El Juego del Zorro y el Mago.
Kiara Yukimura
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⠀⠀Decían que aquel rincón del mundo era un lugar donde los muertos nunca aprendieron a quedarse quietos.
⠀⠀Un pueblo pequeño, perdido entre las montañas boscosas de Japón. Inaccesible salvo por carreteras que serpenteaban como serpientes viejas y gastadas. Las casas tradicionales se alzaban como esqueletos de madera, desafiando el paso del tiempo, con faroles que apenas alumbraban lo suficiente como para ver las propias dudas.
⠀⠀No había turistas allí. No había curiosos. Solo quedaban los que no tuvieron otra opción. Y él. Quien había sido enviado, un hombre que no pedía gloria ni agradecimientos. El que llegaba cuando todo lo demás había fallado. La figura que el Vaticano reservaba para los casos que las palabras no podían salvar, ni los rezos llegaban a bastar.
⠀⠀Había llegado con el sonido de los cuervos quebrando el silencio, negras figuras que parecían guiar sus pasos desde que había puesto pie en territorio japonés. Y aunque su porte no era el de un local, su presencia, ese peso invisible que arrastraba como un viejo rosario de pecados y victorias amargas, hacía que incluso los espíritus se apartaran a su paso.
⠀⠀Había escuchado las historias, y los reportes no mentían, cómo las malas lenguas danzaban para lanzar saña, pero nunca un motivo; el espíritu vengativo que atosigaba a ese clan, el santo caído sería quien diera un fin a su tormento.
⠀⠀⸻ "...?" ⸻ Un hombre japonés, tímido, abría sus puertas hacia la figura del enviado de Dios. Dedicó una mirada de frialdad, pero en un perfecto japonés, musitó. ⸻ "¿Kitsurugi? Me enviaron para resolver el problema." ⸻ El hombre asintió y dio paso al intimidante caucásico, medía más que el promedio japonés, y acompañado de su vestuario y aura mística, simplemente imponían respeto.
⠀⠀Arrodillados en el tatami de la gran casa familiar, acompañados de un delicioso té verde para apaciguar la escarcha que cubría sus cuerpos, a la que el exorcista parecía ser inerte. Hablaron de la situación, las desapariciones y la sangre, algo los seguía, gritos de una mujer ante la luna llena, pelos de zorro y el horror.
⠀⠀El enviado del Vaticano mostró la mano, no tenía nada más que escuchar. El nipón, nervioso, solamente lo vio levantarse.
⠀⠀⸻ "No deberás preocuparte más. Ahora ese es mi trabajo, un gusto, Kitsurugi." ⸻ El hombre salió, y con ello llevándose toda la calidez de la habitación, parecía que ahora que la había abandonado, el frío inundó sin par la vieja estructura.
⠀⠀La cacería estaba por comenzar, debía reunir pistas, preparar sus hechizos y estrategias, además de enterarse a qué clase de poder sobrenatural se enfrentaba. Y estaba más que motivado, para lo único que era bueno: cazar.
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⠀⠀Decían que aquel rincón del mundo era un lugar donde los muertos nunca aprendieron a quedarse quietos.
⠀⠀Un pueblo pequeño, perdido entre las montañas boscosas de Japón. Inaccesible salvo por carreteras que serpenteaban como serpientes viejas y gastadas. Las casas tradicionales se alzaban como esqueletos de madera, desafiando el paso del tiempo, con faroles que apenas alumbraban lo suficiente como para ver las propias dudas.
⠀⠀No había turistas allí. No había curiosos. Solo quedaban los que no tuvieron otra opción. Y él. Quien había sido enviado, un hombre que no pedía gloria ni agradecimientos. El que llegaba cuando todo lo demás había fallado. La figura que el Vaticano reservaba para los casos que las palabras no podían salvar, ni los rezos llegaban a bastar.
⠀⠀Había llegado con el sonido de los cuervos quebrando el silencio, negras figuras que parecían guiar sus pasos desde que había puesto pie en territorio japonés. Y aunque su porte no era el de un local, su presencia, ese peso invisible que arrastraba como un viejo rosario de pecados y victorias amargas, hacía que incluso los espíritus se apartaran a su paso.
⠀⠀Había escuchado las historias, y los reportes no mentían, cómo las malas lenguas danzaban para lanzar saña, pero nunca un motivo; el espíritu vengativo que atosigaba a ese clan, el santo caído sería quien diera un fin a su tormento.
⠀⠀⸻ "...?" ⸻ Un hombre japonés, tímido, abría sus puertas hacia la figura del enviado de Dios. Dedicó una mirada de frialdad, pero en un perfecto japonés, musitó. ⸻ "¿Kitsurugi? Me enviaron para resolver el problema." ⸻ El hombre asintió y dio paso al intimidante caucásico, medía más que el promedio japonés, y acompañado de su vestuario y aura mística, simplemente imponían respeto.
⠀⠀Arrodillados en el tatami de la gran casa familiar, acompañados de un delicioso té verde para apaciguar la escarcha que cubría sus cuerpos, a la que el exorcista parecía ser inerte. Hablaron de la situación, las desapariciones y la sangre, algo los seguía, gritos de una mujer ante la luna llena, pelos de zorro y el horror.
⠀⠀El enviado del Vaticano mostró la mano, no tenía nada más que escuchar. El nipón, nervioso, solamente lo vio levantarse.
⠀⠀⸻ "No deberás preocuparte más. Ahora ese es mi trabajo, un gusto, Kitsurugi." ⸻ El hombre salió, y con ello llevándose toda la calidez de la habitación, parecía que ahora que la había abandonado, el frío inundó sin par la vieja estructura.
⠀⠀La cacería estaba por comenzar, debía reunir pistas, preparar sus hechizos y estrategias, además de enterarse a qué clase de poder sobrenatural se enfrentaba. Y estaba más que motivado, para lo único que era bueno: cazar.
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⠀⠀Decían que aquel rincón del mundo era un lugar donde los muertos nunca aprendieron a quedarse quietos.
⠀⠀Un pueblo pequeño, perdido entre las montañas boscosas de Japón. Inaccesible salvo por carreteras que serpenteaban como serpientes viejas y gastadas. Las casas tradicionales se alzaban como esqueletos de madera, desafiando el paso del tiempo, con faroles que apenas alumbraban lo suficiente como para ver las propias dudas.
⠀⠀No había turistas allí. No había curiosos. Solo quedaban los que no tuvieron otra opción. Y él. Quien había sido enviado, un hombre que no pedía gloria ni agradecimientos. El que llegaba cuando todo lo demás había fallado. La figura que el Vaticano reservaba para los casos que las palabras no podían salvar, ni los rezos llegaban a bastar.
⠀⠀Había llegado con el sonido de los cuervos quebrando el silencio, negras figuras que parecían guiar sus pasos desde que había puesto pie en territorio japonés. Y aunque su porte no era el de un local, su presencia, ese peso invisible que arrastraba como un viejo rosario de pecados y victorias amargas, hacía que incluso los espíritus se apartaran a su paso.
⠀⠀Había escuchado las historias, y los reportes no mentían, cómo las malas lenguas danzaban para lanzar saña, pero nunca un motivo; el espíritu vengativo que atosigaba a ese clan, el santo caído sería quien diera un fin a su tormento.
⠀⠀⸻ "...?" ⸻ Un hombre japonés, tímido, abría sus puertas hacia la figura del enviado de Dios. Dedicó una mirada de frialdad, pero en un perfecto japonés, musitó. ⸻ "¿Kitsurugi? Me enviaron para resolver el problema." ⸻ El hombre asintió y dio paso al intimidante caucásico, medía más que el promedio japonés, y acompañado de su vestuario y aura mística, simplemente imponían respeto.
⠀⠀Arrodillados en el tatami de la gran casa familiar, acompañados de un delicioso té verde para apaciguar la escarcha que cubría sus cuerpos, a la que el exorcista parecía ser inerte. Hablaron de la situación, las desapariciones y la sangre, algo los seguía, gritos de una mujer ante la luna llena, pelos de zorro y el horror.
⠀⠀El enviado del Vaticano mostró la mano, no tenía nada más que escuchar. El nipón, nervioso, solamente lo vio levantarse.
⠀⠀⸻ "No deberás preocuparte más. Ahora ese es mi trabajo, un gusto, Kitsurugi." ⸻ El hombre salió, y con ello llevándose toda la calidez de la habitación, parecía que ahora que la había abandonado, el frío inundó sin par la vieja estructura.
⠀⠀La cacería estaba por comenzar, debía reunir pistas, preparar sus hechizos y estrategias, además de enterarse a qué clase de poder sobrenatural se enfrentaba. Y estaba más que motivado, para lo único que era bueno: cazar.
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Grupal
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