• Do you remember me? Remember all of that?
    Fandom IT
    Categoría Terror
    Los Ángeles, 2016.

    Aquel fin de semana no pudo ir a visitar a Nathan, estaba demasiado ocupada, su agenda estaba completa. Su teléfono no dejaba de sonar, Alice, su representante, estaba concertándole mil y una citas con agencias de actores, muchas ellas estaban buscando gente para micro teatros, otras para anuncios, y las que más le importaban a ella: las películas y las series. Llevaba años persiguiendo el papel de protagonista y hasta ahora no había pasado ninguno de los castings a los que se había presentado. ¿Tendría tal vez algo que ver con que ella jamás se marchó de Derry? ¿No del todo? Ese sitio te ataba, te estancaba, te hacía miserable en la vida. Si Ally hubiera coincidido con los que fueron en su día sus amigos, “los perdedores”, se hubiera asombrado de ver que cada uno de ellos había obtenido la fama y el trabajo de sus sueños. Sin embargo, ahí estaba ella, persiguiendo un sueño que parecía jamás lograr alcanzar. Alice le había conseguido, además de un casting como antagonista en una película de terror (de la cual aún no sabía el nombre), un piso en el centro a un buen precio.

    Las mudanzas nunca le habían gustado, y de no ser porque no tenía demasiadas cosas que transportar, se hubiera negado en rotundo, y hubiera continuado viviendo en ese cuchitril asqueroso al que llamaba casa.

    Eso le recordaba a Neibolt Street, a la casa de su hermano. Ella había pasado un año entero durmiendo en un sótano acondicionado como habitación, estaba acostumbrada al olor a humedad, a las telarañas… A todo eso que cualquiera que viviera en Los Ángeles detestaría.

    Ese día fue un día de lo más estresante: tuvo dos entrevistas de trabajo, tres castings y la dichosa mudanza. No le importaba que no le escogieran en ninguno de los dos ámbitos porque tanto los trabajos como los proyectos asignados a esos castings, eran aburridos, más de lo mismo que había hecho durante toda su vida; dependienta de una tienda de telefonía, y canguro. ¿Y más obras de teatro sobre la edad media? Estaba muy cansada de aquello. Necesitaba algo nuevo, romper con lo cuotidiano, salirse de su zona de confort.

    Lo que Ally no sabía, es que ese día, unos minutos antes de llegar al paseo de la fama, encontraría su respuesta en uno de los carteles del Hollywood Pantages Theatre. Llevaba consigo una de las últimas cajas de la mudanza, pues el apartamento estaba a unos 10 minutos desde allí, y menos mal que en el interior de ésta no había cosas demasiado pesadas, porque ésta se le cayó sobre los pies cuando vio aquello:

    LA DIVERSIÓN ACABA DE EMPEZAR, CON RICHIE TOZIER.
    ESTA NOCHE A LAS 22:00, EN EL PANTAGES THEATRE.

    La muchacha, en cuanto vio aquel nombre en pantalla y la foto que identificaba al protagonista de ese número, sintió cómo todo su cuerpo se tensaba. Pudo notar el corazón bombeándole en el interior del pecho con tanta intensidad, que incluso se preocupó. Una alerta en su reloj inteligente vibró en su muñeca: “Frecuencia cardiaca alta, date un respiro.”

    Tragó saliva, poniéndose nerviosa. En seguida se paró a recoger todo lo que se le había caído al suelo, sin mirar siquiera el interior de la caja, o si se dejaba algo sobre el suelo. No le importó, no podía dejar de mirar la enorme pantalla, con el rostro de su amigo. Corrió hacia la taquilla, ésta estaba a punto de cerrar, de hecho, la muchacha del interior, bajó la persiana delante de sus narices.
    —H-hola —dijo la chica, nerviosa, sintiendo que perdería aquella oportunidad—. Q-quería una entrada para —alzó la cabeza hacia la plantilla con todos los shows, para recordar el nombre—. La diversión ac-
    Pero la taquillera le interrumpió, con un tono borde y desganado. Se notaba que se había memorizado aquella frase, porque la dictaba como un robot.
    —Está cerrado. Abrimos de 10:00 a 14:00 y de 19:00 a 20:00 antes de la función. Gracias.
    —¡Eh! ¡Espera! Por favor, es un amigo mío.
    La muchacha de la cabina rodó los ojos.
    —Te pagaré la entrada doble, quédate con el resto, por favor…
    —Está cerrado, vuelva más tarde.
    —Escucha… Puedo pagarte una entrada y darte a ti el equivalente a tres entradas más. Tú te lo quedas, nadie se entera, y todos felices. ¿Qué me dices?
    —Abrimos de 19:00-
    Ally la interrumpió:
    —¡OH, POR FAVOR! ¡Ya sé a qué hora abrís, te estoy pidiendo por favor que-
    Pero la contraria cerró por completo la persiana, y la chica se quedó con la palabra en la boca.
    En aquel momento la hubiera estrangulado con sus propias manos. Ally era una persona impaciente, alguien que quería algo YA si se le antojaba.
    Acababa de encontrarle, a él, en Los Ángeles, después de 25 años sin verle. Al terminar con Eso, en agosto, Ally volvió con su familia a Ludlow, y no volvió hasta unos años más tarde, cuando Richie había dejado la ciudad de Derry, junto a sus padres. Desde entonces, Ally solo volvía para pasar fines de semana con su hermano, o alguna que otra festividad. Y ahora, después de tanto tiempo, la casualidad de la que hablaba cuando eran niños, la había llevado hasta allí.
    —Mira, entiendo lo que es que alguien venga a molestarte fuera de tu horario laboral, créeme… Pero de verdad que necesito esas entradas. Te daré lo que me pidas, de verdad.
    No supo cómo, pero la convenció. La muchacha del interior de la cabina tecleó en su ordenador dispuesta a imprimirle las entradas.
    —¿Asiento?
    —¡Gracias!... ¡Gracias! El que sea, de verdad que no me importa.
    —¿Hora?
    Ally frunció el ceño, confusa, y revisó de nuevo el cartel en el que aparecían los horarios de la función.
    —Solo hay un espectáculo…
    —¿Qué espectáculo desea ver? —realmente la voz cortante e inapetente de la contraria, la hacía parecer una máquina, un robot en el cuerpo de un humano.
    Ally chasqueó la lengua, molesta por tener que volver a revisar el título del show.
    —La diversión acaba de empezar.
    Después de un par de segundos, la chica respondió:
    —No quedan entradas para esta noche a la función de “La diversión acaba de empezar.”
    —¿Qué? Me tienes que estar tomando el pelo…
    —¿Quiere comprar una entrada para mañana?
    —C-claro… —respondió dubitativa. Ella no quería ir al día siguiente, quería verlo ese mismo día. Ya le iba a costar esperar 8 horas, como para esperar 32.
    —¿A qué hora?
    —A la… única maldita hora que hay —masculló entre dientes, esa mujer estaba acabando con su paciencia.
    —De acuerdo. Mañana a las 22:00 “La diversión acaba de empezar” —dijo antes de confirmar la compra.
    —Sí —respondió, hastiada.
    —Lo siento, no quedan entradas. ¿Quiere comprar una para pasado mañana?
    Ally soltó todo el aire de sus pulmones, completamente irritada.
    —No, déjalo. No importa.
    —De acuerdo, que tenga un buen día.
    Y una vez más la persiana volvió a cerrarse frente a ella.
    No podía tener tan mala suerte. O sí… Sí, por supuesto que podía.
    —¡EH! ¡OIGA! ¡VUELVA AQUÍ, SEÑOR!
    Cuando pensabas que las cosas no podían irte peor, era sin duda porque las cosas podían irte muchísimo peor. La caja de ropa que había dejado a un lado de la taquilla había desaparecido, y ahora estaba en los brazos de un anciano que no dejaba de correr, como si tuviera 15 años. Intentó ir tras él, pero estaba tan furiosa, que, en lugar de eso, se rindió, sentándose sobre los escalones que daban paso a la puerta del teatro.
    —Por dios, pero qué te he hecho… —preguntó mirando al cielo—. Dame una tregua, vamos…
    El teléfono sonó en el interior de su bolsillo, y sobre su muñeca, la pantalla del reloj se iluminó con el nombre de Alice. Ally se sacó el teléfono del bolsillo, deslizó el dedo hacia la derecha y contestó.
    —Alice, no es un buen momento.
    —Claro que lo es. Me han llamado del Journal para hacerte una entrevista.
    —¿Una entrevista? ¿En el Journal? ¿Necesitan secretaria? —preguntó con un tono sarcástico.
    —No, idiota. Quieren hacerte una prueba, un casting.
    —Joder, Alice, pues di las cosas bien si quieres que te entiendan a la primera. ¿Sobre qué es?
    —Te quieren como protagonista para una serie —dijo con ilusión la voz tras el teléfono.
    —¿De verdad?... —preguntó Ally, relajándose por fin.
    —¡Sí! Aún no sé cuál es la trama, pero pinta muy bien. Netflix ha comprado los derechos, ¡estarás en mil pantallas!
    —Eso si me cogen.
    —Ey, ¿qué te pasa? Acabo de conseguirte la entrevista de tu vida y estás con ese tonito todo el rato.
    —No es un buen momento…
    —¿Qué ha pasado?
    —¿Podemos vernos? Es demasiado fuerte como para contártelo por teléfono —dijo la chica, observando con admiración el rostro de su amigo en la gran pantalla sobre el teatro.

    3 horas después, en el Holly West Restaurant.

    —¡¿Qué?!
    —Baja la voz… —le pidió Ally, pero Alice no pudo contener la sorpresa ante lo que acababa de escuchar—.Y es una mierda porque no he conseguido entradas para verle. Era la única forma que tenía de volver a hablar con él, ¿sino cómo? Ahora que es famoso a poca gente le dejará acercarse.
    —¿Y cómo pensabas hacerlo si conseguías las entradas?
    —Conozco el Hollywood Pantages como la palma de mi mano. He hecho ahí unas cuantas obras, sé por dónde salen los actores.
    —¿Y por qué no le esperas a la entrada en lugar de a la salida?
    —No quiero ponerle nervioso antes del espectáculo. ¿Sabes cómo se pondrá cuando me vea? Hace 25 años que no le veo, los dos hemos cambiado.
    —Espera un segundo… ¿Has dicho que actúa en el Pantages?
    —Sí.
    —¿Esta noche?
    —¿Conoces a alguien que me pueda colar sin que nadie se entere? —preguntó con una sonrisa fingida, pues sabía que las cosas no serían tan sencillas como lo esperaba. ¿O sí?
    —¿Cómo se llama?
    —Richie. Richie Tozier —jamás olvidaría ese nombre.
    —No. Él no. Su show.
    —Ah. Oh… La diversión acaba de empezar.
    Alice sacó su teléfono, con el entrecejo fruncido, como si buscara algo.
    —No las vas a conseguir, yo también las he buscado pensando que esa zorra de la taquilla me la tenía jurada… —espetó Ally, dándole un sorbo a la coca-cola, sintiendo cómo el hielo le adormecía el labio superior. Pero cuando su amiga le mostró su correo en la pantalla, y en éste aparecieron las entradas, no logró contener el líquido en su boca, escupiéndoselo en la cara sin poder evitarlo, ante la sorpresa—. ¡Oh, joder! Mierda, lo siento, ¿estás bien? ¿Te he dado en el ojo?
    Alice apretó los ojos, cerrándolos con fuerza para que no le entrara el líquido y le provocara una tremenda irritación, limpiándose los restos de refresco y saliva, con la servilleta sobre la mesa.
    —¿Cómo cojones las has conseguido?
    —Sam…
    Sam era el tipo que estaba empezando a conocer, el mismo que Ally días antes había estado criticando, y no era porque el chico no fuera una buena persona, lo poco que le había contado de él era suficiente para saber que era un buen tío. Lo que verdaderamente le sucedió para detestarlo tanto, es que sabía que si Alice conseguía un novio, dejaría de tenerla disponible las 24 horas, así que, egoístamente, lo hizo por eso.
    —¡Sam! —dijo de pronto, como si le hubiera recordado— .¡Sam, claro! ¡Ese gran tipo! ¿Por qué nunca me lo has presentado?
    —Te lo presenté, y le llamaste raro a la cara…
    —¿Qué? ¿De verdad? Por dios, no me acuerdo de haber hecho eso, pero ya sabes que soy una bocazas, no me lo tomes en cuenta, sabes que me encanta ese chico —mintió.
    —Le detestas. Siempre me dices que lo mande a la mierda.
    —¡Yo nunca he dicho eso!
    —Si querías las entradas no hacía falta que me mintieras, sabes que te basta con pedírmelas.
    Ally subió los codos sobre le mesa, juntó sus manos, entrelazando sus dedos y le suplicó inclinándose hacia ella.
    —Por favor, necesito esa entrada…
    Alice suspiró, mirándola como una madre miraría a su hija, una mirada que decía: “no tiene remedio”. El único inconveniente era que Alice tenía 23 años, y Ally 38, así que nunca podría ser su madre.

    Por fin la suerte estaba de su parte, había conseguido la maldita entrada y ya tenía su plan bien detallado mentalmente. Disfrutaría de ver a su amigo hacer lo que mejor se le daba; hacer reír a la gente. Lo esperaría en el parking de coches, donde se situaba la puerta de la salida de los camerinos, perfectamente disimulada con un cartel que el bar de enfrente les había prestado, en el que podía leerse: SALA DE CONTADORES.
    A nadie le hubiera interesado entrar en una sala de contadores, así que era un buen método para mantener a los fans alejados. Ella en cambio, siempre habría deseado salir de allí después de un estreno y encontrarse a millones de personas esperándola, pidiéndole autógrafos y fotos que después publicarían en sus redes sociales. Pero ese día aún no había llegado, la gente no le reconocía por la calle, y con esa suerte, seguramente nunca lo harían.

    El tiempo pasó lento, despacio, excepto cuando tuvo que escoger qué ropa ponerse y de qué color pintar sus labios, en ese momento el reloj corrió dando la vuelta por completo. Había perdido una hora en arreglarse, y poco era para el reencuentro que estaría a punto de vivir…
    Al final se decantó por una blusa blanca, con un escote que dejaba apreciar su esternón y una pequeña parte de la curvatura de sus pechos, descotados. En la parte inferior de su cintura llevaba unos pantalones negros, pitillos, junto con unas converse de color negro y blanco. No se había cargado de maquillaje, únicamente había usado su lápiz de ojos negro, marcando la línea inferior de su párpado, un poco de rímel para acentuar sus pestañas, y un pintalabios rojo oscuro, de esos que aguantaban toda la noche y que luego te costaba quitarte.
    El cuchitril en el que vivía, de momento, quedaba a más de una hora de allí, y ya eran las 20:30, así que se dio prisa en llamar a un taxi.
    Para cuando éste la dejó en la puerta del Hollywood Pantages, eran las 21:40. El maldito tráfico de L.A.

    Estuvo a punto de llegar tarde, a punto de que le cerraran la puerta en las narices, pero al no tratarse de una obra como tal, al ser un espectáculo de humor, algo que en esos sitios infravaloraban muchísimo, la dejaron pasar. Su asiento estaba situado en Platea B, justo la zona superior derecha frente al escenario, la parte alta de las butacas. No era un mal sitio, mejor que haber estado en primera fila, pues no quería sorprenderle en mitad de un número, quería verle la cara de cerca, saber cuáles eran sus pensamientos, sus sensaciones…
    Estaba nerviosa, casi como si la que tuviera que subirse al escenario fuera ella. Cuando su nombre resonó en los altavoces de la sala, sintió un hormigueo en el estómago, la emoción apoderándose de ella. Y al verle… al contemplar cómo salía, con qué andares y qué seguridad se acercaba al centro del escenario, se sintió temblar sobre el asiento.
    Los recuerdos la bombardearon, y no solo lloró de la risa por sus comentarios jocosos y sus chistes durante todo el espectáculo, sino que lo hizo por la emoción, la ilusión de ese reencuentro, de verle una vez más, de encontrarse después de tantos años. Él había cambiado físicamente, pero sus rasgos eran los mismos, y su personalidad no había cambiado en absoluto. Seguía haciendo ese tipo de comentarios subiditos de tono…
    El sexo siempre había sido un tema que él trataba con humor, tal vez porque esa era su forma de normalizar algo que con el resto de sus amigos no tenía en común.

    La gente lo adoraba, aplaudían, reían, gritaban, era todo un ídolo allí. Y aquello la enorgulleció, la hizo sentir feliz del hombre en el que se había convertido, sobre todo por haber podido llegar hasta allí, cumpliendo su sueño, eso que tanto quería; hacer reír al mundo entero. Ally esperó impaciente a que terminara el espectáculo, no por aburrimiento, sino porque no aguantaba más tiempo allí sentada, imaginándose cómo sería el reencuentro. Necesitaba tenerle ya delante, y cuando eso sucedió… cuando divisó que la puerta del cartel de la sala de contadores falsa, se abría, viéndolo, saliendo de allí encendiéndose el cigarro con el mechero, se deshizo por dentro. Se sintió como una de esas adolescentes que acampaban en las entradas de los conciertos días y días, esperando ver únicamente el coche en el que iban montados sus ídolos, con los cristales tintados. Era absurdo, ¿verdad? Sí, por supuesto que lo era, al igual que esos estúpidos nervios que estaba sintiendo, ese temblor en sus piernas. Necesitaba acabar ya con ese momento de tensión. Richie se quedó ahí de pie, abrazando con la palma de su mano el cigarro y la llama, evitando así que el viento la apagara. Ally se acercó, despacio. Lo único que los alumbraba era una farola en medio de aquella calle, que daba al patio trasero del edificio, cerca del parking de coches.
    Cuando estaba lo suficientemente cerca, musitó:
    —Hola, Richie.
    —¡OH, MIERDA! — masculló con el tabaco entre los labios. Sobresaltándose tanto, que por poco se tragó el cigarro, cayéndoseles éste junto con mechero. En seguida se puso en posición de defensa, con las palmas de las manos por delante, y los brazos estirados hacia la chica—. ¿Quién coño eres? —le preguntó con cierta sospecha. Era habitual últimamente que la gente lo acosara, muchos de sus fans incluso habían averiguado dónde vivía, y su última experiencia con una fan loca dejó mucho que desear.
    —¿No te acuerdas de mí?...
    Richie miró hacia todas partes, por si aquella tía venía acompañada de sus amiguitas las locas. Se separó, poniéndose a andar, con las manos en los bolsillos, alejándose de ella.
    —No te conozco de nada, lo siento —le dijo, ceñudo.
    —Pues yo a ti sí que te conozco —respondió ella, desde donde estaba. No se había movido, pero sí había alzado el tono para qué este le escuchara.
    —Todas me conocéis demasiado —murmuró él entre dientes, sacando las llaves de su Mustang Cabrío, de color burdeos. La luz del vehículo parpadeó dos veces, haciéndose ver entre el resto. Era un cochazo, desde luego.
    —Jamás podría olvidar al chico que me salvó de una paliza —dijo entonces ella, esperando que él recordaba aquello.
    Richie se detuvo en seco, con el ceño fruncido, dándole aún la espalda.
    —Al chico que me llevó en su bicicleta hasta su casa, porque yo estaba aterrorizada…
    Los Ángeles, 2016. Aquel fin de semana no pudo ir a visitar a Nathan, estaba demasiado ocupada, su agenda estaba completa. Su teléfono no dejaba de sonar, Alice, su representante, estaba concertándole mil y una citas con agencias de actores, muchas ellas estaban buscando gente para micro teatros, otras para anuncios, y las que más le importaban a ella: las películas y las series. Llevaba años persiguiendo el papel de protagonista y hasta ahora no había pasado ninguno de los castings a los que se había presentado. ¿Tendría tal vez algo que ver con que ella jamás se marchó de Derry? ¿No del todo? Ese sitio te ataba, te estancaba, te hacía miserable en la vida. Si Ally hubiera coincidido con los que fueron en su día sus amigos, “los perdedores”, se hubiera asombrado de ver que cada uno de ellos había obtenido la fama y el trabajo de sus sueños. Sin embargo, ahí estaba ella, persiguiendo un sueño que parecía jamás lograr alcanzar. Alice le había conseguido, además de un casting como antagonista en una película de terror (de la cual aún no sabía el nombre), un piso en el centro a un buen precio. Las mudanzas nunca le habían gustado, y de no ser porque no tenía demasiadas cosas que transportar, se hubiera negado en rotundo, y hubiera continuado viviendo en ese cuchitril asqueroso al que llamaba casa. Eso le recordaba a Neibolt Street, a la casa de su hermano. Ella había pasado un año entero durmiendo en un sótano acondicionado como habitación, estaba acostumbrada al olor a humedad, a las telarañas… A todo eso que cualquiera que viviera en Los Ángeles detestaría. Ese día fue un día de lo más estresante: tuvo dos entrevistas de trabajo, tres castings y la dichosa mudanza. No le importaba que no le escogieran en ninguno de los dos ámbitos porque tanto los trabajos como los proyectos asignados a esos castings, eran aburridos, más de lo mismo que había hecho durante toda su vida; dependienta de una tienda de telefonía, y canguro. ¿Y más obras de teatro sobre la edad media? Estaba muy cansada de aquello. Necesitaba algo nuevo, romper con lo cuotidiano, salirse de su zona de confort. Lo que Ally no sabía, es que ese día, unos minutos antes de llegar al paseo de la fama, encontraría su respuesta en uno de los carteles del Hollywood Pantages Theatre. Llevaba consigo una de las últimas cajas de la mudanza, pues el apartamento estaba a unos 10 minutos desde allí, y menos mal que en el interior de ésta no había cosas demasiado pesadas, porque ésta se le cayó sobre los pies cuando vio aquello: LA DIVERSIÓN ACABA DE EMPEZAR, CON RICHIE TOZIER. ESTA NOCHE A LAS 22:00, EN EL PANTAGES THEATRE. La muchacha, en cuanto vio aquel nombre en pantalla y la foto que identificaba al protagonista de ese número, sintió cómo todo su cuerpo se tensaba. Pudo notar el corazón bombeándole en el interior del pecho con tanta intensidad, que incluso se preocupó. Una alerta en su reloj inteligente vibró en su muñeca: “Frecuencia cardiaca alta, date un respiro.” Tragó saliva, poniéndose nerviosa. En seguida se paró a recoger todo lo que se le había caído al suelo, sin mirar siquiera el interior de la caja, o si se dejaba algo sobre el suelo. No le importó, no podía dejar de mirar la enorme pantalla, con el rostro de su amigo. Corrió hacia la taquilla, ésta estaba a punto de cerrar, de hecho, la muchacha del interior, bajó la persiana delante de sus narices. —H-hola —dijo la chica, nerviosa, sintiendo que perdería aquella oportunidad—. Q-quería una entrada para —alzó la cabeza hacia la plantilla con todos los shows, para recordar el nombre—. La diversión ac- Pero la taquillera le interrumpió, con un tono borde y desganado. Se notaba que se había memorizado aquella frase, porque la dictaba como un robot. —Está cerrado. Abrimos de 10:00 a 14:00 y de 19:00 a 20:00 antes de la función. Gracias. —¡Eh! ¡Espera! Por favor, es un amigo mío. La muchacha de la cabina rodó los ojos. —Te pagaré la entrada doble, quédate con el resto, por favor… —Está cerrado, vuelva más tarde. —Escucha… Puedo pagarte una entrada y darte a ti el equivalente a tres entradas más. Tú te lo quedas, nadie se entera, y todos felices. ¿Qué me dices? —Abrimos de 19:00- Ally la interrumpió: —¡OH, POR FAVOR! ¡Ya sé a qué hora abrís, te estoy pidiendo por favor que- Pero la contraria cerró por completo la persiana, y la chica se quedó con la palabra en la boca. En aquel momento la hubiera estrangulado con sus propias manos. Ally era una persona impaciente, alguien que quería algo YA si se le antojaba. Acababa de encontrarle, a él, en Los Ángeles, después de 25 años sin verle. Al terminar con Eso, en agosto, Ally volvió con su familia a Ludlow, y no volvió hasta unos años más tarde, cuando Richie había dejado la ciudad de Derry, junto a sus padres. Desde entonces, Ally solo volvía para pasar fines de semana con su hermano, o alguna que otra festividad. Y ahora, después de tanto tiempo, la casualidad de la que hablaba cuando eran niños, la había llevado hasta allí. —Mira, entiendo lo que es que alguien venga a molestarte fuera de tu horario laboral, créeme… Pero de verdad que necesito esas entradas. Te daré lo que me pidas, de verdad. No supo cómo, pero la convenció. La muchacha del interior de la cabina tecleó en su ordenador dispuesta a imprimirle las entradas. —¿Asiento? —¡Gracias!... ¡Gracias! El que sea, de verdad que no me importa. —¿Hora? Ally frunció el ceño, confusa, y revisó de nuevo el cartel en el que aparecían los horarios de la función. —Solo hay un espectáculo… —¿Qué espectáculo desea ver? —realmente la voz cortante e inapetente de la contraria, la hacía parecer una máquina, un robot en el cuerpo de un humano. Ally chasqueó la lengua, molesta por tener que volver a revisar el título del show. —La diversión acaba de empezar. Después de un par de segundos, la chica respondió: —No quedan entradas para esta noche a la función de “La diversión acaba de empezar.” —¿Qué? Me tienes que estar tomando el pelo… —¿Quiere comprar una entrada para mañana? —C-claro… —respondió dubitativa. Ella no quería ir al día siguiente, quería verlo ese mismo día. Ya le iba a costar esperar 8 horas, como para esperar 32. —¿A qué hora? —A la… única maldita hora que hay —masculló entre dientes, esa mujer estaba acabando con su paciencia. —De acuerdo. Mañana a las 22:00 “La diversión acaba de empezar” —dijo antes de confirmar la compra. —Sí —respondió, hastiada. —Lo siento, no quedan entradas. ¿Quiere comprar una para pasado mañana? Ally soltó todo el aire de sus pulmones, completamente irritada. —No, déjalo. No importa. —De acuerdo, que tenga un buen día. Y una vez más la persiana volvió a cerrarse frente a ella. No podía tener tan mala suerte. O sí… Sí, por supuesto que podía. —¡EH! ¡OIGA! ¡VUELVA AQUÍ, SEÑOR! Cuando pensabas que las cosas no podían irte peor, era sin duda porque las cosas podían irte muchísimo peor. La caja de ropa que había dejado a un lado de la taquilla había desaparecido, y ahora estaba en los brazos de un anciano que no dejaba de correr, como si tuviera 15 años. Intentó ir tras él, pero estaba tan furiosa, que, en lugar de eso, se rindió, sentándose sobre los escalones que daban paso a la puerta del teatro. —Por dios, pero qué te he hecho… —preguntó mirando al cielo—. Dame una tregua, vamos… El teléfono sonó en el interior de su bolsillo, y sobre su muñeca, la pantalla del reloj se iluminó con el nombre de Alice. Ally se sacó el teléfono del bolsillo, deslizó el dedo hacia la derecha y contestó. —Alice, no es un buen momento. —Claro que lo es. Me han llamado del Journal para hacerte una entrevista. —¿Una entrevista? ¿En el Journal? ¿Necesitan secretaria? —preguntó con un tono sarcástico. —No, idiota. Quieren hacerte una prueba, un casting. —Joder, Alice, pues di las cosas bien si quieres que te entiendan a la primera. ¿Sobre qué es? —Te quieren como protagonista para una serie —dijo con ilusión la voz tras el teléfono. —¿De verdad?... —preguntó Ally, relajándose por fin. —¡Sí! Aún no sé cuál es la trama, pero pinta muy bien. Netflix ha comprado los derechos, ¡estarás en mil pantallas! —Eso si me cogen. —Ey, ¿qué te pasa? Acabo de conseguirte la entrevista de tu vida y estás con ese tonito todo el rato. —No es un buen momento… —¿Qué ha pasado? —¿Podemos vernos? Es demasiado fuerte como para contártelo por teléfono —dijo la chica, observando con admiración el rostro de su amigo en la gran pantalla sobre el teatro. 3 horas después, en el Holly West Restaurant. —¡¿Qué?! —Baja la voz… —le pidió Ally, pero Alice no pudo contener la sorpresa ante lo que acababa de escuchar—.Y es una mierda porque no he conseguido entradas para verle. Era la única forma que tenía de volver a hablar con él, ¿sino cómo? Ahora que es famoso a poca gente le dejará acercarse. —¿Y cómo pensabas hacerlo si conseguías las entradas? —Conozco el Hollywood Pantages como la palma de mi mano. He hecho ahí unas cuantas obras, sé por dónde salen los actores. —¿Y por qué no le esperas a la entrada en lugar de a la salida? —No quiero ponerle nervioso antes del espectáculo. ¿Sabes cómo se pondrá cuando me vea? Hace 25 años que no le veo, los dos hemos cambiado. —Espera un segundo… ¿Has dicho que actúa en el Pantages? —Sí. —¿Esta noche? —¿Conoces a alguien que me pueda colar sin que nadie se entere? —preguntó con una sonrisa fingida, pues sabía que las cosas no serían tan sencillas como lo esperaba. ¿O sí? —¿Cómo se llama? —Richie. Richie Tozier —jamás olvidaría ese nombre. —No. Él no. Su show. —Ah. Oh… La diversión acaba de empezar. Alice sacó su teléfono, con el entrecejo fruncido, como si buscara algo. —No las vas a conseguir, yo también las he buscado pensando que esa zorra de la taquilla me la tenía jurada… —espetó Ally, dándole un sorbo a la coca-cola, sintiendo cómo el hielo le adormecía el labio superior. Pero cuando su amiga le mostró su correo en la pantalla, y en éste aparecieron las entradas, no logró contener el líquido en su boca, escupiéndoselo en la cara sin poder evitarlo, ante la sorpresa—. ¡Oh, joder! Mierda, lo siento, ¿estás bien? ¿Te he dado en el ojo? Alice apretó los ojos, cerrándolos con fuerza para que no le entrara el líquido y le provocara una tremenda irritación, limpiándose los restos de refresco y saliva, con la servilleta sobre la mesa. —¿Cómo cojones las has conseguido? —Sam… Sam era el tipo que estaba empezando a conocer, el mismo que Ally días antes había estado criticando, y no era porque el chico no fuera una buena persona, lo poco que le había contado de él era suficiente para saber que era un buen tío. Lo que verdaderamente le sucedió para detestarlo tanto, es que sabía que si Alice conseguía un novio, dejaría de tenerla disponible las 24 horas, así que, egoístamente, lo hizo por eso. —¡Sam! —dijo de pronto, como si le hubiera recordado— .¡Sam, claro! ¡Ese gran tipo! ¿Por qué nunca me lo has presentado? —Te lo presenté, y le llamaste raro a la cara… —¿Qué? ¿De verdad? Por dios, no me acuerdo de haber hecho eso, pero ya sabes que soy una bocazas, no me lo tomes en cuenta, sabes que me encanta ese chico —mintió. —Le detestas. Siempre me dices que lo mande a la mierda. —¡Yo nunca he dicho eso! —Si querías las entradas no hacía falta que me mintieras, sabes que te basta con pedírmelas. Ally subió los codos sobre le mesa, juntó sus manos, entrelazando sus dedos y le suplicó inclinándose hacia ella. —Por favor, necesito esa entrada… Alice suspiró, mirándola como una madre miraría a su hija, una mirada que decía: “no tiene remedio”. El único inconveniente era que Alice tenía 23 años, y Ally 38, así que nunca podría ser su madre. Por fin la suerte estaba de su parte, había conseguido la maldita entrada y ya tenía su plan bien detallado mentalmente. Disfrutaría de ver a su amigo hacer lo que mejor se le daba; hacer reír a la gente. Lo esperaría en el parking de coches, donde se situaba la puerta de la salida de los camerinos, perfectamente disimulada con un cartel que el bar de enfrente les había prestado, en el que podía leerse: SALA DE CONTADORES. A nadie le hubiera interesado entrar en una sala de contadores, así que era un buen método para mantener a los fans alejados. Ella en cambio, siempre habría deseado salir de allí después de un estreno y encontrarse a millones de personas esperándola, pidiéndole autógrafos y fotos que después publicarían en sus redes sociales. Pero ese día aún no había llegado, la gente no le reconocía por la calle, y con esa suerte, seguramente nunca lo harían. El tiempo pasó lento, despacio, excepto cuando tuvo que escoger qué ropa ponerse y de qué color pintar sus labios, en ese momento el reloj corrió dando la vuelta por completo. Había perdido una hora en arreglarse, y poco era para el reencuentro que estaría a punto de vivir… Al final se decantó por una blusa blanca, con un escote que dejaba apreciar su esternón y una pequeña parte de la curvatura de sus pechos, descotados. En la parte inferior de su cintura llevaba unos pantalones negros, pitillos, junto con unas converse de color negro y blanco. No se había cargado de maquillaje, únicamente había usado su lápiz de ojos negro, marcando la línea inferior de su párpado, un poco de rímel para acentuar sus pestañas, y un pintalabios rojo oscuro, de esos que aguantaban toda la noche y que luego te costaba quitarte. El cuchitril en el que vivía, de momento, quedaba a más de una hora de allí, y ya eran las 20:30, así que se dio prisa en llamar a un taxi. Para cuando éste la dejó en la puerta del Hollywood Pantages, eran las 21:40. El maldito tráfico de L.A. Estuvo a punto de llegar tarde, a punto de que le cerraran la puerta en las narices, pero al no tratarse de una obra como tal, al ser un espectáculo de humor, algo que en esos sitios infravaloraban muchísimo, la dejaron pasar. Su asiento estaba situado en Platea B, justo la zona superior derecha frente al escenario, la parte alta de las butacas. No era un mal sitio, mejor que haber estado en primera fila, pues no quería sorprenderle en mitad de un número, quería verle la cara de cerca, saber cuáles eran sus pensamientos, sus sensaciones… Estaba nerviosa, casi como si la que tuviera que subirse al escenario fuera ella. Cuando su nombre resonó en los altavoces de la sala, sintió un hormigueo en el estómago, la emoción apoderándose de ella. Y al verle… al contemplar cómo salía, con qué andares y qué seguridad se acercaba al centro del escenario, se sintió temblar sobre el asiento. Los recuerdos la bombardearon, y no solo lloró de la risa por sus comentarios jocosos y sus chistes durante todo el espectáculo, sino que lo hizo por la emoción, la ilusión de ese reencuentro, de verle una vez más, de encontrarse después de tantos años. Él había cambiado físicamente, pero sus rasgos eran los mismos, y su personalidad no había cambiado en absoluto. Seguía haciendo ese tipo de comentarios subiditos de tono… El sexo siempre había sido un tema que él trataba con humor, tal vez porque esa era su forma de normalizar algo que con el resto de sus amigos no tenía en común. La gente lo adoraba, aplaudían, reían, gritaban, era todo un ídolo allí. Y aquello la enorgulleció, la hizo sentir feliz del hombre en el que se había convertido, sobre todo por haber podido llegar hasta allí, cumpliendo su sueño, eso que tanto quería; hacer reír al mundo entero. Ally esperó impaciente a que terminara el espectáculo, no por aburrimiento, sino porque no aguantaba más tiempo allí sentada, imaginándose cómo sería el reencuentro. Necesitaba tenerle ya delante, y cuando eso sucedió… cuando divisó que la puerta del cartel de la sala de contadores falsa, se abría, viéndolo, saliendo de allí encendiéndose el cigarro con el mechero, se deshizo por dentro. Se sintió como una de esas adolescentes que acampaban en las entradas de los conciertos días y días, esperando ver únicamente el coche en el que iban montados sus ídolos, con los cristales tintados. Era absurdo, ¿verdad? Sí, por supuesto que lo era, al igual que esos estúpidos nervios que estaba sintiendo, ese temblor en sus piernas. Necesitaba acabar ya con ese momento de tensión. Richie se quedó ahí de pie, abrazando con la palma de su mano el cigarro y la llama, evitando así que el viento la apagara. Ally se acercó, despacio. Lo único que los alumbraba era una farola en medio de aquella calle, que daba al patio trasero del edificio, cerca del parking de coches. Cuando estaba lo suficientemente cerca, musitó: —Hola, Richie. —¡OH, MIERDA! — masculló con el tabaco entre los labios. Sobresaltándose tanto, que por poco se tragó el cigarro, cayéndoseles éste junto con mechero. En seguida se puso en posición de defensa, con las palmas de las manos por delante, y los brazos estirados hacia la chica—. ¿Quién coño eres? —le preguntó con cierta sospecha. Era habitual últimamente que la gente lo acosara, muchos de sus fans incluso habían averiguado dónde vivía, y su última experiencia con una fan loca dejó mucho que desear. —¿No te acuerdas de mí?... Richie miró hacia todas partes, por si aquella tía venía acompañada de sus amiguitas las locas. Se separó, poniéndose a andar, con las manos en los bolsillos, alejándose de ella. —No te conozco de nada, lo siento —le dijo, ceñudo. —Pues yo a ti sí que te conozco —respondió ella, desde donde estaba. No se había movido, pero sí había alzado el tono para qué este le escuchara. —Todas me conocéis demasiado —murmuró él entre dientes, sacando las llaves de su Mustang Cabrío, de color burdeos. La luz del vehículo parpadeó dos veces, haciéndose ver entre el resto. Era un cochazo, desde luego. —Jamás podría olvidar al chico que me salvó de una paliza —dijo entonces ella, esperando que él recordaba aquello. Richie se detuvo en seco, con el ceño fruncido, dándole aún la espalda. —Al chico que me llevó en su bicicleta hasta su casa, porque yo estaba aterrorizada…
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    0 turnos 0 maullidos
  • Ryuリュウ・イシュタル・ヨキン Ishtar Yokin

    Camino sola.
    O eso aparento.

    Veythra camina conmigo, pero ya no proyecta su sombra; se repliega, se disuelve en lo más hondo de mi alma, como una bestia cansada que acepta el silencio. Soy yo, Lili, quien avanza hacia el templo de Yue, o hacia lo que queda de él: ruinas plateadas, heridas abiertas en la memoria del mundo.

    Mis pasos son firmes, aunque mi cuerpo no lo esté.
    El sello Qadistu me devora despacio. No hay disfraz, no hay glamour de reina ni caricia de magia. Mi piel muestra la corrupción, las grietas del sacrificio, el precio de haber sido usada como vasija, como semilla de un ejército que yo pedí. Camino así, expuesta, porque no me queda nada que ocultar.

    Las ruinas me ven.
    Y responden.

    La plata se alza, se recompone, canta. El templo me reconoce. No como diosa, no como monstruo, sino como hija. Me aceptan… me reclaman. Las columnas resurgen como huesos que recuerdan su forma original, y el aire vibra con una devoción antigua.

    A mi lado, 001 observa en silencio. Sus ojos no juzgan. Aprende. Una niña entendiendo, poco a poco, cuál es su lugar en un mundo que nació roto.

    El caldero plateado me espera.
    Bebo un solo sorbo.

    El dolor retrocede. Mi cuerpo vuelve a su forma conocida, no porque esté curado, sino porque el templo me concede un respiro. Me siento en el trono. La piedra es fría. Justa. 001 se coloca de pie a mi lado, recta, atenta, como si ese gesto ya estuviera escrito en su destino.

    Y entonces… solo queda un nombre.

    Ryu.

    ¿Estás aullando a la luna, lobita mía?
    ¿Me aúllas a mí… o a lo que hice?
    ¿A lo que permití que hicieran conmigo?

    Vendí mi cuerpo al caos para crear monstruos, sí.
    Pero nunca vendí mi corazón.
    Ese sigue latiendo, herido, obstinado, aferrado a tu recuerdo.

    Dime…
    ¿Aún me amas más de lo que me odias?

    Porque esto —todo esto— es lo único que me queda.

    No el trono.
    No el poder.
    No el ejército.

    Mi corazón.

    Y aun roto, aun temblando…
    te lo entrego.
    Mi amor.
    [Ryu] Camino sola. O eso aparento. Veythra camina conmigo, pero ya no proyecta su sombra; se repliega, se disuelve en lo más hondo de mi alma, como una bestia cansada que acepta el silencio. Soy yo, Lili, quien avanza hacia el templo de Yue, o hacia lo que queda de él: ruinas plateadas, heridas abiertas en la memoria del mundo. Mis pasos son firmes, aunque mi cuerpo no lo esté. El sello Qadistu me devora despacio. No hay disfraz, no hay glamour de reina ni caricia de magia. Mi piel muestra la corrupción, las grietas del sacrificio, el precio de haber sido usada como vasija, como semilla de un ejército que yo pedí. Camino así, expuesta, porque no me queda nada que ocultar. Las ruinas me ven. Y responden. La plata se alza, se recompone, canta. El templo me reconoce. No como diosa, no como monstruo, sino como hija. Me aceptan… me reclaman. Las columnas resurgen como huesos que recuerdan su forma original, y el aire vibra con una devoción antigua. A mi lado, 001 observa en silencio. Sus ojos no juzgan. Aprende. Una niña entendiendo, poco a poco, cuál es su lugar en un mundo que nació roto. El caldero plateado me espera. Bebo un solo sorbo. El dolor retrocede. Mi cuerpo vuelve a su forma conocida, no porque esté curado, sino porque el templo me concede un respiro. Me siento en el trono. La piedra es fría. Justa. 001 se coloca de pie a mi lado, recta, atenta, como si ese gesto ya estuviera escrito en su destino. Y entonces… solo queda un nombre. Ryu. ¿Estás aullando a la luna, lobita mía? ¿Me aúllas a mí… o a lo que hice? ¿A lo que permití que hicieran conmigo? Vendí mi cuerpo al caos para crear monstruos, sí. Pero nunca vendí mi corazón. Ese sigue latiendo, herido, obstinado, aferrado a tu recuerdo. Dime… ¿Aún me amas más de lo que me odias? Porque esto —todo esto— es lo único que me queda. No el trono. No el poder. No el ejército. Mi corazón. Y aun roto, aun temblando… te lo entrego. Mi amor.
    Me gusta
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • — ¿Sabes? No es por presumir, pero este rostro, que por cierto acaba de salvar al mundo por, no sé, ¿décima vez consecutiva? terminó dándoles una paliza a todos mis yo de otros universos. O sea, solo tuve que decirles algo como: "váyanse de aquí, guapetones" sin más.
    — ¿Sabes? No es por presumir, pero este rostro, que por cierto acaba de salvar al mundo por, no sé, ¿décima vez consecutiva? terminó dándoles una paliza a todos mis yo de otros universos. O sea, solo tuve que decirles algo como: "váyanse de aquí, guapetones" sin más.
    Me encocora
    1
    1 turno 0 maullidos
  • El final de una mision y el comienzo de una aventura
    Fandom Mitología
    Categoría Acción
    Porfin la hemos encontrado, hacemos un buen duo no crees Akabane

    -miraria a su contraria con una sonrisa-

    [Despues de varios dias explorando Grecia en busca de la famosa espada de los dioses, el joven principe se unio a una joven que sabria donde encontrarla y junto a ella empezaria esta aventura. ¿Que le contara esa joven al principe del inframundo? ¿Seguiran de aventura o se separaran?]
    Porfin la hemos encontrado, hacemos un buen duo no crees Akabane -miraria a su contraria con una sonrisa- [Despues de varios dias explorando Grecia en busca de la famosa espada de los dioses, el joven principe se unio a una joven que sabria donde encontrarla y junto a ella empezaria esta aventura. ¿Que le contara esa joven al principe del inframundo? ¿Seguiran de aventura o se separaran?]
    Tipo
    Individual
    Líneas
    2
    Estado
    Terminado
    Me shockea
    1
    6 turnos 0 maullidos
  • En un mundo de espejos, por fin alguien se detuvo a mirar la luz y no el reflejo. Jamás pensé que alguien se acordara .... Me hiciste la semana compañero ... Espero verte más seguido .
    En un mundo de espejos, por fin alguien se detuvo a mirar la luz y no el reflejo. Jamás pensé que alguien se acordara .... Me hiciste la semana compañero ... Espero verte más seguido .
    Me gusta
    4
    0 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    — Te marqué con lo invisible, para que el mundo sepa que ya no te perteneces.
    — Te marqué con lo invisible, para que el mundo sepa que ya no te perteneces.
    Me gusta
    Me shockea
    2
    0 comentarios 0 compartidos
  • No eres alguien que se ame de lejos.
    Eres de esas almas que piden presencia,
    miradas que no se distraen,
    manos que no tiemblan al quedarse.

    Si alguien se acerca a ti de verdad,
    sentirá cómo el mundo baja la voz.
    Porque contigo el amor no grita,
    se queda.

    Aprende tus silencios,
    descansa en tu risa,
    y se vuelve valiente cuando tú dudas.

    Amarte sería elegirte incluso cuando no te miras con ternura.
    Sería tocar tus miedos sin querer huir,
    besar tus cicatrices sin preguntar de dónde vienen,
    y decirte en voz baja, muy cerca:
    “no tienes que demostrar nada… ya eres suficiente”.

    Tu corazón no es frágil,
    es profundo.
    Y lo profundo no se rompe:
    se cuida.
    Por eso no estás hecha para medias verdades
    ni para brazos que solo vuelven cuando les conviene.

    Escúchame aquí, donde más se siente:
    no eres un momento,
    eres un lugar al que se vuelve.
    Y algún día alguien va a mirarte con esa calma intensa
    que solo se le ofrece a lo irremplazable,
    pensando —sin decirlo—
    “aquí… aquí es”.
    No eres alguien que se ame de lejos. Eres de esas almas que piden presencia, miradas que no se distraen, manos que no tiemblan al quedarse. Si alguien se acerca a ti de verdad, sentirá cómo el mundo baja la voz. Porque contigo el amor no grita, se queda. Aprende tus silencios, descansa en tu risa, y se vuelve valiente cuando tú dudas. Amarte sería elegirte incluso cuando no te miras con ternura. Sería tocar tus miedos sin querer huir, besar tus cicatrices sin preguntar de dónde vienen, y decirte en voz baja, muy cerca: “no tienes que demostrar nada… ya eres suficiente”. Tu corazón no es frágil, es profundo. Y lo profundo no se rompe: se cuida. Por eso no estás hecha para medias verdades ni para brazos que solo vuelven cuando les conviene. Escúchame aquí, donde más se siente: no eres un momento, eres un lugar al que se vuelve. Y algún día alguien va a mirarte con esa calma intensa que solo se le ofrece a lo irremplazable, pensando —sin decirlo— “aquí… aquí es”. ✨
    Me encocora
    Me gusta
    7
    1 turno 0 maullidos
  • — Qué sueño más extraño. Todas las flores eran almas y chillaban cuando las pisaba por accidente. ¿Así será el otro mundo?...

    Ah, sólo fue un sueño. No vale la pena quebrarse la cabeza por eso. Volveré a dormir. —
    — Qué sueño más extraño. Todas las flores eran almas y chillaban cuando las pisaba por accidente. ¿Así será el otro mundo?... Ah, sólo fue un sueño. No vale la pena quebrarse la cabeza por eso. Volveré a dormir. —
    Me encocora
    Me entristece
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • No le dije nada.
    Ni una palabra, ni una señal, ni siquiera una mirada distinta. A él no se le anuncian las cosas. Se le hacen.

    Empecé tarde, cuando la casa ya estaba en silencio y el frío se sentía más honesto que durante el día. No necesitaba compañía. Esto no era para compartir, era para preparar. Para sostener algo que todavía no existe, pero que va a estar ahí cuando llegue el momento.
    El bowl quedó frente a mí, pesado, manchado de chocolate desde el primer movimiento. No seguí una receta exacta. Nunca lo hago. Hay cosas que se miden distinto. El chocolate tenía que ser oscuro, intenso, sin concesiones. Nada liviano, nada infantil. No es un cumpleaños cualquiera y él no es cualquier hombre. Mientras mezclaba, pensé en todo lo que no se celebra cuando se vive como él vive. En los años que no se cuentan. En el peso que se carga sin mostrar. En cómo la oscuridad puede ser hogar si uno aprende a habitarla en vez de huirle. Y en como por fin sentía a mi padre cerca, así que era un gesto aun mas mayor.

    No estaba cocinando por costumbre.
    Estaba construyendo algo.

    Cada vuelta del batidor era lenta, firme. No había apuro. Las velas proyectaban sombras irregulares sobre la mesa y, por un momento, la mezcla pareció respirar. Me gustó eso. Me recordó que las cosas bien hechas siempre tienen algo de vida propia.

    No pensé en el festejo. No pensé en los invitados. Pensé en él, en mi padre y como merece cada cosa en este mundo. En su silencio, en su presencia, en todo lo que sostiene incluso cuando nadie lo está mirando.

    Cuando terminé, dejé el batidor a un lado y observé el resultado sonreí estaba realmente quedando perfecto, digno de la celebración que se venia.

    No le dije nada. Ni una palabra, ni una señal, ni siquiera una mirada distinta. A él no se le anuncian las cosas. Se le hacen. Empecé tarde, cuando la casa ya estaba en silencio y el frío se sentía más honesto que durante el día. No necesitaba compañía. Esto no era para compartir, era para preparar. Para sostener algo que todavía no existe, pero que va a estar ahí cuando llegue el momento. El bowl quedó frente a mí, pesado, manchado de chocolate desde el primer movimiento. No seguí una receta exacta. Nunca lo hago. Hay cosas que se miden distinto. El chocolate tenía que ser oscuro, intenso, sin concesiones. Nada liviano, nada infantil. No es un cumpleaños cualquiera y él no es cualquier hombre. Mientras mezclaba, pensé en todo lo que no se celebra cuando se vive como él vive. En los años que no se cuentan. En el peso que se carga sin mostrar. En cómo la oscuridad puede ser hogar si uno aprende a habitarla en vez de huirle. Y en como por fin sentía a mi padre cerca, así que era un gesto aun mas mayor. No estaba cocinando por costumbre. Estaba construyendo algo. Cada vuelta del batidor era lenta, firme. No había apuro. Las velas proyectaban sombras irregulares sobre la mesa y, por un momento, la mezcla pareció respirar. Me gustó eso. Me recordó que las cosas bien hechas siempre tienen algo de vida propia. No pensé en el festejo. No pensé en los invitados. Pensé en él, en mi padre y como merece cada cosa en este mundo. En su silencio, en su presencia, en todo lo que sostiene incluso cuando nadie lo está mirando. Cuando terminé, dejé el batidor a un lado y observé el resultado sonreí estaba realmente quedando perfecto, digno de la celebración que se venia.
    Me gusta
    Me encocora
    8
    4 turnos 0 maullidos
  • This can be our secret… if you want.
    Fandom Game Of Thrones
    Categoría Romance
    STARTER PARA 𝚂𝙰𝙽𝙳𝙾𝚁 𝙲𝙻𝙴𝙶𝙰𝙽𝙴

    Aquella noche, tras temer durante horas soñar con el hombre que la mantenía en vilo, resultó soñar con el único que había conseguido calmarla. No solo a ella, sino a su dolor. Aquel que la había atormentado, que la había hecho sangrar en la bañera, que había conseguido que incluso él, el hombre más tosco de aquel lugar, arrugara el ceño.

    Aquella noche, Serenna soñó con Sandor.
    Pero no fue un sueño apacible, ni agradable. Fue uno de aquellos que te despiertan en mitad de la noche con la frente perlada.

    Las preocupaciones de la noche anterior la habían llevado hasta allí, hasta aquel recóndito lugar de su mente en el que se proyectaron sus miedos. Su temor a haber perdido el poco acercamiento que había tenido con su protector.

    El miedo de haberle asustado, de haberse sobrepasado, tal vez. El miedo a… perder lo único que le quedaba en aquel castillo y, probablemente, en aquel mundo.

    Lord Tywin Lannister parecía no sentir ni un mínimo resquicio de cariño, la mantenía aún en su encierro como un castigo que parecía eterno.

    Ella por supuesto, no sabía que Sandor le explicaba cada noche cómo había sido el día. Que el León sabía perfectamente cómo estaba, lo que hacía, y cómo seguía.

    Y tal vez por eso, su preocupación había pasado de estar en él a estar en Sandor Clegane: El Perro. Su guardián. Su sombra.

    ------------------------------------------------------

    Se había despertado aquella mañana, agitada, con el dolor aún retumbando en su vientre. No había olvidado la noche anterior, y la pesadilla hizo que fuese por ello imposible. Sandor todavía no estaba ahí, no había llegado aún. Pero sí las doncellas, quien la ayudaron a vestirse. La peinaron, la acicalaron y le colocaron el vestido.

    La puerta sonó, pero esta vez no fue Sandor quien aguardaba tras ella, sino Jaime Lannister.

    Vestido con su armadura dorada, aunque sin el casco, su cabello rubio caía desordenado sobre sus hombros.
    Jaime entró sin pedir permiso, mirando rápidamente a Serenna.

    —Parece que la princesa Velaryon —dijo, con su evidente tono irónico—, ha sobrevivido a otra luna. ¿Lista para un paseo matutino, mi lady? —Hizo un gesto exagerado con la mano, invitándola a seguirlo.

    Ella lo contempló ceñuda, sin esperarse encontrarle a él, menos aún, que le preguntara cómo estaba. O pareciera estar haciéndolo

    Las doncellas se apartaron rápidamente, inclinando la cabeza a modo de reverencia.

    —¿Paseo? —preguntó ella—. Ya bien sabéis ser Jaime, que no puedo salir de este lugar.

    Él se encogió de hombros.

    —No quiero estropearos la sorpresa. Digamos que es… un asunto familiar —Hizo una pausa, cruzando los brazos. Avanzó un paso más hacia ella, extendiendo la mano—. Después de vos… Mi Lady.

    “Un asunto familiar”. Aquello hizo que sus alarmas se dispararan.

    Serenna asomó la cabeza hacia la puerta, buscando la figura de Sandor.
    No tardó en ver parte de su armadura, aguardando fuera. Soltó despacio el aire y asintió. Las doncellas se apartaron, y Jaime la acompañó a la salida.

    Ahí estaba Sandor, de pie, sin siquiera mirarla.
    Ella esperó a que lo hiciera, pero parecía que la presencia de Jaime Lannister provocó que lo que la poca cercanía que hubo entre ellos dejara de existir.

    Jaime la tomó por el brazo y ella se negó a dejar de mirar a Sandor, como si esperara que él en cualquier momento fuese a devolverle la mirada. Un: ¿no venís conmigo? ¿Por qué no venís conmigo?...

    No fue sino hasta que ella por poco tropezó con sus propios pies que miró al frente y dejó de esperar, que Sandor la miró, y en sus labios se dibujó un gesto de hastío, incluso de asco.

    ¿Fue por ella? ¿Fue por Jaime?...

    La guio por los pasillos de la Fortaleza Roja.
    El camino los llevó a través de patios internos y escaleras empinadas, hasta llegar a la Torre de la Mano.
    La estructura irguiéndose imponente, casi como una forma de representar el poder que Tywin Lannister ejercía sobre el reino.

    Los guardias de capas carmesíes flanqueaban la entrada, apartándose sin articular palabra ante la llegada de Jaime.

    Serenna sintió cómo algo se agitaba en su interior. Después de todo aquel tiempo volvería a verle.
    Y lo cierto es que no estaba segura de… querer hacerlo.

    O eso pensó hasta que entró, y lo vio. En el centro, sentado tras el escritorio macizo.

    Al verlos entrar, levantó la vista con deliberada lentitud, como si su tiempo fuera un recurso precioso que no malgastaba en saludos innecesarios.

    —Padre —dijo Jaime, soltando el brazo de Serenna—. Os traigo a Lady Velaryon, como ordenasteis.

    Tywin hizo un gesto casi imperceptible con la mano, despidiendo a su hijo. Jaime arqueó una ceja, pero no protestó; sonrió amargamente antes de girarse y salir.

    Tywin ni siquiera la miró, continuó escribiendo en el pergamino hasta que creyó suficiente el hacerla temblar. Entonces, la observó durante un largo momento, evaluándola, sabiendo que aquello la estaba poniendo demasiado nerviosa. Podía verlo en su mirada, en sus ojos, en su cuerpo… Debilidad, flaqueza. Su labio se arqueó un instante.

    Suficiente para que ella lo viera, y su corazón se resquebrajara un instante.

    —Has languidecido lo suficiente en tu jaula. He decidido poner fin a tu aislamiento.

    Ella contuvo el aliento.

    —Te permitiré vagar por la Fortaleza Roja y sus jardines, siempre bajo vigilancia.
    Y ahora, lo soltó de golpe. “Bajo vigilancia” Aquello significaba que Él seguiría a su lado.
    El alivio inicial se entremezcló con la cautela; nada con Tywin Lannister era tan simple. Se inclinó ligeramente, manteniendo la compostura. O al menos, intentándolo.

    —My lord... os agradezco vuestra clemencia.

    Él asintió.

    —¿Significa eso que...?

    Entonces él la interrumpió, con un gesto seco, levantándose de su asiento. Caminó alrededor del escritorio, deteniéndose a unos pasos de ella, su estatura imponente y su mirada perforante, dispararon su pulso. Al parcer, nada había cambiado…

    —No lo confundas… Hay una condición… El mar te está vetado. No pisarás los muelles, no olerás la brisa salada.

    En cierto punto de la conversación, Serenna se despegó de la realidad, se marchó lejos, al pensamiento de Sandor, como si de algún modo, algo la estuviera obligando a volver ahí, al sueño.

    Entonces, la voz de Tywin la hizo volver en sí.

    —¿He sido lo suficientemente claro?

    Serenna sintió el nudo en la garganta. El mar lo era todo para ella, pero sabía que aquello era más de lo que podía pedir. Le había levantado el castigo y aquello ya era demasiado.
    Casi podía escuchar a Cersei quejarse, diciéndole que era una mala decisión, que debería ser tan duro como lo fue con ellos.

    Asintió lentamente, bajando la vista.

    —Sí, mi lord. Lo entiendo.

    Tywin regresó a su asiento, como si el asunto estuviera zanjado, pero su voz
    —Bien... El Perro seguirá siendo tu sombra, vigilando cada uno de tus pasos. No se lo pongas más difícil. Créeme… no quieres enfadarlo.

    Ella tragó saliva y asintió una vez más.
    Y es cierto que no supo cómo actuar. Se quedó paralizada, como si aquella situación fuese extraña, como si… fuese diferente a todas las demás.

    ¿De verdad a él le importaba tan poco como estaba demostrando?

    Aquello hizo que su ceño se frunciera, que su mirada descendiera al suelo y que deseara marcharse de allí cuanto antes. Así que, y sin su permiso, Serenna asintió a modo de despedida, hizo una reverencia y se dio la vuelta, dispuesta a marcharse.
    Pero entonces, su voz la detuvo.

    —No recuerdo haberte dicho que pudieras irte.

    Serenna se quedó inmóvil.

    Tywin se levantó despacio. Caminó hacia ella, deteniéndose lo suficientemente cerca para que el calor de su cuerpo la envolviera, para que su aliento rozara apenas su nuca, evidenciando así que estaba tras ella.

    Ésta se giró lentamente, enfrentándole. Tragó saliva, el pulso acelerándosele en el cuello visiblemente.

    —No... no era mi intención desafiaros, My Lord —susurró ella. Su cuerpo traicionándola al inclinarse apenas hacia atrás.

    Tywin no dijo nada, tan solo la miró, analizándola en silencio. Aquellos ojos azules, penetrantes, se aguzaban mientras la escudriñaban. Su ceño fruncido, su ceja arqueada. Y ahí estaba… aquella expresión tan suya… Esa que utilizaba cuando diseccionaba a las personas, cuando evaluaba cada detalle. Y oh… en ella pudo ver mucho… Demasiado.

    El temblor sutil en sus hombros, el modo en que su pecho subía y bajaba con la respiración entrecortada, el pulso visible en su cuello…

    Avanzó un paso más, y luego otro, acorralándola. Su altura imponente obligándola a retroceder instintivamente hasta que su espalda rozó la piedra fría.

    Serenna levantó la vista hacia él, sus labios entreabriéndose por un deseo incontrolable.

    Intentó mantener la compostura, apretando los muslos con disimulo, mordiéndose el interior de la mejilla para no dejar escapar un suspiro, pero el calor de su proximidad la traicionaba, haciendo que su cuerpo respondiera con un pulso insistente entre sus piernas, un anhelo que rogaba no ser visto.

    Tywin se detuvo entonces, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento en su rostro, sus ojos clavados en los de ella, notando cada matiz: el rubor que subía a sus mejillas, el leve temblor de sus labios, el deseo que emanaba de ella.

    Su mandíbula se tensó fugazmente, un atisbo de aquella debilidad que solo ella provocaba en él, pero lo contuvo, como siempre.

    Casi como si solo hubiera querido comprobar eso: que ella aún lo deseaba, que su atracción por él no se había extinguido, que seguía siendo capaz de encender ese fuego en ella con solo su presencia.

    Satisfecho, o al menos, aparentándolo, dio un paso atrás, rompiendo la tensión, dejándola con las ganas.

    —Que no se vuelva a repetir —advirtió, volviendo a su escritorio, sentándose como si nada hubiera pasado.

    Serenna asintió, temblorosa, saliendo de la torre con el cuerpo aún latiendo por el encuentro, el deseo no saciado quemándole por dentro.

    Confundida, volvió a sus aposentos, aunque allí ya no tuviese que estar. No por obligación, al menos.

    Cuando llegó, Sandor la esperaba, de nuevo con la mirada al frente, sin mirarla. Ella, desilusionada y con el reciente encuentro de Tywin, decidió no continuar presionándole. No volvió a mirarle, no esperó respuesta, tan solo entró en la habitación, se encerró y se echó a llorar. La espalda contra la puerta, el cuerpo encogido, sus brazos rodeándose.

    Le deseaba, le quería. Aún a pesar de todo lo que le había hecho. Aún a pesar de que le hubiera prohibido aquello que más quería.
    El mar.

    ------------------------------------------------------


    Una semana más tarde, cuando todo pareció asentarse, Tywin anunció su marcha.
    Debía viajar unos días para unos asuntos importantes. Sandor, como ya había aclarado, se quedaría con Serenna, cuidando de ella, y protegiéndola. Como había sido hasta ahora.

    La relación del Perro y la “princesa” había sido diferente aquellos días. Ella parecía haber aceptado que no volvería a repetirse lo que había sucedido en su encierro. Él era su protector, y nada más.
    Y es que, la joven Velaryon no podía permitirse perderle.

    Aquel día Sandor la acompañaba en lo alto del castillo. El mar se extendía bajo ellos. El cabello de la joven se mecía suavemente. El perfume de su piel llegaba hasta él, inundándolo.

    Entonces, ella se giró, y buscó su mirada.

    —Ser Clegane…

    Insistió en llamarlo así. A veces, eso hacía que él reaccionara, que… pareciera humano, que… pareciera el mismo hombre de aquellos días.

    STARTER PARA [THEH0UND] Aquella noche, tras temer durante horas soñar con el hombre que la mantenía en vilo, resultó soñar con el único que había conseguido calmarla. No solo a ella, sino a su dolor. Aquel que la había atormentado, que la había hecho sangrar en la bañera, que había conseguido que incluso él, el hombre más tosco de aquel lugar, arrugara el ceño. Aquella noche, Serenna soñó con Sandor. Pero no fue un sueño apacible, ni agradable. Fue uno de aquellos que te despiertan en mitad de la noche con la frente perlada. Las preocupaciones de la noche anterior la habían llevado hasta allí, hasta aquel recóndito lugar de su mente en el que se proyectaron sus miedos. Su temor a haber perdido el poco acercamiento que había tenido con su protector. El miedo de haberle asustado, de haberse sobrepasado, tal vez. El miedo a… perder lo único que le quedaba en aquel castillo y, probablemente, en aquel mundo. Lord Tywin Lannister parecía no sentir ni un mínimo resquicio de cariño, la mantenía aún en su encierro como un castigo que parecía eterno. Ella por supuesto, no sabía que Sandor le explicaba cada noche cómo había sido el día. Que el León sabía perfectamente cómo estaba, lo que hacía, y cómo seguía. Y tal vez por eso, su preocupación había pasado de estar en él a estar en Sandor Clegane: El Perro. Su guardián. Su sombra. ------------------------------------------------------ Se había despertado aquella mañana, agitada, con el dolor aún retumbando en su vientre. No había olvidado la noche anterior, y la pesadilla hizo que fuese por ello imposible. Sandor todavía no estaba ahí, no había llegado aún. Pero sí las doncellas, quien la ayudaron a vestirse. La peinaron, la acicalaron y le colocaron el vestido. La puerta sonó, pero esta vez no fue Sandor quien aguardaba tras ella, sino Jaime Lannister. Vestido con su armadura dorada, aunque sin el casco, su cabello rubio caía desordenado sobre sus hombros. Jaime entró sin pedir permiso, mirando rápidamente a Serenna. —Parece que la princesa Velaryon —dijo, con su evidente tono irónico—, ha sobrevivido a otra luna. ¿Lista para un paseo matutino, mi lady? —Hizo un gesto exagerado con la mano, invitándola a seguirlo. Ella lo contempló ceñuda, sin esperarse encontrarle a él, menos aún, que le preguntara cómo estaba. O pareciera estar haciéndolo Las doncellas se apartaron rápidamente, inclinando la cabeza a modo de reverencia. —¿Paseo? —preguntó ella—. Ya bien sabéis ser Jaime, que no puedo salir de este lugar. Él se encogió de hombros. —No quiero estropearos la sorpresa. Digamos que es… un asunto familiar —Hizo una pausa, cruzando los brazos. Avanzó un paso más hacia ella, extendiendo la mano—. Después de vos… Mi Lady. “Un asunto familiar”. Aquello hizo que sus alarmas se dispararan. Serenna asomó la cabeza hacia la puerta, buscando la figura de Sandor. No tardó en ver parte de su armadura, aguardando fuera. Soltó despacio el aire y asintió. Las doncellas se apartaron, y Jaime la acompañó a la salida. Ahí estaba Sandor, de pie, sin siquiera mirarla. Ella esperó a que lo hiciera, pero parecía que la presencia de Jaime Lannister provocó que lo que la poca cercanía que hubo entre ellos dejara de existir. Jaime la tomó por el brazo y ella se negó a dejar de mirar a Sandor, como si esperara que él en cualquier momento fuese a devolverle la mirada. Un: ¿no venís conmigo? ¿Por qué no venís conmigo?... No fue sino hasta que ella por poco tropezó con sus propios pies que miró al frente y dejó de esperar, que Sandor la miró, y en sus labios se dibujó un gesto de hastío, incluso de asco. ¿Fue por ella? ¿Fue por Jaime?... La guio por los pasillos de la Fortaleza Roja. El camino los llevó a través de patios internos y escaleras empinadas, hasta llegar a la Torre de la Mano. La estructura irguiéndose imponente, casi como una forma de representar el poder que Tywin Lannister ejercía sobre el reino. Los guardias de capas carmesíes flanqueaban la entrada, apartándose sin articular palabra ante la llegada de Jaime. Serenna sintió cómo algo se agitaba en su interior. Después de todo aquel tiempo volvería a verle. Y lo cierto es que no estaba segura de… querer hacerlo. O eso pensó hasta que entró, y lo vio. En el centro, sentado tras el escritorio macizo. Al verlos entrar, levantó la vista con deliberada lentitud, como si su tiempo fuera un recurso precioso que no malgastaba en saludos innecesarios. —Padre —dijo Jaime, soltando el brazo de Serenna—. Os traigo a Lady Velaryon, como ordenasteis. Tywin hizo un gesto casi imperceptible con la mano, despidiendo a su hijo. Jaime arqueó una ceja, pero no protestó; sonrió amargamente antes de girarse y salir. Tywin ni siquiera la miró, continuó escribiendo en el pergamino hasta que creyó suficiente el hacerla temblar. Entonces, la observó durante un largo momento, evaluándola, sabiendo que aquello la estaba poniendo demasiado nerviosa. Podía verlo en su mirada, en sus ojos, en su cuerpo… Debilidad, flaqueza. Su labio se arqueó un instante. Suficiente para que ella lo viera, y su corazón se resquebrajara un instante. —Has languidecido lo suficiente en tu jaula. He decidido poner fin a tu aislamiento. Ella contuvo el aliento. —Te permitiré vagar por la Fortaleza Roja y sus jardines, siempre bajo vigilancia. Y ahora, lo soltó de golpe. “Bajo vigilancia” Aquello significaba que Él seguiría a su lado. El alivio inicial se entremezcló con la cautela; nada con Tywin Lannister era tan simple. Se inclinó ligeramente, manteniendo la compostura. O al menos, intentándolo. —My lord... os agradezco vuestra clemencia. Él asintió. —¿Significa eso que...? Entonces él la interrumpió, con un gesto seco, levantándose de su asiento. Caminó alrededor del escritorio, deteniéndose a unos pasos de ella, su estatura imponente y su mirada perforante, dispararon su pulso. Al parcer, nada había cambiado… —No lo confundas… Hay una condición… El mar te está vetado. No pisarás los muelles, no olerás la brisa salada. En cierto punto de la conversación, Serenna se despegó de la realidad, se marchó lejos, al pensamiento de Sandor, como si de algún modo, algo la estuviera obligando a volver ahí, al sueño. Entonces, la voz de Tywin la hizo volver en sí. —¿He sido lo suficientemente claro? Serenna sintió el nudo en la garganta. El mar lo era todo para ella, pero sabía que aquello era más de lo que podía pedir. Le había levantado el castigo y aquello ya era demasiado. Casi podía escuchar a Cersei quejarse, diciéndole que era una mala decisión, que debería ser tan duro como lo fue con ellos. Asintió lentamente, bajando la vista. —Sí, mi lord. Lo entiendo. Tywin regresó a su asiento, como si el asunto estuviera zanjado, pero su voz —Bien... El Perro seguirá siendo tu sombra, vigilando cada uno de tus pasos. No se lo pongas más difícil. Créeme… no quieres enfadarlo. Ella tragó saliva y asintió una vez más. Y es cierto que no supo cómo actuar. Se quedó paralizada, como si aquella situación fuese extraña, como si… fuese diferente a todas las demás. ¿De verdad a él le importaba tan poco como estaba demostrando? Aquello hizo que su ceño se frunciera, que su mirada descendiera al suelo y que deseara marcharse de allí cuanto antes. Así que, y sin su permiso, Serenna asintió a modo de despedida, hizo una reverencia y se dio la vuelta, dispuesta a marcharse. Pero entonces, su voz la detuvo. —No recuerdo haberte dicho que pudieras irte. Serenna se quedó inmóvil. Tywin se levantó despacio. Caminó hacia ella, deteniéndose lo suficientemente cerca para que el calor de su cuerpo la envolviera, para que su aliento rozara apenas su nuca, evidenciando así que estaba tras ella. Ésta se giró lentamente, enfrentándole. Tragó saliva, el pulso acelerándosele en el cuello visiblemente. —No... no era mi intención desafiaros, My Lord —susurró ella. Su cuerpo traicionándola al inclinarse apenas hacia atrás. Tywin no dijo nada, tan solo la miró, analizándola en silencio. Aquellos ojos azules, penetrantes, se aguzaban mientras la escudriñaban. Su ceño fruncido, su ceja arqueada. Y ahí estaba… aquella expresión tan suya… Esa que utilizaba cuando diseccionaba a las personas, cuando evaluaba cada detalle. Y oh… en ella pudo ver mucho… Demasiado. El temblor sutil en sus hombros, el modo en que su pecho subía y bajaba con la respiración entrecortada, el pulso visible en su cuello… Avanzó un paso más, y luego otro, acorralándola. Su altura imponente obligándola a retroceder instintivamente hasta que su espalda rozó la piedra fría. Serenna levantó la vista hacia él, sus labios entreabriéndose por un deseo incontrolable. Intentó mantener la compostura, apretando los muslos con disimulo, mordiéndose el interior de la mejilla para no dejar escapar un suspiro, pero el calor de su proximidad la traicionaba, haciendo que su cuerpo respondiera con un pulso insistente entre sus piernas, un anhelo que rogaba no ser visto. Tywin se detuvo entonces, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento en su rostro, sus ojos clavados en los de ella, notando cada matiz: el rubor que subía a sus mejillas, el leve temblor de sus labios, el deseo que emanaba de ella. Su mandíbula se tensó fugazmente, un atisbo de aquella debilidad que solo ella provocaba en él, pero lo contuvo, como siempre. Casi como si solo hubiera querido comprobar eso: que ella aún lo deseaba, que su atracción por él no se había extinguido, que seguía siendo capaz de encender ese fuego en ella con solo su presencia. Satisfecho, o al menos, aparentándolo, dio un paso atrás, rompiendo la tensión, dejándola con las ganas. —Que no se vuelva a repetir —advirtió, volviendo a su escritorio, sentándose como si nada hubiera pasado. Serenna asintió, temblorosa, saliendo de la torre con el cuerpo aún latiendo por el encuentro, el deseo no saciado quemándole por dentro. Confundida, volvió a sus aposentos, aunque allí ya no tuviese que estar. No por obligación, al menos. Cuando llegó, Sandor la esperaba, de nuevo con la mirada al frente, sin mirarla. Ella, desilusionada y con el reciente encuentro de Tywin, decidió no continuar presionándole. No volvió a mirarle, no esperó respuesta, tan solo entró en la habitación, se encerró y se echó a llorar. La espalda contra la puerta, el cuerpo encogido, sus brazos rodeándose. Le deseaba, le quería. Aún a pesar de todo lo que le había hecho. Aún a pesar de que le hubiera prohibido aquello que más quería. El mar. ------------------------------------------------------ Una semana más tarde, cuando todo pareció asentarse, Tywin anunció su marcha. Debía viajar unos días para unos asuntos importantes. Sandor, como ya había aclarado, se quedaría con Serenna, cuidando de ella, y protegiéndola. Como había sido hasta ahora. La relación del Perro y la “princesa” había sido diferente aquellos días. Ella parecía haber aceptado que no volvería a repetirse lo que había sucedido en su encierro. Él era su protector, y nada más. Y es que, la joven Velaryon no podía permitirse perderle. Aquel día Sandor la acompañaba en lo alto del castillo. El mar se extendía bajo ellos. El cabello de la joven se mecía suavemente. El perfume de su piel llegaba hasta él, inundándolo. Entonces, ella se giró, y buscó su mirada. —Ser Clegane… Insistió en llamarlo así. A veces, eso hacía que él reaccionara, que… pareciera humano, que… pareciera el mismo hombre de aquellos días.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados