Cap: 02.

Por el rabillo del ojo pudo notar la enormidad de la estructura, una presencia que se erguía hasta el cielo con arrogancia. Tan imponente como una montaña, pero de superficie lisa y desprovista de color. Era negra como el azabache, igual que el plumaje de la bestia que le ruge desde los pies del árbol, una amenaza gutural que filtra su potencia por debajo de la piel y hace temblar los huesos del muchacho.

Respira con fuerza, y ni siquiera así logra escucharse a si mismo por culpa del animal, e intenta regular la respiración, mientras siente el corazón a pocos latidos de salirse por la garganta. Tenía miedo a tal grado que aún siente el dolor de las heridas, esas que cerraron hace ya largo rato y cuya única prueba de existencia eran las grandes manchas rojizas contrastando con su sudorosa piel blanca.

El tronco del árbol es quien ahora sufre el frenesí de la bestia de ojos rojos, quien toma distancia y corre en furia ciega para saltar con la intención de atrapar a su víctima. Las garras de sus patas, largas y filosas, arañan profundamente el grosor de la corteza, haciéndola sangrar savia con cada salto fallido.

La curiosidad, junto con la ingenuidad, lo arrastraron hasta tal momento; caminó, indefinidamente, hasta dar con un denso bosquejo, cuyos árboles entrelazan sus ramas cual sistema nervioso. Entre tronco y tronco logró distinguir un borrón azulado, veloz, la primera cosa en movimiento que ha visto en días, y eso fue suficiente para atraer su atención tal como los noctuidos en la noche que persiguen el fuego. La bestia de ojos rojos fue su fuego, las heridas quemaduras y el miedo la cicatriz.

Entre rugidos avanzó el día, el sol amenazó con esconderse, las sombras ganaron fuerza e indicaron que pronto la noche caería sobre el bosque. La bestia se fue, pero su presencia quedó tan marcada como los zarpazos en el tronco. Él seguía sin bajar, un poco por inseguridad, pero tenía la mirada perdida en las estrellas, buscando la respuesta a la única pregunta que tenía lugar en su cabeza: "¿Por qué me odian?".

Era doloroso. Injusto e irritante. Pero, esa insistencia con mirarlo, le hizo pensar que algo esperaban de él, alguna expectativa silenciosa que cumplir. Solo debía descubrir cuál era o, tal vez, debía llegar al firmamento y cuestionarlas, confrontarlas directamente.

Esa noche hubo viento, uno feroz e indómito. Las ramas se estremecían con cada ráfaga, un peligro potencial de ser arrancadas. Él tuvo que aferrarse al árbol, tal fue la fuerza usada que sus negras uñas estaban clavadas en la corteza. No era algo natural, sino un fenómeno producido por aquella arrogante estructura.

De pronto el firmamento brilló menos. Algo lo estaba opacando, una luz morada que provenía de la tierra. La estructura brillaba, sus caras estaban iluminadas con líneas que fueron talladas en forma de cuadrados incompletos. Perduró horas, hasta que expulsó algo desde la punta: una figura alargada, estrecha tal vez, que surcó los cielos sin tener que recurrir a un par de alas.
Cap: 02. Por el rabillo del ojo pudo notar la enormidad de la estructura, una presencia que se erguía hasta el cielo con arrogancia. Tan imponente como una montaña, pero de superficie lisa y desprovista de color. Era negra como el azabache, igual que el plumaje de la bestia que le ruge desde los pies del árbol, una amenaza gutural que filtra su potencia por debajo de la piel y hace temblar los huesos del muchacho. Respira con fuerza, y ni siquiera así logra escucharse a si mismo por culpa del animal, e intenta regular la respiración, mientras siente el corazón a pocos latidos de salirse por la garganta. Tenía miedo a tal grado que aún siente el dolor de las heridas, esas que cerraron hace ya largo rato y cuya única prueba de existencia eran las grandes manchas rojizas contrastando con su sudorosa piel blanca. El tronco del árbol es quien ahora sufre el frenesí de la bestia de ojos rojos, quien toma distancia y corre en furia ciega para saltar con la intención de atrapar a su víctima. Las garras de sus patas, largas y filosas, arañan profundamente el grosor de la corteza, haciéndola sangrar savia con cada salto fallido. La curiosidad, junto con la ingenuidad, lo arrastraron hasta tal momento; caminó, indefinidamente, hasta dar con un denso bosquejo, cuyos árboles entrelazan sus ramas cual sistema nervioso. Entre tronco y tronco logró distinguir un borrón azulado, veloz, la primera cosa en movimiento que ha visto en días, y eso fue suficiente para atraer su atención tal como los noctuidos en la noche que persiguen el fuego. La bestia de ojos rojos fue su fuego, las heridas quemaduras y el miedo la cicatriz. Entre rugidos avanzó el día, el sol amenazó con esconderse, las sombras ganaron fuerza e indicaron que pronto la noche caería sobre el bosque. La bestia se fue, pero su presencia quedó tan marcada como los zarpazos en el tronco. Él seguía sin bajar, un poco por inseguridad, pero tenía la mirada perdida en las estrellas, buscando la respuesta a la única pregunta que tenía lugar en su cabeza: "¿Por qué me odian?". Era doloroso. Injusto e irritante. Pero, esa insistencia con mirarlo, le hizo pensar que algo esperaban de él, alguna expectativa silenciosa que cumplir. Solo debía descubrir cuál era o, tal vez, debía llegar al firmamento y cuestionarlas, confrontarlas directamente. Esa noche hubo viento, uno feroz e indómito. Las ramas se estremecían con cada ráfaga, un peligro potencial de ser arrancadas. Él tuvo que aferrarse al árbol, tal fue la fuerza usada que sus negras uñas estaban clavadas en la corteza. No era algo natural, sino un fenómeno producido por aquella arrogante estructura. De pronto el firmamento brilló menos. Algo lo estaba opacando, una luz morada que provenía de la tierra. La estructura brillaba, sus caras estaban iluminadas con líneas que fueron talladas en forma de cuadrados incompletos. Perduró horas, hasta que expulsó algo desde la punta: una figura alargada, estrecha tal vez, que surcó los cielos sin tener que recurrir a un par de alas.
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