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    HIGHWAY 33 — ATARDECER.


    La carretera se abre, vacía como nunca en California. Las montañas en el horizonte, el sol bajando lento. El rugido de la Harley Davidson es lo único que se escucha, sin su chaleco de SAMCRO, el rubio conduce con la mirada perdida.


    "— California es tierra de contrastes. Libertad y condena, belleza y ruina… como la vida misma. A veces necesito dejar atrás Charming, el club, todo el ruido. Salgo a rodar para recordar quién era antes de que todo se jodiera. Antes de la sangre, antes de la traición. hay algo en la soledad del viaje que no puedes encontrar en ningún otro lugar. No hay lealtades, no hay decisiones que maten a tus hermanos. Solo el sonido del motor y el viento que te grita verdades que llevas años evitando. A veces me pregunto si el club me salvó… o si solo me dio una nueva forma de perderme."

    La presencia de uno de los tantos pueblos fantasma pasa inadvertida. Un cartel oxidado dice "Welcome to Santa Lucía “. Todo está cerrado, abandonado. No se detiene.


    "— He visto lo mejor y lo peor del hombre bajo el escudo de un parche. Y aun así, es en la carretera, solo, donde me siento más real. Más yo. Tal vez porque la soledad, por dura que sea, no te traiciona. Solo te acompaña. Y a veces, eso es todo lo que necesitas para seguir rodando."

    La figura difusa del rubio en la distancia se perdía, su silueta recortada contra el cielo naranja fue lo último que se vio de el aquel día.
    HIGHWAY 33 — ATARDECER. La carretera se abre, vacía como nunca en California. Las montañas en el horizonte, el sol bajando lento. El rugido de la Harley Davidson es lo único que se escucha, sin su chaleco de SAMCRO, el rubio conduce con la mirada perdida. "— California es tierra de contrastes. Libertad y condena, belleza y ruina… como la vida misma. A veces necesito dejar atrás Charming, el club, todo el ruido. Salgo a rodar para recordar quién era antes de que todo se jodiera. Antes de la sangre, antes de la traición. hay algo en la soledad del viaje que no puedes encontrar en ningún otro lugar. No hay lealtades, no hay decisiones que maten a tus hermanos. Solo el sonido del motor y el viento que te grita verdades que llevas años evitando. A veces me pregunto si el club me salvó… o si solo me dio una nueva forma de perderme." La presencia de uno de los tantos pueblos fantasma pasa inadvertida. Un cartel oxidado dice "Welcome to Santa Lucía “. Todo está cerrado, abandonado. No se detiene. "— He visto lo mejor y lo peor del hombre bajo el escudo de un parche. Y aun así, es en la carretera, solo, donde me siento más real. Más yo. Tal vez porque la soledad, por dura que sea, no te traiciona. Solo te acompaña. Y a veces, eso es todo lo que necesitas para seguir rodando." La figura difusa del rubio en la distancia se perdía, su silueta recortada contra el cielo naranja fue lo último que se vio de el aquel día.
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  • *En Un templo en ruinas oculto entre los riscos, donde el musgo crece entre estatuas rotas y el viento arrastra siglos de silencio. El dios demonio, encarnado en forma humana, se sienta solo sobre el trono de piedra que ya no representa nada. Su mirada está fija en la llama azul de una ofrenda que no arde con fuego mortal.*

    Dicen que el tiempo lo entierra todo. Mentiras. Hay heridas que se entierran con los huesos… pero siguen cantando bajo la tierra.

    *Se pone de pie lentamente. Su andar es lento, como si cargara con siglos en los hombros. Se detiene frente a una pintura desvanecida en el muro, donde una figura femenina —casi borrada— parece mirarlo.*

    No la he visto. No he oído su voz. Ni siquiera sé si sonríe como tú… o si heredó mi forma de callar cuando el mundo pesa demasiado. Solo sé que existe. Que respira. Que camina junto a ese hombre al que llaman padre… mientras yo observo desde lo alto como un cobarde.

    *Una gota de agua cae desde el techo, rompiendo el silencio. Él aprieta los puños.*

    Mi sangre en su sangre… y ella ni siquiera lo imagina. Qué destino más cruel el de los que crean vida y luego deben ocultarse de ella. No por miedo. Por castigo.

    *Mira hacia una grieta en la pared. Más allá, se ve un sendero que baja por la montaña.*

    Están viajando. Él la cuida, le habla con la calma que yo nunca tuve. Le enseña el mundo como si fuera un regalo, mientras yo fui capaz de prenderle fuego. Ella cree que es su padre. Y él… quizás lo es más de lo que yo merezco ser.

    *Suspira. Hay una sombra en sus ojos. No odio, solo un cansancio inmenso.*


    "Yo solo dejo rastros. Fragmentos. Una marca en el cielo que quizá algún día la haga mirar hacia arriba y preguntarse por qué sueña con lugares que nunca ha pisado.

    *La llama azul parpadea. Él la observa por última vez antes de marcharse.*

    "No la tocaré. No le hablaré. No merezco más que esto: saber que existe. Que el mundo es un poco menos oscuro porque ella camina en él. Y eso… eso basta.
    *En Un templo en ruinas oculto entre los riscos, donde el musgo crece entre estatuas rotas y el viento arrastra siglos de silencio. El dios demonio, encarnado en forma humana, se sienta solo sobre el trono de piedra que ya no representa nada. Su mirada está fija en la llama azul de una ofrenda que no arde con fuego mortal.* Dicen que el tiempo lo entierra todo. Mentiras. Hay heridas que se entierran con los huesos… pero siguen cantando bajo la tierra. *Se pone de pie lentamente. Su andar es lento, como si cargara con siglos en los hombros. Se detiene frente a una pintura desvanecida en el muro, donde una figura femenina —casi borrada— parece mirarlo.* No la he visto. No he oído su voz. Ni siquiera sé si sonríe como tú… o si heredó mi forma de callar cuando el mundo pesa demasiado. Solo sé que existe. Que respira. Que camina junto a ese hombre al que llaman padre… mientras yo observo desde lo alto como un cobarde. *Una gota de agua cae desde el techo, rompiendo el silencio. Él aprieta los puños.* Mi sangre en su sangre… y ella ni siquiera lo imagina. Qué destino más cruel el de los que crean vida y luego deben ocultarse de ella. No por miedo. Por castigo. *Mira hacia una grieta en la pared. Más allá, se ve un sendero que baja por la montaña.* Están viajando. Él la cuida, le habla con la calma que yo nunca tuve. Le enseña el mundo como si fuera un regalo, mientras yo fui capaz de prenderle fuego. Ella cree que es su padre. Y él… quizás lo es más de lo que yo merezco ser. *Suspira. Hay una sombra en sus ojos. No odio, solo un cansancio inmenso.* "Yo solo dejo rastros. Fragmentos. Una marca en el cielo que quizá algún día la haga mirar hacia arriba y preguntarse por qué sueña con lugares que nunca ha pisado. *La llama azul parpadea. Él la observa por última vez antes de marcharse.* "No la tocaré. No le hablaré. No merezco más que esto: saber que existe. Que el mundo es un poco menos oscuro porque ella camina en él. Y eso… eso basta.
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  • — Juntarse con Jack Frost ya le está pegando sus mañas de sumarse a las travesuras.
    En cuanto la nieve le fue a parar a su cara, enseguida fue a recoger una montaña de nieve entre sus manos y atacar al peliblanco desde detrás —
    — Juntarse con [JackFrost01] ya le está pegando sus mañas de sumarse a las travesuras. En cuanto la nieve le fue a parar a su cara, enseguida fue a recoger una montaña de nieve entre sus manos y atacar al peliblanco desde detrás —
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  • Quiero verle... Deseo verle... Pero estoy delirando ahora mismo, me hace tan mal y aun así lo tomé jaja mi hermano me va a matar

    - Reía cayendo al suelo y empiezan a salir lagrimas de sus ojos, de la alegría a la tristeza, era una montaña rusa de emociones, se acostó en la arena acurrucandose con su propio cuerpo, abrazandose a este
    Quiero verle... Deseo verle... Pero estoy delirando ahora mismo, me hace tan mal y aun así lo tomé jaja mi hermano me va a matar - Reía cayendo al suelo y empiezan a salir lagrimas de sus ojos, de la alegría a la tristeza, era una montaña rusa de emociones, se acostó en la arena acurrucandose con su propio cuerpo, abrazandose a este
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    Diez cosas sobre Mía:

    1. Adora el hidromiel aunque no le haga efecto alguno, su favorito, el hidromiel de la destilería amielada de carrera blanca.

    2. Le encantan los bollos de dulce, habrá guerra si le quitan uno y bueno… por ahí probó en cierta ocasión Skooma… (Si se entera papá Alduin y mamá Kari la matan) pero no le agradó, dijo que sabía a mierda, literalmente.

    3. Odia subir montañas, prefiere buscarle cosquillas a un troll de las nieves antes que subir una montaña.

    4. Le gusta ver la nieve y la lluvia caer, le encanta el sonido que estas hacen, la relajan.

    5. Sus mejores amigos son Serana Volkihar, el Dovahkiin y Cicero, este último la acompaña desde que era niña, era el quién la acompañaba cuando su madre se iba de misiones encomendadas por la Hermandad Oscura de Cheydinhall.

    6. Odia las arañas grandes, draugr y cualquier muerto viviente, evita las catacumbas pero a veces es imposible.

    7. Adora a su padre pero eso no quiere decir que quiere seguir sus pasos, quiere hacer su propio camino.

    8. Se puede pasar horas escuchando a los bardos, le encanta las historias, hasta Serana le tiene biblioteca en el castillo Volkihar solo para ella.

    9. Su arma favorita es el arco, aunque a veces usa dagas.

    10. Aunque por fuera parezca de carácter fuerte, por dentro es noble y emotiva, siempre lleva consigo un amuleto de Akatosh, no por que le rinda culto si no por qué ese amuleto le pertenecía a Kari, su madre, es su forma de honrarla.
    Diez cosas sobre Mía: 1. Adora el hidromiel aunque no le haga efecto alguno, su favorito, el hidromiel de la destilería amielada de carrera blanca. 2. Le encantan los bollos de dulce, habrá guerra si le quitan uno y bueno… por ahí probó en cierta ocasión Skooma… (Si se entera papá Alduin y mamá Kari la matan) pero no le agradó, dijo que sabía a mierda, literalmente. 3. Odia subir montañas, prefiere buscarle cosquillas a un troll de las nieves antes que subir una montaña. 4. Le gusta ver la nieve y la lluvia caer, le encanta el sonido que estas hacen, la relajan. 5. Sus mejores amigos son Serana Volkihar, el Dovahkiin y Cicero, este último la acompaña desde que era niña, era el quién la acompañaba cuando su madre se iba de misiones encomendadas por la Hermandad Oscura de Cheydinhall. 6. Odia las arañas grandes, draugr y cualquier muerto viviente, evita las catacumbas pero a veces es imposible. 7. Adora a su padre pero eso no quiere decir que quiere seguir sus pasos, quiere hacer su propio camino. 8. Se puede pasar horas escuchando a los bardos, le encanta las historias, hasta Serana le tiene biblioteca en el castillo Volkihar solo para ella. 9. Su arma favorita es el arco, aunque a veces usa dagas. 10. Aunque por fuera parezca de carácter fuerte, por dentro es noble y emotiva, siempre lleva consigo un amuleto de Akatosh, no por que le rinda culto si no por qué ese amuleto le pertenecía a Kari, su madre, es su forma de honrarla. :STK-4:
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  • Prólogo: La oración de Kari

    El sol se deslizaba suavemente sobre las montañas que marcaban la frontera entre Skyrim y Cyrodiil, tiñendo de dorado los techos de teja y los caminos de tierra que serpenteaban entre árboles marchitos. En una pequeña aldea de paso, donde la vida se tejía entre comercio y rumores de guerra, una joven se encontraba frente a un altar improvisado en una repisa polvorienta.

    Sus dedos temblaban levemente al tomar el viejo amuleto de Akatosh, desgastado en los bordes. No por el uso, sino por el tiempo. Era todo lo que le quedaba de su padre.

    —Papá decía que siempre estás escuchando... —murmuró con una sonrisa quebrada—. Así que... por favor, Akatosh. Que hoy no sea un día pesado. Que los borrachos hoy se vayan temprano, que los platos sucios no se multipliquen y que no me duelan los pies antes de medianoche.

    Sus palabras flotaron en el aire como un suspiro. La taberna al borde del camino era su mundo ahora. Su escudo. Su cruz. La gente la llamaba Kari la Sonriente porque incluso cuando la tristeza se escondía detrás de sus ojos, nunca dejó de mostrar los dientes al destino.

    Afuera, los vientos traían consigo presagios. Guerras. Saqueos. Voces de dragones que solo los locos aseguraban oír en sueños.

    Pero esa noche... sería diferente.

    Al inicio todo marchó como cualquier otra jornada. Un par de viajeros ebrios, una canción vieja, risas de campesinos que se aferraban al último sorbo de alegría. Hasta que la puerta se abrió.

    Él no traía capa. Ni espada. Ni nombre.

    Solo una presencia que hizo que la taberna entera se sumiera en un silencio expectante. El fuego titubeó en la chimenea. Los perros dejaron de ladrar.

    Kari lo vio y sintió que el mundo se volvía más denso a su alrededor. No fue miedo lo que sintió. Fue un eco. Como si su alma recordara algo que su mente aún no conocía.

    El desconocido la miró. Sus ojos eran antiguos. Como los de las serpientes que lo han visto todo.

    Aquel fue el día en que Kari conoció al Devorador de Mundos.
    Y aunque ella pensaba que Akatosh no había respondido su plegaria…
    …él lo había hecho. Solo que a su manera.
    Prólogo: La oración de Kari El sol se deslizaba suavemente sobre las montañas que marcaban la frontera entre Skyrim y Cyrodiil, tiñendo de dorado los techos de teja y los caminos de tierra que serpenteaban entre árboles marchitos. En una pequeña aldea de paso, donde la vida se tejía entre comercio y rumores de guerra, una joven se encontraba frente a un altar improvisado en una repisa polvorienta. Sus dedos temblaban levemente al tomar el viejo amuleto de Akatosh, desgastado en los bordes. No por el uso, sino por el tiempo. Era todo lo que le quedaba de su padre. —Papá decía que siempre estás escuchando... —murmuró con una sonrisa quebrada—. Así que... por favor, Akatosh. Que hoy no sea un día pesado. Que los borrachos hoy se vayan temprano, que los platos sucios no se multipliquen y que no me duelan los pies antes de medianoche. Sus palabras flotaron en el aire como un suspiro. La taberna al borde del camino era su mundo ahora. Su escudo. Su cruz. La gente la llamaba Kari la Sonriente porque incluso cuando la tristeza se escondía detrás de sus ojos, nunca dejó de mostrar los dientes al destino. Afuera, los vientos traían consigo presagios. Guerras. Saqueos. Voces de dragones que solo los locos aseguraban oír en sueños. Pero esa noche... sería diferente. Al inicio todo marchó como cualquier otra jornada. Un par de viajeros ebrios, una canción vieja, risas de campesinos que se aferraban al último sorbo de alegría. Hasta que la puerta se abrió. Él no traía capa. Ni espada. Ni nombre. Solo una presencia que hizo que la taberna entera se sumiera en un silencio expectante. El fuego titubeó en la chimenea. Los perros dejaron de ladrar. Kari lo vio y sintió que el mundo se volvía más denso a su alrededor. No fue miedo lo que sintió. Fue un eco. Como si su alma recordara algo que su mente aún no conocía. El desconocido la miró. Sus ojos eran antiguos. Como los de las serpientes que lo han visto todo. Aquel fue el día en que Kari conoció al Devorador de Mundos. Y aunque ella pensaba que Akatosh no había respondido su plegaria… …él lo había hecho. Solo que a su manera.
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  • Los mares que visitaste.
    Los ríos donde te bañaste.
    Los campos de flores dónde tus pies caminaron descalzos.
    Las montañas que escalaste.
    Las plantas que dibujaste.
    Las cosas que comiste.
    Los paisajes que visitaste.

    Sigo recorriendo el mismo camino, esperando poder encontrarme contigo al final del mundo, Dahlia.
    Los mares que visitaste. Los ríos donde te bañaste. Los campos de flores dónde tus pies caminaron descalzos. Las montañas que escalaste. Las plantas que dibujaste. Las cosas que comiste. Los paisajes que visitaste. Sigo recorriendo el mismo camino, esperando poder encontrarme contigo al final del mundo, Dahlia.
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  • "El regreso"

    Estaba llegando al monte Olimpo caminando tranquilamente, silbando una canción llena de tranquilidad, la verdad, no esperaba un recibimiento especial, ni mucho menos se los daría. Mi plan era entrar por atras, ir directo a mi habitación y que salga lo que salga.

    Activé mis botas y, con agilidad que podría asemejarse a la de un gato, comencé a subir la montaña, sin problemas, saltando entre las nubes y piedras, sin dejar de silbar una dulce melodía acompañada por el viento.

    Una vez arriba, usé el viento para abrir la ventana, entrando con la sonrisa de un niño que comete su fechoria.

    "El regreso" Estaba llegando al monte Olimpo caminando tranquilamente, silbando una canción llena de tranquilidad, la verdad, no esperaba un recibimiento especial, ni mucho menos se los daría. Mi plan era entrar por atras, ir directo a mi habitación y que salga lo que salga. Activé mis botas y, con agilidad que podría asemejarse a la de un gato, comencé a subir la montaña, sin problemas, saltando entre las nubes y piedras, sin dejar de silbar una dulce melodía acompañada por el viento. Una vez arriba, usé el viento para abrir la ventana, entrando con la sonrisa de un niño que comete su fechoria.
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  • El cielo no crujía. No porque estuviera en paz, sino porque esperaba. Como las bestias antes del salto, como el mar antes del naufragio.

    Zeus permanecía en lo alto, donde los vientos no se atreven a susurrar y las nubes no se forman sin su permiso. En la cima invisible del mundo, donde ningún altar llega y ninguna plegaria es necesaria, sus ojos repasaban el horizonte. No buscaba nada. Solo observaba lo inevitable.

    Los siglos pasaban sin que él parpadeara. La historia humana se derramaba como un río desbocado, repitiéndose con disfraces distintos. Reyes que se creían dioses. Dioses que se disfrazaban de hombres. Y en medio de todos ellos, Zeus, eterno y paciente, esperando el punto exacto donde el orden cede a la soberbia.

    Porque siempre llega.

    Debajo, los hombres gritaban órdenes, escribían leyes con tinta que no pesa, y creaban reglas para un mundo que no les pertenece. Pensaban haber domesticado a la tormenta, convertido la furia en fenómeno meteorológico. Se reían de los dioses entre cervezas y pantallas, sin comprender que el olvido no es poder. Es simplemente la antesala del despertar.

    Y entonces… el primer trueno.

    No cayó sobre una ciudad. No mató a nadie. No fue castigo, ni venganza. Fue un anuncio.

    Los pájaros lo sintieron primero. Luego, los perros. Luego, los niños. Aquellos que todavía no han aprendido a ignorar lo que no entienden.

    Él no bajó del cielo. No tuvo que hacerlo. Zeus nunca desciende. El mundo sube hasta él cuando está listo.

    En las montañas más solitarias, los árboles se inclinaron. En los mares más profundos, los remolinos detuvieron su danza. En las ciudades más ruidosas, hubo un segundo de absoluto silencio.

    No era nostalgia lo que lo traía de vuelta. No era la necesidad de un trono, ni de una guerra. Era la memoria. La suya… y la del mundo.

    Porque el mundo lo había olvidado. Y sin embargo, su sombra seguía allí, entre cada tormenta maldita, cada rayo que parte un cielo limpio sin razón. Él no busca sacrificios. Ni fe. Solo respeto.

    Zeus camina de nuevo, con pies que no pisan la tierra pero dejan huellas. No lleva corona. No necesita relámpagos para imponerse. Su mirada basta. Es el trueno contenido, el castigo en potencia, el equilibrio final entre ley y caos.

    Los dioses no mueren, solo se aburren. Zeus no.

    Porque a diferencia de los otros, él no fue creado por la humanidad. Él la soportó. La moldeó. La castigó y la perdonó más veces de las que alguien puede contar.

    Y esta vez, no vino a hablar.

    No necesita presentarse. No busca adoración. Solo quiere que recuerden algo que nunca debieron olvidar:

    Que hay cosas que no pueden ser nombradas sin consecuencia.

    Y entre ellas… está su nombre.

    Zeus.

    #desafiodivino #misiondiarialunes
    El cielo no crujía. No porque estuviera en paz, sino porque esperaba. Como las bestias antes del salto, como el mar antes del naufragio. Zeus permanecía en lo alto, donde los vientos no se atreven a susurrar y las nubes no se forman sin su permiso. En la cima invisible del mundo, donde ningún altar llega y ninguna plegaria es necesaria, sus ojos repasaban el horizonte. No buscaba nada. Solo observaba lo inevitable. Los siglos pasaban sin que él parpadeara. La historia humana se derramaba como un río desbocado, repitiéndose con disfraces distintos. Reyes que se creían dioses. Dioses que se disfrazaban de hombres. Y en medio de todos ellos, Zeus, eterno y paciente, esperando el punto exacto donde el orden cede a la soberbia. Porque siempre llega. Debajo, los hombres gritaban órdenes, escribían leyes con tinta que no pesa, y creaban reglas para un mundo que no les pertenece. Pensaban haber domesticado a la tormenta, convertido la furia en fenómeno meteorológico. Se reían de los dioses entre cervezas y pantallas, sin comprender que el olvido no es poder. Es simplemente la antesala del despertar. Y entonces… el primer trueno. No cayó sobre una ciudad. No mató a nadie. No fue castigo, ni venganza. Fue un anuncio. Los pájaros lo sintieron primero. Luego, los perros. Luego, los niños. Aquellos que todavía no han aprendido a ignorar lo que no entienden. Él no bajó del cielo. No tuvo que hacerlo. Zeus nunca desciende. El mundo sube hasta él cuando está listo. En las montañas más solitarias, los árboles se inclinaron. En los mares más profundos, los remolinos detuvieron su danza. En las ciudades más ruidosas, hubo un segundo de absoluto silencio. No era nostalgia lo que lo traía de vuelta. No era la necesidad de un trono, ni de una guerra. Era la memoria. La suya… y la del mundo. Porque el mundo lo había olvidado. Y sin embargo, su sombra seguía allí, entre cada tormenta maldita, cada rayo que parte un cielo limpio sin razón. Él no busca sacrificios. Ni fe. Solo respeto. Zeus camina de nuevo, con pies que no pisan la tierra pero dejan huellas. No lleva corona. No necesita relámpagos para imponerse. Su mirada basta. Es el trueno contenido, el castigo en potencia, el equilibrio final entre ley y caos. Los dioses no mueren, solo se aburren. Zeus no. Porque a diferencia de los otros, él no fue creado por la humanidad. Él la soportó. La moldeó. La castigó y la perdonó más veces de las que alguien puede contar. Y esta vez, no vino a hablar. No necesita presentarse. No busca adoración. Solo quiere que recuerden algo que nunca debieron olvidar: Que hay cosas que no pueden ser nombradas sin consecuencia. Y entre ellas… está su nombre. Zeus. #desafiodivino #misiondiarialunes
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  • La ncohe empezaba a caer a las afueras de Sogen, un pueblo nativo humano en la periferia del Reino. Asuna, decidiendo darse un breve descanso de su viaje, se asentó allí por una temporada; era inqulina en el granero de una familia de granjeros, no pagaba renta, se ganaba el sustento ayudando en las labores y cada tanto visitaba las termas naturales en la montaña cercana. Aquella noche no era la exepción.

    Al llegar a su destino trás 20 minutos de caminata bajo la luz de la luna llena; se encontró con un balneario desolado. No le molestaba la compañia, pero al ir a esas hoas era compreensible que estuviese vacio. No perdió el tiempo y se despojó de sus prendas, las dejó sobre una roca a la vista y se metió al agua.

    —...

    Con algo de suerte no seria importunada, pero antes de que pudiera entrar por completo, sintió una mirada.

    —...Si hay alguien por ahi; no sientas verguenza. No me molesta la compañia.
    La ncohe empezaba a caer a las afueras de Sogen, un pueblo nativo humano en la periferia del Reino. Asuna, decidiendo darse un breve descanso de su viaje, se asentó allí por una temporada; era inqulina en el granero de una familia de granjeros, no pagaba renta, se ganaba el sustento ayudando en las labores y cada tanto visitaba las termas naturales en la montaña cercana. Aquella noche no era la exepción. Al llegar a su destino trás 20 minutos de caminata bajo la luz de la luna llena; se encontró con un balneario desolado. No le molestaba la compañia, pero al ir a esas hoas era compreensible que estuviese vacio. No perdió el tiempo y se despojó de sus prendas, las dejó sobre una roca a la vista y se metió al agua. —... Con algo de suerte no seria importunada, pero antes de que pudiera entrar por completo, sintió una mirada. —...Si hay alguien por ahi; no sientas verguenza. No me molesta la compañia.
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