en los labios pensando que ella no tenía conciencia del monstruo con quien había decidido juntar su vida.

    Entonces lo vio: Pantalones negros, zapatos impecables, cabello recortado, el hombre se quedó petrificado al verla, ella estaba más delgada, con vendas que la envolvían cual momia egipcia, despeinada y con ojeras. Sólo él dijo "No hagas nada de lo que puedas arrepentirte, porque yo ya hice una nueva vida, me he reformado, pero veo que tú no"

    Sonríe nuevamente, dejando la foto en donde la encontró. El chico que la acompañaba estaba en la puerta mirando todo, ella se acercó a su padre y le cogió de las manos para besarlas, a él le gustaba ese gesto, pero ahora le daba asco y miedo.

    — Papá, no te haré nada... no soy tan mierda como tú, ¿piensas que te voy a matar o hacer algo a tu familia? No... es más, yo en estos momentos, te debería meter preso por todas las asquerosidades que me hiciste desde que tenía tres años, pero no. Yo sólo quiero el dinero que cobrabas cuando me hacías abusar por tus amigos y otros hombres. Prometiste darme ese dinero cuando sería grande, ahora lo necesito. Dámelo, o me veré obligada a decirle a mi tía Madeline que cuide a sus hijos de ti. ¡APURATE HIJO DE PERRA!

    El hombre empieza a ponerse nervioso y a gritar de que se largue, pero ella no se va; es más le exige con más vehemencia, estaban en medio de la discusión cuando llegó aquella mujer junto con sus hijos. Él abrazó a su esposa, era rubia y de ojos marrones, casi idéntica a su madre, que miraba asustada a Skylar.

    — Él me violaba desde los tres años... no sé si hasta ahora sigue haciéndolo, quizá con ellos cuando no estás...sólo quiero unas cosas que están en el armario, eran de mi mamá.

    Entonces, reina el caos; gritos, reclamos, golpes al hombre. Ella se fue hacia la alcoba matrimonial junto con el chico de la puerta y ponen todo patas arriba, en eso su padre entra y debajo de la alfombra persa del piso, abre una pequeña puerta sacando de ella dos cajas, las abre con la llave revelando fajos de dinero junto con algunas joyas y fotos. Revisa de que al menos, los billetes no están trucados.

    — Me has terminado de joder la vida, te hubieras muerto junto a la perra de tu madre.

    — Quizá eso hubiera sido lo mejor, papá. Así me hubieses ahorrado mucho dolor. Pero ¿sabes?, yo aún soy una buena hija... no te voy a denunciar, no vas a terminar en una cárcel... olvídame, no te visitaré más, tampoco me denuncies... porque ahí sí te terminarás de joder. Me voy... espero que tu esposa me perdone y si te quedas solo, es por lo que hiciste... suerte en la vida, adiós para siempre, papá.

    Sale de la habitación y le dice que la disculpe por el alboroto causado, ella le pregunta si es verdad lo que había dicho sobre la violación.

    — Tía, es verdad... y tú lo sabes también... si vas a seguir con él, ya no me interesa... si lo perdonas, no diré nada al respecto...

    — Skylar, perdóname...

    — No soy Skylar, ella se murió saltando del balcón de un hotel. Mi nombre es Lissii.

    Días después, junto con ese chico le haría una nueva identificación, le gustaba su nuevo nombre. Se promete una nueva vida, se rehabilitaría de su adicción a autolesionarse, haría nuevas amistadas.

    — Bienvenida al mundo, Lissii Faerhy.
    — Chica, ¿Por qué lo hiciste? Lo primero que vieron sus ojos fueron unas manos que terminaban de vendar sus brazos. Intentó mover las manos, pero estas estaban esposadas a la camilla, la cabeza le daba vueltas y tenía ganas de vomitar. Pasadas las horas, la trasladaron a una habitación privada para que pueda dormir, pero no podía; escuchaba a medias las conversaciones entre las personas que entraban a verla. — Esta es la chica cuya madre se tiró al vacío, ¿no es así? — Sí, pobrecita, dicen que intentaba matarse cada dos por tres y nuevamente lo hizo. — Otra vez, la salvaron... los doctores dicen que la van a ingresar a un psiquiátrico. Pasadas las horas la trasladaban en una silla de ruedas por los fríos pasillos de otro hospital, para dejarla en una habitación, le hacían preguntas que levemente respondía con monosílabos. Un día se fue de allí convenciendo de una manera no muy moral al vigilante del hospital para intentar hacer una nueva vida. Lo primero que hizo, fue ir a donde un amigo que hacía identificaciones falsificadas; el chico le dio vivienda por unas horas, luego, junto con él se fueron a donde era su casa; donde vivió todo ese infierno, se admiró de verla totalmente cambiada, las fotos, la televisión, la mesa. Se acercó a una foto que llamó su atención: Era su padre, un tanto rejuvenecido junto a una bella mujer de pelo castaño y tres chicos de aproximadamente quince años; supone que es su nueva familia, niega con una sonrisa en los labios pensando que ella no tenía conciencia del monstruo con quien había decidido juntar su vida. Entonces lo vio: Pantalones negros, zapatos impecables, cabello recortado, el hombre se quedó petrificado al verla, ella estaba más delgada, con vendas que la envolvían cual momia egipcia, despeinada y con ojeras. Sólo él dijo "No hagas nada de lo que puedas arrepentirte, porque yo ya hice una nueva vida, me he reformado, pero veo que tú no" Sonríe nuevamente, dejando la foto en donde la encontró. El chico que la acompañaba estaba en la puerta mirando todo, ella se acercó a su padre y le cogió de las manos para besarlas, a él le gustaba ese gesto, pero ahora le daba asco y miedo. — Papá, no te haré nada... no soy tan mierda como tú, ¿piensas que te voy a matar o hacer algo a tu familia? No... es más, yo en estos momentos, te debería meter preso por todas las asquerosidades que me hiciste desde que tenía tres años, pero no. Yo sólo quiero el dinero que cobrabas cuando me hacías abusar por tus amigos y otros hombres. Prometiste darme ese dinero cuando sería grande, ahora lo necesito. Dámelo, o me veré obligada a decirle a mi tía Madeline que cuide a sus hijos de ti. ¡APURATE HIJO DE PERRA! El hombre empieza a ponerse nervioso y a gritar de que se largue, pero ella no se va; es más le exige con más vehemencia, estaban en medio de la discusión cuando llegó aquella mujer junto con sus hijos. Él abrazó a su esposa, era rubia y de ojos marrones, casi idéntica a su madre, que miraba asustada a Skylar. — Él me violaba desde los tres años... no sé si hasta ahora sigue haciéndolo, quizá con ellos cuando no estás...sólo quiero unas cosas que están en el armario, eran de mi mamá. Entonces, reina el caos; gritos, reclamos, golpes al hombre. Ella se fue hacia la alcoba matrimonial junto con el chico de la puerta y ponen todo patas arriba, en eso su padre entra y debajo de la alfombra persa del piso, abre una pequeña puerta sacando de ella dos cajas, las abre con la llave revelando fajos de dinero junto con algunas joyas y fotos. Revisa de que al menos, los billetes no están trucados. — Me has terminado de joder la vida, te hubieras muerto junto a la perra de tu madre. — Quizá eso hubiera sido lo mejor, papá. Así me hubieses ahorrado mucho dolor. Pero ¿sabes?, yo aún soy una buena hija... no te voy a denunciar, no vas a terminar en una cárcel... olvídame, no te visitaré más, tampoco me denuncies... porque ahí sí te terminarás de joder. Me voy... espero que tu esposa me perdone y si te quedas solo, es por lo que hiciste... suerte en la vida, adiós para siempre, papá. Sale de la habitación y le dice que la disculpe por el alboroto causado, ella le pregunta si es verdad lo que había dicho sobre la violación. — Tía, es verdad... y tú lo sabes también... si vas a seguir con él, ya no me interesa... si lo perdonas, no diré nada al respecto... — Skylar, perdóname... — No soy Skylar, ella se murió saltando del balcón de un hotel. Mi nombre es Lissii. Días después, junto con ese chico le haría una nueva identificación, le gustaba su nuevo nombre. Se promete una nueva vida, se rehabilitaría de su adicción a autolesionarse, haría nuevas amistadas. — Bienvenida al mundo, Lissii Faerhy.
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  • V. ¿Fuera del tablero?
    Fandom Kuroshitsuji/Black Butler OC y otros
    Categorรญa Otros
    Las ruedas levantaban algo de polvo, y el motor del coche resonaba en el tranquilo camino.

    A través de la ventana podía verse una monótona extensión de tierra y césped; solo a lo lejos se alzaban árboles de un pequeño bosque circundante, de donde algunos petirrojos intrépidos surgían, curiosos ante el ruidoso vehículo.

    —¿Llegaremos pronto?

    Jean mostraba cierta ansiedad, como si deseara darse la vuelta y regresar. Su chofer, el confiable Finnian, asintió. Y justo en ese momento ambos pudieron ver cómo asomaba una gran mansión, respondiendo así la inquietud del joven Phantomhive, quien solo dejó escapar un suspiro.

    A estas alturas, volver atrás era impensable: ya habían alcanzado su destino.

    Y es que su dilema tenía nombre y apellido: Heinrich Rosenberg.

    ¿Qué debía hacer Jean con él?

    Por alguna razón, le resultaba difícil articular la respuesta evidente. Si se tratase de otra persona, la resolución de Jean habría sido inmediata: solo un medio para un fin.

    El señor Heinrich no era un peón especialmente valioso, pero todos los peones tenían su utilidad, y ganarse su favor podría ser beneficioso dado su evidente carisma. Sin embargo, su habitual cinismo parecía tambalearse ante él, generando un inesperado sentimiento de culpa. Tal vez porque, en el fondo, se sentía en deuda por la ayuda que le brindó en el pasado, o porque el encanto de Heinrich había logrado alcanzarlo, haciéndolo sentir incómodo al usar a alguien tan bondadoso y crédulo.

    Fuera cual fuese la causa, este dilema estaba comenzando a ser una distracción.

    Jean se propuso visitarlo, cumplir con su "promesa" y esperar que eso fuese suficiente para disipar aquel incómodo remordimiento hacia el señor Heinrich. Y si no resultaba, entonces tendría que olvidarse de tenerlo como un peón; pero, Jean se negaba a admitir la derrota, incluso en algo así, por lo que, se hallaba en un punto muerto.

    Pronto, el vehículo se estacionó cerca de la imponente entrada de la mansión. Cuando Finnian le abrió la puerta, Jean cerró los ojos un instante, y al abrirlos, la expresión conflictuada había desaparecido. Solo quedaba un joven de semblante tranquilo, casi abierto, con una sutil sonrisa en los labios: la imagen misma de la cortesía.

    Portaba un bastón de madera oscura lacada y una levita a juego, en un conjunto elegantemente sobrio.

    Las ruedas levantaban algo de polvo, y el motor del coche resonaba en el tranquilo camino. A través de la ventana podía verse una monótona extensión de tierra y césped; solo a lo lejos se alzaban árboles de un pequeño bosque circundante, de donde algunos petirrojos intrépidos surgían, curiosos ante el ruidoso vehículo. —¿Llegaremos pronto? Jean mostraba cierta ansiedad, como si deseara darse la vuelta y regresar. Su chofer, el confiable Finnian, asintió. Y justo en ese momento ambos pudieron ver cómo asomaba una gran mansión, respondiendo así la inquietud del joven Phantomhive, quien solo dejó escapar un suspiro. A estas alturas, volver atrás era impensable: ya habían alcanzado su destino. Y es que su dilema tenía nombre y apellido: Heinrich Rosenberg. ¿Qué debía hacer Jean con él? Por alguna razón, le resultaba difícil articular la respuesta evidente. Si se tratase de otra persona, la resolución de Jean habría sido inmediata: solo un medio para un fin. El señor Heinrich no era un peón especialmente valioso, pero todos los peones tenían su utilidad, y ganarse su favor podría ser beneficioso dado su evidente carisma. Sin embargo, su habitual cinismo parecía tambalearse ante él, generando un inesperado sentimiento de culpa. Tal vez porque, en el fondo, se sentía en deuda por la ayuda que le brindó en el pasado, o porque el encanto de Heinrich había logrado alcanzarlo, haciéndolo sentir incómodo al usar a alguien tan bondadoso y crédulo. Fuera cual fuese la causa, este dilema estaba comenzando a ser una distracción. Jean se propuso visitarlo, cumplir con su "promesa" y esperar que eso fuese suficiente para disipar aquel incómodo remordimiento hacia el señor Heinrich. Y si no resultaba, entonces tendría que olvidarse de tenerlo como un peón; pero, Jean se negaba a admitir la derrota, incluso en algo así, por lo que, se hallaba en un punto muerto. Pronto, el vehículo se estacionó cerca de la imponente entrada de la mansión. Cuando Finnian le abrió la puerta, Jean cerró los ojos un instante, y al abrirlos, la expresión conflictuada había desaparecido. Solo quedaba un joven de semblante tranquilo, casi abierto, con una sutil sonrisa en los labios: la imagen misma de la cortesía. Portaba un bastón de madera oscura lacada y una levita a juego, en un conjunto elegantemente sobrio.
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  • Y si mejor nos confesamos en la cama ?

    Advertencia
    Bien advertida
    El que se me acerque, hablé, reaccione.... Sale con mayordomo nuevo y en una silla de ruedas

    -no le gusta estar sin un amo a quien cuidar. La libertad lo aburre -
    Y si mejor nos confesamos en la cama ? Advertencia Bien advertida El que se me acerque, hablé, reaccione.... Sale con mayordomo nuevo y en una silla de ruedas -no le gusta estar sin un amo a quien cuidar. La libertad lo aburre -
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  • Alguien tiene silla de ruedas?
    Al parecer lo voy a necesitar
    Alguien tiene silla de ruedas? Al parecer lo voy a necesitar
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Traigan le vaselina y silla de ruedas a sesshomaru. De esta no sale caminando
    Traigan le vaselina y silla de ruedas a sesshomaru. De esta no sale caminando ๐Ÿ‘Œ
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  • LA HISTORIA DE AMANDA

    Praga, Checoslovaquia, 8 de diciembre de 1919

    Amanda Novak tiene 22 años. Empezó a prostituirse a los 15. Dejó de hacerlo a los 21, cuando conoció a su último cliente: el señor Nadie.

    Amanda me recibe en su casa, una vivienda humilde que se cae a pedazos: paredes hinchadas por la humedad, techos descascarados, un colchón en el suelo donde duermen varios gatos, tres sillas, una mesa pequeña y un espejo roto que refleja mi silueta cuarteada. Amanda se desplaza en una silla de ruedas oxidada, me pregunta si quiero té de jengibre, le digo que no. Sorprende la miseria que la rodea. Lo primero que le pregunto es qué hizo con el dinero que le pagaron.

    —Doné una parte al hogar de huérfanos en donde crecí —dice—. Al principio se negaron a aceptarlo, hicieron preguntas: de dónde había sacado tanto, quién me lo había dado, etc. Al final los persuadí de que se quedaran con un poco, de que reformaran el hogar y les comprasen ropa nueva y juguetes a los niños... Aceptaron la donación a regañadientes. Claro, imagine a una muerta de hambre como yo, que se aparece con millones de Coronas en una bolsa…
    —¿Y qué hizo con el resto?
    —Contraté a un detective, le dije que le daría la mitad si encontraba al señor Nadie.
    —¿Así se llama el que la secuestró? ¿Señor Nadie?
    —Así se llamaba… —dice Amanda mientras se sirve té en una lata de tomates vacía.

    Amanda tiene el cutis gris, seco y estriado. Me cuesta creer que sólo tenga 22 años. Sus brazos están fibrosos de tanto girar las ruedas. Sus manos son gruesas, ásperas y venosas; parecen manos masculinas. Sus piernas sin pies cuelgan de la silla como algo ajeno al resto de su cuerpo. Lleva el pelo revuelto, casi blanco, tan largo que debe hacerse una trenza para que no se le enrede con las ruedas de la silla. Cualquiera que leyese esta descripción pensaría que se trata de un adefesio... pero no lo es, la belleza late en su cara, en sus facciones suaves y en sus ojos color zafiro, que contrastan con la lividez de su piel.

    Bratislava, 3 de abril de 1918

    «Soy una chica sucia, chupo y trago más que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor, para el mejor postor…». Así se vende Amanda frente los hombres que pasan a su lado: cantando sus destrezas a viva voz. Algunos se paran y le ofrecen monedas, pero ella sonríe y les responde, también cantando: «No acepto limosnas… chupo y trago mejor que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor… »
    El estilo que Amanda utiliza para venderse es infantil, las demás putas que comparten la calle se ríen de ella, le dicen estúpida, imbécil, ridícula… pero ella las ignora y sigue cantando; y al final, el mejor postor siempre la elige entre las otras.

    Cerca de las 2 de la mañana, la calle Roja de Bratislava empieza a vaciarse de gente. En lo que va de la noche Amanda se ha dejado sodomizar tres veces y ha hecho seis felaciones. Sus bolsillos están llenos. Se prende un cigarrillo para quitarse el gusto a esperma de la boca. Mientras camina por las desérticas calles de la ciudad, nota que un auto se arrima a la vereda y reduce la velocidad para quedar a la par de ella. Es un Buick blanco, el chofer saca una mano enguantada por la ventanilla y deja caer un rollo de billetes en la calle, luego acelera. Amanda recoge los billetes y sigue caminando pendiente del auto, que se estaciona llegando a la esquina. La mano del chofer suelta otro rollo y vuelve a acelerar. Ella toma el dinero y sigue al auto como un animal hipnotizado. La acción se repite cuatro veces, hasta que el auto se detiene y apaga el motor. Amanda le acerca los cuatro fajos al chofer.
    —¿Qué estás buscando con tanto dinero? —le pregunta.
    En la penumbra Amanda no logra distinguir la cara del tipo, que se baja el ala del sombrero para no dejase ver.
    —Busco sus servicios por 9 meses —le dice.
    Amanda suelta una risotada ordinaria, le tira los billetes en el regazo y se va caminando.
    El auto arranca y la sigue. El chofer saca la mano nuevamente y deja caer algo brillante en la vereda, algo que percute como una piedra. Amanda se agacha y recoge lo que parece ser un diamante.
    —Lo que usted tiene en sus manos es una gema valuada en miles de Coronas. Si me ofrece su cuerpo por 9 meses, se la puede quedar y vivir como una duquesa el resto de su vida.
    Amanda sostiene la joya, la baraja entre sus palmas, es pesada, de forma hexagonal. Mientras el chofer habla, Amanda se quita los zapatos con la punta de los pies y se escapa llevándose el diamante. El auto la persigue tocando el claxon. Amanda toma las calles al azar, gira en las esquinas, derecha, izquierda… se mete en un callejón, no hay salida, intenta treparse al muro para pasar al otro lado, el auto acelera y le aplasta las piernas con el parachoques.

    Amanda despierta en una cama con dosel. Tiene los brazos atados a los pilares de la cabecera. Del dosel cuelga un velo rojizo, se distingue una sombra a través de la tela.
    —¿Dónde estoy? —pregunta.
    —Lejos —responde la sombra.
    —¿Usted quién es?
    —Soy el señor Nadie.
    —¿Qué quiere, por qué me trajó aquí?
    —Se lo dije hace una semana, en la calle: quiero 9 meses.
    Amanda está drogada, siente la boca seca y la lengua hinchada. Habla con dificultad.
    —¿Qué pasa con mis pies? No los siento.
    —Sus piernas quedaron destrozadas. Tuvimos que amputarle los pies para detener la gangrena... —responde la sombra son suma tranquilidad.
    Amanda cierra los ojos y solloza.
    —Esto no puede estar pasando… —murmura.
    La sombra corre el velo y se deja ver. Es un hombre vestido de traje negro, con la cara deformada en protuberancias que emanan un líquido viscoso y amarillento.
    —¡Por Dios! —grita Amanda.
    —Entiendo su espanto —le dice el hombre—. Sucede que sufro de una extraña clase de lepra purulenta. Mi familia lleva varias generaciones sufriendo esta enfermedad. Me han dicho que es un maleficio gitano que le hicieron a mi tatarabuelo, hace 150 años... Sé que soy repulsivo a sus ojos, ni yo mismo tolero mirarme, por eso no hay espejos en esta casa.
    El hombre se sienta al borde de la cama.
    —¿Y yo qué tengo que ver con eso? —pregunta Amanda desviando su mirada—. Déjeme ir, yo no hice nada malo... no quise robarle, perdóneme, por favor…
    El tipo le acaricia la cara. Amanda siente los bultos viscosos de sus manos rozándole las mejillas.
    —Usted nos va a salvar, Amanda —le dice—. Usted fue elegida para curar esta maldición.
    —¿De qué habla? ¿Está chiflado?
    —Esta noche, los hombres de esta familia: mis tres hermanos, mi padre, mis cuatro sobrinos y mis dos tíos, van a intentar preñarla. Y cuando lo logren, cuidaremos de usted hasta el momento de dar a luz. Con esa criatura vamos a cortar la maldición... En agradecimiento me encargaré de hacerla una mujer millonaria…
    —¡Ni muerta me dejaría tocar por ustedes! —grita Amanda mientras tironea de las amarras.
    —Amanda —le dice el hombre con ternura—. Usted no está en condiciones de decidir. Si se resiste será peor, porque la haremos sufrir: la quemaremos, le arrancaremos la piel, le sacaremos los ojos, la lengua... la obligaremos a comer cucarachas y las cosas más horribles que pueda imaginarse. En cambio, si cede, si abre sus piernas sin poner resistencia, esto pasará pronto y se llevará una gran recompensa.
    —¡Prefiero que me mate, hijo de puta!
    El hombre se levanta, vuelve a correr el velo del dosel y antes de salir de la habitación le dice:
    —Comenzamos en dos horas. Antes vendrá una enfermera, para limpiarla y lubricarla…

    —Y así fue —me dice Amanda—. El grupo de leprosos apareció dos horas después. Había de todas las edades, desde 16 hasta 60 años. Uno por uno fueron metiéndose entre mis piernas, con sus cuerpos amorfos, supurantes, inmundos... Con las caras desfiguradas por los bultos. Y mientras me violaban, la enfermera me acercaba una cubeta para que vomitase. Porque era imposible no vomitar... Eran los seres más asquerosos que alguien pueda imaginar.

    Y cuando eyaculaban dentro de mí, los tumores de sus cuerpos supuraban pus con más abundancia. Y el olor… nunca olvidaré ese olor, como a leche mezclada con heces…

    Intento retener el reflujo que sube por mi esófago. Durante unos minutos quedo con el torso curvado hacia adelante, tratando de contener el vómito. Amanda me observa y sonríe.
    —No se preocupe, es normal lo que siente —me dice—. Por eso le ofrecí té. El jengibre es bueno para las náuseas, yo lo tomo todo el tiempo… ¿Seguro no quiere un poco?
    —No gracias. Ya se me pasa —le digo mientras me reincorporo—. ¿Cuánto tardó en quedar embarazada?
    —Al mes notaron que ya no menstruaba y dejaron de hacerme visitas… luego empezaron a tratarme como a una deidad. Me llevaban a pasear por el parque en silla de ruedas. Me hacían masajes, me cocinaban manjares y me dejaban leer todos los libros que quisiera. Tres meses después apareció la bruja que les había dicho cómo romper la maldición. Era una vieja gitana que hablaba en un idioma que yo desconocía.

    Amanda se queda en silencio unos instantes.

    —Fue una niña. Tenía mis ojos dijeron. Las parteras me la quitaron de las entrañas y se la llevaron a otra habitación. No querían que la tocase, temían que intentara matarla, seguramente. Y no estaban equivocados. Le hubiese roto el cuello al momento de tenerla en mis brazos.
    —¿Qué pasó después?
    —Al otro día me metieron en un auto y me colocaron una capucha. El auto anduvo dos horas, me bajaron y me subieron a otro que anduvo cerca de 4 horas. Me bajaron y me subieron a un tercer auto que tras 6 horas me dejó en Bratislava. Me colocaron en una silla de ruedas de oro y me empujaron hasta la entrada de una enorme y lujosa casa que yo solía admirar cuando trabajaba de puta. Me dijeron que era mía. Unos sirvientes me ayudaron a entrar. Al otro día despedí a la servidumbre y puse todo a la venta. Y con ese dinero, más todo lo que me habían depositado en el banco, fui al hogar de huérfanos para donarlo todo…
    —¿Y qué pasó con el detective?
    —Tardó dos meses en encontrar la casa del señor Nadie. Ni siquiera estaba en Checoslovaquia, estaba en Viena. Le pagué lo acordado y le di algo más a cambio de que contactará a 6 sicarios. Tras unas semanas me reuní con ellos y les ofrecí todo lo que me quedaba a cambio de que asesinaran al señor Nadie y a toda su familia de monstruos. No preguntaron nada, se repartieron mi fortuna y desaparecieron.
    —¿Y lo hicieron?
    Amanda se mete la mano dentro del sostén y extrae una hoja de periódico, la desdobla y me la entrega. El titular dice: Feroz masacre en mansión de Viena. 20 muertos. Posible ajuste de cuentas…
    —¿Y la bebé?
    —Ya estaba muerta cuando llegaron los sicarios. Los leprosos la habían desangrado y se habían bebido su sangre. De esa forma creyeron que acabarían con la maldición. Enfermos hijos de puta... Me alegro de haberlos matado a todos. Fue la mejor inversión para todo ese dinero.

    Me despido de Amanda con una sensación de alivio. Ése alivio que a veces produce la venganza, sobre todo cuando es tan merecida.
    LA HISTORIA DE AMANDA Praga, Checoslovaquia, 8 de diciembre de 1919 Amanda Novak tiene 22 años. Empezó a prostituirse a los 15. Dejó de hacerlo a los 21, cuando conoció a su último cliente: el señor Nadie. Amanda me recibe en su casa, una vivienda humilde que se cae a pedazos: paredes hinchadas por la humedad, techos descascarados, un colchón en el suelo donde duermen varios gatos, tres sillas, una mesa pequeña y un espejo roto que refleja mi silueta cuarteada. Amanda se desplaza en una silla de ruedas oxidada, me pregunta si quiero té de jengibre, le digo que no. Sorprende la miseria que la rodea. Lo primero que le pregunto es qué hizo con el dinero que le pagaron. —Doné una parte al hogar de huérfanos en donde crecí —dice—. Al principio se negaron a aceptarlo, hicieron preguntas: de dónde había sacado tanto, quién me lo había dado, etc. Al final los persuadí de que se quedaran con un poco, de que reformaran el hogar y les comprasen ropa nueva y juguetes a los niños... Aceptaron la donación a regañadientes. Claro, imagine a una muerta de hambre como yo, que se aparece con millones de Coronas en una bolsa… —¿Y qué hizo con el resto? —Contraté a un detective, le dije que le daría la mitad si encontraba al señor Nadie. —¿Así se llama el que la secuestró? ¿Señor Nadie? —Así se llamaba… —dice Amanda mientras se sirve té en una lata de tomates vacía. Amanda tiene el cutis gris, seco y estriado. Me cuesta creer que sólo tenga 22 años. Sus brazos están fibrosos de tanto girar las ruedas. Sus manos son gruesas, ásperas y venosas; parecen manos masculinas. Sus piernas sin pies cuelgan de la silla como algo ajeno al resto de su cuerpo. Lleva el pelo revuelto, casi blanco, tan largo que debe hacerse una trenza para que no se le enrede con las ruedas de la silla. Cualquiera que leyese esta descripción pensaría que se trata de un adefesio... pero no lo es, la belleza late en su cara, en sus facciones suaves y en sus ojos color zafiro, que contrastan con la lividez de su piel. Bratislava, 3 de abril de 1918 «Soy una chica sucia, chupo y trago más que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor, para el mejor postor…». Así se vende Amanda frente los hombres que pasan a su lado: cantando sus destrezas a viva voz. Algunos se paran y le ofrecen monedas, pero ella sonríe y les responde, también cantando: «No acepto limosnas… chupo y trago mejor que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor… » El estilo que Amanda utiliza para venderse es infantil, las demás putas que comparten la calle se ríen de ella, le dicen estúpida, imbécil, ridícula… pero ella las ignora y sigue cantando; y al final, el mejor postor siempre la elige entre las otras. Cerca de las 2 de la mañana, la calle Roja de Bratislava empieza a vaciarse de gente. En lo que va de la noche Amanda se ha dejado sodomizar tres veces y ha hecho seis felaciones. Sus bolsillos están llenos. Se prende un cigarrillo para quitarse el gusto a esperma de la boca. Mientras camina por las desérticas calles de la ciudad, nota que un auto se arrima a la vereda y reduce la velocidad para quedar a la par de ella. Es un Buick blanco, el chofer saca una mano enguantada por la ventanilla y deja caer un rollo de billetes en la calle, luego acelera. Amanda recoge los billetes y sigue caminando pendiente del auto, que se estaciona llegando a la esquina. La mano del chofer suelta otro rollo y vuelve a acelerar. Ella toma el dinero y sigue al auto como un animal hipnotizado. La acción se repite cuatro veces, hasta que el auto se detiene y apaga el motor. Amanda le acerca los cuatro fajos al chofer. —¿Qué estás buscando con tanto dinero? —le pregunta. En la penumbra Amanda no logra distinguir la cara del tipo, que se baja el ala del sombrero para no dejase ver. —Busco sus servicios por 9 meses —le dice. Amanda suelta una risotada ordinaria, le tira los billetes en el regazo y se va caminando. El auto arranca y la sigue. El chofer saca la mano nuevamente y deja caer algo brillante en la vereda, algo que percute como una piedra. Amanda se agacha y recoge lo que parece ser un diamante. —Lo que usted tiene en sus manos es una gema valuada en miles de Coronas. Si me ofrece su cuerpo por 9 meses, se la puede quedar y vivir como una duquesa el resto de su vida. Amanda sostiene la joya, la baraja entre sus palmas, es pesada, de forma hexagonal. Mientras el chofer habla, Amanda se quita los zapatos con la punta de los pies y se escapa llevándose el diamante. El auto la persigue tocando el claxon. Amanda toma las calles al azar, gira en las esquinas, derecha, izquierda… se mete en un callejón, no hay salida, intenta treparse al muro para pasar al otro lado, el auto acelera y le aplasta las piernas con el parachoques. Amanda despierta en una cama con dosel. Tiene los brazos atados a los pilares de la cabecera. Del dosel cuelga un velo rojizo, se distingue una sombra a través de la tela. —¿Dónde estoy? —pregunta. —Lejos —responde la sombra. —¿Usted quién es? —Soy el señor Nadie. —¿Qué quiere, por qué me trajó aquí? —Se lo dije hace una semana, en la calle: quiero 9 meses. Amanda está drogada, siente la boca seca y la lengua hinchada. Habla con dificultad. —¿Qué pasa con mis pies? No los siento. —Sus piernas quedaron destrozadas. Tuvimos que amputarle los pies para detener la gangrena... —responde la sombra son suma tranquilidad. Amanda cierra los ojos y solloza. —Esto no puede estar pasando… —murmura. La sombra corre el velo y se deja ver. Es un hombre vestido de traje negro, con la cara deformada en protuberancias que emanan un líquido viscoso y amarillento. —¡Por Dios! —grita Amanda. —Entiendo su espanto —le dice el hombre—. Sucede que sufro de una extraña clase de lepra purulenta. Mi familia lleva varias generaciones sufriendo esta enfermedad. Me han dicho que es un maleficio gitano que le hicieron a mi tatarabuelo, hace 150 años... Sé que soy repulsivo a sus ojos, ni yo mismo tolero mirarme, por eso no hay espejos en esta casa. El hombre se sienta al borde de la cama. —¿Y yo qué tengo que ver con eso? —pregunta Amanda desviando su mirada—. Déjeme ir, yo no hice nada malo... no quise robarle, perdóneme, por favor… El tipo le acaricia la cara. Amanda siente los bultos viscosos de sus manos rozándole las mejillas. —Usted nos va a salvar, Amanda —le dice—. Usted fue elegida para curar esta maldición. —¿De qué habla? ¿Está chiflado? —Esta noche, los hombres de esta familia: mis tres hermanos, mi padre, mis cuatro sobrinos y mis dos tíos, van a intentar preñarla. Y cuando lo logren, cuidaremos de usted hasta el momento de dar a luz. Con esa criatura vamos a cortar la maldición... En agradecimiento me encargaré de hacerla una mujer millonaria… —¡Ni muerta me dejaría tocar por ustedes! —grita Amanda mientras tironea de las amarras. —Amanda —le dice el hombre con ternura—. Usted no está en condiciones de decidir. Si se resiste será peor, porque la haremos sufrir: la quemaremos, le arrancaremos la piel, le sacaremos los ojos, la lengua... la obligaremos a comer cucarachas y las cosas más horribles que pueda imaginarse. En cambio, si cede, si abre sus piernas sin poner resistencia, esto pasará pronto y se llevará una gran recompensa. —¡Prefiero que me mate, hijo de puta! El hombre se levanta, vuelve a correr el velo del dosel y antes de salir de la habitación le dice: —Comenzamos en dos horas. Antes vendrá una enfermera, para limpiarla y lubricarla… —Y así fue —me dice Amanda—. El grupo de leprosos apareció dos horas después. Había de todas las edades, desde 16 hasta 60 años. Uno por uno fueron metiéndose entre mis piernas, con sus cuerpos amorfos, supurantes, inmundos... Con las caras desfiguradas por los bultos. Y mientras me violaban, la enfermera me acercaba una cubeta para que vomitase. Porque era imposible no vomitar... Eran los seres más asquerosos que alguien pueda imaginar. Y cuando eyaculaban dentro de mí, los tumores de sus cuerpos supuraban pus con más abundancia. Y el olor… nunca olvidaré ese olor, como a leche mezclada con heces… Intento retener el reflujo que sube por mi esófago. Durante unos minutos quedo con el torso curvado hacia adelante, tratando de contener el vómito. Amanda me observa y sonríe. —No se preocupe, es normal lo que siente —me dice—. Por eso le ofrecí té. El jengibre es bueno para las náuseas, yo lo tomo todo el tiempo… ¿Seguro no quiere un poco? —No gracias. Ya se me pasa —le digo mientras me reincorporo—. ¿Cuánto tardó en quedar embarazada? —Al mes notaron que ya no menstruaba y dejaron de hacerme visitas… luego empezaron a tratarme como a una deidad. Me llevaban a pasear por el parque en silla de ruedas. Me hacían masajes, me cocinaban manjares y me dejaban leer todos los libros que quisiera. Tres meses después apareció la bruja que les había dicho cómo romper la maldición. Era una vieja gitana que hablaba en un idioma que yo desconocía. Amanda se queda en silencio unos instantes. —Fue una niña. Tenía mis ojos dijeron. Las parteras me la quitaron de las entrañas y se la llevaron a otra habitación. No querían que la tocase, temían que intentara matarla, seguramente. Y no estaban equivocados. Le hubiese roto el cuello al momento de tenerla en mis brazos. —¿Qué pasó después? —Al otro día me metieron en un auto y me colocaron una capucha. El auto anduvo dos horas, me bajaron y me subieron a otro que anduvo cerca de 4 horas. Me bajaron y me subieron a un tercer auto que tras 6 horas me dejó en Bratislava. Me colocaron en una silla de ruedas de oro y me empujaron hasta la entrada de una enorme y lujosa casa que yo solía admirar cuando trabajaba de puta. Me dijeron que era mía. Unos sirvientes me ayudaron a entrar. Al otro día despedí a la servidumbre y puse todo a la venta. Y con ese dinero, más todo lo que me habían depositado en el banco, fui al hogar de huérfanos para donarlo todo… —¿Y qué pasó con el detective? —Tardó dos meses en encontrar la casa del señor Nadie. Ni siquiera estaba en Checoslovaquia, estaba en Viena. Le pagué lo acordado y le di algo más a cambio de que contactará a 6 sicarios. Tras unas semanas me reuní con ellos y les ofrecí todo lo que me quedaba a cambio de que asesinaran al señor Nadie y a toda su familia de monstruos. No preguntaron nada, se repartieron mi fortuna y desaparecieron. —¿Y lo hicieron? Amanda se mete la mano dentro del sostén y extrae una hoja de periódico, la desdobla y me la entrega. El titular dice: Feroz masacre en mansión de Viena. 20 muertos. Posible ajuste de cuentas… —¿Y la bebé? —Ya estaba muerta cuando llegaron los sicarios. Los leprosos la habían desangrado y se habían bebido su sangre. De esa forma creyeron que acabarían con la maldición. Enfermos hijos de puta... Me alegro de haberlos matado a todos. Fue la mejor inversión para todo ese dinero. Me despido de Amanda con una sensación de alivio. Ése alivio que a veces produce la venganza, sobre todo cuando es tan merecida.
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  • ๐“ ueen's ๐“ญuty.
    Fandom HOUSE OF THE DRAGON.
    Categorรญa Drama
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐‚๐จฬ๐ฆ๐จ ๐ฌ๐ž ๐ก๐š๐ง ๐œ๐š๐ฅ๐ฅ๐š๐๐จ ๐ž๐ฌ๐š๐ฌ ๐ฏ๐จ๐œ๐ž๐ฌ.
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐„๐ฌ๐œ๐ฎ๐œ๐ก๐จ ๐ž๐ฅ ๐ฅ๐š๐ญ๐ข๐๐จ ๐๐ž ๐ฆ๐ข ๐œ๐จ๐ซ๐š๐ณ๐จฬ๐ง.
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐„๐ฌ๐ญ๐ž ๐จ๐ฅ๐จ๐ซ,
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐๐ฎ๐ข๐ž๐ซ๐จ ๐ฌ๐ž๐ง๐ญ๐ข๐ซ ๐ž๐ฅ ๐จ๐ฅ๐จ๐ซ ๐๐ž ๐ฅ๐š๐ฌ ๐ซ๐จ๐ฌ๐š๐ฌ,
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ฒ ๐ฅ๐š ๐ฉ๐จฬ๐ฅ๐ฏ๐จ๐ซ๐š ๐ช๐ฎ๐ž๐ฆ๐š๐ง ๐ฆ๐ข ๐ ๐š๐ซ๐ ๐š๐ง๐ญ๐š.
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐“๐ข๐ž๐ซ๐ซ๐š, ๐šฬ๐ซ๐›๐จ๐ฅ๐ž๐ฌ ๐ฒ ๐ฉ๐šฬ๐ฃ๐š๐ซ๐จ๐ฌ, ๐ง๐จ
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ ๐ฎ๐š๐ซ๐๐ž๐ง ๐ฌ๐ข๐ฅ๐ž๐ง๐œ๐ข๐จ.
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ƒ๐ขฬ๐ ๐š๐ง๐ฆ๐ž ๐ช๐ฎ๐ž ๐ก๐ž ๐ ๐š๐ง๐š๐๐จ, ๐ช๐ฎ๐ž ๐ฅ๐š
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ฏ๐ข๐œ๐ญ๐จ๐ซ๐ข๐š ๐ž๐ฌ ๐ฆ๐ขฬ๐š.
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐„๐ฅ ๐จ๐ฅ๐จ๐ซ ๐๐ž ๐ฅ๐š ๐ฌ๐š๐ง๐ ๐ซ๐ž
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐„๐ฅ ๐ฏ๐ข๐ž๐ง๐ญ๐จ ๐ช๐ฎ๐ž ๐š๐ง๐ญ๐ž๐ฌ ๐ฌ๐จ๐ฉ๐ฅ๐š๐›๐š
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ฌ๐ข๐ ๐ฎ๐ž ๐ฌ๐จ๐ฉ๐ฅ๐š๐ง๐๐จ.
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐€ ๐๐จฬ๐ง๐๐ž ๐ฌ๐ž ๐ก๐š ๐ข๐๐จ
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ฆ๐ข ๐šฬ๐ง๐ ๐ž๐ฅ ๐๐ž ๐›๐จ๐ง๐๐š๐,
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ƒ๐จฬ๐ง๐๐ž ๐ž๐ฌ๐ญ๐šฬ ๐ฆ๐ข
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐๐ž๐ฆ๐จ๐ง๐ข๐จ ๐ข๐ง๐ญ๐ž๐ซ๐ข๐จ๐ซ.
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐๐จ๐ซ ๐Ÿ๐š๐ฏ๐จ๐ซ, ๐ฌ๐ž ๐ฅ๐จ ๐ซ๐ฎ๐ž๐ ๐จ,
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ž๐ฌ๐œ๐ฎ๐œ๐ก๐ž๐ง ๐ฆ๐ข ๐ฏ๐จ๐ณ.

    ใ…คใ…คใ…คใ…ค La lluvia, a la sazón, caía a torrentes. Subiendo poco a poco desde el arrollo al asalto del relieve junto a la calzada empedrada, minaba sordamente la base de la soñadora, cuya cabeza se hallaba al propio tiempo muy seriamente amenazada. La mano de esta, en efecto, desamparada del espíritu, que había partido para algún remoto viaje, había dejado que poco a poco la cadena dorada se deslizara entre las falanges con suavidad, y el agua del cielo corría libremente desde la capucha convertida en esponja hasta el arrollo que deslizábase tumultoso lamiéndole los tobillos. La estrella de siete puntas colgaba a tan solo centímetros de los adoquines que recibían y despedían las ruedas de los carruajes. Tan grande era su preocupación que no había notado cómo sus zapatos se transformaban en un arrecife para la corriente violenta arrastrando hojitas del arciano, ramas de los abetos y pinos, y algunos pobres insectos incapaces de escapar del propio peso de sus alas como anclas traslúcidas.
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค “๐˜”๐˜ช ๐˜ณ๐˜ฆ๐˜ช๐˜ฏ๐˜ข”.
    Sumida en la resignación huraña, Alicent giró la cabeza encontrándose con los ojos indolentes del Patizambo.
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค โ¿๐‘ตo le he dicho acaso que las tardes de lluvia son mías?โž
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค ใ…คใ…คใ…คใ…ค “๐˜ˆ๐˜ด๐˜ชฬ ๐˜ฆ๐˜ด, ๐˜ฑ๐˜ฆ๐˜ณ๐˜ฐ ๐˜ค๐˜ฐ๐˜ฏ๐˜ด๐˜ช๐˜ฅ๐˜ฆ๐˜ณ๐˜ฐ ๐˜ช๐˜ฎ๐˜ฑ๐˜ฐ๐˜ณ๐˜ต๐˜ข๐˜ฏ๐˜ต๐˜ฆ ๐˜ฆ๐˜ญ ๐˜ฒ๐˜ถ๐˜ฆ ๐˜š๐˜ถ ๐˜”๐˜ข๐˜ซ๐˜ฆ๐˜ด๐˜ต๐˜ข๐˜ฅ ๐˜ฆ๐˜ญ ๐˜ณ๐˜ฆ๐˜บ ๐˜ฆ๐˜ด๐˜ต๐˜ฆฬ ๐˜ณ๐˜ฆ๐˜ค๐˜ญ๐˜ข๐˜ฎ๐˜ข๐˜ฏ๐˜ฅ๐˜ฐ ๐˜ด๐˜ถ ๐˜ฑ๐˜ณ๐˜ฆ๐˜ด๐˜ฆ๐˜ฏ๐˜ค๐˜ช๐˜ข ๐˜ข ๐˜ต๐˜ฐ๐˜ฅ๐˜ฐ๐˜ด ๐˜ญ๐˜ฐ๐˜ด ๐˜ค๐˜ช๐˜ฆ๐˜ณ๐˜ท๐˜ฐ๐˜ด.”
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค โ๐‘ดhโž. El resultado de aquella conversación fue el alivio de la reina en lo que se refería a pagar sus deudas con el maestro de los susurros. Larys no gozaba de derecho a reclamar nada en los días de tormenta, ese era su acuerdo.
    El semblante de la reina habíase tornado sombrío a cada paso más cerca de los aposentos de Su Majestad. Estaba frente a la puerta, inhalando valor. Una criada, maquinalmente, tendió un vaso que Alicent sujetó mientras era llenado con un vino tan áspero que podría ser proveniente del Muro, allá donde los hombres se alcoholizaban para ganar calor. Aquel consuelo era sin duda de su gusto, porque recurría a este con frecuencia.
    Las puertas se abrieron y cerraron para ella. Un viejo y demacrado Viserys la esperaba en la cama, no lo suficientemente arruinado para evadir sus deberes maritales.

    El vestido esmeralda abandonó a su dueña hasta hacerse un montículo arrugado alrededor de sus pies como un domo de tela. Un crujido espantoso llenó la habitación. Era el rey intentando erguir la espalda contra la cabecera de la cama.

    Diez años atrás, Alicent no tenía que hacer más que tumbarse, estar quieta y exhalar de vez en cuando para lustrar el ego de su esposo. Ahora, la situación era diferente. Viserys apenas podía moverse, así que ella hacía todo el trabajo encima de él. No tardaba demasiado en llegar al final de su hazaña, el verdadero reto era contener las arcadas.

    Y así, tan vulnerable como los insectos que se hundían por el propio peso de sus alas bajo el agua, entregó su mejor performance al monarca cerrando los ojos e imaginando que quien entraba en ella era alguien más. El que fuera, quien sea, no importaba. Un té de Luna estaría listo para ella al momento de abandonar los aposentos, lo cual fue motivación suficiente para hacerlo expulsar rápidamente la semilla y marcharse.
    ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐‚๐จฬ๐ฆ๐จ ๐ฌ๐ž ๐ก๐š๐ง ๐œ๐š๐ฅ๐ฅ๐š๐๐จ ๐ž๐ฌ๐š๐ฌ ๐ฏ๐จ๐œ๐ž๐ฌ. ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐„๐ฌ๐œ๐ฎ๐œ๐ก๐จ ๐ž๐ฅ ๐ฅ๐š๐ญ๐ข๐๐จ ๐๐ž ๐ฆ๐ข ๐œ๐จ๐ซ๐š๐ณ๐จฬ๐ง. ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐„๐ฌ๐ญ๐ž ๐จ๐ฅ๐จ๐ซ, ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐๐ฎ๐ข๐ž๐ซ๐จ ๐ฌ๐ž๐ง๐ญ๐ข๐ซ ๐ž๐ฅ ๐จ๐ฅ๐จ๐ซ ๐๐ž ๐ฅ๐š๐ฌ ๐ซ๐จ๐ฌ๐š๐ฌ, ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ฒ ๐ฅ๐š ๐ฉ๐จฬ๐ฅ๐ฏ๐จ๐ซ๐š ๐ช๐ฎ๐ž๐ฆ๐š๐ง ๐ฆ๐ข ๐ ๐š๐ซ๐ ๐š๐ง๐ญ๐š. ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐“๐ข๐ž๐ซ๐ซ๐š, ๐šฬ๐ซ๐›๐จ๐ฅ๐ž๐ฌ ๐ฒ ๐ฉ๐šฬ๐ฃ๐š๐ซ๐จ๐ฌ, ๐ง๐จ ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ ๐ฎ๐š๐ซ๐๐ž๐ง ๐ฌ๐ข๐ฅ๐ž๐ง๐œ๐ข๐จ. ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ƒ๐ขฬ๐ ๐š๐ง๐ฆ๐ž ๐ช๐ฎ๐ž ๐ก๐ž ๐ ๐š๐ง๐š๐๐จ, ๐ช๐ฎ๐ž ๐ฅ๐š ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ฏ๐ข๐œ๐ญ๐จ๐ซ๐ข๐š ๐ž๐ฌ ๐ฆ๐ขฬ๐š. ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐„๐ฅ ๐จ๐ฅ๐จ๐ซ ๐๐ž ๐ฅ๐š ๐ฌ๐š๐ง๐ ๐ซ๐ž ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐„๐ฅ ๐ฏ๐ข๐ž๐ง๐ญ๐จ ๐ช๐ฎ๐ž ๐š๐ง๐ญ๐ž๐ฌ ๐ฌ๐จ๐ฉ๐ฅ๐š๐›๐š ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ฌ๐ข๐ ๐ฎ๐ž ๐ฌ๐จ๐ฉ๐ฅ๐š๐ง๐๐จ. ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐€ ๐๐จฬ๐ง๐๐ž ๐ฌ๐ž ๐ก๐š ๐ข๐๐จ ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ฆ๐ข ๐šฬ๐ง๐ ๐ž๐ฅ ๐๐ž ๐›๐จ๐ง๐๐š๐, ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ƒ๐จฬ๐ง๐๐ž ๐ž๐ฌ๐ญ๐šฬ ๐ฆ๐ข ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐๐ž๐ฆ๐จ๐ง๐ข๐จ ๐ข๐ง๐ญ๐ž๐ซ๐ข๐จ๐ซ. ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐๐จ๐ซ ๐Ÿ๐š๐ฏ๐จ๐ซ, ๐ฌ๐ž ๐ฅ๐จ ๐ซ๐ฎ๐ž๐ ๐จ, ใ…คใ…คใ…คใ…ค๐ž๐ฌ๐œ๐ฎ๐œ๐ก๐ž๐ง ๐ฆ๐ข ๐ฏ๐จ๐ณ. ใ…คใ…คใ…คใ…ค La lluvia, a la sazón, caía a torrentes. Subiendo poco a poco desde el arrollo al asalto del relieve junto a la calzada empedrada, minaba sordamente la base de la soñadora, cuya cabeza se hallaba al propio tiempo muy seriamente amenazada. La mano de esta, en efecto, desamparada del espíritu, que había partido para algún remoto viaje, había dejado que poco a poco la cadena dorada se deslizara entre las falanges con suavidad, y el agua del cielo corría libremente desde la capucha convertida en esponja hasta el arrollo que deslizábase tumultoso lamiéndole los tobillos. La estrella de siete puntas colgaba a tan solo centímetros de los adoquines que recibían y despedían las ruedas de los carruajes. Tan grande era su preocupación que no había notado cómo sus zapatos se transformaban en un arrecife para la corriente violenta arrastrando hojitas del arciano, ramas de los abetos y pinos, y algunos pobres insectos incapaces de escapar del propio peso de sus alas como anclas traslúcidas. ใ…คใ…คใ…คใ…ค “๐˜”๐˜ช ๐˜ณ๐˜ฆ๐˜ช๐˜ฏ๐˜ข”. Sumida en la resignación huraña, Alicent giró la cabeza encontrándose con los ojos indolentes del Patizambo. ใ…คใ…คใ…คใ…ค โ¿๐‘ตo le he dicho acaso que las tardes de lluvia son mías?โž ใ…คใ…คใ…คใ…ค ใ…คใ…คใ…คใ…ค “๐˜ˆ๐˜ด๐˜ชฬ ๐˜ฆ๐˜ด, ๐˜ฑ๐˜ฆ๐˜ณ๐˜ฐ ๐˜ค๐˜ฐ๐˜ฏ๐˜ด๐˜ช๐˜ฅ๐˜ฆ๐˜ณ๐˜ฐ ๐˜ช๐˜ฎ๐˜ฑ๐˜ฐ๐˜ณ๐˜ต๐˜ข๐˜ฏ๐˜ต๐˜ฆ ๐˜ฆ๐˜ญ ๐˜ฒ๐˜ถ๐˜ฆ ๐˜š๐˜ถ ๐˜”๐˜ข๐˜ซ๐˜ฆ๐˜ด๐˜ต๐˜ข๐˜ฅ ๐˜ฆ๐˜ญ ๐˜ณ๐˜ฆ๐˜บ ๐˜ฆ๐˜ด๐˜ต๐˜ฆฬ ๐˜ณ๐˜ฆ๐˜ค๐˜ญ๐˜ข๐˜ฎ๐˜ข๐˜ฏ๐˜ฅ๐˜ฐ ๐˜ด๐˜ถ ๐˜ฑ๐˜ณ๐˜ฆ๐˜ด๐˜ฆ๐˜ฏ๐˜ค๐˜ช๐˜ข ๐˜ข ๐˜ต๐˜ฐ๐˜ฅ๐˜ฐ๐˜ด ๐˜ญ๐˜ฐ๐˜ด ๐˜ค๐˜ช๐˜ฆ๐˜ณ๐˜ท๐˜ฐ๐˜ด.” ใ…คใ…คใ…คใ…ค โ๐‘ดhโž. El resultado de aquella conversación fue el alivio de la reina en lo que se refería a pagar sus deudas con el maestro de los susurros. Larys no gozaba de derecho a reclamar nada en los días de tormenta, ese era su acuerdo. El semblante de la reina habíase tornado sombrío a cada paso más cerca de los aposentos de Su Majestad. Estaba frente a la puerta, inhalando valor. Una criada, maquinalmente, tendió un vaso que Alicent sujetó mientras era llenado con un vino tan áspero que podría ser proveniente del Muro, allá donde los hombres se alcoholizaban para ganar calor. Aquel consuelo era sin duda de su gusto, porque recurría a este con frecuencia. Las puertas se abrieron y cerraron para ella. Un viejo y demacrado Viserys la esperaba en la cama, no lo suficientemente arruinado para evadir sus deberes maritales. El vestido esmeralda abandonó a su dueña hasta hacerse un montículo arrugado alrededor de sus pies como un domo de tela. Un crujido espantoso llenó la habitación. Era el rey intentando erguir la espalda contra la cabecera de la cama. Diez años atrás, Alicent no tenía que hacer más que tumbarse, estar quieta y exhalar de vez en cuando para lustrar el ego de su esposo. Ahora, la situación era diferente. Viserys apenas podía moverse, así que ella hacía todo el trabajo encima de él. No tardaba demasiado en llegar al final de su hazaña, el verdadero reto era contener las arcadas. Y así, tan vulnerable como los insectos que se hundían por el propio peso de sus alas bajo el agua, entregó su mejor performance al monarca cerrando los ojos e imaginando que quien entraba en ella era alguien más. El que fuera, quien sea, no importaba. Un té de Luna estaría listo para ella al momento de abandonar los aposentos, lo cual fue motivación suficiente para hacerlo expulsar rápidamente la semilla y marcharse.
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