• Vestigia
    Leona ..

    - Dónde veas tú amada mía me verás tal y como soy, como me conociste, así como me amaste, el mismo siempre, un maestro en mi arte, un poeta en las madrugadas, soñador tuyo, artista mentiroso, leyenda de heridas, destructor y creador de mundos, no hay más ni menos, lo tuyo es tuyo y lo mío mío y al final viene siendo de ninguno cuando decidimos unirlo y compartirlo, ahora es nuestro en la eternidad de un verso cantado que no puede negar la verdad, escrito fue y amantes nos juramos, para ti lo tengo todo, para el traidor mi venganza, perdón a mis hermanos y a mí Leona el amor del mayor de los Tiranos .
    Vestigia Leona .. - Dónde veas tú amada mía me verás tal y como soy, como me conociste, así como me amaste, el mismo siempre, un maestro en mi arte, un poeta en las madrugadas, soñador tuyo, artista mentiroso, leyenda de heridas, destructor y creador de mundos, no hay más ni menos, lo tuyo es tuyo y lo mío mío y al final viene siendo de ninguno cuando decidimos unirlo y compartirlo, ahora es nuestro en la eternidad de un verso cantado que no puede negar la verdad, escrito fue y amantes nos juramos, para ti lo tengo todo, para el traidor mi venganza, perdón a mis hermanos y a mí Leona el amor del mayor de los Tiranos .
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos 189 vistas
  • "La Sombra del Ayer".
    #monorol

    Lucia observaba a Carmina desde la ventana de la tienda, viendo cómo la joven acomodaba cajas en los estantes con la paciencia de quien ha hecho ese trabajo toda su vida. Su nieta tenía el cabello rizado de su madre, la misma expresión soñadora en los ojos verdes. Cada vez que la veía, un miedo antiguo y persistente le oprimía el pecho. No podía evitarlo.

    Su hija había sido su más grande alegría y su más profundo dolor. Desde que era una niña, Lucia la había visto brillar con una energía vibrante, llena de sueños y anhelos que parecían inalcanzables. Había querido tanto para ella, había esperado que encontrara su camino en la vida sin tropezar con las sombras que acechaban en cada esquina. Pero el amor… el amor había sido su ruina. Se enamoró de un hombre que solo trajo destrucción y miseria, un mafioso que la arrastró a un mundo de drogas, peligro y desesperación. Lucia aún recordaba las noches en vela, las súplicas, los intentos desesperados de recuperar a su hija de ese abismo. Todo en vano.

    Cuando finalmente la perdió, quedó Carmina. Una niña inocente que no tenía la culpa de nada. Lucia y su esposo, Pietro, habían decidido desde el primer momento que no cometerían los mismos errores. Criarían a Carmina con disciplina, con cuidado, protegiéndola de todo lo que pudiera torcer su destino. La inscribieron en una escuela solo para mujeres, la rodearon de un ambiente seguro, sin distracciones, sin peligros. Querían que creciera fuerte, que tuviera oportunidades, que jamás cayera en la trampa de un amor equivocado.

    Pero a veces, cuando Carmina sonreía de cierta manera o cuando la encontraba perdida en pensamientos mientras miraba por la ventana, Lucia sentía un escalofrío recorrerle la espalda. Temía que en algún rincón de su corazón, la misma llama que había consumido a su hija estuviera ardiendo en su nieta. Temía que, a pesar de todos sus esfuerzos, la historia volviera a repetirse.

    Carmina era la mezcla perfecta entre su hija y aquel hombre. Heredó de él el cabello rojizo, como un eco de la pasión de un pasado lleno de sombras, y los mismos ojos verdes que alguna vez brillaron en la mirada de aquella joven llena de sueños. Cada vez que Lucia veía esos ojos, veía no solo el reflejo de su hija, sino también la sombra del hombre que tanto daño había causado, como si en cada uno de esos detalles se escondiera un recordatorio de lo que había perdido. No importaba cuánto amara a su nieta, siempre sentía esa mezcla de amor y temor profundo al verla.

    Pietro le decía que debía confiar en Carmina, que no todas las mujeres estaban destinadas a cometer los mismos errores. Que su nieta era fuerte, que tenía más de ella que de su madre. Pero Lucia no podía simplemente aceptar eso. El miedo de una madre, y ahora de una abuela, no se disipaba con palabras bonitas.

    Y, además, había algo que la inquietaba aún más: el día en que ella ya no estuviera para guiar a Carmina. El día en que no pudiera protegerla, ni acompañarla en las decisiones difíciles que la vida le depararía. Ese pensamiento la llenaba de angustia, como una sombra constante en su pecho. ¿Qué pasaría con Carmina cuando ella ya no pudiera estar allí para impedirle caer en los mismos errores de antes? ¿Quién la cuidaría cuando la fortaleza de la abuela ya no fuera suficiente?

    Por eso, a veces, sin darse cuenta, dejaba caer comentarios sobre su deseo de verla casada algún día, de encontrar un buen hombre que la protegiera, alguien que la hiciera feliz. Lo decía con una sonrisa, como si fuera un simple anhelo de abuela, pero en el fondo era su mayor temor disfrazado de esperanza. Porque si Carmina encontraba a la persona correcta, Lucia podría irse en paz. Pero si elegía mal… si la historia volvía a repetirse…

    Suspiró y se apartó de la ventana. Carmina era joven, inteligente, trabajadora. Pero el amor era traicionero. Y Lucia no estaba dispuesta a perderla también.
    "La Sombra del Ayer". #monorol Lucia observaba a Carmina desde la ventana de la tienda, viendo cómo la joven acomodaba cajas en los estantes con la paciencia de quien ha hecho ese trabajo toda su vida. Su nieta tenía el cabello rizado de su madre, la misma expresión soñadora en los ojos verdes. Cada vez que la veía, un miedo antiguo y persistente le oprimía el pecho. No podía evitarlo. Su hija había sido su más grande alegría y su más profundo dolor. Desde que era una niña, Lucia la había visto brillar con una energía vibrante, llena de sueños y anhelos que parecían inalcanzables. Había querido tanto para ella, había esperado que encontrara su camino en la vida sin tropezar con las sombras que acechaban en cada esquina. Pero el amor… el amor había sido su ruina. Se enamoró de un hombre que solo trajo destrucción y miseria, un mafioso que la arrastró a un mundo de drogas, peligro y desesperación. Lucia aún recordaba las noches en vela, las súplicas, los intentos desesperados de recuperar a su hija de ese abismo. Todo en vano. Cuando finalmente la perdió, quedó Carmina. Una niña inocente que no tenía la culpa de nada. Lucia y su esposo, Pietro, habían decidido desde el primer momento que no cometerían los mismos errores. Criarían a Carmina con disciplina, con cuidado, protegiéndola de todo lo que pudiera torcer su destino. La inscribieron en una escuela solo para mujeres, la rodearon de un ambiente seguro, sin distracciones, sin peligros. Querían que creciera fuerte, que tuviera oportunidades, que jamás cayera en la trampa de un amor equivocado. Pero a veces, cuando Carmina sonreía de cierta manera o cuando la encontraba perdida en pensamientos mientras miraba por la ventana, Lucia sentía un escalofrío recorrerle la espalda. Temía que en algún rincón de su corazón, la misma llama que había consumido a su hija estuviera ardiendo en su nieta. Temía que, a pesar de todos sus esfuerzos, la historia volviera a repetirse. Carmina era la mezcla perfecta entre su hija y aquel hombre. Heredó de él el cabello rojizo, como un eco de la pasión de un pasado lleno de sombras, y los mismos ojos verdes que alguna vez brillaron en la mirada de aquella joven llena de sueños. Cada vez que Lucia veía esos ojos, veía no solo el reflejo de su hija, sino también la sombra del hombre que tanto daño había causado, como si en cada uno de esos detalles se escondiera un recordatorio de lo que había perdido. No importaba cuánto amara a su nieta, siempre sentía esa mezcla de amor y temor profundo al verla. Pietro le decía que debía confiar en Carmina, que no todas las mujeres estaban destinadas a cometer los mismos errores. Que su nieta era fuerte, que tenía más de ella que de su madre. Pero Lucia no podía simplemente aceptar eso. El miedo de una madre, y ahora de una abuela, no se disipaba con palabras bonitas. Y, además, había algo que la inquietaba aún más: el día en que ella ya no estuviera para guiar a Carmina. El día en que no pudiera protegerla, ni acompañarla en las decisiones difíciles que la vida le depararía. Ese pensamiento la llenaba de angustia, como una sombra constante en su pecho. ¿Qué pasaría con Carmina cuando ella ya no pudiera estar allí para impedirle caer en los mismos errores de antes? ¿Quién la cuidaría cuando la fortaleza de la abuela ya no fuera suficiente? Por eso, a veces, sin darse cuenta, dejaba caer comentarios sobre su deseo de verla casada algún día, de encontrar un buen hombre que la protegiera, alguien que la hiciera feliz. Lo decía con una sonrisa, como si fuera un simple anhelo de abuela, pero en el fondo era su mayor temor disfrazado de esperanza. Porque si Carmina encontraba a la persona correcta, Lucia podría irse en paz. Pero si elegía mal… si la historia volvía a repetirse… Suspiró y se apartó de la ventana. Carmina era joven, inteligente, trabajadora. Pero el amor era traicionero. Y Lucia no estaba dispuesta a perderla también.
    Me gusta
    Me entristece
    6
    0 turnos 0 maullidos 387 vistas
  • ### **La Noche de los Titanes**

    El **Gran Hotel Imperial de Tokio** resplandecía bajo la luz de cientos de candelabros de cristal. En el salón principal, techos dorados reflejaban el resplandor de las lámparas de araña, mientras alfombras de terciopelo rojo amortiguaban los pasos de los magnates y combatientes que llenaban la estancia. Era una noche de lujo, pero también de tensión.

    Los empresarios más poderosos de Japón se paseaban con sus mejores trajes, acompañados de guardaespaldas y asistentes. Algunos intercambiaban sonrisas y brindaban con copas de champán, otros se observaban con miradas afiladas, midiendo a sus futuros rivales. Esta gala no era solo una celebración, era la antesala de la guerra.

    En el centro del salón, una enorme mesa de caoba estaba decorada con centros de flores exóticas y bandejas de los platillos más exclusivos. Wagyu de la más alta calidad, mariscos traídos del otro lado del mundo, caviar servido en pequeñas cucharas de oro. El vino fluía sin cesar, mientras los meseros, vestidos impecablemente de negro, se deslizaban entre los asistentes con la precisión de una coreografía bien ensayada.

    Takeru, vestido con un traje negro a la medida, ajustó su corbata con incomodidad. No estaba acostumbrado a este tipo de eventos. Se sentía fuera de lugar rodeado de multimillonarios y jefes de la yakuza, pero sabía que debía estar ahí.

    —Te ves como un maldito pingüino—murmuró Christopher, su entrenador, apoyado contra una columna con un cigarro entre los labios.

    Takeru resopló. —Y tú como si hubieras salido de un callejón.

    Christopher sonrió con sorna. A diferencia de los demás, él solo llevaba una camisa blanca abierta en el cuello y una chaqueta oscura algo arrugada.

    La conversación se interrumpió cuando un repique de copas llamó la atención de todos. En el estrado, un hombre mayor con un porte imponente alzó su copa de vino. Su cabello plateado estaba peinado con precisión y su mirada fría evaluaba a cada persona en la sala.

    —Bienvenidos—su voz resonó con autoridad—. Hoy damos inicio al **Torneo Kengan**, la batalla definitiva para decidir quién realmente controla la economía de Japón.

    Las conversaciones se apagaron.

    —Las reglas son simples—continuó—. Para ganar, el oponente debe **rendirse, quedar inconsciente o morir**. No hay límites de tiempo ni árbitros que detengan la pelea. Solo hay una restricción: **las armas están prohibidas**. Todo lo demás… es válido.

    Hubo un murmullo en la multitud. Algunos sonrieron con ambición, otros mantuvieron sus expresiones impasibles.

    —Así que disfruten esta velada—concluyó el hombre—. Bañémonos en el lujo antes de que comience el verdadero infierno.

    Con un leve movimiento de la muñeca, brindó y bebió un sorbo.

    El ambiente cambió de inmediato. Las apuestas comenzaron a hacerse entre murmullos, empresarios estrechaban manos sellando acuerdos en la sombra, y los combatientes se miraban unos a otros, evaluando a sus futuros oponentes.

    Takeru tomó una copa de vino, pero no bebió. En su interior, una sensación de adrenalina comenzaba a burbujear.

    La caza había comenzado.
    ### **La Noche de los Titanes** El **Gran Hotel Imperial de Tokio** resplandecía bajo la luz de cientos de candelabros de cristal. En el salón principal, techos dorados reflejaban el resplandor de las lámparas de araña, mientras alfombras de terciopelo rojo amortiguaban los pasos de los magnates y combatientes que llenaban la estancia. Era una noche de lujo, pero también de tensión. Los empresarios más poderosos de Japón se paseaban con sus mejores trajes, acompañados de guardaespaldas y asistentes. Algunos intercambiaban sonrisas y brindaban con copas de champán, otros se observaban con miradas afiladas, midiendo a sus futuros rivales. Esta gala no era solo una celebración, era la antesala de la guerra. En el centro del salón, una enorme mesa de caoba estaba decorada con centros de flores exóticas y bandejas de los platillos más exclusivos. Wagyu de la más alta calidad, mariscos traídos del otro lado del mundo, caviar servido en pequeñas cucharas de oro. El vino fluía sin cesar, mientras los meseros, vestidos impecablemente de negro, se deslizaban entre los asistentes con la precisión de una coreografía bien ensayada. Takeru, vestido con un traje negro a la medida, ajustó su corbata con incomodidad. No estaba acostumbrado a este tipo de eventos. Se sentía fuera de lugar rodeado de multimillonarios y jefes de la yakuza, pero sabía que debía estar ahí. —Te ves como un maldito pingüino—murmuró Christopher, su entrenador, apoyado contra una columna con un cigarro entre los labios. Takeru resopló. —Y tú como si hubieras salido de un callejón. Christopher sonrió con sorna. A diferencia de los demás, él solo llevaba una camisa blanca abierta en el cuello y una chaqueta oscura algo arrugada. La conversación se interrumpió cuando un repique de copas llamó la atención de todos. En el estrado, un hombre mayor con un porte imponente alzó su copa de vino. Su cabello plateado estaba peinado con precisión y su mirada fría evaluaba a cada persona en la sala. —Bienvenidos—su voz resonó con autoridad—. Hoy damos inicio al **Torneo Kengan**, la batalla definitiva para decidir quién realmente controla la economía de Japón. Las conversaciones se apagaron. —Las reglas son simples—continuó—. Para ganar, el oponente debe **rendirse, quedar inconsciente o morir**. No hay límites de tiempo ni árbitros que detengan la pelea. Solo hay una restricción: **las armas están prohibidas**. Todo lo demás… es válido. Hubo un murmullo en la multitud. Algunos sonrieron con ambición, otros mantuvieron sus expresiones impasibles. —Así que disfruten esta velada—concluyó el hombre—. Bañémonos en el lujo antes de que comience el verdadero infierno. Con un leve movimiento de la muñeca, brindó y bebió un sorbo. El ambiente cambió de inmediato. Las apuestas comenzaron a hacerse entre murmullos, empresarios estrechaban manos sellando acuerdos en la sombra, y los combatientes se miraban unos a otros, evaluando a sus futuros oponentes. Takeru tomó una copa de vino, pero no bebió. En su interior, una sensación de adrenalina comenzaba a burbujear. La caza había comenzado.
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos 255 vistas
  • **El Puño de Kengan**

    El sonido de los guantes golpeando el saco resonaba en el gimnasio, como un tambor marcando el ritmo de la guerra. Takeru lanzaba combinaciones rápidas, ganchos y jabs que partían el aire con precisión quirúrgica. Sus músculos tensos, su mirada fija. No había descanso, solo pelea.

    —¡Más rápido, carajo! —gruñó Christopher, su entrenador, mientras golpeaba el suelo con el zapato—. ¡Si te duermes, te arrancarán la cabeza en el Kengan!

    Takeru detuvo sus golpes, girando el rostro con el ceño fruncido.

    —¿El Kengan?

    Christopher sacó un cigarro del bolsillo y lo encendió con un encendedor de plata. Exhaló el humo lentamente antes de hablar.

    —El Torneo de Aniquilación Kengan. Un evento clandestino donde las empresas pelean por el control de la economía japonesa. Nada de jueces, nada de reglas, solo peleas a muerte para decidir quién manda.

    Takeru tomó una toalla, limpiándose el sudor del rostro.

    —¿Y qué tengo que ver yo con eso?

    Christopher sonrió con su expresión de lobo viejo.

    —Seiryu, la empresa de licores, necesita un luchador. Su CEO, Hideo Tanba, es un viejo amigo. Me pidió un peleador de confianza. Alguien que pueda ganar.

    El boxeador dejó escapar una risa seca.

    —¿Y tú crees que yo puedo?

    —No creo. Lo sé —respondió Christopher con un tono implacable—. Pero deja de pensar que esto es solo boxeo. Aquí pelearás contra asesinos, monstruos, gente que no tiene miedo de arrancarte los brazos si es necesario.

    Takeru pasó una mano por su cabello, sonriendo con confianza.

    —Suena divertido. ¿Cuándo empiezo?

    Christopher apagó el cigarro con la suela de su zapato.

    —en tres meses en la noche. No quiero que me hagas quedar como un idiota, así que asegúrate de no morir.

    Takeru cerró los puños. No tenía intenciones de perder. Si el destino le daba la oportunidad de pelear en el Kengan, haría que cada golpe suyo retumbara en toda la maldita economía de Japón.

    Paso el tiempo hasta que el momento llegó Takeru tenía un cambio físico completo y como el mismo decía, (No abandonaré mi estilo, les demostrare, LOS DESTRUIRE CON MI BOXEO).
    **El Puño de Kengan** El sonido de los guantes golpeando el saco resonaba en el gimnasio, como un tambor marcando el ritmo de la guerra. Takeru lanzaba combinaciones rápidas, ganchos y jabs que partían el aire con precisión quirúrgica. Sus músculos tensos, su mirada fija. No había descanso, solo pelea. —¡Más rápido, carajo! —gruñó Christopher, su entrenador, mientras golpeaba el suelo con el zapato—. ¡Si te duermes, te arrancarán la cabeza en el Kengan! Takeru detuvo sus golpes, girando el rostro con el ceño fruncido. —¿El Kengan? Christopher sacó un cigarro del bolsillo y lo encendió con un encendedor de plata. Exhaló el humo lentamente antes de hablar. —El Torneo de Aniquilación Kengan. Un evento clandestino donde las empresas pelean por el control de la economía japonesa. Nada de jueces, nada de reglas, solo peleas a muerte para decidir quién manda. Takeru tomó una toalla, limpiándose el sudor del rostro. —¿Y qué tengo que ver yo con eso? Christopher sonrió con su expresión de lobo viejo. —Seiryu, la empresa de licores, necesita un luchador. Su CEO, Hideo Tanba, es un viejo amigo. Me pidió un peleador de confianza. Alguien que pueda ganar. El boxeador dejó escapar una risa seca. —¿Y tú crees que yo puedo? —No creo. Lo sé —respondió Christopher con un tono implacable—. Pero deja de pensar que esto es solo boxeo. Aquí pelearás contra asesinos, monstruos, gente que no tiene miedo de arrancarte los brazos si es necesario. Takeru pasó una mano por su cabello, sonriendo con confianza. —Suena divertido. ¿Cuándo empiezo? Christopher apagó el cigarro con la suela de su zapato. —en tres meses en la noche. No quiero que me hagas quedar como un idiota, así que asegúrate de no morir. Takeru cerró los puños. No tenía intenciones de perder. Si el destino le daba la oportunidad de pelear en el Kengan, haría que cada golpe suyo retumbara en toda la maldita economía de Japón. Paso el tiempo hasta que el momento llegó Takeru tenía un cambio físico completo y como el mismo decía, (No abandonaré mi estilo, les demostrare, LOS DESTRUIRE CON MI BOXEO).
    0 turnos 0 maullidos 180 vistas
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    Quiero hacerme un header de la temática mía pero no sé si me quedará bonito 🥹
    Quiero hacerme un header de la temática mía pero no sé si me quedará bonito 🥹
    0 comentarios 0 compartidos 217 vistas
  • “𝑺𝒕𝒂𝒓𝒔 𝒈𝒐𝒕 𝒕𝒂𝒏𝒈𝒍𝒆𝒅 𝒊𝒏 𝒉𝒆𝒓 𝒉𝒂𝒊𝒓 𝒘𝒉𝒆𝒏𝒆𝒗𝒆𝒓 𝒔𝒉𝒆 𝒑𝒍𝒂𝒚𝒆𝒅 𝒊𝒏 𝒕𝒉𝒆 𝒔𝒌𝒚".


    Sus manos recorrían lentamente mi cuerpo, como si quisiera memorizar cada detalle. Se detenían de vez en cuando, amasando mis senos, pellizcando mis pezones. Los sonidos que hacía me dejaban claro que disfrutaba escucharme gemir.

    —¿Así, preciosa? —preguntaba cuando gemía más alto, como si necesitara una confirmación de cuánto me estaba gustando.

    Como si la humedad entre mis piernas no fuera indicativo suficiente.

    —Así —respondía yo a media voz...
    “𝑺𝒕𝒂𝒓𝒔 𝒈𝒐𝒕 𝒕𝒂𝒏𝒈𝒍𝒆𝒅 𝒊𝒏 𝒉𝒆𝒓 𝒉𝒂𝒊𝒓 𝒘𝒉𝒆𝒏𝒆𝒗𝒆𝒓 𝒔𝒉𝒆 𝒑𝒍𝒂𝒚𝒆𝒅 𝒊𝒏 𝒕𝒉𝒆 𝒔𝒌𝒚". Sus manos recorrían lentamente mi cuerpo, como si quisiera memorizar cada detalle. Se detenían de vez en cuando, amasando mis senos, pellizcando mis pezones. Los sonidos que hacía me dejaban claro que disfrutaba escucharme gemir. —¿Así, preciosa? —preguntaba cuando gemía más alto, como si necesitara una confirmación de cuánto me estaba gustando. Como si la humedad entre mis piernas no fuera indicativo suficiente. —Así —respondía yo a media voz...
    Me encocora
    1
    0 turnos 0 maullidos 366 vistas
  • Como siempre, terminó recogiendo a un cachorro que encontró en la calle, pero no contó con que iba a ser mucho más invasivo que cualquier otro que llevó antes a su hogar.

    El pequeño literalmente no lo dejaba respirar porque quería dormir encima de su cara, por alguna razón. Max estaba demasiado cansado como para lidiar con eso.

    -Oye... no puedes dormir así, me vas a matar.

    Intentó hacerle entender, pero el cachorro solo lo miraba, lamía y volvía a acostarse como podía en alguna parte de su cabeza.

    -Ok...





    [Max lleva orejitas para poder comunicarse mejor(?).]
    Como siempre, terminó recogiendo a un cachorro que encontró en la calle, pero no contó con que iba a ser mucho más invasivo que cualquier otro que llevó antes a su hogar. El pequeño literalmente no lo dejaba respirar porque quería dormir encima de su cara, por alguna razón. Max estaba demasiado cansado como para lidiar con eso. -Oye... no puedes dormir así, me vas a matar. Intentó hacerle entender, pero el cachorro solo lo miraba, lamía y volvía a acostarse como podía en alguna parte de su cabeza. -Ok... [Max lleva orejitas para poder comunicarse mejor(?).]
    Me gusta
    4
    0 turnos 0 maullidos 227 vistas
  • Sombras Nocturnas
    Categoría Original
    Es una noche fría y húmeda en la ciudad humana.
    Las luces de los faroles parpadean débilmente, proyectando sombras alargadas sobre el pavimento Rangrid se encuentra en un parque abandonado, rodeada de árboles cuyas ramas se mecen con el viento,el sonido lejano de la ciudad apenas llega a tus oídos, ahogado por el silencio de la noche,no tenia un lugar donde dormir, y el frío empieza a calar en sus huesos,como dagas afiladas que la atravesaban.

    Un par de horas atrás había consumido una dosis de "Sombraluna", una droga élfica que le permite escapar temporalmente de la realidad, pero que también nubla sus sentidos y la sumergia en visiones inquietantes,conseguía este estupefaciente en el mercado negro mágico, después de tanto tiempo en el mundo humano se había encontrado con diversas razas mágicas y había hecho conectes para conseguir ciertas cosas no muy legales.

    El mundo parecía moverse a cámara lenta, y las sombras cobran vida, susurrandole cosas que solo ella podía escuchar,esto le causaba euforia y miedo hasta cierto punto.
    Estaba sentada en un banco de madera,una larga capa negra envolvía su delgada anatomía y le refugiaba débilmente del frio de la noche,en su mano una tenía una daga empuñada lista para ser usada en caso de peligro.

    Su mente estaba tan dispersa como alerta,y su corazón latía con tanta rapidez y fuerza que podía escucharlo y sentir que se saldría de su pecho disparado.

    —¿Alguna vez alguien tendrá piedad de mi?—

    Se cuestionó con una voz débil apenas audible, mientras intentaba no dormirse,la vida no la había tratado bien hacia mucho tiempo,y quizá está noche no sería distinta a ello.
    Es una noche fría y húmeda en la ciudad humana. Las luces de los faroles parpadean débilmente, proyectando sombras alargadas sobre el pavimento Rangrid se encuentra en un parque abandonado, rodeada de árboles cuyas ramas se mecen con el viento,el sonido lejano de la ciudad apenas llega a tus oídos, ahogado por el silencio de la noche,no tenia un lugar donde dormir, y el frío empieza a calar en sus huesos,como dagas afiladas que la atravesaban. Un par de horas atrás había consumido una dosis de "Sombraluna", una droga élfica que le permite escapar temporalmente de la realidad, pero que también nubla sus sentidos y la sumergia en visiones inquietantes,conseguía este estupefaciente en el mercado negro mágico, después de tanto tiempo en el mundo humano se había encontrado con diversas razas mágicas y había hecho conectes para conseguir ciertas cosas no muy legales. El mundo parecía moverse a cámara lenta, y las sombras cobran vida, susurrandole cosas que solo ella podía escuchar,esto le causaba euforia y miedo hasta cierto punto. Estaba sentada en un banco de madera,una larga capa negra envolvía su delgada anatomía y le refugiaba débilmente del frio de la noche,en su mano una tenía una daga empuñada lista para ser usada en caso de peligro. Su mente estaba tan dispersa como alerta,y su corazón latía con tanta rapidez y fuerza que podía escucharlo y sentir que se saldría de su pecho disparado. —¿Alguna vez alguien tendrá piedad de mi?— Se cuestionó con una voz débil apenas audible, mientras intentaba no dormirse,la vida no la había tratado bien hacia mucho tiempo,y quizá está noche no sería distinta a ello.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    3
    3 turnos 0 maullidos 561 vistas
  • - mientras caminaba por el reino entre las personas, con a algo de comida que le habían regalado los humanos y las hadas que vivían Liones , mientras comía algo de pan dulce.-
    - mientras caminaba por el reino entre las personas, con a algo de comida que le habían regalado los humanos y las hadas que vivían Liones , mientras comía algo de pan dulce.-
    Me encocora
    1
    0 turnos 0 maullidos 319 vistas
  • El ruido de las aves y el brillo detrás de las cortinas le avisaron que se habia hecho de mañana otra vez.

    De nuevo, pasó en vela toda la noche escribiendo, y es que cuando una nueva idea atrapaba su cabeza, como un enfermo, no comia, no hablaba y no dormía hasta verla plasmada.
    El ruido de las aves y el brillo detrás de las cortinas le avisaron que se habia hecho de mañana otra vez. De nuevo, pasó en vela toda la noche escribiendo, y es que cuando una nueva idea atrapaba su cabeza, como un enfermo, no comia, no hablaba y no dormía hasta verla plasmada.
    Me gusta
    Me encocora
    6
    0 turnos 0 maullidos 205 vistas
Ver más resultados
Patrocinados