• Del pacto de Zet con Su Ferida Ana nacería una princesa, Zelina Zeilen, el tesoro más valioso del varón Basilio, aunque la relación de Zet y Ana siempre fue caótica, en un punto los cónyuges hicieron un acuerdo, Ana por ambición, Zet por deseo de tener un alguien a quien amar y proteger realmente, en un principio Ana solo deseaba un hijo varón, uno que pudiera llegar al trono, sin embargo el destino fue otro, su disgusto fue tan grande y su amargura tanta que un día pensó en matar a la criatura antes de que naciera, pero aquellos planes llegarían a conocimiento de Elena quien fuera en el momento Reina de Los Basilios ella lo evitaría, después del Caos que fue provocado por Zero el hermano mayor de Zet y la muerte de la reina Elena, Zet quedaría a cargo de su hija, ahora sin ayuda tiene que criar y cuidar a su pequeña princesa, suena fácil cuando eres Rey, pero la educación de los pequeños es un ritual muy importante para los Basilios, en su razonamiento el Basilio decidió dejar Basil, dejando a Cargo a las Feridas la administración del Reino por un tiempo, Ana la madre de Zelina ahora quiere involucrarse en el cuidado de la pequeña, La muerte de Elena dejo un gran vacío en la vida de Zelina, la Reina Celesti había tomado a la pequeña desde su nacimiento cumpliendo a perfección el rol de madre, al no tenerla a su lado la tristeza de la pequeña es notable, es entonces que Ana la observa desde lejos, sintiendo en su corazón un extraño pesar, siempre afirmó no importarle, pero eso era muy fácil, Elena adoraba a Zelina y siempre estaba al cuidado y pendiente de ella, Ana nunca le hizo falta, en toda ocasión que la pequeña Zelina trataba de acercarse a su madre está le decía que no tenía tiempo para ella, Ana estaba centrada siempre en sus labores, ahora todo es distinto, una carta escrita a mano llegó a la cabaña donde ahora habitaba Zet con su hija, de las garras de un Dragón mensajero Basilio, la letra de la carta es facil de reconocer, Ana Vilardi la envía, era algo importante, de lo contrario habría usado un dispositivo electrónico, Zet la lee, con su princesa dormida en su regazo, reposando ambos en una silla mecedora, el Varón tiene su vista en el cielo manteniendo el movimiento de la silla lento y constante para que su pequeña no despierte, después de leerla Zet toma la carta, la dobla y la coloca dentro de un vaso de cristal que contiene agua hasta la mitad .

    - Tu madre .. . .
    Lo pensaré .

    Susurró el Basilio en voz baja dando un beso en la frente a su pequeña .
    Del pacto de Zet con Su Ferida Ana nacería una princesa, Zelina Zeilen, el tesoro más valioso del varón Basilio, aunque la relación de Zet y Ana siempre fue caótica, en un punto los cónyuges hicieron un acuerdo, Ana por ambición, Zet por deseo de tener un alguien a quien amar y proteger realmente, en un principio Ana solo deseaba un hijo varón, uno que pudiera llegar al trono, sin embargo el destino fue otro, su disgusto fue tan grande y su amargura tanta que un día pensó en matar a la criatura antes de que naciera, pero aquellos planes llegarían a conocimiento de Elena quien fuera en el momento Reina de Los Basilios ella lo evitaría, después del Caos que fue provocado por Zero el hermano mayor de Zet y la muerte de la reina Elena, Zet quedaría a cargo de su hija, ahora sin ayuda tiene que criar y cuidar a su pequeña princesa, suena fácil cuando eres Rey, pero la educación de los pequeños es un ritual muy importante para los Basilios, en su razonamiento el Basilio decidió dejar Basil, dejando a Cargo a las Feridas la administración del Reino por un tiempo, Ana la madre de Zelina ahora quiere involucrarse en el cuidado de la pequeña, La muerte de Elena dejo un gran vacío en la vida de Zelina, la Reina Celesti había tomado a la pequeña desde su nacimiento cumpliendo a perfección el rol de madre, al no tenerla a su lado la tristeza de la pequeña es notable, es entonces que Ana la observa desde lejos, sintiendo en su corazón un extraño pesar, siempre afirmó no importarle, pero eso era muy fácil, Elena adoraba a Zelina y siempre estaba al cuidado y pendiente de ella, Ana nunca le hizo falta, en toda ocasión que la pequeña Zelina trataba de acercarse a su madre está le decía que no tenía tiempo para ella, Ana estaba centrada siempre en sus labores, ahora todo es distinto, una carta escrita a mano llegó a la cabaña donde ahora habitaba Zet con su hija, de las garras de un Dragón mensajero Basilio, la letra de la carta es facil de reconocer, Ana Vilardi la envía, era algo importante, de lo contrario habría usado un dispositivo electrónico, Zet la lee, con su princesa dormida en su regazo, reposando ambos en una silla mecedora, el Varón tiene su vista en el cielo manteniendo el movimiento de la silla lento y constante para que su pequeña no despierte, después de leerla Zet toma la carta, la dobla y la coloca dentro de un vaso de cristal que contiene agua hasta la mitad . - Tu madre .. . . Lo pensaré . Susurró el Basilio en voz baja dando un beso en la frente a su pequeña .
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  • Freya Magrina
    *-el niño detective se quedo viendo a freya analíticamente, le recordaba a cierto demonio...-*
    [haze_titanium_lizard_847] *-el niño detective se quedo viendo a freya analíticamente, le recordaba a cierto demonio...-*
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  • - Freya había cocinado para todos pero parecía estar esperando a Axel para lavar los platos, esa mirada bastante atenta de saber si le había gustado -

    Es algo complicado de mantener a dos personas..

    - Dijo en voz baja -

    Axel Koroved Zagreo the Dark Demon Greek Mitology
    - Freya había cocinado para todos pero parecía estar esperando a Axel para lavar los platos, esa mirada bastante atenta de saber si le había gustado - Es algo complicado de mantener a dos personas.. - Dijo en voz baja - [Akly_5] [Dark_Demon]
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  • El principe y un ladrón
    Fandom Devil May Cry y hazbin hotel
    Categoría Fantasía
    El viento del amanecer soplaba con un leve aroma a incienso y ceniza. Los templos del valle aún resonaban con los tambores de la mañana, y el murmullo de los monjes se mezclaba con el bullicio del mercado. Entre los puestos de arroz y telas, un joven de cabellos plateados se movía con la agilidad de un felino: Dante, huérfano sin techo y maestro del kung fu del dragón dormido, un estilo que solo él parecía dominar.

    Con una sonrisa ladina, arrebató una manzana del puesto de un mercader y desapareció entre los callejones antes de que los guardias pudieran reaccionar.

    A varios kilómetros de allí, dentro del palacio imperial, los gong sonaban con solemnidad. Alastor, hijo del rey, se arrodillaba frente al trono. Su padre, debilitado por la enfermedad, le extendía el cetro dorado.
    —El reino te necesita… hijo mío —susurró el anciano—. Pero recuerda: el poder sin alma… es solo otra forma de vacío.

    Alastor alzó la vista, su expresión fría, casi imperturbable. Sin embargo, detrás de esa máscara de nobleza había curiosidad, una chispa de algo que no se podía sofocar: el deseo de ver el mundo más allá de los muros del palacio.

    Ese mismo día, los destinos de ambos se cruzarían.
    Uno buscaba comida… el otro, sentido.
    Y el destino, caprichoso como el fuego, los uniría en medio del caos que comenzaba a arder sobre el reino.
    El viento del amanecer soplaba con un leve aroma a incienso y ceniza. Los templos del valle aún resonaban con los tambores de la mañana, y el murmullo de los monjes se mezclaba con el bullicio del mercado. Entre los puestos de arroz y telas, un joven de cabellos plateados se movía con la agilidad de un felino: Dante, huérfano sin techo y maestro del kung fu del dragón dormido, un estilo que solo él parecía dominar. Con una sonrisa ladina, arrebató una manzana del puesto de un mercader y desapareció entre los callejones antes de que los guardias pudieran reaccionar. A varios kilómetros de allí, dentro del palacio imperial, los gong sonaban con solemnidad. Alastor, hijo del rey, se arrodillaba frente al trono. Su padre, debilitado por la enfermedad, le extendía el cetro dorado. —El reino te necesita… hijo mío —susurró el anciano—. Pero recuerda: el poder sin alma… es solo otra forma de vacío. Alastor alzó la vista, su expresión fría, casi imperturbable. Sin embargo, detrás de esa máscara de nobleza había curiosidad, una chispa de algo que no se podía sofocar: el deseo de ver el mundo más allá de los muros del palacio. Ese mismo día, los destinos de ambos se cruzarían. Uno buscaba comida… el otro, sentido. Y el destino, caprichoso como el fuego, los uniría en medio del caos que comenzaba a arder sobre el reino.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    10
    Estado
    Disponible
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  • 𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones.

    Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo.

    El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco.

    ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora…

    Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados.

    Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa.

    En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia.

    Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar.

    Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse.

    Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección.

    Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo.

    Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa.

    Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos.

    Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo.

    Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad.

    «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo».

    Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos.

    Moiras santas. Eso... eso dolió bastante...

    Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla.

    ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe.

    Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo.

    El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse.

    Y no las necesitaba.
    𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈 🦀 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones. Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo. El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco. ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora… Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados. Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa. En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia. Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar. Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse. Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección. Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo. Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa. Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos. Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo. Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad. «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo». Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos. Moiras santas. Eso... eso dolió bastante... Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla. ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe. Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo. El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse. Y no las necesitaba.
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  • Y ustedes cometieron un grave error por meterse con el general aterrador de la guardia de la reyna Malleona...
    Y ustedes cometieron un grave error por meterse con el general aterrador de la guardia de la reyna Malleona...
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  • " Durante un tiempo el Basilio Rey dejo su palacio a cargo de sus Feridas y se retiró a un lugar más tranquilo, en las montañas de Inglaterra en un bosque profundo construyó una cabaña, en ese lugar decidió vivir un tiempo mientras entrenaba y cuidaba de su hija Zelina, la princesa Zeilen, en aquellos días la pequeña princesa llevaba todo tipo de animales a la cabaña, pero Zet constantemente le repetía que no quería animales en la casa, el Basilio es delicado y los animales que Zelina llevaba a la casa en su mayoría eran cachorros de lobo, de jaguar he incluso algunos monos, por más que le llamara la atención la pequeña seguía haciendo de las suyas, el Basilio no tiene experiencia cuidando niños y se le ha hecho difícil, con el tiempo la cabaña fue creciendo hasta ser un complejo grande de tres pisos y varias habitaciones, un día Zet se ve obligado a a salir a un pueblo cercano en busca de algunas cosas, Zelina estaba muy entretenida pintando los muros de la cabaña y haciendo dibujos en sus columnas de madera, a Zet no le preocupa dejarla sola, los Basilios son muy independientes, especialmente las mujeres, y aún siendo una infante Zelina es la criatura más peligrosa de la montaña, no hay animal que pueda herir a la niña, de igual forma nunca está sola, el espíritu de Nomadachi siempre la acompaña y le cuida desde la sombra, el Basilio se fue tranquilamente, el día transcurrió muy rápido, llegó a casa muy tarde, a unos treinta kilómetros de distancia el varón se pone en alerta, un olor desconocido, proviene de la casa, en segundos Zet estaba en la cabaña, todo parecía muy tranquilo y en orden, entra sigilosamente a la cabaña, el olor se hace más intenso, proviene del sótano, dejo las cosas en la mesa sin hacer ruido, bajo las escaleras muy lentamente, y vaya sorpresa la que se encontraría, su pequeña princesa estaba bien dormida acurrucada bajo el cuidado de una Criatura, una bestia que los Basilios conocen como Dagon, una raza de criaturas extrañas, míticas, poderosas y salvajes, normalmente se alejan de la presencia de los Basilios, pero al parecer este había forjado una amistad con la pequeña Zelina, pero desde cuándo ?? Y como el Basilio Rey nunca se dió cuenta de su existencia, el varón si quedó impresionado con aquello que sus ojos veían, pero no le disgusto, recordó que él en su edad de infante era igual, siempre llevando animales al palacio, aquellos le hace sonreír, subió los escalones en silencio y les dejo dormir, aunque parece peligroso de cierta forma también es algo que la da tranquilidad, bajo el cuidado de esa criatura no hay nada que se le pueda acercar a Zelina con malas intenciones .
    " Durante un tiempo el Basilio Rey dejo su palacio a cargo de sus Feridas y se retiró a un lugar más tranquilo, en las montañas de Inglaterra en un bosque profundo construyó una cabaña, en ese lugar decidió vivir un tiempo mientras entrenaba y cuidaba de su hija Zelina, la princesa Zeilen, en aquellos días la pequeña princesa llevaba todo tipo de animales a la cabaña, pero Zet constantemente le repetía que no quería animales en la casa, el Basilio es delicado y los animales que Zelina llevaba a la casa en su mayoría eran cachorros de lobo, de jaguar he incluso algunos monos, por más que le llamara la atención la pequeña seguía haciendo de las suyas, el Basilio no tiene experiencia cuidando niños y se le ha hecho difícil, con el tiempo la cabaña fue creciendo hasta ser un complejo grande de tres pisos y varias habitaciones, un día Zet se ve obligado a a salir a un pueblo cercano en busca de algunas cosas, Zelina estaba muy entretenida pintando los muros de la cabaña y haciendo dibujos en sus columnas de madera, a Zet no le preocupa dejarla sola, los Basilios son muy independientes, especialmente las mujeres, y aún siendo una infante Zelina es la criatura más peligrosa de la montaña, no hay animal que pueda herir a la niña, de igual forma nunca está sola, el espíritu de Nomadachi siempre la acompaña y le cuida desde la sombra, el Basilio se fue tranquilamente, el día transcurrió muy rápido, llegó a casa muy tarde, a unos treinta kilómetros de distancia el varón se pone en alerta, un olor desconocido, proviene de la casa, en segundos Zet estaba en la cabaña, todo parecía muy tranquilo y en orden, entra sigilosamente a la cabaña, el olor se hace más intenso, proviene del sótano, dejo las cosas en la mesa sin hacer ruido, bajo las escaleras muy lentamente, y vaya sorpresa la que se encontraría, su pequeña princesa estaba bien dormida acurrucada bajo el cuidado de una Criatura, una bestia que los Basilios conocen como Dagon, una raza de criaturas extrañas, míticas, poderosas y salvajes, normalmente se alejan de la presencia de los Basilios, pero al parecer este había forjado una amistad con la pequeña Zelina, pero desde cuándo ?? Y como el Basilio Rey nunca se dió cuenta de su existencia, el varón si quedó impresionado con aquello que sus ojos veían, pero no le disgusto, recordó que él en su edad de infante era igual, siempre llevando animales al palacio, aquellos le hace sonreír, subió los escalones en silencio y les dejo dormir, aunque parece peligroso de cierta forma también es algo que la da tranquilidad, bajo el cuidado de esa criatura no hay nada que se le pueda acercar a Zelina con malas intenciones .
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  • - Freya se tomó un descanso de todo, así que le pidió amablemente a Axel Koroved y Zagreo the Dark Demon Greek Mitology que la ayuden con su último trabajo pendiente -

    //No les queda de otra.. si no.. no tienen casa
    - Freya se tomó un descanso de todo, así que le pidió amablemente a [Akly_5] y [Dark_Demon] que la ayuden con su último trabajo pendiente - //No les queda de otra.. si no.. no tienen casa
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  • Se acerca Halloween y yo sin saber de qué disfrazarme, lo que sí que deseo tomar dulces con mis amigas y mi rey dorado, quiero que sea una noche mágica con mis personas y también terrorífica pero en modo diversión.
    Se acerca Halloween y yo sin saber de qué disfrazarme, lo que sí que deseo tomar dulces con mis amigas y mi rey dorado, quiero que sea una noche mágica con mis personas y también terrorífica pero en modo diversión.
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  • Ahora de rodillas y reconoce a tu único señor, hombre , esposo y deidad

    -apreto las garras que sujetaban el fino cuello del rey del infierno, su esposo . Haciendo crujir un par de huesos la compasión no es algo que esté pasando por su mente en aquel preciso momento.
    Amplio la sonrisa acercando los labios a los de su rey -

    Ja.... Cuidado con llamar a alguno de tus estúpidos familiares o alguien que te "salve" porque te haré desear jamás haberme conocido Lucifer Morningstar

    -lo arrojo contra la pared con desagrado observando la sangre dorada recorriendo sus manos lentamente. Chasqueo la lengua al ver que su ropa se mancho de aquel apetitoso pero nada estético, se fue quitando el abrigo con cuidado de no terminar manchando aún más su ropa -

    Mira lo que haces, vas a hacerte responsable ?

    Lucifer 𝕾𝖆𝖒𝖆𝖊𝖑 𝕸𝖔𝖗𝖓𝖎𝖓𝖌𝖘𝖙𝖆𝖗
    Ahora de rodillas y reconoce a tu único señor, hombre , esposo y deidad -apreto las garras que sujetaban el fino cuello del rey del infierno, su esposo . Haciendo crujir un par de huesos la compasión no es algo que esté pasando por su mente en aquel preciso momento. Amplio la sonrisa acercando los labios a los de su rey - Ja.... Cuidado con llamar a alguno de tus estúpidos familiares o alguien que te "salve" porque te haré desear jamás haberme conocido Lucifer Morningstar -lo arrojo contra la pared con desagrado observando la sangre dorada recorriendo sus manos lentamente. Chasqueo la lengua al ver que su ropa se mancho de aquel apetitoso pero nada estético, se fue quitando el abrigo con cuidado de no terminar manchando aún más su ropa - Mira lo que haces, vas a hacerte responsable ? [LuciHe11]
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