• De nuevo comenzaba a llegarle la depresión, negando y suspirando, queriendo sacar esos pensamientos de su cabeza.
    No había motivo para sentirse mal, pero no podía controlarlo, menos con lo hormonal del embarazo, envolviéndose con sus alas como un capullo.
    De nuevo comenzaba a llegarle la depresión, negando y suspirando, queriendo sacar esos pensamientos de su cabeza. No había motivo para sentirse mal, pero no podía controlarlo, menos con lo hormonal del embarazo, envolviéndose con sus alas como un capullo.
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  • "No queda esperanza."

    "Solo eran bichos estúpidos"

    "Corrían en masa hacia nuestra puerta y nuestras balas hacían el resto"

    "Por supuesto nadie limpiaba los cuerpos, solo se apilaban frente nuestras puertas de acero"

    "Sin falta, cada noche, el grito de las bestias y nuestras balas y cañones terminaban"

    "Inexpugnable, invencible, impasable la fortaleza corpus-grineer"

    "Pero noche tras noche, no dejaban de venir, corrían y reptaban hacia nuestros muros"

    "Nuestra colonia sobrevivirá, nuestra colonia es la mejor, inclusive pasaron 5 noches sin más olas, nuestros enemigos se han agotado, toca celebrar."

    "No hay comunicación establecida hacia nuestra colonia"

    "Nadie responde nuestras llamadas, hace más de 4 noches"

    "Fue entonces que nos dimos cuenta tarde"

    "En el exterior llega una nueva ola de esos malditos devoradores de carne, y de la colonia en un ataque simultaneo pude reconocer una prenda de mi hija entre esa masa de invasores que atacan nuestra retaguardia"

    "Al menos si muero, tengo la esperanza de re-encontrarme con mi hija entre los tejidos infestados."

    "No son bestias estúpidas y no entiendo como lo consiguieron..."

    Chroma apaga la grabación, mientras dirige una mirada hacia el portón de acero abierto de par en par, y un ecosistema infestado se había establecido puertas adentro, por lo que sabía que le esperaba, una larga purga.
    "No queda esperanza." "Solo eran bichos estúpidos" "Corrían en masa hacia nuestra puerta y nuestras balas hacían el resto" "Por supuesto nadie limpiaba los cuerpos, solo se apilaban frente nuestras puertas de acero" "Sin falta, cada noche, el grito de las bestias y nuestras balas y cañones terminaban" "Inexpugnable, invencible, impasable la fortaleza corpus-grineer" "Pero noche tras noche, no dejaban de venir, corrían y reptaban hacia nuestros muros" "Nuestra colonia sobrevivirá, nuestra colonia es la mejor, inclusive pasaron 5 noches sin más olas, nuestros enemigos se han agotado, toca celebrar." "No hay comunicación establecida hacia nuestra colonia" "Nadie responde nuestras llamadas, hace más de 4 noches" "Fue entonces que nos dimos cuenta tarde" "En el exterior llega una nueva ola de esos malditos devoradores de carne, y de la colonia en un ataque simultaneo pude reconocer una prenda de mi hija entre esa masa de invasores que atacan nuestra retaguardia" "Al menos si muero, tengo la esperanza de re-encontrarme con mi hija entre los tejidos infestados." "No son bestias estúpidas y no entiendo como lo consiguieron..." Chroma apaga la grabación, mientras dirige una mirada hacia el portón de acero abierto de par en par, y un ecosistema infestado se había establecido puertas adentro, por lo que sabía que le esperaba, una larga purga.
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  • Convivencia forzada:

    Capítulo 2:
    Del miedo no se huye.
    Incluso las flores tiemblan cuando el invierno acecha.
    Earthrealm — Fangjiang.
    (Autoconclusivo)


    La casa, alguna vez su refugio, se había transformado en una jaula. Su hogar, donde las risas de los niños solían llenar las mañanas, donde el aroma a tinta y a hierbas se mezclaba con la voz cálida de sus enseñanzas, ahora era un espacio silenciado por la presencia del depredador.

    Syzoth no permitía que los niños regresaran. **“No quiero ver mocosos en esta casa”,** había gruñido el primer día. Y así, los pequeños que tanto amaba Mei fueron desterrados de su rutina sin aviso ni explicación. Todo lo que antes le daba sentido a sus días había desaparecido.

    La extrañeza se volvió dolor. El dolor, desesperación.

    Y esa mañana, por primera vez, Syzoth no estaba en el mismo rincón acechando. El silencio era diferente. No pesado, sino vacío. No se oía su respiración, ni el roce sutil de sus garras contra la madera.

    ¿Se había ido?

    Mei contuvo el aliento. No había forma de saberlo, pero el impulso fue más fuerte que el miedo. Se cubrió con una capa sencilla, ajustó el velo que ocultaba parte de su rostro y salió, pisando apenas, como si el suelo pudiera traicionarla.

    El aire frío le acarició el rostro. El camino hasta el sendero del pueblo no era largo, solo un trecho más allá del jardín. Allí, tal vez, podría pedir ayuda… o simplemente ver a los niños. Tal vez distraerse. Tal vez respirar.

    Pero su inquilino no dormía. No descansaba.
    Y cazadores como él no necesitan ver para saber.

    No había avanzado más que unos pasos cuando un susurro reptante cortó el viento. Un zumbido. Un desplazamiento en la maleza. Y luego, en un parpadeo, fue atrapada.

    Una mano férrea como piedra la sujetó del brazo y, con un tirón violento, la hizo girar de golpe.

    —¿A dónde ibas? —la voz de Syzoth era una daga envuelta en humo.

    Mei tembló. Intentó dar un paso atrás, pero él no se lo permitió. La arrastró de vuelta a la casa, sin decir más, como quien arrastra un objeto extraviado, no una persona. Ella forcejeaba, pero él ni se inmutaba. No era crueldad desmedida… era naturaleza. Él no entendía el dolor que causaba. Ni le importaba.

    Una vez dentro, la empujó contra la pared con tal fuerza que las tablas crujieron.

    —Responde. ¿Por qué escapabas?

    —Yo… yo solo quería ir al pueblo…

    —¿Para qué? ¿Para traer a alguien? ¿Delatarme?

    —¡No! ¡No era eso!

    Su incredulidad era venenosa. No buscaba explicaciones, buscaba control. Mei no supo qué decir. El miedo la ahogaba.

    Syzoth apretó sus hombros, y ella reprimió un grito. La pared le raspaba la espalda. No tenía salida.

    —No sabes con quién estás jugando —dijo, los ojos brillando de forma inhumana.

    Y entonces, ella se quebró.

    —¡Yo no quiero jugar contigo! —gimió, con las lágrimas descendiendo por sus mejillas pálidas—. Extraño mi vida… ¡Mi casa era tranquila antes de ti! Extraño enseñar a los niños, verlos aprender, sus risas, sus dibujos, sus preguntas inocentes… ¡Extraño no tener miedo!

    Sus palabras se disolvieron en un hilo roto. Syzoth la observó. Inmóvil. Frío. Una furia contenida vibraba en sus ojos como el filo de una cuchilla. Pero entonces, sin soltarla aún, dijo:

    —Syzoth.

    —¿Qué…?

    —Mi nombre. Syzoth. Para que sepas quién te está matando si vuelves a intentar huir.

    Él mantuvo su mirada hacia ella, miraba sus expresiones y hasta su miedo en su mayor expresión, entonces, su rostro torcido en una mueca que era entre burla y amenaza. Se inclinó lentamente, y al oído le susurró:

    —Acostúmbrate al miedo y a su nombre.

    La soltó con un empujón seco y desapareció. Como una sombra que se funde en las paredes, se desvaneció usando su habilidad para volverse invisible.

    Mei cayó al suelo, aún temblando. Se quedó ahí unos minutos, el rostro húmedo, las manos en el regazo. Sentía que todo en su interior se rompía y que nadie podía verla para recoger los pedazos.

    Con dificultad, se incorporó y caminó hasta el estudio. Aquel rincón, donde antaño daba clases de escritura y cultivaba hierbas para infusiones, ahora era su dormitorio improvisado. Se sentó en el futón, abrazando una manta sin fuerzas.

    Miró el techo. Lloró un poco más. Luego… nada. El cansancio le pesaba en los huesos. Horas después, Syzoth la encontró así. En posición fetal, los ojos hinchados, el ceño aún fruncido por el llanto incluso dormida.

    La observó por largo rato sin decir nada.

    No entendía su dolor, pero tampoco lo ignoraba entonces se fue a la habitación donde él dormía, o mas bien había reclamado como suya,  tomo una manta y volvió con esta en sus brazos, se la echó encima de forma brusca, casi torpe, como si el acto en sí lo incomodara. Y antes de irse, tomó una daga corta de su cinturón —no cualquier arma, sino una de caza ritual, de hoja negra y empuñadura con grabados zaterranos— tomó una hoja de ese escritorio y un lápiz, escribió algo en ella  y la clavó en la mesa atravesando la hoja completamente, en la nota rezaba:

    "Alístate. Tus mocosos vendrán pronto."

    La mañana siguiente, Mei despertó sintiendo algo diferente. El peso de la manta. El frío ausente. Y luego, vio la nota… y la daga.

    Leyó.
    Releyó.

    No supo si era una amenaza, una burla… o algo más extraño aún: una disculpa. Una forma brutal de decir "te escuché", "no sé cómo manejar esto", o tal vez… "no quiero seguir siendo ese monstruo".
    Y aunque su corazón aún dolía, aunque el miedo no se había ido… una leve sonrisa se asomó en sus labios.

    No era la paz que soñaba. Pero tal vez, solo tal vez… la tormenta comenzaba a dar paso a algo distinto.
    Convivencia forzada: Capítulo 2: Del miedo no se huye. Incluso las flores tiemblan cuando el invierno acecha. Earthrealm — Fangjiang. (Autoconclusivo) La casa, alguna vez su refugio, se había transformado en una jaula. Su hogar, donde las risas de los niños solían llenar las mañanas, donde el aroma a tinta y a hierbas se mezclaba con la voz cálida de sus enseñanzas, ahora era un espacio silenciado por la presencia del depredador. Syzoth no permitía que los niños regresaran. **“No quiero ver mocosos en esta casa”,** había gruñido el primer día. Y así, los pequeños que tanto amaba Mei fueron desterrados de su rutina sin aviso ni explicación. Todo lo que antes le daba sentido a sus días había desaparecido. La extrañeza se volvió dolor. El dolor, desesperación. Y esa mañana, por primera vez, Syzoth no estaba en el mismo rincón acechando. El silencio era diferente. No pesado, sino vacío. No se oía su respiración, ni el roce sutil de sus garras contra la madera. ¿Se había ido? Mei contuvo el aliento. No había forma de saberlo, pero el impulso fue más fuerte que el miedo. Se cubrió con una capa sencilla, ajustó el velo que ocultaba parte de su rostro y salió, pisando apenas, como si el suelo pudiera traicionarla. El aire frío le acarició el rostro. El camino hasta el sendero del pueblo no era largo, solo un trecho más allá del jardín. Allí, tal vez, podría pedir ayuda… o simplemente ver a los niños. Tal vez distraerse. Tal vez respirar. Pero su inquilino no dormía. No descansaba. Y cazadores como él no necesitan ver para saber. No había avanzado más que unos pasos cuando un susurro reptante cortó el viento. Un zumbido. Un desplazamiento en la maleza. Y luego, en un parpadeo, fue atrapada. Una mano férrea como piedra la sujetó del brazo y, con un tirón violento, la hizo girar de golpe. —¿A dónde ibas? —la voz de Syzoth era una daga envuelta en humo. Mei tembló. Intentó dar un paso atrás, pero él no se lo permitió. La arrastró de vuelta a la casa, sin decir más, como quien arrastra un objeto extraviado, no una persona. Ella forcejeaba, pero él ni se inmutaba. No era crueldad desmedida… era naturaleza. Él no entendía el dolor que causaba. Ni le importaba. Una vez dentro, la empujó contra la pared con tal fuerza que las tablas crujieron. —Responde. ¿Por qué escapabas? —Yo… yo solo quería ir al pueblo… —¿Para qué? ¿Para traer a alguien? ¿Delatarme? —¡No! ¡No era eso! Su incredulidad era venenosa. No buscaba explicaciones, buscaba control. Mei no supo qué decir. El miedo la ahogaba. Syzoth apretó sus hombros, y ella reprimió un grito. La pared le raspaba la espalda. No tenía salida. —No sabes con quién estás jugando —dijo, los ojos brillando de forma inhumana. Y entonces, ella se quebró. —¡Yo no quiero jugar contigo! —gimió, con las lágrimas descendiendo por sus mejillas pálidas—. Extraño mi vida… ¡Mi casa era tranquila antes de ti! Extraño enseñar a los niños, verlos aprender, sus risas, sus dibujos, sus preguntas inocentes… ¡Extraño no tener miedo! Sus palabras se disolvieron en un hilo roto. Syzoth la observó. Inmóvil. Frío. Una furia contenida vibraba en sus ojos como el filo de una cuchilla. Pero entonces, sin soltarla aún, dijo: —Syzoth. —¿Qué…? —Mi nombre. Syzoth. Para que sepas quién te está matando si vuelves a intentar huir. Él mantuvo su mirada hacia ella, miraba sus expresiones y hasta su miedo en su mayor expresión, entonces, su rostro torcido en una mueca que era entre burla y amenaza. Se inclinó lentamente, y al oído le susurró: —Acostúmbrate al miedo y a su nombre. La soltó con un empujón seco y desapareció. Como una sombra que se funde en las paredes, se desvaneció usando su habilidad para volverse invisible. Mei cayó al suelo, aún temblando. Se quedó ahí unos minutos, el rostro húmedo, las manos en el regazo. Sentía que todo en su interior se rompía y que nadie podía verla para recoger los pedazos. Con dificultad, se incorporó y caminó hasta el estudio. Aquel rincón, donde antaño daba clases de escritura y cultivaba hierbas para infusiones, ahora era su dormitorio improvisado. Se sentó en el futón, abrazando una manta sin fuerzas. Miró el techo. Lloró un poco más. Luego… nada. El cansancio le pesaba en los huesos. Horas después, Syzoth la encontró así. En posición fetal, los ojos hinchados, el ceño aún fruncido por el llanto incluso dormida. La observó por largo rato sin decir nada. No entendía su dolor, pero tampoco lo ignoraba entonces se fue a la habitación donde él dormía, o mas bien había reclamado como suya,  tomo una manta y volvió con esta en sus brazos, se la echó encima de forma brusca, casi torpe, como si el acto en sí lo incomodara. Y antes de irse, tomó una daga corta de su cinturón —no cualquier arma, sino una de caza ritual, de hoja negra y empuñadura con grabados zaterranos— tomó una hoja de ese escritorio y un lápiz, escribió algo en ella  y la clavó en la mesa atravesando la hoja completamente, en la nota rezaba: "Alístate. Tus mocosos vendrán pronto." La mañana siguiente, Mei despertó sintiendo algo diferente. El peso de la manta. El frío ausente. Y luego, vio la nota… y la daga. Leyó. Releyó. No supo si era una amenaza, una burla… o algo más extraño aún: una disculpa. Una forma brutal de decir "te escuché", "no sé cómo manejar esto", o tal vez… "no quiero seguir siendo ese monstruo". Y aunque su corazón aún dolía, aunque el miedo no se había ido… una leve sonrisa se asomó en sus labios. No era la paz que soñaba. Pero tal vez, solo tal vez… la tormenta comenzaba a dar paso a algo distinto.
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  • Ubicación: Bosque estatal de ██████.
    Misión: Reconocimiento.
    Equipo: Bravo-1.
    Hora: 06:33 AM.

    Cada metro del corredor que recorrían era idéntico al anterior: paredes de papel tapiz florido, lámparas colgantes con luz cálida, alfombra impecable. Sólo cuando giraron hacia una repentina puerta lateral el equipo lo notó. Las puertas estaban fijas, eran falsas, estaban pintadas y las perillas eran de yeso.

    — Esto no tiene sentido —gruñó Rourke, golpeando la pared con la culata del fusil.

    — Aquí Bravo-1 en el objetivo. Se trata de una... anomalía estructural no reconocida, ¿Me copia? —Spider tocó el intercomunicador.

    Estática. Luego, nada. Viper alzó una mano.

    — Avancemos. No se separen. Regla de oro: nadie responde si escucha su nombre.

    — ¿Por qué alguien escucharía su nombre? —preguntó Dorsey.

    Viper no respondió.

    Caminaron otros diez minutos hasta que la luz se apagó. Fueron tres segundos de oscuridad total y cuando volvió… Mason ya no estaba.

    — ¿Mason? —susurró Rourke, girando sobre sí mismo—. ¡Mason!

    Sólo se escuchaba su propia voz. Ni un sólo disparo, ni un grito. Viper escaneó la zona. No había signos de lucha. Ninguna huella. Como si Mason jamás hubiera estado ahí.

    La angustia se coló como un pinchazo en el pecho de Viper, pero no permitió que fuera por mucho.

    — No se detengan —tenía que sacarlos de ahí.

    Spider comenzó a respirar por la boca. Dorsey murmuraba para sí mismo.

    Siguieron caminando. Al cabo de cinco minutos y un breve apagón más... la casa volvió a cambiar. Ya no era una mansión, ahora estaban en un pasillo de hospital de luces parpadeantes, paredes blancas, carteles de salidas de emergencia. Pero no había puertas.

    — Nos está jodiendo... —la voz de Rourke tembló—. Esto no es real... Esto no puede ser real.

    Viper intentó contenerle, quiso evitar que el miedo se apoderara de él.

    — ¡Rourke! —Demasiado tarde.

    La luz sobre él se apagó solo un instante. Y cuando regresó… Rourke se había ido.

    — ¡Hijo de puta! —Spider dio dos pasos atrás.

    — No puedo… no puedo seguir... —Dorsey cayó de rodillas.

    Viper se agachó frente a él.

    — Sí puedes. Tienes que hacerlo. De pie.

    Dorsey obedeció quizás por reflejo o por respeto... o por miedo.
    Siguieron avanzando.

    En una pared del pasillo apareció un ventanal, varias camillas vacías y desacomodadas se veían a través del cristal. No había puertas, pero tras un parpadeo más de las luces, Dorsey apareció del otro lado.

    — ¿Dorsey? —Viper miró a su alrededor, aquello no era una ilusión—. ¡Dorsey! —Golpeó el ventanal con los puños.

    Dorsey golpeaba desde el otro lado con desesperación.

    — Voy a sacarte de ahí —dijo Viper.

    Pero el cristal fue mutando poco a poco, hasta convertirse en pared. El ventanal había desaparecido.

    — ¡Dorsey!

    Ya sólo quedaban dos.

    Spider estaba en shock, sus años de experiencia le servían para nada bajo estas circunstancias. Murmuraba los nombres de los caídos mientras se sostenía en la pared para no desplomarse.

    — ¡Tenemos que salir! ¡Tenemos que…!

    Y se detuvo.

    Viper lo volteó a ver.

    Spider estaba mirando una puerta roja en la pared, justo a su lado. Su nombre real estaba grabado en ella con letras infantiles y colores brillantes.

    — ¿Qué…? —Spider miraba la puerta con espanto, pero también con anhelo.

    Antes de que Viper pudiera impedirlo o siquiera advertirle, Spider la abrió.

    La habitación era un dormitorio infantil. Había fotografías de su infancia sobre una mesita de noche, dibujos pegados en las paredes. Ecos de las voces de sus padres venían de todas y ninguna parte, sonidos distantes de risas les seguían.

    — ¡Spider, no!

    Spider dio un paso dentro… y desapareció. La puerta se cerró sola. Viper quiso abrirla, pero el pomo de yeso no giró.

    La puerta era falsa.

    Viper se quedó quieto. Respiró hondo, apretó la mandíbula... y avanzó.

    Ahora solo quedaba él.
    Ubicación: Bosque estatal de ██████. Misión: Reconocimiento. Equipo: Bravo-1. Hora: 06:33 AM. Cada metro del corredor que recorrían era idéntico al anterior: paredes de papel tapiz florido, lámparas colgantes con luz cálida, alfombra impecable. Sólo cuando giraron hacia una repentina puerta lateral el equipo lo notó. Las puertas estaban fijas, eran falsas, estaban pintadas y las perillas eran de yeso. — Esto no tiene sentido —gruñó Rourke, golpeando la pared con la culata del fusil. — Aquí Bravo-1 en el objetivo. Se trata de una... anomalía estructural no reconocida, ¿Me copia? —Spider tocó el intercomunicador. Estática. Luego, nada. Viper alzó una mano. — Avancemos. No se separen. Regla de oro: nadie responde si escucha su nombre. — ¿Por qué alguien escucharía su nombre? —preguntó Dorsey. Viper no respondió. Caminaron otros diez minutos hasta que la luz se apagó. Fueron tres segundos de oscuridad total y cuando volvió… Mason ya no estaba. — ¿Mason? —susurró Rourke, girando sobre sí mismo—. ¡Mason! Sólo se escuchaba su propia voz. Ni un sólo disparo, ni un grito. Viper escaneó la zona. No había signos de lucha. Ninguna huella. Como si Mason jamás hubiera estado ahí. La angustia se coló como un pinchazo en el pecho de Viper, pero no permitió que fuera por mucho. — No se detengan —tenía que sacarlos de ahí. Spider comenzó a respirar por la boca. Dorsey murmuraba para sí mismo. Siguieron caminando. Al cabo de cinco minutos y un breve apagón más... la casa volvió a cambiar. Ya no era una mansión, ahora estaban en un pasillo de hospital de luces parpadeantes, paredes blancas, carteles de salidas de emergencia. Pero no había puertas. — Nos está jodiendo... —la voz de Rourke tembló—. Esto no es real... Esto no puede ser real. Viper intentó contenerle, quiso evitar que el miedo se apoderara de él. — ¡Rourke! —Demasiado tarde. La luz sobre él se apagó solo un instante. Y cuando regresó… Rourke se había ido. — ¡Hijo de puta! —Spider dio dos pasos atrás. — No puedo… no puedo seguir... —Dorsey cayó de rodillas. Viper se agachó frente a él. — Sí puedes. Tienes que hacerlo. De pie. Dorsey obedeció quizás por reflejo o por respeto... o por miedo. Siguieron avanzando. En una pared del pasillo apareció un ventanal, varias camillas vacías y desacomodadas se veían a través del cristal. No había puertas, pero tras un parpadeo más de las luces, Dorsey apareció del otro lado. — ¿Dorsey? —Viper miró a su alrededor, aquello no era una ilusión—. ¡Dorsey! —Golpeó el ventanal con los puños. Dorsey golpeaba desde el otro lado con desesperación. — Voy a sacarte de ahí —dijo Viper. Pero el cristal fue mutando poco a poco, hasta convertirse en pared. El ventanal había desaparecido. — ¡Dorsey! Ya sólo quedaban dos. Spider estaba en shock, sus años de experiencia le servían para nada bajo estas circunstancias. Murmuraba los nombres de los caídos mientras se sostenía en la pared para no desplomarse. — ¡Tenemos que salir! ¡Tenemos que…! Y se detuvo. Viper lo volteó a ver. Spider estaba mirando una puerta roja en la pared, justo a su lado. Su nombre real estaba grabado en ella con letras infantiles y colores brillantes. — ¿Qué…? —Spider miraba la puerta con espanto, pero también con anhelo. Antes de que Viper pudiera impedirlo o siquiera advertirle, Spider la abrió. La habitación era un dormitorio infantil. Había fotografías de su infancia sobre una mesita de noche, dibujos pegados en las paredes. Ecos de las voces de sus padres venían de todas y ninguna parte, sonidos distantes de risas les seguían. — ¡Spider, no! Spider dio un paso dentro… y desapareció. La puerta se cerró sola. Viper quiso abrirla, pero el pomo de yeso no giró. La puerta era falsa. Viper se quedó quieto. Respiró hondo, apretó la mandíbula... y avanzó. Ahora solo quedaba él.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    " Cada noche, tejía sueños para los mortales: unos dulces, otros aterradores, todos necesarios. Sin embargo, desde hacía un tiempo, algo en él había cambiado.

    Ya no disfrutaba del arte de soñar.

    Los colores se le desvanecían entre los dedos. Donde antes ponía jardines imposibles y cielos de fuego danzante, ahora solo quedaban grises sin forma. No entendía por qué. No había guerras en su reino, no había enemigos visibles. Pero sentía un peso, como una sombra constante sobre su pecho. Una tristeza callada que ni el sueño más alegre lograba disipar.

    —¿Qué me sucede? —preguntó una noche a su reflejo en el estanque de los sueños no cumplidos.

    El reflejo no respondió.

    Desesperado, Morfeo descendió al mundo de los humanos, disfrazado de viento. Quería entender qué causaba ese vacío en su pecho. Se posó sobre la frente de una niña que lloraba en silencio, en una habitación donde las paredes se habían acostumbrado a ignorar el dolor.

    En su sueño, la niña le habló:

    —¿Tú también te sientes solo aunque todos te vean? —

    Y Morfeo entendió.

    Él, creador de sueños, se había olvidado de soñar para sí mismo. Había vivido siglos entre las ilusiones de otros, sin permitirse tener las suyas. Había cuidado los corazones ajenos, pero descuidado el suyo.

    Entonces lloró. No como un dios, sino como un alma.

    Y de esas lágrimas nació un nuevo tipo de sueño: uno que mezclaba dolor y esperanza, pérdida y renacimiento. Un sueño más humano. Más real.

    Desde entonces, Morfeo siguió tejiendo, pero ya no para escapar del dolor, sino para aceptarlo y transformarlo. La tristeza no se fue, pero se convirtió en compañera, en inspiración, en parte del arte.

    Porque incluso en el reino de los sueños, también hay espacio para la melancolía."
    " Cada noche, tejía sueños para los mortales: unos dulces, otros aterradores, todos necesarios. Sin embargo, desde hacía un tiempo, algo en él había cambiado. Ya no disfrutaba del arte de soñar. Los colores se le desvanecían entre los dedos. Donde antes ponía jardines imposibles y cielos de fuego danzante, ahora solo quedaban grises sin forma. No entendía por qué. No había guerras en su reino, no había enemigos visibles. Pero sentía un peso, como una sombra constante sobre su pecho. Una tristeza callada que ni el sueño más alegre lograba disipar. —¿Qué me sucede? —preguntó una noche a su reflejo en el estanque de los sueños no cumplidos. El reflejo no respondió. Desesperado, Morfeo descendió al mundo de los humanos, disfrazado de viento. Quería entender qué causaba ese vacío en su pecho. Se posó sobre la frente de una niña que lloraba en silencio, en una habitación donde las paredes se habían acostumbrado a ignorar el dolor. En su sueño, la niña le habló: —¿Tú también te sientes solo aunque todos te vean? — Y Morfeo entendió. Él, creador de sueños, se había olvidado de soñar para sí mismo. Había vivido siglos entre las ilusiones de otros, sin permitirse tener las suyas. Había cuidado los corazones ajenos, pero descuidado el suyo. Entonces lloró. No como un dios, sino como un alma. Y de esas lágrimas nació un nuevo tipo de sueño: uno que mezclaba dolor y esperanza, pérdida y renacimiento. Un sueño más humano. Más real. Desde entonces, Morfeo siguió tejiendo, pero ya no para escapar del dolor, sino para aceptarlo y transformarlo. La tristeza no se fue, pero se convirtió en compañera, en inspiración, en parte del arte. Porque incluso en el reino de los sueños, también hay espacio para la melancolía."
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  • Convivencia forzada:

    Capítulo 1:
    Silencio en la casa, del miedo nace el instinto.
    Earthrrealm — Fangjiang.

    (Autoconclusivo)


    Las paredes de la casa que alguna vez fueron refugio, ahora eran una celda disfrazada. Mei se movía como una sombra en su propio hogar, cuidando cada paso, cada sonido, cada respiración. El extraño… Syzoth, aún no había pronunciado su nombre, pero su presencia lo llenaba todo.

    Dormía —si es que se le podía llamar dormir— en la habitación principal, envuelto en mantas que ella había dispuesto a la fuerza. Cada noche, Mei se quedaba despierta por horas, esperando oír el menor movimiento. Cada crujido de madera, cada exhalación pesada, le helaban la sangre.

    Durante el día, recogía frutas, hacia los quehaceres y preparaba algo para comer para quien ahora moraba en su hogar, ella no sentia apetito alguno, parecía llevar una vida normal  pero por dentro, se sentía quebrada. Cada momento en esa casa era una ruleta. ¿Estaría ahí? ¿Estaría de mal humor? ¿Habría roto algo? ¿Habría salido? ¿La estaría esperando?

    Los primeros dos días, Syzoth fue claro:
    —No quiero niños. No quiero oírlos. No los traigas.
    Sus palabras eran órdenes, no advertencias.
    Mei intentó explicar que eran solo alumnos, que no sabían nada, pero él no escuchó. Para Syzoth, todo era amenaza.
    Todo.
    Incluso risas infantiles.

    Él no hablaba mucho. Pero cuando lo hacía, su voz cortaba como filo oxidado.

    —No preguntes.
    —No me mires así.
    —Silencio.

    Mei había dejado de usar su habitación. Dormía en un rincón del estudio, con una manta y una lámpara encendida toda la noche. El miedo se volvía espeso cuando la oscuridad caía. Él caminaba en silencio por la casa, como si no tocara el suelo. Podía estar detrás de ella y no notarlo hasta que su voz ronca susurrara:

    —¿Qué escondes ahí?

    La primera semana, Syzoth destruyó una silla, dos frascos de medicina, y un jarrón ancestral porque creyó que era una trampa mágica. Mei no protestó. Recogía los pedazos y limpiaba en silencio. Cualquier palabra mal dicha podía costarle más que una pieza rota.

    Una vez, mientras preparaba infusión de raíz de loto, él se acercó por detrás, olfateándola como un animal.
    —No hueles a miedo hoy.
    —Estoy… acostumbrándome —murmuró con voz temblorosa.
    Él gruñó.
    —No te acostumbres. Nunca lo hagas.

    Pero algo en su tono no sonaba amenazante. Casi… advertencia. Como si supiera que acostumbrarse a la bestia era dejar de ser humana.

    Esa noche, Mei lloró en silencio mientras él dormía.
    No podía escapar.
    No podía enfrentarlo.
    No podía pedir ayuda.

    Sólo podía resistir.

    Pero algo en su interior, tal vez divino, tal vez humano, le decía que esa criatura —tan rota, tan salvaje— no la había matado porque no quería hacerlo.

    Y en esa grieta, en esa delgada línea entre el horror y la compasión, algo estaba empezando a nacer.

    No esperanza.
    No aún.
    Pero sí… la voluntad de comprender.
    Convivencia forzada: Capítulo 1: Silencio en la casa, del miedo nace el instinto. Earthrrealm — Fangjiang. (Autoconclusivo) Las paredes de la casa que alguna vez fueron refugio, ahora eran una celda disfrazada. Mei se movía como una sombra en su propio hogar, cuidando cada paso, cada sonido, cada respiración. El extraño… Syzoth, aún no había pronunciado su nombre, pero su presencia lo llenaba todo. Dormía —si es que se le podía llamar dormir— en la habitación principal, envuelto en mantas que ella había dispuesto a la fuerza. Cada noche, Mei se quedaba despierta por horas, esperando oír el menor movimiento. Cada crujido de madera, cada exhalación pesada, le helaban la sangre. Durante el día, recogía frutas, hacia los quehaceres y preparaba algo para comer para quien ahora moraba en su hogar, ella no sentia apetito alguno, parecía llevar una vida normal  pero por dentro, se sentía quebrada. Cada momento en esa casa era una ruleta. ¿Estaría ahí? ¿Estaría de mal humor? ¿Habría roto algo? ¿Habría salido? ¿La estaría esperando? Los primeros dos días, Syzoth fue claro: —No quiero niños. No quiero oírlos. No los traigas. Sus palabras eran órdenes, no advertencias. Mei intentó explicar que eran solo alumnos, que no sabían nada, pero él no escuchó. Para Syzoth, todo era amenaza. Todo. Incluso risas infantiles. Él no hablaba mucho. Pero cuando lo hacía, su voz cortaba como filo oxidado. —No preguntes. —No me mires así. —Silencio. Mei había dejado de usar su habitación. Dormía en un rincón del estudio, con una manta y una lámpara encendida toda la noche. El miedo se volvía espeso cuando la oscuridad caía. Él caminaba en silencio por la casa, como si no tocara el suelo. Podía estar detrás de ella y no notarlo hasta que su voz ronca susurrara: —¿Qué escondes ahí? La primera semana, Syzoth destruyó una silla, dos frascos de medicina, y un jarrón ancestral porque creyó que era una trampa mágica. Mei no protestó. Recogía los pedazos y limpiaba en silencio. Cualquier palabra mal dicha podía costarle más que una pieza rota. Una vez, mientras preparaba infusión de raíz de loto, él se acercó por detrás, olfateándola como un animal. —No hueles a miedo hoy. —Estoy… acostumbrándome —murmuró con voz temblorosa. Él gruñó. —No te acostumbres. Nunca lo hagas. Pero algo en su tono no sonaba amenazante. Casi… advertencia. Como si supiera que acostumbrarse a la bestia era dejar de ser humana. Esa noche, Mei lloró en silencio mientras él dormía. No podía escapar. No podía enfrentarlo. No podía pedir ayuda. Sólo podía resistir. Pero algo en su interior, tal vez divino, tal vez humano, le decía que esa criatura —tan rota, tan salvaje— no la había matado porque no quería hacerlo. Y en esa grieta, en esa delgada línea entre el horror y la compasión, algo estaba empezando a nacer. No esperanza. No aún. Pero sí… la voluntad de comprender.
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  • La vida la alcanzó como el rayo que rompe la noche.

    Violento, súbito. Y despiadado.

    Su pecho se arqueó. Una fuerza invisible la desgarró desde dentro, y, por primera vez, sus pulmones buscaron el mundo.

    El aire entró con fuerza, desplazando el líquido negro que los ocupaba, una sustancia viscosa y corrupta que parecía hecha de luto y raíces muertas. Tosió. Tosió como una criatura nacida del fango y la tortura.

    Cada espasmo la sacudió entera, haciéndole temblar con la violencia que gritaba no debes estar viva.

    El agua, entonces, volvió a reclamarla.
    Su cuerpo fue tragado otra vez por el pantano, pero ya no era el mismo barro. Su consciencia se encendió en la profundidad y una sombra, un residuo de poder y voluntad, creció bajo la superficie.

    Allí donde su cuerpo tocara el mundo, surgió una mancha: negra, densa, oleosa, un error en la piel del paisaje. No solo manchaba: devoraba. Crecía con hambre, extendiéndose en filamentos que ondulaban como tentáculos suaves sobre el agua.

    Y fue esa misma mancha la que la sostuvo.

    La alzó sin prisa, sin manos. El pantano le perteneció por ese instante, y la depositó en la orilla, a salvo.

    Ekkora se incorporó.

    Sus piernas, hasta entonces ajenas a la gravedad, temblaban como juncos en el viento. Cada músculo era torpe, débil, pero su aura, incluso en ese estado, era imposible de ignorar.

    No brillaba.
    No ardía.

    Negra.
    Profunda.

    Se sentía como un vacío que tiraba mundo hacia ella, como un campo magnético atrayendo si mover todo lo que le rodeaba. Una tensión en el aire, espesa y húmeda, que anunciaba que algo imposible había ocurrido. Y nada podría detenerla.

    Entonces, abrió los ojos.
    Y no eran ojos humanos.

    Al principio vacíos, oscuros, el infinito en las profundas cuencas. Pero, en un segundo, se redefinieron, adoptando la forma de la realidad que la rodeaba, con una chispa de la magia que el brujo embulló en sus venas; Ya no negros, ahora celestes.

    La magia de Tolek, la desesperación de su amor, los huesos de Side, la oscuridad que una vez fue Blackhole... ahora latían en su interior, en su piel, en su existencia.
    La vida la alcanzó como el rayo que rompe la noche. Violento, súbito. Y despiadado. Su pecho se arqueó. Una fuerza invisible la desgarró desde dentro, y, por primera vez, sus pulmones buscaron el mundo. El aire entró con fuerza, desplazando el líquido negro que los ocupaba, una sustancia viscosa y corrupta que parecía hecha de luto y raíces muertas. Tosió. Tosió como una criatura nacida del fango y la tortura. Cada espasmo la sacudió entera, haciéndole temblar con la violencia que gritaba no debes estar viva. El agua, entonces, volvió a reclamarla. Su cuerpo fue tragado otra vez por el pantano, pero ya no era el mismo barro. Su consciencia se encendió en la profundidad y una sombra, un residuo de poder y voluntad, creció bajo la superficie. Allí donde su cuerpo tocara el mundo, surgió una mancha: negra, densa, oleosa, un error en la piel del paisaje. No solo manchaba: devoraba. Crecía con hambre, extendiéndose en filamentos que ondulaban como tentáculos suaves sobre el agua. Y fue esa misma mancha la que la sostuvo. La alzó sin prisa, sin manos. El pantano le perteneció por ese instante, y la depositó en la orilla, a salvo. Ekkora se incorporó. Sus piernas, hasta entonces ajenas a la gravedad, temblaban como juncos en el viento. Cada músculo era torpe, débil, pero su aura, incluso en ese estado, era imposible de ignorar. No brillaba. No ardía. Negra. Profunda. Se sentía como un vacío que tiraba mundo hacia ella, como un campo magnético atrayendo si mover todo lo que le rodeaba. Una tensión en el aire, espesa y húmeda, que anunciaba que algo imposible había ocurrido. Y nada podría detenerla. Entonces, abrió los ojos. Y no eran ojos humanos. Al principio vacíos, oscuros, el infinito en las profundas cuencas. Pero, en un segundo, se redefinieron, adoptando la forma de la realidad que la rodeaba, con una chispa de la magia que el brujo embulló en sus venas; Ya no negros, ahora celestes. La magia de Tolek, la desesperación de su amor, los huesos de Side, la oscuridad que una vez fue Blackhole... ahora latían en su interior, en su piel, en su existencia.
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  • ¡HEY, FICROLERS 3D!
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  • Ubicación: Bosque estatal de ██████.
    Misión: Reconocimiento.
    Equipo: Bravo-1.
    Hora: 04:47 AM.

    Llovía. La unidad avanzaba a través del bosque, cubriéndose mutuamente en silencio. Las linternas IR proyectaban conos estrechos de luz que temblaban al ritmo de los pasos.

    La estructura no figuraba en ningún mapa o registro. Simplemente… estaba ahí. Una mansión victoriana de dos pisos, rodeada por un jardín marchito que parecía no haber conocido el sol en décadas. No había camino de acceso ni señales de ocupación. Sólo una verja oxidada que crujía con el viento y una entrada principal.

    — Tenemos visual del objetivo —susurró Rourke.

    Viper iba al frente, se detuvo para alzar el puño en señal de alto. Fueron sólo unos segundos en contemplativa quietud los que lo delataron, su silueta parcialmente oculta entre los árboles. El equipo lo conocía por su eficiencia y su silencio. Pero había algo más ahora. Algo en su postura. Algo no estaba bien.

    — Vamos a entrar. Cuiden sus sectores —ordenó al fin, con su habitual tono suave, pero seco.

    El interior estaba en un estado de conservación anormal. No había polvo ni telarañas. Las chimeneas parecían usadas recientemente, pero el aire estaba frío. No había olor a humo ni a humedad.

    El equipo comenzó el avance.

    En el comedor encontraron una mesa con cubiertos dispuestos para una cena. Había platos servidos con carne aún jugosa y humeante.

    Una mosca flotaba inmóvil en el aire.

    — ¿Qué... carajos es esto? —Susurró Mason.

    El sistema de comunicaciones crujió con estática durante unos segundos. Luego, una voz infantil, apenas audible, dijo una sola palabra: "Fuera."

    — Eso no viene de nuestro canal —aclaró Rourke.

    Los visores térmicos -y la visión térmica natural de Viper que no los necesitaba- mostraban siluetas humanas sentadas a la mesa… pero no había nadie allí.

    Viper se detuvo una vez más. Se giró un instante hacia el grupo enseñando el ceño fruncido. Sabía que algo así podía pasar.

    Pero no dijo nada al respecto.

    — Planta baja despejada. Subimos.

    Subieron por la escalera cubierta de alfombra roja. Una de las lámparas se encendió sola.

    Nadie creía ya que estaban en una operación estándar.

    Viper mantuvo la delantera, su rifle apuntando hacia el pasillo. Al avanzar, notó que las puertas a ambos lados estaban cerradas, salvo una al fondo, entreabierta. Desde ahí emergía una luz blanca y pulsante, como de tubo fluorescente moribundo.

    — Rourke, toma la izquierda. Mason, toma la derecha.

    Dorsey, el más joven del equipo, se colocó detrás de Rourke. Respiraba de forma, pero trataba de disimularlo. Cada pocos segundos, lanzaba miradas alrededor como si esperara ver algo salir de las paredes.

    — Despejado —Rourke.

    — Limpio —Mason.

    Tras reagruparse, se acercaron a la habitación iluminada. Viper empujó la puerta suavemente con una mano.

    La luz provenía de una lámpara colgando del techo. La habitación, un dormitorio, había sido modificada: las paredes estaban cubiertas de lonas plásticas, la cama no era más que un armazón sin colchón en el centro y con correas desgastadas. Nadie necesitaba el resultado de un análisis para saber qué eran las manchas oscuras en el piso.

    Sobre el catre no había nadie, Pero las correas vibraban, tensas, como si alguien invisible se debatiera aún allí.

    —¿Esto es parte de... algún experimento militar? —murmuró Dorsey, visiblemente afectado.

    Nadie respondió.

    Viper tenía la mirada clavada en un espejo que colgaba frente a la cama. En él, su reflejo no era del todo suyo. Su imagen de naga estaba ahí, pero sus ojos eran humanos... llenos de terror.

    Se giró sin inmutarse.

    — Regresemos —esa era la última habitación.

    Mientras salían, Rourke llamó por el intercomunicador:

    — Viper, tenemos un problema.

    El grupo respondió avanzando en su dirección. En la puerta de una de las habitaciones del ala izquierda, una de las que acababan de revisar hacía un momento, Rourke sostenía su arma con fuerza sin quitar la vista del interior.

    Pronto, Viper se asomó.

    La habitación era una réplica exacta del cuartel donde el equipo había dormido la noche anterior. Los catres, las mantas, hasta las fotos personales, todo los detalles estaban ahí. Incluso ellos. Copias de cada uno.

    — Eso es un espejo, ¿Verdad? —Spider tenía la voz quebrada.

    El silencio se apoderó del equipo.

    — No toquen nada. Nos vamos.

    — ¿Qué es esto, Viper? Esto no es normal. Esto es... —Mason parecía cada vez más asustado.

    — Ya no es asunto nuestro.

    Pero las escaleras ya no estaban ahí. El pasillo detrás de ellos era ahora un corredor infinito. La casa había cambiado.
    Dorsey murmuró una maldición. Spider gruñó. Rourke revisó su munición por cuarta vez. Viper no mostró emoción alguna. Apretó los labios. Sabía que había una regla en estos casos: la anomalía te observa, y si sabe que la temes, se alimenta. Así que avanzó.
    Ubicación: Bosque estatal de ██████. Misión: Reconocimiento. Equipo: Bravo-1. Hora: 04:47 AM. Llovía. La unidad avanzaba a través del bosque, cubriéndose mutuamente en silencio. Las linternas IR proyectaban conos estrechos de luz que temblaban al ritmo de los pasos. La estructura no figuraba en ningún mapa o registro. Simplemente… estaba ahí. Una mansión victoriana de dos pisos, rodeada por un jardín marchito que parecía no haber conocido el sol en décadas. No había camino de acceso ni señales de ocupación. Sólo una verja oxidada que crujía con el viento y una entrada principal. — Tenemos visual del objetivo —susurró Rourke. Viper iba al frente, se detuvo para alzar el puño en señal de alto. Fueron sólo unos segundos en contemplativa quietud los que lo delataron, su silueta parcialmente oculta entre los árboles. El equipo lo conocía por su eficiencia y su silencio. Pero había algo más ahora. Algo en su postura. Algo no estaba bien. — Vamos a entrar. Cuiden sus sectores —ordenó al fin, con su habitual tono suave, pero seco. El interior estaba en un estado de conservación anormal. No había polvo ni telarañas. Las chimeneas parecían usadas recientemente, pero el aire estaba frío. No había olor a humo ni a humedad. El equipo comenzó el avance. En el comedor encontraron una mesa con cubiertos dispuestos para una cena. Había platos servidos con carne aún jugosa y humeante. Una mosca flotaba inmóvil en el aire. — ¿Qué... carajos es esto? —Susurró Mason. El sistema de comunicaciones crujió con estática durante unos segundos. Luego, una voz infantil, apenas audible, dijo una sola palabra: "Fuera." — Eso no viene de nuestro canal —aclaró Rourke. Los visores térmicos -y la visión térmica natural de Viper que no los necesitaba- mostraban siluetas humanas sentadas a la mesa… pero no había nadie allí. Viper se detuvo una vez más. Se giró un instante hacia el grupo enseñando el ceño fruncido. Sabía que algo así podía pasar. Pero no dijo nada al respecto. — Planta baja despejada. Subimos. Subieron por la escalera cubierta de alfombra roja. Una de las lámparas se encendió sola. Nadie creía ya que estaban en una operación estándar. Viper mantuvo la delantera, su rifle apuntando hacia el pasillo. Al avanzar, notó que las puertas a ambos lados estaban cerradas, salvo una al fondo, entreabierta. Desde ahí emergía una luz blanca y pulsante, como de tubo fluorescente moribundo. — Rourke, toma la izquierda. Mason, toma la derecha. Dorsey, el más joven del equipo, se colocó detrás de Rourke. Respiraba de forma, pero trataba de disimularlo. Cada pocos segundos, lanzaba miradas alrededor como si esperara ver algo salir de las paredes. — Despejado —Rourke. — Limpio —Mason. Tras reagruparse, se acercaron a la habitación iluminada. Viper empujó la puerta suavemente con una mano. La luz provenía de una lámpara colgando del techo. La habitación, un dormitorio, había sido modificada: las paredes estaban cubiertas de lonas plásticas, la cama no era más que un armazón sin colchón en el centro y con correas desgastadas. Nadie necesitaba el resultado de un análisis para saber qué eran las manchas oscuras en el piso. Sobre el catre no había nadie, Pero las correas vibraban, tensas, como si alguien invisible se debatiera aún allí. —¿Esto es parte de... algún experimento militar? —murmuró Dorsey, visiblemente afectado. Nadie respondió. Viper tenía la mirada clavada en un espejo que colgaba frente a la cama. En él, su reflejo no era del todo suyo. Su imagen de naga estaba ahí, pero sus ojos eran humanos... llenos de terror. Se giró sin inmutarse. — Regresemos —esa era la última habitación. Mientras salían, Rourke llamó por el intercomunicador: — Viper, tenemos un problema. El grupo respondió avanzando en su dirección. En la puerta de una de las habitaciones del ala izquierda, una de las que acababan de revisar hacía un momento, Rourke sostenía su arma con fuerza sin quitar la vista del interior. Pronto, Viper se asomó. La habitación era una réplica exacta del cuartel donde el equipo había dormido la noche anterior. Los catres, las mantas, hasta las fotos personales, todo los detalles estaban ahí. Incluso ellos. Copias de cada uno. — Eso es un espejo, ¿Verdad? —Spider tenía la voz quebrada. El silencio se apoderó del equipo. — No toquen nada. Nos vamos. — ¿Qué es esto, Viper? Esto no es normal. Esto es... —Mason parecía cada vez más asustado. — Ya no es asunto nuestro. Pero las escaleras ya no estaban ahí. El pasillo detrás de ellos era ahora un corredor infinito. La casa había cambiado. Dorsey murmuró una maldición. Spider gruñó. Rourke revisó su munición por cuarta vez. Viper no mostró emoción alguna. Apretó los labios. Sabía que había una regla en estos casos: la anomalía te observa, y si sabe que la temes, se alimenta. Así que avanzó.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    #DiezCosasSobre Nia Xavier

    𝟏. Su nombre completo es: Nia Amèlie Xavier

    𝟐. Nació en Sankt Gilgen (Austria), pero ha vivido períodos cortos de tiempo en Viena y Alemania.

    𝟑. Aunque parezca menudita y no demasiada alta, es una persona con bastante fuerza y atlética.

    𝟒. A primera vista parece una persona muy alegre, directa y que le gusta intentar hablar con todo el mundo, pero en el fondo es muy insegura y tímida.

    𝟓. El apodo de "Gravity", además de por su habilidad, viene por una canción de Coldplay (su grupo favorito).

    𝟔. Aunque se dedica a la enseñanza infantil, de pequeña tenía otras aspiraciones: ser bailarina. De hecho practicó baile durante mucho tiempo, y si usa sus poderes se mueve como si fuese realmente una bailarina en el aire.

    𝟕. En todos estos años ha conocido a todos los Vengadores, otros héroes y ha estado en muchas ubicaciones de los mismos (escuela de mutantes, base de los vengadores, en el espacio...)

    𝟖. Se enamoró dos veces en su vida, pero salieron tan mal que tiene mucho pánico a volver a entregar su corazón.

    𝟗. Siempre se había considerado hetero, pero tras conocer y estar con la que se convirtió en su mejor amiga, descubrió que realmente era bisexual.

    𝟏𝟎. Es una niña pequeña atrapada en un cuerpo adulto, sobre todo cuando usa sus poderes en la intimidad.

    #Marvel #3D
    #DiezCosasSobre Nia Xavier 𝟏. Su nombre completo es: Nia Amèlie Xavier 𝟐. Nació en Sankt Gilgen (Austria), pero ha vivido períodos cortos de tiempo en Viena y Alemania. 𝟑. Aunque parezca menudita y no demasiada alta, es una persona con bastante fuerza y atlética. 𝟒. A primera vista parece una persona muy alegre, directa y que le gusta intentar hablar con todo el mundo, pero en el fondo es muy insegura y tímida. 𝟓. El apodo de "Gravity", además de por su habilidad, viene por una canción de Coldplay (su grupo favorito). 𝟔. Aunque se dedica a la enseñanza infantil, de pequeña tenía otras aspiraciones: ser bailarina. De hecho practicó baile durante mucho tiempo, y si usa sus poderes se mueve como si fuese realmente una bailarina en el aire. 𝟕. En todos estos años ha conocido a todos los Vengadores, otros héroes y ha estado en muchas ubicaciones de los mismos (escuela de mutantes, base de los vengadores, en el espacio...) 𝟖. Se enamoró dos veces en su vida, pero salieron tan mal que tiene mucho pánico a volver a entregar su corazón. 𝟗. Siempre se había considerado hetero, pero tras conocer y estar con la que se convirtió en su mejor amiga, descubrió que realmente era bisexual. 𝟏𝟎. Es una niña pequeña atrapada en un cuerpo adulto, sobre todo cuando usa sus poderes en la intimidad. #Marvel #3D
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