El Silencio de las Granadas

Persefone caminaba entre los campos dorados del verano, hija de Deméter, libre como el viento que peinaba las espigas. Cada flor que tocaba se abría, y la tierra cantaba con su risa. Pero el destino tejía en secreto otro sendero, oscuro y profundo.

Hades, desde las sombras del Inframundo, la observaba. No era el deseo lo que lo movía, sino una soledad milenaria. Cuando la tierra se abrió bajo los pies de Persefone, no hubo grito, solo el temblor de una flor marchita.

En el reino de los muertos, Persefone no lloró. Escuchó el lamento de las almas, el murmullo eterno de los que esperan, y poco a poco su corazón se transformó. Aprendió a gobernar con firmeza serena, con una compasión que helaba más que el Estigia.

Hades le ofreció una granada. Siete semillas. Siete decisiones inevitables.

Las comió sabiendo que su destino quedaba atado al inframundo, pero no con resignación. Lo hizo por elección. Así, nacía no solo la Reina del Hades, sino el puente entre la vida y la muerte.

Cada año, cuando regresaba a la superficie, la primavera brotaba tras sus pasos. Y cuando descendía, el mundo dormía con ella. Su madre lloraba, sí, pero la tierra sabía que Persefone no era prisionera: era la guardiana de dos mundos.

Desde entonces, su silencio no fue tristeza. Fue poder.

Fue equilibrio.

Fue eternidad.
El Silencio de las Granadas Persefone caminaba entre los campos dorados del verano, hija de Deméter, libre como el viento que peinaba las espigas. Cada flor que tocaba se abría, y la tierra cantaba con su risa. Pero el destino tejía en secreto otro sendero, oscuro y profundo. Hades, desde las sombras del Inframundo, la observaba. No era el deseo lo que lo movía, sino una soledad milenaria. Cuando la tierra se abrió bajo los pies de Persefone, no hubo grito, solo el temblor de una flor marchita. En el reino de los muertos, Persefone no lloró. Escuchó el lamento de las almas, el murmullo eterno de los que esperan, y poco a poco su corazón se transformó. Aprendió a gobernar con firmeza serena, con una compasión que helaba más que el Estigia. Hades le ofreció una granada. Siete semillas. Siete decisiones inevitables. Las comió sabiendo que su destino quedaba atado al inframundo, pero no con resignación. Lo hizo por elección. Así, nacía no solo la Reina del Hades, sino el puente entre la vida y la muerte. Cada año, cuando regresaba a la superficie, la primavera brotaba tras sus pasos. Y cuando descendía, el mundo dormía con ella. Su madre lloraba, sí, pero la tierra sabía que Persefone no era prisionera: era la guardiana de dos mundos. Desde entonces, su silencio no fue tristeza. Fue poder. Fue equilibrio. Fue eternidad.
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