• Con esto se pasará el calor, extraño las lluvias y Mem, disfruta de tomate.
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    O: "Mira, estoy bebiendo agua de lluvia."

    Megumi: "Owen deja de hacer el tonto, tenemos que buscar una maldición."

    Itadori: "¿A ver? Quiero probar."

    Megumi suspira harto de la vida.

    Megumi: "Echo de menos a Nobara."

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  • ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ
    Bajo la lluvia incesante, Irina se mantenía inmóvil en el cruce. Su gabardina y bototos siempre negros la cubrían por completo, era una forma inconsciente de estar en luto constante por la pérdida de algo que ni siquiera sabía cuándo había comenzado a morir...su propia relación con el presente.
    ​El semáforo en rojo destellaba intenso sobre el asfalto mojado, un color asfixiante que se reflejaba en sus ojos de un gris cansado de ver lo mismo, fijos en un punto muerto.
    Las personas pasaban a su lado, apenas siluetas borrosas en su campo de visión.
    ​La lluvia golpeaba el paraguas con un sonido tintineante, una banda sonora para el vacío, en su mano, el mango del paraguas era un punto de resistencia. Mantenía una fuerte presión sobre él, la mandíbula levemente tensa...

    Era la única manera de contener la melancolía y el sinsabor de su vida que pugnaban por desbordarse.

    El agua, al caer del paraguas, golpeaba con fuerza una poza a sus pies, y la salpicadura fría en sus tobillos le recordaba que seguía allí, detenida, esperando un color que tardaba demasiado en llegar.
    ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ Bajo la lluvia incesante, Irina se mantenía inmóvil en el cruce. Su gabardina y bototos siempre negros la cubrían por completo, era una forma inconsciente de estar en luto constante por la pérdida de algo que ni siquiera sabía cuándo había comenzado a morir...su propia relación con el presente. ​El semáforo en rojo destellaba intenso sobre el asfalto mojado, un color asfixiante que se reflejaba en sus ojos de un gris cansado de ver lo mismo, fijos en un punto muerto. Las personas pasaban a su lado, apenas siluetas borrosas en su campo de visión. ​La lluvia golpeaba el paraguas con un sonido tintineante, una banda sonora para el vacío, en su mano, el mango del paraguas era un punto de resistencia. Mantenía una fuerte presión sobre él, la mandíbula levemente tensa... Era la única manera de contener la melancolía y el sinsabor de su vida que pugnaban por desbordarse. El agua, al caer del paraguas, golpeaba con fuerza una poza a sus pies, y la salpicadura fría en sus tobillos le recordaba que seguía allí, detenida, esperando un color que tardaba demasiado en llegar.
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  • Mucho se dice sobre las bodas de kitsunes o "kitsune no yomeiri"
    Que si son lluvias con sol para ahuyentar a los curiosos.
    Que si es en verdad la diosa protegiendo la unión.
    Que si son eventos únicos que no ocurren muy seguido.

    Pero la parte oscura también existe....
    Por lo que más desees, jamás te acerques si no fuiste invitado, acabarás en un purgatorio muy especial para aquellos que no respetaron el evento o que peor aún...se atrevieron a interrumpir.

    Byakko le gusta ir a buscar a esas personas y comerlas. De todos modos, jamás podrán volver al mundo de los vivos. ~
    Mucho se dice sobre las bodas de kitsunes o "kitsune no yomeiri" Que si son lluvias con sol para ahuyentar a los curiosos. Que si es en verdad la diosa protegiendo la unión. Que si son eventos únicos que no ocurren muy seguido. Pero la parte oscura también existe.... Por lo que más desees, jamás te acerques si no fuiste invitado, acabarás en un purgatorio muy especial para aquellos que no respetaron el evento o que peor aún...se atrevieron a interrumpir. Byakko le gusta ir a buscar a esas personas y comerlas. De todos modos, jamás podrán volver al mundo de los vivos. ~
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    Tsukumo Sana Espacio Aikaterine Ouro

    (Resumen muy resumen. Hay mucho polítiqueo lunar por en medio. MUCHO. Facciones, rebeldes, fanáticos debotos, todos buenos y todos malos.)

    Paradoja del Caos y la Luna

    1. La Unión Prohibida

    Oz, el Rey del Caos, y Selin, Custodio lunar, se encuentran en un instante que trasciende los planos del tiempo. De su unión nace Jennifer, la primogénita del caos y la luna, encarnación viviente de la paradoja: luz y oscuridad, orden y destrucción.

    Los Elunai corruptos, supervivientes de la guerra civil que atrajo a Oz, temen la unión y el linaje que Selin lleva en su vientre, pues podría romper los equilibrios que creen controlar.


    ---

    2. La Caída de Selin y el Fragmento del Alma

    Selin es atacada mientras está embarazada de su segunda hija:

    Antes de morir, lanza un conjuro para proteger a su hija y preservar su propia esencia.

    Su alma se ancla a la Luna, fusionándose con ella y convirtiéndose en guardiana eterna.

    El fragmento del alma del bebé no nato que llevaba dentro queda expuesto.


    Es entonces cuando Shobu, espíritu del Sol, y Xinia, espíritu de la Luna, antiguos amantes que crearon los eclipses para unirse, aparecen:

    Ambos sacrifican sus existencias para sostener el fragmento del alma de Veythra hasta que pueda nacer y puedan unirse por finlis amantes prohibidos.

    Mantienen ese fragmento flotando entre luz y sombra, entre Sol y Luna, hasta que el destino de Jennifer y su descendencia se cumpla.



    ---

    3. El Legado y la Creación de Veythra

    Decenas de miles de años después:

    Jennifer tiene a su hija Lili durante la Luna llena de Esturión, la más brillante del año, coincidiendo con la lluvia de Perseidas.

    En ese instante, los espíritus de Shobu y Xinia finalmente se funden con el fragmento del alma del bebé no nato de Selin.

    Esa unión da forma a Veythra, quien nace dentro del alma de Lili como espada viviente y guardiana de la herencia lunar y caótica.


    De esta manera, Veythra es simultáneamente fragmento de Selin, sostenida por Shobu y Xinia, y espejo del poder que Lili heredará de su madre Jennifer (hermana de Veythra por consanguinidad).


    ---

    4. Consecuencias en el Tiempo

    Jennifer crece rápida y poderosa, portando el caos de Oz y la luz de Selin, hasta que sella a Oz en el Jardín Prohibido a causa de la locura que lo invade tras la muerte de Selin, aniquilando toda vida y arrasando a todos los Elunai con el ejército del Caos.

    Veythra, aunque ligada a Lili, contiene la memoria de Selin y la protección de los antiguos espíritus, lista para despertar cuando su portadora lo necesite.

    La paradoja completa: Selin muere, Shobu y Xinia sostienen la esencia, Jennifer asegura la supervivencia del linaje, y Lili finalmente recibe la herencia de toda la cadena lunar y caótica, con Veythra como vínculo vivo.

    Siguiente rol:
    https://ficrol.com/posts/310537
    [blaze_titanium_scorpion_916] [Mercenary1x] (Resumen muy resumen. Hay mucho polítiqueo lunar por en medio. MUCHO. Facciones, rebeldes, fanáticos debotos, todos buenos y todos malos.) Paradoja del Caos y la Luna 1. La Unión Prohibida Oz, el Rey del Caos, y Selin, Custodio lunar, se encuentran en un instante que trasciende los planos del tiempo. De su unión nace Jennifer, la primogénita del caos y la luna, encarnación viviente de la paradoja: luz y oscuridad, orden y destrucción. Los Elunai corruptos, supervivientes de la guerra civil que atrajo a Oz, temen la unión y el linaje que Selin lleva en su vientre, pues podría romper los equilibrios que creen controlar. --- 2. La Caída de Selin y el Fragmento del Alma Selin es atacada mientras está embarazada de su segunda hija: Antes de morir, lanza un conjuro para proteger a su hija y preservar su propia esencia. Su alma se ancla a la Luna, fusionándose con ella y convirtiéndose en guardiana eterna. El fragmento del alma del bebé no nato que llevaba dentro queda expuesto. Es entonces cuando Shobu, espíritu del Sol, y Xinia, espíritu de la Luna, antiguos amantes que crearon los eclipses para unirse, aparecen: Ambos sacrifican sus existencias para sostener el fragmento del alma de Veythra hasta que pueda nacer y puedan unirse por finlis amantes prohibidos. Mantienen ese fragmento flotando entre luz y sombra, entre Sol y Luna, hasta que el destino de Jennifer y su descendencia se cumpla. --- 3. El Legado y la Creación de Veythra Decenas de miles de años después: Jennifer tiene a su hija Lili durante la Luna llena de Esturión, la más brillante del año, coincidiendo con la lluvia de Perseidas. En ese instante, los espíritus de Shobu y Xinia finalmente se funden con el fragmento del alma del bebé no nato de Selin. Esa unión da forma a Veythra, quien nace dentro del alma de Lili como espada viviente y guardiana de la herencia lunar y caótica. De esta manera, Veythra es simultáneamente fragmento de Selin, sostenida por Shobu y Xinia, y espejo del poder que Lili heredará de su madre Jennifer (hermana de Veythra por consanguinidad). --- 4. Consecuencias en el Tiempo Jennifer crece rápida y poderosa, portando el caos de Oz y la luz de Selin, hasta que sella a Oz en el Jardín Prohibido a causa de la locura que lo invade tras la muerte de Selin, aniquilando toda vida y arrasando a todos los Elunai con el ejército del Caos. Veythra, aunque ligada a Lili, contiene la memoria de Selin y la protección de los antiguos espíritus, lista para despertar cuando su portadora lo necesite. La paradoja completa: Selin muere, Shobu y Xinia sostienen la esencia, Jennifer asegura la supervivencia del linaje, y Lili finalmente recibe la herencia de toda la cadena lunar y caótica, con Veythra como vínculo vivo. Siguiente rol: https://ficrol.com/posts/310537
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  • "El hombre del árbol"

    (Perspectiva de Cillian)

    — Hay algo en la lluvia que me recuerda al principio.

    Cuando el universo aún no sabía que podía morir, ya existía el sonido de la caída.
    Es lo más cercano a mí que la vida puede producir: el suspiro de algo que deja de ser para transformarse.

    Fumo por costumbre, no por necesidad. El humo me enseña cómo se disuelve la existencia.
    Cada bocanada es un alma que exhala. Cada chispa, un final diminuto.

    Apoyo mi espalda contra el árbol. Lo conozco.
    Ha muerto tres veces. Ha nacido cuatro. Y todavía guarda en su savia la memoria de los cuerpos que descansan bajo sus raíces.

    Entonces lo siento.
    Una presencia leve, temblorosa, curiosa.
    Un hombre camina por el parque, y sin saberlo, me ve.

    No es la primera vez que alguien me mira. Pero cada mirada es distinta.

    Algunos me ven como un monstruo.
    Otros como un ángel.
    Otros, simplemente, no me ven.

    Pero él…
    Él me reconoce, aunque no sepa cómo.

    Lo miro.
    Y en su interior, algo se quiebra: una fibra mínima, invisible, la cuerda que lo ata a la negación del fin.

    Lo veo todo en él.
    Su infancia, su primera herida, su último sueño.
    Veo la forma que tendrá su muerte: tranquila, tibia, bajo un sol que aún no ha nacido.

    No lo toco.
    No lo llamo.

    No es su momento.

    Pero me quedo un instante más, observando cómo el miedo y la comprensión bailan dentro de sus ojos.
    Esa mezcla sagrada que solo los mortales pueden sentir: el terror ante la nada y el deseo imposible de seguir existiendo.

    El cigarro se apaga entre mis dedos.
    La brasa muere.

    Yo también sonrío.

    No por crueldad.
    Por ternura.

    Porque en él, en su respiración entrecortada, en el temblor de su alma, recuerdo algo que no debería recordar:

    lo que se siente estar vivo.

    Doy un paso atrás.
    La niebla me envuelve, y desaparezco del lugar que nunca fue mío.

    Lo dejaré ir.
    Por ahora.

    Hay muchos nombres antes que el suyo…

    Pero cuando el tiempo lo reclame,
    cuando su cuerpo y su alma se cansen de fingir eternidad, volveré a buscarlo.

    Y entonces, él entenderá.
    Que nunca fue perseguido.
    Que siempre fue acompañado.

    Porque yo no sigo a los vivos.

    Los espero.
    "El hombre del árbol" (Perspectiva de Cillian) — Hay algo en la lluvia que me recuerda al principio. Cuando el universo aún no sabía que podía morir, ya existía el sonido de la caída. Es lo más cercano a mí que la vida puede producir: el suspiro de algo que deja de ser para transformarse. Fumo por costumbre, no por necesidad. El humo me enseña cómo se disuelve la existencia. Cada bocanada es un alma que exhala. Cada chispa, un final diminuto. Apoyo mi espalda contra el árbol. Lo conozco. Ha muerto tres veces. Ha nacido cuatro. Y todavía guarda en su savia la memoria de los cuerpos que descansan bajo sus raíces. Entonces lo siento. Una presencia leve, temblorosa, curiosa. Un hombre camina por el parque, y sin saberlo, me ve. No es la primera vez que alguien me mira. Pero cada mirada es distinta. Algunos me ven como un monstruo. Otros como un ángel. Otros, simplemente, no me ven. Pero él… Él me reconoce, aunque no sepa cómo. Lo miro. Y en su interior, algo se quiebra: una fibra mínima, invisible, la cuerda que lo ata a la negación del fin. Lo veo todo en él. Su infancia, su primera herida, su último sueño. Veo la forma que tendrá su muerte: tranquila, tibia, bajo un sol que aún no ha nacido. No lo toco. No lo llamo. No es su momento. Pero me quedo un instante más, observando cómo el miedo y la comprensión bailan dentro de sus ojos. Esa mezcla sagrada que solo los mortales pueden sentir: el terror ante la nada y el deseo imposible de seguir existiendo. El cigarro se apaga entre mis dedos. La brasa muere. Yo también sonrío. No por crueldad. Por ternura. Porque en él, en su respiración entrecortada, en el temblor de su alma, recuerdo algo que no debería recordar: lo que se siente estar vivo. Doy un paso atrás. La niebla me envuelve, y desaparezco del lugar que nunca fue mío. Lo dejaré ir. Por ahora. Hay muchos nombres antes que el suyo… Pero cuando el tiempo lo reclame, cuando su cuerpo y su alma se cansen de fingir eternidad, volveré a buscarlo. Y entonces, él entenderá. Que nunca fue perseguido. Que siempre fue acompañado. Porque yo no sigo a los vivos. Los espero.
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  • Comienza oficialmente la temporada de pelis de miedo, tardes tranquilas de lluvia, luces bajas y chocolate.
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  • “El hombre del árbol”

    (Perspectiva de tercero sobre Cillian Warlock)

    — Lo vi por casualidad.

    Era tarde, quizá demasiado para andar por el parque, pero la lluvia había cesado y el aire olía a tierra recién lavada. Caminaba sin rumbo cuando lo noté: un hombre, apoyado contra un árbol, fumando.

    No sé por qué me llamó la atención. Había algo… quieto en él. No el tipo de quietud que tienen los que descansan, sino esa inmovilidad que tiene una estatua, o una idea.

    Su cabello era tan claro que parecía absorber la luz, no reflejarla. Y su abrigo, negro y largo, parecía hecho de sombra más que de tela.

    El humo del cigarro subía lento, como si incluso el aire se resistiera a alejarse de él.

    Quise seguir caminando, pero algo me detuvo.
    Una sensación antigua, visceral, como si mi cuerpo recordara algo que mi mente no podía nombrar.

    Cuando lo miré, sentí un vacío en el pecho.
    No miedo. No tristeza.
    Algo más… profundo.
    Como si me mirara alguien que ya me había visto morir.

    Lo juro: el ruido del parque desapareció. No había viento, ni hojas, ni pasos.
    Solo él.

    Y entonces, lo imposible.

    Me miró.

    No por mucho —un segundo, tal vez— pero fue suficiente.
    Su mirada no tenía color. No tenía emoción.
    Era un espejo, pero no reflejaba mi rostro.
    Reflejaba algo más… algo que no puedo describir sin que me tiemblen las manos.

    Lo que vi no fue mi imagen, fue mi final.

    Quise retroceder, pero no pude. Él inhaló el último trazo del cigarro, lo apagó contra el tronco, y entonces sonrió.

    Fue una sonrisa leve, triste, casi humana.
    Y por alguna razón, me tranquilizó.

    Me di cuenta de que no iba a morir, al menos no esa noche.
    Pero entendí, con una claridad terrible, que algún día él volvería por mí.

    No como enemigo.
    Ni como juez.

    Sino como alguien que ha estado esperándome desde siempre.

    Cuando logré volver a moverme y seguí caminando, el parque volvió a tener sonido.
    La lluvia empezó a caer otra vez.

    Me giré, pero él ya no estaba.

    Solo quedaba el árbol.

    Y una colilla aún encendida, ardiendo en silencio.
    “El hombre del árbol” (Perspectiva de tercero sobre Cillian Warlock) — Lo vi por casualidad. Era tarde, quizá demasiado para andar por el parque, pero la lluvia había cesado y el aire olía a tierra recién lavada. Caminaba sin rumbo cuando lo noté: un hombre, apoyado contra un árbol, fumando. No sé por qué me llamó la atención. Había algo… quieto en él. No el tipo de quietud que tienen los que descansan, sino esa inmovilidad que tiene una estatua, o una idea. Su cabello era tan claro que parecía absorber la luz, no reflejarla. Y su abrigo, negro y largo, parecía hecho de sombra más que de tela. El humo del cigarro subía lento, como si incluso el aire se resistiera a alejarse de él. Quise seguir caminando, pero algo me detuvo. Una sensación antigua, visceral, como si mi cuerpo recordara algo que mi mente no podía nombrar. Cuando lo miré, sentí un vacío en el pecho. No miedo. No tristeza. Algo más… profundo. Como si me mirara alguien que ya me había visto morir. Lo juro: el ruido del parque desapareció. No había viento, ni hojas, ni pasos. Solo él. Y entonces, lo imposible. Me miró. No por mucho —un segundo, tal vez— pero fue suficiente. Su mirada no tenía color. No tenía emoción. Era un espejo, pero no reflejaba mi rostro. Reflejaba algo más… algo que no puedo describir sin que me tiemblen las manos. Lo que vi no fue mi imagen, fue mi final. Quise retroceder, pero no pude. Él inhaló el último trazo del cigarro, lo apagó contra el tronco, y entonces sonrió. Fue una sonrisa leve, triste, casi humana. Y por alguna razón, me tranquilizó. Me di cuenta de que no iba a morir, al menos no esa noche. Pero entendí, con una claridad terrible, que algún día él volvería por mí. No como enemigo. Ni como juez. Sino como alguien que ha estado esperándome desde siempre. Cuando logré volver a moverme y seguí caminando, el parque volvió a tener sonido. La lluvia empezó a caer otra vez. Me giré, pero él ya no estaba. Solo quedaba el árbol. Y una colilla aún encendida, ardiendo en silencio.
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  • //Escena abierta a rol individual//.

    La lluvia había cesaso.

    Aquella tarde en el templo el sol brillaba, incluso la temperatura se estaba comportando de forma generosa, a pesar de que el otoño atravesaba su meridiano.

    Se dispuso a seleccionar y separar las hierbas obtenidas en el mercado el día anterior, aprovechando que no habían habido visitas al templo, devido al mal tiempo y la humedad del camino.

    Se sentó en la engawa (porche que rodea la casa) del minka (casa) donde vivía, justo al lado del jinja (santuario) principal del templo. La madera protestó un poco al peso del zorro.

    Vestía de una forma cómoda, más desenfadado de lo habitual. Algo en contraste a como solía ir; perfecto en cada doblez de su vestimenta.
    //Escena abierta a rol individual//. La lluvia había cesaso. Aquella tarde en el templo el sol brillaba, incluso la temperatura se estaba comportando de forma generosa, a pesar de que el otoño atravesaba su meridiano. Se dispuso a seleccionar y separar las hierbas obtenidas en el mercado el día anterior, aprovechando que no habían habido visitas al templo, devido al mal tiempo y la humedad del camino. Se sentó en la engawa (porche que rodea la casa) del minka (casa) donde vivía, justo al lado del jinja (santuario) principal del templo. La madera protestó un poco al peso del zorro. Vestía de una forma cómoda, más desenfadado de lo habitual. Algo en contraste a como solía ir; perfecto en cada doblez de su vestimenta.
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  • ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ
    El sol de media mañana inunda el vagón de tren, cálido y sorprendentemente brillante, como si el cielo quisiera compensar la furia del día anterior. Un día antes, la ciudad había estado sumida en un diluvio gris, ahora la luz baila sobre el terciopelo desgastado de los asientos.

    Irina está sentada sola en un compartimento, su silueta recortada contra el paisaje que se desenfoca, a su lado, una pequeña mochila.

    ​Afuera, la ciudad ha quedado atrás hace ya un buen rato. Los edificios han sido reemplazados por colinas suaves que se elevan a montañas escarpadas, pequeñas casas de pobladores que viven más alejados y por supuesto campos de un verde tan intenso que casi duele a la vista. El aire que entra por la ventanilla, ligeramente abierta, huele a tierra húmeda y a pino.

    ​Irina observa los árboles pasar una y otra vez.
    ​La última misión aún fresca revive en sus pensamientos.

    La sonrisa falsa en el rostro de la duquesa de Borgoña mientras un artefacto desaparecía de su tocador, la tensión en la voz del agente que le daba las "gracias" por haber evitado una paradoja temporal que habría reescrito la Revolución Francesa. El sudor frío que corrió por su espalda cuando se dio cuenta de que había estado a segundos de ser descubierta en el año 1789.
    ​Se lleva una mano a la sien, un ligero temblor apenas perceptible.

    Demasiado. Ha sido demasiado.

    Los anacronismos en su cabeza, las voces de diferentes épocas, el miedo constante de un desliz, un error que podría borrar existencias.
    ​Cierra los ojos. Las imágenes tintinean detrás de sus párpados: un salón rococó, una calle adoquinada bajo la lluvia, el olor a pólvora de un campo de batalla del siglo XVII. Y luego, el flash blanquecino de un salto, una sensación de vacío estomacal, y el aterrizaje en otro ahora, en otro lugar.

    ​El tren traquetea sobre un puente de acero, y el sonido metálico la devuelve al presente. Abre los ojos. Un río cristalino fluye debajo, arrastrando ramas y hojas. Agua que sigue su curso, sin importar lo que el tiempo le depare.

    Este sentido de ser un fantasma en su propia época, siempre un paso fuera de sincronía, siempre una espectadora, nunca una participante plena, la sensación de no pertenecer del todo a este tiempo la persigue.​

    Su don, que le permite deslizarse entre los siglos, es también su jaula. Siempre observando, nunca echando raíces lo suficientemente profundas

    ​Siente una familiar opresión en el pecho, no es tristeza, es más bien una fatiga de la esencia ... Ha visto el ascenso y la caída de imperios, la evolución del arte, la brutalidad y la belleza de la humanidad a través de los siglos. Y en cada era, ella ha sido la misma, una constante que no cambia, mientras todo a su alrededor se transforma.

    Aún quedan un par de horas para su destino, su mente no deja de pensar... Irina busca desesperadamente como calmarse antes de rayar en la locura. Por fuera se ve implacable, con la mirada fija en el paisaje, sólo un pequeño temblor de su pierna la delataría bajo un ojo observador
    ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ El sol de media mañana inunda el vagón de tren, cálido y sorprendentemente brillante, como si el cielo quisiera compensar la furia del día anterior. Un día antes, la ciudad había estado sumida en un diluvio gris, ahora la luz baila sobre el terciopelo desgastado de los asientos. Irina está sentada sola en un compartimento, su silueta recortada contra el paisaje que se desenfoca, a su lado, una pequeña mochila. ​Afuera, la ciudad ha quedado atrás hace ya un buen rato. Los edificios han sido reemplazados por colinas suaves que se elevan a montañas escarpadas, pequeñas casas de pobladores que viven más alejados y por supuesto campos de un verde tan intenso que casi duele a la vista. El aire que entra por la ventanilla, ligeramente abierta, huele a tierra húmeda y a pino. ​Irina observa los árboles pasar una y otra vez. ​La última misión aún fresca revive en sus pensamientos. La sonrisa falsa en el rostro de la duquesa de Borgoña mientras un artefacto desaparecía de su tocador, la tensión en la voz del agente que le daba las "gracias" por haber evitado una paradoja temporal que habría reescrito la Revolución Francesa. El sudor frío que corrió por su espalda cuando se dio cuenta de que había estado a segundos de ser descubierta en el año 1789. ​Se lleva una mano a la sien, un ligero temblor apenas perceptible. Demasiado. Ha sido demasiado. Los anacronismos en su cabeza, las voces de diferentes épocas, el miedo constante de un desliz, un error que podría borrar existencias. ​Cierra los ojos. Las imágenes tintinean detrás de sus párpados: un salón rococó, una calle adoquinada bajo la lluvia, el olor a pólvora de un campo de batalla del siglo XVII. Y luego, el flash blanquecino de un salto, una sensación de vacío estomacal, y el aterrizaje en otro ahora, en otro lugar. ​El tren traquetea sobre un puente de acero, y el sonido metálico la devuelve al presente. Abre los ojos. Un río cristalino fluye debajo, arrastrando ramas y hojas. Agua que sigue su curso, sin importar lo que el tiempo le depare. Este sentido de ser un fantasma en su propia época, siempre un paso fuera de sincronía, siempre una espectadora, nunca una participante plena, la sensación de no pertenecer del todo a este tiempo la persigue.​ Su don, que le permite deslizarse entre los siglos, es también su jaula. Siempre observando, nunca echando raíces lo suficientemente profundas ​Siente una familiar opresión en el pecho, no es tristeza, es más bien una fatiga de la esencia ... Ha visto el ascenso y la caída de imperios, la evolución del arte, la brutalidad y la belleza de la humanidad a través de los siglos. Y en cada era, ella ha sido la misma, una constante que no cambia, mientras todo a su alrededor se transforma. Aún quedan un par de horas para su destino, su mente no deja de pensar... Irina busca desesperadamente como calmarse antes de rayar en la locura. Por fuera se ve implacable, con la mirada fija en el paisaje, sólo un pequeño temblor de su pierna la delataría bajo un ojo observador
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