• Lo miró sabiendo que estaba perdido.
    No porque fuera débil.
    No porque no valiera la pena.
    Sino porque su alma ya estaba sentenciada por su propio puño.
    Alguien que se ahoga sin mover los brazos,
    que prefiere el fondo antes que flotar.

    Ella creyó—no, sintió—que podía sacarlo de ahí.
    Que con sus manos temblorosas podía recoger sus pedazos.
    Que con amor bastaba.
    Pero el amor no cura cuando el otro se niega a sangrar por dentro.

    Y cada intento la deshilaba.
    Cada promesa rota, cada mentira vestida de ternura, le robaba un poco de luz.
    Él se hundía, y ella… se volvió sombra para acompañarlo.

    Porque el amor, cuando no es correspondido en voluntad,
    no es un puente, sino una cuerda.
    Una que ata.
    Una que quema.

    Él no quería salvación.
    Ella sí quería salvarlo.
    Y en ese abismo de intenciones contrarias,
    se perdió todo.

    Hasta el nombre.
    Hasta la voz.
    Hasta ella.

    Porque no todos los hilos se cortan.
    Algunos se consumen
    lentamente
    hasta arder.

    Y en ese humo,
    ya no queda nadie.

    Solo un eco que repite:
    “Yo también quería salvarte.”
    Pero ya era tarde.
    Siempre lo fue.
    Lo miró sabiendo que estaba perdido. No porque fuera débil. No porque no valiera la pena. Sino porque su alma ya estaba sentenciada por su propio puño. Alguien que se ahoga sin mover los brazos, que prefiere el fondo antes que flotar. Ella creyó—no, sintió—que podía sacarlo de ahí. Que con sus manos temblorosas podía recoger sus pedazos. Que con amor bastaba. Pero el amor no cura cuando el otro se niega a sangrar por dentro. Y cada intento la deshilaba. Cada promesa rota, cada mentira vestida de ternura, le robaba un poco de luz. Él se hundía, y ella… se volvió sombra para acompañarlo. Porque el amor, cuando no es correspondido en voluntad, no es un puente, sino una cuerda. Una que ata. Una que quema. Él no quería salvación. Ella sí quería salvarlo. Y en ese abismo de intenciones contrarias, se perdió todo. Hasta el nombre. Hasta la voz. Hasta ella. Porque no todos los hilos se cortan. Algunos se consumen lentamente hasta arder. Y en ese humo, ya no queda nadie. Solo un eco que repite: “Yo también quería salvarte.” Pero ya era tarde. Siempre lo fue.
    Me gusta
    Me entristece
    Me encocora
    6
    0 turnos 0 maullidos
  • La sala negra, que Viper creyó sería una excentricidad motelera con una cama de demasiadas plazas... resultó ser una armería.

    Una muy bien surtida armería.

    Hace dos años, The Animals contaba con un arsenal discreto, pero tremendamente efectivo. Crow parecía saber qué era lo que necesitaría su equipo para cumplir con sus variados caprichos. Ahora, sin embargo, tal quedaba como un quiosco de barrio junto al mercado que era esta sala.

    — Esto... no es lo que esperaba.

    La voz de Viper sonó sorprendida, igual que estaba su mirada -cosa extraña dado su casi permanente estoicismo- mientras, receloso como el que más, echaba un vistazo a la puerta, al marco y al piso, antes de entrar. Comprobaba si habían trampas.

    — ¿Por qué está siendo tan... generoso? ¿Es porque vine contigo?

    Preguntó, queriendo saber la opinión de Wolf ᴬᵁ . Porque era él el experto en ꧁ঔৣ☬✞ 𝕮𝖗𝖔𝖜 ✞☬ঔৣ꧂ .

    — No entiendo por qué me ofrecería algo como esto... a mí.

    Se detuvo frente a un bonito Dragunov que le llamó como miel a una mosca. Esa era una de las armas favoritas de Rourke, una que Viper siempre criticaba.

    — Ojalá tuviera más balas... —susurró.
    La sala negra, que Viper creyó sería una excentricidad motelera con una cama de demasiadas plazas... resultó ser una armería. Una muy bien surtida armería. Hace dos años, The Animals contaba con un arsenal discreto, pero tremendamente efectivo. Crow parecía saber qué era lo que necesitaría su equipo para cumplir con sus variados caprichos. Ahora, sin embargo, tal quedaba como un quiosco de barrio junto al mercado que era esta sala. — Esto... no es lo que esperaba. La voz de Viper sonó sorprendida, igual que estaba su mirada -cosa extraña dado su casi permanente estoicismo- mientras, receloso como el que más, echaba un vistazo a la puerta, al marco y al piso, antes de entrar. Comprobaba si habían trampas. — ¿Por qué está siendo tan... generoso? ¿Es porque vine contigo? Preguntó, queriendo saber la opinión de [Wolfy]. Porque era él el experto en [TheCrow]. — No entiendo por qué me ofrecería algo como esto... a mí. Se detuvo frente a un bonito Dragunov que le llamó como miel a una mosca. Esa era una de las armas favoritas de Rourke, una que Viper siempre criticaba. — Ojalá tuviera más balas... —susurró.
    Me gusta
    7
    8 turnos 0 maullidos
  • “Recuerdo del Nacimiento de Zagreus”

    A veces, cuando el silencio me envuelve en los pasillos del Inframundo, me detengo a recordar aquel día.
    El día en que nació nuestro hijo.

    Mi cuerpo no se transformó como el de una mortal. Cambió con lentitud y poder, como si el universo mismo estuviera dentro de mí, latiendo con un pulso antiguo y profundo. La energía que me habitaba alteró todo a mi alrededor: el aire se volvió denso, los jardines florecían sin control, y las sombras murmuraban a cada paso que daba.

    Hades no me dejó sola ni un instante. Estaba conmigo en cada respiración, en cada estremecimiento de mi piel. Me cuidaba con manos firmes y ojos llenos de una ternura que rara vez mostraba a otros. Sentía cómo cada noche, entre palabras y caricias, fortalecíamos lo que habíamos creado juntos.

    Y entonces, llegó el momento.

    Recuerdo el temblor del suelo bajo mis pies. Recuerdo el grito que brotó de lo más profundo de mí, no de dolor, sino de vida. Un llamado primitivo, antiguo, que hizo eco en cada rincón del Inframundo.

    Hades llegó a mi lado cubierto en ceniza, como si él también hubiese ardido en la espera. Me sostuvo con fuerza, y nuestros ojos se encontraron. En ese instante, no éramos rey y reina. Éramos simplemente dos almas esperando recibir un milagro.

    Y cuando nuestro hijo nació…
    no lloró.
    Rugió.

    Un sonido profundo, ancestral, como si la esencia del Inframundo tomara forma en su voz. Tenía el cabello oscuro como la noche sin luna y ojos que parecían hechos de estrellas muertas. En su piel brillaba un fuego que no quemaba, pero que imponía respeto.

    Lo sostuve en brazos, y el mundo pareció detenerse.

    —Nuestro hijo —dije, con lágrimas en los ojos—. Nacido del amor, del poder… del destino.

    Hades lo alzó al cielo oscuro del Inframundo, y en ese preciso instante, algo cambió en el universo.
    El Olimpo despertó inquieto.
    Los dioses sintieron que un nuevo poder caminaba entre los suyos.

    Zagreus había llegado.

    No era solo un niño.

    Era la prueba viviente de que el Inframundo no era estéril.
    Que incluso en la oscuridad más absoluta puede florecer la vida.
    Que el amor no necesita la luz del sol para ser fecundo.
    Que una reina de primavera puede dar a luz entre las cenizas y el fuego, sin perder su esencia, sino transformándola.

    Él fue mi renacer.
    Mi hijo.
    Mi legado.
    La fusión de lo salvaje y lo tierno.
    Del fin y del comienzo.

    Y mientras los dioses se agitaban en sus tronos, temiendo lo que aún no entendían, yo sonreía.

    Porque en mis brazos dormía algo más que poder.
    Dormía esperanza.
    “Recuerdo del Nacimiento de Zagreus” A veces, cuando el silencio me envuelve en los pasillos del Inframundo, me detengo a recordar aquel día. El día en que nació nuestro hijo. Mi cuerpo no se transformó como el de una mortal. Cambió con lentitud y poder, como si el universo mismo estuviera dentro de mí, latiendo con un pulso antiguo y profundo. La energía que me habitaba alteró todo a mi alrededor: el aire se volvió denso, los jardines florecían sin control, y las sombras murmuraban a cada paso que daba. Hades no me dejó sola ni un instante. Estaba conmigo en cada respiración, en cada estremecimiento de mi piel. Me cuidaba con manos firmes y ojos llenos de una ternura que rara vez mostraba a otros. Sentía cómo cada noche, entre palabras y caricias, fortalecíamos lo que habíamos creado juntos. Y entonces, llegó el momento. Recuerdo el temblor del suelo bajo mis pies. Recuerdo el grito que brotó de lo más profundo de mí, no de dolor, sino de vida. Un llamado primitivo, antiguo, que hizo eco en cada rincón del Inframundo. Hades llegó a mi lado cubierto en ceniza, como si él también hubiese ardido en la espera. Me sostuvo con fuerza, y nuestros ojos se encontraron. En ese instante, no éramos rey y reina. Éramos simplemente dos almas esperando recibir un milagro. Y cuando nuestro hijo nació… no lloró. Rugió. Un sonido profundo, ancestral, como si la esencia del Inframundo tomara forma en su voz. Tenía el cabello oscuro como la noche sin luna y ojos que parecían hechos de estrellas muertas. En su piel brillaba un fuego que no quemaba, pero que imponía respeto. Lo sostuve en brazos, y el mundo pareció detenerse. —Nuestro hijo —dije, con lágrimas en los ojos—. Nacido del amor, del poder… del destino. Hades lo alzó al cielo oscuro del Inframundo, y en ese preciso instante, algo cambió en el universo. El Olimpo despertó inquieto. Los dioses sintieron que un nuevo poder caminaba entre los suyos. Zagreus había llegado. No era solo un niño. Era la prueba viviente de que el Inframundo no era estéril. Que incluso en la oscuridad más absoluta puede florecer la vida. Que el amor no necesita la luz del sol para ser fecundo. Que una reina de primavera puede dar a luz entre las cenizas y el fuego, sin perder su esencia, sino transformándola. Él fue mi renacer. Mi hijo. Mi legado. La fusión de lo salvaje y lo tierno. Del fin y del comienzo. Y mientras los dioses se agitaban en sus tronos, temiendo lo que aún no entendían, yo sonreía. Porque en mis brazos dormía algo más que poder. Dormía esperanza.
    Me gusta
    Me encocora
    2
    0 turnos 1 maullido
  • Inspección.

    ‹ Estaba con sus soldados ayudantes, quiénes también eran jueces aunque aprendices ese día. Revisó la lista de personas sospechosas infectadas que se le otorgó mientras dirigía su mirada hacia una fila de personas que estaban reunidas cerca de ellos. Aunque había un niño que no dejaba de mirarle fijamente. Lu Feng encontró ésto sospechoso. ›

    — ¿De dónde viene ese niño y porqué no deja de mirarme? Quizás está infectado..

    ‹ Justo cuando ya estaba sacando su arma e iba a acercarse a verificar, un solado a su lado habló rápidamente. ›

    — Le tiene miedo, mi señor.

    ‹ Lu Feng se detuvo y le dió una mirada inexpresiva al soldado, pero éste sabía que esa mirada de su líder era de incredulidad. Así que volvió a hablar. ›

    — Estoy seguro de que usted ya le habría juzgado si el niño estuviera infectado sin necesidad de verificar. Entonces la razón por la que le observa tan fervientemente es porque teme de usted.

    ‹ Aún con tanta explicación, Lu Feng siguió neutral. Guardó su arma con suavidad y le devolvió la mirada al infante, quién bajo ese color esmeralda intenso se sintió expuesto y se escondió con pánico detrás de un hombre, Lu Feng supuso que era su padre. Él tampoco estaba infectado. Había experimentado miradas de miedo, rechazo, repulsión y odio. Pero todo era de adultos, ésta era la primera vez que recibía eso de un niño. ›

    ‹ Suspiró levemente y ladeó su cabeza y luego miró al soldado. Éste comprendió y corrió a decirle al padre e hijo que podían irse de la inspección. Ellos se pusieron alegres como si habían tenido otra oportunidad para vivir y se fueron. Aunque no sería lo mismo para otras personas. A los minutos los disparos empezaron a sonar y el juez olvidó ese instante de momentánea humanidad que creyó siempre inexistente. ›
    Inspección. ‹ Estaba con sus soldados ayudantes, quiénes también eran jueces aunque aprendices ese día. Revisó la lista de personas sospechosas infectadas que se le otorgó mientras dirigía su mirada hacia una fila de personas que estaban reunidas cerca de ellos. Aunque había un niño que no dejaba de mirarle fijamente. Lu Feng encontró ésto sospechoso. › — ¿De dónde viene ese niño y porqué no deja de mirarme? Quizás está infectado.. ‹ Justo cuando ya estaba sacando su arma e iba a acercarse a verificar, un solado a su lado habló rápidamente. › — Le tiene miedo, mi señor. ‹ Lu Feng se detuvo y le dió una mirada inexpresiva al soldado, pero éste sabía que esa mirada de su líder era de incredulidad. Así que volvió a hablar. › — Estoy seguro de que usted ya le habría juzgado si el niño estuviera infectado sin necesidad de verificar. Entonces la razón por la que le observa tan fervientemente es porque teme de usted. ‹ Aún con tanta explicación, Lu Feng siguió neutral. Guardó su arma con suavidad y le devolvió la mirada al infante, quién bajo ese color esmeralda intenso se sintió expuesto y se escondió con pánico detrás de un hombre, Lu Feng supuso que era su padre. Él tampoco estaba infectado. Había experimentado miradas de miedo, rechazo, repulsión y odio. Pero todo era de adultos, ésta era la primera vez que recibía eso de un niño. › ‹ Suspiró levemente y ladeó su cabeza y luego miró al soldado. Éste comprendió y corrió a decirle al padre e hijo que podían irse de la inspección. Ellos se pusieron alegres como si habían tenido otra oportunidad para vivir y se fueron. Aunque no sería lo mismo para otras personas. A los minutos los disparos empezaron a sonar y el juez olvidó ese instante de momentánea humanidad que creyó siempre inexistente. ›
    Me gusta
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • Las antorchas azules titilaban suavemente en las paredes de ónice. El gran salón del Inframundo, vasto como una caverna sagrada, estaba colmado de almas expectantes. Perséfone, vestida con sus mantos de noche y de flor, ascendió con la calma majestuosa que solo poseen las que han cruzado todos los umbrales. Y entonces, con voz clara, comenzó:

    —Hijos de la sombra. Vosotros, que camináis entre la memoria y el silencio, escuchadme. Hoy no os hablo como diosa, sino como mujer. Como madre. Como reina por elección, no por imposición.

    Sus ojos, verdes como la promesa de la primavera, se posaron suavemente sobre la multitud.

    —Fui hija de la tierra y del cielo, criada en los campos donde cantan las estaciones. Y fui traída aquí por vuestro Rey, Hades, señor de los silencios eternos. Muchos han cantado que fue un rapto… y sí, lo fue. Pero también fue un inicio. Un viaje hacia lo desconocido, donde no encontré prisión, sino un nuevo rostro del amor.

    Su voz no se quebró, pero se volvió más íntima, como una confesión antigua.

    —A su lado no fui sombra ni adorno. Fui su reina. Su igual. Y en ese pacto que se forjó no en fuego, sino en paciencia y verdad, nació la vida más inesperada: nuestro hijo, Zagreus. Y más tarde, nuestra hija: Melínoe.

    Una suave corriente de asombro recorrió las ánimas al escuchar ese nombre sagrado.

    —Melínoe… la que camina entre los sueños y los terrores. Portadora de los misterios. Ella es la luz que recorre los túneles del subconsciente, la guardiana de los límites entre lo que somos y lo que tememos ser. Nació de mí como tú naciste de la vida, y en ella vive lo mejor de este reino y lo mejor de mí.

    Perséfone dio un paso adelante, su manto rozando el suelo como una ola de noche.

    —Muchos creen que el Inframundo es sólo castigo. Que es el fin. Yo os digo esto: también es principio. Aquí he sido amada, aquí he dado vida, aquí he reinado no con cadenas, sino con raíces. Y si alguna vez dudáis de la belleza que puede brotar en medio de la oscuridad, pensad en mis hijos. En Melínoe, en Zagreus. Frutos de una unión que no nació del miedo, sino del tiempo y la verdad.

    Elevó una mano, como si pudiera sostener el peso de sus palabras en el aire.

    —Yo no cambiaría nada. Ni el rapto. Ni la roca. Ni el invierno. Porque en todo eso estaba escrita la semilla de lo que soy hoy. Reina. Madre. Mujer de dos mundos.

    Una pausa. Y luego, su voz, con la fuerza de un juramento:

    —No temáis a la sombra. No huyáis del abismo. Porque si yo florecí aquí, también vosotros podéis. Si yo amé aquí, también vosotros podéis ser amados. Este reino no es olvido. Es transformación. Es renacimiento. Y mientras mi voz resuene en estas cámaras, que sepáis esto: no estáis solos. Yo os veo. Yo os guardo. Yo os acojo.

    Y con un leve gesto, como quien bendice sin palabras, descendió un escalón del estrado.
    Las ánimas, sin aliento, permanecieron en silencio largo rato. No por miedo.
    Sino por reverencia.
    Las antorchas azules titilaban suavemente en las paredes de ónice. El gran salón del Inframundo, vasto como una caverna sagrada, estaba colmado de almas expectantes. Perséfone, vestida con sus mantos de noche y de flor, ascendió con la calma majestuosa que solo poseen las que han cruzado todos los umbrales. Y entonces, con voz clara, comenzó: —Hijos de la sombra. Vosotros, que camináis entre la memoria y el silencio, escuchadme. Hoy no os hablo como diosa, sino como mujer. Como madre. Como reina por elección, no por imposición. Sus ojos, verdes como la promesa de la primavera, se posaron suavemente sobre la multitud. —Fui hija de la tierra y del cielo, criada en los campos donde cantan las estaciones. Y fui traída aquí por vuestro Rey, Hades, señor de los silencios eternos. Muchos han cantado que fue un rapto… y sí, lo fue. Pero también fue un inicio. Un viaje hacia lo desconocido, donde no encontré prisión, sino un nuevo rostro del amor. Su voz no se quebró, pero se volvió más íntima, como una confesión antigua. —A su lado no fui sombra ni adorno. Fui su reina. Su igual. Y en ese pacto que se forjó no en fuego, sino en paciencia y verdad, nació la vida más inesperada: nuestro hijo, Zagreus. Y más tarde, nuestra hija: Melínoe. Una suave corriente de asombro recorrió las ánimas al escuchar ese nombre sagrado. —Melínoe… la que camina entre los sueños y los terrores. Portadora de los misterios. Ella es la luz que recorre los túneles del subconsciente, la guardiana de los límites entre lo que somos y lo que tememos ser. Nació de mí como tú naciste de la vida, y en ella vive lo mejor de este reino y lo mejor de mí. Perséfone dio un paso adelante, su manto rozando el suelo como una ola de noche. —Muchos creen que el Inframundo es sólo castigo. Que es el fin. Yo os digo esto: también es principio. Aquí he sido amada, aquí he dado vida, aquí he reinado no con cadenas, sino con raíces. Y si alguna vez dudáis de la belleza que puede brotar en medio de la oscuridad, pensad en mis hijos. En Melínoe, en Zagreus. Frutos de una unión que no nació del miedo, sino del tiempo y la verdad. Elevó una mano, como si pudiera sostener el peso de sus palabras en el aire. —Yo no cambiaría nada. Ni el rapto. Ni la roca. Ni el invierno. Porque en todo eso estaba escrita la semilla de lo que soy hoy. Reina. Madre. Mujer de dos mundos. Una pausa. Y luego, su voz, con la fuerza de un juramento: —No temáis a la sombra. No huyáis del abismo. Porque si yo florecí aquí, también vosotros podéis. Si yo amé aquí, también vosotros podéis ser amados. Este reino no es olvido. Es transformación. Es renacimiento. Y mientras mi voz resuene en estas cámaras, que sepáis esto: no estáis solos. Yo os veo. Yo os guardo. Yo os acojo. Y con un leve gesto, como quien bendice sin palabras, descendió un escalón del estrado. Las ánimas, sin aliento, permanecieron en silencio largo rato. No por miedo. Sino por reverencia.
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • Kaori observaba el mundo con una mezcla de hastío y burla apenas disimulada. Le resultaba casi cómico —casi trágico— ver cómo la humanidad se revolcaba en su propia mediocridad con una sonrisa en la cara. La falta de originalidad no era un defecto, no para ellos; era un estandarte. Imitaban, copiaban, repetían patrones sin cuestionar nada, y luego se justificaban con un patético: “Es que soy así”. Como si la estupidez fuera un rasgo de personalidad digno de orgullo.

    Lo que más le irritaba no era que fueran vacíos. Era que fingieran no serlo. Se disfrazaban de interesantes, como niños usando la ropa de sus padres, creyendo que con eso bastaba para ser adultos. Se llenaban la boca con frases que no entendían, referencias que no les pertenecían, estilos que les quedaban grandes. Y cuando alguien les señalaba la falta de sustancia, se defendían con arrogancia, no con argumentos.

    Para Kaori, era simple: no todos merecían llamarse individuos. Algunos eran solo sombras de otros, un eco mal construido de ideas robadas. No les molestaba no pensar, les molestaba que otros lo notaran. Porque, al final del día, era más fácil fingir que lo suyo era una elección que aceptar que no tenían ni imaginación ni inteligencia suficiente para crear algo propio.

    Ella no tenía paciencia para adornos ni para excusas. Si ibas a ser parte del ruido, al menos que tu voz tuviera sentido. De lo contrario, que te callaras. Que te apartaras. Que dejaras de ocupar espacio en un mundo que, con suerte, aún podría salvarse si los huecos dejaran de fingir que están llenos.
    Kaori observaba el mundo con una mezcla de hastío y burla apenas disimulada. Le resultaba casi cómico —casi trágico— ver cómo la humanidad se revolcaba en su propia mediocridad con una sonrisa en la cara. La falta de originalidad no era un defecto, no para ellos; era un estandarte. Imitaban, copiaban, repetían patrones sin cuestionar nada, y luego se justificaban con un patético: “Es que soy así”. Como si la estupidez fuera un rasgo de personalidad digno de orgullo. Lo que más le irritaba no era que fueran vacíos. Era que fingieran no serlo. Se disfrazaban de interesantes, como niños usando la ropa de sus padres, creyendo que con eso bastaba para ser adultos. Se llenaban la boca con frases que no entendían, referencias que no les pertenecían, estilos que les quedaban grandes. Y cuando alguien les señalaba la falta de sustancia, se defendían con arrogancia, no con argumentos. Para Kaori, era simple: no todos merecían llamarse individuos. Algunos eran solo sombras de otros, un eco mal construido de ideas robadas. No les molestaba no pensar, les molestaba que otros lo notaran. Porque, al final del día, era más fácil fingir que lo suyo era una elección que aceptar que no tenían ni imaginación ni inteligencia suficiente para crear algo propio. Ella no tenía paciencia para adornos ni para excusas. Si ibas a ser parte del ruido, al menos que tu voz tuviera sentido. De lo contrario, que te callaras. Que te apartaras. Que dejaras de ocupar espacio en un mundo que, con suerte, aún podría salvarse si los huecos dejaran de fingir que están llenos.
    Me gusta
    Me encocora
    12
    0 turnos 0 maullidos
  • || +18, abierto, sólo hombres ||

    - ¿Vienen o no? - les preguntó a sus acompañantes con calma.

    La arena estaba suave y podía caminar descalza sin quemarse, las nubes emitían tenues sombras en algunos lugares, por lo que el astro rey era bastante aguantable. El aroma general de aquella playa era muy agradable, se podía sentir el ambiente salino y, sin embargo, no era abrasivo.

    El cuerpo de la reina caída estaba impoluto, como ya no le era muy usual hacía varios siglos. Ni un moretón, ni una marca de cuerda o cadena al rededor de su cuello. Su piel mantenía un sudor leve en esa pequeña isla tropical paradisíaca.

    Sus acompañantes le habían ganado en una subasta de arriendo de esclavos y ella no podía recordar cuántas veces había sido arrendada de esa forma. "Ella obedecerá", fueron las simples instrucciones que les dijo el martillero al finalizar esa subasta. La elfa aún tenía su magia, extrañamente no la usaba para liberarse de esas ataduras, pero sí para conjurar las comidas y bebidas que estaban en bajo las sombras de algunas palmeras.
    || +18, abierto, sólo hombres || - ¿Vienen o no? - les preguntó a sus acompañantes con calma. La arena estaba suave y podía caminar descalza sin quemarse, las nubes emitían tenues sombras en algunos lugares, por lo que el astro rey era bastante aguantable. El aroma general de aquella playa era muy agradable, se podía sentir el ambiente salino y, sin embargo, no era abrasivo. El cuerpo de la reina caída estaba impoluto, como ya no le era muy usual hacía varios siglos. Ni un moretón, ni una marca de cuerda o cadena al rededor de su cuello. Su piel mantenía un sudor leve en esa pequeña isla tropical paradisíaca. Sus acompañantes le habían ganado en una subasta de arriendo de esclavos y ella no podía recordar cuántas veces había sido arrendada de esa forma. "Ella obedecerá", fueron las simples instrucciones que les dijo el martillero al finalizar esa subasta. La elfa aún tenía su magia, extrañamente no la usaba para liberarse de esas ataduras, pero sí para conjurar las comidas y bebidas que estaban en bajo las sombras de algunas palmeras.
    Me gusta
    Me encocora
    6
    3 turnos 0 maullidos
  • Un Recuerdo de Perséfone: El Encuentro con Hades

    Recuerdo el día en que todo cambió, como si fuera ayer, aunque los años que han pasado desde entonces se mezclan entre sombras y luces, entre estaciones que nacen y mueren sin cesar.

    Estaba en los campos, rodeada de flores que se abrían al sol de la primavera, riendo entre las risas de las ninfas, sin saber que ese día mi vida tomaría un rumbo irreversible. En ese entonces, era la hija querida de Deméter, y todo lo que tocaba parecía florecer.

    Pero él llegó sin previo aviso. No vi su sombra acercándose, ni el eco de su paso en la tierra que amaba. De pronto, el suelo se abrió bajo mis pies y el aire se tornó frío. Hades, el rey del inframundo, me tomó por sorpresa, como un relámpago en una tarde tranquila. Su mirada, profunda y oscura, era como un abismo que absorbía todo a su paso. Sin palabras, sin promesas, me arrebató de la luz y me arrastró al reino que dominaba con mano firme, un reino alejado de todo lo que conocía.

    Durante los primeros momentos en el inframundo, todo fue frío, vacío. El silencio era denso, casi palpable, y sentí el peso de la soledad sobre mis hombros. Pero en él, en Hades, descubrí algo más. No era el monstruo que muchos temían, sino un ser cuya presencia contenía una fuerza que nunca había imaginado. A través de sus ojos, vi la tristeza y la soledad que cargaba, como si el reino de sombras que gobernaba fuera también su propia condena.

    No entendía, no podía comprender cómo alguien como él, tan oscuro, podía hablarme en susurros suaves, tan distintos al estrépito de las batallas que había oído hablar. Y sin embargo, algo en su mirada me atrapó, algo más allá del miedo y la desesperación. En su mundo sombrío, algo comenzaba a brotar, algo tan inusual como el invierno que, a veces, trae consigo la promesa de la primavera.

    A lo largo de los días, comencé a ver más allá de las sombras. Aprendí que el inframundo no era solo muerte, sino también el lugar donde las almas encontraban su descanso, donde todo aquello que moría se transformaba en algo distinto, en algo eterno. Y, en ese vasto silencio, en ese reino apartado, comenzaba a entender a Hades de una manera diferente.

    El hombre que me había raptado era también el guardián de los secretos de la vida y la muerte. Y aunque nunca habría esperado que algo naciera allí, entre las tinieblas, algo comenzó a florecer entre nosotros.

    hades Greek Mitology
    Un Recuerdo de Perséfone: El Encuentro con Hades Recuerdo el día en que todo cambió, como si fuera ayer, aunque los años que han pasado desde entonces se mezclan entre sombras y luces, entre estaciones que nacen y mueren sin cesar. Estaba en los campos, rodeada de flores que se abrían al sol de la primavera, riendo entre las risas de las ninfas, sin saber que ese día mi vida tomaría un rumbo irreversible. En ese entonces, era la hija querida de Deméter, y todo lo que tocaba parecía florecer. Pero él llegó sin previo aviso. No vi su sombra acercándose, ni el eco de su paso en la tierra que amaba. De pronto, el suelo se abrió bajo mis pies y el aire se tornó frío. Hades, el rey del inframundo, me tomó por sorpresa, como un relámpago en una tarde tranquila. Su mirada, profunda y oscura, era como un abismo que absorbía todo a su paso. Sin palabras, sin promesas, me arrebató de la luz y me arrastró al reino que dominaba con mano firme, un reino alejado de todo lo que conocía. Durante los primeros momentos en el inframundo, todo fue frío, vacío. El silencio era denso, casi palpable, y sentí el peso de la soledad sobre mis hombros. Pero en él, en Hades, descubrí algo más. No era el monstruo que muchos temían, sino un ser cuya presencia contenía una fuerza que nunca había imaginado. A través de sus ojos, vi la tristeza y la soledad que cargaba, como si el reino de sombras que gobernaba fuera también su propia condena. No entendía, no podía comprender cómo alguien como él, tan oscuro, podía hablarme en susurros suaves, tan distintos al estrépito de las batallas que había oído hablar. Y sin embargo, algo en su mirada me atrapó, algo más allá del miedo y la desesperación. En su mundo sombrío, algo comenzaba a brotar, algo tan inusual como el invierno que, a veces, trae consigo la promesa de la primavera. A lo largo de los días, comencé a ver más allá de las sombras. Aprendí que el inframundo no era solo muerte, sino también el lugar donde las almas encontraban su descanso, donde todo aquello que moría se transformaba en algo distinto, en algo eterno. Y, en ese vasto silencio, en ese reino apartado, comenzaba a entender a Hades de una manera diferente. El hombre que me había raptado era también el guardián de los secretos de la vida y la muerte. Y aunque nunca habría esperado que algo naciera allí, entre las tinieblas, algo comenzó a florecer entre nosotros. [quasar_yellow_whale_469]
    Me gusta
    Me encocora
    10
    0 turnos 0 maullidos
  • —El rey esta bebiendo su te en la sala de su castillo,hay un silencio tan pacifico que parece un ambiente hogareño—
    —El rey esta bebiendo su te en la sala de su castillo,hay un silencio tan pacifico que parece un ambiente hogareño—
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    y a mi nomas me da abrazos freya.. que groseros unu
    y a mi nomas me da abrazos freya.. que groseros unu
    //si van a ver el perfil del personaje sin dar un un abrazo a Freya, no puede ser que me distraiga 2 min y ta tenga 17 notis
    Me enjaja
    1
    0 comentarios 0 compartidos
Ver más resultados
Patrocinados