• — ¡AAAAH!, ¡Si hay alguien con vida grite!

    Esta arriba de la montaña espinadragon tratando de ver quien es el tonto que le sigue el juego
    — ¡AAAAH!, ¡Si hay alguien con vida grite! Esta arriba de la montaña espinadragon tratando de ver quien es el tonto que le sigue el juego
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  • A tu lado, los días brillan con más ardor y el viento murmura dulcemente tu nombre. No importa cuán oscura sea la jornada, porque tu sonrisa disipa las sombras y cura las heridas de mi alma, haciéndome olvidar el peso de mi carga.

    Desearía ser tus ropajes de seda, para envolver tu cuerpo y rozar tu piel en cada caricia.
    Desearía ser el viento, para robarte un beso de los labios con cada aliento que tomes.
    Desearía ser tu cabello, para impregnarse de tu aroma, ese perfume que evoca las alturas de una montaña.

    Que me llamen loco si quieren, porque si la locura lleva tu nombre, abrazaré el delirio con los brazos abiertos. Te amo como la luna añora al sol, de una forma eterna, sin dudas en el corazón.

    He cometido errores que ni el tiempo ni el arrepentimiento pueden borrar. He hecho cosas que no me hacen digno de ti, y a veces temo que esto sea solo un sueño frágil y pasajero. Pero si es un sueño, ruego al universo nunca despertar, porque te amo más de lo que las palabras pueden abarcar. Amame sin preguntar, y yo te amaré sin respuestas por toda mi eternidad.

    𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆

    A tu lado, los días brillan con más ardor y el viento murmura dulcemente tu nombre. No importa cuán oscura sea la jornada, porque tu sonrisa disipa las sombras y cura las heridas de mi alma, haciéndome olvidar el peso de mi carga. Desearía ser tus ropajes de seda, para envolver tu cuerpo y rozar tu piel en cada caricia. Desearía ser el viento, para robarte un beso de los labios con cada aliento que tomes. Desearía ser tu cabello, para impregnarse de tu aroma, ese perfume que evoca las alturas de una montaña. Que me llamen loco si quieren, porque si la locura lleva tu nombre, abrazaré el delirio con los brazos abiertos. Te amo como la luna añora al sol, de una forma eterna, sin dudas en el corazón. He cometido errores que ni el tiempo ni el arrepentimiento pueden borrar. He hecho cosas que no me hacen digno de ti, y a veces temo que esto sea solo un sueño frágil y pasajero. Pero si es un sueño, ruego al universo nunca despertar, porque te amo más de lo que las palabras pueden abarcar. Amame sin preguntar, y yo te amaré sin respuestas por toda mi eternidad. [Liz_bloodFlame]
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  • - En el Valhalla (cielo) el reino de los dioses,no tan dejos de Asgard,legos de las montañas y en el bosque la joven diosa estaba entrenando un poco no era muy sociable con los demás dioses por ser hija de un mounstro Pero siempre recibía amor de su Bisabuela, era la única manera de sacar ese dolor de ser rechazada por otros y sufrir -

    "Bien, una vez más"

    -la diosa no era simplemente habilidosa con su magia también quería mejorar su habitación con las espadas.-
    - En el Valhalla (cielo) el reino de los dioses,no tan dejos de Asgard,legos de las montañas y en el bosque la joven diosa estaba entrenando un poco no era muy sociable con los demás dioses por ser hija de un mounstro Pero siempre recibía amor de su Bisabuela, era la única manera de sacar ese dolor de ser rechazada por otros y sufrir - "Bien, una vez más" -la diosa no era simplemente habilidosa con su magia también quería mejorar su habitación con las espadas.-
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  • A la entrada del poblado, la líder de la aldea aguardaría con el peso de la preocupación sobre sus hombros. Había enviado un mensaje cargado de urgencia a quien solo conocía por rumores: una viajera, una sombra errante que

    comprendía lo inexplicable.

    Desde el sendero cubierto de escarcha emergía la figura esperada. Una mujer de andar sereno, el cabello negro le caía sobre los hombros, ondeando suavemente con la brisa. Sus ojos recorrerían el entorno con una calma extraña.

    La anciana, en su sabiduría, se acercaría con cautela.
    —Gracias por venir —susurraría, temiendo romper el aire quieto—. No sabemos qué ocurre. La aldea ha sido devorada por el silencio. Adultos y niños ya no hablan, los animales y la montaña han enmudecido… No sabemos qué hacer.

    La forastera permanecería en silencio unos segundos, como si escuchara algo más allá de lo que los demás podían percibir. Asintió sin pronunciar palabra, y comenzaría a recorrer la aldea y a examinar a los afectados. De su caja de madera extrajo una especie de otoscopio tallado, y uno a uno revisó los oídos de los aldeanos. En cada uno de ellos hallaría la misma huella: una sustancia verde amarillenta, viscosa, que brillaba débilmente en la penumbra.

    Frunció el ceño.
    —Se trata de una criatura que se alimenta del... sonido.

    Sin perder tiempo, pidió agua tibia mientras ella sacaba unos triángulos de papel que envolvían un polvo blanco. Mezclaría ambos en una taza y lo vertería en el oído del hombre.

    Lentamente, como si una venda invisible se deshiciera, el opresivo silencio comenzaría a desvanecerse. Las personas afectadas y los familiares estaban sorprendidos.

    —Es sal... Estas criaturas no la soportan.

    Así fue como ordenó que los afectados mojaran sus oídos, y rociaran las casas para evitar futuras afecciones.

    Cuando la calma regresó de forma frágil, la anciana se acercaría a la recién llegada, con la mirada baja y la voz casi quebrada.
    —Gracias… pero hay algo más. No podía decirlo antes. Mi nieta… está enferma. La he mantenido oculta. Sus padres murieron… por lo mismo.

    La mujer de cabello negro la observaría con gravedad y asintió. La anciana la guiaría a una cabaña apartada, donde la niña, frágil y temblorosa, permanecía acurrucada en un rincón oscuro.
    La visitante se arrodillaría frente a ella, y vería sus cuernos pequeños, lo cual la llevaría a examinar más, sobre todo porque los oídos contenían la misma sustancia viscosa, resplandeciente y pegajosa.

    Suspiró muy lentamente. Sabía lo que aquello significaba. La nueva criatura se alimentaba del silencio absoluto que provocó la otra, y no había cura conocida, solo la muerte.

    La anciana habló. —Antes de que mi hija muriera, sus cuernos desaparecieron días antes de irse de este mundo.

    —Una grieta en lo inevitable. Las personas mueren al siguiente invierno tras empezar los síntomas. —Dijo pensativa.

    La mujer mayor se asustó, aún ya sabiéndolo. Pero rápidamente caería en la aceptación. La curandera, en cambio, tenía muchas dudas y pocas respuestas.

    Sin más demora, la errante pediría permiso y se internaría sola en el oscuro bosque. Caminó lejos de la aldea, hasta que el aire se volvió más liviano. Al alzar la mirada, los vio: diminutos destellos de luz adheridos en las copas de los árboles. Eran hermosos.

    La pelinegra se detuvo. Cerró los ojos y permitió que aquellos seres etéreos se deslizaran suavemente en sus oídos.

    Pero no estaba sola. La niña la había seguido a escondidas, arrastrada por la curiosidad y el miedo. Al percatarse, la mujer hablaría con voz serena.

    —Acércate. Tápame los oídos.

    La pequeña titubeó, pero obedeció. Cubriría sus oídos con manos temblorosas. Entonces, un sonido sordo retumbaría, y la sustancia viscosa fue expulsada violentamente de los oídos de la extranjera, como si algo hubiese sido arrancado.

    La mujer abrió los ojos, comprendiendo.

    Sin perder tiempo, regresaron a la aldea. Frente a la anciana, la forastera elevaría sus manos y las colocaría suavemente sobre los oídos de la niña. La reacción fue inmediata. La sustancia verde amarillenta salió despedida, deslizándose como un eco roto. Y los cuernos cayeron sobre los muslos de la infante.

    La líder del poblado observó, atónita. —¿Está… curada?
    La mujer asintió. —No soportan el ruido interior que provoca otra persona, solo el del huésped.

    La anciana abrazaría a su nieta. —¿Cómo puedo pagarte?
    La curandera señalaría los cuernos. —Únicamente esto.

    La niña, con iniciativa, se los entregaría personalmente agradecida, y la viajera los guardaría en una cajita de madera.

    Era un precio muy pequeño. Pero por primera vez en días, el aire vibraba débilmente con el sonido de un suspiro.
    A la entrada del poblado, la líder de la aldea aguardaría con el peso de la preocupación sobre sus hombros. Había enviado un mensaje cargado de urgencia a quien solo conocía por rumores: una viajera, una sombra errante que comprendía lo inexplicable. Desde el sendero cubierto de escarcha emergía la figura esperada. Una mujer de andar sereno, el cabello negro le caía sobre los hombros, ondeando suavemente con la brisa. Sus ojos recorrerían el entorno con una calma extraña. La anciana, en su sabiduría, se acercaría con cautela. —Gracias por venir —susurraría, temiendo romper el aire quieto—. No sabemos qué ocurre. La aldea ha sido devorada por el silencio. Adultos y niños ya no hablan, los animales y la montaña han enmudecido… No sabemos qué hacer. La forastera permanecería en silencio unos segundos, como si escuchara algo más allá de lo que los demás podían percibir. Asintió sin pronunciar palabra, y comenzaría a recorrer la aldea y a examinar a los afectados. De su caja de madera extrajo una especie de otoscopio tallado, y uno a uno revisó los oídos de los aldeanos. En cada uno de ellos hallaría la misma huella: una sustancia verde amarillenta, viscosa, que brillaba débilmente en la penumbra. Frunció el ceño. —Se trata de una criatura que se alimenta del... sonido. Sin perder tiempo, pidió agua tibia mientras ella sacaba unos triángulos de papel que envolvían un polvo blanco. Mezclaría ambos en una taza y lo vertería en el oído del hombre. Lentamente, como si una venda invisible se deshiciera, el opresivo silencio comenzaría a desvanecerse. Las personas afectadas y los familiares estaban sorprendidos. —Es sal... Estas criaturas no la soportan. Así fue como ordenó que los afectados mojaran sus oídos, y rociaran las casas para evitar futuras afecciones. Cuando la calma regresó de forma frágil, la anciana se acercaría a la recién llegada, con la mirada baja y la voz casi quebrada. —Gracias… pero hay algo más. No podía decirlo antes. Mi nieta… está enferma. La he mantenido oculta. Sus padres murieron… por lo mismo. La mujer de cabello negro la observaría con gravedad y asintió. La anciana la guiaría a una cabaña apartada, donde la niña, frágil y temblorosa, permanecía acurrucada en un rincón oscuro. La visitante se arrodillaría frente a ella, y vería sus cuernos pequeños, lo cual la llevaría a examinar más, sobre todo porque los oídos contenían la misma sustancia viscosa, resplandeciente y pegajosa. Suspiró muy lentamente. Sabía lo que aquello significaba. La nueva criatura se alimentaba del silencio absoluto que provocó la otra, y no había cura conocida, solo la muerte. La anciana habló. —Antes de que mi hija muriera, sus cuernos desaparecieron días antes de irse de este mundo. —Una grieta en lo inevitable. Las personas mueren al siguiente invierno tras empezar los síntomas. —Dijo pensativa. La mujer mayor se asustó, aún ya sabiéndolo. Pero rápidamente caería en la aceptación. La curandera, en cambio, tenía muchas dudas y pocas respuestas. Sin más demora, la errante pediría permiso y se internaría sola en el oscuro bosque. Caminó lejos de la aldea, hasta que el aire se volvió más liviano. Al alzar la mirada, los vio: diminutos destellos de luz adheridos en las copas de los árboles. Eran hermosos. La pelinegra se detuvo. Cerró los ojos y permitió que aquellos seres etéreos se deslizaran suavemente en sus oídos. Pero no estaba sola. La niña la había seguido a escondidas, arrastrada por la curiosidad y el miedo. Al percatarse, la mujer hablaría con voz serena. —Acércate. Tápame los oídos. La pequeña titubeó, pero obedeció. Cubriría sus oídos con manos temblorosas. Entonces, un sonido sordo retumbaría, y la sustancia viscosa fue expulsada violentamente de los oídos de la extranjera, como si algo hubiese sido arrancado. La mujer abrió los ojos, comprendiendo. Sin perder tiempo, regresaron a la aldea. Frente a la anciana, la forastera elevaría sus manos y las colocaría suavemente sobre los oídos de la niña. La reacción fue inmediata. La sustancia verde amarillenta salió despedida, deslizándose como un eco roto. Y los cuernos cayeron sobre los muslos de la infante. La líder del poblado observó, atónita. —¿Está… curada? La mujer asintió. —No soportan el ruido interior que provoca otra persona, solo el del huésped. La anciana abrazaría a su nieta. —¿Cómo puedo pagarte? La curandera señalaría los cuernos. —Únicamente esto. La niña, con iniciativa, se los entregaría personalmente agradecida, y la viajera los guardaría en una cajita de madera. Era un precio muy pequeño. Pero por primera vez en días, el aire vibraba débilmente con el sonido de un suspiro.
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  • - camninado entre las montañas del lugar y el frio y la nieve callendo mientras camina en cuantro patas en su forma a de lobo .-

    > Ay no hay nadie por aqui ...... eh? Que es ese olor a comida serca aqui, acaso sera una aldea cerca? <
    - camninado entre las montañas del lugar y el frio y la nieve callendo mientras camina en cuantro patas en su forma a de lobo .- > Ay no hay nadie por aqui ...... eh? Que es ese olor a comida serca aqui, acaso sera una aldea cerca? <
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  • Bosque de Noruegos
    Fandom Oc/Mitología Nortica & Corssover.
    Categoría Anime / Mangas
    En el norte de los bosques un templo solitario entre, las nieves una Diosa vivía allí y en esas montañas nevada la Diosa que había allí, la joven diosa Ella nieta de Loki y Bisnieta de gran odin .

    Que bueno! , y tranquilidad hay en este dia .... Aunque un poco, muy solitario ningún ser o humano por aquí.

    Y algunas serpiente que vivían con la Diosa serpiente, cuando allí escucho unos cuantos metros un ser estaba caminando, por las nevadas y oscuros bosques ......

    Aquella diosa ,se sentía muy solitaria aunque no confiaba en ningún ser o mortal ,el frío y la nieve de bosque se pregunta si alguien podía salir así con ese clima.
    En el norte de los bosques un templo solitario entre, las nieves una Diosa vivía allí y en esas montañas nevada la Diosa que había allí, la joven diosa Ella nieta de Loki y Bisnieta de gran odin . Que bueno! , y tranquilidad hay en este dia .... Aunque un poco, muy solitario ningún ser o humano por aquí. Y algunas serpiente que vivían con la Diosa serpiente, cuando allí escucho unos cuantos metros un ser estaba caminando, por las nevadas y oscuros bosques ...... Aquella diosa ,se sentía muy solitaria aunque no confiaba en ningún ser o mortal ,el frío y la nieve de bosque se pregunta si alguien podía salir así con ese clima.
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    Individual
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  • Las ruinas de Eldoria
    Fandom OC
    Categoría Aventura

    La selva de Umbren se extiende ante ti, un vasto océano de árboles antiguos cuyas copas oscurecen el cielo. Los rayos del sol apenas logran atravesar el denso follaje, bañando el suelo en una penumbra verde y dorada. El aire es denso y húmedo, cargado con el aroma de tierra mojada y plantas exóticas.

    El mapa en tus manos, ajado por el tiempo, tiembla ligeramente mientras lo sostienes. Las marcas trazadas a mano indican un lugar más allá de las montañas brumosas que se asoman en el horizonte: las Ruinas de Eldoria, envueltas en leyendas de gloria y tragedia.

    A tu alrededor, los sonidos de la selva cobran vida: el trino de aves desconocidas, el zumbido insistente de insectos, y, de vez en cuando, un crujido que te pone alerta. Según las historias, nadie ha llegado a Eldoria sin enfrentarse a pruebas mortales, tanto físicas como mentales.

    En tu mochila llevas solo lo esencial: provisiones, una herramienta útil, y un objeto que te recuerda por qué iniciaste este viaje. No hay marcha atrás. Con un último vistazo al mapa, das el primer paso hacia lo desconocido.

    El camino se bifurca pronto:

    A la izquierda, una senda angosta entre árboles oscuros que parecen inclinarse hacia ti.

    A la derecha, un riachuelo que fluye lentamente, su agua cristalina reflejando el brillo del sol poniente.
    La selva de Umbren se extiende ante ti, un vasto océano de árboles antiguos cuyas copas oscurecen el cielo. Los rayos del sol apenas logran atravesar el denso follaje, bañando el suelo en una penumbra verde y dorada. El aire es denso y húmedo, cargado con el aroma de tierra mojada y plantas exóticas. El mapa en tus manos, ajado por el tiempo, tiembla ligeramente mientras lo sostienes. Las marcas trazadas a mano indican un lugar más allá de las montañas brumosas que se asoman en el horizonte: las Ruinas de Eldoria, envueltas en leyendas de gloria y tragedia. A tu alrededor, los sonidos de la selva cobran vida: el trino de aves desconocidas, el zumbido insistente de insectos, y, de vez en cuando, un crujido que te pone alerta. Según las historias, nadie ha llegado a Eldoria sin enfrentarse a pruebas mortales, tanto físicas como mentales. En tu mochila llevas solo lo esencial: provisiones, una herramienta útil, y un objeto que te recuerda por qué iniciaste este viaje. No hay marcha atrás. Con un último vistazo al mapa, das el primer paso hacia lo desconocido. El camino se bifurca pronto: A la izquierda, una senda angosta entre árboles oscuros que parecen inclinarse hacia ti. A la derecha, un riachuelo que fluye lentamente, su agua cristalina reflejando el brillo del sol poniente.
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  • No podía faltar la visita a Veryssa. Cada dragón custodiado debía reunirse con su Custodio con regularidad; ellos eran nuestros mentores, protectores y guías, y en muchos casos, la voz serena que siempre sabíamos que podríamos escuchar. Para mí, Veryssa no solo era mi Custodio, sino una figura que había llegado a ocupar un lugar especial en mi vida, como una segunda madre en esta vasta y a veces abrumadora sociedad de los dragones.

    Caminé por la zona residencial de Eldoria, donde las Montañas Flotantes siempre estaban llenas de vida, aunque envueltas en una calma particular. Pero mis pasos solo tenían un destino: la casa de Veryssa.

    Allí estaba, esperándome como siempre frente a la entrada, su postura recta, pero con la calidez de alguien que nunca imponía su autoridad. Cuando nuestros ojos se encontraron, me recibió con una sonrisa suave, de esas que siempre lograban calmar cualquier inquietud.

    V—Ah, Malvyna. —Su voz tenía un tono melódico, como si envolviera cada palabra en cuidado—. Me alegra verte de regreso. ¿Cómo estuvo esta vez el mundo humano?

    —Tan caótico y fascinante como siempre —respondí, correspondiendo a su sonrisa.

    Veryssa soltó una pequeña risa, un sonido suave y genuino que siempre lograba relajarme.

    V—El caos tiene su belleza, si sabes dónde mirar. Estoy segura de que encontraste algo interesante para compartir. Pero ven, querida, entremos. Te preparé té de luna; sé que siempre te ayuda a relajarte después de tus viajes.
    No podía faltar la visita a Veryssa. Cada dragón custodiado debía reunirse con su Custodio con regularidad; ellos eran nuestros mentores, protectores y guías, y en muchos casos, la voz serena que siempre sabíamos que podríamos escuchar. Para mí, Veryssa no solo era mi Custodio, sino una figura que había llegado a ocupar un lugar especial en mi vida, como una segunda madre en esta vasta y a veces abrumadora sociedad de los dragones. Caminé por la zona residencial de Eldoria, donde las Montañas Flotantes siempre estaban llenas de vida, aunque envueltas en una calma particular. Pero mis pasos solo tenían un destino: la casa de Veryssa. Allí estaba, esperándome como siempre frente a la entrada, su postura recta, pero con la calidez de alguien que nunca imponía su autoridad. Cuando nuestros ojos se encontraron, me recibió con una sonrisa suave, de esas que siempre lograban calmar cualquier inquietud. V—Ah, Malvyna. —Su voz tenía un tono melódico, como si envolviera cada palabra en cuidado—. Me alegra verte de regreso. ¿Cómo estuvo esta vez el mundo humano? —Tan caótico y fascinante como siempre —respondí, correspondiendo a su sonrisa. Veryssa soltó una pequeña risa, un sonido suave y genuino que siempre lograba relajarme. V—El caos tiene su belleza, si sabes dónde mirar. Estoy segura de que encontraste algo interesante para compartir. Pero ven, querida, entremos. Te preparé té de luna; sé que siempre te ayuda a relajarte después de tus viajes.
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  • -La brisa era suave, pero fría, acariciando las mejillas de un joven Coke mientras permanecía inmóvil en el patio polvoriento del pequeño poblado donde había crecido. En sus manos sostenía con firmeza una espada demasiado pesada para su tamaño, un arma que había heredado de su padre y que aún llevaba las marcas de innumerables batallas. Sus dedos, cubiertos de polvo y pequeñas heridas, se aferraban al mango con una determinación que desmentía su corta edad.-

    No te detengas ahora, Coke

    -dijo una voz severa detrás de él. Era la de su maestro, un viejo soldado que, a pesar de su retiro, aún conservaba la rigidez y la exigencia de su tiempo en el campo de batalla. Sus ojos seguían cada movimiento del chico con precisión, evaluando cada paso, cada intento de blandir la espada.-

    Si quieres sobrevivir en este mundo, tendrás que aprender a luchar. No habrá lugar para la debilidad.

    -Coke apretó los labios, ignorando el ardor en sus brazos y el sudor que le resbalaba por la frente. Cada palabra de su maestro era como una daga, clavándose en su joven corazón. Desde que tenía memoria, había estado solo. Sus padres habían muerto cuando aún era un niño demasiado pequeño para comprender el peso de la pérdida. Había crecido bajo la protección de aquel viejo soldado, quien le enseñó que la vida era dura, que los débiles no sobrevivían, y que la única manera de avanzar era volviéndose más fuerte que los demás.-

    ¿Por qué tengo que hacer esto?

    -preguntó una vez, con la voz rota por el cansancio y la frustración. Pero su maestro no le respondió. En lugar de eso, le entregó la espada nuevamente y señaló al horizonte. Allí, donde el cielo se encontraba con la tierra, se alzaban montañas oscuras que parecían tocar el infinito.-

    Allí fuera

    -le dijo el anciano-

    no habrá nadie para protegerte. Si quieres algo, tendrás que tomarlo. Si alguien te lo arrebata, tendrás que recuperarlo. Y si quieres vivir, tendrás que luchar.

    -Coke no dijo nada. Pero esa noche, mientras el cielo se llenaba de estrellas, se quedó despierto, mirando la espada junto a su lecho improvisado. Había algo en esas palabras que le pesaba más que cualquier golpe. En el fondo de su corazón, deseaba algo más. Deseaba una vida donde no tuviera que pelear, donde no tuviera que ser fuerte todo el tiempo. Deseaba alguien que pudiera sostenerlo, aunque fuera por un momento, y decirle que estaba bien ser débil.-
    -La brisa era suave, pero fría, acariciando las mejillas de un joven Coke mientras permanecía inmóvil en el patio polvoriento del pequeño poblado donde había crecido. En sus manos sostenía con firmeza una espada demasiado pesada para su tamaño, un arma que había heredado de su padre y que aún llevaba las marcas de innumerables batallas. Sus dedos, cubiertos de polvo y pequeñas heridas, se aferraban al mango con una determinación que desmentía su corta edad.- No te detengas ahora, Coke -dijo una voz severa detrás de él. Era la de su maestro, un viejo soldado que, a pesar de su retiro, aún conservaba la rigidez y la exigencia de su tiempo en el campo de batalla. Sus ojos seguían cada movimiento del chico con precisión, evaluando cada paso, cada intento de blandir la espada.- Si quieres sobrevivir en este mundo, tendrás que aprender a luchar. No habrá lugar para la debilidad. -Coke apretó los labios, ignorando el ardor en sus brazos y el sudor que le resbalaba por la frente. Cada palabra de su maestro era como una daga, clavándose en su joven corazón. Desde que tenía memoria, había estado solo. Sus padres habían muerto cuando aún era un niño demasiado pequeño para comprender el peso de la pérdida. Había crecido bajo la protección de aquel viejo soldado, quien le enseñó que la vida era dura, que los débiles no sobrevivían, y que la única manera de avanzar era volviéndose más fuerte que los demás.- ¿Por qué tengo que hacer esto? -preguntó una vez, con la voz rota por el cansancio y la frustración. Pero su maestro no le respondió. En lugar de eso, le entregó la espada nuevamente y señaló al horizonte. Allí, donde el cielo se encontraba con la tierra, se alzaban montañas oscuras que parecían tocar el infinito.- Allí fuera -le dijo el anciano- no habrá nadie para protegerte. Si quieres algo, tendrás que tomarlo. Si alguien te lo arrebata, tendrás que recuperarlo. Y si quieres vivir, tendrás que luchar. -Coke no dijo nada. Pero esa noche, mientras el cielo se llenaba de estrellas, se quedó despierto, mirando la espada junto a su lecho improvisado. Había algo en esas palabras que le pesaba más que cualquier golpe. En el fondo de su corazón, deseaba algo más. Deseaba una vida donde no tuviera que pelear, donde no tuviera que ser fuerte todo el tiempo. Deseaba alguien que pudiera sostenerlo, aunque fuera por un momento, y decirle que estaba bien ser débil.-
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