• Había salido a dar un paseo después de haber dejado a mi tigre para que lo bañaran y le cortaran las garritas.


    Me metí por un pequeño parque sentandome en un banco admirando todo hasta que llegó un chico a molestarme, lo cual, ya estaba acostumbrada pero el verdadero horror fue cuando quiso tocar.

    Boy: Hey linda, no digas que no quieres que te toque

    Dijo acercándose más a mi mientras yo lo miraba con asco.

    — Llegas a tocarme y te juro te voy a arrancar las manos y se las daré de comer a mi tigre

    Amenacé intentando no acabar toda manchada de sangre pero nada que se iba el hombre y ya me estaba hartando.
    Había salido a dar un paseo después de haber dejado a mi tigre para que lo bañaran y le cortaran las garritas. Me metí por un pequeño parque sentandome en un banco admirando todo hasta que llegó un chico a molestarme, lo cual, ya estaba acostumbrada pero el verdadero horror fue cuando quiso tocar. Boy: Hey linda, no digas que no quieres que te toque Dijo acercándose más a mi mientras yo lo miraba con asco. — Llegas a tocarme y te juro te voy a arrancar las manos y se las daré de comer a mi tigre Amenacé intentando no acabar toda manchada de sangre pero nada que se iba el hombre y ya me estaba hartando.
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  • —¡Que horror, que horror! Este mundo gris se empeña en domesticar las almas, enjaular los éxtasis y los horrores en una prisión de minimalismo y serenidad insípida —se lleva el dorso de la mano a la frente— ¡Ah, qué tristeza! Han olvidado la belleza sublime del caos, el color vibrante de la locura... Por eso estoy aquí, como curadora de lo que rechazan, para recordarles la fragilidad de la cordura... y devolver al mundo su paleta de colores más intensa. ¡El rojo de la pasión, el negro de la desesperación, y el púrpura divino del Abismo!. Después de todo, ¿qué es un alma sino una obra de arte esperando ser...liberada~?
    —¡Que horror, que horror! Este mundo gris se empeña en domesticar las almas, enjaular los éxtasis y los horrores en una prisión de minimalismo y serenidad insípida —se lleva el dorso de la mano a la frente— ¡Ah, qué tristeza! Han olvidado la belleza sublime del caos, el color vibrante de la locura... Por eso estoy aquí, como curadora de lo que rechazan, para recordarles la fragilidad de la cordura... y devolver al mundo su paleta de colores más intensa. ¡El rojo de la pasión, el negro de la desesperación, y el púrpura divino del Abismo!. Después de todo, ¿qué es un alma sino una obra de arte esperando ser...liberada~?
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  • ✧ La Muerte de Elaenya, Diosa del Alba ✧

    En los días en que los dioses aún caminaban entre los rayos del firmamento, el Cielo Eterno era una sinfonía de luz, armonía y creación. Los ríos de oro líquido corrían por los mármoles blancos del Trono Solar; las constelaciones danzaban al compás de los cánticos divinos; y en el centro de todo, como la primera chispa de vida, reinaban Caelis y Elaenya, los consortes del amanecer y del trueno.

    Ella era la Luz del Principio, la que despertaba a los mundos con el roce de su aliento. Tenía el cabello del color del trigo bañado en fuego, ojos como dos soles inmóviles y un corazón que ardía con la pasión de todo lo vivo. Era intensa, caprichosa, emocional hasta las lágrimas, y por eso, tan profundamente humana a los ojos de su esposo.
    Caelis, en cambio, era el equilibrio: el eco del rayo, la tempestad que preserva el orden destruyendo lo que amenaza el ciclo. Su voz contenía la furia de los relámpagos, pero cuando hablaba con ella, se convertía en una brisa serena.

    Juntos gobernaron eras. Cada amanecer era un beso; cada tormenta, una caricia disfrazada de rugido. Pero los dioses, tan altos como frágiles, olvidan que la eternidad exige sacrificios.

    Fue en la Guerra de los Cielos, cuando las fuerzas del Vacío —criaturas nacidas de la Nada, sin rostro ni alma— cruzaron los límites del firmamento. Los tronos temblaron, las estrellas sangraron, y Elaenya, impulsiva y valerosa, descendió al campo de batalla sin esperar el decreto del Consejo Celestial. Caelis la siguió, pero llegó tarde.

    Cuando la encontró, la diosa de la luz ya había roto su divinidad para sellar la grieta que el Vacío había abierto entre los mundos.
    El sacrificio era irreversible.
    Y el precio, insoportable.

    La escena era indescriptible.
    El cielo, antes inmaculado, se hallaba cubierto por un crepúsculo perpetuo. El suelo divino estaba cubierto de plumas blancas chamuscadas, fragmentos de vidrio celestial y pétalos marchitos. En el centro de aquel santuario destrozado, Elaenya yacía entre los restos de su propia creación. Su resplandor —aquel que alguna vez despertaba soles— se deshacía en motas doradas que el viento dispersaba lentamente.

    Caelis cayó de rodillas.
    El trueno que retumbó al hacerlo rompió los cristales del cielo.

    Tomó su cuerpo entre los brazos, sintiendo cómo la calidez divina se disipaba de su piel.
    Las lágrimas —algo que un dios jamás debía conocer— comenzaron a rodar por su rostro. Cada una caía al suelo con el sonido del metal quebrándose.

    —Elaenya… —su voz fue apenas un susurro.
    Los labios de ella se movieron, temblando.
    —No llores por mí, amor mío. La luz no muere. Solo… cambia de forma.

    Sus palabras, ligeras como el polvo de las estrellas, se apagaron antes de llegar a su oído.
    Caelis la sostuvo más fuerte, desesperado por retenerla en sus brazos, pero la divinidad no puede ser apresada. La piel de Elaenya se convirtió en polvo luminoso; su cabello se transformó en ríos dorados que ascendían al cielo; su última mirada, en una promesa que lo condenaría para siempre.

    Entonces el trueno rugió.

    El cielo entero se fracturó en mil relámpagos. Los templos sagrados se derrumbaron; las constelaciones giraron erráticas; los coros celestiales enmudecieron. Los dioses contemplaron horrorizados cómo Caelis, el guardián del orden, se convertía en tempestad pura.

    —¡Ninguno de ustedes se atreva a tocarla! —bramó.
    Sus alas, de un blanco inmaculado, se tornaron negras como la tormenta.
    Los rayos cayeron en cascada, cruzando el firmamento, y el mar de las estrellas se tornó gris.

    Los altos señores del Cielo le suplicaron que se detuviera, pero su dolor era más grande que su poder.
    Los relámpagos formaron una cúpula alrededor del cuerpo que ya no existía.
    Y en el silencio posterior, solo quedó el eco del juramento que marcaría el fin de una era:

    —Si el Cielo exige que amemos solo dentro de sus leyes, que el Cielo mismo se derrumbe.

    Los dioses lo declararon traidor.
    Pero él ya no los escuchaba.

    Cuando la última chispa de Elaenya ascendió, Caelis extendió una mano hacia ella… y en su lugar, cayó.
    Su descenso fue como un eclipse: un dios de luz cayendo en un mar de sombras.
    Los vientos de la creación se estremecieron mientras cruzaba las capas del firmamento, dejando tras de sí un sendero de fuego azul.

    Los mortales, abajo, lo vieron como una estrella ardiendo en el horizonte.
    Ninguno supo que lo que contemplaban no era una estrella, sino un dios roto.

    Cuando el impacto estremeció la tierra, Caelis abrió los ojos entre ceniza y lluvia.
    Por primera vez, el trueno no lo obedecía.
    Su divinidad se había fragmentado junto con su alma.

    Y así comenzó su exilio.
    Un dios que alguna vez gobernó los cielos, ahora perdido entre hombres que no lo recordaban.
    El amor lo había humanizado.
    La pérdida lo había condenado.

    El Cielo nunca volvió a ser el mismo.
    Desde aquel día, el amanecer brilla con un matiz dorado y triste —el último suspiro de Elaenya, que aún acaricia la tierra en busca de su amado.

    Y cuando la tormenta ruge con furia desmedida, los sabios dicen que es Caelis Veyrith, clamando al firmamento que le devuelva la única luz que el universo no debió apagar.
    ✧ La Muerte de Elaenya, Diosa del Alba ✧ En los días en que los dioses aún caminaban entre los rayos del firmamento, el Cielo Eterno era una sinfonía de luz, armonía y creación. Los ríos de oro líquido corrían por los mármoles blancos del Trono Solar; las constelaciones danzaban al compás de los cánticos divinos; y en el centro de todo, como la primera chispa de vida, reinaban Caelis y Elaenya, los consortes del amanecer y del trueno. Ella era la Luz del Principio, la que despertaba a los mundos con el roce de su aliento. Tenía el cabello del color del trigo bañado en fuego, ojos como dos soles inmóviles y un corazón que ardía con la pasión de todo lo vivo. Era intensa, caprichosa, emocional hasta las lágrimas, y por eso, tan profundamente humana a los ojos de su esposo. Caelis, en cambio, era el equilibrio: el eco del rayo, la tempestad que preserva el orden destruyendo lo que amenaza el ciclo. Su voz contenía la furia de los relámpagos, pero cuando hablaba con ella, se convertía en una brisa serena. Juntos gobernaron eras. Cada amanecer era un beso; cada tormenta, una caricia disfrazada de rugido. Pero los dioses, tan altos como frágiles, olvidan que la eternidad exige sacrificios. Fue en la Guerra de los Cielos, cuando las fuerzas del Vacío —criaturas nacidas de la Nada, sin rostro ni alma— cruzaron los límites del firmamento. Los tronos temblaron, las estrellas sangraron, y Elaenya, impulsiva y valerosa, descendió al campo de batalla sin esperar el decreto del Consejo Celestial. Caelis la siguió, pero llegó tarde. Cuando la encontró, la diosa de la luz ya había roto su divinidad para sellar la grieta que el Vacío había abierto entre los mundos. El sacrificio era irreversible. Y el precio, insoportable. La escena era indescriptible. El cielo, antes inmaculado, se hallaba cubierto por un crepúsculo perpetuo. El suelo divino estaba cubierto de plumas blancas chamuscadas, fragmentos de vidrio celestial y pétalos marchitos. En el centro de aquel santuario destrozado, Elaenya yacía entre los restos de su propia creación. Su resplandor —aquel que alguna vez despertaba soles— se deshacía en motas doradas que el viento dispersaba lentamente. Caelis cayó de rodillas. El trueno que retumbó al hacerlo rompió los cristales del cielo. Tomó su cuerpo entre los brazos, sintiendo cómo la calidez divina se disipaba de su piel. Las lágrimas —algo que un dios jamás debía conocer— comenzaron a rodar por su rostro. Cada una caía al suelo con el sonido del metal quebrándose. —Elaenya… —su voz fue apenas un susurro. Los labios de ella se movieron, temblando. —No llores por mí, amor mío. La luz no muere. Solo… cambia de forma. Sus palabras, ligeras como el polvo de las estrellas, se apagaron antes de llegar a su oído. Caelis la sostuvo más fuerte, desesperado por retenerla en sus brazos, pero la divinidad no puede ser apresada. La piel de Elaenya se convirtió en polvo luminoso; su cabello se transformó en ríos dorados que ascendían al cielo; su última mirada, en una promesa que lo condenaría para siempre. Entonces el trueno rugió. El cielo entero se fracturó en mil relámpagos. Los templos sagrados se derrumbaron; las constelaciones giraron erráticas; los coros celestiales enmudecieron. Los dioses contemplaron horrorizados cómo Caelis, el guardián del orden, se convertía en tempestad pura. —¡Ninguno de ustedes se atreva a tocarla! —bramó. Sus alas, de un blanco inmaculado, se tornaron negras como la tormenta. Los rayos cayeron en cascada, cruzando el firmamento, y el mar de las estrellas se tornó gris. Los altos señores del Cielo le suplicaron que se detuviera, pero su dolor era más grande que su poder. Los relámpagos formaron una cúpula alrededor del cuerpo que ya no existía. Y en el silencio posterior, solo quedó el eco del juramento que marcaría el fin de una era: —Si el Cielo exige que amemos solo dentro de sus leyes, que el Cielo mismo se derrumbe. Los dioses lo declararon traidor. Pero él ya no los escuchaba. Cuando la última chispa de Elaenya ascendió, Caelis extendió una mano hacia ella… y en su lugar, cayó. Su descenso fue como un eclipse: un dios de luz cayendo en un mar de sombras. Los vientos de la creación se estremecieron mientras cruzaba las capas del firmamento, dejando tras de sí un sendero de fuego azul. Los mortales, abajo, lo vieron como una estrella ardiendo en el horizonte. Ninguno supo que lo que contemplaban no era una estrella, sino un dios roto. Cuando el impacto estremeció la tierra, Caelis abrió los ojos entre ceniza y lluvia. Por primera vez, el trueno no lo obedecía. Su divinidad se había fragmentado junto con su alma. Y así comenzó su exilio. Un dios que alguna vez gobernó los cielos, ahora perdido entre hombres que no lo recordaban. El amor lo había humanizado. La pérdida lo había condenado. El Cielo nunca volvió a ser el mismo. Desde aquel día, el amanecer brilla con un matiz dorado y triste —el último suspiro de Elaenya, que aún acaricia la tierra en busca de su amado. Y cuando la tormenta ruge con furia desmedida, los sabios dicen que es Caelis Veyrith, clamando al firmamento que le devuelva la única luz que el universo no debió apagar.
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  • —Hola cómo están está tarde les contaré la historia de Cinthia espero y disfruten del relato —

    hace cinco años, cuando tenía 20, vivía con mi madre, mis tías y mi abuela en una antigua casa de campo a las afueras del pueblo. Desde que tengo memoria, ellas se habían dedicado a la brujería, algo que, aunque no compartía, había aceptado como parte de mi vida. No obstante, esa noche en particular fue diferente, pues nunca antes había presenciado uno de sus rituales.

    Era una noche oscura y lúgubre, en la que apenas se distinguía la luz de la luna entre las nubes. Había un aire pesado y denso que me rodeaba, como si presintiera que algo extraño estaba a punto de suceder. Mi familia decidió realizar un ritual para alejar las malas vibras de nuestra casa, y aunque no era mi costumbre, decidí unirme a ellas.

    Nos dirigimos hacia una cueva ubicada cerca de nuestra casa, un lugar que siempre me había parecido tenebroso y del cual había evitado acercarme. Sin embargo, esta vez me encontraba caminando hacia allí, acompañada por el sonido de nuestras pisadas en la hojarasca y el murmullo de las ramas moviéndose por el viento.

    Al llegar a la entrada de la cueva, mis tías encendieron velas, mientras mi abuela sostenía en sus manos unos libros antiguos y polvorientos cuyo contenido desconocía. La luz de las velas proyectaba sombras fantasmagóricas en las paredes de la cueva, lo que acentuaba mi creciente sensación de inquietud.

    Mis tías comenzaron a preparar el ritual, disponiendo todo lo necesario en el suelo. Entre los elementos que utilizarían, había una botella con sangre de cabra y un mechón de cabello del cual no sabía su procedencia. La simple visión de esos objetos aumentaba mi temor, pero decidí mantener la compostura y seguir adelante.

    A medida que el ritual avanzaba, mis tías y mi abuela recitaban palabras en un idioma que no reconocía, y yo me mantenía en silencio, observando cada movimiento con cautela. No podía evitar sentir que algo no estaba bien, que aquel ritual tenía un propósito más oscuro del que me habían contado.

    No obstante, me encontraba allí, en medio de la oscuridad, junto a mi familia, sintiendo cómo una energía inquietante se apoderaba de la cueva. En mi mente, una mezcla de miedo y curiosidad me impulsaba a quedarme y descubrir qué sucedería a continuación, sin saber que aquella noche sería solo el comienzo de una serie de aterradores acontecimientos que cambiarían mi vida para siempre.

    En ese momento, casi al finalizar el ritual, mi abuela mencionó el nombre de mi novio, Jorge. Sentí cómo mi corazón se detenía por un instante y mi sangre se helaba en las venas. A pesar de mi miedo, la ira comenzó a apoderarse de mí. No podía creer que mi familia estuviera haciendo algo en contra de la persona a la que amaba.

    Enfurecida, me abalancé sobre el altar improvisado y arrojé al suelo las velas y la sangre que estaba en un florero. La oscuridad invadió la cueva mientras las llamas se apagaban, y el eco de mis acciones retumbaba en las paredes de piedra.

    Mis tías y mi abuela me miraron sorprendidas, mientras mi madre intentaba justificar sus acciones, diciéndome que Jorge no me convenía, que no tenía trabajo y era poco agraciado, y que yo merecía a alguien mejor. En ese momento, mi enojo alcanzó su punto máximo y, sin poder contenerme, les grité que no se metieran en mi vida.

    La cueva parecía vibrar con la intensidad de mis palabras, como si las propias paredes pudieran sentir mi ira y mi dolor. Mi madre y mis tías bajaron la mirada, mientras mi abuela me observaba con una expresión indescifrable en su rostro arrugado.

    La ira se disipó lentamente, dejando tras de sí un profundo sentimiento de tristeza y traición. Me di cuenta de que, en su afán por protegerme y guiarme, mi familia había cruzado un límite que no debieron traspasar. A pesar del amor que sentía por ellas, sabía que ya no podría confiar en ellas de la misma manera.

    En silencio, recogí las velas apagadas y salí de la cueva, dejando atrás a mi familia y el ritual inconcluso. La noche había recuperado su oscuridad y frío, pero mi corazón ardiendo de furia e indignación me mantenía caliente mientras me alejaba de aquel lugar.

    No sabía qué me depararía el futuro después de esa traición, pero estaba decidida a enfrentar cualquier desafío por mi cuenta, sin dejarme influenciar por las creencias y deseos de mi familia. Lo que no imaginaba era que aquella noche de traición y furia sería solo el inicio de una serie de eventos escalofriantes que pondrían a prueba mi valentía y cambiarían mi vida para siempre.

    Apenas llegué a casa, tomé una maleta y comencé a llenarla con mi ropa y pertenencias más importantes, decidida a irme a casa de Jorge, quien vivía a poca distancia. No quería pasar ni un segundo más en ese lugar donde mi familia había intentado manipular mi vida sin mí consentimiento.

    Estaba a punto de salir por la puerta cuando las brujas de mi familia aparecieron frente a mí. Una de mis tías me miró con seriedad y me dijo que entendía mi enojo, pero que lo que había hecho estaba muy mal. Me explicó que dejar un ritual inconcluso podría traer graves consecuencias, ya que estaba jugando con fuerzas que no debían ser tomadas a la ligera. Hizo alusión a que el diablo no toleraba ese tipo de juegos.

    A pesar de sus palabras, no podía dejar de sentir coraje hacia ellas. Les respondí con firmeza que no me importaban las consecuencias y que me iba de esa casa para que no me molestaran más. Les pedí que dejaran en paz a Jorge y que no intentaran interferir en nuestra relación de nuevo.

    Mis tías y mi madre parecieron sorprendidas por mi determinación, pero mi abuela me observó con una expresión preocupada en su rostro. A pesar de su reacción, me mantuve firme en mi decisión y salí de la casa, sintiendo un peso en mi pecho que me oprimía.

    Llegué a casa de Jorge y le conté lo sucedido, buscando consuelo y apoyo en él. Él me abrazó con fuerza, prometiéndome que estaríamos juntos y enfrentaríamos cualquier cosa que se nos presentara. Aunque sus palabras me reconfortaron, no pude evitar sentir un temor creciente en mi interior, como si el abismo de lo desconocido se abriera ante mí.

    La advertencia de mi tía sobre las consecuencias de dejar un ritual inconcluso retumbaba en mi mente, pero me negaba a darle importancia. No quería que el miedo gobernara mi vida y mis decisiones, pero lo que no sabía era que esa noche había desatado fuerzas oscuras que no tardarían en manifestarse.

    Las primeras semanas en casa de Jorge transcurrieron sin incidentes. Nos sentíamos felices y seguros juntos, y yo comenzaba a olvidar los eventos aterradores que habían llevado a mi huida de la casa de mi familia. Sin embargo, esa tranquilidad no duró mucho.

    Una noche, mientras estábamos acostados en la cama, comenzamos a escuchar un extraño sonido, como si algo estuviera arañando las paredes. Nos miramos con inquietud, pero no le dimos mayor importancia, atribuyéndolo a algún animal nocturno o al viento.

    Otra noche, Jorge metió la mano debajo de la cama para buscar algo que había dejado caer y sintió que algo lamió su mano. Retiró la mano rápidamente, describiendo una lengua fría, rasposa y asquerosa. Ambos nos quedamos estupefactos y asustados, pero no encontramos ninguna explicación lógica para lo sucedido.

    El miedo comenzó a apoderarse de nosotros cuando, en otra ocasión, mientras dormíamos, fuimos despertados por ruidos en la habitación. Al abrir los ojos, vimos algo que parecía sacado de nuestras peores pesadillas: dos de los peluches de Jorge parecían haber cobrado vida y se burlaban de nosotros, señalándonos y riéndose con malicia.

    El terror nos invadió por completo, y comenzamos a cuestionarnos si lo que estaba sucediendo tenía alguna conexión con el ritual inconcluso que había interrumpido semanas atrás. La advertencia de mi tía resonaba en mi mente, y no pude evitar sentir que, en mi desesperación por proteger a Jorge, había desatado fuerzas oscuras y peligrosas que ahora nos acechaban.

    Sabía que debía enfrentar el problema y buscar una solución antes de que las cosas empeoraran, pero no tenía idea de cómo hacerlo. Había dejado atrás a mi familia y sus conocimientos sobre brujería, y ahora me encontraba atrapada en una situación que amenazaba con destruir la vida que había construido junto a Jorge.

    Con cada nueva manifestación de esas fuerzas oscuras, la tensión y el miedo se apoderaban cada vez más de nuestras vidas. La incertidumbre y la angustia nos atormentaban día y noche, y sabíamos que debíamos encontrar una manera de detener ese tormento antes de que fuera demasiado tarde.

    La situación empeoró considerablemente. Un día, mientras Jorge se bañaba, escuché un grito desgarrador que provenía del baño. Corrí hacia allí y lo encontré temblando de miedo. Me contó que el agua de la ducha había salido hirviendo de repente, la luz del baño se había apagado y, además, había escuchado a alguien pronunciar su nombre en repetidas ocasiones.

    Al escuchar su relato, mi corazón latía a mil por hora y el miedo recorrió todo mi ser. Lo abracé con fuerza y le dije que todo estaría bien, pero en mi interior sabía que estaba equivocada. Aquella misma noche, uno de los peores presagios se manifestó: una de las cruces que Jorge tenía en su cuarto, ya que era católico, se cayó y se partió en pedazos sin razón aparente.

    Para colmo, Jorge comenzó a sentirse muy mal. Le dio fiebre, tos y su piel se tornó pálida. Su estado empeoró rápidamente e incluso empezó a vomitar cabellos, algo que me dejó horrorizada y sin saber qué hacer. No podía negar más la realidad: las fuerzas oscuras desatadas por el ritual inconcluso estaban afectando a Jorge, y era mi culpa.

    Desesperada y sintiendo que no tenía otra opción, decidí enfrentar mi miedo y regresar a la casa de mi familia para pedirles ayuda. A pesar de todo lo que había ocurrido, sabía que ellas eran las únicas que podrían enfrentar y detener las fuerzas que ahora amenazaban nuestras vidas.

    Con el corazón en un puño y la determinación de proteger a Jorge, me dispuse a enfrentar a mi familia y a las sombras del pasado que ahora se cernían sobre nosotros. No tenía idea de lo que encontraría al regresar a aquella casa ni de si podríamos detener el mal que nos acechaba, pero estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para salvar a Jorge y recuperar nuestras vidas.

    Regresé a la casa de mi familia con el corazón lleno de temor y resentimiento. A pesar de que no quería estar allí, sabía que era la única opción que tenía para proteger a Jorge y poner fin a la pesadilla que estábamos viviendo.

    Mis tías, mi madre y mi abuela estaban felices de verme de vuelta, pero yo no podía olvidar lo que habían intentado hacerle a Jorge. Aun así, les conté todo lo que nos había sucedido en los últimos días, esperando que pudieran ayudarnos a detener las fuerzas oscuras que nos atormentaban.

    Para mi sorpresa, no parecieron sorprendidas por lo que les conté. Con seriedad, prometieron ayudarnos y aseguraron que todo mejoraría. Incluso afirmaron que dejarían de interferir en mi relación con Jorge, reconociendo que habían cruzado un límite que no debieron traspasar.

    A pesar de sus palabras, no podía evitar sentir cierta desconfianza. Sin embargo, sabía que no tenía otra opción que confiar en ellas y en su conocimiento sobre brujería para enfrentar las fuerzas malignas que habíamos desatado.

    Mis tías, mi madre y mi abuela comenzaron a preparar un ritual de purificación y protección, con el objetivo de limpiar nuestra energía y alejar las entidades oscuras que nos acechaban. Me pidieron que participara en el ritual y les confiara mis miedos y preocupaciones, algo que hice con cierta reticencia, pero también con la esperanza de que podría salvar a Jorge y a mí de la oscuridad que nos envolvía.

    Con temor y resignación, volví a la cueva en la que había interrumpido el ritual anterior. Mi madre me explicó que, para solucionar el problema que yo misma había creado, tendría que realizar un sacrificio de sangre. Me entregaron una gallina, que debía sacrificar para obtener un poco de su sangre y así completar el ritual.

    A pesar de sentirme horrorizada ante la idea, sabía que no tenía otra opción si quería salvar a Jorge y a mí de la oscuridad que nos acechaba. Con manos temblorosas, sacrifiqué a la gallina y recogí su sangre en un recipiente.

    Luego, mis tías, mi madre y mi abuela comenzaron a recitar palabras en un idioma que no entendía. Me pidieron que las repitiera, aunque no sabía qué significaban. Mientras lo hacía, mi abuela me limpiaba con hierbas y mis tías me escupían alcohol para purificar mi cuerpo y mi espíritu.

    El ritual se volvió cada vez más intenso, y las energías en la cueva parecían vibrar a nuestro alrededor. Podía sentir que algo estaba cambiando, aunque no sabía si era para bien o para mal. En mi corazón, solo deseaba que todo terminara y que Jorge y yo pudiéramos recuperar nuestras vidas.

    Cuando finalmente el ritual llegó a su fin, mis tías, mi madre y mi abuela parecían satisfechas y aliviadas. Me aseguraron que las fuerzas oscuras que habíamos desatado estarían ahora bajo control y que no tendríamos que preocuparnos más por ellas.

    Aunque quería creer en sus palabras, una parte de mí seguía temiendo que el mal que habíamos desencadenado fuera demasiado poderoso como para ser contenido. Sin embargo, por el bien de Jorge y el mío, decidí confiar en mi familia y esperar que, de alguna manera, las cosas volvieran a la normalidad.

    Al regresar a casa, comencé a sentir una paz que no había experimentado desde que iniciaron los horribles sucesos. Decidí perdonar a mi familia, quienes se mostraron muy felices y aseguraron que solo querían lo mejor para mí. Sin embargo, había un terrible secreto que ocultaban y que no descubriría hasta más tarde.

    Mi confianza en ellas comenzó a crecer, ya que los eventos sobrenaturales habían cesado y todo parecía haber vuelto a la normalidad. Cuando le pregunté a Jorge cómo se sentía, me dijo que se encontraba mucho mejor y que no había experimentado nada extraño en los últimos días. Ambos nos sentíamos aliviados y agradecidos por la aparente calma.

    Aproveché la oportunidad para disculparme con Jorge por todos los aterradores acontecimientos que había vivido a causa de mi culpa y la de mi familia. Para mi alivio, él lo entendió y me perdonó, demostrando una vez más el amor profundo que sentía por mí.

    Por un tiempo, parecía que todo iba bien y que las cosas estaban volviendo a la normalidad. Pero en el fondo, no podía quitarme la sensación de que algo no estaba del todo bien y que el mal que habíamos desencadenado seguía al acecho, esperando el momento adecuado para volver a manifestarse. A pesar de mi inquietud, traté de ignorar esos pensamientos y disfrutar de la paz y la tranquilidad que había en nuestra vida. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo antes de que el terrible secreto de mi familia saliera a la luz y cambiara todo para siempre.

    Mi temor y desesperación crecieron a medida que la normalidad aparente comenzó a desmoronarse. Una madrugada, mientras dormía, escuché un golpe en mi ventana. Al principio, creí que se trataba de algo sobrenatural, pero luego escuché la voz de Jorge llamándome. Abrí la ventana y lo vi empapado en sudor, con el rostro pálido y llorando desconsoladamente. Lo hice entrar a escondidas en mi casa para que me explicara qué había sucedido.

    Una vez dentro, Jorge me contó que su abuelo había fallecido hacía apenas una hora. Habían escuchado un grito de terror, y cuando corrieron a verlo, ya no respondía. Sus palabras hicieron que mi corazón se llenara de angustia, no solo por el miedo a lo desconocido, sino también por la tristeza de perder a alguien que había sido muy amable conmigo durante el tiempo de mi relación con Jorge. Su abuelo siempre había mostrado afecto y comprensión hacia mí, y no pude evitar sentir un profundo pesar por su pérdida.

    Lo que dijo a continuación fue aún más aterrador. Al salir a pedir ayuda, había visto a una de mis tías espiándolo en plena oscuridad, vestida de negro.

    El pánico se apoderó de mí al comprender que, de alguna manera, mi familia todavía estaba involucrada en todo esto. A pesar de sus promesas de ayudarnos y de no interferir en nuestra relación, habían seguido manipulando nuestras vidas y causando sufrimiento.

    No sabía qué hacer ni en quién confiar. Mi mundo se había vuelto oscuro y aterrador, y sentía que estaba siendo arrastrada hacia un abismo del que no había escapatoria. Decidí que no podía seguir permitiendo que mi familia destruyera nuestras vidas y que debía enfrentarme a ellas y descubrir la verdad detrás de sus acciones y el oscuro secreto que ocultaban.

    En lugar de enfrentar a toda mi familia de una vez, decidí comenzar por hablar con mi tía en privado. Desperté a mi tía con cuidado para no hacer mucho ruido y le pedí que fuera a mi habitación para que me diera una explicación.

    Una vez en mi habitación, mi tía me reveló que el último ritual que habían realizado en realidad no había sido para protegerme a mí y a Jorge, sino para asegurarse de que yo estuviera bien, pero a costa del sufrimiento de mi novio. Ellas no querían que estuviéramos juntos y habían tomado medidas extremas para separarnos.

    Mi tía me confesó que entendía cómo me sentía, pero que no podía hacer nada al respecto. Me contó que, hace muchos años, mi abuela tampoco había permitido que ella estuviera con el amor de su vida. Mi tía se vio obligada a abandonar a su novio para evitar que mi abuela enterrara un muñeco vudú en el panteón, lo que habría resultado en la muerte de su amado. Prefería sacrificar su relación antes que poner en peligro la vida del hombre que amaba.

    La revelación de mi tía me dejó conmocionada y angustiada. No solo había descubierto que mi familia había estado manipulando nuestras vidas y causando sufrimiento a Jorge, sino que también aprendí que este tipo de intervenciones y sacrificios se habían repetido en el pasado. Me pregunté cuántas veces habían hecho esto antes y cuántas vidas habían sido afectadas por sus acciones.


    ||—En comentarios está la continuación disculpen las molestias —
    —Hola cómo están está tarde les contaré la historia de Cinthia espero y disfruten del relato — hace cinco años, cuando tenía 20, vivía con mi madre, mis tías y mi abuela en una antigua casa de campo a las afueras del pueblo. Desde que tengo memoria, ellas se habían dedicado a la brujería, algo que, aunque no compartía, había aceptado como parte de mi vida. No obstante, esa noche en particular fue diferente, pues nunca antes había presenciado uno de sus rituales. Era una noche oscura y lúgubre, en la que apenas se distinguía la luz de la luna entre las nubes. Había un aire pesado y denso que me rodeaba, como si presintiera que algo extraño estaba a punto de suceder. Mi familia decidió realizar un ritual para alejar las malas vibras de nuestra casa, y aunque no era mi costumbre, decidí unirme a ellas. Nos dirigimos hacia una cueva ubicada cerca de nuestra casa, un lugar que siempre me había parecido tenebroso y del cual había evitado acercarme. Sin embargo, esta vez me encontraba caminando hacia allí, acompañada por el sonido de nuestras pisadas en la hojarasca y el murmullo de las ramas moviéndose por el viento. Al llegar a la entrada de la cueva, mis tías encendieron velas, mientras mi abuela sostenía en sus manos unos libros antiguos y polvorientos cuyo contenido desconocía. La luz de las velas proyectaba sombras fantasmagóricas en las paredes de la cueva, lo que acentuaba mi creciente sensación de inquietud. Mis tías comenzaron a preparar el ritual, disponiendo todo lo necesario en el suelo. Entre los elementos que utilizarían, había una botella con sangre de cabra y un mechón de cabello del cual no sabía su procedencia. La simple visión de esos objetos aumentaba mi temor, pero decidí mantener la compostura y seguir adelante. A medida que el ritual avanzaba, mis tías y mi abuela recitaban palabras en un idioma que no reconocía, y yo me mantenía en silencio, observando cada movimiento con cautela. No podía evitar sentir que algo no estaba bien, que aquel ritual tenía un propósito más oscuro del que me habían contado. No obstante, me encontraba allí, en medio de la oscuridad, junto a mi familia, sintiendo cómo una energía inquietante se apoderaba de la cueva. En mi mente, una mezcla de miedo y curiosidad me impulsaba a quedarme y descubrir qué sucedería a continuación, sin saber que aquella noche sería solo el comienzo de una serie de aterradores acontecimientos que cambiarían mi vida para siempre. En ese momento, casi al finalizar el ritual, mi abuela mencionó el nombre de mi novio, Jorge. Sentí cómo mi corazón se detenía por un instante y mi sangre se helaba en las venas. A pesar de mi miedo, la ira comenzó a apoderarse de mí. No podía creer que mi familia estuviera haciendo algo en contra de la persona a la que amaba. Enfurecida, me abalancé sobre el altar improvisado y arrojé al suelo las velas y la sangre que estaba en un florero. La oscuridad invadió la cueva mientras las llamas se apagaban, y el eco de mis acciones retumbaba en las paredes de piedra. Mis tías y mi abuela me miraron sorprendidas, mientras mi madre intentaba justificar sus acciones, diciéndome que Jorge no me convenía, que no tenía trabajo y era poco agraciado, y que yo merecía a alguien mejor. En ese momento, mi enojo alcanzó su punto máximo y, sin poder contenerme, les grité que no se metieran en mi vida. La cueva parecía vibrar con la intensidad de mis palabras, como si las propias paredes pudieran sentir mi ira y mi dolor. Mi madre y mis tías bajaron la mirada, mientras mi abuela me observaba con una expresión indescifrable en su rostro arrugado. La ira se disipó lentamente, dejando tras de sí un profundo sentimiento de tristeza y traición. Me di cuenta de que, en su afán por protegerme y guiarme, mi familia había cruzado un límite que no debieron traspasar. A pesar del amor que sentía por ellas, sabía que ya no podría confiar en ellas de la misma manera. En silencio, recogí las velas apagadas y salí de la cueva, dejando atrás a mi familia y el ritual inconcluso. La noche había recuperado su oscuridad y frío, pero mi corazón ardiendo de furia e indignación me mantenía caliente mientras me alejaba de aquel lugar. No sabía qué me depararía el futuro después de esa traición, pero estaba decidida a enfrentar cualquier desafío por mi cuenta, sin dejarme influenciar por las creencias y deseos de mi familia. Lo que no imaginaba era que aquella noche de traición y furia sería solo el inicio de una serie de eventos escalofriantes que pondrían a prueba mi valentía y cambiarían mi vida para siempre. Apenas llegué a casa, tomé una maleta y comencé a llenarla con mi ropa y pertenencias más importantes, decidida a irme a casa de Jorge, quien vivía a poca distancia. No quería pasar ni un segundo más en ese lugar donde mi familia había intentado manipular mi vida sin mí consentimiento. Estaba a punto de salir por la puerta cuando las brujas de mi familia aparecieron frente a mí. Una de mis tías me miró con seriedad y me dijo que entendía mi enojo, pero que lo que había hecho estaba muy mal. Me explicó que dejar un ritual inconcluso podría traer graves consecuencias, ya que estaba jugando con fuerzas que no debían ser tomadas a la ligera. Hizo alusión a que el diablo no toleraba ese tipo de juegos. A pesar de sus palabras, no podía dejar de sentir coraje hacia ellas. Les respondí con firmeza que no me importaban las consecuencias y que me iba de esa casa para que no me molestaran más. Les pedí que dejaran en paz a Jorge y que no intentaran interferir en nuestra relación de nuevo. Mis tías y mi madre parecieron sorprendidas por mi determinación, pero mi abuela me observó con una expresión preocupada en su rostro. A pesar de su reacción, me mantuve firme en mi decisión y salí de la casa, sintiendo un peso en mi pecho que me oprimía. Llegué a casa de Jorge y le conté lo sucedido, buscando consuelo y apoyo en él. Él me abrazó con fuerza, prometiéndome que estaríamos juntos y enfrentaríamos cualquier cosa que se nos presentara. Aunque sus palabras me reconfortaron, no pude evitar sentir un temor creciente en mi interior, como si el abismo de lo desconocido se abriera ante mí. La advertencia de mi tía sobre las consecuencias de dejar un ritual inconcluso retumbaba en mi mente, pero me negaba a darle importancia. No quería que el miedo gobernara mi vida y mis decisiones, pero lo que no sabía era que esa noche había desatado fuerzas oscuras que no tardarían en manifestarse. Las primeras semanas en casa de Jorge transcurrieron sin incidentes. Nos sentíamos felices y seguros juntos, y yo comenzaba a olvidar los eventos aterradores que habían llevado a mi huida de la casa de mi familia. Sin embargo, esa tranquilidad no duró mucho. Una noche, mientras estábamos acostados en la cama, comenzamos a escuchar un extraño sonido, como si algo estuviera arañando las paredes. Nos miramos con inquietud, pero no le dimos mayor importancia, atribuyéndolo a algún animal nocturno o al viento. Otra noche, Jorge metió la mano debajo de la cama para buscar algo que había dejado caer y sintió que algo lamió su mano. Retiró la mano rápidamente, describiendo una lengua fría, rasposa y asquerosa. Ambos nos quedamos estupefactos y asustados, pero no encontramos ninguna explicación lógica para lo sucedido. El miedo comenzó a apoderarse de nosotros cuando, en otra ocasión, mientras dormíamos, fuimos despertados por ruidos en la habitación. Al abrir los ojos, vimos algo que parecía sacado de nuestras peores pesadillas: dos de los peluches de Jorge parecían haber cobrado vida y se burlaban de nosotros, señalándonos y riéndose con malicia. El terror nos invadió por completo, y comenzamos a cuestionarnos si lo que estaba sucediendo tenía alguna conexión con el ritual inconcluso que había interrumpido semanas atrás. La advertencia de mi tía resonaba en mi mente, y no pude evitar sentir que, en mi desesperación por proteger a Jorge, había desatado fuerzas oscuras y peligrosas que ahora nos acechaban. Sabía que debía enfrentar el problema y buscar una solución antes de que las cosas empeoraran, pero no tenía idea de cómo hacerlo. Había dejado atrás a mi familia y sus conocimientos sobre brujería, y ahora me encontraba atrapada en una situación que amenazaba con destruir la vida que había construido junto a Jorge. Con cada nueva manifestación de esas fuerzas oscuras, la tensión y el miedo se apoderaban cada vez más de nuestras vidas. La incertidumbre y la angustia nos atormentaban día y noche, y sabíamos que debíamos encontrar una manera de detener ese tormento antes de que fuera demasiado tarde. La situación empeoró considerablemente. Un día, mientras Jorge se bañaba, escuché un grito desgarrador que provenía del baño. Corrí hacia allí y lo encontré temblando de miedo. Me contó que el agua de la ducha había salido hirviendo de repente, la luz del baño se había apagado y, además, había escuchado a alguien pronunciar su nombre en repetidas ocasiones. Al escuchar su relato, mi corazón latía a mil por hora y el miedo recorrió todo mi ser. Lo abracé con fuerza y le dije que todo estaría bien, pero en mi interior sabía que estaba equivocada. Aquella misma noche, uno de los peores presagios se manifestó: una de las cruces que Jorge tenía en su cuarto, ya que era católico, se cayó y se partió en pedazos sin razón aparente. Para colmo, Jorge comenzó a sentirse muy mal. Le dio fiebre, tos y su piel se tornó pálida. Su estado empeoró rápidamente e incluso empezó a vomitar cabellos, algo que me dejó horrorizada y sin saber qué hacer. No podía negar más la realidad: las fuerzas oscuras desatadas por el ritual inconcluso estaban afectando a Jorge, y era mi culpa. Desesperada y sintiendo que no tenía otra opción, decidí enfrentar mi miedo y regresar a la casa de mi familia para pedirles ayuda. A pesar de todo lo que había ocurrido, sabía que ellas eran las únicas que podrían enfrentar y detener las fuerzas que ahora amenazaban nuestras vidas. Con el corazón en un puño y la determinación de proteger a Jorge, me dispuse a enfrentar a mi familia y a las sombras del pasado que ahora se cernían sobre nosotros. No tenía idea de lo que encontraría al regresar a aquella casa ni de si podríamos detener el mal que nos acechaba, pero estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para salvar a Jorge y recuperar nuestras vidas. Regresé a la casa de mi familia con el corazón lleno de temor y resentimiento. A pesar de que no quería estar allí, sabía que era la única opción que tenía para proteger a Jorge y poner fin a la pesadilla que estábamos viviendo. Mis tías, mi madre y mi abuela estaban felices de verme de vuelta, pero yo no podía olvidar lo que habían intentado hacerle a Jorge. Aun así, les conté todo lo que nos había sucedido en los últimos días, esperando que pudieran ayudarnos a detener las fuerzas oscuras que nos atormentaban. Para mi sorpresa, no parecieron sorprendidas por lo que les conté. Con seriedad, prometieron ayudarnos y aseguraron que todo mejoraría. Incluso afirmaron que dejarían de interferir en mi relación con Jorge, reconociendo que habían cruzado un límite que no debieron traspasar. A pesar de sus palabras, no podía evitar sentir cierta desconfianza. Sin embargo, sabía que no tenía otra opción que confiar en ellas y en su conocimiento sobre brujería para enfrentar las fuerzas malignas que habíamos desatado. Mis tías, mi madre y mi abuela comenzaron a preparar un ritual de purificación y protección, con el objetivo de limpiar nuestra energía y alejar las entidades oscuras que nos acechaban. Me pidieron que participara en el ritual y les confiara mis miedos y preocupaciones, algo que hice con cierta reticencia, pero también con la esperanza de que podría salvar a Jorge y a mí de la oscuridad que nos envolvía. Con temor y resignación, volví a la cueva en la que había interrumpido el ritual anterior. Mi madre me explicó que, para solucionar el problema que yo misma había creado, tendría que realizar un sacrificio de sangre. Me entregaron una gallina, que debía sacrificar para obtener un poco de su sangre y así completar el ritual. A pesar de sentirme horrorizada ante la idea, sabía que no tenía otra opción si quería salvar a Jorge y a mí de la oscuridad que nos acechaba. Con manos temblorosas, sacrifiqué a la gallina y recogí su sangre en un recipiente. Luego, mis tías, mi madre y mi abuela comenzaron a recitar palabras en un idioma que no entendía. Me pidieron que las repitiera, aunque no sabía qué significaban. Mientras lo hacía, mi abuela me limpiaba con hierbas y mis tías me escupían alcohol para purificar mi cuerpo y mi espíritu. El ritual se volvió cada vez más intenso, y las energías en la cueva parecían vibrar a nuestro alrededor. Podía sentir que algo estaba cambiando, aunque no sabía si era para bien o para mal. En mi corazón, solo deseaba que todo terminara y que Jorge y yo pudiéramos recuperar nuestras vidas. Cuando finalmente el ritual llegó a su fin, mis tías, mi madre y mi abuela parecían satisfechas y aliviadas. Me aseguraron que las fuerzas oscuras que habíamos desatado estarían ahora bajo control y que no tendríamos que preocuparnos más por ellas. Aunque quería creer en sus palabras, una parte de mí seguía temiendo que el mal que habíamos desencadenado fuera demasiado poderoso como para ser contenido. Sin embargo, por el bien de Jorge y el mío, decidí confiar en mi familia y esperar que, de alguna manera, las cosas volvieran a la normalidad. Al regresar a casa, comencé a sentir una paz que no había experimentado desde que iniciaron los horribles sucesos. Decidí perdonar a mi familia, quienes se mostraron muy felices y aseguraron que solo querían lo mejor para mí. Sin embargo, había un terrible secreto que ocultaban y que no descubriría hasta más tarde. Mi confianza en ellas comenzó a crecer, ya que los eventos sobrenaturales habían cesado y todo parecía haber vuelto a la normalidad. Cuando le pregunté a Jorge cómo se sentía, me dijo que se encontraba mucho mejor y que no había experimentado nada extraño en los últimos días. Ambos nos sentíamos aliviados y agradecidos por la aparente calma. Aproveché la oportunidad para disculparme con Jorge por todos los aterradores acontecimientos que había vivido a causa de mi culpa y la de mi familia. Para mi alivio, él lo entendió y me perdonó, demostrando una vez más el amor profundo que sentía por mí. Por un tiempo, parecía que todo iba bien y que las cosas estaban volviendo a la normalidad. Pero en el fondo, no podía quitarme la sensación de que algo no estaba del todo bien y que el mal que habíamos desencadenado seguía al acecho, esperando el momento adecuado para volver a manifestarse. A pesar de mi inquietud, traté de ignorar esos pensamientos y disfrutar de la paz y la tranquilidad que había en nuestra vida. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo antes de que el terrible secreto de mi familia saliera a la luz y cambiara todo para siempre. Mi temor y desesperación crecieron a medida que la normalidad aparente comenzó a desmoronarse. Una madrugada, mientras dormía, escuché un golpe en mi ventana. Al principio, creí que se trataba de algo sobrenatural, pero luego escuché la voz de Jorge llamándome. Abrí la ventana y lo vi empapado en sudor, con el rostro pálido y llorando desconsoladamente. Lo hice entrar a escondidas en mi casa para que me explicara qué había sucedido. Una vez dentro, Jorge me contó que su abuelo había fallecido hacía apenas una hora. Habían escuchado un grito de terror, y cuando corrieron a verlo, ya no respondía. Sus palabras hicieron que mi corazón se llenara de angustia, no solo por el miedo a lo desconocido, sino también por la tristeza de perder a alguien que había sido muy amable conmigo durante el tiempo de mi relación con Jorge. Su abuelo siempre había mostrado afecto y comprensión hacia mí, y no pude evitar sentir un profundo pesar por su pérdida. Lo que dijo a continuación fue aún más aterrador. Al salir a pedir ayuda, había visto a una de mis tías espiándolo en plena oscuridad, vestida de negro. El pánico se apoderó de mí al comprender que, de alguna manera, mi familia todavía estaba involucrada en todo esto. A pesar de sus promesas de ayudarnos y de no interferir en nuestra relación, habían seguido manipulando nuestras vidas y causando sufrimiento. No sabía qué hacer ni en quién confiar. Mi mundo se había vuelto oscuro y aterrador, y sentía que estaba siendo arrastrada hacia un abismo del que no había escapatoria. Decidí que no podía seguir permitiendo que mi familia destruyera nuestras vidas y que debía enfrentarme a ellas y descubrir la verdad detrás de sus acciones y el oscuro secreto que ocultaban. En lugar de enfrentar a toda mi familia de una vez, decidí comenzar por hablar con mi tía en privado. Desperté a mi tía con cuidado para no hacer mucho ruido y le pedí que fuera a mi habitación para que me diera una explicación. Una vez en mi habitación, mi tía me reveló que el último ritual que habían realizado en realidad no había sido para protegerme a mí y a Jorge, sino para asegurarse de que yo estuviera bien, pero a costa del sufrimiento de mi novio. Ellas no querían que estuviéramos juntos y habían tomado medidas extremas para separarnos. Mi tía me confesó que entendía cómo me sentía, pero que no podía hacer nada al respecto. Me contó que, hace muchos años, mi abuela tampoco había permitido que ella estuviera con el amor de su vida. Mi tía se vio obligada a abandonar a su novio para evitar que mi abuela enterrara un muñeco vudú en el panteón, lo que habría resultado en la muerte de su amado. Prefería sacrificar su relación antes que poner en peligro la vida del hombre que amaba. La revelación de mi tía me dejó conmocionada y angustiada. No solo había descubierto que mi familia había estado manipulando nuestras vidas y causando sufrimiento a Jorge, sino que también aprendí que este tipo de intervenciones y sacrificios se habían repetido en el pasado. Me pregunté cuántas veces habían hecho esto antes y cuántas vidas habían sido afectadas por sus acciones. ||—En comentarios está la continuación disculpen las molestias —
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  • °.✩∘*˃̶୨ EL CUERVO ୧˂̶*∘✩.°
    ──── Edgar Allan Poe

    Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
    mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
    inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
    cabeceando, casi dormido,
    oyóse de súbito un leve golpe,
    como si suavemente tocaran,
    tocaran a la puerta de mi cuarto.
    “Es -dije musitando- un visitante
    tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
    Eso es todo, y nada más.”

    ¡Ah! aquel lúcido recuerdo
    de un gélido diciembre;
    espectros de brasas moribundas
    reflejadas en el suelo;
    angustia del deseo del nuevo día;
    en vano encareciendo a mis libros
    dieran tregua a mi dolor.
    Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
    virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
    Aquí ya sin nombre, para siempre.

    Y el crujir triste, vago, escalofriante
    de la seda de las cortinas rojas
    llenábame de fantásticos terrores
    jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
    acallando el latido de mi corazón,
    vuelvo a repetir:
    “Es un visitante a la puerta de mi cuarto
    queriendo entrar. Algún visitante
    que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
    Eso es todo, y nada más.”

    Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
    y ya sin titubeos:
    “Señor -dije- o señora, en verdad vuestro perdón imploro,
    mas el caso es que, adormilado
    cuando vinisteis a tocar quedamente,
    tan quedo vinisteis a llamar,
    a llamar a la puerta de mi cuarto,
    que apenas pude creer que os oía.”
    Y entonces abrí de par en par la puerta:
    Oscuridad, y nada más.

    Escrutando hondo en aquella negrura
    permanecí largo rato, atónito, temeroso,
    dudando, soñando sueños que ningún mortal
    se haya atrevido jamás a soñar.
    Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
    y la única palabra ahí proferida
    era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
    Lo pronuncié en un susurro, y el eco
    lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
    Apenas esto fue, y nada más.

    Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
    toda mi alma abrasándose dentro de mí,
    no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
    “Ciertamente -me dije-, ciertamente
    algo sucede en la reja de mi ventana.
    Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
    y así penetrar pueda en el misterio.
    Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
    y así penetrar pueda en el misterio.”
    ¡Es el viento, y nada más!

    De un golpe abrí la puerta,
    y con suave batir de alas, entró
    un majestuoso cuervo
    de los santos días idos.
    Sin asomos de reverencia,
    ni un instante quedo;
    y con aires de gran señor o de gran dama
    fue a posarse en el busto de Palas,
    sobre el dintel de mi puerta.
    Posado, inmóvil, y nada más.

    Entonces, este pájaro de ébano
    cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
    con el grave y severo decoro
    del aspecto de que se revestía.
    “Aun con tu cresta cercenada y mocha -le dije-.
    no serás un cobarde.
    hórrido cuervo vetusto y amenazador.
    Evadido de la ribera nocturna.
    ¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
    Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

    Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
    pudiera hablar tan claramente;
    aunque poco significaba su respuesta.
    Poco pertinente era. Pues no podemos
    sino concordar en que ningún ser humano
    ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
    posado sobre el dintel de su puerta,
    pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
    de Palas en el dintel de su puerta
    con semejante nombre: “Nunca más.”

    Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
    las palabras pronunció, como virtiendo
    su alma sólo en esas palabras.
    Nada más dijo entonces;
    no movió ni una pluma.
    Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
    “Otros amigos se han ido antes;
    mañana él también me dejará,
    como me abandonaron mis esperanzas.”
    Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

    Sobrecogido al romper el silencio
    tan idóneas palabras,
    “sin duda -pensé-, sin duda lo que dice
    es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
    de un amo infortunado a quien desastre impío
    persiguió, acosó sin dar tregua
    hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
    hasta que las endechas de su esperanza
    llevaron sólo esa carga melancólica
    de “Nunca, nunca más.”

    Mas el Cuervo arrancó todavía
    de mis tristes fantasías una sonrisa;
    acerqué un mullido asiento
    frente al pájaro, el busto y la puerta;
    y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
    empecé a enlazar una fantasía con otra,
    pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
    lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
    flaco y ominoso pájaro de antaño
    quería decir graznando: “Nunca más,”

    En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
    frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
    quemaban hasta el fondo de mi pecho.
    Esto y más, sentado, adivinaba,
    con la cabeza reclinada
    en el aterciopelado forro del cojín
    acariciado por la luz de la lámpara;
    en el forro de terciopelo violeta
    acariciado por la luz de la lámpara
    ¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

    Entonces me pareció que el aire
    se tornaba más denso, perfumado
    por invisible incensario mecido por serafines
    cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
    “¡Miserable -dije-, tu Dios te ha concedido,
    por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
    tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
    ¡Apura, oh, apura este dulce nepente
    y olvida a tu ausente Leonora!”
    Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

    “¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica!
    ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
    enviado por el Tentador, o arrojado
    por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
    a esta desértica tierra encantada,
    a este hogar hechizado por el horror!
    Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
    ¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
    ¡Dime, dime, te imploro!”
    Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

    “¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica!
    ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
    ¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
    ese Dios que adoramos tú y yo,
    dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
    tendrá en sus brazos a una santa doncella
    llamada por los ángeles Leonora,
    tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
    llamada por los ángeles Leonora!”
    Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

    “¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
    pájaro o espíritu maligno! -le grité presuntuoso.
    ¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
    No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
    que profirió tu espíritu!
    Deja mi soledad intacta.
    Abandona el busto del dintel de mi puerta.
    Aparta tu pico de mi corazón
    y tu figura del dintel de mi puerta.
    Y el Cuervo dijo: Nunca más.”

    Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
    Aún sigue posado, aún sigue posado
    en el pálido busto de Palas.
    en el dintel de la puerta de mi cuarto.
    Y sus ojos tienen la apariencia
    de los de un demonio que está soñando.
    Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
    tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
    del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
    no podrá liberarse. ¡Nunca más!
    °.✩∘*˃̶୨ EL CUERVO ୧˂̶*∘✩.° ──── Edgar Allan Poe Una vez, al filo de una lúgubre media noche, mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido, inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia, cabeceando, casi dormido, oyóse de súbito un leve golpe, como si suavemente tocaran, tocaran a la puerta de mi cuarto. “Es -dije musitando- un visitante tocando quedo a la puerta de mi cuarto. Eso es todo, y nada más.” ¡Ah! aquel lúcido recuerdo de un gélido diciembre; espectros de brasas moribundas reflejadas en el suelo; angustia del deseo del nuevo día; en vano encareciendo a mis libros dieran tregua a mi dolor. Dolor por la pérdida de Leonora, la única, virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada. Aquí ya sin nombre, para siempre. Y el crujir triste, vago, escalofriante de la seda de las cortinas rojas llenábame de fantásticos terrores jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie, acallando el latido de mi corazón, vuelvo a repetir: “Es un visitante a la puerta de mi cuarto queriendo entrar. Algún visitante que a deshora a mi cuarto quiere entrar. Eso es todo, y nada más.” Ahora, mi ánimo cobraba bríos, y ya sin titubeos: “Señor -dije- o señora, en verdad vuestro perdón imploro, mas el caso es que, adormilado cuando vinisteis a tocar quedamente, tan quedo vinisteis a llamar, a llamar a la puerta de mi cuarto, que apenas pude creer que os oía.” Y entonces abrí de par en par la puerta: Oscuridad, y nada más. Escrutando hondo en aquella negrura permanecí largo rato, atónito, temeroso, dudando, soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido jamás a soñar. Mas en el silencio insondable la quietud callaba, y la única palabra ahí proferida era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?” Lo pronuncié en un susurro, y el eco lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!” Apenas esto fue, y nada más. Vuelto a mi cuarto, mi alma toda, toda mi alma abrasándose dentro de mí, no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza. “Ciertamente -me dije-, ciertamente algo sucede en la reja de mi ventana. Dejad, pues, que vea lo que sucede allí, y así penetrar pueda en el misterio. Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio, y así penetrar pueda en el misterio.” ¡Es el viento, y nada más! De un golpe abrí la puerta, y con suave batir de alas, entró un majestuoso cuervo de los santos días idos. Sin asomos de reverencia, ni un instante quedo; y con aires de gran señor o de gran dama fue a posarse en el busto de Palas, sobre el dintel de mi puerta. Posado, inmóvil, y nada más. Entonces, este pájaro de ébano cambió mis tristes fantasías en una sonrisa con el grave y severo decoro del aspecto de que se revestía. “Aun con tu cresta cercenada y mocha -le dije-. no serás un cobarde. hórrido cuervo vetusto y amenazador. Evadido de la ribera nocturna. ¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!” Y el Cuervo dijo: “Nunca más.” Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado pudiera hablar tan claramente; aunque poco significaba su respuesta. Poco pertinente era. Pues no podemos sino concordar en que ningún ser humano ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro posado sobre el dintel de su puerta, pájaro o bestia, posado en el busto esculpido de Palas en el dintel de su puerta con semejante nombre: “Nunca más.” Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto. las palabras pronunció, como virtiendo su alma sólo en esas palabras. Nada más dijo entonces; no movió ni una pluma. Y entonces yo me dije, apenas murmurando: “Otros amigos se han ido antes; mañana él también me dejará, como me abandonaron mis esperanzas.” Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.” Sobrecogido al romper el silencio tan idóneas palabras, “sin duda -pensé-, sin duda lo que dice es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido de un amo infortunado a quien desastre impío persiguió, acosó sin dar tregua hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido, hasta que las endechas de su esperanza llevaron sólo esa carga melancólica de “Nunca, nunca más.” Mas el Cuervo arrancó todavía de mis tristes fantasías una sonrisa; acerqué un mullido asiento frente al pájaro, el busto y la puerta; y entonces, hundiéndome en el terciopelo, empecé a enlazar una fantasía con otra, pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño, lo que este torvo, desgarbado, hórrido, flaco y ominoso pájaro de antaño quería decir graznando: “Nunca más,” En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra, frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos, quemaban hasta el fondo de mi pecho. Esto y más, sentado, adivinaba, con la cabeza reclinada en el aterciopelado forro del cojín acariciado por la luz de la lámpara; en el forro de terciopelo violeta acariciado por la luz de la lámpara ¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más! Entonces me pareció que el aire se tornaba más denso, perfumado por invisible incensario mecido por serafines cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado. “¡Miserable -dije-, tu Dios te ha concedido, por estos ángeles te ha otorgado una tregua, tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora! ¡Apura, oh, apura este dulce nepente y olvida a tu ausente Leonora!” Y el Cuervo dijo: “Nunca más.” “¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio enviado por el Tentador, o arrojado por la tempestad a este refugio desolado e impávido, a esta desértica tierra encantada, a este hogar hechizado por el horror! Profeta, dime, en verdad te lo imploro, ¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad? ¡Dime, dime, te imploro!” Y el cuervo dijo: “Nunca más.” “¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio! ¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas, ese Dios que adoramos tú y yo, dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén tendrá en sus brazos a una santa doncella llamada por los ángeles Leonora, tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen llamada por los ángeles Leonora!” Y el cuervo dijo: “Nunca más.” “¡Sea esa palabra nuestra señal de partida pájaro o espíritu maligno! -le grité presuntuoso. ¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica. No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira que profirió tu espíritu! Deja mi soledad intacta. Abandona el busto del dintel de mi puerta. Aparta tu pico de mi corazón y tu figura del dintel de mi puerta. Y el Cuervo dijo: Nunca más.” Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo. Aún sigue posado, aún sigue posado en el pálido busto de Palas. en el dintel de la puerta de mi cuarto. Y sus ojos tienen la apariencia de los de un demonio que está soñando. Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama tiende en el suelo su sombra. Y mi alma, del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo, no podrá liberarse. ¡Nunca más!
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  • ||•The Devil & The Huntsman ||•
    Categoría Acción
    Darküs Volkøv

    La sombra avanzaba por el callejón con el sigilo de un predador silencioso entre los desgastados ladrillos de los edificios, calculando cuál sería el siguiente movimiento.
    Ni su silueta, ni el chasquido lejano de sus andares alertaron a la joven. Lo que lo hizo, no obstante, fue el hormigueo que reptó por toda su piel desde la columna hasta erizar los vellos de la nuca a medida que tomaba el mismo camino de vuelta de todos los días tras una jornada intensiva entre la comisaría de Carl y las clases de teatro.
    Llevaba tomando ese atajo para evitar la hora punta del metro desde que llegó a la ciudad, y lo cierto es que hasta el momento no había tenido motivos para temer pasar por allí, pero esa noche ni siquiera las luces de los neones de los bares cercanos lograba disipar la sensación lúgubre que manaba de cada rincón del lugar.
    Se detuvo unos segundos a observar. La sombra se deslizaba de un lado a otro entre los soportales, mimetizándose con el eco de los numerosos coches que pasaban por las calles aledañas hasta plantarse a unos pocos pasos de donde se encontraba, entre una puerta de metal y la pared contra la que no le había quedado más remedio que recostarse para ganar algo de tiempo.
    Un siseo. Lo que sea que fuera que estuviera acechando envolvió con dedos alargados como tentáculos todo el alto de la pared hasta rozar una de las pocas farolas que alumbraban la calle, haciendo estallar la bombilla.
    La temperatura había bajado de forma considerable hasta cubrir la escena con un vaho espeso y un hedor que la muchacha conocía bien.- ¿Es eso todo lo que sabes hacer? Creí que tus colegas infernales sabían acojonar....- Susurró a la nada, empezando a tener una ligera idea de a qué se estaba enfrentando. La criatura emitió un sonido a medio camino entre un graznido y un gorgoteo.
    Ya no se trataba de un ser cuyo aullido similar a una risa espeluznante retumbaba en la oscuridad de unos pasadizos que podía recorrer de punta a punta con los ojos cerrados; aquello no se parecía en nada a lo que ya creía conocer.
    Dos farolas más estallaron, dejando el lugar a oscuras, y descubrió con horror que la criatura, en apariencia informe, la miraba, pues un par ojos rojos como brasas eran el único punto de luz junto a una sonrisa retorcida y animal de dientes que parecían mármol.
    No te paralices,no te paralices... Desesperada, intentó invocar el rayo azul, esa parte de su poder mucho más oscura que aún no había logrado descifrar. Calma. Corre...., le decía esa vocecita que desde que dejara atrás el Sunrise Garden trataba de protegerla ,a veces en sueños, a veces en situaciones como aquella.
    Un inmenso pasadizo, un rugido, el aroma a carne quemada.... Nada, sólo obtuvo silencio.
    Venga... Un grito en mitad de la penumbra, un aullido, una risa, garras que repiqueteaban contra un suelo de granito. ¿A quién intentas proteger? Concéntrate...
    La respiración se le acelero, un sudor frío le recorrió la espalda cuando un par de sombras más de tamaño mucho menor se arremolinaban a sus pies, buscando aturdirla, y quizás algo mucho peor. Mierda...
    Fue cuando alzó de nuevo la vista que reparó en que en el callejón ya no estaba infestado con una única sombra, ni dos, ni tres, sino por cientos, y su negrura engullía todo lo que se cruzara en su camino.
    Tomó aire, contuvo el aliento todo lo que pudo y se preparó para lo peor.


    [Darkus] La sombra avanzaba por el callejón con el sigilo de un predador silencioso entre los desgastados ladrillos de los edificios, calculando cuál sería el siguiente movimiento. Ni su silueta, ni el chasquido lejano de sus andares alertaron a la joven. Lo que lo hizo, no obstante, fue el hormigueo que reptó por toda su piel desde la columna hasta erizar los vellos de la nuca a medida que tomaba el mismo camino de vuelta de todos los días tras una jornada intensiva entre la comisaría de Carl y las clases de teatro. Llevaba tomando ese atajo para evitar la hora punta del metro desde que llegó a la ciudad, y lo cierto es que hasta el momento no había tenido motivos para temer pasar por allí, pero esa noche ni siquiera las luces de los neones de los bares cercanos lograba disipar la sensación lúgubre que manaba de cada rincón del lugar. Se detuvo unos segundos a observar. La sombra se deslizaba de un lado a otro entre los soportales, mimetizándose con el eco de los numerosos coches que pasaban por las calles aledañas hasta plantarse a unos pocos pasos de donde se encontraba, entre una puerta de metal y la pared contra la que no le había quedado más remedio que recostarse para ganar algo de tiempo. Un siseo. Lo que sea que fuera que estuviera acechando envolvió con dedos alargados como tentáculos todo el alto de la pared hasta rozar una de las pocas farolas que alumbraban la calle, haciendo estallar la bombilla. La temperatura había bajado de forma considerable hasta cubrir la escena con un vaho espeso y un hedor que la muchacha conocía bien.- ¿Es eso todo lo que sabes hacer? Creí que tus colegas infernales sabían acojonar....- Susurró a la nada, empezando a tener una ligera idea de a qué se estaba enfrentando. La criatura emitió un sonido a medio camino entre un graznido y un gorgoteo. Ya no se trataba de un ser cuyo aullido similar a una risa espeluznante retumbaba en la oscuridad de unos pasadizos que podía recorrer de punta a punta con los ojos cerrados; aquello no se parecía en nada a lo que ya creía conocer. Dos farolas más estallaron, dejando el lugar a oscuras, y descubrió con horror que la criatura, en apariencia informe, la miraba, pues un par ojos rojos como brasas eran el único punto de luz junto a una sonrisa retorcida y animal de dientes que parecían mármol. No te paralices,no te paralices... Desesperada, intentó invocar el rayo azul, esa parte de su poder mucho más oscura que aún no había logrado descifrar. Calma. Corre...., le decía esa vocecita que desde que dejara atrás el Sunrise Garden trataba de protegerla ,a veces en sueños, a veces en situaciones como aquella. Un inmenso pasadizo, un rugido, el aroma a carne quemada.... Nada, sólo obtuvo silencio. Venga... Un grito en mitad de la penumbra, un aullido, una risa, garras que repiqueteaban contra un suelo de granito. ¿A quién intentas proteger? Concéntrate... La respiración se le acelero, un sudor frío le recorrió la espalda cuando un par de sombras más de tamaño mucho menor se arremolinaban a sus pies, buscando aturdirla, y quizás algo mucho peor. Mierda... Fue cuando alzó de nuevo la vista que reparó en que en el callejón ya no estaba infestado con una única sombra, ni dos, ni tres, sino por cientos, y su negrura engullía todo lo que se cruzara en su camino. Tomó aire, contuvo el aliento todo lo que pudo y se preparó para lo peor.
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  • Observaba desde la cornisa de un edificio abandonado, las manos enfundadas en los bolsillos de su abrigo. El viento frío agitaba su cabello, pero él permanecia inmóvil, una estatua de quietud en medio de la ciudad.

    ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había sentido el calor del sol sin que le dolieran los ojos o le diera migraña? ¿Cuánto, desde que había tenido una conversación que no fuera un intercambio de información o una advertencia velada?

    Una punzada familiar presionó sus sienes. "La Entidad" se agitaba, inquieto. Siempre lo hacía en las noches quieras, cuando no había un enemigo al que enfrentar, ni nada en lo que concentrarse más allá que el silencio de la propia mente.

    «𝘛𝘦𝘥𝘪𝘰𝘴𝘰...» susurró una voz, que era más un eco en su cráneo que una voz. Un pensamiento corrupto que no le pertenecía.

    "Cállate", pensó él.

    «𝘛𝘢𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘭𝘢𝘵𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘢𝘩𝘪 𝘢𝘣𝘢𝘫𝘰. 𝘛𝘢𝘯𝘵𝘰 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰, 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘢 𝘪𝘳𝘢... 𝘜𝘯 𝘧𝘦𝘴𝘵𝘪𝘯. ¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘯𝘦𝘮𝘰𝘴?»

    —Porque no somos un animal. Porque soy yo quien tiene el control —murmuró.

    «𝘌𝘭 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘰𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘶𝘯 𝘱𝘳𝘦𝘤𝘪𝘰», habló en su mente aquella voz ronca «𝘚𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘭𝘰 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦»

    Extendió una mano. Una sombra se arrastró hacia su palma, formando una esfera de oscuridad perfecta que absorbía la luz. La sostuvo, sintiendo su peso frío. Este poder le había salvado la vida. Y este poder se la estaba robando.

    Cerró el puño. La esfera se desvaneció con un suspiro.

    Él no era un héroe, lo sabía. Los héroes no pactaban con entidades silenciosas y hambrientas, y tampoco temían sus propias sombras. Pero ahí estaba, noche tras noche, conteniendo la tormenta dentro de él para que aquellos que dormían ahí abajo, inocentes de los horrores que existían en el mundo, nunca tuvieran que saber su nombre.

    Se dió la vuelta, alejándose de la orilla de la cornisa y sumergiéndose en las sombras más profundas del edificio. Su trabajo nunca terminaba.

    «¿𝘘𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘢 𝘵𝘪?» susurró La Entidad. La pregunta, como siempre, quedó sin respuesta.
    Observaba desde la cornisa de un edificio abandonado, las manos enfundadas en los bolsillos de su abrigo. El viento frío agitaba su cabello, pero él permanecia inmóvil, una estatua de quietud en medio de la ciudad. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había sentido el calor del sol sin que le dolieran los ojos o le diera migraña? ¿Cuánto, desde que había tenido una conversación que no fuera un intercambio de información o una advertencia velada? Una punzada familiar presionó sus sienes. "La Entidad" se agitaba, inquieto. Siempre lo hacía en las noches quieras, cuando no había un enemigo al que enfrentar, ni nada en lo que concentrarse más allá que el silencio de la propia mente. «𝘛𝘦𝘥𝘪𝘰𝘴𝘰...» susurró una voz, que era más un eco en su cráneo que una voz. Un pensamiento corrupto que no le pertenecía. "Cállate", pensó él. «𝘛𝘢𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘭𝘢𝘵𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘢𝘩𝘪 𝘢𝘣𝘢𝘫𝘰. 𝘛𝘢𝘯𝘵𝘰 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰, 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘢 𝘪𝘳𝘢... 𝘜𝘯 𝘧𝘦𝘴𝘵𝘪𝘯. ¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘯𝘦𝘮𝘰𝘴?» —Porque no somos un animal. Porque soy yo quien tiene el control —murmuró. «𝘌𝘭 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘰𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘶𝘯 𝘱𝘳𝘦𝘤𝘪𝘰», habló en su mente aquella voz ronca «𝘚𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘭𝘰 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦» Extendió una mano. Una sombra se arrastró hacia su palma, formando una esfera de oscuridad perfecta que absorbía la luz. La sostuvo, sintiendo su peso frío. Este poder le había salvado la vida. Y este poder se la estaba robando. Cerró el puño. La esfera se desvaneció con un suspiro. Él no era un héroe, lo sabía. Los héroes no pactaban con entidades silenciosas y hambrientas, y tampoco temían sus propias sombras. Pero ahí estaba, noche tras noche, conteniendo la tormenta dentro de él para que aquellos que dormían ahí abajo, inocentes de los horrores que existían en el mundo, nunca tuvieran que saber su nombre. Se dió la vuelta, alejándose de la orilla de la cornisa y sumergiéndose en las sombras más profundas del edificio. Su trabajo nunca terminaba. «¿𝘘𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘢 𝘵𝘪?» susurró La Entidad. La pregunta, como siempre, quedó sin respuesta.
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  • ⠀⠀⠀⠀El silencio en la mansión era profundo, pero no se sentía como paz. Se sentía como la calma tensa de un lugar que aún guardaba secretos. Kazuha deambulaba por los pasillos vacíos, el arrastre de sus pantuflas contra el piso de madera envejecida era el único sonido que interrumpía aquel silencio. Pero no estaba sola.

    ⠀⠀⠀⠀Kazuha descendió por la escalera imperial, se quitó las pantuflas y caminó descalza sobre la alfombra. Una corriente de aire frío corría por el suelo del vestíbulo. No era el frío del otoño, era el frío de otro sitio.

    ⠀⠀⠀⠀En el oscuro rincón, la criatura se retorcía, absorbiendo la luz de su alrededor. No tenía una forma definida, era una masa de sombras y susurros, de dientes demasiado largos, y ojos pálidos que la observaban. No la atacaba. Era una de las inofensivas, o al menos, una de las que habían aprendido a no acercarse demasiado. Desde que Kazuha había vuelto, aquella cosa había emergido de entre los planos y se había instalado como si fuera un mueble más, y uno bastante grotesco.

    ⠀⠀⠀⠀Ella pasó junto a la criatura con indiferencia, vertiendo un poco de vodka en una copa.

    —¿Otra vez tú? —murmuró, no hacia la criatura, hacia la oscuridad en general— pensé que te había dicho que la próxima vez que me siguieras te convertiría en tapete... —dijo, mientras se sentaba en el sofá polvoriento— Mentí, claro. Eres demasiado horrorosa como para decorar

    ⠀⠀⠀⠀La criatura emitió un sonido que era a la vez como el crujido de un insecto y el llanto de un niño. Kazuha ni se inmutó, solo bebió un trago largo de su bebida, pero sus sentidos permanecían alerta, no por miedo, por costumbre. No todas eran así de dóciles. Algunas solo observaban. Otras... atacaban. Y otras tantas, las mas astutas, esperaban que bajara la guardia para recordarle que su existencia y su magia eran un banquete para ellas.

    ⠀⠀⠀⠀Esta no era la primera. Tampoco sería la última. Su magia era como un faro en la niebla para todo lo que era rechazado, roto o hambriento. Era como un imán, y la basura del universo sobrenatural siempre acababa pegándose a ella.

    ⠀⠀⠀⠀A veces se preguntaba sí, en otra vida tal vez, ella y esas criaturas habrían sido amigas. Pero en esta solo eran como acompañantes obligados por un destino retorcido.

    —¡No me mires así! —la regañó como si se tratara de una mascota, finalmente volviéndose para enfrentar la masa de sombras— Tu hambre es aburrida. ¡Predecible! —se quejó— Si quieres quedarte, al menos vuélvete útil. Limpia la mugre de la casa, lame el polvo de los marcos de la ventana, o algo.

    ⠀⠀⠀⠀La criatura parpadeó. Era así de triste, incluso los horrores de otros planos a veces encontraban sus días monótonos. Y ese era el precio de su poder, ser el centro de todo un ecosistema de pesadillas, dónde algunas querían arrimarse al calor del caos, y otras, devorar la fuente.
    ⠀⠀⠀⠀El silencio en la mansión era profundo, pero no se sentía como paz. Se sentía como la calma tensa de un lugar que aún guardaba secretos. Kazuha deambulaba por los pasillos vacíos, el arrastre de sus pantuflas contra el piso de madera envejecida era el único sonido que interrumpía aquel silencio. Pero no estaba sola. ⠀⠀⠀⠀Kazuha descendió por la escalera imperial, se quitó las pantuflas y caminó descalza sobre la alfombra. Una corriente de aire frío corría por el suelo del vestíbulo. No era el frío del otoño, era el frío de otro sitio. ⠀⠀⠀⠀En el oscuro rincón, la criatura se retorcía, absorbiendo la luz de su alrededor. No tenía una forma definida, era una masa de sombras y susurros, de dientes demasiado largos, y ojos pálidos que la observaban. No la atacaba. Era una de las inofensivas, o al menos, una de las que habían aprendido a no acercarse demasiado. Desde que Kazuha había vuelto, aquella cosa había emergido de entre los planos y se había instalado como si fuera un mueble más, y uno bastante grotesco. ⠀⠀⠀⠀Ella pasó junto a la criatura con indiferencia, vertiendo un poco de vodka en una copa. —¿Otra vez tú? —murmuró, no hacia la criatura, hacia la oscuridad en general— pensé que te había dicho que la próxima vez que me siguieras te convertiría en tapete... —dijo, mientras se sentaba en el sofá polvoriento— Mentí, claro. Eres demasiado horrorosa como para decorar ⠀⠀⠀⠀La criatura emitió un sonido que era a la vez como el crujido de un insecto y el llanto de un niño. Kazuha ni se inmutó, solo bebió un trago largo de su bebida, pero sus sentidos permanecían alerta, no por miedo, por costumbre. No todas eran así de dóciles. Algunas solo observaban. Otras... atacaban. Y otras tantas, las mas astutas, esperaban que bajara la guardia para recordarle que su existencia y su magia eran un banquete para ellas. ⠀⠀⠀⠀Esta no era la primera. Tampoco sería la última. Su magia era como un faro en la niebla para todo lo que era rechazado, roto o hambriento. Era como un imán, y la basura del universo sobrenatural siempre acababa pegándose a ella. ⠀⠀⠀⠀A veces se preguntaba sí, en otra vida tal vez, ella y esas criaturas habrían sido amigas. Pero en esta solo eran como acompañantes obligados por un destino retorcido. —¡No me mires así! —la regañó como si se tratara de una mascota, finalmente volviéndose para enfrentar la masa de sombras— Tu hambre es aburrida. ¡Predecible! —se quejó— Si quieres quedarte, al menos vuélvete útil. Limpia la mugre de la casa, lame el polvo de los marcos de la ventana, o algo. ⠀⠀⠀⠀La criatura parpadeó. Era así de triste, incluso los horrores de otros planos a veces encontraban sus días monótonos. Y ese era el precio de su poder, ser el centro de todo un ecosistema de pesadillas, dónde algunas querían arrimarse al calor del caos, y otras, devorar la fuente.
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  • — Hee había ido junto con su familia a dar una vuelta al parque, observaba sentado en una banca como sus hijos jugaban con su padre.

    Ten cuidado, mio sole, puedes hacerte daño.

    — Regaño con ternura a su hijo mayor, sonrió dulcemente y miro su libro.—

    ¿Eh?

    — Un pequeño jadeo abandonó sus labios al ser jalado por un par de hombres, horrorizado comenzó a gritar en busca de alertar a su esposo.

    ¡ Mika! , amor , ayúdame por favor....

    Mika Xiao Kim
    — Hee había ido junto con su familia a dar una vuelta al parque, observaba sentado en una banca como sus hijos jugaban con su padre. Ten cuidado, mio sole, puedes hacerte daño. — Regaño con ternura a su hijo mayor, sonrió dulcemente y miro su libro.— ¿Eh? — Un pequeño jadeo abandonó sus labios al ser jalado por un par de hombres, horrorizado comenzó a gritar en busca de alertar a su esposo. ¡ Mika! , amor , ayúdame por favor.... [fable_silver_frog_194]
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