• — Teo era un hombre de palabra, que cumplía sus promesas, sobre todo las cosas que juraba por la garrita, así que esa tarde le envió un mensaje a Lysander Blackwell , el chico que había conocido hace unos días y con quién había quedado para elegir una guitarra y salir un rato.
    Antes de salir tomó su celular y le envió un mensaje.—

    "Pásame tu dirección, voy por ti, está vez no voy en motocicleta jaja."
    — Teo era un hombre de palabra, que cumplía sus promesas, sobre todo las cosas que juraba por la garrita, así que esa tarde le envió un mensaje a [fire_ivory_zebra_283] , el chico que había conocido hace unos días y con quién había quedado para elegir una guitarra y salir un rato. Antes de salir tomó su celular y le envió un mensaje.— "Pásame tu dirección, voy por ti, está vez no voy en motocicleta jaja."
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  • - Night and snow -

    Como andaba de viaje, se encontraba hospedándose en un hotel, sin embargo, empezó a nevar fuerte esa noche y las carreteras fueron bloqueadas por la nieve acumulada y los establecimientos cerrados. A pesar de que viajaba en su moto para recorrer la ciudad, se detuvo por la fuerte ventisca y se apoyó contra la pared de un departamento. No pensó que algún día le llegaría a suceder eso, realmente estaba en desventaja esa noche.
    - Night and snow - Como andaba de viaje, se encontraba hospedándose en un hotel, sin embargo, empezó a nevar fuerte esa noche y las carreteras fueron bloqueadas por la nieve acumulada y los establecimientos cerrados. A pesar de que viajaba en su moto para recorrer la ciudad, se detuvo por la fuerte ventisca y se apoyó contra la pared de un departamento. No pensó que algún día le llegaría a suceder eso, realmente estaba en desventaja esa noche.
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  • "𝓢𝓲𝓰𝓷𝓼 𝓸𝓯 𝓣𝓻𝓸𝓾𝓫𝓵𝓮"

    Motel "Town House" — Algún lugar entre Kansas y Arkansas | 03:47 AM

    El chillido de un neón maltrecho era el único sonido que se colaba por la ventana abierta. "MOTEL • TV • A/C • NO DEVILS ALLOWED" decía el letrero, parpadeando con más miedo que autoridad. A un costado del edificio, un par de máquinas expendedoras emitían luces verdes y rojas como si fuesen parte de un ritual improvisado. Y encima de todo eso… silencio. Ese tipo de silencio que siempre anticipa el desastre.

    Adentro de la habitación 6, una luz tenue iluminaba la escena.

    Un viejo celular Motorola Razr vibró contra la mesa de noche. Su tono predeterminado, una secuencia digital absurda, rompió el ambiente como una cuchillada en un santuario. El nombre que parpadeaba en pantalla era ilegible, distorsionado. Como si ni siquiera el propio aparato quisiera reconocer quién estaba del otro lado.

    Sentada en el borde de la cama, con las piernas cruzadas y los dedos envueltos en vendas oscuras, Tanya Miller tarareaba algo. Muy bajito. Como si la canción fuese un secreto solo para ella. Era esa misma melodía infantil que solía cantarle a los cadáveres con ojos vacíos que dejaba a su paso. Algo de un saco lleno de serpientes y un hombre al que nadie debería molestar de noche.

    Su chaqueta de cuero colgaba del respaldo de la silla, aún húmeda con lo que claramente no era agua bendita. En la mesa, una bala plateada bailaba al ritmo de sus dedos. Justo al lado, un frasquito con sal roja, cenizas y un mechón de cabello rubio.

    —¿Dónde estás, cariño? —murmuró con voz ronca, la mirada fija en el teléfono como si pudiera matarlo si parpadeaba.

    Los ángeles no se habían vuelto a reportar desde hacía horas.

    Los sueños estaban más agitados de lo normal.

    Y en el cielo, las estrellas parecían moverse.

    Era de esos días. De esos que huelen a sangre, a azufre… y a decisiones que no se pueden deshacer.

    El pitido de la tetera eléctrica anunció que el agua estaba lista. Tanya se levantó con pereza felina, dejando que el silencio volviera a reinar por un instante. Solo por un instante.

    Fuera de la habitación, algo se movía entre las sombras.

    Y el motel... empezaba a respirar.
    "𝓢𝓲𝓰𝓷𝓼 𝓸𝓯 𝓣𝓻𝓸𝓾𝓫𝓵𝓮" 📍 Motel "Town House" — Algún lugar entre Kansas y Arkansas | 03:47 AM El chillido de un neón maltrecho era el único sonido que se colaba por la ventana abierta. "MOTEL • TV • A/C • NO DEVILS ALLOWED" decía el letrero, parpadeando con más miedo que autoridad. A un costado del edificio, un par de máquinas expendedoras emitían luces verdes y rojas como si fuesen parte de un ritual improvisado. Y encima de todo eso… silencio. Ese tipo de silencio que siempre anticipa el desastre. Adentro de la habitación 6, una luz tenue iluminaba la escena. Un viejo celular Motorola Razr vibró contra la mesa de noche. Su tono predeterminado, una secuencia digital absurda, rompió el ambiente como una cuchillada en un santuario. El nombre que parpadeaba en pantalla era ilegible, distorsionado. Como si ni siquiera el propio aparato quisiera reconocer quién estaba del otro lado. Sentada en el borde de la cama, con las piernas cruzadas y los dedos envueltos en vendas oscuras, Tanya Miller tarareaba algo. Muy bajito. Como si la canción fuese un secreto solo para ella. Era esa misma melodía infantil que solía cantarle a los cadáveres con ojos vacíos que dejaba a su paso. Algo de un saco lleno de serpientes y un hombre al que nadie debería molestar de noche. Su chaqueta de cuero colgaba del respaldo de la silla, aún húmeda con lo que claramente no era agua bendita. En la mesa, una bala plateada bailaba al ritmo de sus dedos. Justo al lado, un frasquito con sal roja, cenizas y un mechón de cabello rubio. —¿Dónde estás, cariño? —murmuró con voz ronca, la mirada fija en el teléfono como si pudiera matarlo si parpadeaba. Los ángeles no se habían vuelto a reportar desde hacía horas. Los sueños estaban más agitados de lo normal. Y en el cielo, las estrellas parecían moverse. Era de esos días. De esos que huelen a sangre, a azufre… y a decisiones que no se pueden deshacer. El pitido de la tetera eléctrica anunció que el agua estaba lista. Tanya se levantó con pereza felina, dejando que el silencio volviera a reinar por un instante. Solo por un instante. Fuera de la habitación, algo se movía entre las sombras. Y el motel... empezaba a respirar.
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  • Entré en la joyería como si fuera cualquier otro sitio, pero la sensación era distinta. Me incomodaba estar rodeada de vitrinas brillantes y dependientes sonrientes demasiado atentos, pero no iba a echarme atrás. Caminé directo al mostrador, ignorando las miradas.

    —Busco algo… simple —dije, apoyando las manos sobre el cristal—. Nada exagerado, elegante.

    La mujer me mostró varias opciones. Todas perfectas, todas caras. Pero ninguna me decía nada hasta que vi uno: un aro de plata fina con un detalle en relieve, elegante, como ella.

    —Ese —lo señalé sin dudar.

    La dependienta sonrió, lo sacó de la vitrina. Me lo puso en la mano. Era ligero. Frío. Me imaginé su rostro al verlo y casi sonreí.

    —¿Es para compromiso o promesa? —preguntó ella, curiosa.

    —Para mi mujer —respondí sin pensar mucho, con esa palabra que todavía me sonaba nueva en la boca pero que me gustaba—. Llámelo como quiera.

    Pagué en efectivo, pedí que me lo dieran en una caja pequeña. Lo guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta, cerca del pecho.

    Salí de la joyería encendiendo un cigarro. Caminé hacia la moto con las manos en los bolsillos, sintiendo el peso mínimo de la caja. No era solo un anillo, no para mí. Era mi forma de decirle que, pese a todo lo que éramos, lo que habíamos pasado y lo que seguíamos arrastrando, ella era lo único que no quería perder.

    No soy buena con las palabras, nunca lo fui. Pero esto… esto ella lo entendería.
    Entré en la joyería como si fuera cualquier otro sitio, pero la sensación era distinta. Me incomodaba estar rodeada de vitrinas brillantes y dependientes sonrientes demasiado atentos, pero no iba a echarme atrás. Caminé directo al mostrador, ignorando las miradas. —Busco algo… simple —dije, apoyando las manos sobre el cristal—. Nada exagerado, elegante. La mujer me mostró varias opciones. Todas perfectas, todas caras. Pero ninguna me decía nada hasta que vi uno: un aro de plata fina con un detalle en relieve, elegante, como ella. —Ese —lo señalé sin dudar. La dependienta sonrió, lo sacó de la vitrina. Me lo puso en la mano. Era ligero. Frío. Me imaginé su rostro al verlo y casi sonreí. —¿Es para compromiso o promesa? —preguntó ella, curiosa. —Para mi mujer —respondí sin pensar mucho, con esa palabra que todavía me sonaba nueva en la boca pero que me gustaba—. Llámelo como quiera. Pagué en efectivo, pedí que me lo dieran en una caja pequeña. Lo guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta, cerca del pecho. Salí de la joyería encendiendo un cigarro. Caminé hacia la moto con las manos en los bolsillos, sintiendo el peso mínimo de la caja. No era solo un anillo, no para mí. Era mi forma de decirle que, pese a todo lo que éramos, lo que habíamos pasado y lo que seguíamos arrastrando, ella era lo único que no quería perder. No soy buena con las palabras, nunca lo fui. Pero esto… esto ella lo entendería.
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  • Conque un desierto...

    *Iba Cal en su motocicleta cruzando por la carretera el desierto llamado Twitrol.*

    -Bueno, hay que trabajad para traer un poco de vida y actividad a este desierto... La vida en el desierto es un calvario. Sólo el más fuerte sobrevive. La adaptabilidad es el secreto de la supervivencia. Si quieres encontrar vida sigue el agua. Aunque el sol hace que el cabello no se me vea rubio... ¿O es que los recursos de Bing todavía deben ser amaestrados? Por cierto que es la primera vez que los uso. Ni siquiera sabía que existían...
    Conque un desierto... *Iba Cal en su motocicleta cruzando por la carretera el desierto llamado Twitrol.* -Bueno, hay que trabajad para traer un poco de vida y actividad a este desierto... La vida en el desierto es un calvario. Sólo el más fuerte sobrevive. La adaptabilidad es el secreto de la supervivencia. Si quieres encontrar vida sigue el agua. Aunque el sol hace que el cabello no se me vea rubio... ¿O es que los recursos de Bing todavía deben ser amaestrados? Por cierto que es la primera vez que los uso. Ni siquiera sabía que existían...
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  • Entré al maldito callejón detrás del gimnasio con las manos en los bolsillos, fingiendo calma. Ya había averiguado quién era el tipo, dónde se movía y a qué hora solía salir a fumar solo. Exacto, como ahora. Estaba contra la pared, distraído con el móvil, con esa cara de imbécil que no sabía lo que le venía encima.

    Cerré la puerta detrás de mí, haciendo que el sonido retumbara. Levantó la vista.

    —¿Quién coño eres?

    No respondí. Avancé despacio, y solo cuando estuve a dos pasos, hablé:

    —Eres el que le puso la mano encima a mi mujer.

    Frunció el ceño, dudó. Seguramente no esperaba que se lo dijeran así, tan claro. Sonreí de lado.

    —Sí, la que te rompió la nariz. —Lo empujé contra la pared de un golpe seco con el antebrazo—. Ella ya te dio lo que merecías… yo vengo a darte el resto.

    Intentó defenderse, pero fue inútil. Le metí el primer puñetazo en el estómago, lo suficiente para dejarlo sin aire. Se dobló, y lo agarré del cuello de la camiseta, estampándolo contra el muro.

    —Me enteré de que no era la primera vez, ¿eh? —Lo golpeé otra vez, directo a la cara, sintiendo el crujido de su pómulo bajo mis nudillos—. Que te pasabas de listo con otras chicas también.

    Escupió sangre, quiso hablar, pero no le di tiempo. Lo tiré al suelo de un empujón y le di una patada en las costillas, otra, y otra más. Gritaba, pero ahí no había nadie que viniera a ayudarlo.

    Me agaché, tomándolo del pelo para obligarlo a mirarme. Su nariz rota sangraba como un grifo.

    —Te voy a dejar vivo solo para que cada vez que te mires al espejo recuerdes quién te hizo esto y por qué. —Apreté su cara contra el suelo—. Y si alguna vez vuelves a ponerle una mano encima a una mujer, no voy a perder el tiempo dejándote respirar.

    Lo solté y lo dejé tirado, apenas consciente. Me limpié la sangre de las manos con su propia camiseta antes de salir del callejón, encendiendo un cigarro mientras caminaba de vuelta a la moto.

    Angela me esperaba. Y no iba a decirle nada. No necesitaba saberlo. Esto era mío.
    Entré al maldito callejón detrás del gimnasio con las manos en los bolsillos, fingiendo calma. Ya había averiguado quién era el tipo, dónde se movía y a qué hora solía salir a fumar solo. Exacto, como ahora. Estaba contra la pared, distraído con el móvil, con esa cara de imbécil que no sabía lo que le venía encima. Cerré la puerta detrás de mí, haciendo que el sonido retumbara. Levantó la vista. —¿Quién coño eres? No respondí. Avancé despacio, y solo cuando estuve a dos pasos, hablé: —Eres el que le puso la mano encima a mi mujer. Frunció el ceño, dudó. Seguramente no esperaba que se lo dijeran así, tan claro. Sonreí de lado. —Sí, la que te rompió la nariz. —Lo empujé contra la pared de un golpe seco con el antebrazo—. Ella ya te dio lo que merecías… yo vengo a darte el resto. Intentó defenderse, pero fue inútil. Le metí el primer puñetazo en el estómago, lo suficiente para dejarlo sin aire. Se dobló, y lo agarré del cuello de la camiseta, estampándolo contra el muro. —Me enteré de que no era la primera vez, ¿eh? —Lo golpeé otra vez, directo a la cara, sintiendo el crujido de su pómulo bajo mis nudillos—. Que te pasabas de listo con otras chicas también. Escupió sangre, quiso hablar, pero no le di tiempo. Lo tiré al suelo de un empujón y le di una patada en las costillas, otra, y otra más. Gritaba, pero ahí no había nadie que viniera a ayudarlo. Me agaché, tomándolo del pelo para obligarlo a mirarme. Su nariz rota sangraba como un grifo. —Te voy a dejar vivo solo para que cada vez que te mires al espejo recuerdes quién te hizo esto y por qué. —Apreté su cara contra el suelo—. Y si alguna vez vuelves a ponerle una mano encima a una mujer, no voy a perder el tiempo dejándote respirar. Lo solté y lo dejé tirado, apenas consciente. Me limpié la sangre de las manos con su propia camiseta antes de salir del callejón, encendiendo un cigarro mientras caminaba de vuelta a la moto. Angela me esperaba. Y no iba a decirle nada. No necesitaba saberlo. Esto era mío.
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  • Memorias de Madrugada.

    — Nunca planeé ser el hombre que entra en la vida de una mujer solo por una noche… pero con el tiempo entendí que algunas máscaras se vuelven piel, y que hay heridas que el amor no puede tocar. Me volví experto en prometer sin palabras, en desaparecer sin dejar rastro. No por crueldad, sino por miedo. Miedo a que alguien vea más allá del deseo, que atraviese la fachada y encuentre al hombre roto, al que ya no cree en el mañana.

    La carretera siempre me espera con su abrazo frío, y esas camas temporales son estaciones de paso, refugios donde dejo el cuerpo y escondo el alma. Me pierdo en ellas, en sus risas, en su calor, porque por un instante me hacen olvidar quién soy. Pero cuando todo termina, cuando el mundo vuelve a ser silencioso y real, me doy cuenta de que nunca fui suyo… y que quizás ya no soy de nadie.

    Ser un hombre de una noche no es una elección, es una consecuencia. La máscara que llevo no es para engañarlas. Es para no enfrentarme al reflejo que me devuelve el retrovisor cada vez que arranco el motor y sigo huyendo.
    Memorias de Madrugada. — Nunca planeé ser el hombre que entra en la vida de una mujer solo por una noche… pero con el tiempo entendí que algunas máscaras se vuelven piel, y que hay heridas que el amor no puede tocar. Me volví experto en prometer sin palabras, en desaparecer sin dejar rastro. No por crueldad, sino por miedo. Miedo a que alguien vea más allá del deseo, que atraviese la fachada y encuentre al hombre roto, al que ya no cree en el mañana. La carretera siempre me espera con su abrazo frío, y esas camas temporales son estaciones de paso, refugios donde dejo el cuerpo y escondo el alma. Me pierdo en ellas, en sus risas, en su calor, porque por un instante me hacen olvidar quién soy. Pero cuando todo termina, cuando el mundo vuelve a ser silencioso y real, me doy cuenta de que nunca fui suyo… y que quizás ya no soy de nadie. Ser un hombre de una noche no es una elección, es una consecuencia. La máscara que llevo no es para engañarlas. Es para no enfrentarme al reflejo que me devuelve el retrovisor cada vez que arranco el motor y sigo huyendo.
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  • Las luces LED parpadearon como si quisieran apagarse, y el viento que sopló repentinamente levantó la tierra circundante al asfalto, que se veía descuidado y agrietado como todo en esta parte de la ciudad.

    —¿Estás listo? —le preguntó su amigo conocedor de motos con ansiedad.

    —¡Por supuesto! —le contestó Charles con una sonrisa arrogante. —Confía en mí.

    Grey se hallaba en una de esas carreras clandestinas que se daban en el noroeste de Londres, en el sitio más decadente de la ciudad. Donde era complicado que Yard los interceptara.
    Además, era una de las zonas más peligrosas, donde la tasa de criminalidad iba en ascenso cada mes, y por la que nadie en su sano juicio deseaba transitar por la noche.

    Sin embargo, él no se veía preocupado por su bienestar. Después de todo, estaba seguro de poder defenderse, incluso si su atacante era poseedor de una pistola o algo peor.

    En realidad, lo que más le importaba ahora era ganar, incluso si se trataba de algo tan poco sustancial como una carrera entre adolescentes pudientes —o no— presumiendo sus motocicletas.

    Colocándose el casco, tan negro como la noche que los rodeaba, Charles posó las manos sobre los manubrios, los pies sobre los pedales, y se preparó para arrancar motores cuando el «juez» diera el visto bueno.

    Este no era más que su amigo conocedor de motos, quién lo miraba con preocupación, pues había apostado todo su dinero por él y temía perderlo está noche.

    —¡Preparados! —exclamó alzando el brazo en medio de la pista, es decir, la calle media destruida.

    Pronto, el espacio se llenó del rugido propio de un motor; algunos eran tan exagerados que seguramente fuera porque la motocicleta no estuviera en buen estado.

    —Listos… ¡Ya!

    Todas las motos, incluida la de Grey, emprendieron marcha hacia delante a una velocidad que sin duda sería una multa segura.
    Y a medida que transitaban por la calle, esta fue aumentando hasta que las motos no fueron más que un borrón irreconocible.
    Grey sonrió con placidez.
    Era satisfactorio encontrarse conduciendo a una velocidad tan grande, y era aún más satisfactorio notar lo sencillo que era pasar a sus rivales.

    Así, en una elipsis, Charles logró completar las vueltas y llegar a la meta sin ninguna dificultad más que el asfalto lleno de pozos.
    Pero, justo cuando estaba por frenar, sacarse el casco y festejar con su amigo conocedor de motos, quién estaba más feliz que él porque había ganado un dineral, la rueda delantera se hundió en un pozo particularmente hondo.

    Grey intentó maniobrar para salir, pero, en un mal movimiento, la moto tambaleó hacia un lado, y ni con toda la fuerza que ejerció pudo evitar que ésta se cayera, ¡con él encima y todo! Porque no llegó a salir a tiempo.
    Menos mal y tenía el casco puesto, aunque, no podría decirse lo mismo del resto de su cuerpo…

    —¡¿Qué estás mirando?! —le reprochó a su amigo desde el suelo. —¡Ayúdame rápido!

    Antes de que los demás vinieran y lo vieran dando vergüenza.
    Las luces LED parpadearon como si quisieran apagarse, y el viento que sopló repentinamente levantó la tierra circundante al asfalto, que se veía descuidado y agrietado como todo en esta parte de la ciudad. —¿Estás listo? —le preguntó su amigo conocedor de motos con ansiedad. —¡Por supuesto! —le contestó Charles con una sonrisa arrogante. —Confía en mí. Grey se hallaba en una de esas carreras clandestinas que se daban en el noroeste de Londres, en el sitio más decadente de la ciudad. Donde era complicado que Yard los interceptara. Además, era una de las zonas más peligrosas, donde la tasa de criminalidad iba en ascenso cada mes, y por la que nadie en su sano juicio deseaba transitar por la noche. Sin embargo, él no se veía preocupado por su bienestar. Después de todo, estaba seguro de poder defenderse, incluso si su atacante era poseedor de una pistola o algo peor. En realidad, lo que más le importaba ahora era ganar, incluso si se trataba de algo tan poco sustancial como una carrera entre adolescentes pudientes —o no— presumiendo sus motocicletas. Colocándose el casco, tan negro como la noche que los rodeaba, Charles posó las manos sobre los manubrios, los pies sobre los pedales, y se preparó para arrancar motores cuando el «juez» diera el visto bueno. Este no era más que su amigo conocedor de motos, quién lo miraba con preocupación, pues había apostado todo su dinero por él y temía perderlo está noche. —¡Preparados! —exclamó alzando el brazo en medio de la pista, es decir, la calle media destruida. Pronto, el espacio se llenó del rugido propio de un motor; algunos eran tan exagerados que seguramente fuera porque la motocicleta no estuviera en buen estado. —Listos… ¡Ya! Todas las motos, incluida la de Grey, emprendieron marcha hacia delante a una velocidad que sin duda sería una multa segura. Y a medida que transitaban por la calle, esta fue aumentando hasta que las motos no fueron más que un borrón irreconocible. Grey sonrió con placidez. Era satisfactorio encontrarse conduciendo a una velocidad tan grande, y era aún más satisfactorio notar lo sencillo que era pasar a sus rivales. Así, en una elipsis, Charles logró completar las vueltas y llegar a la meta sin ninguna dificultad más que el asfalto lleno de pozos. Pero, justo cuando estaba por frenar, sacarse el casco y festejar con su amigo conocedor de motos, quién estaba más feliz que él porque había ganado un dineral, la rueda delantera se hundió en un pozo particularmente hondo. Grey intentó maniobrar para salir, pero, en un mal movimiento, la moto tambaleó hacia un lado, y ni con toda la fuerza que ejerció pudo evitar que ésta se cayera, ¡con él encima y todo! Porque no llegó a salir a tiempo. Menos mal y tenía el casco puesto, aunque, no podría decirse lo mismo del resto de su cuerpo… —¡¿Qué estás mirando?! —le reprochó a su amigo desde el suelo. —¡Ayúdame rápido! Antes de que los demás vinieran y lo vieran dando vergüenza.
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  • El aire en la azotea era más frío que abajo, casi cortante. Me apoyé contra la barandilla, con el vaso de vino entre las manos, y dejé que el viento enredara mi cabello mientras miraba la ciudad extendiéndose frente a mí.

    Desde allí arriba todo parecía… más pequeño. Las luces de los coches eran hilos que serpenteaban entre calles, los edificios parecían piezas de un tablero. Todo en orden. Como si la guerra nunca hubiera existido.

    Doy un sorbo lento.
    Apoyo ella copa en el borde de la barandilla y cierro los ojos un instante. El silencio es distinto aquí: sin gente, sin motores, solo el sonido lejano de la ciudad respirando bajo mis pies.

    Dejo escapar un suspiro y apoyo los codos en el borde. Si saltara, nadie lo notaría hasta mañana. La idea no me asusta, tampoco me atrae. Solo… está ahí. Como muchas otras que nunca digo en voz alta.

    Un sonido detrás de mí me hace girar apenas la cabeza. Pasos sobre la grava de la azotea. No hago nada. No hablo. Me limito a quedarme quieta, la vista fija en el horizonte iluminado, mientras doy otro sorbo a la copa de vino.
    El aire en la azotea era más frío que abajo, casi cortante. Me apoyé contra la barandilla, con el vaso de vino entre las manos, y dejé que el viento enredara mi cabello mientras miraba la ciudad extendiéndose frente a mí. Desde allí arriba todo parecía… más pequeño. Las luces de los coches eran hilos que serpenteaban entre calles, los edificios parecían piezas de un tablero. Todo en orden. Como si la guerra nunca hubiera existido. Doy un sorbo lento. Apoyo ella copa en el borde de la barandilla y cierro los ojos un instante. El silencio es distinto aquí: sin gente, sin motores, solo el sonido lejano de la ciudad respirando bajo mis pies. Dejo escapar un suspiro y apoyo los codos en el borde. Si saltara, nadie lo notaría hasta mañana. La idea no me asusta, tampoco me atrae. Solo… está ahí. Como muchas otras que nunca digo en voz alta. Un sonido detrás de mí me hace girar apenas la cabeza. Pasos sobre la grava de la azotea. No hago nada. No hablo. Me limito a quedarme quieta, la vista fija en el horizonte iluminado, mientras doy otro sorbo a la copa de vino.
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  • Rol on:
    anunciador: Hoy en su programa favorito "POLICÍAS "...
    -camaras de seguridad captan a un loco mas excediendo el límite de velocidad con una motocicleta que al parecer fue altamente modificada para velocidad extrema, ...un escuadrón entero de patrullas en Nueva Orleans es humillado fácilmente por este fugitivo en moto, evadiendo los y burlándose ellos incluso haciendo que las patrullas pierdan el control y se estrellen entre ellas ...-

    - debe tratarse de otros de esos niños ricos de Miami que modifico una motocicleta con un sistema de óxido nitroso, como si acelerar en una motocicleta de alta gama no fuera ya suficientemente peligroso tanto como para el piloto como para todo lo demás en el camino ...-

    -estamos persiguiendo al fugitivo de la motocicleta roja modificada, en este momento lo tenemos a la vista desde el helicóptero!!, y está pasando lo que estábamos temiendo, ...al parecer el piloto se está incendiando, claramente se ve salir fuego de su casco ! Así como de los mofles de la motocicleta, no entiendo cómo es que sigue adelante incendiado , sin bajar su velocidad sin colapsar o estrellarse !!, seguiremos informando -

    -camaras de seguridad callejeras captaron de cerca al fugitivo de la moto en llamas, las cámaras revelan que al parecer por su fisonomía... el fugitivo ....es una mujer, esto no puede ser!...las redes de pinchos en el asfalto no la detuvieron....no se poncharon sus llantas ...por el contrario al parecer ....los pinches se derritieron al Rojo Vivo ! , es increíble....seguiremos informando..-

    https://youtu.be/movTaA40TcY?si=dttUvAgG4hRQ_rjB
    Rol on: anunciador: Hoy en su programa favorito "POLICÍAS "... -camaras de seguridad captan a un loco mas excediendo el límite de velocidad con una motocicleta que al parecer fue altamente modificada para velocidad extrema, ...un escuadrón entero de patrullas en Nueva Orleans es humillado fácilmente por este fugitivo en moto, evadiendo los y burlándose ellos incluso haciendo que las patrullas pierdan el control y se estrellen entre ellas ...- - debe tratarse de otros de esos niños ricos de Miami que modifico una motocicleta con un sistema de óxido nitroso, como si acelerar en una motocicleta de alta gama no fuera ya suficientemente peligroso tanto como para el piloto como para todo lo demás en el camino ...- -estamos persiguiendo al fugitivo de la motocicleta roja modificada, en este momento lo tenemos a la vista desde el helicóptero!!, y está pasando lo que estábamos temiendo, ...al parecer el piloto se está incendiando, claramente se ve salir fuego de su casco ! Así como de los mofles de la motocicleta, no entiendo cómo es que sigue adelante incendiado , sin bajar su velocidad sin colapsar o estrellarse !!, seguiremos informando - -camaras de seguridad callejeras captaron de cerca al fugitivo de la moto en llamas, las cámaras revelan que al parecer por su fisonomía... el fugitivo ....es una mujer, esto no puede ser!...las redes de pinchos en el asfalto no la detuvieron....no se poncharon sus llantas ...por el contrario al parecer ....los pinches se derritieron al Rojo Vivo ! , es increíble....seguiremos informando..- https://youtu.be/movTaA40TcY?si=dttUvAgG4hRQ_rjB
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