• 🏮 El legado de Baoshan Sanren
    Fandom OC
    Categoría Original
    La noche en Seúl estaba particularmente silenciosa, interrumpida solo por el suave repiqueteo de la lluvia contra los ventanales del estudio privado de la firma de moda de Yunseok "MIRROR". Frente a él, el espejo ancestral que había heredado de su madre brillaba débilmente, como si algo desde el otro lado quisiera cruzar.

    Había sentido esa energía antes: antigua, pura… y familiar de una manera inexplicable. Cerró los ojos, respiró profundo y colocó su mano contra el cristal. El reflejo cambió, mostrándole una montaña envuelta en niebla, y una figura solitaria avanzando con paso inseguro. Su corazón se aceleró: reconoció la firma espiritual de Baoshan Sanren, un nombre que solo conocía de los textos más ocultos de su linaje paterno.

    «¿Qué me estás pidiendo, ancestro…?» murmuró para sí mismo, mientras los símbolos grabados alrededor del marco comenzaban a arder con luz plateada.

    Un destello lo cegó por un segundo. Cuando volvió a enfocar la vista, allí estaba él: un joven de túnica blanca, vendado de los ojos, de pie en medio de su estudio, con una calma aparente que ocultaba cierta fragilidad.

    Yunseok dio un paso hacia él, en silencio, cuidando de no sobresaltarlo. Su voz fue grave, cálida:

    —Así que tú eres… Xiao Xingchen.

    El nombre salió de sus labios con naturalidad, como si siempre lo hubiera sabido. No necesitaba confirmación: aquella presencia emanaba la misma esencia pura que había sentido en sus meditaciones.

    Con pasos suaves, Yunseok se acercó y tomó con delicadeza su brazo, guiándolo con cuidado hasta que pudiera orientarlo en el espacio. Sobre sus hombros colocó una manta, asegurándose de acomodarla bien.

    —Estás a salvo ahora. Baoshan Sanren te envió aquí y deberemos averiguar porqué.

    El sonido de la lluvia contra los ventanales llenaba el silencio, casi solemne. Yunseok sostuvo su mano con firmeza para transmitirle seguridad.

    —Estoy frente a ti, Xiao. Si me permites, te guiaré.

    Su mirada lo recorrió con intriga: aquel hombre ciego había cruzado siglos para llegar a él. Había algo casi irreal en esa imagen.

    —Puedes entenderme bien?

    su tono era bajo, paciente

    — No estás solo.
    La noche en Seúl estaba particularmente silenciosa, interrumpida solo por el suave repiqueteo de la lluvia contra los ventanales del estudio privado de la firma de moda de Yunseok "MIRROR". Frente a él, el espejo ancestral que había heredado de su madre brillaba débilmente, como si algo desde el otro lado quisiera cruzar. Había sentido esa energía antes: antigua, pura… y familiar de una manera inexplicable. Cerró los ojos, respiró profundo y colocó su mano contra el cristal. El reflejo cambió, mostrándole una montaña envuelta en niebla, y una figura solitaria avanzando con paso inseguro. Su corazón se aceleró: reconoció la firma espiritual de Baoshan Sanren, un nombre que solo conocía de los textos más ocultos de su linaje paterno. «¿Qué me estás pidiendo, ancestro…?» murmuró para sí mismo, mientras los símbolos grabados alrededor del marco comenzaban a arder con luz plateada. Un destello lo cegó por un segundo. Cuando volvió a enfocar la vista, allí estaba él: un joven de túnica blanca, vendado de los ojos, de pie en medio de su estudio, con una calma aparente que ocultaba cierta fragilidad. Yunseok dio un paso hacia él, en silencio, cuidando de no sobresaltarlo. Su voz fue grave, cálida: —Así que tú eres… Xiao Xingchen. El nombre salió de sus labios con naturalidad, como si siempre lo hubiera sabido. No necesitaba confirmación: aquella presencia emanaba la misma esencia pura que había sentido en sus meditaciones. Con pasos suaves, Yunseok se acercó y tomó con delicadeza su brazo, guiándolo con cuidado hasta que pudiera orientarlo en el espacio. Sobre sus hombros colocó una manta, asegurándose de acomodarla bien. —Estás a salvo ahora. Baoshan Sanren te envió aquí y deberemos averiguar porqué. El sonido de la lluvia contra los ventanales llenaba el silencio, casi solemne. Yunseok sostuvo su mano con firmeza para transmitirle seguridad. —Estoy frente a ti, Xiao. Si me permites, te guiaré. Su mirada lo recorrió con intriga: aquel hombre ciego había cruzado siglos para llegar a él. Había algo casi irreal en esa imagen. —Puedes entenderme bien? su tono era bajo, paciente — No estás solo.
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  • La diosa que olvidó su libertad
    Parte 2

    El reloj del local marcaba las 5:41 de la tarde cuando Hestia cruzó la puerta. La pequeña tienda olía a cuero envejecido, metal oxidado y notas suaves de incienso barato. La diosa avanzó con una gracia serena, como si flotara. Sus ojos dorados recorrían con curiosidad cada estante: guitarras colgadas como espadas sagradas, chaquetas con parches de bandas, botas negras de cuero apiladas como si fueran armaduras, camisetas con calaveras y símbolos extraños. Todo era nuevo. Todo tenía alma.

    El único sonido en el local era el murmullo tenue de una canción eléctrica que brotaba de unos audífonos conectados a un viejo reproductor portátil.

    Detrás del mostrador, una chica con cabello rebelde y mirada soñadora movía ligeramente la cabeza al ritmo de la música. Tenía puestos unos audífonos grandes, y con una uña pintada de negro pasaba canciones en la vieja interfaz.

    Hestia se detuvo frente a ella y la observó en silencio unos segundos, con una expresión de intriga genuina. Entonces, con voz suave, casi como un susurro sagrado, preguntó:

    —Escuché el sonido de ese artefacto que llevas en los oídos… ¿qué es?

    Patricia levantó la mirada de golpe, algo sorprendida por la voz repentina. Se quitó los audífonos y los dejó colgando de su cuello.

    —¿Eh? ¿Esto? —dijo señalando los audífonos—. Son… audífonos. Estoy escuchando música.

    Hestia ladeó un poco la cabeza, fascinada.
    —Música? Nunca había escuchado musica así, suena tan lleno de energía, se oye como si los relámpagos tuvieran emociones y formaran una sinfonía

    Patricia rió con suavidad, divertida por la comparación.
    —Bueno… es rock combinado con metal, te gusta?, nunca habías oído estos géneros de música ?-

    Hestia asintió lentamente, como si probara un vino nuevo.
    —escuche esto...logré escuchar esto desde muy lejos , por eso estoy aquí, ...estoy ...intrigada

    Patricia abrió un poco más los ojos, sorprendida , al ver de cerca a la misteriosa mujer pelirroja se ds cuenta que es muy hermosa y , se ve tan joven, la niña encargada cree que esa mujer pelirroja no debe ser más de tres años mayor ..

    La pelirroja observó los altavoces de la tienda, los discos, los carteles gastados. Su mirada se detenía un instante en cada símbolo, como si reconociera algo perdido hace milenios.

    —¿Esta tienda es tu templo? —preguntó la diosa con inocencia serena.

    Patricia rió de nuevo.
    —¿Templo? Nah, es solo mi trabajo. Aunque… sí, me gusta pensarlo así. Un templo para los que aman la música de verdad. Aquí vendemos ropa, vinilos, guitarras, pósters, todo lo que un verdadero rockero necesita.

    Hestia: - lo que un rockero necesita ?...que es un rockero ?...una especie de guerrero?, un hechicero?, no comprendo este lugar ...todo es tan intrigante ...

    * La diosa pregunta eso mientras mira alrededor, dando a entender que se refiere a todo en la tienda, la niña entendió que esa mujer no conoce nada de el rock, y además siente algo extraño...esa mujer pelirroja emite una presencia de paz enorme, es inexplicable pero su cercanía es tan agradable , que le inspiro confianza casi al instante *

    Patricia: - el rock es una filosofía...una manera de vivir , un código de honor, y si...es para guerreros, auténticos guerreros , y tiene magia...., ven ...siéntate aquí...te mostraré ...-

    *Como si ya la conociera de siempre Patricia invito a la hermosa pelirroja a sentarse teas el mostrador, donde ella estaba, ahí frente al amplio monitor de la computadora , Patricia le desconecto los audífonos para que la música y vídeos que va a mostrarle se escuche en toda la tienda, y comenzó a mostrarle un vídeo tras otro, entre las canciones la niña explicaba filosofías y contaba historias y leyendas, la pelirroja pone atención total, le asombra que una humana tan joven posea ese nivel de sabiduría , la diosa sospecha que la niña es discípula de algún hechicero....hestia solo lo sospecha en su mente, pero nunca le pregunta la niña quien es su maestro , prefiere preguntar más sobre lo que la niña le está enseñando, es demasiado interesante como para desviar el tema; momentos después la niña preparo café...una aromática bebida caliente y oscura donde el sabor dulce y amargo hacen un misterioso equilibrio ...en ese punto...para la diosa y para la niña el tiempo dejo de tener sentido, la niña se llevó de la mano a la diosa explorando el mundo de el rock ...*

    (Continuará ...)
    La diosa que olvidó su libertad Parte 2 El reloj del local marcaba las 5:41 de la tarde cuando Hestia cruzó la puerta. La pequeña tienda olía a cuero envejecido, metal oxidado y notas suaves de incienso barato. La diosa avanzó con una gracia serena, como si flotara. Sus ojos dorados recorrían con curiosidad cada estante: guitarras colgadas como espadas sagradas, chaquetas con parches de bandas, botas negras de cuero apiladas como si fueran armaduras, camisetas con calaveras y símbolos extraños. Todo era nuevo. Todo tenía alma. El único sonido en el local era el murmullo tenue de una canción eléctrica que brotaba de unos audífonos conectados a un viejo reproductor portátil. Detrás del mostrador, una chica con cabello rebelde y mirada soñadora movía ligeramente la cabeza al ritmo de la música. Tenía puestos unos audífonos grandes, y con una uña pintada de negro pasaba canciones en la vieja interfaz. Hestia se detuvo frente a ella y la observó en silencio unos segundos, con una expresión de intriga genuina. Entonces, con voz suave, casi como un susurro sagrado, preguntó: —Escuché el sonido de ese artefacto que llevas en los oídos… ¿qué es? Patricia levantó la mirada de golpe, algo sorprendida por la voz repentina. Se quitó los audífonos y los dejó colgando de su cuello. —¿Eh? ¿Esto? —dijo señalando los audífonos—. Son… audífonos. Estoy escuchando música. Hestia ladeó un poco la cabeza, fascinada. —Música? Nunca había escuchado musica así, suena tan lleno de energía, se oye como si los relámpagos tuvieran emociones y formaran una sinfonía Patricia rió con suavidad, divertida por la comparación. —Bueno… es rock combinado con metal, te gusta?, nunca habías oído estos géneros de música ?- Hestia asintió lentamente, como si probara un vino nuevo. —escuche esto...logré escuchar esto desde muy lejos , por eso estoy aquí, ...estoy ...intrigada Patricia abrió un poco más los ojos, sorprendida , al ver de cerca a la misteriosa mujer pelirroja se ds cuenta que es muy hermosa y , se ve tan joven, la niña encargada cree que esa mujer pelirroja no debe ser más de tres años mayor .. La pelirroja observó los altavoces de la tienda, los discos, los carteles gastados. Su mirada se detenía un instante en cada símbolo, como si reconociera algo perdido hace milenios. —¿Esta tienda es tu templo? —preguntó la diosa con inocencia serena. Patricia rió de nuevo. —¿Templo? Nah, es solo mi trabajo. Aunque… sí, me gusta pensarlo así. Un templo para los que aman la música de verdad. Aquí vendemos ropa, vinilos, guitarras, pósters, todo lo que un verdadero rockero necesita. Hestia: - lo que un rockero necesita ?...que es un rockero ?...una especie de guerrero?, un hechicero?, no comprendo este lugar ...todo es tan intrigante ... * La diosa pregunta eso mientras mira alrededor, dando a entender que se refiere a todo en la tienda, la niña entendió que esa mujer no conoce nada de el rock, y además siente algo extraño...esa mujer pelirroja emite una presencia de paz enorme, es inexplicable pero su cercanía es tan agradable , que le inspiro confianza casi al instante * Patricia: - el rock es una filosofía...una manera de vivir , un código de honor, y si...es para guerreros, auténticos guerreros , y tiene magia...., ven ...siéntate aquí...te mostraré ...- *Como si ya la conociera de siempre Patricia invito a la hermosa pelirroja a sentarse teas el mostrador, donde ella estaba, ahí frente al amplio monitor de la computadora , Patricia le desconecto los audífonos para que la música y vídeos que va a mostrarle se escuche en toda la tienda, y comenzó a mostrarle un vídeo tras otro, entre las canciones la niña explicaba filosofías y contaba historias y leyendas, la pelirroja pone atención total, le asombra que una humana tan joven posea ese nivel de sabiduría , la diosa sospecha que la niña es discípula de algún hechicero....hestia solo lo sospecha en su mente, pero nunca le pregunta la niña quien es su maestro , prefiere preguntar más sobre lo que la niña le está enseñando, es demasiado interesante como para desviar el tema; momentos después la niña preparo café...una aromática bebida caliente y oscura donde el sabor dulce y amargo hacen un misterioso equilibrio ...en ese punto...para la diosa y para la niña el tiempo dejo de tener sentido, la niña se llevó de la mano a la diosa explorando el mundo de el rock ...* (Continuará ...)
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  • Mikhaill había recibido una invitación algo misteriosa de uno de sus compañeros de la academia de baile, pocas indicaciones "vestimenta formal y una noche completamente libre".
    Había sido, además de extraña, sorpresiva y no le habían dado más que una dirección, aunque le llamaba la atención, por su personalidad lo emocionaba y lo intrigaba.

    Cómo su compañero [Park_space12] llegaría algo tarde del trabajo, no había tenido oportunidad de decirle, Mika había estado cuidando a su pequeño todo el día y a la tarde se había preparado, a la espera de que su novio llegara para poder irse.
    Mikhaill había recibido una invitación algo misteriosa de uno de sus compañeros de la academia de baile, pocas indicaciones "vestimenta formal y una noche completamente libre". Había sido, además de extraña, sorpresiva y no le habían dado más que una dirección, aunque le llamaba la atención, por su personalidad lo emocionaba y lo intrigaba. Cómo su compañero [Park_space12] llegaría algo tarde del trabajo, no había tenido oportunidad de decirle, Mika había estado cuidando a su pequeño todo el día y a la tarde se había preparado, a la espera de que su novio llegara para poder irse.
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  • —Hallóseme confuso en mi ignorancia,
    séase mirada ajena la culpable,
    observase, analizase, pero nunca perpetrase.—

    —¿Hallase amparo en mis escritos?
    ¿Sintiese interés en mi ser?
    Encontráseme intrigado por su mente.—

    —Posase su mirada en mí, mas no alzase la voz,
    si sientésele el deseo... Convocáseme.
    El eco responde cuando se le llama. —

    //A quienes me han añadido y no me han hablado, son libres de hacerlo si les interesa rolear.//
    —Hallóseme confuso en mi ignorancia, séase mirada ajena la culpable, observase, analizase, pero nunca perpetrase.— —¿Hallase amparo en mis escritos? ¿Sintiese interés en mi ser? Encontráseme intrigado por su mente.— —Posase su mirada en mí, mas no alzase la voz, si sientésele el deseo... Convocáseme. El eco responde cuando se le llama. — //A quienes me han añadido y no me han hablado, son libres de hacerlo si les interesa rolear.//
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  • ¿Quién eres?
    Fandom OC
    Categoría Slice of Life
    con Regulus Azrerious

    Hace días que Ekkora siente algo. No podría llamarlo presencia, ni exactamente vigilancia. Es como si un ojo invisible le siguiera el rastro, como si el aire susurrara cada cosa que hace. Le intriga. No la asusta, ni la incomoda. Le provoca esa misma chispa que prende cuando ante todo lo desconocido que merece ser descubierto.

    La noche cae sobre los techos de la ciudad. El letrero rojo del restaurante chino chisporrotea con su zumbido familiar. Ekkora empuja la puerta de vidrio y entra. Dentro, la calidez de las estufas que nunca dejan de trabajar y el murmullo de los clientes la envuelven con familiaridad. Se le ha hecho costumbre venir sola y ocupar una mesa del fondo, entre la ventana empañada y la puerta de la cocina.

    Pero esta noche hay algo diferente.

    Lo siente apenas cruza la puerta: una energía nueva. Una esencia que desentona con todo lo demás, como nunca ha experimentado. Es como una nota en otro tono, perfectamente colocada para perturbar la melodía.

    Su mirada se desplaza lentamente entre los rostros, conocidos y no tanto, hasta detenerse en uno que le es por completo nuevo, aunque no luzca diferente.

    Un hombre.

    Sin anunciarse, Ekkora se desvía de su recorrido habitual y se sienta frente a él, en la misma mesa. No sonríe, pero hay un brillo travieso en sus ojos. Apoya los codos sobre la mesa, entrelaza los dedos y lo observa con descaro; una parte de ella quiere culparle y acusarle de espiarle día tras día, pero su lado racional y apenas educado por un padre metódico y cuidoso, le advierte de no dar nada por hecho sin pruebas que lo respalden.

    — No eres de por aquí, ¿Verdad? —dice en voz baja, como si compartiera un secreto con él.
    con [illusion_maroon_lobster_111] Hace días que Ekkora siente algo. No podría llamarlo presencia, ni exactamente vigilancia. Es como si un ojo invisible le siguiera el rastro, como si el aire susurrara cada cosa que hace. Le intriga. No la asusta, ni la incomoda. Le provoca esa misma chispa que prende cuando ante todo lo desconocido que merece ser descubierto. La noche cae sobre los techos de la ciudad. El letrero rojo del restaurante chino chisporrotea con su zumbido familiar. Ekkora empuja la puerta de vidrio y entra. Dentro, la calidez de las estufas que nunca dejan de trabajar y el murmullo de los clientes la envuelven con familiaridad. Se le ha hecho costumbre venir sola y ocupar una mesa del fondo, entre la ventana empañada y la puerta de la cocina. Pero esta noche hay algo diferente. Lo siente apenas cruza la puerta: una energía nueva. Una esencia que desentona con todo lo demás, como nunca ha experimentado. Es como una nota en otro tono, perfectamente colocada para perturbar la melodía. Su mirada se desplaza lentamente entre los rostros, conocidos y no tanto, hasta detenerse en uno que le es por completo nuevo, aunque no luzca diferente. Un hombre. Sin anunciarse, Ekkora se desvía de su recorrido habitual y se sienta frente a él, en la misma mesa. No sonríe, pero hay un brillo travieso en sus ojos. Apoya los codos sobre la mesa, entrelaza los dedos y lo observa con descaro; una parte de ella quiere culparle y acusarle de espiarle día tras día, pero su lado racional y apenas educado por un padre metódico y cuidoso, le advierte de no dar nada por hecho sin pruebas que lo respalden. — No eres de por aquí, ¿Verdad? —dice en voz baja, como si compartiera un secreto con él.
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  • ¡HEY, FICROLERS 3D!
    ¡Un nuevo personaje 3D viene pisando fuerte!

    Hoy damos la bienvenida a...

    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ¡[flash_orange_mule_290]!

    Stephan Zimmerman ha llegado, y con ella, las expectativas se rompen desde el primer vistazo. De identidad firme y presencia intrigante, poco sabemos aún de su historia… pero si algo es seguro, es que no ha venido a pasar desapercibida.


    ¡Bienvenid@ a FicRol! Nos alegra tenerte entre nosotros y esperamos que disfrutes mucho explorando historias, creando conexiones y dando vida a tu personaje en este rincón tan creativo.

    Yo soy Caroline, tu RolSage, algo así como tu guía en el mundo de los Personajes 3D. Si tienes dudas, necesitas ayuda o simplemente quieres charlar, mis DMs están abiertos. Además, en mi fanpage encontrarás guías súper detalladas sobre el funcionamiento de FicRol. ¡Dale like para no perderte nada!

    Antes de lanzarte de lleno, te dejo algunos recursos que te pueden venir de maravilla para empezar con buen pie:

    Normas básicas del de la plataforma:
    https://ficrol.com/static/guidelines

    Guías detalladas sobre cómo funciona todo por aquí:
    https://ficrol.com/blogs/147711/ÍNDICE-DE-GUIAS-Y-MINIGUIAS

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    Directorio de Personajes 3D: https://ficrol.com/blogs/181793/DIRECTORIO-PERSONAJES-3D-Y-FANDOMS
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    ¡Recuerda que puedes escribirme si necesitas cualquier cosita! ¡Nos vemos en el rol!

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  • En una tarde tibia y tranquila, el Pequeño Vagabundo se encontraba sentado sobre una roca, con las piernas colgando y un pedazo de pan en la mano. A su lado, Don Niebla permanecía de pie, inmóvil como una estatua elegante pero vigilante. Frente a él, un viajero curioso —de mirada aguda y con expresión desconcertada— lo observaba con intriga.

    —Oye, pequeño… —preguntó mientras se agachaba a su altura—. Esa cosa que hiciste… esas burbujas que salieron de tus manos. ¿Qué clase de poder es ese?

    El Pequeño Vagabundo se quedó quieto por un segundo. Parpadeó. Luego dio un gran mordisco al pan, masticó con entusiasmo y, al terminar, se limpió las migas con la manga. Entonces, con una expresión inusualmente seria para su edad, se acomodó en su lugar como si estuviera a punto de dar una clase importante.

    —¡Eso se llama Nen! —dijo alzando un dedo—. Es el arte de usar el aura que todos tenemos, pero poquitos saben cómo sacarla. No es magia ni truco, es como… como aprender a respirar de otra forma.

    El viajero arqueó una ceja. El niño continuó:

    —Primero tienes que aprender las Cuatro Principales Técnicas:

    **Ten**, que es para rodearte de tu aura y protegerte;

    **Zetsu**, para apagarla y ocultarte;

    **Ren**, que es para expandirla y hacerte más fuerte; y ...

    **Hatsu**, que es tu habilidad personal, ¡la más importante! —explicó animadamente mientras dibujaba figuras en el aire con sus dedos—.

    —Luego están los tipos de aura. Existen seis:

    1. **Potenciadores**, que hacen más fuerte su cuerpo o sus golpes.
    2. **Emisores**, que lanzan su aura lejos, como una onda o bala.
    3. **Manipuladores**, que controlan cosas o seres con su aura.
    4. **Conjuradores**, como yo, que creamos cosas con nuestra aura.
    5. **Transmutadores**, que transforman su aura en algo diferente, como hilo elástico o electricidad.
    6. **Especialistas**, que tienen poderes únicos que no entran en los otros.

    El Pequeño Vagabundo estiró el brazo y de su palma empezó a formarse una burbuja en espiral con forma de disco flotante, que brillaba como una pompa de jabón con reflejos de arcoíris.

    —Yo soy un **Conjurador**, porque creé a Don Niebla y mis burbujas-disco. Pero también soy un poco **Transmutador**, porque mis burbujas pueden comportarse raro, ¡como si tuvieran emociones!

    El viajero no podía disimular su asombro.

    —¿Y cómo sabes eso tan bien? —preguntó.

    —Hisoka me lo enseñó —respondió con naturalidad—. Me dio libros, me entrenó, me arrojó cosas raras mientras dormía y me hacía esquivar patadas ¡con los ojos vendados!

    Entonces, el niño entrecerró los ojos, miró fijamente al viajero, y le sonrió con picardía. Estiró sus dos manos hacia los lados, girando los dedos lentamente.

    —Y tú… —dijo—. Por cómo te mueves cuando hablas, cómo miras rápido pero con desconfianza, y cómo tu voz cambia cuando mientes poquito… ¡diría que eres un Manipulador! O quizás un Emisor, pero sólo si eres bueno fingiendo calma cuando te enfadas.

    El viajero dio un paso atrás, sorprendido de sentirse tan "leído" por un niño tan pequeño.

    —¿Cómo lo…?

    —Hisoka también me enseñó eso. Me dijo que el aura y la personalidad a veces caminan de la manita. —Se encogió de hombros—. Aunque igual puedo fallar… ¡soy pequeño todavía!

    Luego alzó la burbuja con ambas manos y la dejó flotar. Esta se alejó suavemente, reflejando el sol poniente.

    —¡Pero es divertido aprender! El Nen no solo sirve para pelear. Es como una extensión de lo que uno siente. Y yo… yo siento muchas cosas. Por eso Don Niebla existe, ¿sabes?

    —¡Ajá! —exclamó el pequeño, apuntando con un dedo entusiasta al hombre—. Eres un Potenciador.

    El viajero arqueó una ceja, curioso.

    —¿Cómo lo sabes? —preguntó con voz rasposa, apenas audible.

    El niño hinchó el pecho con orgullo.

    –Las personas como tú no hacen mucho escándalo, ¡pero pueden derribar una montaña de un solo golpe si lo necesitan! ¡Y eres muy directo, incluso cuando callas!.

    Y así, el Pequeño Vagabundo siguió hablando, explicando con entusiasmo infantil algo tan complejo como el Nen, dejando claro que, aunque pequeño, su alma era grande y brillante como su aura.
    En una tarde tibia y tranquila, el Pequeño Vagabundo se encontraba sentado sobre una roca, con las piernas colgando y un pedazo de pan en la mano. A su lado, Don Niebla permanecía de pie, inmóvil como una estatua elegante pero vigilante. Frente a él, un viajero curioso —de mirada aguda y con expresión desconcertada— lo observaba con intriga. —Oye, pequeño… —preguntó mientras se agachaba a su altura—. Esa cosa que hiciste… esas burbujas que salieron de tus manos. ¿Qué clase de poder es ese? El Pequeño Vagabundo se quedó quieto por un segundo. Parpadeó. Luego dio un gran mordisco al pan, masticó con entusiasmo y, al terminar, se limpió las migas con la manga. Entonces, con una expresión inusualmente seria para su edad, se acomodó en su lugar como si estuviera a punto de dar una clase importante. —¡Eso se llama Nen! —dijo alzando un dedo—. Es el arte de usar el aura que todos tenemos, pero poquitos saben cómo sacarla. No es magia ni truco, es como… como aprender a respirar de otra forma. El viajero arqueó una ceja. El niño continuó: —Primero tienes que aprender las Cuatro Principales Técnicas: **Ten**, que es para rodearte de tu aura y protegerte; **Zetsu**, para apagarla y ocultarte; **Ren**, que es para expandirla y hacerte más fuerte; y ... **Hatsu**, que es tu habilidad personal, ¡la más importante! —explicó animadamente mientras dibujaba figuras en el aire con sus dedos—. —Luego están los tipos de aura. Existen seis: 1. **Potenciadores**, que hacen más fuerte su cuerpo o sus golpes. 2. **Emisores**, que lanzan su aura lejos, como una onda o bala. 3. **Manipuladores**, que controlan cosas o seres con su aura. 4. **Conjuradores**, como yo, que creamos cosas con nuestra aura. 5. **Transmutadores**, que transforman su aura en algo diferente, como hilo elástico o electricidad. 6. **Especialistas**, que tienen poderes únicos que no entran en los otros. El Pequeño Vagabundo estiró el brazo y de su palma empezó a formarse una burbuja en espiral con forma de disco flotante, que brillaba como una pompa de jabón con reflejos de arcoíris. —Yo soy un **Conjurador**, porque creé a Don Niebla y mis burbujas-disco. Pero también soy un poco **Transmutador**, porque mis burbujas pueden comportarse raro, ¡como si tuvieran emociones! El viajero no podía disimular su asombro. —¿Y cómo sabes eso tan bien? —preguntó. —Hisoka me lo enseñó —respondió con naturalidad—. Me dio libros, me entrenó, me arrojó cosas raras mientras dormía y me hacía esquivar patadas ¡con los ojos vendados! Entonces, el niño entrecerró los ojos, miró fijamente al viajero, y le sonrió con picardía. Estiró sus dos manos hacia los lados, girando los dedos lentamente. —Y tú… —dijo—. Por cómo te mueves cuando hablas, cómo miras rápido pero con desconfianza, y cómo tu voz cambia cuando mientes poquito… ¡diría que eres un Manipulador! O quizás un Emisor, pero sólo si eres bueno fingiendo calma cuando te enfadas. El viajero dio un paso atrás, sorprendido de sentirse tan "leído" por un niño tan pequeño. —¿Cómo lo…? —Hisoka también me enseñó eso. Me dijo que el aura y la personalidad a veces caminan de la manita. —Se encogió de hombros—. Aunque igual puedo fallar… ¡soy pequeño todavía! Luego alzó la burbuja con ambas manos y la dejó flotar. Esta se alejó suavemente, reflejando el sol poniente. —¡Pero es divertido aprender! El Nen no solo sirve para pelear. Es como una extensión de lo que uno siente. Y yo… yo siento muchas cosas. Por eso Don Niebla existe, ¿sabes? —¡Ajá! —exclamó el pequeño, apuntando con un dedo entusiasta al hombre—. Eres un Potenciador. El viajero arqueó una ceja, curioso. —¿Cómo lo sabes? —preguntó con voz rasposa, apenas audible. El niño hinchó el pecho con orgullo. –Las personas como tú no hacen mucho escándalo, ¡pero pueden derribar una montaña de un solo golpe si lo necesitan! ¡Y eres muy directo, incluso cuando callas!. Y así, el Pequeño Vagabundo siguió hablando, explicando con entusiasmo infantil algo tan complejo como el Nen, dejando claro que, aunque pequeño, su alma era grande y brillante como su aura.
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  • Crónica del Trono Ardiente:

    “La Corona de Fuego y Sangre: Rhaenyra y el Príncipe del Alba”

    Año 111 DC, Poniente

    En la sala del Trono de Hierro, aquella pesada estructura forjada en las llamas del legendario Balerion, se sentaron dos figuras que marcaron el renacer del linaje Targaryen en tiempos oscuros y turbulentos.

    Ella, Rhaenyra Targaryen, apenas una adolescente, de mirada feroz y melancólica, portaba el peso de ser la primera mujer con derecho a reclamar el Trono de Hierro, aunque el patriarcado y las intrigas de la corte se opusieran con uñas y dientes.

    A su lado, un pequeño niño de cabello plateado y ojos violeta profundo, su hermano menor y legítimo heredero varón, Baelon II Targaryen, conocido como “El Príncipe del Alba”, descansaba con la inocencia que solo los bebés poseen, pero ya destinado a ser un rey de leyenda.

    La dupla parecía un símbolo imposible, un fuego doble que desafía las sombras del pasado y las amenazas del presente.
    Crónica del Trono Ardiente: “La Corona de Fuego y Sangre: Rhaenyra y el Príncipe del Alba” Año 111 DC, Poniente En la sala del Trono de Hierro, aquella pesada estructura forjada en las llamas del legendario Balerion, se sentaron dos figuras que marcaron el renacer del linaje Targaryen en tiempos oscuros y turbulentos. Ella, Rhaenyra Targaryen, apenas una adolescente, de mirada feroz y melancólica, portaba el peso de ser la primera mujer con derecho a reclamar el Trono de Hierro, aunque el patriarcado y las intrigas de la corte se opusieran con uñas y dientes. A su lado, un pequeño niño de cabello plateado y ojos violeta profundo, su hermano menor y legítimo heredero varón, Baelon II Targaryen, conocido como “El Príncipe del Alba”, descansaba con la inocencia que solo los bebés poseen, pero ya destinado a ser un rey de leyenda. La dupla parecía un símbolo imposible, un fuego doble que desafía las sombras del pasado y las amenazas del presente.
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  • En cierta realidad, en la que no se aguantan la consciencia de las cosas, un pescador esbozó un trabalenguas con sus desglosados rezos, esos con forma de cordeles y carnadas, que ante mí exhibía, como si no fuera asunto de sus alevines. Retenía unos cuatro gusanos en su caja más preciada, con la que se anunció el reguero de sus besos sobre el lagomar de sus prudencias. El pescador me contemplaba convencido que era mi turno. Aventurarme en la pesca de espíritus corrosivos no endiosaba a ninguno. Demás que corrompían sus propios anhelos y se tornaban sombreados sus párpados, a medida que los más cautos, preparaban las redes.

    Mi barca, humilde y de estrechas lunas de dunas, fierros macizos de mansos génesis, se entreveía entre el ramaje de las aguas, en las que, para mi suerte, sometía el decorado de las sonrisas que en todos pastaban. ¿Era el alba o se decantaba el cantar de las estrellas entre nosotros? Conté una cantidad escasa de lunares sobre mi propio gen de eternidades. Tracé un dulce de albaricoque sobre la piedra más cercana y me hice el loco: no había más que decir.

    El pescador me estudió convencido; sorteó mis propios atavíos y coronó mi testa con una cuchilla de guadañas, que, ante la hechura de sus poderes de lirios de linajes, se atrevió a verme con otros ojos. Con más respeto que en el instante en el que forjé mis botas de lianas y bambúes. Me ajustó el gorrito. Ahí debía almacenar las presas. Junto a mis orejas, que tantas injurias han escuchado. Él me llama por mi nombre; “Qipaimnarr”, me dice. En nuestra lengua significa cachorro de luz que monta al higo de las montañas, en su brazal de seda.

    No lo hace por maldad. Él me hurtó de mi cuna; llegué a sus orillas y lo engañé con mi cola de pez de coloridas escamas.

    A sus noventa años aún es jovencito. Ríe pese a la escasez de sus dientes; es sabio y pasta ante mis turbios augurios; un umbral de cometas y tersas mañanas con aroma a eucalipto.

    “Qipaimnarr”, me llama. “Hoy habrá buena cosecha. En el amanecer de las cosechas se denota en la detonada de la esperanza de embelesos de tesura”.

    “Busca los ojos de los huracanes en el mar de hierba. El lagomar es a veces, ingrato y tozudo. Quieres ver la paz en él pero, en los siempre de los Para Siempre, siembra una lección a los más más cautos”.

    “¿Los más cautos saben de las lecciones que quiere impartir?”.

    “A veces aprehender a leerlo es como una desiderata. Siempre tiene algo que decir”.

    “¿Y quién llama a su puerta en cada momento? ¿No es la desiderata misma?”, pregunto con las uñas a flor de piel. Degusto una alhaja de lagomar.

    Él calla con la sabiduría pincelada en sus arrugas. Tensa el fuego de la fogata acuosa con la que nos protegemos. Un amuleto para la desiderata. Dos para los que somos nosotros los enclenques que la repasamos al despertar. Decir las erratas de la vida que nos gobierna es empíreo que nos gobierna, entre arroyos y arrullos, entre logística de números que contamos cada vez, y cada vez más, conforme desnudamos nuestras almas ante el terrario, comandan los barcos de escasez.

    Nuestra tersura de rostros alegra el tiempo de los tres tiempos.

    Un espíritu, muy parecido al mío, se alza a la deriva. Toca mis dedos y retrocedo; no temo.

    Mahenh, el pescador al que le debo más que las lecciones que me imparte, me anuncia que guarde silencio. Es abogado de la gracia de entre los seres que provienen de ese pasto acuoso que repta entre nosotros. Y como si se tratara de un objeto de inquisición, él escuda entre los arropes de lo solemne que se puede edificar. Tensa el sostén de sus mejillas contra la garra que le acaricia las entrañas. Se perfila sereno. No hay daño, tan sólo una aguarda la caricia que entre retienen el albor de sus estelas.

    Intriga la emoción. Lo corrosivo atrae; el cambio que eso conmueve. Aprieto los parpados hasta ver las luces que desprende cada uno, que se acerca, sin recato, desnudos con sus propias luminarias.

    Su inocencia me conmueve.

    Entreabro mis pupilas y, allí y sólo allí, deslizan en mis siluetas su fantasmal música. Doy brincos, me perfilo en este solemne sueño que me hechiza. Mi compañero de aventuras retiene el centro de mis núcleos. La inconsciencia reluce entre sus rasgos pero no ha sido derrotado: el pescador sostiene mis manazas, como león de añiles trigales; y no me deja marchar.

    Compone para mí un arrullo de cordialidad. La fineza de su vozarrón delineado como un arrullo entre los puentes de lo que es rito en esa realidad fantástica, no me concierne porque no es para mí el decoro de lo enunciado. Lo corroe un rastro de brea de eso que nos embruja y, pese a su gentil sonrisa en esos momentos de tensión, logro pescar lo que pronuncia con forma corpórea. Deslizo mi carcaj entre los hilos de la tierra y las carcajadas me atraen. Los espíritus revelan sus rostros. Macilento, quizá rebelde. Atraen mi atención y los seis que cuento con el alma en vilo, ante mis carencias, me penetran y rescatan.

    Y sobrevivo ante las afrentas de los más justos.

    El pescador, sometido al perpetuo en júbilo, me zarandea de entre los aparecidos.

    Observo un gris arbóreo en sus pupilas, en las que se asoma una sonrisa que decomisa mi miedo a perderme entre las brumas de los cuatro puntos cardinales. Él me abraza y gobierna mi silencio con una felicidad que viene a mí en forma de relicario. Lo cuelga entre uno de mis dedos; entreveo que es uno de los huesos que él mismo se ha retirado para darme protección. Está bañado con ocre. Adornado por perlas de luz. Ahí entreveo el pastizal del obsequio, que me demuestra con mi orgullo envalentonado, que he golpeado a mi propio proceder en el fértil terreno.

    El mar de hierba decora el rastro de la espera; habrá que esperar a las siguientes lecciones, y, en el instante en que me restriega una carantoña en la cabeza; me anuncia que pasé la prueba en la que todos recuperan la inocencia y el ser criaturas de bien, es el dominio que debo demostrar ahora, de todas mis tonadas musicales.

    Me doy cuenta, que estoy completo.
    En cierta realidad, en la que no se aguantan la consciencia de las cosas, un pescador esbozó un trabalenguas con sus desglosados rezos, esos con forma de cordeles y carnadas, que ante mí exhibía, como si no fuera asunto de sus alevines. Retenía unos cuatro gusanos en su caja más preciada, con la que se anunció el reguero de sus besos sobre el lagomar de sus prudencias. El pescador me contemplaba convencido que era mi turno. Aventurarme en la pesca de espíritus corrosivos no endiosaba a ninguno. Demás que corrompían sus propios anhelos y se tornaban sombreados sus párpados, a medida que los más cautos, preparaban las redes. Mi barca, humilde y de estrechas lunas de dunas, fierros macizos de mansos génesis, se entreveía entre el ramaje de las aguas, en las que, para mi suerte, sometía el decorado de las sonrisas que en todos pastaban. ¿Era el alba o se decantaba el cantar de las estrellas entre nosotros? Conté una cantidad escasa de lunares sobre mi propio gen de eternidades. Tracé un dulce de albaricoque sobre la piedra más cercana y me hice el loco: no había más que decir. El pescador me estudió convencido; sorteó mis propios atavíos y coronó mi testa con una cuchilla de guadañas, que, ante la hechura de sus poderes de lirios de linajes, se atrevió a verme con otros ojos. Con más respeto que en el instante en el que forjé mis botas de lianas y bambúes. Me ajustó el gorrito. Ahí debía almacenar las presas. Junto a mis orejas, que tantas injurias han escuchado. Él me llama por mi nombre; “Qipaimnarr”, me dice. En nuestra lengua significa cachorro de luz que monta al higo de las montañas, en su brazal de seda. No lo hace por maldad. Él me hurtó de mi cuna; llegué a sus orillas y lo engañé con mi cola de pez de coloridas escamas. A sus noventa años aún es jovencito. Ríe pese a la escasez de sus dientes; es sabio y pasta ante mis turbios augurios; un umbral de cometas y tersas mañanas con aroma a eucalipto. “Qipaimnarr”, me llama. “Hoy habrá buena cosecha. En el amanecer de las cosechas se denota en la detonada de la esperanza de embelesos de tesura”. “Busca los ojos de los huracanes en el mar de hierba. El lagomar es a veces, ingrato y tozudo. Quieres ver la paz en él pero, en los siempre de los Para Siempre, siembra una lección a los más más cautos”. “¿Los más cautos saben de las lecciones que quiere impartir?”. “A veces aprehender a leerlo es como una desiderata. Siempre tiene algo que decir”. “¿Y quién llama a su puerta en cada momento? ¿No es la desiderata misma?”, pregunto con las uñas a flor de piel. Degusto una alhaja de lagomar. Él calla con la sabiduría pincelada en sus arrugas. Tensa el fuego de la fogata acuosa con la que nos protegemos. Un amuleto para la desiderata. Dos para los que somos nosotros los enclenques que la repasamos al despertar. Decir las erratas de la vida que nos gobierna es empíreo que nos gobierna, entre arroyos y arrullos, entre logística de números que contamos cada vez, y cada vez más, conforme desnudamos nuestras almas ante el terrario, comandan los barcos de escasez. Nuestra tersura de rostros alegra el tiempo de los tres tiempos. Un espíritu, muy parecido al mío, se alza a la deriva. Toca mis dedos y retrocedo; no temo. Mahenh, el pescador al que le debo más que las lecciones que me imparte, me anuncia que guarde silencio. Es abogado de la gracia de entre los seres que provienen de ese pasto acuoso que repta entre nosotros. Y como si se tratara de un objeto de inquisición, él escuda entre los arropes de lo solemne que se puede edificar. Tensa el sostén de sus mejillas contra la garra que le acaricia las entrañas. Se perfila sereno. No hay daño, tan sólo una aguarda la caricia que entre retienen el albor de sus estelas. Intriga la emoción. Lo corrosivo atrae; el cambio que eso conmueve. Aprieto los parpados hasta ver las luces que desprende cada uno, que se acerca, sin recato, desnudos con sus propias luminarias. Su inocencia me conmueve. Entreabro mis pupilas y, allí y sólo allí, deslizan en mis siluetas su fantasmal música. Doy brincos, me perfilo en este solemne sueño que me hechiza. Mi compañero de aventuras retiene el centro de mis núcleos. La inconsciencia reluce entre sus rasgos pero no ha sido derrotado: el pescador sostiene mis manazas, como león de añiles trigales; y no me deja marchar. Compone para mí un arrullo de cordialidad. La fineza de su vozarrón delineado como un arrullo entre los puentes de lo que es rito en esa realidad fantástica, no me concierne porque no es para mí el decoro de lo enunciado. Lo corroe un rastro de brea de eso que nos embruja y, pese a su gentil sonrisa en esos momentos de tensión, logro pescar lo que pronuncia con forma corpórea. Deslizo mi carcaj entre los hilos de la tierra y las carcajadas me atraen. Los espíritus revelan sus rostros. Macilento, quizá rebelde. Atraen mi atención y los seis que cuento con el alma en vilo, ante mis carencias, me penetran y rescatan. Y sobrevivo ante las afrentas de los más justos. El pescador, sometido al perpetuo en júbilo, me zarandea de entre los aparecidos. Observo un gris arbóreo en sus pupilas, en las que se asoma una sonrisa que decomisa mi miedo a perderme entre las brumas de los cuatro puntos cardinales. Él me abraza y gobierna mi silencio con una felicidad que viene a mí en forma de relicario. Lo cuelga entre uno de mis dedos; entreveo que es uno de los huesos que él mismo se ha retirado para darme protección. Está bañado con ocre. Adornado por perlas de luz. Ahí entreveo el pastizal del obsequio, que me demuestra con mi orgullo envalentonado, que he golpeado a mi propio proceder en el fértil terreno. El mar de hierba decora el rastro de la espera; habrá que esperar a las siguientes lecciones, y, en el instante en que me restriega una carantoña en la cabeza; me anuncia que pasé la prueba en la que todos recuperan la inocencia y el ser criaturas de bien, es el dominio que debo demostrar ahora, de todas mis tonadas musicales. Me doy cuenta, que estoy completo.
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  • Me pregunto... ¿Que regalo me querrá dar Evancito? Ayer me quedé con el suspenso y estoy intrigado
    Me pregunto... ¿Que regalo me querrá dar Evancito? Ayer me quedé con el suspenso y estoy intrigado
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