¿Quién eres?
con Regulus Azrerious
Hace días que Ekkora siente algo. No podría llamarlo presencia, ni exactamente vigilancia. Es como si un ojo invisible le siguiera el rastro, como si el aire susurrara cada cosa que hace. Le intriga. No la asusta, ni la incomoda. Le provoca esa misma chispa que prende cuando ante todo lo desconocido que merece ser descubierto.
La noche cae sobre los techos de la ciudad. El letrero rojo del restaurante chino chisporrotea con su zumbido familiar. Ekkora empuja la puerta de vidrio y entra. Dentro, la calidez de las estufas que nunca dejan de trabajar y el murmullo de los clientes la envuelven con familiaridad. Se le ha hecho costumbre venir sola y ocupar una mesa del fondo, entre la ventana empañada y la puerta de la cocina.
Pero esta noche hay algo diferente.
Lo siente apenas cruza la puerta: una energía nueva. Una esencia que desentona con todo lo demás, como nunca ha experimentado. Es como una nota en otro tono, perfectamente colocada para perturbar la melodía.
Su mirada se desplaza lentamente entre los rostros, conocidos y no tanto, hasta detenerse en uno que le es por completo nuevo, aunque no luzca diferente.
Un hombre.
Sin anunciarse, Ekkora se desvía de su recorrido habitual y se sienta frente a él, en la misma mesa. No sonríe, pero hay un brillo travieso en sus ojos. Apoya los codos sobre la mesa, entrelaza los dedos y lo observa con descaro; una parte de ella quiere culparle y acusarle de espiarle día tras día, pero su lado racional y apenas educado por un padre metódico y cuidoso, le advierte de no dar nada por hecho sin pruebas que lo respalden.
— No eres de por aquí, ¿Verdad? —dice en voz baja, como si compartiera un secreto con él.
Hace días que Ekkora siente algo. No podría llamarlo presencia, ni exactamente vigilancia. Es como si un ojo invisible le siguiera el rastro, como si el aire susurrara cada cosa que hace. Le intriga. No la asusta, ni la incomoda. Le provoca esa misma chispa que prende cuando ante todo lo desconocido que merece ser descubierto.
La noche cae sobre los techos de la ciudad. El letrero rojo del restaurante chino chisporrotea con su zumbido familiar. Ekkora empuja la puerta de vidrio y entra. Dentro, la calidez de las estufas que nunca dejan de trabajar y el murmullo de los clientes la envuelven con familiaridad. Se le ha hecho costumbre venir sola y ocupar una mesa del fondo, entre la ventana empañada y la puerta de la cocina.
Pero esta noche hay algo diferente.
Lo siente apenas cruza la puerta: una energía nueva. Una esencia que desentona con todo lo demás, como nunca ha experimentado. Es como una nota en otro tono, perfectamente colocada para perturbar la melodía.
Su mirada se desplaza lentamente entre los rostros, conocidos y no tanto, hasta detenerse en uno que le es por completo nuevo, aunque no luzca diferente.
Un hombre.
Sin anunciarse, Ekkora se desvía de su recorrido habitual y se sienta frente a él, en la misma mesa. No sonríe, pero hay un brillo travieso en sus ojos. Apoya los codos sobre la mesa, entrelaza los dedos y lo observa con descaro; una parte de ella quiere culparle y acusarle de espiarle día tras día, pero su lado racional y apenas educado por un padre metódico y cuidoso, le advierte de no dar nada por hecho sin pruebas que lo respalden.
— No eres de por aquí, ¿Verdad? —dice en voz baja, como si compartiera un secreto con él.
con [illusion_maroon_lobster_111]
Hace días que Ekkora siente algo. No podría llamarlo presencia, ni exactamente vigilancia. Es como si un ojo invisible le siguiera el rastro, como si el aire susurrara cada cosa que hace. Le intriga. No la asusta, ni la incomoda. Le provoca esa misma chispa que prende cuando ante todo lo desconocido que merece ser descubierto.
La noche cae sobre los techos de la ciudad. El letrero rojo del restaurante chino chisporrotea con su zumbido familiar. Ekkora empuja la puerta de vidrio y entra. Dentro, la calidez de las estufas que nunca dejan de trabajar y el murmullo de los clientes la envuelven con familiaridad. Se le ha hecho costumbre venir sola y ocupar una mesa del fondo, entre la ventana empañada y la puerta de la cocina.
Pero esta noche hay algo diferente.
Lo siente apenas cruza la puerta: una energía nueva. Una esencia que desentona con todo lo demás, como nunca ha experimentado. Es como una nota en otro tono, perfectamente colocada para perturbar la melodía.
Su mirada se desplaza lentamente entre los rostros, conocidos y no tanto, hasta detenerse en uno que le es por completo nuevo, aunque no luzca diferente.
Un hombre.
Sin anunciarse, Ekkora se desvía de su recorrido habitual y se sienta frente a él, en la misma mesa. No sonríe, pero hay un brillo travieso en sus ojos. Apoya los codos sobre la mesa, entrelaza los dedos y lo observa con descaro; una parte de ella quiere culparle y acusarle de espiarle día tras día, pero su lado racional y apenas educado por un padre metódico y cuidoso, le advierte de no dar nada por hecho sin pruebas que lo respalden.
— No eres de por aquí, ¿Verdad? —dice en voz baja, como si compartiera un secreto con él.
Tipo
Individual
Líneas
Cualquier línea
Estado
Disponible

