❝ Antes de la primera respiración,
antes del primer latido,
ya he caminado contigo.
Soy la guardiana de lo invisible,
la que asiste sin ser llamada en voz,
pero siempre sentida en alma.
No hay espada en mis manos,
pero todo guerrero ha pasado por las mías.
No hay altar que me contenga,
porque mi templo es cada vientre,
mi plegaria, cada nacimiento.
Yo soy la calma que sostiene,
la fuerza que no grita.
El inicio... y el puente entre lo eterno y lo frágil. ❞
────────────ஓ๑༶๑ஓ──────────
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❝ Ilitía.❞
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❝ Antes de la primera respiración,
antes del primer latido,
ya he caminado contigo.
Soy la guardiana de lo invisible,
la que asiste sin ser llamada en voz,
pero siempre sentida en alma.
No hay espada en mis manos,
pero todo guerrero ha pasado por las mías.
No hay altar que me contenga,
porque mi templo es cada vientre,
mi plegaria, cada nacimiento.
Yo soy la calma que sostiene,
la fuerza que no grita.
El inicio... y el puente entre lo eterno y lo frágil. ❞
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Solo era una niña feliz, no sabía que iba a quedar huérfana, tampoco que el legado de mi familia y la protección del bosque quedaría en mis manos..... Y ahora cargo con el peso de ser guardiana pero por la madre tierra soy fuerte.
Solo era una niña feliz, no sabía que iba a quedar huérfana, tampoco que el legado de mi familia y la protección del bosque quedaría en mis manos..... Y ahora cargo con el peso de ser guardiana pero por la madre tierra soy fuerte.
Hace mucho tiempo que deseaba subir esta nueva portada donde hay luce Kara en diferentes formas y además de estar acompañada de su fiel guardiana cósmica y robótica de Anillo.
Hace mucho tiempo que deseaba subir esta nueva portada donde hay luce Kara en diferentes formas y además de estar acompañada de su fiel guardiana cósmica y robótica de Anillo.
—Si soy la Guardiana de la esperanza en el mundo de los sueños... Jmm, ¿cómo puedo dar esperanza a Morfeo sin que esto rompa su equilibrio ni que interfiera con su trabajo?. —pensó en voz alta, mientras se encontraba acostada sobre una nube, hoy se sentía especialmente liviana— jm... Cuak... tengo el poder en mis manos, mi imaginación podría tener la respuesta... Pero, algo me sigue faltando.
—Si soy la Guardiana de la esperanza en el mundo de los sueños... Jmm, ¿cómo puedo dar esperanza a Morfeo sin que esto rompa su equilibrio ni que interfiera con su trabajo?. —pensó en voz alta, mientras se encontraba acostada sobre una nube, hoy se sentía especialmente liviana— jm... Cuak... tengo el poder en mis manos, mi imaginación podría tener la respuesta... Pero, algo me sigue faltando.
Ella dormía plácidamente sin interrupciones más el suave susurro del aire y la luna la protegía, el pasto era su comoda cama. El bosque velaba por ella pues se lo merecía después de un día largo de tanto cuidar de el, ahora era turno del bosque cuidar y velar el sueño de su guardiana más leal. #rol
Ella dormía plácidamente sin interrupciones más el suave susurro del aire y la luna la protegía, el pasto era su comoda cama. El bosque velaba por ella pues se lo merecía después de un día largo de tanto cuidar de el, ahora era turno del bosque cuidar y velar el sueño de su guardiana más leal.
#rol
La guardiana del bosque infinito se encontraba dormida tranquilamente sobre los césped. Era de tarde Pero quería descansar un rato, era agotador siempre está a la vista del bosque y cuidando de el y la vida que vagaba en el. Es un trabajo que no podía dejar y que moriría si lo hace, "el bosque es su vida".
Mientras seguía durmiendo tranquilamente, dónde solo se escuchaba los sonidos de las aves que cantaban y las aguas de los ríos recorrer, un sonido que no era habitual, despertó a la elfa derrepente, poniéndose alerta.
Se dirigió por detrás de aquel, quien hizo tal ruido y se atrevió a entrar al bosque de forma cautelosa.
—¿Porque entras a mi bosque en silencio? ¿Acaso tramas algo?
La elfa se mostraba serena ante las espaldas de el, mientras alzo una de sus manos, que su mano empezó a resplandecer luz dorada, una señal de que en cualquier momento iba atacar.
La guardiana del bosque infinito se encontraba dormida tranquilamente sobre los césped. Era de tarde Pero quería descansar un rato, era agotador siempre está a la vista del bosque y cuidando de el y la vida que vagaba en el. Es un trabajo que no podía dejar y que moriría si lo hace, "el bosque es su vida".
Mientras seguía durmiendo tranquilamente, dónde solo se escuchaba los sonidos de las aves que cantaban y las aguas de los ríos recorrer, un sonido que no era habitual, despertó a la elfa derrepente, poniéndose alerta.
Se dirigió por detrás de aquel, quien hizo tal ruido y se atrevió a entrar al bosque de forma cautelosa.
—¿Porque entras a mi bosque en silencio? ¿Acaso tramas algo?
La elfa se mostraba serena ante las espaldas de el, mientras alzo una de sus manos, que su mano empezó a resplandecer luz dorada, una señal de que en cualquier momento iba atacar.
[Rey_Adrian]
#rol
Perséfone, hija de Deméter, nacida bajo el sol primaveral, caminaba entre flores con la ligereza de quien no conoce el dolor. Su risa despertaba brotes y los pájaros afinaban sus cantos para acompañar su paso. Era símbolo de inocencia, de la vida que comienza. Pero incluso la luz más pura proyecta sombra.
Un día, en medio de un prado aislado, descubrió una grieta oculta entre las raíces. No fue arrastrada al Inframundo, como los relatos simplifican. Fue una elección. Sintió un tirón profundo, un eco en el alma que la invitaba a descubrir lo que yacía más allá del mundo visible.
Al descender, el reino de Hades no la recibió con cadenas, sino con silencio. Oscuro, vasto y ajeno. Al principio temió. Pero luego escuchó los susurros: voces de almas que no habían sido escuchadas, memorias que pedían descanso. Perséfone, movida por compasión, comenzó a plantar.
Flores negras brotaron de sus manos: no eran flores de muerte, sino de memoria. Cada una contenía un recuerdo, una despedida inconclusa, una historia que merecía ser contada. Su jardín se volvió sagrado. Un espacio entre mundos. No de desesperanza, sino de tránsito.
Hades la observaba en silencio. No la gobernó, la respetó. Le ofreció el trono, no como esposa forzada, sino como igual. Perséfone aceptó, no por sumisión, sino por decisión. Se convirtió en reina, no solo del Inframundo, sino del cambio.
Cada año, regresaba a la superficie. Al hacerlo, la tierra florecía. No por simple alegría, sino porque traía consigo la experiencia del abismo. Su primavera era más profunda: llevaba consigo la comprensión de la pérdida, del regreso, del renacimiento.
Deméter, al principio desgarrada por su ausencia, aprendió a comprender. No había perdido a su hija. Había ganado a una mujer completa. Una que abrazaba la luz y la oscuridad, que caminaba con firmeza entre los extremos de la existencia.
Así, Perséfone dejó de ser la joven raptada. Fue reconocida como lo que realmente era: guardiana de los umbrales, mediadora entre la vida y la muerte, entre la siembra y la cosecha, entre lo que fue y lo que será.
Su jardín, oculto bajo la tierra, florece eternamente. No se marchita, porque está hecho de lo eterno: la memoria. Y en cada equinoccio, cuando el velo entre mundos se hace tenue, se dice que puede verse su figura entre las flores oscuras. Ni del todo sombra, ni del todo luz. Simplemente Perséfone.
Un símbolo de que incluso en los lugares más oscuros puede nacer belleza. De que la dualidad no es debilidad, sino poder. Y que toda caída es también una puerta a lo que aún está por florecer.
Perséfone, hija de Deméter, nacida bajo el sol primaveral, caminaba entre flores con la ligereza de quien no conoce el dolor. Su risa despertaba brotes y los pájaros afinaban sus cantos para acompañar su paso. Era símbolo de inocencia, de la vida que comienza. Pero incluso la luz más pura proyecta sombra.
Un día, en medio de un prado aislado, descubrió una grieta oculta entre las raíces. No fue arrastrada al Inframundo, como los relatos simplifican. Fue una elección. Sintió un tirón profundo, un eco en el alma que la invitaba a descubrir lo que yacía más allá del mundo visible.
Al descender, el reino de Hades no la recibió con cadenas, sino con silencio. Oscuro, vasto y ajeno. Al principio temió. Pero luego escuchó los susurros: voces de almas que no habían sido escuchadas, memorias que pedían descanso. Perséfone, movida por compasión, comenzó a plantar.
Flores negras brotaron de sus manos: no eran flores de muerte, sino de memoria. Cada una contenía un recuerdo, una despedida inconclusa, una historia que merecía ser contada. Su jardín se volvió sagrado. Un espacio entre mundos. No de desesperanza, sino de tránsito.
Hades la observaba en silencio. No la gobernó, la respetó. Le ofreció el trono, no como esposa forzada, sino como igual. Perséfone aceptó, no por sumisión, sino por decisión. Se convirtió en reina, no solo del Inframundo, sino del cambio.
Cada año, regresaba a la superficie. Al hacerlo, la tierra florecía. No por simple alegría, sino porque traía consigo la experiencia del abismo. Su primavera era más profunda: llevaba consigo la comprensión de la pérdida, del regreso, del renacimiento.
Deméter, al principio desgarrada por su ausencia, aprendió a comprender. No había perdido a su hija. Había ganado a una mujer completa. Una que abrazaba la luz y la oscuridad, que caminaba con firmeza entre los extremos de la existencia.
Así, Perséfone dejó de ser la joven raptada. Fue reconocida como lo que realmente era: guardiana de los umbrales, mediadora entre la vida y la muerte, entre la siembra y la cosecha, entre lo que fue y lo que será.
Su jardín, oculto bajo la tierra, florece eternamente. No se marchita, porque está hecho de lo eterno: la memoria. Y en cada equinoccio, cuando el velo entre mundos se hace tenue, se dice que puede verse su figura entre las flores oscuras. Ni del todo sombra, ni del todo luz. Simplemente Perséfone.
Un símbolo de que incluso en los lugares más oscuros puede nacer belleza. De que la dualidad no es debilidad, sino poder. Y que toda caída es también una puerta a lo que aún está por florecer.
Persefone caminaba entre los campos dorados del verano, hija de Deméter, libre como el viento que peinaba las espigas. Cada flor que tocaba se abría, y la tierra cantaba con su risa. Pero el destino tejía en secreto otro sendero, oscuro y profundo.
Hades, desde las sombras del Inframundo, la observaba. No era el deseo lo que lo movía, sino una soledad milenaria. Cuando la tierra se abrió bajo los pies de Persefone, no hubo grito, solo el temblor de una flor marchita.
En el reino de los muertos, Persefone no lloró. Escuchó el lamento de las almas, el murmullo eterno de los que esperan, y poco a poco su corazón se transformó. Aprendió a gobernar con firmeza serena, con una compasión que helaba más que el Estigia.
Hades le ofreció una granada. Siete semillas. Siete decisiones inevitables.
Las comió sabiendo que su destino quedaba atado al inframundo, pero no con resignación. Lo hizo por elección. Así, nacía no solo la Reina del Hades, sino el puente entre la vida y la muerte.
Cada año, cuando regresaba a la superficie, la primavera brotaba tras sus pasos. Y cuando descendía, el mundo dormía con ella. Su madre lloraba, sí, pero la tierra sabía que Persefone no era prisionera: era la guardiana de dos mundos.
Desde entonces, su silencio no fue tristeza. Fue poder.
Fue equilibrio.
Fue eternidad.
El Silencio de las Granadas
Persefone caminaba entre los campos dorados del verano, hija de Deméter, libre como el viento que peinaba las espigas. Cada flor que tocaba se abría, y la tierra cantaba con su risa. Pero el destino tejía en secreto otro sendero, oscuro y profundo.
Hades, desde las sombras del Inframundo, la observaba. No era el deseo lo que lo movía, sino una soledad milenaria. Cuando la tierra se abrió bajo los pies de Persefone, no hubo grito, solo el temblor de una flor marchita.
En el reino de los muertos, Persefone no lloró. Escuchó el lamento de las almas, el murmullo eterno de los que esperan, y poco a poco su corazón se transformó. Aprendió a gobernar con firmeza serena, con una compasión que helaba más que el Estigia.
Hades le ofreció una granada. Siete semillas. Siete decisiones inevitables.
Las comió sabiendo que su destino quedaba atado al inframundo, pero no con resignación. Lo hizo por elección. Así, nacía no solo la Reina del Hades, sino el puente entre la vida y la muerte.
Cada año, cuando regresaba a la superficie, la primavera brotaba tras sus pasos. Y cuando descendía, el mundo dormía con ella. Su madre lloraba, sí, pero la tierra sabía que Persefone no era prisionera: era la guardiana de dos mundos.
Desde entonces, su silencio no fue tristeza. Fue poder.
Fue equilibrio.
Fue eternidad.
Las antorchas azules titilaban suavemente en las paredes de ónice. El gran salón del Inframundo, vasto como una caverna sagrada, estaba colmado de almas expectantes. Perséfone, vestida con sus mantos de noche y de flor, ascendió con la calma majestuosa que solo poseen las que han cruzado todos los umbrales. Y entonces, con voz clara, comenzó:
—Hijos de la sombra. Vosotros, que camináis entre la memoria y el silencio, escuchadme. Hoy no os hablo como diosa, sino como mujer. Como madre. Como reina por elección, no por imposición.
Sus ojos, verdes como la promesa de la primavera, se posaron suavemente sobre la multitud.
—Fui hija de la tierra y del cielo, criada en los campos donde cantan las estaciones. Y fui traída aquí por vuestro Rey, Hades, señor de los silencios eternos. Muchos han cantado que fue un rapto… y sí, lo fue. Pero también fue un inicio. Un viaje hacia lo desconocido, donde no encontré prisión, sino un nuevo rostro del amor.
Su voz no se quebró, pero se volvió más íntima, como una confesión antigua.
—A su lado no fui sombra ni adorno. Fui su reina. Su igual. Y en ese pacto que se forjó no en fuego, sino en paciencia y verdad, nació la vida más inesperada: nuestro hijo, Zagreus. Y más tarde, nuestra hija: Melínoe.
Una suave corriente de asombro recorrió las ánimas al escuchar ese nombre sagrado.
—Melínoe… la que camina entre los sueños y los terrores. Portadora de los misterios. Ella es la luz que recorre los túneles del subconsciente, la guardiana de los límites entre lo que somos y lo que tememos ser. Nació de mí como tú naciste de la vida, y en ella vive lo mejor de este reino y lo mejor de mí.
Perséfone dio un paso adelante, su manto rozando el suelo como una ola de noche.
—Muchos creen que el Inframundo es sólo castigo. Que es el fin. Yo os digo esto: también es principio. Aquí he sido amada, aquí he dado vida, aquí he reinado no con cadenas, sino con raíces. Y si alguna vez dudáis de la belleza que puede brotar en medio de la oscuridad, pensad en mis hijos. En Melínoe, en Zagreus. Frutos de una unión que no nació del miedo, sino del tiempo y la verdad.
Elevó una mano, como si pudiera sostener el peso de sus palabras en el aire.
—Yo no cambiaría nada. Ni el rapto. Ni la roca. Ni el invierno. Porque en todo eso estaba escrita la semilla de lo que soy hoy. Reina. Madre. Mujer de dos mundos.
Una pausa. Y luego, su voz, con la fuerza de un juramento:
—No temáis a la sombra. No huyáis del abismo. Porque si yo florecí aquí, también vosotros podéis. Si yo amé aquí, también vosotros podéis ser amados. Este reino no es olvido. Es transformación. Es renacimiento. Y mientras mi voz resuene en estas cámaras, que sepáis esto: no estáis solos. Yo os veo. Yo os guardo. Yo os acojo.
Y con un leve gesto, como quien bendice sin palabras, descendió un escalón del estrado.
Las ánimas, sin aliento, permanecieron en silencio largo rato. No por miedo.
Sino por reverencia.
Las antorchas azules titilaban suavemente en las paredes de ónice. El gran salón del Inframundo, vasto como una caverna sagrada, estaba colmado de almas expectantes. Perséfone, vestida con sus mantos de noche y de flor, ascendió con la calma majestuosa que solo poseen las que han cruzado todos los umbrales. Y entonces, con voz clara, comenzó:
—Hijos de la sombra. Vosotros, que camináis entre la memoria y el silencio, escuchadme. Hoy no os hablo como diosa, sino como mujer. Como madre. Como reina por elección, no por imposición.
Sus ojos, verdes como la promesa de la primavera, se posaron suavemente sobre la multitud.
—Fui hija de la tierra y del cielo, criada en los campos donde cantan las estaciones. Y fui traída aquí por vuestro Rey, Hades, señor de los silencios eternos. Muchos han cantado que fue un rapto… y sí, lo fue. Pero también fue un inicio. Un viaje hacia lo desconocido, donde no encontré prisión, sino un nuevo rostro del amor.
Su voz no se quebró, pero se volvió más íntima, como una confesión antigua.
—A su lado no fui sombra ni adorno. Fui su reina. Su igual. Y en ese pacto que se forjó no en fuego, sino en paciencia y verdad, nació la vida más inesperada: nuestro hijo, Zagreus. Y más tarde, nuestra hija: Melínoe.
Una suave corriente de asombro recorrió las ánimas al escuchar ese nombre sagrado.
—Melínoe… la que camina entre los sueños y los terrores. Portadora de los misterios. Ella es la luz que recorre los túneles del subconsciente, la guardiana de los límites entre lo que somos y lo que tememos ser. Nació de mí como tú naciste de la vida, y en ella vive lo mejor de este reino y lo mejor de mí.
Perséfone dio un paso adelante, su manto rozando el suelo como una ola de noche.
—Muchos creen que el Inframundo es sólo castigo. Que es el fin. Yo os digo esto: también es principio. Aquí he sido amada, aquí he dado vida, aquí he reinado no con cadenas, sino con raíces. Y si alguna vez dudáis de la belleza que puede brotar en medio de la oscuridad, pensad en mis hijos. En Melínoe, en Zagreus. Frutos de una unión que no nació del miedo, sino del tiempo y la verdad.
Elevó una mano, como si pudiera sostener el peso de sus palabras en el aire.
—Yo no cambiaría nada. Ni el rapto. Ni la roca. Ni el invierno. Porque en todo eso estaba escrita la semilla de lo que soy hoy. Reina. Madre. Mujer de dos mundos.
Una pausa. Y luego, su voz, con la fuerza de un juramento:
—No temáis a la sombra. No huyáis del abismo. Porque si yo florecí aquí, también vosotros podéis. Si yo amé aquí, también vosotros podéis ser amados. Este reino no es olvido. Es transformación. Es renacimiento. Y mientras mi voz resuene en estas cámaras, que sepáis esto: no estáis solos. Yo os veo. Yo os guardo. Yo os acojo.
Y con un leve gesto, como quien bendice sin palabras, descendió un escalón del estrado.
Las ánimas, sin aliento, permanecieron en silencio largo rato. No por miedo.
Sino por reverencia.