| 𝗘𝗸𝗸𝗼𝗿𝗮 |
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| ??? αñoѕ |
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| 1.55 м || 42 ĸɢ |
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— 𝐃 𝐄 𝐌 𝐎 𝐍 𝐈 𝐎 —
  • Género Femenino
  • Raza Demonio
  • Fandom OC
  • Player
  • Soltero(a)
  • Cumpleaños 16 de octubre
  • 104 Publicaciones
  • 110 Escenas
  • Se unió en octubre 2023
  • 145 Visitas perfil
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  • Categorías de rol
    Acción , Aventura , Ciencia ficción , Comedia , Contemporáneo , Drama , Fantasía , Romance , Slice of Life , Suspenso , Original
Fijado
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Esᴛᴀ ᴄᴜᴇɴᴛᴀ ɴᴏ ᴀᴛɪᴇɴᴅᴇ ᴍᴇɴsᴀᴊᴇs ᴘʀɪᴠᴀᴅᴏs. Pᴀʀᴀ ᴄᴜᴀʟϙᴜɪᴇʀ ɪɴᴛᴇʀᴀᴄᴄɪᴏ́ɴ, ᴇᴛɪϙᴜᴇᴛᴀ ʏ ᴘᴜʙʟɪᴄᴀ ᴇɴ ᴇʟ ᴘᴇʀғɪʟ.

Rᴏʟ ᴄᴏɴ ᴄᴏɴᴛᴇxᴛᴏ, ᴀᴅᴜʟᴛᴏ —ᴀᴅᴠᴇʀᴛᴇɴᴄɪᴀ ᴅᴇ ᴄᴏɴᴛᴇɴɪᴅᴏ ᴇxᴘʟɪᴄɪᴛᴏ, ᴛᴇʀʀᴏʀ ʏ ɢᴏʀᴇ—
Esᴛᴀ ᴄᴜᴇɴᴛᴀ ɴᴏ ᴀᴛɪᴇɴᴅᴇ ᴍᴇɴsᴀᴊᴇs ᴘʀɪᴠᴀᴅᴏs. Pᴀʀᴀ ᴄᴜᴀʟϙᴜɪᴇʀ ɪɴᴛᴇʀᴀᴄᴄɪᴏ́ɴ, ᴇᴛɪϙᴜᴇᴛᴀ ʏ ᴘᴜʙʟɪᴄᴀ ᴇɴ ᴇʟ ᴘᴇʀғɪʟ. Rᴏʟ ᴄᴏɴ ᴄᴏɴᴛᴇxᴛᴏ, ᴀᴅᴜʟᴛᴏ —ᴀᴅᴠᴇʀᴛᴇɴᴄɪᴀ ᴅᴇ ᴄᴏɴᴛᴇɴɪᴅᴏ ᴇxᴘʟɪᴄɪᴛᴏ, ᴛᴇʀʀᴏʀ ʏ ɢᴏʀᴇ—
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  • Dentro De La Casa Negra
    Fandom The Animals
    Categoría Acción
    con: Kalhi NigDurgae, Wolf ᴬᵁ , Tolek Zientek

    https://www.youtube.com/watch?v=YWkBlpiaTvY

    Se detiene a un par de metros de la entrada. La puerta parpadea una última vez antes de desvanecerse, como si nunca hubiera estado allí, encerrándole junto a sus escoltas. En su lugar, solo queda la continuidad absurda del pasillo, ahora extendido también en dirección contraria.

    Una ilusión quebrada. Un nuevo comienzo.

    Ella sonríe, esa sonrisa suya, delgada y enigmática, que cuenta historias sin final feliz.

    — ¿Lo ves? —susurra, aunque no está claro a quién se dirige—. Esto es lo que quería mostrarte…

    Ekkora ya no corre. Camina despacio, con el dedo índice apoyado contra la pared derecha. La yema acaricia el cemento pintado de blanco, dejando una huella negra a su paso, como si su tacto fuera tizón.

    — Este lugar... cambia —dice, con voz suave, casi encantada. Mira las manchas de moho, huele el aire podrido—. Como yo.

    El lugar es un liminal sin tiempo ni origen. Las luces del techo zumban con un parpadeo irregular, a ratos blancas, a ratos amarillas, dejando sombras inconsistentes que se mueven por cuenta propia. El piso es de loseta deslucida, agrietada en los bordes. Las paredes, lisas y sin adornos, tienen ese tono gastado que no pertenece a ninguna época, como si fueran una copia mal hecha de una copia perdida.

    No hay puertas. Ni ventanas. Solo pasillo. Recto, eterno, sin un final a la vista. Pero cuando Ekkora roza un punto particular con la yema del dedo, el muro cede. Un pliegue en la realidad se revela: una línea apenas perceptible se abre, primero como una grieta en la pintura, luego como una ranura de aire que huele a tierra húmeda, óxido y pólvora quemada.

    La desviación se forma a su derecha, una abertura estrecha y serpenteante que no debería estar allí. Oscura. Orgánica. Su presencia es una anomalía palpable, como si el propio espacio respirara.

    Al fondo, un soldado espectral permanece inmóvil, pero no indiferente. Sus ojos, cargados de un brillo enfermo, la siguen. Les siguen. Y aterrizan en Kalhi NigDurgae.

    Ekkora ladea la cabeza, curiosa, casi divertida.

    — Estás atrapado, ¿no? —dice, como si hablara con un niño travieso—. Ni vivo ni muerto. Eso debe doler.

    Da un paso más y se inclina apenas, como si quisiera examinarlo más de cerca sin acercarse del todo.

    El soldado emite un sonido sordo, algo entre un quejido y un gruñido, pero no se mueve. No puede. Sus botas, sus pies son parte del suelo.

    Ekkora mira a los hombres que le acompañan, les sonríe y señala hacia adelante, hacia el soldado.

    — Primer Checkpoint.
    con: [Kalh1], [Wolfy], [Tolek] https://www.youtube.com/watch?v=YWkBlpiaTvY Se detiene a un par de metros de la entrada. La puerta parpadea una última vez antes de desvanecerse, como si nunca hubiera estado allí, encerrándole junto a sus escoltas. En su lugar, solo queda la continuidad absurda del pasillo, ahora extendido también en dirección contraria. Una ilusión quebrada. Un nuevo comienzo. Ella sonríe, esa sonrisa suya, delgada y enigmática, que cuenta historias sin final feliz. — ¿Lo ves? —susurra, aunque no está claro a quién se dirige—. Esto es lo que quería mostrarte… Ekkora ya no corre. Camina despacio, con el dedo índice apoyado contra la pared derecha. La yema acaricia el cemento pintado de blanco, dejando una huella negra a su paso, como si su tacto fuera tizón. — Este lugar... cambia —dice, con voz suave, casi encantada. Mira las manchas de moho, huele el aire podrido—. Como yo. El lugar es un liminal sin tiempo ni origen. Las luces del techo zumban con un parpadeo irregular, a ratos blancas, a ratos amarillas, dejando sombras inconsistentes que se mueven por cuenta propia. El piso es de loseta deslucida, agrietada en los bordes. Las paredes, lisas y sin adornos, tienen ese tono gastado que no pertenece a ninguna época, como si fueran una copia mal hecha de una copia perdida. No hay puertas. Ni ventanas. Solo pasillo. Recto, eterno, sin un final a la vista. Pero cuando Ekkora roza un punto particular con la yema del dedo, el muro cede. Un pliegue en la realidad se revela: una línea apenas perceptible se abre, primero como una grieta en la pintura, luego como una ranura de aire que huele a tierra húmeda, óxido y pólvora quemada. La desviación se forma a su derecha, una abertura estrecha y serpenteante que no debería estar allí. Oscura. Orgánica. Su presencia es una anomalía palpable, como si el propio espacio respirara. Al fondo, un soldado espectral permanece inmóvil, pero no indiferente. Sus ojos, cargados de un brillo enfermo, la siguen. Les siguen. Y aterrizan en [Kalh1]. Ekkora ladea la cabeza, curiosa, casi divertida. — Estás atrapado, ¿no? —dice, como si hablara con un niño travieso—. Ni vivo ni muerto. Eso debe doler. Da un paso más y se inclina apenas, como si quisiera examinarlo más de cerca sin acercarse del todo. El soldado emite un sonido sordo, algo entre un quejido y un gruñido, pero no se mueve. No puede. Sus botas, sus pies son parte del suelo. Ekkora mira a los hombres que le acompañan, les sonríe y señala hacia adelante, hacia el soldado. — Primer Checkpoint.
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  • Go Down. Down. Down ♪
    Fandom Made In Abyss
    Categoría Aventura
    Lo vio en un sueño. No fue un presagio, mucho menos un llamado. Era un residuo. El eco moribundo de algo que no le pertenecía, pero que vibraba en su médula como parte de sus huesos, como si su cuerpo recordara lo que su mente no podía nombrar.

    Fragmentos de voces sin boca.
    Luz negra entre jirones de carne rota.
    Y un susurro que clamaba ayuda... o inspiraba hambre.

    Al despertar, no dudó. Se calzó el abrigo y acomodó en el dedo el anillo que Tolek le dio, ese que le permitiría llamarle desde cualquier rincón de la existencia.

    Y dejó la cabaña.

    El rastro era invisible al ojo común, pero su percepción hendía la realidad como agujas la piel. Lo siguió hasta el lugar donde el espacio se deshilachaba, donde el aire estaba enfermo, con sabor a humedad, metal oxidado. Allí, el espacio se retorcía. Un pliegue, una herida que no sanaba, conectando el bosque del brujo con lo desconocido.

    El portal temblaba.
    Y Ekkora cruzó.

    Su cuerpo deformó el umbral al atravesarlo. La fractura chirrió, protestó, y se cerró tras ella.
    El otro lado la devoró.

    Lo primero que sintió fue el silencio. Un silencio cargado de respiraciones ocultas, como si algo, o muchas cosas, se arrastraran entre las raíces del lugar, esperando. Y empujaran contra ella.

    El Primer Nivel.
    Un mundo vivo, pero enfermo.
    Brotante, abominable.
    Hermoso en su podredumbre.

    Árboles inmensos y retorcidos como enfermos en agonía. Flores que olían a sangre y dulce. Criaturas que la observaban sin ojos.

    La luz no venía del sol. Era un resplandor cadavérico que hacía que las sombras se movieran incluso cuando no había nada. Eso le gustó.

    Exhaló, y su aliento salió negro, denso, viscoso. El entorno le oprimía tanto como su presencia empezaba a corromperlo, moho sobre un fruto maduro.

    Algo crujió. Ekkora volteó.

    Un insecto grotesco, del tamaño de un perro, se arrastró por la corteza cercana. Tenía un rostro que recordaba vagamente a un humano gritando.

    Lo miró con la curiosidad del predador que descubre una nueva presa, y no sabe aún si será alimento o... juguete.

    Sonrió, apenas.
    Un hilo de sangre negra resbaló por la comisura de su labio sin que lo notara.
    Dio un paso. Luego otro.
    Y comenzó a cercarse.

    Bajo sus pies, la tierra palpitaba.

    El Abismo la reconocía.
    Lo vio en un sueño. No fue un presagio, mucho menos un llamado. Era un residuo. El eco moribundo de algo que no le pertenecía, pero que vibraba en su médula como parte de sus huesos, como si su cuerpo recordara lo que su mente no podía nombrar. Fragmentos de voces sin boca. Luz negra entre jirones de carne rota. Y un susurro que clamaba ayuda... o inspiraba hambre. Al despertar, no dudó. Se calzó el abrigo y acomodó en el dedo el anillo que Tolek le dio, ese que le permitiría llamarle desde cualquier rincón de la existencia. Y dejó la cabaña. El rastro era invisible al ojo común, pero su percepción hendía la realidad como agujas la piel. Lo siguió hasta el lugar donde el espacio se deshilachaba, donde el aire estaba enfermo, con sabor a humedad, metal oxidado. Allí, el espacio se retorcía. Un pliegue, una herida que no sanaba, conectando el bosque del brujo con lo desconocido. El portal temblaba. Y Ekkora cruzó. Su cuerpo deformó el umbral al atravesarlo. La fractura chirrió, protestó, y se cerró tras ella. El otro lado la devoró. Lo primero que sintió fue el silencio. Un silencio cargado de respiraciones ocultas, como si algo, o muchas cosas, se arrastraran entre las raíces del lugar, esperando. Y empujaran contra ella. El Primer Nivel. Un mundo vivo, pero enfermo. Brotante, abominable. Hermoso en su podredumbre. Árboles inmensos y retorcidos como enfermos en agonía. Flores que olían a sangre y dulce. Criaturas que la observaban sin ojos. La luz no venía del sol. Era un resplandor cadavérico que hacía que las sombras se movieran incluso cuando no había nada. Eso le gustó. Exhaló, y su aliento salió negro, denso, viscoso. El entorno le oprimía tanto como su presencia empezaba a corromperlo, moho sobre un fruto maduro. Algo crujió. Ekkora volteó. Un insecto grotesco, del tamaño de un perro, se arrastró por la corteza cercana. Tenía un rostro que recordaba vagamente a un humano gritando. Lo miró con la curiosidad del predador que descubre una nueva presa, y no sabe aún si será alimento o... juguete. Sonrió, apenas. Un hilo de sangre negra resbaló por la comisura de su labio sin que lo notara. Dio un paso. Luego otro. Y comenzó a cercarse. Bajo sus pies, la tierra palpitaba. El Abismo la reconocía.
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  • Donde las Sombras Terminan
    Categoría Slice of Life
    Con el paso de los días, Ekkora comenzó a entender lo que veía, lo que sentía, lo que escuchaba. Las texturas del mundo, sus olores, sus ruidos, sus silencios.

    El lenguaje dejó de ser un obstáculo. Ya podía hablar. A su manera, torpe aún, con palabras desordenadas, mal encajadas, pero suficiente.

    Sus movimientos mejoraron. Más estables, aunque lentos, cada paso como si aún fuera una prueba. O como si supiera que algo faltaba.

    La casa de Tolek no era una jaula. Era más bien un santuario extraño: una mezcla de refugio, laboratorio y patio de juegos. Allí aprendía, observaba, probaba, sin reglas estrictas ni vigilancia constante. Pero no se alejaba, podría haberlo hecho cuando quisiera, pero no lo sentía necesario, no hasta haber recorrido cada rincón, abierto cada puerta, olido cada frasco, cada libro, rincón húmedo de madera y polvo.

    Y cuando la cabaña ya no ofrecía secretos, salió.

    Deambulaba por el bosque como una sombra sin rumbo. Rozaba la corteza de los árboles con los dedos, escuchaba los susurros del viento entre las hojas como si fueran palabras dichas solo para sus oídos. Observaba los animales sin hambre, sin miedo, solo con una curiosidad.

    Se alejaba más cada vez.
    Solo un poco.
    Solo unos pasos más allá.

    Hasta esa mañana. Hasta ese instante exacto en que el cielo comenzó a clarear.

    La luz del sol se filtró entre las copas de los árboles. Fina, dorada, suave. Y Ekkora no lo notó a tiempo.

    La primera caricia de luz directa sobre su piel la hizo estremecerse. La segunda la obligó a cerrar los ojos, de puro dolor.

    Después vino el fuego.

    La carne se le contrajo al contacto. No ardía como el fuego común: la luz le quemaba por dentro, como si intentara arrancarle algo esencial.

    Gritó.

    El sonido fue breve, un sollozo más que un grito real. Y echó a correr, pero ya no sabía dónde estaba. El bosque se cerraba sobre sí mismo, el sol subía. Sombras temblaban a su alrededor, encogiéndose. No eran refugio, no podían protegerla. Era un laberinto, vivo, denso, inmenso.

    Ekkora se arrojó hacia una mancha de sombra más espesa, jadeando, la piel agrietada por el resplandor. Humo oscuro salía de sus hombros. Y la luz la buscaba. El bosque ya no parecía tan inofensivo.

    Ahora estaba atrapada; Un animal nocturno, nacida del barro, enfrentando por primera vez el juicio del sol.
    Con el paso de los días, Ekkora comenzó a entender lo que veía, lo que sentía, lo que escuchaba. Las texturas del mundo, sus olores, sus ruidos, sus silencios. El lenguaje dejó de ser un obstáculo. Ya podía hablar. A su manera, torpe aún, con palabras desordenadas, mal encajadas, pero suficiente. Sus movimientos mejoraron. Más estables, aunque lentos, cada paso como si aún fuera una prueba. O como si supiera que algo faltaba. La casa de Tolek no era una jaula. Era más bien un santuario extraño: una mezcla de refugio, laboratorio y patio de juegos. Allí aprendía, observaba, probaba, sin reglas estrictas ni vigilancia constante. Pero no se alejaba, podría haberlo hecho cuando quisiera, pero no lo sentía necesario, no hasta haber recorrido cada rincón, abierto cada puerta, olido cada frasco, cada libro, rincón húmedo de madera y polvo. Y cuando la cabaña ya no ofrecía secretos, salió. Deambulaba por el bosque como una sombra sin rumbo. Rozaba la corteza de los árboles con los dedos, escuchaba los susurros del viento entre las hojas como si fueran palabras dichas solo para sus oídos. Observaba los animales sin hambre, sin miedo, solo con una curiosidad. Se alejaba más cada vez. Solo un poco. Solo unos pasos más allá. Hasta esa mañana. Hasta ese instante exacto en que el cielo comenzó a clarear. La luz del sol se filtró entre las copas de los árboles. Fina, dorada, suave. Y Ekkora no lo notó a tiempo. La primera caricia de luz directa sobre su piel la hizo estremecerse. La segunda la obligó a cerrar los ojos, de puro dolor. Después vino el fuego. La carne se le contrajo al contacto. No ardía como el fuego común: la luz le quemaba por dentro, como si intentara arrancarle algo esencial. Gritó. El sonido fue breve, un sollozo más que un grito real. Y echó a correr, pero ya no sabía dónde estaba. El bosque se cerraba sobre sí mismo, el sol subía. Sombras temblaban a su alrededor, encogiéndose. No eran refugio, no podían protegerla. Era un laberinto, vivo, denso, inmenso. Ekkora se arrojó hacia una mancha de sombra más espesa, jadeando, la piel agrietada por el resplandor. Humo oscuro salía de sus hombros. Y la luz la buscaba. El bosque ya no parecía tan inofensivo. Ahora estaba atrapada; Un animal nocturno, nacida del barro, enfrentando por primera vez el juicio del sol.
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  • Ekkora
    Nombre: EkkoraAlias: VantaBlackOrigen: ???Naturaleza: Entidad multidimensional demoniacaEdad cronológica: Semanas. Meses.Edad aparente/Madurez: 20–22 añosSexo: Femenino DESCRIPCIÓN FÍSICA 1.55 m // 45kg Constitución femenina, delgada, delicada. Piel blanca, casi translucida. Cabello negro, largo, ondulado. Ojos celestes. Su cuerpo parece absorber la...
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  • La vida la alcanzó como el rayo que rompe la noche.

    Violento, súbito. Y despiadado.

    Su pecho se arqueó. Una fuerza invisible la desgarró desde dentro, y, por primera vez, sus pulmones buscaron el mundo.

    El aire entró con fuerza, desplazando el líquido negro que los ocupaba, una sustancia viscosa y corrupta que parecía hecha de luto y raíces muertas. Tosió. Tosió como una criatura nacida del fango y la tortura.

    Cada espasmo la sacudió entera, haciéndole temblar con la violencia que gritaba no debes estar viva.

    El agua, entonces, volvió a reclamarla.
    Su cuerpo fue tragado otra vez por el pantano, pero ya no era el mismo barro. Su consciencia se encendió en la profundidad y una sombra, un residuo de poder y voluntad, creció bajo la superficie.

    Allí donde su cuerpo tocara el mundo, surgió una mancha: negra, densa, oleosa, un error en la piel del paisaje. No solo manchaba: devoraba. Crecía con hambre, extendiéndose en filamentos que ondulaban como tentáculos suaves sobre el agua.

    Y fue esa misma mancha la que la sostuvo.

    La alzó sin prisa, sin manos. El pantano le perteneció por ese instante, y la depositó en la orilla, a salvo.

    Ekkora se incorporó.

    Sus piernas, hasta entonces ajenas a la gravedad, temblaban como juncos en el viento. Cada músculo era torpe, débil, pero su aura, incluso en ese estado, era imposible de ignorar.

    No brillaba.
    No ardía.

    Negra.
    Profunda.

    Se sentía como un vacío que tiraba mundo hacia ella, como un campo magnético atrayendo si mover todo lo que le rodeaba. Una tensión en el aire, espesa y húmeda, que anunciaba que algo imposible había ocurrido. Y nada podría detenerla.

    Entonces, abrió los ojos.
    Y no eran ojos humanos.

    Al principio vacíos, oscuros, el infinito en las profundas cuencas. Pero, en un segundo, se redefinieron, adoptando la forma de la realidad que la rodeaba, con una chispa de la magia que el brujo embulló en sus venas; Ya no negros, ahora celestes.

    La magia de Tolek, la desesperación de su amor, los huesos de Side, la oscuridad que una vez fue Blackhole... ahora latían en su interior, en su piel, en su existencia.
    La vida la alcanzó como el rayo que rompe la noche. Violento, súbito. Y despiadado. Su pecho se arqueó. Una fuerza invisible la desgarró desde dentro, y, por primera vez, sus pulmones buscaron el mundo. El aire entró con fuerza, desplazando el líquido negro que los ocupaba, una sustancia viscosa y corrupta que parecía hecha de luto y raíces muertas. Tosió. Tosió como una criatura nacida del fango y la tortura. Cada espasmo la sacudió entera, haciéndole temblar con la violencia que gritaba no debes estar viva. El agua, entonces, volvió a reclamarla. Su cuerpo fue tragado otra vez por el pantano, pero ya no era el mismo barro. Su consciencia se encendió en la profundidad y una sombra, un residuo de poder y voluntad, creció bajo la superficie. Allí donde su cuerpo tocara el mundo, surgió una mancha: negra, densa, oleosa, un error en la piel del paisaje. No solo manchaba: devoraba. Crecía con hambre, extendiéndose en filamentos que ondulaban como tentáculos suaves sobre el agua. Y fue esa misma mancha la que la sostuvo. La alzó sin prisa, sin manos. El pantano le perteneció por ese instante, y la depositó en la orilla, a salvo. Ekkora se incorporó. Sus piernas, hasta entonces ajenas a la gravedad, temblaban como juncos en el viento. Cada músculo era torpe, débil, pero su aura, incluso en ese estado, era imposible de ignorar. No brillaba. No ardía. Negra. Profunda. Se sentía como un vacío que tiraba mundo hacia ella, como un campo magnético atrayendo si mover todo lo que le rodeaba. Una tensión en el aire, espesa y húmeda, que anunciaba que algo imposible había ocurrido. Y nada podría detenerla. Entonces, abrió los ojos. Y no eran ojos humanos. Al principio vacíos, oscuros, el infinito en las profundas cuencas. Pero, en un segundo, se redefinieron, adoptando la forma de la realidad que la rodeaba, con una chispa de la magia que el brujo embulló en sus venas; Ya no negros, ahora celestes. La magia de Tolek, la desesperación de su amor, los huesos de Side, la oscuridad que una vez fue Blackhole... ahora latían en su interior, en su piel, en su existencia.
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