• - Pides piedad… De tu rostro caen lágrimas que no te pertenecen, lágrimas que arrebataste para hacerlas tuyas.

    ¿Soy digno? ¿Digno de dictar sentencia? No me considero un juez, aunque muchos me vean como un verdugo. Pués tengo el poder para hacer justicia.

    ¿Pero qué es lo justo? ¿Es justo que sea yo quien posea este poder?

    No importa si soy juez, verdugo o un simple asesino. Seré visto de mil formas diferentes y, aun así, ninguna reflejará lo que realmente soy.

    Da gracias a que sientes, porque eso significa que aún estás vivo. Aprovecha el privilegio de exhalar tu último aliento; disfrútalo, añóralo. Porque si sigues respirando, es únicamente porque yo te lo estoy permitido.-
    - Pides piedad… De tu rostro caen lágrimas que no te pertenecen, lágrimas que arrebataste para hacerlas tuyas. ¿Soy digno? ¿Digno de dictar sentencia? No me considero un juez, aunque muchos me vean como un verdugo. Pués tengo el poder para hacer justicia. ¿Pero qué es lo justo? ¿Es justo que sea yo quien posea este poder? No importa si soy juez, verdugo o un simple asesino. Seré visto de mil formas diferentes y, aun así, ninguna reflejará lo que realmente soy. Da gracias a que sientes, porque eso significa que aún estás vivo. Aprovecha el privilegio de exhalar tu último aliento; disfrútalo, añóralo. Porque si sigues respirando, es únicamente porque yo te lo estoy permitido.-
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  • El Olimpo se erguía como la cúspide del poder divino, un reino de esplendor inconmensurable donde el tiempo fluía distinto, como un río que nunca se detenía. Sus columnas doradas resplandecían con la luz eterna del cielo, y los caminos de mármol se extendían en un laberinto de belleza imposible, adornados con jardines colgantes donde crecían flores que nunca marchitaban. Allí, entre dioses y semidioses que vivían en un goce sin fin, Artemisa caminaba con paso firme, indiferente a la opulencia que la rodeaba.

    Para ella, el Olimpo no era un refugio ni un hogar; era solo el punto de partida antes de regresar a donde realmente pertenecía. Sus dominios no estaban entre los banquetes de néctar y ambrosía, ni en las asambleas de los dioses donde Zeus imponía su autoridad. Su reino era el viento que corría libre por los montes, el crujir de las hojas bajo las patas de los ciervos, el aullido lejano de los lobos en la espesura. Allí estaba su verdadera esencia, en la naturaleza indómita que regía con justicia, no con dominio.

    A su alrededor, el Olimpo vibraba con la actividad incansable de los dioses en sus respectivas ocupaciones. Atenea meditaba en lo alto de su templo, sus pensamientos forjando planes que decidirían el destino de reinos enteros. Afrodita reía entre sus doncellas, perfumada con el aroma de mil flores, mientras tejía con hilos invisibles el destino de los corazones mortales. Hermes se deslizaba como un rayo entre los pasillos, dejando tras de sí un eco de palabras ininteligibles. Incluso Ares, impetuoso y fiero, entrenaba en su colosal campo de batalla, golpeando contra el aire en una guerra eterna que nunca conocería fin.

    Pero Artemisa no se detenía a contemplar nada de eso. Su atención estaba en otra parte, en el mundo más allá de las nubes divinas. Su oído percibía lo que otros ignoraban: las súplicas que se alzaban desde la tierra, débiles como un murmullo, pero inconfundibles para ella. Un llamado se filtró a través del velo de los cielos, una voz trémula que pronunciaba su nombre en medio del bosque. Era un ruego de protección, un grito silencioso de auxilio que no necesitaba ser más fuerte para ser escuchado.

    El mármol del Olimpo resplandecía bajo la luz plateada de la luna, mientras una brisa fresca serpenteaba entre las columnas altísimas del palacio de los dioses. Artemisa caminaba con paso firme, la mirada afilada y los labios tensos. Su túnica corta, ceñida con un cinturón de plata, ondeaba con cada movimiento, y su carcaj lleno de flechas silbaba levemente con el roce del cuero.

    Las obligaciones nunca cesaban en el Olimpo. No importaba que estuviera en la morada de los dioses, su mente siempre estaba en el mundo mortal, en los bosques y montañas que protegía. Mientras los demás se regocijaban en banquetes y alabanzas, ella permanecía alerta. Sus dominios no eran los salones dorados ni los festines del Olimpo, sino los bosques sombríos y las montañas indómitas del mundo mortal.

    Los susurros de una súplica llegaron a sus oídos como el aullido de un lobo en la distancia. Una joven pedía protección, su voz trémula perdida en la vastedad del cosmos. Artemisa no dudó. Su existencia no era de descanso ni de indulgencia, sino de vigilancia y acción. Sin un instante de vacilación, se encaminó hacia la gran escalinata, su silueta perdiéndose entre la bruma dorada del Olimpo, lista para cumplir con su deber una vez más.

    Sus dedos se cerraron sobre su arco con naturalidad, como si la madera y la cuerda fueran una extensión de su propio ser. La cacería no era solo un acto de supervivencia, sino un equilibrio que debía preservarse. Y así como ella cazaba, también protegía. No permitiría que la injusticia corriera libre por la tierra como una bestia sin cadenas. No mientras ella existiera.

    Sin mirar atrás, comenzó su descenso. El Olimpo, con toda su gloria imperecedera, se desdibujó tras de ella, reemplazado por el resplandor frío de la luna que la acompañaba siempre. Su labor nunca cesaba, y jamás buscaría que lo hiciera. La noche era su aliada, y en su abrazo, cumplía su eterno deber.
    El Olimpo se erguía como la cúspide del poder divino, un reino de esplendor inconmensurable donde el tiempo fluía distinto, como un río que nunca se detenía. Sus columnas doradas resplandecían con la luz eterna del cielo, y los caminos de mármol se extendían en un laberinto de belleza imposible, adornados con jardines colgantes donde crecían flores que nunca marchitaban. Allí, entre dioses y semidioses que vivían en un goce sin fin, Artemisa caminaba con paso firme, indiferente a la opulencia que la rodeaba. Para ella, el Olimpo no era un refugio ni un hogar; era solo el punto de partida antes de regresar a donde realmente pertenecía. Sus dominios no estaban entre los banquetes de néctar y ambrosía, ni en las asambleas de los dioses donde Zeus imponía su autoridad. Su reino era el viento que corría libre por los montes, el crujir de las hojas bajo las patas de los ciervos, el aullido lejano de los lobos en la espesura. Allí estaba su verdadera esencia, en la naturaleza indómita que regía con justicia, no con dominio. A su alrededor, el Olimpo vibraba con la actividad incansable de los dioses en sus respectivas ocupaciones. Atenea meditaba en lo alto de su templo, sus pensamientos forjando planes que decidirían el destino de reinos enteros. Afrodita reía entre sus doncellas, perfumada con el aroma de mil flores, mientras tejía con hilos invisibles el destino de los corazones mortales. Hermes se deslizaba como un rayo entre los pasillos, dejando tras de sí un eco de palabras ininteligibles. Incluso Ares, impetuoso y fiero, entrenaba en su colosal campo de batalla, golpeando contra el aire en una guerra eterna que nunca conocería fin. Pero Artemisa no se detenía a contemplar nada de eso. Su atención estaba en otra parte, en el mundo más allá de las nubes divinas. Su oído percibía lo que otros ignoraban: las súplicas que se alzaban desde la tierra, débiles como un murmullo, pero inconfundibles para ella. Un llamado se filtró a través del velo de los cielos, una voz trémula que pronunciaba su nombre en medio del bosque. Era un ruego de protección, un grito silencioso de auxilio que no necesitaba ser más fuerte para ser escuchado. El mármol del Olimpo resplandecía bajo la luz plateada de la luna, mientras una brisa fresca serpenteaba entre las columnas altísimas del palacio de los dioses. Artemisa caminaba con paso firme, la mirada afilada y los labios tensos. Su túnica corta, ceñida con un cinturón de plata, ondeaba con cada movimiento, y su carcaj lleno de flechas silbaba levemente con el roce del cuero. Las obligaciones nunca cesaban en el Olimpo. No importaba que estuviera en la morada de los dioses, su mente siempre estaba en el mundo mortal, en los bosques y montañas que protegía. Mientras los demás se regocijaban en banquetes y alabanzas, ella permanecía alerta. Sus dominios no eran los salones dorados ni los festines del Olimpo, sino los bosques sombríos y las montañas indómitas del mundo mortal. Los susurros de una súplica llegaron a sus oídos como el aullido de un lobo en la distancia. Una joven pedía protección, su voz trémula perdida en la vastedad del cosmos. Artemisa no dudó. Su existencia no era de descanso ni de indulgencia, sino de vigilancia y acción. Sin un instante de vacilación, se encaminó hacia la gran escalinata, su silueta perdiéndose entre la bruma dorada del Olimpo, lista para cumplir con su deber una vez más. Sus dedos se cerraron sobre su arco con naturalidad, como si la madera y la cuerda fueran una extensión de su propio ser. La cacería no era solo un acto de supervivencia, sino un equilibrio que debía preservarse. Y así como ella cazaba, también protegía. No permitiría que la injusticia corriera libre por la tierra como una bestia sin cadenas. No mientras ella existiera. Sin mirar atrás, comenzó su descenso. El Olimpo, con toda su gloria imperecedera, se desdibujó tras de ella, reemplazado por el resplandor frío de la luna que la acompañaba siempre. Su labor nunca cesaba, y jamás buscaría que lo hiciera. La noche era su aliada, y en su abrazo, cumplía su eterno deber.
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  • — "El dulce olor de la victoria y la justicia esta impregnado en mi mano"
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  • "El choque de guerreros. JIMOTO VS ALEJANDRO".
    Fandom Fantasía, ciencia ficción
    Categoría Acción
    La ciudad brillaba bajo el sol de la tarde, con los edificios reluciendo bajo un cielo despejado. La paz parecía reinar, pero una ruidosa explosión en la avenida principal rompió la calma.

    Un grupo de criminales armados intentaba huir con un botín millonario, disparando a las fuerzas del orden que los perseguían. Sin embargo, antes de que pudieran escapar, una silueta envuelta en una capa verde descendió del cielo.

    —¡Alto ahí, malhechores!— exclamó la imponente figura.

    Era **Gran Saiyaman**, o mejor dicho, Jimoto, un Saiyajin que se había convertido en protector de la Tierra. Con su traje característico, visera oscura y actitud heroica, se lanzó contra los criminales con precisión quirúrgica. En cuestión de segundos, los desarmó y los dejó inconscientes en la calle.

    Los ciudadanos comenzaron a aplaudir, pero antes de que Jimoto pudiera dar su clásico discurso de justicia, un ruido atronador rasgó el cielo. Un objeto metálico atravesó la atmósfera como un meteoro y descendió sobre la ciudad, causando una onda expansiva que sacudió los edificios cercanos.

    Entre el humo y los escombros, una figura emergió. Su traje blanco, ajustado y marcado con símbolos dorados en los codos, brillaba bajo la luz del sol. Su cabello castaño estaba perfectamente peinado hacia atrás, y sus ojos marrones observaron el mundo con una calma imponente.

    —Interesante planeta— murmuró, con una sonrisa apenas perceptible. Luego, elevó la voz—. ¡Habitantes de la Tierra, escuchen! Mi nombre es **Alejandro Zeppeli**, emisario del **Imperio Viltrum**. A partir de este momento, este mundo estará bajo el control de Viltrum. La rebelión no será tolerada.

    El silencio fue absoluto. Nadie entendía lo que estaba ocurriendo. Pero Jimoto, aún con su pose heroica, dio un paso al frente.

    —¡¿Bajo control de qué?!— gritó, ajustando sus guantes—. ¡La Tierra ya tiene un protector, y no dejaré que ningún villano se apodere de ella!

    Alejandro suspiró y extendió una mano con gesto paciente.

    —No soy un villano, joven. Soy un conquistador.

    Sin más palabras, ambos se lanzaron al combate.

    ### **Saiyajin vs. Viltrumita**

    Jimoto, sin perder tiempo, se transformó en **Super Saiyajin**, su cabello dorado brillando con intensidad. Lanzó un rápido combo de golpes, pero Alejandro bloqueó cada uno con una facilidad inquietante.

    —Nada mal— comentó el viltrumita, desviando un puñetazo y respondiendo con una patada que lanzó a Jimoto contra un edificio.

    Pero el Saiyajin no se quedó atrás. Antes de tocar el concreto, se impulsó con una onda de ki y regresó con un **ráfaga de golpes**, logrando impactar a Alejandro en el rostro.

    El viltrumita sonrió.

    —Al menos harás esto interesante.

    Ambos combatientes se elevaron en el aire, intercambiando golpes a una velocidad imposible de seguir para los humanos. Cada choque de sus puños generaba ondas de energía que sacudían la ciudad. Jimoto aprovechó un instante para lanzar un **Kamehameha**, pero Alejandro, en un despliegue de velocidad, lo esquivó en el último segundo y apareció detrás de él, estrellándolo contra el suelo con un golpe brutal.

    Jimoto se incorporó rápidamente, limpiándose la sangre del labio con el dorso de la mano.

    —Vaya, sí que eres duro…

    —No es personal— respondió Alejandro—. Pero si te interpones en los planes del Imperio Viltrum, tendré que eliminarte.

    Antes de que pudieran continuar, una alarma resonó en la ciudad. **Un ejército alienígena había llegado a la Tierra.**

    ### **Un enemigo en común**

    Desde el cielo descendían naves biomecánicas, liberando hordas de criaturas con piel metálica y ojos rojos. Sin dudarlo, comenzaron a arrasar la ciudad, disparando rayos de energía y destruyendo todo a su paso.

    Jimoto y Alejandro se detuvieron.

    —¿Estos son tuyos?— preguntó Jimoto con recelo.

    —No— respondió Alejandro, con un tono más serio—. Y eso es un problema.

    El viltrumita observó el caos con una mezcla de molestia y desdén.

    —Este planeta ya tiene dueño— murmuró, y luego miró a Jimoto—. Si alguien va a conquistar este mundo, será el Imperio Viltrum.

    El Saiyajin sonrió.

    —Eso sí que es una lógica extraña.

    Sin más palabras, ambos guerreros se lanzaron contra el ejército alienígena, luchando lado a lado. Alejandro destrozaba a los invasores con una precisión quirúrgica, mientras que Jimoto los aniquilaba con ráfagas de energía y técnicas de combate Saiyajin.

    La batalla se extendió por horas, hasta que finalmente los invasores fueron erradicados. La ciudad quedó en ruinas, pero la Tierra había sido protegida… por ahora.

    Alejandro flotó en el aire, observando el horizonte.

    —No te equivoques, Saiyajin— dijo, cruzándose de brazos—. Esto no cambia nada. La Tierra sigue siendo territorio viltrumita.

    Jimoto suspiró, cruzando los brazos.

    —Lo que digas, amigo. Pero si intentas algo, ya sabes que no te la pondré fácil.

    Alejandro sonrió levemente.

    —Eso espero.

    Y con esas palabras, el viltrumita se quedó en la Tierra, **vigilándola desde las sombras**, esperando el momento adecuado para reclamarla en nombre del Imperio Viltrum.
    La ciudad brillaba bajo el sol de la tarde, con los edificios reluciendo bajo un cielo despejado. La paz parecía reinar, pero una ruidosa explosión en la avenida principal rompió la calma. Un grupo de criminales armados intentaba huir con un botín millonario, disparando a las fuerzas del orden que los perseguían. Sin embargo, antes de que pudieran escapar, una silueta envuelta en una capa verde descendió del cielo. —¡Alto ahí, malhechores!— exclamó la imponente figura. Era **Gran Saiyaman**, o mejor dicho, Jimoto, un Saiyajin que se había convertido en protector de la Tierra. Con su traje característico, visera oscura y actitud heroica, se lanzó contra los criminales con precisión quirúrgica. En cuestión de segundos, los desarmó y los dejó inconscientes en la calle. Los ciudadanos comenzaron a aplaudir, pero antes de que Jimoto pudiera dar su clásico discurso de justicia, un ruido atronador rasgó el cielo. Un objeto metálico atravesó la atmósfera como un meteoro y descendió sobre la ciudad, causando una onda expansiva que sacudió los edificios cercanos. Entre el humo y los escombros, una figura emergió. Su traje blanco, ajustado y marcado con símbolos dorados en los codos, brillaba bajo la luz del sol. Su cabello castaño estaba perfectamente peinado hacia atrás, y sus ojos marrones observaron el mundo con una calma imponente. —Interesante planeta— murmuró, con una sonrisa apenas perceptible. Luego, elevó la voz—. ¡Habitantes de la Tierra, escuchen! Mi nombre es **Alejandro Zeppeli**, emisario del **Imperio Viltrum**. A partir de este momento, este mundo estará bajo el control de Viltrum. La rebelión no será tolerada. El silencio fue absoluto. Nadie entendía lo que estaba ocurriendo. Pero Jimoto, aún con su pose heroica, dio un paso al frente. —¡¿Bajo control de qué?!— gritó, ajustando sus guantes—. ¡La Tierra ya tiene un protector, y no dejaré que ningún villano se apodere de ella! Alejandro suspiró y extendió una mano con gesto paciente. —No soy un villano, joven. Soy un conquistador. Sin más palabras, ambos se lanzaron al combate. ### **Saiyajin vs. Viltrumita** Jimoto, sin perder tiempo, se transformó en **Super Saiyajin**, su cabello dorado brillando con intensidad. Lanzó un rápido combo de golpes, pero Alejandro bloqueó cada uno con una facilidad inquietante. —Nada mal— comentó el viltrumita, desviando un puñetazo y respondiendo con una patada que lanzó a Jimoto contra un edificio. Pero el Saiyajin no se quedó atrás. Antes de tocar el concreto, se impulsó con una onda de ki y regresó con un **ráfaga de golpes**, logrando impactar a Alejandro en el rostro. El viltrumita sonrió. —Al menos harás esto interesante. Ambos combatientes se elevaron en el aire, intercambiando golpes a una velocidad imposible de seguir para los humanos. Cada choque de sus puños generaba ondas de energía que sacudían la ciudad. Jimoto aprovechó un instante para lanzar un **Kamehameha**, pero Alejandro, en un despliegue de velocidad, lo esquivó en el último segundo y apareció detrás de él, estrellándolo contra el suelo con un golpe brutal. Jimoto se incorporó rápidamente, limpiándose la sangre del labio con el dorso de la mano. —Vaya, sí que eres duro… —No es personal— respondió Alejandro—. Pero si te interpones en los planes del Imperio Viltrum, tendré que eliminarte. Antes de que pudieran continuar, una alarma resonó en la ciudad. **Un ejército alienígena había llegado a la Tierra.** ### **Un enemigo en común** Desde el cielo descendían naves biomecánicas, liberando hordas de criaturas con piel metálica y ojos rojos. Sin dudarlo, comenzaron a arrasar la ciudad, disparando rayos de energía y destruyendo todo a su paso. Jimoto y Alejandro se detuvieron. —¿Estos son tuyos?— preguntó Jimoto con recelo. —No— respondió Alejandro, con un tono más serio—. Y eso es un problema. El viltrumita observó el caos con una mezcla de molestia y desdén. —Este planeta ya tiene dueño— murmuró, y luego miró a Jimoto—. Si alguien va a conquistar este mundo, será el Imperio Viltrum. El Saiyajin sonrió. —Eso sí que es una lógica extraña. Sin más palabras, ambos guerreros se lanzaron contra el ejército alienígena, luchando lado a lado. Alejandro destrozaba a los invasores con una precisión quirúrgica, mientras que Jimoto los aniquilaba con ráfagas de energía y técnicas de combate Saiyajin. La batalla se extendió por horas, hasta que finalmente los invasores fueron erradicados. La ciudad quedó en ruinas, pero la Tierra había sido protegida… por ahora. Alejandro flotó en el aire, observando el horizonte. —No te equivoques, Saiyajin— dijo, cruzándose de brazos—. Esto no cambia nada. La Tierra sigue siendo territorio viltrumita. Jimoto suspiró, cruzando los brazos. —Lo que digas, amigo. Pero si intentas algo, ya sabes que no te la pondré fácil. Alejandro sonrió levemente. —Eso espero. Y con esas palabras, el viltrumita se quedó en la Tierra, **vigilándola desde las sombras**, esperando el momento adecuado para reclamarla en nombre del Imperio Viltrum.
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  • En una noche tranquila, tres maleantes corrían calle abajo, riendo entre ellos mientras cargaban un saco lleno de billetes robados de una tienda. Creían haber escapado sin problemas… hasta que una voz estridente y llena de dramatismo resonó desde lo alto de un poste de luz.

    *"¡ALTO AHÍ, CRIMINALES! ¡VUESTROS DÍAS DE MALDAD HAN LLEGADO A SU FIN!"*

    Los tres se detuvieron en seco y miraron hacia arriba. Ahí estaba él, con su pose exagerada, el casco brillante y su capa ondeando dramáticamente con el viento nocturno.

    *"¿Pero qué demonios…?"* murmuró uno de los ladrones.

    *"¡JAJA! ¿Quién es este payaso?"* dijo otro, sin poder contener la risa.

    El Gran Sayaman (o mejor dicho, Jimoto, con su orgullo por las nubes) bajó de un salto, aterrizando frente a ellos con otro giro innecesario. Se acomodó la capa con un movimiento elegante y señaló a los criminales con un dedo acusador.

    *"¡Soy el defensor de la justicia! ¡El azote de los villanos! ¡El protector de los inocentes! ¡Soy… EL GRAN SAYAMAN!"*

    Los maleantes intercambiaron miradas y luego estallaron en carcajadas.

    *"¡¿Este tipo es en serio?! ¡Hermano, estamos en una película de superhéroes baratos!"*

    Pero Jimoto no se dejó intimidar. Se agachó en posición de combate y declaró: *"¡Prepárense, porque en tres segundos estarán en el suelo!"*

    Los criminales, aún riendo, se lanzaron hacia él.

    **Un segundo después…**

    Los tres estaban en el suelo, atados con una cuerda que Jimoto sacó de quién sabe dónde. Uno de ellos tenía su cabeza metida en el saco de billetes, otro estaba bocabajo con la capa de Jimoto enredada en su cara, y el tercero simplemente se quedó tirado, sin entender qué había pasado.

    Jimoto se sacudió las manos y posó triunfalmente con los brazos en jarras.

    *"¡Les dije que en tres segundos estarían en el suelo! Aunque me tardé solo uno… debería controlarme un poco."*

    Justo en ese momento, llegó la policía, alertada por los gritos de los criminales. Un oficial bajó de la patrulla y miró la escena con incredulidad.

    *"Oh no… otra vez este tipo."*

    Jimoto hizo un saludo heroico y dijo: *"¡Justicia servida! Ahora debo partir hacia mi próximo desafío. ¡Adiós, fuerzas del orden!"* Y con un salto exagerado, desapareció en la noche… aunque tropezó en la azotea y casi se cae.

    Los oficiales suspiraron mientras los maleantes seguían atados. Uno de ellos murmuró: *"Eso fue humillante…"*

    El oficial negó con la cabeza. *"Sí, lo fue. Pero bueno, al menos atrapó a los idiotas de siempre."*
    En una noche tranquila, tres maleantes corrían calle abajo, riendo entre ellos mientras cargaban un saco lleno de billetes robados de una tienda. Creían haber escapado sin problemas… hasta que una voz estridente y llena de dramatismo resonó desde lo alto de un poste de luz. *"¡ALTO AHÍ, CRIMINALES! ¡VUESTROS DÍAS DE MALDAD HAN LLEGADO A SU FIN!"* Los tres se detuvieron en seco y miraron hacia arriba. Ahí estaba él, con su pose exagerada, el casco brillante y su capa ondeando dramáticamente con el viento nocturno. *"¿Pero qué demonios…?"* murmuró uno de los ladrones. *"¡JAJA! ¿Quién es este payaso?"* dijo otro, sin poder contener la risa. El Gran Sayaman (o mejor dicho, Jimoto, con su orgullo por las nubes) bajó de un salto, aterrizando frente a ellos con otro giro innecesario. Se acomodó la capa con un movimiento elegante y señaló a los criminales con un dedo acusador. *"¡Soy el defensor de la justicia! ¡El azote de los villanos! ¡El protector de los inocentes! ¡Soy… EL GRAN SAYAMAN!"* Los maleantes intercambiaron miradas y luego estallaron en carcajadas. *"¡¿Este tipo es en serio?! ¡Hermano, estamos en una película de superhéroes baratos!"* Pero Jimoto no se dejó intimidar. Se agachó en posición de combate y declaró: *"¡Prepárense, porque en tres segundos estarán en el suelo!"* Los criminales, aún riendo, se lanzaron hacia él. **Un segundo después…** Los tres estaban en el suelo, atados con una cuerda que Jimoto sacó de quién sabe dónde. Uno de ellos tenía su cabeza metida en el saco de billetes, otro estaba bocabajo con la capa de Jimoto enredada en su cara, y el tercero simplemente se quedó tirado, sin entender qué había pasado. Jimoto se sacudió las manos y posó triunfalmente con los brazos en jarras. *"¡Les dije que en tres segundos estarían en el suelo! Aunque me tardé solo uno… debería controlarme un poco."* Justo en ese momento, llegó la policía, alertada por los gritos de los criminales. Un oficial bajó de la patrulla y miró la escena con incredulidad. *"Oh no… otra vez este tipo."* Jimoto hizo un saludo heroico y dijo: *"¡Justicia servida! Ahora debo partir hacia mi próximo desafío. ¡Adiós, fuerzas del orden!"* Y con un salto exagerado, desapareció en la noche… aunque tropezó en la azotea y casi se cae. Los oficiales suspiraron mientras los maleantes seguían atados. Uno de ellos murmuró: *"Eso fue humillante…"* El oficial negó con la cabeza. *"Sí, lo fue. Pero bueno, al menos atrapó a los idiotas de siempre."*
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    Fandom
    Mo Dao Zu Shi / The Untamed
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    Estado
    Disponible
    Se buscan miembros del Clan Jiang de Yunmeng.

    Viven en Muelle del Loto, un lugar precioso entre lagos y ríos navegables. Aunque tienen sentido de la justicia sus reglas son menos estrictas que las de otros clanes. Lema: «hacer lo imposible».

    Los más buscados:

    🪷Jiang Fegmian
    🪷Yu Ziyuan
    🪷Jiang Cheng
    🪷Jiang Yanli

    (Aunque muchos están fallecidos canónicamente, siempre se puede buscar un modo que justifique el que sigan con vida).
    Se buscan miembros del Clan Jiang de Yunmeng. Viven en Muelle del Loto, un lugar precioso entre lagos y ríos navegables. Aunque tienen sentido de la justicia sus reglas son menos estrictas que las de otros clanes. Lema: «hacer lo imposible». Los más buscados: 🪷Jiang Fegmian 🪷Yu Ziyuan 🪷Jiang Cheng 🪷Jiang Yanli (Aunque muchos están fallecidos canónicamente, siempre se puede buscar un modo que justifique el que sigan con vida).
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  • ¿Eso es?
    Categoría Original
    Isidro Rubio Villa de Montemar

    La libreta con aquellos dibujos de los días más extraños de mi vida, con la guía de cómo volver a Isidro incluso si no lo pretendía, allí en sus manos. La constancia del éxito que me obligué a tener, la única muestra que me permitiría la aprobación de mis padres, allí entre sus dedos.

    Una presión cerrándose sobre la tela de mi cuello. Un jadeo ahogado cuando su espalda choca contra la litera. Lo que es mío aún suyo. Su risa sofocada en la oscuridad. Aire caliente. Movimiento, movimiento. Dedos clavándose en su piel. Tirones de cabello. Un golpe torpe y desesperado, mi rodilla contra su abdomen.

    Él susurra su dolor. Un instante. Un respiro. Le arrevato ambas cosas y huyo. Más no escapo del todo.

    La navaja cae a un lado, él se aleja mientras sonríe. - Ahora sí eres un fantasma para siempre...Yūrei.

    Ahora la pantalla del teléfono me muestra eso mismo, ese apodo junto a algo más. Mi ojos dilatados fijos en el mensaje: "Tus padres no estarán contentos si saben, Yūrei." La mala ortografía me parece natural de su parte, el mensaje no es lo suficientemente específico.

    Mi vista se alza lentamente, como reconociendo el presente: Isidro se ha ido al despacho de mi padre, mi madre y Nikaido lo supervisan, y yo...estoy solo.

    Mis pies van retrocediendo y retrocediendo, y me decido. Troto a mi habitación, la puerta cerrándose de golpe. Mi espalda se pega a ella, deslizándome hasta caer sentado.

    Lo veo de nuevo. - "¿Kaito?" "No. Por favor. No hagas eso." "¿Cómo tienes mi número?" "¿Ya no estás en Japón?" - Las dudas se drenan una tras otra, pero me detengo abrupatamente. - "Tengo que calmarme."

    Tomo una inhalación profunda y tecleo una respuesta segura en medio de la tensión. La envío: "No sé cómo conseguiste mi número, pero acercarte a mi familia te será imposible. No tienes canal ni material para hacérselos saber."

    Internalizo lo escrito, atrayendo mi propia confianza. Kaito nunca tuvo ningún teléfono o recurso para documentar lo que hizo, tampoco es alguien que pueda pisar mi hogar con su historial, y finalmente, no sabe de Isidro...

    Fue solo un interno más de allí. Solo eso.

    - - - -

    - Así que nos mintió. Eso es...obstrucción a la justicia, ¿no? - Hargreaves conduce de regreso, su gesto relajado y su vista puesta entre las mansiones, con destino a la que había sido correcta desde un comienzo.

    El contrario sonríe levemente. - Tal vez se confundió de verdad.

    - Sí, claro... - La mirada del más bajo incrédula. -porque seguro vino a trabajar sin saber el nombre del destino.

    El flaco ríe ligeramente, sacudiendo la cabeza. - Tenle piedad al bigotón.

    - - - -

    Isidro no puede verme más durante lo que resta del trabajo, mientras que mis padres y mayordomo sí. Este último revisa su teléfono sutilmente, se trata de un mensaje mío: "Por favor, logra que Isidro se vaya ya." Frunce el ceño en consecuencia, aunque intenta disimularlo. Por un lado, cree que se trata del asunto de la policía, de que el susodicho ya me lo contó; pero por otro, le preocupa la idea de que este me haya incomodado de alguna manera. Entonces, se vuelve más rígido.

    A su vez, mi padre asiente levemente, evaluando el trabajo con ojos frios y aprobatorios. - Has cumplido con lo solicitado. Buen trabajo.

    La mujer a su lado no tarda en ofrecer una renovada sonrisa al empleado. - Debió ser una tarea tediosa. ¿Gustas té antes de retirarte?

    La mirada de Nikaido, estando detrás de ambos mencionados, se clava en Isidro con una seriedad casi despreciativa, negando con la cabeza como señal de que no acepte dicha invitación.
    [isimont12] La libreta con aquellos dibujos de los días más extraños de mi vida, con la guía de cómo volver a Isidro incluso si no lo pretendía, allí en sus manos. La constancia del éxito que me obligué a tener, la única muestra que me permitiría la aprobación de mis padres, allí entre sus dedos. Una presión cerrándose sobre la tela de mi cuello. Un jadeo ahogado cuando su espalda choca contra la litera. Lo que es mío aún suyo. Su risa sofocada en la oscuridad. Aire caliente. Movimiento, movimiento. Dedos clavándose en su piel. Tirones de cabello. Un golpe torpe y desesperado, mi rodilla contra su abdomen. Él susurra su dolor. Un instante. Un respiro. Le arrevato ambas cosas y huyo. Más no escapo del todo. La navaja cae a un lado, él se aleja mientras sonríe. - Ahora sí eres un fantasma para siempre...Yūrei. Ahora la pantalla del teléfono me muestra eso mismo, ese apodo junto a algo más. Mi ojos dilatados fijos en el mensaje: "Tus padres no estarán contentos si saben, Yūrei." La mala ortografía me parece natural de su parte, el mensaje no es lo suficientemente específico. Mi vista se alza lentamente, como reconociendo el presente: Isidro se ha ido al despacho de mi padre, mi madre y Nikaido lo supervisan, y yo...estoy solo. Mis pies van retrocediendo y retrocediendo, y me decido. Troto a mi habitación, la puerta cerrándose de golpe. Mi espalda se pega a ella, deslizándome hasta caer sentado. Lo veo de nuevo. - "¿Kaito?" "No. Por favor. No hagas eso." "¿Cómo tienes mi número?" "¿Ya no estás en Japón?" - Las dudas se drenan una tras otra, pero me detengo abrupatamente. - "Tengo que calmarme." Tomo una inhalación profunda y tecleo una respuesta segura en medio de la tensión. La envío: "No sé cómo conseguiste mi número, pero acercarte a mi familia te será imposible. No tienes canal ni material para hacérselos saber." Internalizo lo escrito, atrayendo mi propia confianza. Kaito nunca tuvo ningún teléfono o recurso para documentar lo que hizo, tampoco es alguien que pueda pisar mi hogar con su historial, y finalmente, no sabe de Isidro... Fue solo un interno más de allí. Solo eso. - - - - - Así que nos mintió. Eso es...obstrucción a la justicia, ¿no? - Hargreaves conduce de regreso, su gesto relajado y su vista puesta entre las mansiones, con destino a la que había sido correcta desde un comienzo. El contrario sonríe levemente. - Tal vez se confundió de verdad. - Sí, claro... - La mirada del más bajo incrédula. -porque seguro vino a trabajar sin saber el nombre del destino. El flaco ríe ligeramente, sacudiendo la cabeza. - Tenle piedad al bigotón. - - - - Isidro no puede verme más durante lo que resta del trabajo, mientras que mis padres y mayordomo sí. Este último revisa su teléfono sutilmente, se trata de un mensaje mío: "Por favor, logra que Isidro se vaya ya." Frunce el ceño en consecuencia, aunque intenta disimularlo. Por un lado, cree que se trata del asunto de la policía, de que el susodicho ya me lo contó; pero por otro, le preocupa la idea de que este me haya incomodado de alguna manera. Entonces, se vuelve más rígido. A su vez, mi padre asiente levemente, evaluando el trabajo con ojos frios y aprobatorios. - Has cumplido con lo solicitado. Buen trabajo. La mujer a su lado no tarda en ofrecer una renovada sonrisa al empleado. - Debió ser una tarea tediosa. ¿Gustas té antes de retirarte? La mirada de Nikaido, estando detrás de ambos mencionados, se clava en Isidro con una seriedad casi despreciativa, negando con la cabeza como señal de que no acepte dicha invitación.
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  • El sentimiento de impotencia, sufrimiento e inutilidad cuando no puedes hacer nada para impedir las crueldades e injusticias que suceden. Tan sólo puedes intentar hacer algo para atenuar el sucedido sea en vano o no.
    El sentimiento de impotencia, sufrimiento e inutilidad cuando no puedes hacer nada para impedir las crueldades e injusticias que suceden. Tan sólo puedes intentar hacer algo para atenuar el sucedido sea en vano o no.
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  • “Mi nombre es Sung, no necesitas saber nada más.

    Mi trabajo es simple, investigo a aquellos que ya no están entre nosotros, en palabras sencillas, soy un forense.

    Si me llamas, seguramente no será para algo que te guste; luto, venganza, deseos de justicia, conozco cada témplate, cada situación, no tienes que enmascararla con serenidad ni deseos delicados.

    ¿Fuera de mi trabajo? Eso es otra historia”
    “Mi nombre es Sung, no necesitas saber nada más. Mi trabajo es simple, investigo a aquellos que ya no están entre nosotros, en palabras sencillas, soy un forense. Si me llamas, seguramente no será para algo que te guste; luto, venganza, deseos de justicia, conozco cada témplate, cada situación, no tienes que enmascararla con serenidad ni deseos delicados. ¿Fuera de mi trabajo? Eso es otra historia”
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  • ¿Para Sophie que era la sensación de no tener a sus padres?

    Desde que sucedió aquel dichoso y horrible evento, Anneliese tuvo que cambiar toda su vida. A veces la han estado tratando de loca y otras, haciendo su vida un infierno, todo en aquel instituto en el que tenía que fingir ser una estudiante.

    Para una princesa que no está ocupada a tanta actualidad para ella era un duelo constante, no ser ayudada, no ser comprendida y que al fin y al cabo hacía lo posible para que no se notase que era una de las princesas que acabó escapando y que sobretodo salió en las noticias haciéndola sentir culpable como si aquella televisión y esas personas que comentaban la hicieron asesina de la muerte de sus padres, ya que no se sabía ningún rastro de éstos.

    Ella huía, huía por orden del rey y de la reina, sus padres. Ella observó cómo casi estaban muriendo y como tuvo que irse por un helicóptero de su reino, ella jamás dejaría que acabase eso de aquella manera pero las circunstancias no ayudaron.

    Cada día llora, tocando el colgante que sus madre y su padre habían regalado, echándolos de menos y esperando que por fin pueda volver y poner justicia.
    ¿Para Sophie que era la sensación de no tener a sus padres? Desde que sucedió aquel dichoso y horrible evento, Anneliese tuvo que cambiar toda su vida. A veces la han estado tratando de loca y otras, haciendo su vida un infierno, todo en aquel instituto en el que tenía que fingir ser una estudiante. Para una princesa que no está ocupada a tanta actualidad para ella era un duelo constante, no ser ayudada, no ser comprendida y que al fin y al cabo hacía lo posible para que no se notase que era una de las princesas que acabó escapando y que sobretodo salió en las noticias haciéndola sentir culpable como si aquella televisión y esas personas que comentaban la hicieron asesina de la muerte de sus padres, ya que no se sabía ningún rastro de éstos. Ella huía, huía por orden del rey y de la reina, sus padres. Ella observó cómo casi estaban muriendo y como tuvo que irse por un helicóptero de su reino, ella jamás dejaría que acabase eso de aquella manera pero las circunstancias no ayudaron. Cada día llora, tocando el colgante que sus madre y su padre habían regalado, echándolos de menos y esperando que por fin pueda volver y poner justicia.
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