• :“Ruido y Silencio”

    El rugido del Deora-2 llenaba la cabina, pero en la cabeza de Jett Wheeler todo era… tranquilo.

    El volante vibraba bajo sus dedos, firme y vivo, como si el auto respirara con él. La pista naranja se curvaba suavemente alrededor del anillo del planeta, una cinta incandescente que cortaba el vacío como una pincelada hecha por los dioses.

    Más allá del cristal, el espacio se abría infinito: estrellas lejanas, el brillo constante de los anillos flotando como hielo suspendido… y el planeta girando lentamente bajo sus ruedas.

    Jett silbó una melodía tonta. Nadie lo oía, y eso le gustaba.

    *"¿Cuántas veces he pasado por aquí ya… cinco? seis? ¿Y cuántas veces más voy a necesitar para cansarme?"*

    Se rió solo.

    —Nunca, probablemente.

    El aire reciclado olía a ozono y a goma caliente. Sus gogles vibraban cada vez que tomaba una curva cerrada. La sombrilla en el asiento de al lado temblaba con los baches de la pista, como si también disfrutara del viaje.

    *"Los accelerons construyen estos reinos como si fueran caprichos... pero hay algo poético en ellos, ¿no?"*

    Tomó una curva sin frenar. Las ruedas traseras derraparon apenas, y el **Deora-2** rugió como un felino despierto.

    *"La mayoría corre para ganar. Yo corro porque... si no lo hiciera, me ahogaría."*

    Y entonces, lo pensó sin decirlo, como si el universo pudiera oírlo si hablaba en voz alta:

    *"Seguir corriendo es la única forma en que me mantengo vivo."*

    El planeta giró una vez más bajo sus ruedas, y Jett Wheeler sonrió con los ojos cerrados, mientras el Deora-2 aceleraba hacia otra curva imposible.
    🌌:“Ruido y Silencio” El rugido del Deora-2 llenaba la cabina, pero en la cabeza de Jett Wheeler todo era… tranquilo. El volante vibraba bajo sus dedos, firme y vivo, como si el auto respirara con él. La pista naranja se curvaba suavemente alrededor del anillo del planeta, una cinta incandescente que cortaba el vacío como una pincelada hecha por los dioses. Más allá del cristal, el espacio se abría infinito: estrellas lejanas, el brillo constante de los anillos flotando como hielo suspendido… y el planeta girando lentamente bajo sus ruedas. Jett silbó una melodía tonta. Nadie lo oía, y eso le gustaba. *"¿Cuántas veces he pasado por aquí ya… cinco? seis? ¿Y cuántas veces más voy a necesitar para cansarme?"* Se rió solo. —Nunca, probablemente. El aire reciclado olía a ozono y a goma caliente. Sus gogles vibraban cada vez que tomaba una curva cerrada. La sombrilla en el asiento de al lado temblaba con los baches de la pista, como si también disfrutara del viaje. *"Los accelerons construyen estos reinos como si fueran caprichos... pero hay algo poético en ellos, ¿no?"* Tomó una curva sin frenar. Las ruedas traseras derraparon apenas, y el **Deora-2** rugió como un felino despierto. *"La mayoría corre para ganar. Yo corro porque... si no lo hiciera, me ahogaría."* Y entonces, lo pensó sin decirlo, como si el universo pudiera oírlo si hablaba en voz alta: *"Seguir corriendo es la única forma en que me mantengo vivo."* El planeta giró una vez más bajo sus ruedas, y Jett Wheeler sonrió con los ojos cerrados, mientras el Deora-2 aceleraba hacia otra curva imposible.
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  • El sol de la tarde caía bajo, tiñendo el cielo de un naranja pálido mientras Sloane tomaba la curva a toda velocidad. El viento agitaba su cabello suelto y la música del estéreo apenas se escuchaba sobre el rugido del motor. No era una carrera, pero para ella, cada kilómetro recorrido se sentía como una victoria sobre algo invisible que intentaba alcanzarla.

    El asfalto ardía bajo las ruedas, y su mirada estaba fija en el horizonte. Cuando por fin divisó la entrada a su casa, frenó con un golpe seco, dejando una nube de polvo detrás. Bajó del auto sin decir palabra, con las llaves aún tintineando en su mano.

    La puerta de la casa se abrió con un chirrido familiar. La luz dorada del atardecer se filtraba por las ventanas, pintando la sala con sombras largas y suaves. Sin detenerse, Sloane caminó directo hacia la estantería. Pasó la yema de los dedos por los lomos de los libros hasta encontrar el correcto: su favorito, de esos que ya sabían sus secretos.

    Se dejó caer en el sillón frente a la ventana abierta, el aire tibio acariciándole la piel. Afuera, los árboles se mecían suavemente. Dentro, ella pasaba la primera página, como si el mundo entero pudiera detenerse por un momento más.
    El sol de la tarde caía bajo, tiñendo el cielo de un naranja pálido mientras Sloane tomaba la curva a toda velocidad. El viento agitaba su cabello suelto y la música del estéreo apenas se escuchaba sobre el rugido del motor. No era una carrera, pero para ella, cada kilómetro recorrido se sentía como una victoria sobre algo invisible que intentaba alcanzarla. El asfalto ardía bajo las ruedas, y su mirada estaba fija en el horizonte. Cuando por fin divisó la entrada a su casa, frenó con un golpe seco, dejando una nube de polvo detrás. Bajó del auto sin decir palabra, con las llaves aún tintineando en su mano. La puerta de la casa se abrió con un chirrido familiar. La luz dorada del atardecer se filtraba por las ventanas, pintando la sala con sombras largas y suaves. Sin detenerse, Sloane caminó directo hacia la estantería. Pasó la yema de los dedos por los lomos de los libros hasta encontrar el correcto: su favorito, de esos que ya sabían sus secretos. Se dejó caer en el sillón frente a la ventana abierta, el aire tibio acariciándole la piel. Afuera, los árboles se mecían suavemente. Dentro, ella pasaba la primera página, como si el mundo entero pudiera detenerse por un momento más.
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  • se me revelo el sumiso ai siento que mañana amanecere en silla de ruedas
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  • La vida en un club es un equilibrio constante entre el honor y la violencia, entre la lealtad y el sacrificio. No se trata solo de ruedas en la carretera, sino de cargar con un legado que pesa más que el cuero que llevamos. Al final, no es el miedo a la muerte lo que nos define, sino cómo elegimos vivir antes de que llegue.
    La vida en un club es un equilibrio constante entre el honor y la violencia, entre la lealtad y el sacrificio. No se trata solo de ruedas en la carretera, sino de cargar con un legado que pesa más que el cuero que llevamos. Al final, no es el miedo a la muerte lo que nos define, sino cómo elegimos vivir antes de que llegue.
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  • Nunca se imagino que esos vehículos de 2 ruedas pudiera ser tan explosivo, pero el tenno necesita ese medio de transporte por lo que pronto usa la energía del vacío para traer de vuelta la motocicleta como si nunca hubiera explotado, aunque sigue dejando el rastro explosivo contra la pared.

    — Suficiente por hoy, que no es mía la moto.
    Nunca se imagino que esos vehículos de 2 ruedas pudiera ser tan explosivo, pero el tenno necesita ese medio de transporte por lo que pronto usa la energía del vacío para traer de vuelta la motocicleta como si nunca hubiera explotado, aunque sigue dejando el rastro explosivo contra la pared. — Suficiente por hoy, que no es mía la moto.
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  • Kymsu dejó la carta de renuncia en la pastelería. Pidió disculpas a sus compañeras de piso y empacó sus cosas en preparación a lo que iba a hacer.

    Habían pasado meses desde que cambió a su cuerpo actual, pero, ¿había valido la pena? Por años pensaba que las catames que cambiaban por la aceptación social eran débiles, estúpidas, traicioneras... sin embargo, ella cayó, y mucho peor que caer, se dejó convencer por una bruja que le prometió maravillas, ¡una vida mejor! Pero esa vida fue al costo de lo que profundamente hacía a Kymsu ser ella misma.

    Su arrepentimiento comenzó tras encontrar unas fotografías y los diarios que había escrito mientras trabajaba en el bar de Koray, el bar "Chichonas" donde escribía sobre la libertad de su gente y cómo nunca iba a rendirse.

    — ¡Quiero revertirlo! —Su puño golpeaba la puerta de aquella casa remota, rodeada de un bosque que parecía abrazarla, esconderla de los demás. Ella estaba buscando a la hechicera que la transformó.

    —¿¿Hola??— Su rostro apegado al vidrio de la puerta buscaba a la anciana, pero nadie parecía estar en casa. ¿Estaba ignorándola? Kymsu continuó golpeando la puerta, desesperándose al imaginarse que no había manera de volver a como era antes. —¡¡Por favor!! ¡Necesito su ayuda! —

    Un par de horas habían pasado, el cielo se empezaba a oscurecer y su voz estaba ronca de tanto gritar y sus ojos enrojecidos por tanto llorar. Estaba a punto de rendirse cuando escuchó movimiento aproximarse desde el camino entre los árboles: era ella. Una anciana de menos de metro y medio, cabello rizado blanco que caía como cascada alrededor de su rostro. Parecía contenta y sorprendida de ver a Kymsu.

    — Oh my, la-niña, ¿qué haces aquí? — la señora se movía con tranquilidad, arrastrando un pequeño cesto con ruedas que estaba lleno de frutas, verduras y hojas verdes de todo tamaño. Se detuvo en la entrada, ofreciéndole una mano a la muchacha. Kymsu se puso de pie rápidamente y se limpió el rostro húmedo en lágrimas.

    —... P-pensé que me estaba ignorando. —
    —¡Jajaja! —su carcajada acompañó el campaneo de sus llaves tras adelantarse para abrir la puerta. Su voz era como un cálido abrazo.— Calma esos nervios. Adelante, adelante. Ya que estás aquí, qué tal si me ayudas a guardar las verduras y me cuentas qué buscabas, ¿hm? —

    Kymsu asintió.

    Pasó la tarde con la anciana, haciendo lo que le pedía. De cierta manera había entrado a modo "trabajo" y solamente actuaba por costumbre: barría, limpiaba, recogía, apartaba las sobras que pudieran entorpecer a la hechicera mientras parecía trabajar una poción de color cambiante. Kymsu quería esperar a que terminara de trabajar para pedirle ayuda, pero cayó exhausta en el sofá.

    Y en el estado hipnagogico escuchó a la anciana aproximarse a paso lento. Sostenía una taza con la pócima que había estado preparando.

    — La-niña, toma. Te hará bien—dijo—, te buscaré una cobijita.

    Kymsu no recordó haberse dormido; tras haberse tomado el té de hierbas, su cabeza se sintió pesada y experimentó sueños vívidos bastante extraños. No sabía por cuántas horas había dormido, pero despertó bañada en sudor.

    —¿Qué hora es...? —y al intentar buscar su teléfono, sintió que su mano estaba atascada en el sofá. Intentó halar, pero no podía soltarse. Se asustó aún más al notar que escuchaba todo mucho más alto que antes, los colores se veían distintos, y algo le estorbaba en la espalda ¿tenía su cola nuevamente? Se incorporó lo más rápido que pudo, sus garras se habían atascado al mueble. Se sentía torpe en su cuerpo nuevamente, se tropezó en su propia cola al caminar y el sonido de la madera crujiendo mientras caminaba resultaba escandaloso a sus oídos, pero cuando alcanzó a encontrar un espejo, sus ojos se humedecieron, emocionada.

    ¡Volvió a ser una catame!

    Escuchó a la anciana hablar desde la otra habitación.

    —¿Ya te despertaste, la-niña? —
    Kymsu corrió hacia ella y la abrazó con fuerza.

    — ¡G-gracias! —sollozaba de felicidad. La anciana sólo le palmeó la espalda, y agregó, soltándose de su abrazo con delicadeza.

    —Ya... ya, pero váyase pronto, que los gatos me dan alergias. —se rió y tras besar la frente de Kymsu, le dejó ir.
    Kymsu dejó la carta de renuncia en la pastelería. Pidió disculpas a sus compañeras de piso y empacó sus cosas en preparación a lo que iba a hacer. Habían pasado meses desde que cambió a su cuerpo actual, pero, ¿había valido la pena? Por años pensaba que las catames que cambiaban por la aceptación social eran débiles, estúpidas, traicioneras... sin embargo, ella cayó, y mucho peor que caer, se dejó convencer por una bruja que le prometió maravillas, ¡una vida mejor! Pero esa vida fue al costo de lo que profundamente hacía a Kymsu ser ella misma. Su arrepentimiento comenzó tras encontrar unas fotografías y los diarios que había escrito mientras trabajaba en el bar de Koray, el bar "Chichonas" donde escribía sobre la libertad de su gente y cómo nunca iba a rendirse. — ¡Quiero revertirlo! —Su puño golpeaba la puerta de aquella casa remota, rodeada de un bosque que parecía abrazarla, esconderla de los demás. Ella estaba buscando a la hechicera que la transformó. —¿¿Hola??— Su rostro apegado al vidrio de la puerta buscaba a la anciana, pero nadie parecía estar en casa. ¿Estaba ignorándola? Kymsu continuó golpeando la puerta, desesperándose al imaginarse que no había manera de volver a como era antes. —¡¡Por favor!! ¡Necesito su ayuda! — Un par de horas habían pasado, el cielo se empezaba a oscurecer y su voz estaba ronca de tanto gritar y sus ojos enrojecidos por tanto llorar. Estaba a punto de rendirse cuando escuchó movimiento aproximarse desde el camino entre los árboles: era ella. Una anciana de menos de metro y medio, cabello rizado blanco que caía como cascada alrededor de su rostro. Parecía contenta y sorprendida de ver a Kymsu. — Oh my, la-niña, ¿qué haces aquí? — la señora se movía con tranquilidad, arrastrando un pequeño cesto con ruedas que estaba lleno de frutas, verduras y hojas verdes de todo tamaño. Se detuvo en la entrada, ofreciéndole una mano a la muchacha. Kymsu se puso de pie rápidamente y se limpió el rostro húmedo en lágrimas. —... P-pensé que me estaba ignorando. — —¡Jajaja! —su carcajada acompañó el campaneo de sus llaves tras adelantarse para abrir la puerta. Su voz era como un cálido abrazo.— Calma esos nervios. Adelante, adelante. Ya que estás aquí, qué tal si me ayudas a guardar las verduras y me cuentas qué buscabas, ¿hm? — Kymsu asintió. Pasó la tarde con la anciana, haciendo lo que le pedía. De cierta manera había entrado a modo "trabajo" y solamente actuaba por costumbre: barría, limpiaba, recogía, apartaba las sobras que pudieran entorpecer a la hechicera mientras parecía trabajar una poción de color cambiante. Kymsu quería esperar a que terminara de trabajar para pedirle ayuda, pero cayó exhausta en el sofá. Y en el estado hipnagogico escuchó a la anciana aproximarse a paso lento. Sostenía una taza con la pócima que había estado preparando. — La-niña, toma. Te hará bien—dijo—, te buscaré una cobijita. Kymsu no recordó haberse dormido; tras haberse tomado el té de hierbas, su cabeza se sintió pesada y experimentó sueños vívidos bastante extraños. No sabía por cuántas horas había dormido, pero despertó bañada en sudor. —¿Qué hora es...? —y al intentar buscar su teléfono, sintió que su mano estaba atascada en el sofá. Intentó halar, pero no podía soltarse. Se asustó aún más al notar que escuchaba todo mucho más alto que antes, los colores se veían distintos, y algo le estorbaba en la espalda ¿tenía su cola nuevamente? Se incorporó lo más rápido que pudo, sus garras se habían atascado al mueble. Se sentía torpe en su cuerpo nuevamente, se tropezó en su propia cola al caminar y el sonido de la madera crujiendo mientras caminaba resultaba escandaloso a sus oídos, pero cuando alcanzó a encontrar un espejo, sus ojos se humedecieron, emocionada. ¡Volvió a ser una catame! Escuchó a la anciana hablar desde la otra habitación. —¿Ya te despertaste, la-niña? — Kymsu corrió hacia ella y la abrazó con fuerza. — ¡G-gracias! —sollozaba de felicidad. La anciana sólo le palmeó la espalda, y agregó, soltándose de su abrazo con delicadeza. —Ya... ya, pero váyase pronto, que los gatos me dan alergias. —se rió y tras besar la frente de Kymsu, le dejó ir.
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  • — Chica, ¿Por qué lo hiciste?

    Lo primero que vieron sus ojos fueron unas manos que terminaban de vendar sus brazos. Intentó mover las manos, pero estas estaban esposadas a la camilla, la cabeza le daba vueltas y tenía ganas de vomitar. Pasadas las horas, la trasladaron a una habitación privada para que pueda dormir, pero no podía; escuchaba a medias las conversaciones entre las personas que entraban a verla.

    — Esta es la chica cuya madre se tiró al vacío, ¿no es así?

    — Sí, pobrecita, dicen que intentaba matarse cada dos por tres y nuevamente lo hizo.

    — Otra vez, la salvaron... los doctores dicen que la van a ingresar a un psiquiátrico.

    Pasadas las horas la trasladaban en una silla de ruedas por los fríos pasillos de otro hospital, para dejarla en una habitación, le hacían preguntas que levemente respondía con monosílabos. Un día se fue de allí convenciendo de una manera no muy moral al vigilante del hospital para intentar hacer una nueva vida.

    Lo primero que hizo, fue ir a donde un amigo que hacía identificaciones falsificadas; el chico le dio vivienda por unas horas, luego, junto con él se fueron a donde era su casa; donde vivió todo ese infierno, se admiró de verla totalmente cambiada, las fotos, la televisión, la mesa. Se acercó a una foto que llamó su atención: Era su padre, un tanto rejuvenecido junto a una bella mujer de pelo castaño y tres chicos de aproximadamente quince años; supone que es su nueva familia, niega con una sonrisa en los labios pensando que ella no tenía conciencia del monstruo con quien había decidido juntar su vida.

    Entonces lo vio: Pantalones negros, zapatos impecables, cabello recortado, el hombre se quedó petrificado al verla, ella estaba más delgada, con vendas que la envolvían cual momia egipcia, despeinada y con ojeras. Sólo él dijo "No hagas nada de lo que puedas arrepentirte, porque yo ya hice una nueva vida, me he reformado, pero veo que tú no"

    Sonríe nuevamente, dejando la foto en donde la encontró. El chico que la acompañaba estaba en la puerta mirando todo, ella se acercó a su padre y le cogió de las manos para besarlas, a él le gustaba ese gesto, pero ahora le daba asco y miedo.

    — Papá, no te haré nada... no soy tan mierda como tú, ¿piensas que te voy a matar o hacer algo a tu familia? No... es más, yo en estos momentos, te debería meter preso por todas las asquerosidades que me hiciste desde que tenía tres años, pero no. Yo sólo quiero el dinero que cobrabas cuando me hacías abusar por tus amigos y otros hombres. Prometiste darme ese dinero cuando sería grande, ahora lo necesito. Dámelo, o me veré obligada a decirle a mi tía Madeline que cuide a sus hijos de ti. ¡APURATE HIJO DE PERRA!

    El hombre empieza a ponerse nervioso y a gritar de que se largue, pero ella no se va; es más le exige con más vehemencia, estaban en medio de la discusión cuando llegó aquella mujer junto con sus hijos. Él abrazó a su esposa, era rubia y de ojos marrones, casi idéntica a su madre, que miraba asustada a Skylar.

    — Él me violaba desde los tres años... no sé si hasta ahora sigue haciéndolo, quizá con ellos cuando no estás...sólo quiero unas cosas que están en el armario, eran de mi mamá.

    Entonces, reina el caos; gritos, reclamos, golpes al hombre. Ella se fue hacia la alcoba matrimonial junto con el chico de la puerta y ponen todo patas arriba, en eso su padre entra y debajo de la alfombra persa del piso, abre una pequeña puerta sacando de ella dos cajas, las abre con la llave revelando fajos de dinero junto con algunas joyas y fotos. Revisa de que al menos, los billetes no están trucados.

    — Me has terminado de joder la vida, te hubieras muerto junto a la perra de tu madre.

    — Quizá eso hubiera sido lo mejor, papá. Así me hubieses ahorrado mucho dolor. Pero ¿sabes?, yo aún soy una buena hija... no te voy a denunciar, no vas a terminar en una cárcel... olvídame, no te visitaré más, tampoco me denuncies... porque ahí sí te terminarás de joder. Me voy... espero que tu esposa me perdone y si te quedas solo, es por lo que hiciste... suerte en la vida, adiós para siempre, papá.

    Sale de la habitación y le dice que la disculpe por el alboroto causado, ella le pregunta si es verdad lo que había dicho sobre la violación.

    — Tía, es verdad... y tú lo sabes también... si vas a seguir con él, ya no me interesa... si lo perdonas, no diré nada al respecto...

    — Skylar, perdóname...

    — No soy Skylar, ella se murió saltando del balcón de un hotel. Mi nombre es Lissii.

    Días después, junto con ese chico le haría una nueva identificación, le gustaba su nuevo nombre. Se promete una nueva vida, se rehabilitaría de su adicción a autolesionarse, haría nuevas amistadas.

    — Bienvenida al mundo, Lissii Faerhy.
    — Chica, ¿Por qué lo hiciste? Lo primero que vieron sus ojos fueron unas manos que terminaban de vendar sus brazos. Intentó mover las manos, pero estas estaban esposadas a la camilla, la cabeza le daba vueltas y tenía ganas de vomitar. Pasadas las horas, la trasladaron a una habitación privada para que pueda dormir, pero no podía; escuchaba a medias las conversaciones entre las personas que entraban a verla. — Esta es la chica cuya madre se tiró al vacío, ¿no es así? — Sí, pobrecita, dicen que intentaba matarse cada dos por tres y nuevamente lo hizo. — Otra vez, la salvaron... los doctores dicen que la van a ingresar a un psiquiátrico. Pasadas las horas la trasladaban en una silla de ruedas por los fríos pasillos de otro hospital, para dejarla en una habitación, le hacían preguntas que levemente respondía con monosílabos. Un día se fue de allí convenciendo de una manera no muy moral al vigilante del hospital para intentar hacer una nueva vida. Lo primero que hizo, fue ir a donde un amigo que hacía identificaciones falsificadas; el chico le dio vivienda por unas horas, luego, junto con él se fueron a donde era su casa; donde vivió todo ese infierno, se admiró de verla totalmente cambiada, las fotos, la televisión, la mesa. Se acercó a una foto que llamó su atención: Era su padre, un tanto rejuvenecido junto a una bella mujer de pelo castaño y tres chicos de aproximadamente quince años; supone que es su nueva familia, niega con una sonrisa en los labios pensando que ella no tenía conciencia del monstruo con quien había decidido juntar su vida. Entonces lo vio: Pantalones negros, zapatos impecables, cabello recortado, el hombre se quedó petrificado al verla, ella estaba más delgada, con vendas que la envolvían cual momia egipcia, despeinada y con ojeras. Sólo él dijo "No hagas nada de lo que puedas arrepentirte, porque yo ya hice una nueva vida, me he reformado, pero veo que tú no" Sonríe nuevamente, dejando la foto en donde la encontró. El chico que la acompañaba estaba en la puerta mirando todo, ella se acercó a su padre y le cogió de las manos para besarlas, a él le gustaba ese gesto, pero ahora le daba asco y miedo. — Papá, no te haré nada... no soy tan mierda como tú, ¿piensas que te voy a matar o hacer algo a tu familia? No... es más, yo en estos momentos, te debería meter preso por todas las asquerosidades que me hiciste desde que tenía tres años, pero no. Yo sólo quiero el dinero que cobrabas cuando me hacías abusar por tus amigos y otros hombres. Prometiste darme ese dinero cuando sería grande, ahora lo necesito. Dámelo, o me veré obligada a decirle a mi tía Madeline que cuide a sus hijos de ti. ¡APURATE HIJO DE PERRA! El hombre empieza a ponerse nervioso y a gritar de que se largue, pero ella no se va; es más le exige con más vehemencia, estaban en medio de la discusión cuando llegó aquella mujer junto con sus hijos. Él abrazó a su esposa, era rubia y de ojos marrones, casi idéntica a su madre, que miraba asustada a Skylar. — Él me violaba desde los tres años... no sé si hasta ahora sigue haciéndolo, quizá con ellos cuando no estás...sólo quiero unas cosas que están en el armario, eran de mi mamá. Entonces, reina el caos; gritos, reclamos, golpes al hombre. Ella se fue hacia la alcoba matrimonial junto con el chico de la puerta y ponen todo patas arriba, en eso su padre entra y debajo de la alfombra persa del piso, abre una pequeña puerta sacando de ella dos cajas, las abre con la llave revelando fajos de dinero junto con algunas joyas y fotos. Revisa de que al menos, los billetes no están trucados. — Me has terminado de joder la vida, te hubieras muerto junto a la perra de tu madre. — Quizá eso hubiera sido lo mejor, papá. Así me hubieses ahorrado mucho dolor. Pero ¿sabes?, yo aún soy una buena hija... no te voy a denunciar, no vas a terminar en una cárcel... olvídame, no te visitaré más, tampoco me denuncies... porque ahí sí te terminarás de joder. Me voy... espero que tu esposa me perdone y si te quedas solo, es por lo que hiciste... suerte en la vida, adiós para siempre, papá. Sale de la habitación y le dice que la disculpe por el alboroto causado, ella le pregunta si es verdad lo que había dicho sobre la violación. — Tía, es verdad... y tú lo sabes también... si vas a seguir con él, ya no me interesa... si lo perdonas, no diré nada al respecto... — Skylar, perdóname... — No soy Skylar, ella se murió saltando del balcón de un hotel. Mi nombre es Lissii. Días después, junto con ese chico le haría una nueva identificación, le gustaba su nuevo nombre. Se promete una nueva vida, se rehabilitaría de su adicción a autolesionarse, haría nuevas amistadas. — Bienvenida al mundo, Lissii Faerhy.
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  • V. ¿Fuera del tablero?
    Fandom Kuroshitsuji/Black Butler OC y otros
    Categoría Otros
    Las ruedas levantaban algo de polvo, y el motor del coche resonaba en el tranquilo camino.

    A través de la ventana podía verse una monótona extensión de tierra y césped; solo a lo lejos se alzaban árboles de un pequeño bosque circundante, de donde algunos petirrojos intrépidos surgían, curiosos ante el ruidoso vehículo.

    —¿Llegaremos pronto?

    Jean mostraba cierta ansiedad, como si deseara darse la vuelta y regresar. Su chofer, el confiable Finnian, asintió. Y justo en ese momento ambos pudieron ver cómo asomaba una gran mansión, respondiendo así la inquietud del joven Phantomhive, quien solo dejó escapar un suspiro.

    A estas alturas, volver atrás era impensable: ya habían alcanzado su destino.

    Y es que su dilema tenía nombre y apellido: Heinrich Rosenberg.

    ¿Qué debía hacer Jean con él?

    Por alguna razón, le resultaba difícil articular la respuesta evidente. Si se tratase de otra persona, la resolución de Jean habría sido inmediata: solo un medio para un fin.

    El señor Heinrich no era un peón especialmente valioso, pero todos los peones tenían su utilidad, y ganarse su favor podría ser beneficioso dado su evidente carisma. Sin embargo, su habitual cinismo parecía tambalearse ante él, generando un inesperado sentimiento de culpa. Tal vez porque, en el fondo, se sentía en deuda por la ayuda que le brindó en el pasado, o porque el encanto de Heinrich había logrado alcanzarlo, haciéndolo sentir incómodo al usar a alguien tan bondadoso y crédulo.

    Fuera cual fuese la causa, este dilema estaba comenzando a ser una distracción.

    Jean se propuso visitarlo, cumplir con su "promesa" y esperar que eso fuese suficiente para disipar aquel incómodo remordimiento hacia el señor Heinrich. Y si no resultaba, entonces tendría que olvidarse de tenerlo como un peón; pero, Jean se negaba a admitir la derrota, incluso en algo así, por lo que, se hallaba en un punto muerto.

    Pronto, el vehículo se estacionó cerca de la imponente entrada de la mansión. Cuando Finnian le abrió la puerta, Jean cerró los ojos un instante, y al abrirlos, la expresión conflictuada había desaparecido. Solo quedaba un joven de semblante tranquilo, casi abierto, con una sutil sonrisa en los labios: la imagen misma de la cortesía.

    Portaba un bastón de madera oscura lacada y una levita a juego, en un conjunto elegantemente sobrio.

    Las ruedas levantaban algo de polvo, y el motor del coche resonaba en el tranquilo camino. A través de la ventana podía verse una monótona extensión de tierra y césped; solo a lo lejos se alzaban árboles de un pequeño bosque circundante, de donde algunos petirrojos intrépidos surgían, curiosos ante el ruidoso vehículo. —¿Llegaremos pronto? Jean mostraba cierta ansiedad, como si deseara darse la vuelta y regresar. Su chofer, el confiable Finnian, asintió. Y justo en ese momento ambos pudieron ver cómo asomaba una gran mansión, respondiendo así la inquietud del joven Phantomhive, quien solo dejó escapar un suspiro. A estas alturas, volver atrás era impensable: ya habían alcanzado su destino. Y es que su dilema tenía nombre y apellido: Heinrich Rosenberg. ¿Qué debía hacer Jean con él? Por alguna razón, le resultaba difícil articular la respuesta evidente. Si se tratase de otra persona, la resolución de Jean habría sido inmediata: solo un medio para un fin. El señor Heinrich no era un peón especialmente valioso, pero todos los peones tenían su utilidad, y ganarse su favor podría ser beneficioso dado su evidente carisma. Sin embargo, su habitual cinismo parecía tambalearse ante él, generando un inesperado sentimiento de culpa. Tal vez porque, en el fondo, se sentía en deuda por la ayuda que le brindó en el pasado, o porque el encanto de Heinrich había logrado alcanzarlo, haciéndolo sentir incómodo al usar a alguien tan bondadoso y crédulo. Fuera cual fuese la causa, este dilema estaba comenzando a ser una distracción. Jean se propuso visitarlo, cumplir con su "promesa" y esperar que eso fuese suficiente para disipar aquel incómodo remordimiento hacia el señor Heinrich. Y si no resultaba, entonces tendría que olvidarse de tenerlo como un peón; pero, Jean se negaba a admitir la derrota, incluso en algo así, por lo que, se hallaba en un punto muerto. Pronto, el vehículo se estacionó cerca de la imponente entrada de la mansión. Cuando Finnian le abrió la puerta, Jean cerró los ojos un instante, y al abrirlos, la expresión conflictuada había desaparecido. Solo quedaba un joven de semblante tranquilo, casi abierto, con una sutil sonrisa en los labios: la imagen misma de la cortesía. Portaba un bastón de madera oscura lacada y una levita a juego, en un conjunto elegantemente sobrio.
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  • Y si mejor nos confesamos en la cama ?

    Advertencia
    Bien advertida
    El que se me acerque, hablé, reaccione.... Sale con mayordomo nuevo y en una silla de ruedas

    -no le gusta estar sin un amo a quien cuidar. La libertad lo aburre -
    Y si mejor nos confesamos en la cama ? Advertencia Bien advertida El que se me acerque, hablé, reaccione.... Sale con mayordomo nuevo y en una silla de ruedas -no le gusta estar sin un amo a quien cuidar. La libertad lo aburre -
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  • Alguien tiene silla de ruedas?
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