• Y si mejor nos confesamos en la cama ?

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    Bien advertida
    El que se me acerque, hablé, reaccione.... Sale con mayordomo nuevo y en una silla de ruedas

    -no le gusta estar sin un amo a quien cuidar. La libertad lo aburre -
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  • Alguien tiene silla de ruedas?
    Al parecer lo voy a necesitar
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    Traigan le vaselina y silla de ruedas a sesshomaru. De esta no sale caminando
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  • LA HISTORIA DE AMANDA

    Praga, Checoslovaquia, 8 de diciembre de 1919

    Amanda Novak tiene 22 años. Empezó a prostituirse a los 15. Dejó de hacerlo a los 21, cuando conoció a su último cliente: el señor Nadie.

    Amanda me recibe en su casa, una vivienda humilde que se cae a pedazos: paredes hinchadas por la humedad, techos descascarados, un colchón en el suelo donde duermen varios gatos, tres sillas, una mesa pequeña y un espejo roto que refleja mi silueta cuarteada. Amanda se desplaza en una silla de ruedas oxidada, me pregunta si quiero té de jengibre, le digo que no. Sorprende la miseria que la rodea. Lo primero que le pregunto es qué hizo con el dinero que le pagaron.

    —Doné una parte al hogar de huérfanos en donde crecí —dice—. Al principio se negaron a aceptarlo, hicieron preguntas: de dónde había sacado tanto, quién me lo había dado, etc. Al final los persuadí de que se quedaran con un poco, de que reformaran el hogar y les comprasen ropa nueva y juguetes a los niños... Aceptaron la donación a regañadientes. Claro, imagine a una muerta de hambre como yo, que se aparece con millones de Coronas en una bolsa…
    —¿Y qué hizo con el resto?
    —Contraté a un detective, le dije que le daría la mitad si encontraba al señor Nadie.
    —¿Así se llama el que la secuestró? ¿Señor Nadie?
    —Así se llamaba… —dice Amanda mientras se sirve té en una lata de tomates vacía.

    Amanda tiene el cutis gris, seco y estriado. Me cuesta creer que sólo tenga 22 años. Sus brazos están fibrosos de tanto girar las ruedas. Sus manos son gruesas, ásperas y venosas; parecen manos masculinas. Sus piernas sin pies cuelgan de la silla como algo ajeno al resto de su cuerpo. Lleva el pelo revuelto, casi blanco, tan largo que debe hacerse una trenza para que no se le enrede con las ruedas de la silla. Cualquiera que leyese esta descripción pensaría que se trata de un adefesio... pero no lo es, la belleza late en su cara, en sus facciones suaves y en sus ojos color zafiro, que contrastan con la lividez de su piel.

    Bratislava, 3 de abril de 1918

    «Soy una chica sucia, chupo y trago más que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor, para el mejor postor…». Así se vende Amanda frente los hombres que pasan a su lado: cantando sus destrezas a viva voz. Algunos se paran y le ofrecen monedas, pero ella sonríe y les responde, también cantando: «No acepto limosnas… chupo y trago mejor que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor… »
    El estilo que Amanda utiliza para venderse es infantil, las demás putas que comparten la calle se ríen de ella, le dicen estúpida, imbécil, ridícula… pero ella las ignora y sigue cantando; y al final, el mejor postor siempre la elige entre las otras.

    Cerca de las 2 de la mañana, la calle Roja de Bratislava empieza a vaciarse de gente. En lo que va de la noche Amanda se ha dejado sodomizar tres veces y ha hecho seis felaciones. Sus bolsillos están llenos. Se prende un cigarrillo para quitarse el gusto a esperma de la boca. Mientras camina por las desérticas calles de la ciudad, nota que un auto se arrima a la vereda y reduce la velocidad para quedar a la par de ella. Es un Buick blanco, el chofer saca una mano enguantada por la ventanilla y deja caer un rollo de billetes en la calle, luego acelera. Amanda recoge los billetes y sigue caminando pendiente del auto, que se estaciona llegando a la esquina. La mano del chofer suelta otro rollo y vuelve a acelerar. Ella toma el dinero y sigue al auto como un animal hipnotizado. La acción se repite cuatro veces, hasta que el auto se detiene y apaga el motor. Amanda le acerca los cuatro fajos al chofer.
    —¿Qué estás buscando con tanto dinero? —le pregunta.
    En la penumbra Amanda no logra distinguir la cara del tipo, que se baja el ala del sombrero para no dejase ver.
    —Busco sus servicios por 9 meses —le dice.
    Amanda suelta una risotada ordinaria, le tira los billetes en el regazo y se va caminando.
    El auto arranca y la sigue. El chofer saca la mano nuevamente y deja caer algo brillante en la vereda, algo que percute como una piedra. Amanda se agacha y recoge lo que parece ser un diamante.
    —Lo que usted tiene en sus manos es una gema valuada en miles de Coronas. Si me ofrece su cuerpo por 9 meses, se la puede quedar y vivir como una duquesa el resto de su vida.
    Amanda sostiene la joya, la baraja entre sus palmas, es pesada, de forma hexagonal. Mientras el chofer habla, Amanda se quita los zapatos con la punta de los pies y se escapa llevándose el diamante. El auto la persigue tocando el claxon. Amanda toma las calles al azar, gira en las esquinas, derecha, izquierda… se mete en un callejón, no hay salida, intenta treparse al muro para pasar al otro lado, el auto acelera y le aplasta las piernas con el parachoques.

    Amanda despierta en una cama con dosel. Tiene los brazos atados a los pilares de la cabecera. Del dosel cuelga un velo rojizo, se distingue una sombra a través de la tela.
    —¿Dónde estoy? —pregunta.
    —Lejos —responde la sombra.
    —¿Usted quién es?
    —Soy el señor Nadie.
    —¿Qué quiere, por qué me trajó aquí?
    —Se lo dije hace una semana, en la calle: quiero 9 meses.
    Amanda está drogada, siente la boca seca y la lengua hinchada. Habla con dificultad.
    —¿Qué pasa con mis pies? No los siento.
    —Sus piernas quedaron destrozadas. Tuvimos que amputarle los pies para detener la gangrena... —responde la sombra son suma tranquilidad.
    Amanda cierra los ojos y solloza.
    —Esto no puede estar pasando… —murmura.
    La sombra corre el velo y se deja ver. Es un hombre vestido de traje negro, con la cara deformada en protuberancias que emanan un líquido viscoso y amarillento.
    —¡Por Dios! —grita Amanda.
    —Entiendo su espanto —le dice el hombre—. Sucede que sufro de una extraña clase de lepra purulenta. Mi familia lleva varias generaciones sufriendo esta enfermedad. Me han dicho que es un maleficio gitano que le hicieron a mi tatarabuelo, hace 150 años... Sé que soy repulsivo a sus ojos, ni yo mismo tolero mirarme, por eso no hay espejos en esta casa.
    El hombre se sienta al borde de la cama.
    —¿Y yo qué tengo que ver con eso? —pregunta Amanda desviando su mirada—. Déjeme ir, yo no hice nada malo... no quise robarle, perdóneme, por favor…
    El tipo le acaricia la cara. Amanda siente los bultos viscosos de sus manos rozándole las mejillas.
    —Usted nos va a salvar, Amanda —le dice—. Usted fue elegida para curar esta maldición.
    —¿De qué habla? ¿Está chiflado?
    —Esta noche, los hombres de esta familia: mis tres hermanos, mi padre, mis cuatro sobrinos y mis dos tíos, van a intentar preñarla. Y cuando lo logren, cuidaremos de usted hasta el momento de dar a luz. Con esa criatura vamos a cortar la maldición... En agradecimiento me encargaré de hacerla una mujer millonaria…
    —¡Ni muerta me dejaría tocar por ustedes! —grita Amanda mientras tironea de las amarras.
    —Amanda —le dice el hombre con ternura—. Usted no está en condiciones de decidir. Si se resiste será peor, porque la haremos sufrir: la quemaremos, le arrancaremos la piel, le sacaremos los ojos, la lengua... la obligaremos a comer cucarachas y las cosas más horribles que pueda imaginarse. En cambio, si cede, si abre sus piernas sin poner resistencia, esto pasará pronto y se llevará una gran recompensa.
    —¡Prefiero que me mate, hijo de puta!
    El hombre se levanta, vuelve a correr el velo del dosel y antes de salir de la habitación le dice:
    —Comenzamos en dos horas. Antes vendrá una enfermera, para limpiarla y lubricarla…

    —Y así fue —me dice Amanda—. El grupo de leprosos apareció dos horas después. Había de todas las edades, desde 16 hasta 60 años. Uno por uno fueron metiéndose entre mis piernas, con sus cuerpos amorfos, supurantes, inmundos... Con las caras desfiguradas por los bultos. Y mientras me violaban, la enfermera me acercaba una cubeta para que vomitase. Porque era imposible no vomitar... Eran los seres más asquerosos que alguien pueda imaginar.

    Y cuando eyaculaban dentro de mí, los tumores de sus cuerpos supuraban pus con más abundancia. Y el olor… nunca olvidaré ese olor, como a leche mezclada con heces…

    Intento retener el reflujo que sube por mi esófago. Durante unos minutos quedo con el torso curvado hacia adelante, tratando de contener el vómito. Amanda me observa y sonríe.
    —No se preocupe, es normal lo que siente —me dice—. Por eso le ofrecí té. El jengibre es bueno para las náuseas, yo lo tomo todo el tiempo… ¿Seguro no quiere un poco?
    —No gracias. Ya se me pasa —le digo mientras me reincorporo—. ¿Cuánto tardó en quedar embarazada?
    —Al mes notaron que ya no menstruaba y dejaron de hacerme visitas… luego empezaron a tratarme como a una deidad. Me llevaban a pasear por el parque en silla de ruedas. Me hacían masajes, me cocinaban manjares y me dejaban leer todos los libros que quisiera. Tres meses después apareció la bruja que les había dicho cómo romper la maldición. Era una vieja gitana que hablaba en un idioma que yo desconocía.

    Amanda se queda en silencio unos instantes.

    —Fue una niña. Tenía mis ojos dijeron. Las parteras me la quitaron de las entrañas y se la llevaron a otra habitación. No querían que la tocase, temían que intentara matarla, seguramente. Y no estaban equivocados. Le hubiese roto el cuello al momento de tenerla en mis brazos.
    —¿Qué pasó después?
    —Al otro día me metieron en un auto y me colocaron una capucha. El auto anduvo dos horas, me bajaron y me subieron a otro que anduvo cerca de 4 horas. Me bajaron y me subieron a un tercer auto que tras 6 horas me dejó en Bratislava. Me colocaron en una silla de ruedas de oro y me empujaron hasta la entrada de una enorme y lujosa casa que yo solía admirar cuando trabajaba de puta. Me dijeron que era mía. Unos sirvientes me ayudaron a entrar. Al otro día despedí a la servidumbre y puse todo a la venta. Y con ese dinero, más todo lo que me habían depositado en el banco, fui al hogar de huérfanos para donarlo todo…
    —¿Y qué pasó con el detective?
    —Tardó dos meses en encontrar la casa del señor Nadie. Ni siquiera estaba en Checoslovaquia, estaba en Viena. Le pagué lo acordado y le di algo más a cambio de que contactará a 6 sicarios. Tras unas semanas me reuní con ellos y les ofrecí todo lo que me quedaba a cambio de que asesinaran al señor Nadie y a toda su familia de monstruos. No preguntaron nada, se repartieron mi fortuna y desaparecieron.
    —¿Y lo hicieron?
    Amanda se mete la mano dentro del sostén y extrae una hoja de periódico, la desdobla y me la entrega. El titular dice: Feroz masacre en mansión de Viena. 20 muertos. Posible ajuste de cuentas…
    —¿Y la bebé?
    —Ya estaba muerta cuando llegaron los sicarios. Los leprosos la habían desangrado y se habían bebido su sangre. De esa forma creyeron que acabarían con la maldición. Enfermos hijos de puta... Me alegro de haberlos matado a todos. Fue la mejor inversión para todo ese dinero.

    Me despido de Amanda con una sensación de alivio. Ése alivio que a veces produce la venganza, sobre todo cuando es tan merecida.
    LA HISTORIA DE AMANDA Praga, Checoslovaquia, 8 de diciembre de 1919 Amanda Novak tiene 22 años. Empezó a prostituirse a los 15. Dejó de hacerlo a los 21, cuando conoció a su último cliente: el señor Nadie. Amanda me recibe en su casa, una vivienda humilde que se cae a pedazos: paredes hinchadas por la humedad, techos descascarados, un colchón en el suelo donde duermen varios gatos, tres sillas, una mesa pequeña y un espejo roto que refleja mi silueta cuarteada. Amanda se desplaza en una silla de ruedas oxidada, me pregunta si quiero té de jengibre, le digo que no. Sorprende la miseria que la rodea. Lo primero que le pregunto es qué hizo con el dinero que le pagaron. —Doné una parte al hogar de huérfanos en donde crecí —dice—. Al principio se negaron a aceptarlo, hicieron preguntas: de dónde había sacado tanto, quién me lo había dado, etc. Al final los persuadí de que se quedaran con un poco, de que reformaran el hogar y les comprasen ropa nueva y juguetes a los niños... Aceptaron la donación a regañadientes. Claro, imagine a una muerta de hambre como yo, que se aparece con millones de Coronas en una bolsa… —¿Y qué hizo con el resto? —Contraté a un detective, le dije que le daría la mitad si encontraba al señor Nadie. —¿Así se llama el que la secuestró? ¿Señor Nadie? —Así se llamaba… —dice Amanda mientras se sirve té en una lata de tomates vacía. Amanda tiene el cutis gris, seco y estriado. Me cuesta creer que sólo tenga 22 años. Sus brazos están fibrosos de tanto girar las ruedas. Sus manos son gruesas, ásperas y venosas; parecen manos masculinas. Sus piernas sin pies cuelgan de la silla como algo ajeno al resto de su cuerpo. Lleva el pelo revuelto, casi blanco, tan largo que debe hacerse una trenza para que no se le enrede con las ruedas de la silla. Cualquiera que leyese esta descripción pensaría que se trata de un adefesio... pero no lo es, la belleza late en su cara, en sus facciones suaves y en sus ojos color zafiro, que contrastan con la lividez de su piel. Bratislava, 3 de abril de 1918 «Soy una chica sucia, chupo y trago más que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor, para el mejor postor…». Así se vende Amanda frente los hombres que pasan a su lado: cantando sus destrezas a viva voz. Algunos se paran y le ofrecen monedas, pero ella sonríe y les responde, también cantando: «No acepto limosnas… chupo y trago mejor que las demás…lala, larala… todos mis agujeros están disponibles para el mejor postor… » El estilo que Amanda utiliza para venderse es infantil, las demás putas que comparten la calle se ríen de ella, le dicen estúpida, imbécil, ridícula… pero ella las ignora y sigue cantando; y al final, el mejor postor siempre la elige entre las otras. Cerca de las 2 de la mañana, la calle Roja de Bratislava empieza a vaciarse de gente. En lo que va de la noche Amanda se ha dejado sodomizar tres veces y ha hecho seis felaciones. Sus bolsillos están llenos. Se prende un cigarrillo para quitarse el gusto a esperma de la boca. Mientras camina por las desérticas calles de la ciudad, nota que un auto se arrima a la vereda y reduce la velocidad para quedar a la par de ella. Es un Buick blanco, el chofer saca una mano enguantada por la ventanilla y deja caer un rollo de billetes en la calle, luego acelera. Amanda recoge los billetes y sigue caminando pendiente del auto, que se estaciona llegando a la esquina. La mano del chofer suelta otro rollo y vuelve a acelerar. Ella toma el dinero y sigue al auto como un animal hipnotizado. La acción se repite cuatro veces, hasta que el auto se detiene y apaga el motor. Amanda le acerca los cuatro fajos al chofer. —¿Qué estás buscando con tanto dinero? —le pregunta. En la penumbra Amanda no logra distinguir la cara del tipo, que se baja el ala del sombrero para no dejase ver. —Busco sus servicios por 9 meses —le dice. Amanda suelta una risotada ordinaria, le tira los billetes en el regazo y se va caminando. El auto arranca y la sigue. El chofer saca la mano nuevamente y deja caer algo brillante en la vereda, algo que percute como una piedra. Amanda se agacha y recoge lo que parece ser un diamante. —Lo que usted tiene en sus manos es una gema valuada en miles de Coronas. Si me ofrece su cuerpo por 9 meses, se la puede quedar y vivir como una duquesa el resto de su vida. Amanda sostiene la joya, la baraja entre sus palmas, es pesada, de forma hexagonal. Mientras el chofer habla, Amanda se quita los zapatos con la punta de los pies y se escapa llevándose el diamante. El auto la persigue tocando el claxon. Amanda toma las calles al azar, gira en las esquinas, derecha, izquierda… se mete en un callejón, no hay salida, intenta treparse al muro para pasar al otro lado, el auto acelera y le aplasta las piernas con el parachoques. Amanda despierta en una cama con dosel. Tiene los brazos atados a los pilares de la cabecera. Del dosel cuelga un velo rojizo, se distingue una sombra a través de la tela. —¿Dónde estoy? —pregunta. —Lejos —responde la sombra. —¿Usted quién es? —Soy el señor Nadie. —¿Qué quiere, por qué me trajó aquí? —Se lo dije hace una semana, en la calle: quiero 9 meses. Amanda está drogada, siente la boca seca y la lengua hinchada. Habla con dificultad. —¿Qué pasa con mis pies? No los siento. —Sus piernas quedaron destrozadas. Tuvimos que amputarle los pies para detener la gangrena... —responde la sombra son suma tranquilidad. Amanda cierra los ojos y solloza. —Esto no puede estar pasando… —murmura. La sombra corre el velo y se deja ver. Es un hombre vestido de traje negro, con la cara deformada en protuberancias que emanan un líquido viscoso y amarillento. —¡Por Dios! —grita Amanda. —Entiendo su espanto —le dice el hombre—. Sucede que sufro de una extraña clase de lepra purulenta. Mi familia lleva varias generaciones sufriendo esta enfermedad. Me han dicho que es un maleficio gitano que le hicieron a mi tatarabuelo, hace 150 años... Sé que soy repulsivo a sus ojos, ni yo mismo tolero mirarme, por eso no hay espejos en esta casa. El hombre se sienta al borde de la cama. —¿Y yo qué tengo que ver con eso? —pregunta Amanda desviando su mirada—. Déjeme ir, yo no hice nada malo... no quise robarle, perdóneme, por favor… El tipo le acaricia la cara. Amanda siente los bultos viscosos de sus manos rozándole las mejillas. —Usted nos va a salvar, Amanda —le dice—. Usted fue elegida para curar esta maldición. —¿De qué habla? ¿Está chiflado? —Esta noche, los hombres de esta familia: mis tres hermanos, mi padre, mis cuatro sobrinos y mis dos tíos, van a intentar preñarla. Y cuando lo logren, cuidaremos de usted hasta el momento de dar a luz. Con esa criatura vamos a cortar la maldición... En agradecimiento me encargaré de hacerla una mujer millonaria… —¡Ni muerta me dejaría tocar por ustedes! —grita Amanda mientras tironea de las amarras. —Amanda —le dice el hombre con ternura—. Usted no está en condiciones de decidir. Si se resiste será peor, porque la haremos sufrir: la quemaremos, le arrancaremos la piel, le sacaremos los ojos, la lengua... la obligaremos a comer cucarachas y las cosas más horribles que pueda imaginarse. En cambio, si cede, si abre sus piernas sin poner resistencia, esto pasará pronto y se llevará una gran recompensa. —¡Prefiero que me mate, hijo de puta! El hombre se levanta, vuelve a correr el velo del dosel y antes de salir de la habitación le dice: —Comenzamos en dos horas. Antes vendrá una enfermera, para limpiarla y lubricarla… —Y así fue —me dice Amanda—. El grupo de leprosos apareció dos horas después. Había de todas las edades, desde 16 hasta 60 años. Uno por uno fueron metiéndose entre mis piernas, con sus cuerpos amorfos, supurantes, inmundos... Con las caras desfiguradas por los bultos. Y mientras me violaban, la enfermera me acercaba una cubeta para que vomitase. Porque era imposible no vomitar... Eran los seres más asquerosos que alguien pueda imaginar. Y cuando eyaculaban dentro de mí, los tumores de sus cuerpos supuraban pus con más abundancia. Y el olor… nunca olvidaré ese olor, como a leche mezclada con heces… Intento retener el reflujo que sube por mi esófago. Durante unos minutos quedo con el torso curvado hacia adelante, tratando de contener el vómito. Amanda me observa y sonríe. —No se preocupe, es normal lo que siente —me dice—. Por eso le ofrecí té. El jengibre es bueno para las náuseas, yo lo tomo todo el tiempo… ¿Seguro no quiere un poco? —No gracias. Ya se me pasa —le digo mientras me reincorporo—. ¿Cuánto tardó en quedar embarazada? —Al mes notaron que ya no menstruaba y dejaron de hacerme visitas… luego empezaron a tratarme como a una deidad. Me llevaban a pasear por el parque en silla de ruedas. Me hacían masajes, me cocinaban manjares y me dejaban leer todos los libros que quisiera. Tres meses después apareció la bruja que les había dicho cómo romper la maldición. Era una vieja gitana que hablaba en un idioma que yo desconocía. Amanda se queda en silencio unos instantes. —Fue una niña. Tenía mis ojos dijeron. Las parteras me la quitaron de las entrañas y se la llevaron a otra habitación. No querían que la tocase, temían que intentara matarla, seguramente. Y no estaban equivocados. Le hubiese roto el cuello al momento de tenerla en mis brazos. —¿Qué pasó después? —Al otro día me metieron en un auto y me colocaron una capucha. El auto anduvo dos horas, me bajaron y me subieron a otro que anduvo cerca de 4 horas. Me bajaron y me subieron a un tercer auto que tras 6 horas me dejó en Bratislava. Me colocaron en una silla de ruedas de oro y me empujaron hasta la entrada de una enorme y lujosa casa que yo solía admirar cuando trabajaba de puta. Me dijeron que era mía. Unos sirvientes me ayudaron a entrar. Al otro día despedí a la servidumbre y puse todo a la venta. Y con ese dinero, más todo lo que me habían depositado en el banco, fui al hogar de huérfanos para donarlo todo… —¿Y qué pasó con el detective? —Tardó dos meses en encontrar la casa del señor Nadie. Ni siquiera estaba en Checoslovaquia, estaba en Viena. Le pagué lo acordado y le di algo más a cambio de que contactará a 6 sicarios. Tras unas semanas me reuní con ellos y les ofrecí todo lo que me quedaba a cambio de que asesinaran al señor Nadie y a toda su familia de monstruos. No preguntaron nada, se repartieron mi fortuna y desaparecieron. —¿Y lo hicieron? Amanda se mete la mano dentro del sostén y extrae una hoja de periódico, la desdobla y me la entrega. El titular dice: Feroz masacre en mansión de Viena. 20 muertos. Posible ajuste de cuentas… —¿Y la bebé? —Ya estaba muerta cuando llegaron los sicarios. Los leprosos la habían desangrado y se habían bebido su sangre. De esa forma creyeron que acabarían con la maldición. Enfermos hijos de puta... Me alegro de haberlos matado a todos. Fue la mejor inversión para todo ese dinero. Me despido de Amanda con una sensación de alivio. Ése alivio que a veces produce la venganza, sobre todo cuando es tan merecida.
    Me shockea
    Me entristece
    2
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  • 𝓠ueen's 𝓭uty.
    Fandom HOUSE OF THE DRAGON.
    Categoría Drama
    ㅤㅤㅤㅤ𝐂𝐨́𝐦𝐨 𝐬𝐞 𝐡𝐚𝐧 𝐜𝐚𝐥𝐥𝐚𝐝𝐨 𝐞𝐬𝐚𝐬 𝐯𝐨𝐜𝐞𝐬.
    ㅤㅤㅤㅤ𝐄𝐬𝐜𝐮𝐜𝐡𝐨 𝐞𝐥 𝐥𝐚𝐭𝐢𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐦𝐢 𝐜𝐨𝐫𝐚𝐳𝐨́𝐧.
    ㅤㅤㅤㅤ𝐄𝐬𝐭𝐞 𝐨𝐥𝐨𝐫,
    ㅤㅤㅤㅤ𝐐𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨 𝐬𝐞𝐧𝐭𝐢𝐫 𝐞𝐥 𝐨𝐥𝐨𝐫 𝐝𝐞 𝐥𝐚𝐬 𝐫𝐨𝐬𝐚𝐬,
    ㅤㅤㅤㅤ𝐲 𝐥𝐚 𝐩𝐨́𝐥𝐯𝐨𝐫𝐚 𝐪𝐮𝐞𝐦𝐚𝐧 𝐦𝐢 𝐠𝐚𝐫𝐠𝐚𝐧𝐭𝐚.
    ㅤㅤㅤㅤ𝐓𝐢𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐚́𝐫𝐛𝐨𝐥𝐞𝐬 𝐲 𝐩𝐚́𝐣𝐚𝐫𝐨𝐬, 𝐧𝐨
    ㅤㅤㅤㅤ𝐠𝐮𝐚𝐫𝐝𝐞𝐧 𝐬𝐢𝐥𝐞𝐧𝐜𝐢𝐨.
    ㅤㅤㅤㅤ𝐃𝐢́𝐠𝐚𝐧𝐦𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐡𝐞 𝐠𝐚𝐧𝐚𝐝𝐨, 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐚
    ㅤㅤㅤㅤ𝐯𝐢𝐜𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐞𝐬 𝐦𝐢́𝐚.
    ㅤㅤㅤㅤ𝐄𝐥 𝐨𝐥𝐨𝐫 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐬𝐚𝐧𝐠𝐫𝐞
    ㅤㅤㅤㅤ𝐄𝐥 𝐯𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐚𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐬𝐨𝐩𝐥𝐚𝐛𝐚
    ㅤㅤㅤㅤ𝐬𝐢𝐠𝐮𝐞 𝐬𝐨𝐩𝐥𝐚𝐧𝐝𝐨.
    ㅤㅤㅤㅤ𝐀 𝐝𝐨́𝐧𝐝𝐞 𝐬𝐞 𝐡𝐚 𝐢𝐝𝐨
    ㅤㅤㅤㅤ𝐦𝐢 𝐚́𝐧𝐠𝐞𝐥 𝐝𝐞 𝐛𝐨𝐧𝐝𝐚𝐝,
    ㅤㅤㅤㅤ𝐃𝐨́𝐧𝐝𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐚́ 𝐦𝐢
    ㅤㅤㅤㅤ𝐝𝐞𝐦𝐨𝐧𝐢𝐨 𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫𝐢𝐨𝐫.
    ㅤㅤㅤㅤ𝐏𝐨𝐫 𝐟𝐚𝐯𝐨𝐫, 𝐬𝐞 𝐥𝐨 𝐫𝐮𝐞𝐠𝐨,
    ㅤㅤㅤㅤ𝐞𝐬𝐜𝐮𝐜𝐡𝐞𝐧 𝐦𝐢 𝐯𝐨𝐳.

    ㅤㅤㅤㅤ La lluvia, a la sazón, caía a torrentes. Subiendo poco a poco desde el arrollo al asalto del relieve junto a la calzada empedrada, minaba sordamente la base de la soñadora, cuya cabeza se hallaba al propio tiempo muy seriamente amenazada. La mano de esta, en efecto, desamparada del espíritu, que había partido para algún remoto viaje, había dejado que poco a poco la cadena dorada se deslizara entre las falanges con suavidad, y el agua del cielo corría libremente desde la capucha convertida en esponja hasta el arrollo que deslizábase tumultoso lamiéndole los tobillos. La estrella de siete puntas colgaba a tan solo centímetros de los adoquines que recibían y despedían las ruedas de los carruajes. Tan grande era su preocupación que no había notado cómo sus zapatos se transformaban en un arrecife para la corriente violenta arrastrando hojitas del arciano, ramas de los abetos y pinos, y algunos pobres insectos incapaces de escapar del propio peso de sus alas como anclas traslúcidas.
    ㅤㅤㅤㅤ “𝘔𝘪 𝘳𝘦𝘪𝘯𝘢”.
    Sumida en la resignación huraña, Alicent giró la cabeza encontrándose con los ojos indolentes del Patizambo.
    ㅤㅤㅤㅤ ❝¿𝑵o le he dicho acaso que las tardes de lluvia son mías?❞
    ㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤ “𝘈𝘴𝘪́ 𝘦𝘴, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘪𝘥𝘦𝘳𝘰 𝘪𝘮𝘱𝘰𝘳𝘵𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘦𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘚𝘶 𝘔𝘢𝘫𝘦𝘴𝘵𝘢𝘥 𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘺 𝘦𝘴𝘵𝘦́ 𝘳𝘦𝘤𝘭𝘢𝘮𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘶 𝘱𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘢 𝘵𝘰𝘥𝘰𝘴 𝘭𝘰𝘴 𝘤𝘪𝘦𝘳𝘷𝘰𝘴.”
    ㅤㅤㅤㅤ ❝𝑴h❞. El resultado de aquella conversación fue el alivio de la reina en lo que se refería a pagar sus deudas con el maestro de los susurros. Larys no gozaba de derecho a reclamar nada en los días de tormenta, ese era su acuerdo.
    El semblante de la reina habíase tornado sombrío a cada paso más cerca de los aposentos de Su Majestad. Estaba frente a la puerta, inhalando valor. Una criada, maquinalmente, tendió un vaso que Alicent sujetó mientras era llenado con un vino tan áspero que podría ser proveniente del Muro, allá donde los hombres se alcoholizaban para ganar calor. Aquel consuelo era sin duda de su gusto, porque recurría a este con frecuencia.
    Las puertas se abrieron y cerraron para ella. Un viejo y demacrado Viserys la esperaba en la cama, no lo suficientemente arruinado para evadir sus deberes maritales.

    El vestido esmeralda abandonó a su dueña hasta hacerse un montículo arrugado alrededor de sus pies como un domo de tela. Un crujido espantoso llenó la habitación. Era el rey intentando erguir la espalda contra la cabecera de la cama.

    Diez años atrás, Alicent no tenía que hacer más que tumbarse, estar quieta y exhalar de vez en cuando para lustrar el ego de su esposo. Ahora, la situación era diferente. Viserys apenas podía moverse, así que ella hacía todo el trabajo encima de él. No tardaba demasiado en llegar al final de su hazaña, el verdadero reto era contener las arcadas.

    Y así, tan vulnerable como los insectos que se hundían por el propio peso de sus alas bajo el agua, entregó su mejor performance al monarca cerrando los ojos e imaginando que quien entraba en ella era alguien más. El que fuera, quien sea, no importaba. Un té de Luna estaría listo para ella al momento de abandonar los aposentos, lo cual fue motivación suficiente para hacerlo expulsar rápidamente la semilla y marcharse.
    ㅤㅤㅤㅤ𝐂𝐨́𝐦𝐨 𝐬𝐞 𝐡𝐚𝐧 𝐜𝐚𝐥𝐥𝐚𝐝𝐨 𝐞𝐬𝐚𝐬 𝐯𝐨𝐜𝐞𝐬. ㅤㅤㅤㅤ𝐄𝐬𝐜𝐮𝐜𝐡𝐨 𝐞𝐥 𝐥𝐚𝐭𝐢𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐦𝐢 𝐜𝐨𝐫𝐚𝐳𝐨́𝐧. ㅤㅤㅤㅤ𝐄𝐬𝐭𝐞 𝐨𝐥𝐨𝐫, ㅤㅤㅤㅤ𝐐𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨 𝐬𝐞𝐧𝐭𝐢𝐫 𝐞𝐥 𝐨𝐥𝐨𝐫 𝐝𝐞 𝐥𝐚𝐬 𝐫𝐨𝐬𝐚𝐬, ㅤㅤㅤㅤ𝐲 𝐥𝐚 𝐩𝐨́𝐥𝐯𝐨𝐫𝐚 𝐪𝐮𝐞𝐦𝐚𝐧 𝐦𝐢 𝐠𝐚𝐫𝐠𝐚𝐧𝐭𝐚. ㅤㅤㅤㅤ𝐓𝐢𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐚́𝐫𝐛𝐨𝐥𝐞𝐬 𝐲 𝐩𝐚́𝐣𝐚𝐫𝐨𝐬, 𝐧𝐨 ㅤㅤㅤㅤ𝐠𝐮𝐚𝐫𝐝𝐞𝐧 𝐬𝐢𝐥𝐞𝐧𝐜𝐢𝐨. ㅤㅤㅤㅤ𝐃𝐢́𝐠𝐚𝐧𝐦𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐡𝐞 𝐠𝐚𝐧𝐚𝐝𝐨, 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐚 ㅤㅤㅤㅤ𝐯𝐢𝐜𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐞𝐬 𝐦𝐢́𝐚. ㅤㅤㅤㅤ𝐄𝐥 𝐨𝐥𝐨𝐫 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐬𝐚𝐧𝐠𝐫𝐞 ㅤㅤㅤㅤ𝐄𝐥 𝐯𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐚𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐬𝐨𝐩𝐥𝐚𝐛𝐚 ㅤㅤㅤㅤ𝐬𝐢𝐠𝐮𝐞 𝐬𝐨𝐩𝐥𝐚𝐧𝐝𝐨. ㅤㅤㅤㅤ𝐀 𝐝𝐨́𝐧𝐝𝐞 𝐬𝐞 𝐡𝐚 𝐢𝐝𝐨 ㅤㅤㅤㅤ𝐦𝐢 𝐚́𝐧𝐠𝐞𝐥 𝐝𝐞 𝐛𝐨𝐧𝐝𝐚𝐝, ㅤㅤㅤㅤ𝐃𝐨́𝐧𝐝𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐚́ 𝐦𝐢 ㅤㅤㅤㅤ𝐝𝐞𝐦𝐨𝐧𝐢𝐨 𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫𝐢𝐨𝐫. ㅤㅤㅤㅤ𝐏𝐨𝐫 𝐟𝐚𝐯𝐨𝐫, 𝐬𝐞 𝐥𝐨 𝐫𝐮𝐞𝐠𝐨, ㅤㅤㅤㅤ𝐞𝐬𝐜𝐮𝐜𝐡𝐞𝐧 𝐦𝐢 𝐯𝐨𝐳. ㅤㅤㅤㅤ La lluvia, a la sazón, caía a torrentes. Subiendo poco a poco desde el arrollo al asalto del relieve junto a la calzada empedrada, minaba sordamente la base de la soñadora, cuya cabeza se hallaba al propio tiempo muy seriamente amenazada. La mano de esta, en efecto, desamparada del espíritu, que había partido para algún remoto viaje, había dejado que poco a poco la cadena dorada se deslizara entre las falanges con suavidad, y el agua del cielo corría libremente desde la capucha convertida en esponja hasta el arrollo que deslizábase tumultoso lamiéndole los tobillos. La estrella de siete puntas colgaba a tan solo centímetros de los adoquines que recibían y despedían las ruedas de los carruajes. Tan grande era su preocupación que no había notado cómo sus zapatos se transformaban en un arrecife para la corriente violenta arrastrando hojitas del arciano, ramas de los abetos y pinos, y algunos pobres insectos incapaces de escapar del propio peso de sus alas como anclas traslúcidas. ㅤㅤㅤㅤ “𝘔𝘪 𝘳𝘦𝘪𝘯𝘢”. Sumida en la resignación huraña, Alicent giró la cabeza encontrándose con los ojos indolentes del Patizambo. ㅤㅤㅤㅤ ❝¿𝑵o le he dicho acaso que las tardes de lluvia son mías?❞ ㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤ “𝘈𝘴𝘪́ 𝘦𝘴, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘪𝘥𝘦𝘳𝘰 𝘪𝘮𝘱𝘰𝘳𝘵𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘦𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘚𝘶 𝘔𝘢𝘫𝘦𝘴𝘵𝘢𝘥 𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘺 𝘦𝘴𝘵𝘦́ 𝘳𝘦𝘤𝘭𝘢𝘮𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘶 𝘱𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘢 𝘵𝘰𝘥𝘰𝘴 𝘭𝘰𝘴 𝘤𝘪𝘦𝘳𝘷𝘰𝘴.” ㅤㅤㅤㅤ ❝𝑴h❞. El resultado de aquella conversación fue el alivio de la reina en lo que se refería a pagar sus deudas con el maestro de los susurros. Larys no gozaba de derecho a reclamar nada en los días de tormenta, ese era su acuerdo. El semblante de la reina habíase tornado sombrío a cada paso más cerca de los aposentos de Su Majestad. Estaba frente a la puerta, inhalando valor. Una criada, maquinalmente, tendió un vaso que Alicent sujetó mientras era llenado con un vino tan áspero que podría ser proveniente del Muro, allá donde los hombres se alcoholizaban para ganar calor. Aquel consuelo era sin duda de su gusto, porque recurría a este con frecuencia. Las puertas se abrieron y cerraron para ella. Un viejo y demacrado Viserys la esperaba en la cama, no lo suficientemente arruinado para evadir sus deberes maritales. El vestido esmeralda abandonó a su dueña hasta hacerse un montículo arrugado alrededor de sus pies como un domo de tela. Un crujido espantoso llenó la habitación. Era el rey intentando erguir la espalda contra la cabecera de la cama. Diez años atrás, Alicent no tenía que hacer más que tumbarse, estar quieta y exhalar de vez en cuando para lustrar el ego de su esposo. Ahora, la situación era diferente. Viserys apenas podía moverse, así que ella hacía todo el trabajo encima de él. No tardaba demasiado en llegar al final de su hazaña, el verdadero reto era contener las arcadas. Y así, tan vulnerable como los insectos que se hundían por el propio peso de sus alas bajo el agua, entregó su mejor performance al monarca cerrando los ojos e imaginando que quien entraba en ella era alguien más. El que fuera, quien sea, no importaba. Un té de Luna estaría listo para ella al momento de abandonar los aposentos, lo cual fue motivación suficiente para hacerlo expulsar rápidamente la semilla y marcharse.
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    ㅤㅤㅤㅤꭲꭼ ꮇꭼꭱꭼꮯꭼꮪ ꮮꭺ ꮩꭼꭱꭰꭺꭰ...
    ㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑
    ㅤㅤㅤㅤ˹ Jᴏʀᴅᴀɴ Bᴇʀɢᴍᴀɴ


    ㅤㅤㅤㅤㅤHabía un plan. Un plan perfectamente establecido y Vittoria se lo estaba saltando, deshilachando por cada uno de los costados. Se suponía que, a esas alturas, Jordan ya debería haber muerto y haberse convertido en el nuevo soldado a las ordenes de Mattheus. Se suponía que a esas alturas del juego Vittoria y Jordan ya serian dos desconocidos y la vampiro ya estaría buscando su siguiente víctima. Y, en lugar de eso, estaba disfrutando del comienzo de un noviazgo con un hombre que era bueno, cariñoso, divertido. Con un hombre que había creído encontrar en Vittoria a la mujer de su vida, a la persona con la que pasar el resto de sus dias. Ay, si Jordan supiera.

    Si Jordan supiera qué era ella, quien era ella, para quien trabajaba y porqué… probablemente seria él mismo quien le clavara una estaca en el pecho. Si Jordan supiera que Vittoria nunca seria capaz de darle lo que anhelaba, que nunca podría ser lo que él necesitaba…

    Y aun asi Vittoria era demasiado egoísta, incapaz de ser sincera, porque era la primera vez en toda su vida que alguien la trataba con ese cariño, con ese cuidado. Era la primera vez que alguien veia en ella más allá de unos ojos seductores y una sonrisa bonita. Jordan se había enamorado de ella incluso antes de verla, tan solo con aquellas llamadas de teléfono y mensajes instantáneos. Y Vittoria… Vittoria se había enamorado de él desde el momento en que sus brazos la rodearon en aquel granero. El universo había temblado en el mismo momento en que él la había besado y ahí mismo Vittoria había decidido que no querría amar a nadie más.

    Por todas esas razones temía y, a la vez, sabia, que tenia que ser sincera con Jordan. Solo que cuanto más tiempo pasaba con él más miedo tenia a la reacción del sheriff. No queria decepcionar a nadie más, no queria ver el dolor reflejado en aquellos ojos verdes. No queria que la viera como un monstruo.

    ➤➤ Era la hora del crepúsculo cuando Vittoria esperaba pacientemente al sheriff a la salida de la comisaria. Su cabello recogido en un moño aparentemente descuidado pero donde cada pelo estaba perfectamente medido y colocado. En aquella ocasión había sustituido sus sobrios vestidos oscuros por un pantalón vaquero y una blusa ancha de color azul marino. Y para destacar la diferencia de altura entre los dos había decidido colocarse unas deportivas blancas. Por lo que cuando el sheriff llegó hasta ella, la mujer tuvo que elevarse muy ligeramente sobre las puntas de los dedos de sus pies para dejar un beso en sus labios. Su mano buscó la masculina entrelazando sus dedos con los masculinos.

    La sonrisa reconfortada por volver a tenerle cerca fue patente en sus labios y casi pareció no querer separarse del sheriff ni recuperar su postura con ambas plantas de sus pies sobre el suelo.

    -Ya pensé que habias escapado por la ventana trasera…- rio ella ligeramente- Me moría de ganas de verte… ¿Estás listo?

    Por suerte el cine, ese lugar en el que habían pensado pasar las siguientes dos horas de la tarde, no quedaba muy lejos de allí, era la parte buena de que la comisaria estuviese casi en el centro del pueblo, como centro neurálgico y casi el corazón de aquella ciudad. Una metáfora perfecta, a decir verdad. Jordan trabajaba en el corazón de la ciudad y era el que le había devuelto la vida al corazón de la vampiro.

    -¿Te han dado mucha guerra hoy los malos?- preguntó Vittoria, quien no había pensado en la posibilidad de soltar la mano masculina y todavía caminaba de la mano con Jordan- Te tomas demasiado en serio tu trabajo. El día menos pensado te secuestraré y amanecerás en Santorini, tumbado en una de sus playas de arena blanca… O en Paris… O en una isla paradisiaca lejos de aquí…

    Entonces sus palabras se apagaron en el momento en que escuchó el derrape de unas ruedas sobre el asfalto y como una furgoneta oscura se detenía a su lado al mismo tiempo que los rodeaban siete hombres encapuchados. Eran humanos, no parecían a las ordenes de Mattheus, no parecían ser una amenaza para ella, pero si para Jordan…


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #StarterRolㅤ
    ㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤꭲꭼ ꮇꭼꭱꭼꮯꭼꮪ ꮮꭺ ꮩꭼꭱꭰꭺꭰ... ㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑 ㅤㅤㅤㅤ˹ [JrdnBrgnn] ㅤ ㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤHabía un plan. Un plan perfectamente establecido y Vittoria se lo estaba saltando, deshilachando por cada uno de los costados. Se suponía que, a esas alturas, Jordan ya debería haber muerto y haberse convertido en el nuevo soldado a las ordenes de Mattheus. Se suponía que a esas alturas del juego Vittoria y Jordan ya serian dos desconocidos y la vampiro ya estaría buscando su siguiente víctima. Y, en lugar de eso, estaba disfrutando del comienzo de un noviazgo con un hombre que era bueno, cariñoso, divertido. Con un hombre que había creído encontrar en Vittoria a la mujer de su vida, a la persona con la que pasar el resto de sus dias. Ay, si Jordan supiera. Si Jordan supiera qué era ella, quien era ella, para quien trabajaba y porqué… probablemente seria él mismo quien le clavara una estaca en el pecho. Si Jordan supiera que Vittoria nunca seria capaz de darle lo que anhelaba, que nunca podría ser lo que él necesitaba… Y aun asi Vittoria era demasiado egoísta, incapaz de ser sincera, porque era la primera vez en toda su vida que alguien la trataba con ese cariño, con ese cuidado. Era la primera vez que alguien veia en ella más allá de unos ojos seductores y una sonrisa bonita. Jordan se había enamorado de ella incluso antes de verla, tan solo con aquellas llamadas de teléfono y mensajes instantáneos. Y Vittoria… Vittoria se había enamorado de él desde el momento en que sus brazos la rodearon en aquel granero. El universo había temblado en el mismo momento en que él la había besado y ahí mismo Vittoria había decidido que no querría amar a nadie más. Por todas esas razones temía y, a la vez, sabia, que tenia que ser sincera con Jordan. Solo que cuanto más tiempo pasaba con él más miedo tenia a la reacción del sheriff. No queria decepcionar a nadie más, no queria ver el dolor reflejado en aquellos ojos verdes. No queria que la viera como un monstruo. ➤➤ Era la hora del crepúsculo cuando Vittoria esperaba pacientemente al sheriff a la salida de la comisaria. Su cabello recogido en un moño aparentemente descuidado pero donde cada pelo estaba perfectamente medido y colocado. En aquella ocasión había sustituido sus sobrios vestidos oscuros por un pantalón vaquero y una blusa ancha de color azul marino. Y para destacar la diferencia de altura entre los dos había decidido colocarse unas deportivas blancas. Por lo que cuando el sheriff llegó hasta ella, la mujer tuvo que elevarse muy ligeramente sobre las puntas de los dedos de sus pies para dejar un beso en sus labios. Su mano buscó la masculina entrelazando sus dedos con los masculinos. La sonrisa reconfortada por volver a tenerle cerca fue patente en sus labios y casi pareció no querer separarse del sheriff ni recuperar su postura con ambas plantas de sus pies sobre el suelo. -Ya pensé que habias escapado por la ventana trasera…- rio ella ligeramente- Me moría de ganas de verte… ¿Estás listo? Por suerte el cine, ese lugar en el que habían pensado pasar las siguientes dos horas de la tarde, no quedaba muy lejos de allí, era la parte buena de que la comisaria estuviese casi en el centro del pueblo, como centro neurálgico y casi el corazón de aquella ciudad. Una metáfora perfecta, a decir verdad. Jordan trabajaba en el corazón de la ciudad y era el que le había devuelto la vida al corazón de la vampiro. -¿Te han dado mucha guerra hoy los malos?- preguntó Vittoria, quien no había pensado en la posibilidad de soltar la mano masculina y todavía caminaba de la mano con Jordan- Te tomas demasiado en serio tu trabajo. El día menos pensado te secuestraré y amanecerás en Santorini, tumbado en una de sus playas de arena blanca… O en Paris… O en una isla paradisiaca lejos de aquí… Entonces sus palabras se apagaron en el momento en que escuchó el derrape de unas ruedas sobre el asfalto y como una furgoneta oscura se detenía a su lado al mismo tiempo que los rodeaban siete hombres encapuchados. Eran humanos, no parecían a las ordenes de Mattheus, no parecían ser una amenaza para ella, pero si para Jordan… #Personajes3D #3D #Comunidad3D #StarterRolㅤ
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  • —Diablos...—Yasu estaría sentado en una silla de cuero blanco, vestido con un tuxedo negro y rojo. Su expresión era una de pena, con sus ojos fijados en su libreta.

    La destrucción de una de sus creaciones le hizo soltar una lágrima, pues el resultado de aquello destruyó un mundo feliz que él había creado.

    —Debería dejar de hacer esto...—Tomó una taza de té con su mano derecha, la cual estaba usando para escribir y pasar las páginas de aquella libreta tan especial como lo era la suya.

    Bebió un pequeño sorbo de aquella bebida, mirando su reloj. Un reloj digital con el rostro de su forma monstruo dibujado en ella.

    —Quizá no sea tarde.—Dejó la taza en su mesita, parándose y haciendo desaparecer la libreta a una dimensión de bolsillo.

    Se ajustó su traje, en especial aquella corbata blanca que relucía ante su cabello negro.

    —Es hora de trabajar.—Ajustó sus guantes de aquel cuero blanco, caminando hacia el garaje de su hogar, tras la puerta esperándole una vieja moto Honda. Sonrió emocionado, apoyando su mano sobre el asiento de su "compañera."

    —Cyclone, querida. Creo que ya va siendo hora de dar un paseo.—El jóven abrió un compartimiento de la moto, desvelando un viejo casco, lleno de rasgones.—Hace años que no lo hago a la antigua.—Al ponerse el casco, este se cerró sobre su rostro, fusionándose con éste. El resto de su cuerpo empezó a ser envuelto por un traje naranja oscuro, con una armadura amarilla. Guantes y botas del mismo color que la armadura siguieron, a su vez que un cinturón rojo se materializó en su cintura.

    Con calma, una tela de un naranja saturado, similar al color del atardecer, empezó a ser materializada de la nada, con el jóven sacándola "desde su espalda."

    —El último retoque, esta es la diferencia entre Moth-Man y Kamen Rider Saturn, ¿No es así, mi querida amiga?—Se volteó, haciendo ver que hablaba a una chica similar a él, solo que claramente ella era una mantis. La mujer parecía una estatua.

    El Rider ató su Muffler naranja alrededor de su cuello, a su vez que tomaba de su perchero una gabardina de detective, y se ponía un sombrero fedora, ambos de un suave beige que contrastaba a su traje y cascos casi marrones.

    —Reviviré a una de mis creaciones favoritas. Me pregunto qué curva deberá tomar la historia...—Se subió a la moto, prendiendola de una patada y haciendo sonar el motor.—Mi pequeña Cyclone... ¿Por qué no me llevas a mi Tierra...?

    Lentamente, condujo fuera del garaje, dejando ver que su hogar existía en lo que parecía ser una ciudad noir.

    —510, ¿No era?—Hizo revolucionar el motor de aquel vehículo de dos ruedas una vez más, sonriendo bajo aquella máscara que simbolizaba una lucha por la justicia. Las lágrimas negras que caían bajo sus ojos de insecto, nacidas del pecado que lo creó, incentivando su amor por sus creaciones.

    Presionó un botón que solía ser el claxon del vehículo, causando que se abra una "cortina" interdimensional.

    —Ya las extrañaba, mis queridas Aurora Curtain.—Aceleró hacia las cortinas, apareciendo frente a la estatua de la libertad, en los Estados Unidos.—Aquí vamos, Peter.

    —Diablos...—Yasu estaría sentado en una silla de cuero blanco, vestido con un tuxedo negro y rojo. Su expresión era una de pena, con sus ojos fijados en su libreta. La destrucción de una de sus creaciones le hizo soltar una lágrima, pues el resultado de aquello destruyó un mundo feliz que él había creado. —Debería dejar de hacer esto...—Tomó una taza de té con su mano derecha, la cual estaba usando para escribir y pasar las páginas de aquella libreta tan especial como lo era la suya. Bebió un pequeño sorbo de aquella bebida, mirando su reloj. Un reloj digital con el rostro de su forma monstruo dibujado en ella. —Quizá no sea tarde.—Dejó la taza en su mesita, parándose y haciendo desaparecer la libreta a una dimensión de bolsillo. Se ajustó su traje, en especial aquella corbata blanca que relucía ante su cabello negro. —Es hora de trabajar.—Ajustó sus guantes de aquel cuero blanco, caminando hacia el garaje de su hogar, tras la puerta esperándole una vieja moto Honda. Sonrió emocionado, apoyando su mano sobre el asiento de su "compañera." —Cyclone, querida. Creo que ya va siendo hora de dar un paseo.—El jóven abrió un compartimiento de la moto, desvelando un viejo casco, lleno de rasgones.—Hace años que no lo hago a la antigua.—Al ponerse el casco, este se cerró sobre su rostro, fusionándose con éste. El resto de su cuerpo empezó a ser envuelto por un traje naranja oscuro, con una armadura amarilla. Guantes y botas del mismo color que la armadura siguieron, a su vez que un cinturón rojo se materializó en su cintura. Con calma, una tela de un naranja saturado, similar al color del atardecer, empezó a ser materializada de la nada, con el jóven sacándola "desde su espalda." —El último retoque, esta es la diferencia entre Moth-Man y Kamen Rider Saturn, ¿No es así, mi querida amiga?—Se volteó, haciendo ver que hablaba a una chica similar a él, solo que claramente ella era una mantis. La mujer parecía una estatua. El Rider ató su Muffler naranja alrededor de su cuello, a su vez que tomaba de su perchero una gabardina de detective, y se ponía un sombrero fedora, ambos de un suave beige que contrastaba a su traje y cascos casi marrones. —Reviviré a una de mis creaciones favoritas. Me pregunto qué curva deberá tomar la historia...—Se subió a la moto, prendiendola de una patada y haciendo sonar el motor.—Mi pequeña Cyclone... ¿Por qué no me llevas a mi Tierra...? Lentamente, condujo fuera del garaje, dejando ver que su hogar existía en lo que parecía ser una ciudad noir. —510, ¿No era?—Hizo revolucionar el motor de aquel vehículo de dos ruedas una vez más, sonriendo bajo aquella máscara que simbolizaba una lucha por la justicia. Las lágrimas negras que caían bajo sus ojos de insecto, nacidas del pecado que lo creó, incentivando su amor por sus creaciones. Presionó un botón que solía ser el claxon del vehículo, causando que se abra una "cortina" interdimensional. —Ya las extrañaba, mis queridas Aurora Curtain.—Aceleró hacia las cortinas, apareciendo frente a la estatua de la libertad, en los Estados Unidos.—Aquí vamos, Peter.
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  • -suspira- hace mucho lo subía al escenario -se aclara la voz y se prepara para cantar tomando el micrófono - no tengo motores a reacción nunca eh querido se run avión y no tengo escamas en la piel entre otras cosas no soy un pez, y no tengo asiento y no tengo ruedas por que no soy una moto, y estoy conformada en tres dimensiones por que no soy una foto, no tengo bolas de cristal no soy un arbol de navidad, es apagado mi color por que tampoco soy una flor, y uno quiero andar por entre las cloacas por que no siy una rata, ni ir a parar al cubo de basura porque no soy una lata.

    No soy ni hombre ni mujer, solo soy una persona solo soy una persona solo soy persona

    https://vm.tiktok.com/ZMMGnahWL/
    -suspira- hace mucho lo subía al escenario -se aclara la voz y se prepara para cantar tomando el micrófono - no tengo motores a reacción nunca eh querido se run avión y no tengo escamas en la piel entre otras cosas no soy un pez, y no tengo asiento y no tengo ruedas por que no soy una moto, y estoy conformada en tres dimensiones por que no soy una foto, no tengo bolas de cristal no soy un arbol de navidad, es apagado mi color por que tampoco soy una flor, y uno quiero andar por entre las cloacas por que no siy una rata, ni ir a parar al cubo de basura porque no soy una lata. No soy ni hombre ni mujer, solo soy una persona solo soy una persona solo soy persona https://vm.tiktok.com/ZMMGnahWL/
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  • Todos a bordo
    Fandom Harry Potter
    Categoría Fantasía
    El agudo sonido del pitido del tren explotó a través del andén, indicando el inicio de un viaje que prometía ser más que un simple recorrido. Pronto las ruedas del Expreso de Hogwarts comenzaron su andar trasladando consigo a todas las personas que habían decidido participar de la majestuosa fiesta que se ofrecía en el castillo, la escuela era reconocida por sus magnos eventos, así que las expectativas eran de las más altas.

    Con el pasar de los minutos, el crepúsculo se pintó en el cielo con tonos anaranjados, muchos suspiros brotaron al contemplar aquellos mágicos colores, era un recordatorio de que, así como el solsticio marcaba el inicio de una nueva estación, también daba paso a una temporada de cambios en Hogwarts, pues su dirección ya no era la misma.

    Los vagones del tren, meticulosamente decorados con asientos de cuero carmesí, parecían pequeños refugios que aguardaban ansiosos a sus ocupantes. Habían compartimentos superiores que ofrecían espacio para que almacenaran sus objetos personales, así los pasajeros podían asegurarse de no perder nada en su trayecto. En el viaje cada detalle estaba cuidadosamente planificado.

    Pasados los minutos, llegó el momento de un aperitivo, la mujer del carrito empezó a recorrer los pasillos del largo tren, su voz resonaba en los vagones y los tentaba a consumir los azucarados postres. Las ranas de chocolate con cromos dorados de magos famosos, así como las babosas de gelatina estaban en promoción, una excusa perfecta para inyectar una pequeña dosis de felicidad y despertar así la niñez que yacía en el corazón de cada pasajero.

    Las risas llenaban los compartimentos mientras los estudiantes de Hogwarts compartían sus expectativas de la fiesta invernal. Los adultos por su parte comentaban sobre los recientes ataques de neófitos que habían sembrado caos en Londres. Las conversaciones se mantuvieron durante todo el trayecto, pero cuando el tren cruzó el viaducto de Glenfinnan, la oscuridad empezó a apoderarse en el horizonte y de inmediato las luces de los faroles se encendieron, creando un ambiente enigmático que envolvía el tren en un manto de misterio.

    Los pasajeros, sin darse cuenta de que la noche los cubría, mantuvieron sus charlas. ¿Qué les aguardaría en aquella fiesta invernal? Solo el tiempo, que avanzaba lentamente, lo diría.
    El agudo sonido del pitido del tren explotó a través del andén, indicando el inicio de un viaje que prometía ser más que un simple recorrido. Pronto las ruedas del Expreso de Hogwarts comenzaron su andar trasladando consigo a todas las personas que habían decidido participar de la majestuosa fiesta que se ofrecía en el castillo, la escuela era reconocida por sus magnos eventos, así que las expectativas eran de las más altas. Con el pasar de los minutos, el crepúsculo se pintó en el cielo con tonos anaranjados, muchos suspiros brotaron al contemplar aquellos mágicos colores, era un recordatorio de que, así como el solsticio marcaba el inicio de una nueva estación, también daba paso a una temporada de cambios en Hogwarts, pues su dirección ya no era la misma. Los vagones del tren, meticulosamente decorados con asientos de cuero carmesí, parecían pequeños refugios que aguardaban ansiosos a sus ocupantes. Habían compartimentos superiores que ofrecían espacio para que almacenaran sus objetos personales, así los pasajeros podían asegurarse de no perder nada en su trayecto. En el viaje cada detalle estaba cuidadosamente planificado. Pasados los minutos, llegó el momento de un aperitivo, la mujer del carrito empezó a recorrer los pasillos del largo tren, su voz resonaba en los vagones y los tentaba a consumir los azucarados postres. Las ranas de chocolate con cromos dorados de magos famosos, así como las babosas de gelatina estaban en promoción, una excusa perfecta para inyectar una pequeña dosis de felicidad y despertar así la niñez que yacía en el corazón de cada pasajero. Las risas llenaban los compartimentos mientras los estudiantes de Hogwarts compartían sus expectativas de la fiesta invernal. Los adultos por su parte comentaban sobre los recientes ataques de neófitos que habían sembrado caos en Londres. Las conversaciones se mantuvieron durante todo el trayecto, pero cuando el tren cruzó el viaducto de Glenfinnan, la oscuridad empezó a apoderarse en el horizonte y de inmediato las luces de los faroles se encendieron, creando un ambiente enigmático que envolvía el tren en un manto de misterio. Los pasajeros, sin darse cuenta de que la noche los cubría, mantuvieron sus charlas. ¿Qué les aguardaría en aquella fiesta invernal? Solo el tiempo, que avanzaba lentamente, lo diría.
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    Grupal
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  • - Ahora que lo pienso... he manejado muchas cosas, menos un vehículo de 4 ruedas, quizá...

    El tenno se lleva una mano por debajo de su propio mentón, mientras contempla desde lo alto de un segundo piso a los vehículos que van y vienen, aunque no poseen nada orgánico u orokin por el cual transferir su energía y poseer dichos artilugios.
    - Ahora que lo pienso... he manejado muchas cosas, menos un vehículo de 4 ruedas, quizá... El tenno se lleva una mano por debajo de su propio mentón, mientras contempla desde lo alto de un segundo piso a los vehículos que van y vienen, aunque no poseen nada orgánico u orokin por el cual transferir su energía y poseer dichos artilugios.
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