Lyra
No fue dolor al principio.
Fue miedo.
Un miedo silencioso, profundo, que no gritaba…
susurraba.
Lo sentí en el pecho, como si algo que siempre había sido luz comenzara a temblar.
Mi respiración se volvió irregular. No porque faltara aire, sino porque la energía que me recorría ya no fluía igual.
Mi esencia celestial…
estaba cambiando.
Me miré las manos. No había sangre, no había heridas, pero la sensación era peor:
era como si la luz bajo mi piel se estuviera manchando.
—No… —susurré, retrocediendo un paso.
Recordé las palabras que nunca quise escuchar.
Las advertencias sobre el linaje de mi madre.
La maldición que había sido sellada generaciones atrás, dormida, paciente.
“Cuando la diosa despierte por completo, la corrupción también lo hará.”
El aire a mi alrededor se volvió pesado.
Mi aura, normalmente suave, comenzó a oscilar, alternando entre brillo y sombra.
Sentía dos fuerzas dentro de mí tirando en direcciones opuestas.
Quería gritar, pero no salía sonido alguno.
Solo ese temblor constante en mi núcleo.
—No soy eso… —me repetí, como un mantra—. No soy la corrupción.
Pero el miedo no escucha razones.
Vi reflejos que no reconocía.
No monstruos…
sino versiones de mí que no sabía si eran posibles.
Mi corazón latía con fuerza.
No por rabia.
Por pánico.
Pensé en Darían. En su estabilidad.
Pensé en Zyran, en su caos vivo.
Y me di cuenta de algo que me aterrorizó aún más:
Yo era el equilibrio.
Y si yo caía…
todo el linaje lo haría conmigo.
Mis rodillas cedieron y me apoyé contra la pared, respirando con dificultad.
La luz volvió a aparecer, débil, temblorosa, como una vela a punto de apagarse.
—Mamá… —murmuré, con la voz rota—. ¿Qué me dejaste?
No era odio lo que sentía.
Era miedo de convertirme en aquello que ella había intentado huir toda su vida.
Cerré los ojos, apretando los puños.
No iba a dejar que la maldición decidiera por mí.
No todavía.
Pero por primera vez…
entendí que mi luz no era pura.
Y que amar la vida
también significaba
aprender a convivir con la sombra.
---
No duró mucho.
Tal vez segundos.
Pero en mí… fue eterno.
Estaba sola cuando ocurrió. Eso fue lo peor.
O quizá lo mejor.
La luz volvió a concentrarse en mi pecho sin aviso, como si alguien hubiese apretado un núcleo invisible dentro de mí. Mi espalda se arqueó y el aire escapó de mis pulmones en un jadeo ahogado.
—No… ahora no…
Mi aura estalló.
No hacia afuera, sino hacia dentro.
Sentí cómo la energía celestial, esa que siempre había sido tibia y ordenada, se torcía, como si algo la estuviera re-escribiendo. No era oscuridad total… era una luz enferma, inestable.
Mis ojos ardieron.
No de fuego.
De contradicción.
La habitación tembló apenas, lo suficiente para que los objetos vibraran, como si el mundo dudara conmigo. Mis manos comenzaron a brillar… y luego a apagarse… una y otra vez, sin ritmo.
—¡Detente! —grité, a mí misma.
Pero mi esencia no obedecía.
Por un instante —solo uno— sentí algo que no era mío:
una voz antigua, cansada, arrastrándose por mi linaje.
“No luches.”
El miedo me atravesó como una daga.
—¡Cállate! —respondí, con la voz quebrada.
La energía se liberó de golpe.
No destruyó nada.
No hirió a nadie.
Pero me rompió.
Caí de rodillas, las manos apoyadas en el suelo frío, respirando de forma errática. La luz se disipó como humo y el silencio volvió, pesado, acusador.
Mi corazón latía desbocado.
Mis manos… temblaban.
—Eso… eso no era yo… —susurré, horrorizada.
Pero en el fondo, una verdad cruel se asentó en mi pecho:
Sí había sido yo.
Una parte de mí que no conocía.
Una parte heredada.
Maldita.
Me abracé a mí misma, intentando sentir algo firme, algo real.
Mi luz volvió lentamente, débil, cautelosa, como si también tuviera miedo de mí ahora.
No lloré.
No grité.
Solo pensé, con terror absoluto:
¿Y si la próxima vez no puedo detenerme?
Ese fue el momento exacto en que dejé de sentirme una diosa en formación…
y comencé a sentirme humana.
Frágil.
Insegura.
Asustada.
---
Darían Veyrith Reis
Viktor Kaelith Veyrith
Constantin Aurelian Reis
No fue dolor al principio.
Fue miedo.
Un miedo silencioso, profundo, que no gritaba…
susurraba.
Lo sentí en el pecho, como si algo que siempre había sido luz comenzara a temblar.
Mi respiración se volvió irregular. No porque faltara aire, sino porque la energía que me recorría ya no fluía igual.
Mi esencia celestial…
estaba cambiando.
Me miré las manos. No había sangre, no había heridas, pero la sensación era peor:
era como si la luz bajo mi piel se estuviera manchando.
—No… —susurré, retrocediendo un paso.
Recordé las palabras que nunca quise escuchar.
Las advertencias sobre el linaje de mi madre.
La maldición que había sido sellada generaciones atrás, dormida, paciente.
“Cuando la diosa despierte por completo, la corrupción también lo hará.”
El aire a mi alrededor se volvió pesado.
Mi aura, normalmente suave, comenzó a oscilar, alternando entre brillo y sombra.
Sentía dos fuerzas dentro de mí tirando en direcciones opuestas.
Quería gritar, pero no salía sonido alguno.
Solo ese temblor constante en mi núcleo.
—No soy eso… —me repetí, como un mantra—. No soy la corrupción.
Pero el miedo no escucha razones.
Vi reflejos que no reconocía.
No monstruos…
sino versiones de mí que no sabía si eran posibles.
Mi corazón latía con fuerza.
No por rabia.
Por pánico.
Pensé en Darían. En su estabilidad.
Pensé en Zyran, en su caos vivo.
Y me di cuenta de algo que me aterrorizó aún más:
Yo era el equilibrio.
Y si yo caía…
todo el linaje lo haría conmigo.
Mis rodillas cedieron y me apoyé contra la pared, respirando con dificultad.
La luz volvió a aparecer, débil, temblorosa, como una vela a punto de apagarse.
—Mamá… —murmuré, con la voz rota—. ¿Qué me dejaste?
No era odio lo que sentía.
Era miedo de convertirme en aquello que ella había intentado huir toda su vida.
Cerré los ojos, apretando los puños.
No iba a dejar que la maldición decidiera por mí.
No todavía.
Pero por primera vez…
entendí que mi luz no era pura.
Y que amar la vida
también significaba
aprender a convivir con la sombra.
---
No duró mucho.
Tal vez segundos.
Pero en mí… fue eterno.
Estaba sola cuando ocurrió. Eso fue lo peor.
O quizá lo mejor.
La luz volvió a concentrarse en mi pecho sin aviso, como si alguien hubiese apretado un núcleo invisible dentro de mí. Mi espalda se arqueó y el aire escapó de mis pulmones en un jadeo ahogado.
—No… ahora no…
Mi aura estalló.
No hacia afuera, sino hacia dentro.
Sentí cómo la energía celestial, esa que siempre había sido tibia y ordenada, se torcía, como si algo la estuviera re-escribiendo. No era oscuridad total… era una luz enferma, inestable.
Mis ojos ardieron.
No de fuego.
De contradicción.
La habitación tembló apenas, lo suficiente para que los objetos vibraran, como si el mundo dudara conmigo. Mis manos comenzaron a brillar… y luego a apagarse… una y otra vez, sin ritmo.
—¡Detente! —grité, a mí misma.
Pero mi esencia no obedecía.
Por un instante —solo uno— sentí algo que no era mío:
una voz antigua, cansada, arrastrándose por mi linaje.
“No luches.”
El miedo me atravesó como una daga.
—¡Cállate! —respondí, con la voz quebrada.
La energía se liberó de golpe.
No destruyó nada.
No hirió a nadie.
Pero me rompió.
Caí de rodillas, las manos apoyadas en el suelo frío, respirando de forma errática. La luz se disipó como humo y el silencio volvió, pesado, acusador.
Mi corazón latía desbocado.
Mis manos… temblaban.
—Eso… eso no era yo… —susurré, horrorizada.
Pero en el fondo, una verdad cruel se asentó en mi pecho:
Sí había sido yo.
Una parte de mí que no conocía.
Una parte heredada.
Maldita.
Me abracé a mí misma, intentando sentir algo firme, algo real.
Mi luz volvió lentamente, débil, cautelosa, como si también tuviera miedo de mí ahora.
No lloré.
No grité.
Solo pensé, con terror absoluto:
¿Y si la próxima vez no puedo detenerme?
Ese fue el momento exacto en que dejé de sentirme una diosa en formación…
y comencé a sentirme humana.
Frágil.
Insegura.
Asustada.
---
Darían Veyrith Reis
Viktor Kaelith Veyrith
Constantin Aurelian Reis
Lyra
No fue dolor al principio.
Fue miedo.
Un miedo silencioso, profundo, que no gritaba…
susurraba.
Lo sentí en el pecho, como si algo que siempre había sido luz comenzara a temblar.
Mi respiración se volvió irregular. No porque faltara aire, sino porque la energía que me recorría ya no fluía igual.
Mi esencia celestial…
estaba cambiando.
Me miré las manos. No había sangre, no había heridas, pero la sensación era peor:
era como si la luz bajo mi piel se estuviera manchando.
—No… —susurré, retrocediendo un paso.
Recordé las palabras que nunca quise escuchar.
Las advertencias sobre el linaje de mi madre.
La maldición que había sido sellada generaciones atrás, dormida, paciente.
“Cuando la diosa despierte por completo, la corrupción también lo hará.”
El aire a mi alrededor se volvió pesado.
Mi aura, normalmente suave, comenzó a oscilar, alternando entre brillo y sombra.
Sentía dos fuerzas dentro de mí tirando en direcciones opuestas.
Quería gritar, pero no salía sonido alguno.
Solo ese temblor constante en mi núcleo.
—No soy eso… —me repetí, como un mantra—. No soy la corrupción.
Pero el miedo no escucha razones.
Vi reflejos que no reconocía.
No monstruos…
sino versiones de mí que no sabía si eran posibles.
Mi corazón latía con fuerza.
No por rabia.
Por pánico.
Pensé en Darían. En su estabilidad.
Pensé en Zyran, en su caos vivo.
Y me di cuenta de algo que me aterrorizó aún más:
Yo era el equilibrio.
Y si yo caía…
todo el linaje lo haría conmigo.
Mis rodillas cedieron y me apoyé contra la pared, respirando con dificultad.
La luz volvió a aparecer, débil, temblorosa, como una vela a punto de apagarse.
—Mamá… —murmuré, con la voz rota—. ¿Qué me dejaste?
No era odio lo que sentía.
Era miedo de convertirme en aquello que ella había intentado huir toda su vida.
Cerré los ojos, apretando los puños.
No iba a dejar que la maldición decidiera por mí.
No todavía.
Pero por primera vez…
entendí que mi luz no era pura.
Y que amar la vida
también significaba
aprender a convivir con la sombra.
---
No duró mucho.
Tal vez segundos.
Pero en mí… fue eterno.
Estaba sola cuando ocurrió. Eso fue lo peor.
O quizá lo mejor.
La luz volvió a concentrarse en mi pecho sin aviso, como si alguien hubiese apretado un núcleo invisible dentro de mí. Mi espalda se arqueó y el aire escapó de mis pulmones en un jadeo ahogado.
—No… ahora no…
Mi aura estalló.
No hacia afuera, sino hacia dentro.
Sentí cómo la energía celestial, esa que siempre había sido tibia y ordenada, se torcía, como si algo la estuviera re-escribiendo. No era oscuridad total… era una luz enferma, inestable.
Mis ojos ardieron.
No de fuego.
De contradicción.
La habitación tembló apenas, lo suficiente para que los objetos vibraran, como si el mundo dudara conmigo. Mis manos comenzaron a brillar… y luego a apagarse… una y otra vez, sin ritmo.
—¡Detente! —grité, a mí misma.
Pero mi esencia no obedecía.
Por un instante —solo uno— sentí algo que no era mío:
una voz antigua, cansada, arrastrándose por mi linaje.
“No luches.”
El miedo me atravesó como una daga.
—¡Cállate! —respondí, con la voz quebrada.
La energía se liberó de golpe.
No destruyó nada.
No hirió a nadie.
Pero me rompió.
Caí de rodillas, las manos apoyadas en el suelo frío, respirando de forma errática. La luz se disipó como humo y el silencio volvió, pesado, acusador.
Mi corazón latía desbocado.
Mis manos… temblaban.
—Eso… eso no era yo… —susurré, horrorizada.
Pero en el fondo, una verdad cruel se asentó en mi pecho:
Sí había sido yo.
Una parte de mí que no conocía.
Una parte heredada.
Maldita.
Me abracé a mí misma, intentando sentir algo firme, algo real.
Mi luz volvió lentamente, débil, cautelosa, como si también tuviera miedo de mí ahora.
No lloré.
No grité.
Solo pensé, con terror absoluto:
¿Y si la próxima vez no puedo detenerme?
Ese fue el momento exacto en que dejé de sentirme una diosa en formación…
y comencé a sentirme humana.
Frágil.
Insegura.
Asustada.
---
[illusion_bronze_lion_523]
[fusion_pearl_frog_373]
[cosmic_garnet_rhino_424]