• El silencio en mi apartamento era casi insoportable. Ni siquiera había puesto música hoy. Solo estaba yo, sentada en eso terraza con el móvil en la mano, mirando la pantalla encendida sin hacer nada.

    Había pasado todo el día en el cementerio y ahora… simplemente me sentía vacía.

    Desbloqueé el móvil y abrí la lista de contactos. Deslicé el dedo por los nombres una y otra vez, sin escribir nada. Tenía mensajes sin contestar, conversaciones viejas, gente que hacía semanas no veía.

    Apoyé la cabeza en el muro, cerrando los ojos un momento. Me dolía admitirlo, pero hoy… no quería estar sola.

    Abrí una conversación cualquiera, miré el cuadro de texto vacío. Escribí: “¿Estás ocupado?” y lo borré.
    Probé otra vez: “¿Quieres venir?”… borrar.

    Solté el móvil sobre mi regazo y me cubrí la cara con ambas manos. Suspiré. ¿Por qué era tan fácil disparar un arma, pero tan difícil pedir compañía?

    Lo volví a tomar. Miré la hora: 22:47. No era tarde, pero tampoco temprano.
    Pasé el dedo sobre un nombre en particular y me quedé ahí, dudando. Quería enviar algo. Un simple “¿puedes venir?”. O aunque sea un “hola”.

    Nada. Solo me quedé mirando la pantalla iluminada, esperando… algo.

    Bajé el brillo y dejé el móvil a un lado. Tal vez no lo admitiría en voz alta, pero esta noche, más que nunca, necesitaba que alguien tocara la puerta y dijera: “No tienes que estar sola.”
    El silencio en mi apartamento era casi insoportable. Ni siquiera había puesto música hoy. Solo estaba yo, sentada en eso terraza con el móvil en la mano, mirando la pantalla encendida sin hacer nada. Había pasado todo el día en el cementerio y ahora… simplemente me sentía vacía. Desbloqueé el móvil y abrí la lista de contactos. Deslicé el dedo por los nombres una y otra vez, sin escribir nada. Tenía mensajes sin contestar, conversaciones viejas, gente que hacía semanas no veía. Apoyé la cabeza en el muro, cerrando los ojos un momento. Me dolía admitirlo, pero hoy… no quería estar sola. Abrí una conversación cualquiera, miré el cuadro de texto vacío. Escribí: “¿Estás ocupado?” y lo borré. Probé otra vez: “¿Quieres venir?”… borrar. Solté el móvil sobre mi regazo y me cubrí la cara con ambas manos. Suspiré. ¿Por qué era tan fácil disparar un arma, pero tan difícil pedir compañía? Lo volví a tomar. Miré la hora: 22:47. No era tarde, pero tampoco temprano. Pasé el dedo sobre un nombre en particular y me quedé ahí, dudando. Quería enviar algo. Un simple “¿puedes venir?”. O aunque sea un “hola”. Nada. Solo me quedé mirando la pantalla iluminada, esperando… algo. Bajé el brillo y dejé el móvil a un lado. Tal vez no lo admitiría en voz alta, pero esta noche, más que nunca, necesitaba que alguien tocara la puerta y dijera: “No tienes que estar sola.”
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  • Zaphiro habia pasado toda la noche anterir guardando todo en cajas, terminandose un par de botellas de vino y llorando de vez en vez.

    Habia decidido que si el destino al final si se habia reido de ella, no le seguiria dando el gusto de verla como estaba

    La ultima semana zaphiro se mantenia en vela observando por su ventana hasta que veia a aquel joven pelinegro regresar.

    Su corazon por fin parecia regresar a su ritmo original, y quiza nadie mas que ella notaba la pequeña costumbre que habia desarrollado, antes de acostarse quitaba cada uno de los seguros de sus ventanas incluso dejando la principal entre abierta.... quiza muy en su interior aun esperaba.

    Pero ahora ahi....rodeada de cajas y un camión que poco a poco comenzaba a llenarse. Tomo una ultima respiracion y aunque sentia su cuerpo temblar, camino cruzando la pequeña calle hasta llegar a su puerta.. se detuvo un momento ahi con la respiracion acelerada y el ardor comenzando a notarse en sus ojos .

    Toco apenas un par de veces.... de forma suave...casi como si no quisiera que la persona al otro lado escuchara , casi como si no quisiera despedirse

    Dejó caer la caja al piso y colocó la nota sobre ella. Eran sus pertenencias a fin de cuentas, y sabia que si al final iba a alejarse de aquel lugar, lo mejor era dejar atras todo lo que le pudiera recordar a el.

    Dió un par de pasos lentos hacia atrás, para regresar al que en algun momento seria su hogar.
    Zaphiro habia pasado toda la noche anterir guardando todo en cajas, terminandose un par de botellas de vino y llorando de vez en vez. Habia decidido que si el destino al final si se habia reido de ella, no le seguiria dando el gusto de verla como estaba La ultima semana zaphiro se mantenia en vela observando por su ventana hasta que veia a aquel joven pelinegro regresar. Su corazon por fin parecia regresar a su ritmo original, y quiza nadie mas que ella notaba la pequeña costumbre que habia desarrollado, antes de acostarse quitaba cada uno de los seguros de sus ventanas incluso dejando la principal entre abierta.... quiza muy en su interior aun esperaba. Pero ahora ahi....rodeada de cajas y un camión que poco a poco comenzaba a llenarse. Tomo una ultima respiracion y aunque sentia su cuerpo temblar, camino cruzando la pequeña calle hasta llegar a su puerta.. se detuvo un momento ahi con la respiracion acelerada y el ardor comenzando a notarse en sus ojos . Toco apenas un par de veces.... de forma suave...casi como si no quisiera que la persona al otro lado escuchara , casi como si no quisiera despedirse Dejó caer la caja al piso y colocó la nota sobre ella. Eran sus pertenencias a fin de cuentas, y sabia que si al final iba a alejarse de aquel lugar, lo mejor era dejar atras todo lo que le pudiera recordar a el. Dió un par de pasos lentos hacia atrás, para regresar al que en algun momento seria su hogar.
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  • 𝑶𝒑𝒆𝒓𝒂𝒕𝒔𝒊𝒚𝒂: 𝑼𝒗𝒊𝒅𝒆𝒕' 𝒊𝒌𝒉 𝒔𝒏𝒐𝒗𝒂




    Todos los indicios, las pistas y las pruebas apuntaban a 𝐊𝐢𝐞𝐯 𝐑𝐨𝐦𝐚𝐥𝐬𝐤𝐨 en Rusia. Hacía días que ya estaba en Tver de nuevo, en las tierras de lo que fue mi familia biológica. Rastreando, hurgando, corrompiendo satélites rusos y estadounidenses dándole vueltas a las cosas. Había una patente a su nombre cerca de Jimki pero el rastro se perdió en Greenwood Hotel Alliance. De hecho no hubo más registro.

    Mucha opción no me quedaba aunque no quería volver a la capital, no me quedaba de otra. Necesitaba saber que había pasado todo este tiempo, al menos reafirmar mi lealtad y que seguiría aceptando sus contratos. No podía dejar pasar que me tomen como una traidora. Después de todo, él fue el único que apareció cuando la cosa se puso fea y tuve que hacerme sola.

    Moscú significaba muchas cosas. Esa noche, más que nada. La muerte de mis padres hizo que vayamos todos a Moscú, que me recibieran ahí y que me explicaran a tan corta edad que mi cabeza tendría precio. Digamos que no fallaron en nada con sus predicciones, no?

    -Debe haber ido a la Sede, algo debe haber salido mal y calculó que podrían ayudarlo. -me dije a mí misma tratando de ser positiva, esfuezo vano que imitaba un poco la falsa esperanza que emanaba de Ryan , otro del que no sabía si seguía vivo, muerto o solo había desaparecido. Quizás, retomó el contacto con Kiev y están juntos de nuevo. No lo sé.

    -Miss, vam uzhe pora gotovit'sya k meropriyatiyu. Mashina budet cherez polchasa, i, chestno govorya... yesli mozhno tak vyrazit'sya, vy v uzhasnom sostoyanii. -me comentó la ama de llaves de la familia. -Jajaja, ty prava, Yelena. Segodnya vecherom nam pridotsya ustroit' predstavleniye.-Me senté en la cómoda frente del espejo y empezó a arreglarme el cabello y ayudarme a vestirme.

    Al llegar al evento, no me esperaba verlo ahí. Si se escondía era mejor no aparecer en momentos así, más si lo llegaban a estar persiguiendo, pero sí sabía de varios que estaban involucrados y que, con un par de copas, aflojarían la lengua para darme información al respecto. Cómo era de esperarse, hubo un momento en el que tuve que infiltrarme dentro de la oficina del organizador. Allí encontré una carpeta roja titulada: "Красная мафия".
    -Por qué me da la impresión de que Rubi Ketchlant estuvo aquí? -pensé mientras sentía cierto aroma que era muy similar al perfume que usaba normalmente. Inmediatamente la abrí, y ahí estaba su nombre. Cerré la carpeta y volví por donde me había ido.

    Si, entré por la ventana porque casi que no la cuento en el cuarto de al lado.
    𝑶𝒑𝒆𝒓𝒂𝒕𝒔𝒊𝒚𝒂: 𝑼𝒗𝒊𝒅𝒆𝒕' 𝒊𝒌𝒉 𝒔𝒏𝒐𝒗𝒂 Todos los indicios, las pistas y las pruebas apuntaban a [Kiev_Romalsko] en Rusia. Hacía días que ya estaba en Tver de nuevo, en las tierras de lo que fue mi familia biológica. Rastreando, hurgando, corrompiendo satélites rusos y estadounidenses dándole vueltas a las cosas. Había una patente a su nombre cerca de Jimki pero el rastro se perdió en Greenwood Hotel Alliance. De hecho no hubo más registro. Mucha opción no me quedaba aunque no quería volver a la capital, no me quedaba de otra. Necesitaba saber que había pasado todo este tiempo, al menos reafirmar mi lealtad y que seguiría aceptando sus contratos. No podía dejar pasar que me tomen como una traidora. Después de todo, él fue el único que apareció cuando la cosa se puso fea y tuve que hacerme sola. Moscú significaba muchas cosas. Esa noche, más que nada. La muerte de mis padres hizo que vayamos todos a Moscú, que me recibieran ahí y que me explicaran a tan corta edad que mi cabeza tendría precio. Digamos que no fallaron en nada con sus predicciones, no? -Debe haber ido a la Sede, algo debe haber salido mal y calculó que podrían ayudarlo. -me dije a mí misma tratando de ser positiva, esfuezo vano que imitaba un poco la falsa esperanza que emanaba de [Ryan_Al_72] , otro del que no sabía si seguía vivo, muerto o solo había desaparecido. Quizás, retomó el contacto con Kiev y están juntos de nuevo. No lo sé. -Miss, vam uzhe pora gotovit'sya k meropriyatiyu. Mashina budet cherez polchasa, i, chestno govorya... yesli mozhno tak vyrazit'sya, vy v uzhasnom sostoyanii. -me comentó la ama de llaves de la familia. -Jajaja, ty prava, Yelena. Segodnya vecherom nam pridotsya ustroit' predstavleniye.-Me senté en la cómoda frente del espejo y empezó a arreglarme el cabello y ayudarme a vestirme. Al llegar al evento, no me esperaba verlo ahí. Si se escondía era mejor no aparecer en momentos así, más si lo llegaban a estar persiguiendo, pero sí sabía de varios que estaban involucrados y que, con un par de copas, aflojarían la lengua para darme información al respecto. Cómo era de esperarse, hubo un momento en el que tuve que infiltrarme dentro de la oficina del organizador. Allí encontré una carpeta roja titulada: "Красная мафия". -Por qué me da la impresión de que [Rub_i26] estuvo aquí? -pensé mientras sentía cierto aroma que era muy similar al perfume que usaba normalmente. Inmediatamente la abrí, y ahí estaba su nombre. Cerré la carpeta y volví por donde me había ido. Si, entré por la ventana porque casi que no la cuento en el cuarto de al lado.
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  • Cementerio, aniversario de sus padres.

    El cielo estaba nublado, como casi todos los años en esta fecha. Caminé entre las lápidas con un ramo de flores en la mano, sintiendo el crujido de la grava bajo mis botas. Me detuve frente a sus nombres. Luc Valcourt. Elena Valcourt.

    Dejé las flores sobre la piedra fría y me quedé de pie unos segundos, sin saber qué decir. Siempre me pasaba lo mismo. Todo el año sin derramar una lágrima, y justo aquí… todo se rompía.

    Me agaché lentamente, apoyando la mano sobre la lápida.
    —Hola… —mi voz sonó baja, casi un susurro—. Ya ha pasado otro año.

    Tragué saliva. Me senté en el suelo frente a ellos, dejando que el silencio llenara el aire.

    —He intentado seguir… de verdad. He trabajado, he hecho cosas, he sobrevivido. Pero siento que… que algo no me deja avanzar. —Noté las lágrimas empezar a quemar, deslizándose sin que pudiera detenerlas—. Es como si todavía estuviera ahí… ese día. Como si todo se hubiera quedado congelado.

    Me cubrí la cara con una mano, respirando hondo.
    —Sé que debería haberlo superado. Han pasado años. Pero no puedo. No puedo… porque siento que nunca me despedí de verdad.

    Cerré los ojos y dejé que las lágrimas cayeran libremente.
    —Necesito hablar con vosotros una última vez… necesito deciros que lo siento. Que ojalá hubiera estado ahí. Que ojalá hubiera podido hacer algo.

    El viento sopló suavemente, moviendo las flores. Me quedé allí, llorando en silencio, como solo me permito hacerlo una vez al año.

    —Papá… mamá… no sé cómo seguir adelante. Pero lo intentaré. Os lo prometo. Solo… ayudadme a soltar esto, aunque sea un poco.

    Me quedé quieta, respirando el aire frío, sintiendo el peso en el pecho. Quizá no era suficiente para sanar, pero por unos minutos, al menos, me sentí menos sola.
    Cementerio, aniversario de sus padres. El cielo estaba nublado, como casi todos los años en esta fecha. Caminé entre las lápidas con un ramo de flores en la mano, sintiendo el crujido de la grava bajo mis botas. Me detuve frente a sus nombres. Luc Valcourt. Elena Valcourt. Dejé las flores sobre la piedra fría y me quedé de pie unos segundos, sin saber qué decir. Siempre me pasaba lo mismo. Todo el año sin derramar una lágrima, y justo aquí… todo se rompía. Me agaché lentamente, apoyando la mano sobre la lápida. —Hola… —mi voz sonó baja, casi un susurro—. Ya ha pasado otro año. Tragué saliva. Me senté en el suelo frente a ellos, dejando que el silencio llenara el aire. —He intentado seguir… de verdad. He trabajado, he hecho cosas, he sobrevivido. Pero siento que… que algo no me deja avanzar. —Noté las lágrimas empezar a quemar, deslizándose sin que pudiera detenerlas—. Es como si todavía estuviera ahí… ese día. Como si todo se hubiera quedado congelado. Me cubrí la cara con una mano, respirando hondo. —Sé que debería haberlo superado. Han pasado años. Pero no puedo. No puedo… porque siento que nunca me despedí de verdad. Cerré los ojos y dejé que las lágrimas cayeran libremente. —Necesito hablar con vosotros una última vez… necesito deciros que lo siento. Que ojalá hubiera estado ahí. Que ojalá hubiera podido hacer algo. El viento sopló suavemente, moviendo las flores. Me quedé allí, llorando en silencio, como solo me permito hacerlo una vez al año. —Papá… mamá… no sé cómo seguir adelante. Pero lo intentaré. Os lo prometo. Solo… ayudadme a soltar esto, aunque sea un poco. Me quedé quieta, respirando el aire frío, sintiendo el peso en el pecho. Quizá no era suficiente para sanar, pero por unos minutos, al menos, me sentí menos sola.
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  • - Aunque haya pasado mucho tiempo fuera del agua y me encuentre en mi forma humana creo que el aroma del mar no se va

    (Ayer un gato se abalanzó sobre mí e intentó comerme, en serio aún huelo a pescado?)
    - Aunque haya pasado mucho tiempo fuera del agua y me encuentre en mi forma humana creo que el aroma del mar no se va (Ayer un gato se abalanzó sobre mí e intentó comerme, en serio aún huelo a pescado?)
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  • Estaba acostada al revés, con las piernas colgando por el respaldo del sillón y la cabeza medio hundida en el colchón viejo, ese que todavía olía a lavanda del mes pasado. La pantalla del celular reflejaba su cara, y por un segundo pensó que no se reconocía del todo.

    Click. Otra selfie. Otra más que probablemente no subiría.

    Era un mal chiste. Sus redes tenían escasas fotografías, pero su galería estaba repleta de momentos que parecía atesorar en silencio. De una forma u otra, necesitaba dejar constancia de que había estado ahí. Que era real. Que aún vivía. Respiraba.

    El caos ya no era un extraño. Más bien, un viejo conocido que a veces venía de visita. Raven suspiró, pensando que ya tenía demasiado tiempo sin verlo. ¿Lo extrañaba? Quizá. Era culpa de la calma… de esa paz artificial que pesa cuando sabes que todo está a punto de estallar. Al menos el caos se presentaba sin máscaras, no como esta serenidad hipócrita que todos fingían tener últimamente.

    Abrió de nuevo la cámara y se miró. Pelo desordenado, ojeras suaves, expresión neutra. Le pareció gracioso que, incluso cuando intentaba parecer desinteresada… había una especie de tristeza colgándole del rostro. Esa marca que no se podía ocultar.

    Sonrió. No por placer. Solo porque era lo último que alguien esperaría de ella.
    Y eso, en su mundo, era casi como tener el control.
    Estaba acostada al revés, con las piernas colgando por el respaldo del sillón y la cabeza medio hundida en el colchón viejo, ese que todavía olía a lavanda del mes pasado. La pantalla del celular reflejaba su cara, y por un segundo pensó que no se reconocía del todo. Click. Otra selfie. Otra más que probablemente no subiría. Era un mal chiste. Sus redes tenían escasas fotografías, pero su galería estaba repleta de momentos que parecía atesorar en silencio. De una forma u otra, necesitaba dejar constancia de que había estado ahí. Que era real. Que aún vivía. Respiraba. El caos ya no era un extraño. Más bien, un viejo conocido que a veces venía de visita. Raven suspiró, pensando que ya tenía demasiado tiempo sin verlo. ¿Lo extrañaba? Quizá. Era culpa de la calma… de esa paz artificial que pesa cuando sabes que todo está a punto de estallar. Al menos el caos se presentaba sin máscaras, no como esta serenidad hipócrita que todos fingían tener últimamente. Abrió de nuevo la cámara y se miró. Pelo desordenado, ojeras suaves, expresión neutra. Le pareció gracioso que, incluso cuando intentaba parecer desinteresada… había una especie de tristeza colgándole del rostro. Esa marca que no se podía ocultar. Sonrió. No por placer. Solo porque era lo último que alguien esperaría de ella. Y eso, en su mundo, era casi como tener el control.
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  • Entré en la joyería como si fuera cualquier otro sitio, pero la sensación era distinta. Me incomodaba estar rodeada de vitrinas brillantes y dependientes sonrientes demasiado atentos, pero no iba a echarme atrás. Caminé directo al mostrador, ignorando las miradas.

    —Busco algo… simple —dije, apoyando las manos sobre el cristal—. Nada exagerado, elegante.

    La mujer me mostró varias opciones. Todas perfectas, todas caras. Pero ninguna me decía nada hasta que vi uno: un aro de plata fina con un detalle en relieve, elegante, como ella.

    —Ese —lo señalé sin dudar.

    La dependienta sonrió, lo sacó de la vitrina. Me lo puso en la mano. Era ligero. Frío. Me imaginé su rostro al verlo y casi sonreí.

    —¿Es para compromiso o promesa? —preguntó ella, curiosa.

    —Para mi mujer —respondí sin pensar mucho, con esa palabra que todavía me sonaba nueva en la boca pero que me gustaba—. Llámelo como quiera.

    Pagué en efectivo, pedí que me lo dieran en una caja pequeña. Lo guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta, cerca del pecho.

    Salí de la joyería encendiendo un cigarro. Caminé hacia la moto con las manos en los bolsillos, sintiendo el peso mínimo de la caja. No era solo un anillo, no para mí. Era mi forma de decirle que, pese a todo lo que éramos, lo que habíamos pasado y lo que seguíamos arrastrando, ella era lo único que no quería perder.

    No soy buena con las palabras, nunca lo fui. Pero esto… esto ella lo entendería.
    Entré en la joyería como si fuera cualquier otro sitio, pero la sensación era distinta. Me incomodaba estar rodeada de vitrinas brillantes y dependientes sonrientes demasiado atentos, pero no iba a echarme atrás. Caminé directo al mostrador, ignorando las miradas. —Busco algo… simple —dije, apoyando las manos sobre el cristal—. Nada exagerado, elegante. La mujer me mostró varias opciones. Todas perfectas, todas caras. Pero ninguna me decía nada hasta que vi uno: un aro de plata fina con un detalle en relieve, elegante, como ella. —Ese —lo señalé sin dudar. La dependienta sonrió, lo sacó de la vitrina. Me lo puso en la mano. Era ligero. Frío. Me imaginé su rostro al verlo y casi sonreí. —¿Es para compromiso o promesa? —preguntó ella, curiosa. —Para mi mujer —respondí sin pensar mucho, con esa palabra que todavía me sonaba nueva en la boca pero que me gustaba—. Llámelo como quiera. Pagué en efectivo, pedí que me lo dieran en una caja pequeña. Lo guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta, cerca del pecho. Salí de la joyería encendiendo un cigarro. Caminé hacia la moto con las manos en los bolsillos, sintiendo el peso mínimo de la caja. No era solo un anillo, no para mí. Era mi forma de decirle que, pese a todo lo que éramos, lo que habíamos pasado y lo que seguíamos arrastrando, ella era lo único que no quería perder. No soy buena con las palabras, nunca lo fui. Pero esto… esto ella lo entendería.
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  • No sé qué día es.
    O, mejor dicho… no me importa.

    El reloj de la pared parece atrasado, aunque juro que hace diez minutos marcaba lo mismo. Afuera, la lluvia arrastra las luces como si alguien estuviera llorando pintura. Aquí dentro, el café huele a humo viejo, a conversaciones que no llegaron a nada y a panes que no saben a hogar.

    Tecleo sin pensar.

    Las palabras se cuelan entre los dedos, pero no me escuchan. Estoy escribiendo una historia que no quiero contar. Una de esas que se escriben solas, aunque preferirías que se quedaran encerradas en el fondo del pecho.

    Un pitido de la cafetera. Otra taza servida. Otro corazón que no se atreve a decir “buenos días”.

    La silla frente a mí se mueve. No levanto la vista. El lugar está lleno, normal que alguien tenga que compartir mesa con un vagabundo disfrazado de periodista.

    Gabardina, ojeras y una cara que ni yo reconozco en los espejos. Me da igual. Supongo que también les da igual a ellos.

    Al principio, nos ignoramos. Una costumbre vieja: fingir que el otro no existe para no romper el velo del silencio. Pero hay algo en la forma en que se sienta… tranquila, segura, pero con esa tensión mínima que sólo se nota cuando ya estás acostumbrado a mirar de más.

    Cruzo la mirada con… ¿ella? ¿él? No importa. Hay ojos. Y están cansados también.

    Suspiro. Largo, lento. No es de fastidio, sino de rendición. Como cuando decides que hoy no vas a correr detrás del tiempo. Que vas a dejarte llevar por la corriente.

    Apago el portátil. Lo cierro con un clic suave, como si no quisiera despertar a las palabras atrapadas dentro.

    Le dedico una media sonrisa. La mía: torcida, discreta y con gusto a nicotina que ya no fumo.
    Extiendo la mano por encima de la mesa, con los dedos manchados de tinta invisible y café barato.

    —Samot —digo—.
    Sin apellido si no hace falta. Aunque si pregunta, se lo doy. Soy periodista, no espía.

    Y mientras estrecho su mano, me doy cuenta de algo:
    hay momentos que parecen sueños.
    Y otros que parecen recuerdos… de cosas que aún no han pasado.
    No sé qué día es. O, mejor dicho… no me importa. El reloj de la pared parece atrasado, aunque juro que hace diez minutos marcaba lo mismo. Afuera, la lluvia arrastra las luces como si alguien estuviera llorando pintura. Aquí dentro, el café huele a humo viejo, a conversaciones que no llegaron a nada y a panes que no saben a hogar. Tecleo sin pensar. Las palabras se cuelan entre los dedos, pero no me escuchan. Estoy escribiendo una historia que no quiero contar. Una de esas que se escriben solas, aunque preferirías que se quedaran encerradas en el fondo del pecho. Un pitido de la cafetera. Otra taza servida. Otro corazón que no se atreve a decir “buenos días”. La silla frente a mí se mueve. No levanto la vista. El lugar está lleno, normal que alguien tenga que compartir mesa con un vagabundo disfrazado de periodista. Gabardina, ojeras y una cara que ni yo reconozco en los espejos. Me da igual. Supongo que también les da igual a ellos. Al principio, nos ignoramos. Una costumbre vieja: fingir que el otro no existe para no romper el velo del silencio. Pero hay algo en la forma en que se sienta… tranquila, segura, pero con esa tensión mínima que sólo se nota cuando ya estás acostumbrado a mirar de más. Cruzo la mirada con… ¿ella? ¿él? No importa. Hay ojos. Y están cansados también. Suspiro. Largo, lento. No es de fastidio, sino de rendición. Como cuando decides que hoy no vas a correr detrás del tiempo. Que vas a dejarte llevar por la corriente. Apago el portátil. Lo cierro con un clic suave, como si no quisiera despertar a las palabras atrapadas dentro. Le dedico una media sonrisa. La mía: torcida, discreta y con gusto a nicotina que ya no fumo. Extiendo la mano por encima de la mesa, con los dedos manchados de tinta invisible y café barato. —Samot —digo—. Sin apellido si no hace falta. Aunque si pregunta, se lo doy. Soy periodista, no espía. Y mientras estrecho su mano, me doy cuenta de algo: hay momentos que parecen sueños. Y otros que parecen recuerdos… de cosas que aún no han pasado.
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  • Un nuevo rumbo, el despertar de la sangre antigua.

    -----------

    Ya poco o nada quedaba en la mente de Mia, lo que había pasado en Cheydinhall ya eran recuerdos pero aún estaba fresco el dolor de haber perdido a su madre Kari, hubiera podido haber hecho más pero no… Mia suspiró y con eso un nuevo aire y misión, llegar a Falkreath, al último santuario de la Hermandad Oscura que queda en pie, su último refugio.

    Había cruzado la frontera imperial esa mañana, dejando atrás los bosques brumosos de Cyrodiil. El paso de la montaña era angosto, vigilado por imperiales armados. Pronto, las murallas ennegrecidas de Helgen se alzaron ante ella, aún sin saber que allí cambiaría su destino para siempre. Esa mañana la frontera estaba más agitada que de costumbre, los imperiales más estrictos con sus requisas y preguntas, se rumoraba que traerían a una captura importante, tanto que hizo arribar a Helgen al mismísimo general Tulio. Mia no prestó atención a los detalles, si no se murmura el nombre de Sithis, no vale la pena, aprovechando el descuido de los imperiales, ella se coló por entre las filas, invisible a los de ellos, ya pasado el percance, ahora si se dirigiría al paso más cercano, cauce boscoso de ahí a Falkreath.

    No le tomó mucho llegar, Cauce Boscoso Boscoso estaba a media hora a pie de Helgen, el lugar era acogedor, una muralla daba la bienvenida, no habían guardias y eso era bueno, tras el arco de la muralla una anciana que curtia cuero en las afueras de su casa, seguido de otra casa que por el letrero, era la casa de comercio, al lado izquierdo la herrería y al lado derecho después de la casa de comercio la posada el gigante dormido, Mia decidió que iría por algo, quizá alquilar una habitación y dormir que bien le hace falta y comer algo decente.

    Mia entro a la posada, era modesta y bien organizada, tenía todo lo que necesitaba, avanzó hacia el tabernero y alquiló una habitación, diez monedas le pidió las cuales ella sacó de su bolsa, si, la paga de su último contrato, el último antes que todo se viniera abajo, pidió un tazón de estofado de ternera, hidromiel y pan, luego fue a tomar su asiento esperando lo pedido cuando en ese momento, dentro de ella algo se sacudió, era como si algo o alguien la llamara, disimuladamente buscó por todo lado y nada encontró, la dueña de la taberna, una nórdica de cabello rubio le sirvió su pedido pero Mia tenía la mirada perdida, temblaba como si tuviese frio, ella le preguntó si estaba bien y fue ahí donde Mia reaccionó y asintió, ella se retiró pero no dejó de observarla, Mia aún seguía sintiendo esa rara sensación, acabó su comida de prisa y luego se dirigió al cuarto asignado para ella, tal vez era el cansancio que estaba jugándole una mala pasada, eso era lo que ella pensaba sin imaginarse que a pocos kilómetros de ahí, en Helgen, estaba presenciándose la llegada del Devorador de Mundos, Alduin, su padre.
    Un nuevo rumbo, el despertar de la sangre antigua. ----------- Ya poco o nada quedaba en la mente de Mia, lo que había pasado en Cheydinhall ya eran recuerdos pero aún estaba fresco el dolor de haber perdido a su madre Kari, hubiera podido haber hecho más pero no… Mia suspiró y con eso un nuevo aire y misión, llegar a Falkreath, al último santuario de la Hermandad Oscura que queda en pie, su último refugio. Había cruzado la frontera imperial esa mañana, dejando atrás los bosques brumosos de Cyrodiil. El paso de la montaña era angosto, vigilado por imperiales armados. Pronto, las murallas ennegrecidas de Helgen se alzaron ante ella, aún sin saber que allí cambiaría su destino para siempre. Esa mañana la frontera estaba más agitada que de costumbre, los imperiales más estrictos con sus requisas y preguntas, se rumoraba que traerían a una captura importante, tanto que hizo arribar a Helgen al mismísimo general Tulio. Mia no prestó atención a los detalles, si no se murmura el nombre de Sithis, no vale la pena, aprovechando el descuido de los imperiales, ella se coló por entre las filas, invisible a los de ellos, ya pasado el percance, ahora si se dirigiría al paso más cercano, cauce boscoso de ahí a Falkreath. No le tomó mucho llegar, Cauce Boscoso Boscoso estaba a media hora a pie de Helgen, el lugar era acogedor, una muralla daba la bienvenida, no habían guardias y eso era bueno, tras el arco de la muralla una anciana que curtia cuero en las afueras de su casa, seguido de otra casa que por el letrero, era la casa de comercio, al lado izquierdo la herrería y al lado derecho después de la casa de comercio la posada el gigante dormido, Mia decidió que iría por algo, quizá alquilar una habitación y dormir que bien le hace falta y comer algo decente. Mia entro a la posada, era modesta y bien organizada, tenía todo lo que necesitaba, avanzó hacia el tabernero y alquiló una habitación, diez monedas le pidió las cuales ella sacó de su bolsa, si, la paga de su último contrato, el último antes que todo se viniera abajo, pidió un tazón de estofado de ternera, hidromiel y pan, luego fue a tomar su asiento esperando lo pedido cuando en ese momento, dentro de ella algo se sacudió, era como si algo o alguien la llamara, disimuladamente buscó por todo lado y nada encontró, la dueña de la taberna, una nórdica de cabello rubio le sirvió su pedido pero Mia tenía la mirada perdida, temblaba como si tuviese frio, ella le preguntó si estaba bien y fue ahí donde Mia reaccionó y asintió, ella se retiró pero no dejó de observarla, Mia aún seguía sintiendo esa rara sensación, acabó su comida de prisa y luego se dirigió al cuarto asignado para ella, tal vez era el cansancio que estaba jugándole una mala pasada, eso era lo que ella pensaba sin imaginarse que a pocos kilómetros de ahí, en Helgen, estaba presenciándose la llegada del Devorador de Mundos, Alduin, su padre.
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  • Cómo..me gustaría arreglar las cosas ,el pasado...todo...esto me duele mucho
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