• Mi Cerbero y mi Zeus, ambos se ven tan lindos, mis dos guardianes, yo cambio mi forma de vida pero a ellos nunca los cambiaré
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  • Ahora sí todos alejensen del perro, hoy no hizo nada ya saben que significa.... Y por el amor al creador ¡Que alguien agarre a buxiang! Está metiéndole terribles ideas en la cabeza al pobre perro guardian de la familia
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    ¡el fandom de sonic no es nada sin nuestros personajes favoritos! si alguien quiere unirse es bienvenido ^-^

    *personajes que faltan:

    : tails, nuestro zorro genio favorito¡
    : knuckles, el guardian mas genial de todos¡
    : shadow, nuestro querido erizo emo favorito¡ <3
    : amy, nuestra eriza temible favorita.
    : eggman, el mundo necesita tu locura¡ :D
    : rouge, ¡la ladrona mas genial del mundo!
    : cream, el mundo necesita tu ternura¡
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    : silver, mereces tu propio juego hermano-
    : m..metal sonic¡ *bip, bip*
    : charmy, el insecto mas adorable¡ :3
    : vector, el jefe de los chaotix¡ te necesitamos.
    : blaze, la reina mas temible del mundo¡
    : scourge¡ el sonic malo mas genial B)
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    : tangle, nuestra lemur favorita de todo sonic¡
    : whisper, te necesitamos reina¡ :3
    : ray and mighty, siempre van a ser bienvenidos
    : sally, el equipo te necesita ❤

    ¡el fandom de sonic no es nada sin nuestros personajes favoritos! si alguien quiere unirse es bienvenido ^-^ *personajes que faltan: 🦊: tails, nuestro zorro genio favorito¡ 🥊: knuckles, el guardian mas genial de todos¡ 🖤: shadow, nuestro querido erizo emo favorito¡ <3 🌷: amy, nuestra eriza temible favorita. 🥚: eggman, el mundo necesita tu locura¡ :D 🦇: rouge, ¡la ladrona mas genial del mundo! 🐇: cream, el mundo necesita tu ternura¡ 🐇: vainilla, nuestra madre coneja favotita¡ <3 🤍: silver, mereces tu propio juego hermano- 🤖: m..metal sonic¡ *bip, bip* 🐝: charmy, el insecto mas adorable¡ :3 🐊: vector, el jefe de los chaotix¡ te necesitamos. 🔥: blaze, la reina mas temible del mundo¡ 🦔: scourge¡ el sonic malo mas genial B) 💚: surge, la chica radical suprema¡ 💙: kitsunami, el fennec mas cool :> 🖤: tangle, nuestra lemur favorita de todo sonic¡ ❓: whisper, te necesitamos reina¡ :3 🤝: ray and mighty, siempre van a ser bienvenidos 👑: sally, el equipo te necesita ❤
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  • El jardín estaba bañado por la tenue luz del atardecer. Los árboles se mecían suavemente con el viento, y el perfume de las flores nocturnas comenzaba a despertar, mezclándose con el murmullo distante de una fuente.
    Lysander estaba sentado en un banco de piedra, con el cabello cayendo en ondas oscuras sobre sus hombros, mientras Yuki, su pequeño conejo blanco, saltaba juguetón alrededor de sus botas.

    Un cosquilleo recorrió su brazo izquierdo: la señal inequívoca de que Nerezza estaba moviéndose bajo su piel, serpenteando desde su pecho hacia su hombro. Su siseo suave vibró en su mente, tan familiar como un susurro.

    —¿Otra vez inquieta, Nerezza? —murmuró, sin apartar la vista del cielo teñido de naranja y violeta. Yuki, curioso, se acercó a su mano y Lysander lo acarició suavemente detrás de las orejas.

    El siseo se transformó en un eco de palabras que solo él podía entender.
    —«El aire trae presencias extrañas… no confío en este silencio.»

    Lysander sonrió de lado, con esa mezcla de calma y melancolía que lo caracterizaba.
    —Siempre desconfías de todo. Quizá deberías aprender de Yuki… él solo salta y vive, sin pensar si el viento es aliado o enemigo.

    La serpiente blanca emergió entonces por completo desde su clavícula, etérea y brillante, enroscándose con elegancia alrededor de su brazo. Sus ojos plateados reflejaban la última luz del sol, como si vigilaran cada rincón del jardín.

    —«Ese conejo no cargaría con el peso que tú llevas. Yo sí.» —el siseo resonó, firme, protector.

    Lysander bajó la mirada hacia ella, con Yuki ahora entre sus brazos, tranquilo.
    —Lo sé… eres mi guardiana, mi otra mitad. Pero a veces me pregunto, Nerezza… ¿me proteges del mundo, o me proteges de mí mismo?

    La serpiente no respondió con palabras, sino apretando suavemente su brazo como si se tratara de un abrazo silencioso. Yuki, ajeno a todo, estiró su naricita y rozó las escamas perladas de Nerezza sin miedo alguno.
    Lysander dejó escapar una risa baja, casi inaudible.

    —Mira eso… parece que hasta mi pequeño Yuki te acepta. Tal vez, después de todo, sí pueda confiar en que el mundo no es tan hostil como lo imaginas.

    El viento sopló, llevando consigo el murmullo de la noche naciente. Entre el conejo juguetón y la serpiente guardiana, Lysander se sintió por un instante en paz, aunque sabía que esa calma siempre sería frágil.
    El jardín estaba bañado por la tenue luz del atardecer. Los árboles se mecían suavemente con el viento, y el perfume de las flores nocturnas comenzaba a despertar, mezclándose con el murmullo distante de una fuente. Lysander estaba sentado en un banco de piedra, con el cabello cayendo en ondas oscuras sobre sus hombros, mientras Yuki, su pequeño conejo blanco, saltaba juguetón alrededor de sus botas. Un cosquilleo recorrió su brazo izquierdo: la señal inequívoca de que Nerezza estaba moviéndose bajo su piel, serpenteando desde su pecho hacia su hombro. Su siseo suave vibró en su mente, tan familiar como un susurro. —¿Otra vez inquieta, Nerezza? —murmuró, sin apartar la vista del cielo teñido de naranja y violeta. Yuki, curioso, se acercó a su mano y Lysander lo acarició suavemente detrás de las orejas. El siseo se transformó en un eco de palabras que solo él podía entender. —«El aire trae presencias extrañas… no confío en este silencio.» Lysander sonrió de lado, con esa mezcla de calma y melancolía que lo caracterizaba. —Siempre desconfías de todo. Quizá deberías aprender de Yuki… él solo salta y vive, sin pensar si el viento es aliado o enemigo. La serpiente blanca emergió entonces por completo desde su clavícula, etérea y brillante, enroscándose con elegancia alrededor de su brazo. Sus ojos plateados reflejaban la última luz del sol, como si vigilaran cada rincón del jardín. —«Ese conejo no cargaría con el peso que tú llevas. Yo sí.» —el siseo resonó, firme, protector. Lysander bajó la mirada hacia ella, con Yuki ahora entre sus brazos, tranquilo. —Lo sé… eres mi guardiana, mi otra mitad. Pero a veces me pregunto, Nerezza… ¿me proteges del mundo, o me proteges de mí mismo? La serpiente no respondió con palabras, sino apretando suavemente su brazo como si se tratara de un abrazo silencioso. Yuki, ajeno a todo, estiró su naricita y rozó las escamas perladas de Nerezza sin miedo alguno. Lysander dejó escapar una risa baja, casi inaudible. —Mira eso… parece que hasta mi pequeño Yuki te acepta. Tal vez, después de todo, sí pueda confiar en que el mundo no es tan hostil como lo imaginas. El viento sopló, llevando consigo el murmullo de la noche naciente. Entre el conejo juguetón y la serpiente guardiana, Lysander se sintió por un instante en paz, aunque sabía que esa calma siempre sería frágil.
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  • Historia de Nerezza

    Nerezza nació junto con Lysander, no como un animal común, sino como la manifestación de su dualidad celestial y tengu. Su forma es la de una serpiente blanca, símbolo ancestral de protección, pureza y conexión espiritual.

    Su cuerpo es largo y grácil, con escamas que parecen hechas de marfil bruñido; a la luz, se iluminan con un brillo perlado que recuerda a las plumas de un ave celestial. Sus ojos son plateados, profundos, y en ellos late una sabiduría que trasciende la vida terrenal.

    Nerezza vive dentro de Lysander, enroscada en su pecho como si fuera su segundo corazón. Puede moverse a lo largo de su cuerpo, deslizándose bajo la piel como una corriente de energía pura. Lysander siente su andar como un cosquilleo helado o cálido que recorre su nuca, sus brazos o incluso sus alas cuando se manifiestan.

    Cuando el peligro acecha, Nerezza puede salir de él, emergiendo desde sus brazos, hombros o incluso de sus ojos como un resplandor blanco que toma la forma de una serpiente espectral. En este estado, se mueve con fluidez, suspendida en el aire como si nadara en un océano invisible, siempre rodeada de un halo suave de luz.

    Su naturaleza es la de una guardiana protectora: Nerezza detecta espíritus hostiles, maldiciones o intenciones ocultas mucho antes de que Lysander lo note. Sus siseos interiores —que él escucha en la mente como un eco lejano— son advertencias o guías. No necesita palabras; su sola presencia es consuelo y escudo.

    Muchos creen que las serpientes blancas son heraldos de los dioses o guardianes de los templos. En el caso de Lysander, Nerezza es el símbolo de que, aunque viva dividido entre el cielo y la tierra, nunca está solo: ella es su compañera eterna, un espíritu nacido de su propio ser pero con voluntad independiente, destinada a protegerlo hasta el fin.
    Historia de Nerezza Nerezza nació junto con Lysander, no como un animal común, sino como la manifestación de su dualidad celestial y tengu. Su forma es la de una serpiente blanca, símbolo ancestral de protección, pureza y conexión espiritual. Su cuerpo es largo y grácil, con escamas que parecen hechas de marfil bruñido; a la luz, se iluminan con un brillo perlado que recuerda a las plumas de un ave celestial. Sus ojos son plateados, profundos, y en ellos late una sabiduría que trasciende la vida terrenal. Nerezza vive dentro de Lysander, enroscada en su pecho como si fuera su segundo corazón. Puede moverse a lo largo de su cuerpo, deslizándose bajo la piel como una corriente de energía pura. Lysander siente su andar como un cosquilleo helado o cálido que recorre su nuca, sus brazos o incluso sus alas cuando se manifiestan. Cuando el peligro acecha, Nerezza puede salir de él, emergiendo desde sus brazos, hombros o incluso de sus ojos como un resplandor blanco que toma la forma de una serpiente espectral. En este estado, se mueve con fluidez, suspendida en el aire como si nadara en un océano invisible, siempre rodeada de un halo suave de luz. Su naturaleza es la de una guardiana protectora: Nerezza detecta espíritus hostiles, maldiciones o intenciones ocultas mucho antes de que Lysander lo note. Sus siseos interiores —que él escucha en la mente como un eco lejano— son advertencias o guías. No necesita palabras; su sola presencia es consuelo y escudo. Muchos creen que las serpientes blancas son heraldos de los dioses o guardianes de los templos. En el caso de Lysander, Nerezza es el símbolo de que, aunque viva dividido entre el cielo y la tierra, nunca está solo: ella es su compañera eterna, un espíritu nacido de su propio ser pero con voluntad independiente, destinada a protegerlo hasta el fin.
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  • ⠀⠀La noche se había adueñado de la ciudad, pero las luces de la iglesia de San Miguel brillaban iluminando la calle en penumbra. Kazuha se detuvo frente a la verja. Era una espectadora silenciosa en un culto ajeno.

    ⠀⠀Desde el interior, llegaba el murmullo de una oración colectiva, un sonido que le erizó la piel. No por devoción, sino por una molesta familiaridad.

    "𝘗𝘢𝘥𝘳𝘦 𝘕𝘶𝘦𝘴𝘵𝘳𝘰, 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘴 𝘦𝘯 𝘭𝘰𝘴 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰𝘴..."

    ⠀⠀Una sonrisa torcida se dibujó en sus labios. ¿En los cielos? Ella provenía de un linaje que se decía ser descendiente de una entidad que habitaba en los sueños. Aeloria, Guardiana de los Sueños. Una leyenda tan antigua y difusa como el propio concepto de Dios para estos humanos.

    "𝘚𝘢𝘯𝘵𝘪𝘧𝘪𝘤𝘢𝘥𝘰 𝘴𝘦𝘢 𝘵𝘶 𝘯𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦..."

    ⠀⠀Ellos tenían su libro sagrado, su Biblia, con reglas escritas en piedra y mandamientos entregados en una montaña. Los Aelorianos tenían un Código de Ética. Un reglamento seco, frío, escrito por un Consejo de Ancianos temerosos que decidieron que el miedo era una buena base para la moral. "No usar el poder para ventaja personal. No alterar el equilibrio mágico en el mundo" Tsk, ¿quién decidió qué era el "equilibrio"? ¿Un puñado de viejos asustados que añoraban los días en que eran venerados como dioses menores?

    "𝘋𝘢𝘯𝘰𝘴 𝘩𝘰𝘺 𝘯𝘶𝘦𝘴𝘵𝘳𝘰 𝘱𝘢𝘯 𝘥𝘦 𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘥𝘪𝘢..."

    ⠀⠀Ellos pedían pan. Sus clientes pedían amor, poder, venganza. ¿Era tan distinto? Ambos suplicaban a una fuerza superior para llenar un vacío. La única diferencia era el intermediario. Ellos tenían sacerdotes que prometían una recompensa después de la muerte. Y ella era como una sacerdotisa que cobraba antes de conceder el milagro, y advertía que el cielo podía caerte encima en cualquier momento.

    «Aeloria no nos dió este poder para que lo usaramos, sino para que lo entendieramos". La frase, una de las tantas que le habían repetido hasta el cansancio en su juventud. ¿Entenderlo? ¿Entender el caos? Era como intentar entender un huracán metiéndose en el ojo de la tormenta. ¡Absurdo!. El poder era para usarse. Para sentirlo arder en las venas, para moldear la realidad a voluntad. ¿Acaso no era eso entenderlo verdaderamente? Abrazar su naturaleza depredadora, en lugar de intentar domarla con reglas hipócritas.

    ⠀⠀Un Código de Ética escrito por un puñado de viejos cobardes era su biblia. Y ella era como la serpiente del Edén, prefería ofrecer la manzana del conocimiento prohibido, aunque a cambio de un precio que respnaría en los ecos del alma.

    ⠀⠀Una mariposa roja se materializó y se posó en un barrotes justo frente a su rostro.

    —¿Lo ves? —murmuró, y su voz se perdió en el canto de los feligreces— ellos rezan a un dios que no contesta. Y nosotros... somos los dioses que contestamos. Por eso nos temen más que a su propio dios silente, hmph.

    ⠀⠀Giró sobre sus talones y se alejó de la luz de la iglesia. No había respuestas para ella en ese lugar, solo el eco reconfortante de su propia herejía. Ella era una creyente más fiel que todos ellos. Porque creía en el poder mismo. Y no en las reglas que los hombres, humanos o Aelorianos, inventaban para sentirse menos aterrados de la oscuridad que llevaban dentro.

    ⠀⠀El eco de un "Amén" colectivo la persiguió calle abajo. Ella no necesitaba amén. Tenía el sonido de las mariposas rojas aleteando siempre cerca de ella.
    ⠀⠀La noche se había adueñado de la ciudad, pero las luces de la iglesia de San Miguel brillaban iluminando la calle en penumbra. Kazuha se detuvo frente a la verja. Era una espectadora silenciosa en un culto ajeno. ⠀⠀Desde el interior, llegaba el murmullo de una oración colectiva, un sonido que le erizó la piel. No por devoción, sino por una molesta familiaridad. "𝘗𝘢𝘥𝘳𝘦 𝘕𝘶𝘦𝘴𝘵𝘳𝘰, 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘴 𝘦𝘯 𝘭𝘰𝘴 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰𝘴..." ⠀⠀Una sonrisa torcida se dibujó en sus labios. ¿En los cielos? Ella provenía de un linaje que se decía ser descendiente de una entidad que habitaba en los sueños. Aeloria, Guardiana de los Sueños. Una leyenda tan antigua y difusa como el propio concepto de Dios para estos humanos. "𝘚𝘢𝘯𝘵𝘪𝘧𝘪𝘤𝘢𝘥𝘰 𝘴𝘦𝘢 𝘵𝘶 𝘯𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦..." ⠀⠀Ellos tenían su libro sagrado, su Biblia, con reglas escritas en piedra y mandamientos entregados en una montaña. Los Aelorianos tenían un Código de Ética. Un reglamento seco, frío, escrito por un Consejo de Ancianos temerosos que decidieron que el miedo era una buena base para la moral. "No usar el poder para ventaja personal. No alterar el equilibrio mágico en el mundo" Tsk, ¿quién decidió qué era el "equilibrio"? ¿Un puñado de viejos asustados que añoraban los días en que eran venerados como dioses menores? "𝘋𝘢𝘯𝘰𝘴 𝘩𝘰𝘺 𝘯𝘶𝘦𝘴𝘵𝘳𝘰 𝘱𝘢𝘯 𝘥𝘦 𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘥𝘪𝘢..." ⠀⠀Ellos pedían pan. Sus clientes pedían amor, poder, venganza. ¿Era tan distinto? Ambos suplicaban a una fuerza superior para llenar un vacío. La única diferencia era el intermediario. Ellos tenían sacerdotes que prometían una recompensa después de la muerte. Y ella era como una sacerdotisa que cobraba antes de conceder el milagro, y advertía que el cielo podía caerte encima en cualquier momento. «Aeloria no nos dió este poder para que lo usaramos, sino para que lo entendieramos". La frase, una de las tantas que le habían repetido hasta el cansancio en su juventud. ¿Entenderlo? ¿Entender el caos? Era como intentar entender un huracán metiéndose en el ojo de la tormenta. ¡Absurdo!. El poder era para usarse. Para sentirlo arder en las venas, para moldear la realidad a voluntad. ¿Acaso no era eso entenderlo verdaderamente? Abrazar su naturaleza depredadora, en lugar de intentar domarla con reglas hipócritas. ⠀⠀Un Código de Ética escrito por un puñado de viejos cobardes era su biblia. Y ella era como la serpiente del Edén, prefería ofrecer la manzana del conocimiento prohibido, aunque a cambio de un precio que respnaría en los ecos del alma. ⠀⠀Una mariposa roja se materializó y se posó en un barrotes justo frente a su rostro. —¿Lo ves? —murmuró, y su voz se perdió en el canto de los feligreces— ellos rezan a un dios que no contesta. Y nosotros... somos los dioses que contestamos. Por eso nos temen más que a su propio dios silente, hmph. ⠀⠀Giró sobre sus talones y se alejó de la luz de la iglesia. No había respuestas para ella en ese lugar, solo el eco reconfortante de su propia herejía. Ella era una creyente más fiel que todos ellos. Porque creía en el poder mismo. Y no en las reglas que los hombres, humanos o Aelorianos, inventaban para sentirse menos aterrados de la oscuridad que llevaban dentro. ⠀⠀El eco de un "Amén" colectivo la persiguió calle abajo. Ella no necesitaba amén. Tenía el sonido de las mariposas rojas aleteando siempre cerca de ella.
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  • Eres la luz que iluminó mi oscuridad y a la vez mi sombra que me protegue en cada rincón del mundo, mi deseo de noche y dia, el guardian de mi corazon.
    Eres el amor de mi vida.
    Aaron Mckein
    Eres la luz que iluminó mi oscuridad y a la vez mi sombra que me protegue en cada rincón del mundo, mi deseo de noche y dia, el guardian de mi corazon. Eres el amor de mi vida. [Aaron_Mckein]
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
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    La Guardiana
    Negro profundo, plumas rojizas y bordados cobrizos en un vestido que evoca la silueta de la fuerza. La cola en piel sintética representa lo indomable. Para mí, es la mujer que custodia los secretos ancestrales: firme, sabia y enigmática.
    #Mirror #ReflejosDelInconsciente #LaGuardiana #AltaCostura #MIRROR2025
    🦉 La Guardiana Negro profundo, plumas rojizas y bordados cobrizos en un vestido que evoca la silueta de la fuerza. La cola en piel sintética representa lo indomable. Para mí, es la mujer que custodia los secretos ancestrales: firme, sabia y enigmática. #Mirror #ReflejosDelInconsciente #LaGuardiana #AltaCostura #MIRROR2025
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  • 𝐃𝐄𝐒𝐏𝐄𝐃𝐈𝐃𝐀𝐒 𝐘 𝐏𝐑𝐎𝐌𝐄𝐒𝐀𝐒
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    El sonido de las flautas y los tambores retumbó en el gélido bosque, entrelazándose con los rezos funerarios. Pero ella los escuchaba distantes, como ecos que pertenecían a otro mundo. El amanecer se dejaba ver entre las hojas de los árboles, un cielo violeta adornado por la luz rojiza que iluminaba las nubes, anunciaba la llegada del alba sobre la ciudad de Dardania.

    ────Y ahora derramo estas libaciones para los ancestros y los espíritus guardianes de esta tierra... paz con la naturaleza... paz con los dioses.

    La madre del príncipe, la reina Temiste, se acercó a la pira de madera con una jarra entre sus manos y derramó el vino, la miel dorada y las gotas blancas de leche que oscurecieron la tierra húmeda al caer.

    Los dedos helados de Afro se cerraron con fuerza alrededor de la antorcha. Inspiró hondo el aire impregnado de neblina, tierra mojada e incienso; los ojos le escocían por el humo de las antorchas y parpadeó varias veces, conteniendo las lágrimas.

    Todas las miradas se volvieron hacia ella. Había llegado la hora.

    Avanzó hacia la pira, arrastrando los pies. Le sorprendió ser capaz de moverse, continuar con los procedimientos rituales del funeral, a pesar de que, por dentro, se sentía como una cascara vacía. El fuego de la antorcha se desató en llamas en la madera y las flores que rodeaban el cuerpo dispuesto sobre la pira. Las flamas danzantes envolvieron el cuerpo del príncipe en su cálido abrazo y lo consumieron. Afro se encogió detrás de su velo de luto.

    Observó su rostro por ultima vez. Lo apodaban el León de Dardania por su espesa melena de rizos dorados y las pecas bronceadas que salpicaban su nariz. En batalla peleaba implacable como una tormenta de acero y promesas de muerte. Y al igual que los leones, era imponente, feroz, imposible de ignorar. Afro repasó sus facciones, sus labios. Esos ojos grandes color avellana en los que ella se había visto reflejada tantas veces, ahora se encontraban cerrados para siempre y esa piel radiante y tersa, estaba pálida y grisácea.

    Ella misma se había encargado de prepararlo para la ocasión: le vistió con la túnica que a él tanto le gustaba; la misma que llevó la noche en que escaparon del palacio real y se unieron a la celebración en la Gran Plaza, mezclándose con la multitud cómo dos ciudadanos comunes que festejaban la llegada de la cosecha.

    Ahora las llamas devoraron ese recuerdo, junto a muchos otros: la primera vez que sus miradas se encontraron, su voz llamándola entre risas.

    El humo ascendía, y con él todo lo que vivieron se elevó hacia un lugar que ella no podía alcanzar.

    La urna con cenizas fue colocada frente a la estela con su nombre grabado en piedra. Ella permaneció de rodillas junto a esta, inmóvil, con el corazón destrozado, oprimiéndole en las costillas y escuchando cómo los demás se alejaban rumbo al palacio.

    La madre del príncipe se detuvo a su lado. Con un gesto contenido, posó la mano sobre su hombro, tan cálida, de tacto liso y familiar.

    ────Hija de la espuma y el cielo, su espíritu ha partido con honor. Esta tierra resguardará su nombre. Mientras el fuego de este reino permanezca encendido, él seguirá con nosotros.

    Entonces, inclinándose apenas hacia ella, su tono se suavizó.

    ────Él te amó y yo lo sé. Guárdalo y llévalo contigo. Porque ni las llamas, ni la muerte pueden arrebatártelo.

    El peso de su mano fue firme, a pesar del suave temblor que advirtió en su agarre. Luego se retiró en silencio, dejándole el espacio que ella necesitaba.

    Una sonrisa frágil asomó en los labios de Afro, entre la humedad de sus lágrimas. Tenue, pero sincera. Siempre había admirado eso de ella: incluso en la adversidad, se levantaba con la frente en alto. Con la espalda recta, los hombros firmes y esa mirada desafiando al mundo, con la fuerza de quién ha enfrentado mil batallas y era capaz de sostener el mundo sin vacilar.

    En ese instante, la diosa quiso beber de esa fortaleza.

    Los dedos de Afro rozaron la cerámica de la urna aún tibia. Eso... eso era lo único que quedaba del príncipe Anquises, el León de Dardania en el mundo.

    Apoyó su frente contra la estela y susurró plegarias sagradas que se mezclaron con el humo y la bruma. Con cuidado, colocó una corona de laurel y flores que ella misma había hecho y vertió una última libación de vino, dejando que el líquido humedeciera la piedra como un puente entre los vivos y los que ya no lo eran. Rozó la estela con un beso, un último beso de despedida, sellando su memoria en ese lugar. Deseándole un buen viaje hacia el Hades.

    Cada paso que arrastraba, alejándola del bosque sagrado, se sentía tan irreal, un sueño del que no podía despertar. La procesión se desvanecía tras ella, entre cánticos apagados y el humo del incienso que se perdía en la neblina. El sendero de tierra cubierto de hojas la condujo de regreso a las enormes murallas que protegían a la ciudad de Dardania, sus altas torres y murallas pálidas parecían más pesadas que nunca. Al cruzar sus puertas, el silencio se hizo más hondo que en el bosque.

    En sus calles reinaba un silencio sepulcral, las ventanas de las casas se abrían, los mercaderes comenzaban con sus actividades… nadie sonreía; la ciudad estaba en luto por la pérdida de su príncipe. Ella lo estaba por algo más profundo: había perdido a quién había sido su confidente, su amigo, el hombre que la diosa había escogido. Con quién había compartido secretos, risas y sueños que ahora parecían evaporarse en el aire.

    La sensación no mejoró al llegar al palacio. Cada rincón, cada recuerdo suyo que contenía en sus blancas paredes, dolía como un eco que retumbaba sin parar. No importaba a donde mirara, al comedor, a los largos pasillos o los jardines con sus frondosos árboles frutales, el espacio simplemente resentía la ausencia de Anquises.

    Afro se enjuagó las lágrimas con el puño y pese al dolor que la atravesaba, volvió a encarnar su papel de nodriza, el papel que el deber le exigía y que le ofreció un ancla estable en medio de la tormenta. Necesitaba buscar a alguien y sabía exactamente a donde ir.

    Lo encontró sentado en las solitarias escaleras que daban a los jardines; el pequeño príncipe Eneas jugueteaba distraídamente con una figura de un caballo de madera que tenía entre sus manos, balanceaba las piernas como si estuviera sumergido en el agua; un hábito suyo que, al observarlo continuamente, Afro había aprendido que era su forma particular de manifestar nerviosismo.

    ────Hola, mi príncipe... –dijo ella suavemente, con una sonrisa tenue para diluir el luto– ¿Puedo acompañarte?

    Eneas levantó la vista. Sus ojos grandes y enrojecidos buscaron a su nodriza entre la neblina de las lágrimas. Por un instante vaciló y luego asintió con la cabeza, apoyando la figura de madera sobre el peldaño. Él solía refugiarse en esa zona apartada del palacio cuando se sentía triste, cansado o a veces huía de las lecciones que todo príncipe debía aprender. Los sirvientes y demás miembros que vivían en el palacio no frecuentaban con regularidad esa área de los jardines, así que Eneas lo había reclamado como su espacio. Decía que ese era “su bosque” y él su guardián. A veces la invitaba a jugar allí, diciendo que ella era una invitada especial en la corte del bosque.

    Ese día, la corte estaba en silencio.

    ────Sí... me... me gustaría que te quedaras.

    Ella se sentó a su lado y juntos permanecieron en silencio, dejando que este se transformara en un refugio compartido. Pero Eneas no pudo permanecer mucho tiempo así, el pequeño niño se abrazó a su cintura, rompiendo en llanto y la diosa acarició sus cabellos dorados con suavidad, con ternura maternal.

    Eneas. Su pequeño Eneas.

    Por dentro, la pena la consumía como un fuego imposible de apagar, tentándola a ceder, a desbordarse en un mar de lágrimas. Pero por más que quisiera, no podía hacerlo. Debía mantenerse en su papel de nodriza. Debía mantenerse fuerte. Por Eneas. Por Anquises.

    Levantó la vista al brumoso cielo blanco fluorescente más allá de los árboles. En su pecho algo se mantuvo intacto: el recuerdo de Anquises y.… esperanza. Ahora tenía una promesa que mantener, cuidar de su hijo. Por él, por ella, por ambos. Porque cuidar de su hijo, también era un acto de amor hacia su príncipe que partió.

    Mientras lo abrazaba, comprendió que proteger a Eneas, enseñarle, sostenerlo y estar para él en los momentos de dolor, era honrar la memoria de Anquises.

    La diosa del amor acompañó a su hijo, sin palabras. No las necesitaban.

    Mientras lo sostenía en sus brazos, sintió que la esperanza permanecía firme y luminosa. Un hilo invisible que unía el pasado, el presente y todo lo que aún estaba por venir.

    Afro sonrió.

    Tenía esperanza.
    𝐃𝐄𝐒𝐏𝐄𝐃𝐈𝐃𝐀𝐒 𝐘 𝐏𝐑𝐎𝐌𝐄𝐒𝐀𝐒 🌸 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 El sonido de las flautas y los tambores retumbó en el gélido bosque, entrelazándose con los rezos funerarios. Pero ella los escuchaba distantes, como ecos que pertenecían a otro mundo. El amanecer se dejaba ver entre las hojas de los árboles, un cielo violeta adornado por la luz rojiza que iluminaba las nubes, anunciaba la llegada del alba sobre la ciudad de Dardania. ────Y ahora derramo estas libaciones para los ancestros y los espíritus guardianes de esta tierra... paz con la naturaleza... paz con los dioses. La madre del príncipe, la reina Temiste, se acercó a la pira de madera con una jarra entre sus manos y derramó el vino, la miel dorada y las gotas blancas de leche que oscurecieron la tierra húmeda al caer. Los dedos helados de Afro se cerraron con fuerza alrededor de la antorcha. Inspiró hondo el aire impregnado de neblina, tierra mojada e incienso; los ojos le escocían por el humo de las antorchas y parpadeó varias veces, conteniendo las lágrimas. Todas las miradas se volvieron hacia ella. Había llegado la hora. Avanzó hacia la pira, arrastrando los pies. Le sorprendió ser capaz de moverse, continuar con los procedimientos rituales del funeral, a pesar de que, por dentro, se sentía como una cascara vacía. El fuego de la antorcha se desató en llamas en la madera y las flores que rodeaban el cuerpo dispuesto sobre la pira. Las flamas danzantes envolvieron el cuerpo del príncipe en su cálido abrazo y lo consumieron. Afro se encogió detrás de su velo de luto. Observó su rostro por ultima vez. Lo apodaban el León de Dardania por su espesa melena de rizos dorados y las pecas bronceadas que salpicaban su nariz. En batalla peleaba implacable como una tormenta de acero y promesas de muerte. Y al igual que los leones, era imponente, feroz, imposible de ignorar. Afro repasó sus facciones, sus labios. Esos ojos grandes color avellana en los que ella se había visto reflejada tantas veces, ahora se encontraban cerrados para siempre y esa piel radiante y tersa, estaba pálida y grisácea. Ella misma se había encargado de prepararlo para la ocasión: le vistió con la túnica que a él tanto le gustaba; la misma que llevó la noche en que escaparon del palacio real y se unieron a la celebración en la Gran Plaza, mezclándose con la multitud cómo dos ciudadanos comunes que festejaban la llegada de la cosecha. Ahora las llamas devoraron ese recuerdo, junto a muchos otros: la primera vez que sus miradas se encontraron, su voz llamándola entre risas. El humo ascendía, y con él todo lo que vivieron se elevó hacia un lugar que ella no podía alcanzar. La urna con cenizas fue colocada frente a la estela con su nombre grabado en piedra. Ella permaneció de rodillas junto a esta, inmóvil, con el corazón destrozado, oprimiéndole en las costillas y escuchando cómo los demás se alejaban rumbo al palacio. La madre del príncipe se detuvo a su lado. Con un gesto contenido, posó la mano sobre su hombro, tan cálida, de tacto liso y familiar. ────Hija de la espuma y el cielo, su espíritu ha partido con honor. Esta tierra resguardará su nombre. Mientras el fuego de este reino permanezca encendido, él seguirá con nosotros. Entonces, inclinándose apenas hacia ella, su tono se suavizó. ────Él te amó y yo lo sé. Guárdalo y llévalo contigo. Porque ni las llamas, ni la muerte pueden arrebatártelo. El peso de su mano fue firme, a pesar del suave temblor que advirtió en su agarre. Luego se retiró en silencio, dejándole el espacio que ella necesitaba. Una sonrisa frágil asomó en los labios de Afro, entre la humedad de sus lágrimas. Tenue, pero sincera. Siempre había admirado eso de ella: incluso en la adversidad, se levantaba con la frente en alto. Con la espalda recta, los hombros firmes y esa mirada desafiando al mundo, con la fuerza de quién ha enfrentado mil batallas y era capaz de sostener el mundo sin vacilar. En ese instante, la diosa quiso beber de esa fortaleza. Los dedos de Afro rozaron la cerámica de la urna aún tibia. Eso... eso era lo único que quedaba del príncipe Anquises, el León de Dardania en el mundo. Apoyó su frente contra la estela y susurró plegarias sagradas que se mezclaron con el humo y la bruma. Con cuidado, colocó una corona de laurel y flores que ella misma había hecho y vertió una última libación de vino, dejando que el líquido humedeciera la piedra como un puente entre los vivos y los que ya no lo eran. Rozó la estela con un beso, un último beso de despedida, sellando su memoria en ese lugar. Deseándole un buen viaje hacia el Hades. Cada paso que arrastraba, alejándola del bosque sagrado, se sentía tan irreal, un sueño del que no podía despertar. La procesión se desvanecía tras ella, entre cánticos apagados y el humo del incienso que se perdía en la neblina. El sendero de tierra cubierto de hojas la condujo de regreso a las enormes murallas que protegían a la ciudad de Dardania, sus altas torres y murallas pálidas parecían más pesadas que nunca. Al cruzar sus puertas, el silencio se hizo más hondo que en el bosque. En sus calles reinaba un silencio sepulcral, las ventanas de las casas se abrían, los mercaderes comenzaban con sus actividades… nadie sonreía; la ciudad estaba en luto por la pérdida de su príncipe. Ella lo estaba por algo más profundo: había perdido a quién había sido su confidente, su amigo, el hombre que la diosa había escogido. Con quién había compartido secretos, risas y sueños que ahora parecían evaporarse en el aire. La sensación no mejoró al llegar al palacio. Cada rincón, cada recuerdo suyo que contenía en sus blancas paredes, dolía como un eco que retumbaba sin parar. No importaba a donde mirara, al comedor, a los largos pasillos o los jardines con sus frondosos árboles frutales, el espacio simplemente resentía la ausencia de Anquises. Afro se enjuagó las lágrimas con el puño y pese al dolor que la atravesaba, volvió a encarnar su papel de nodriza, el papel que el deber le exigía y que le ofreció un ancla estable en medio de la tormenta. Necesitaba buscar a alguien y sabía exactamente a donde ir. Lo encontró sentado en las solitarias escaleras que daban a los jardines; el pequeño príncipe Eneas jugueteaba distraídamente con una figura de un caballo de madera que tenía entre sus manos, balanceaba las piernas como si estuviera sumergido en el agua; un hábito suyo que, al observarlo continuamente, Afro había aprendido que era su forma particular de manifestar nerviosismo. ────Hola, mi príncipe... –dijo ella suavemente, con una sonrisa tenue para diluir el luto– ¿Puedo acompañarte? Eneas levantó la vista. Sus ojos grandes y enrojecidos buscaron a su nodriza entre la neblina de las lágrimas. Por un instante vaciló y luego asintió con la cabeza, apoyando la figura de madera sobre el peldaño. Él solía refugiarse en esa zona apartada del palacio cuando se sentía triste, cansado o a veces huía de las lecciones que todo príncipe debía aprender. Los sirvientes y demás miembros que vivían en el palacio no frecuentaban con regularidad esa área de los jardines, así que Eneas lo había reclamado como su espacio. Decía que ese era “su bosque” y él su guardián. A veces la invitaba a jugar allí, diciendo que ella era una invitada especial en la corte del bosque. Ese día, la corte estaba en silencio. ────Sí... me... me gustaría que te quedaras. Ella se sentó a su lado y juntos permanecieron en silencio, dejando que este se transformara en un refugio compartido. Pero Eneas no pudo permanecer mucho tiempo así, el pequeño niño se abrazó a su cintura, rompiendo en llanto y la diosa acarició sus cabellos dorados con suavidad, con ternura maternal. Eneas. Su pequeño Eneas. Por dentro, la pena la consumía como un fuego imposible de apagar, tentándola a ceder, a desbordarse en un mar de lágrimas. Pero por más que quisiera, no podía hacerlo. Debía mantenerse en su papel de nodriza. Debía mantenerse fuerte. Por Eneas. Por Anquises. Levantó la vista al brumoso cielo blanco fluorescente más allá de los árboles. En su pecho algo se mantuvo intacto: el recuerdo de Anquises y.… esperanza. Ahora tenía una promesa que mantener, cuidar de su hijo. Por él, por ella, por ambos. Porque cuidar de su hijo, también era un acto de amor hacia su príncipe que partió. Mientras lo abrazaba, comprendió que proteger a Eneas, enseñarle, sostenerlo y estar para él en los momentos de dolor, era honrar la memoria de Anquises. La diosa del amor acompañó a su hijo, sin palabras. No las necesitaban. Mientras lo sostenía en sus brazos, sintió que la esperanza permanecía firme y luminosa. Un hilo invisible que unía el pasado, el presente y todo lo que aún estaba por venir. Afro sonrió. Tenía esperanza.
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  • Inari

    No todos los compañeros son simples animales. Algunos son guardianes de secretos, reflejos del poder y extensión del alma de su dueño. Inari es uno de esos casos: un zorro etéreo que comparte la sangre sobrenatural de Razhiel Noah Veiryth, y a la vez, es su confidente más fiel.

    De pelaje rojizo oscuro que parece cambiar según la luz, con colas etéreas que se ondulan como llamas vivas, Inari es mucho más que un simple zorro. Sus ojos, brillando con tonos ámbar y carmesí, reflejan emociones y magia; se iluminan con alegría, se oscurecen con alerta y se tornan plateados cuando algo sobrenatural acecha cerca. Cada movimiento suyo es grácil y silencioso, pero cargado de poder y misterio.

    Inari puede fusionarse temporalmente con Razhiel, potenciando sus habilidades, detectando presencias ocultas y protegiéndolo de amenazas invisibles. No necesita palabras, pero su mirada y sus gestos comunican más que cualquier conversación. Es astuto, juguetón y ferozmente leal, capaz de un cariño sorprendente pero también de una defensa implacable ante quien ose amenazar a Razhiel o su territorio.

    Aunque su forma principal es la de un zorro, Inari puede moverse entre planos, aparecer y desaparecer a voluntad, y sus colas etéreas a veces se transforman en destellos de fuego que iluminan la oscuridad sin quemar. Este compañero no solo refleja la dualidad yokai-demonio de Razhiel, sino que también le recuerda que incluso en su fuego más intenso, siempre hay un aliado que comparte su carga y protege lo que más ama.
    Inari No todos los compañeros son simples animales. Algunos son guardianes de secretos, reflejos del poder y extensión del alma de su dueño. Inari es uno de esos casos: un zorro etéreo que comparte la sangre sobrenatural de Razhiel Noah Veiryth, y a la vez, es su confidente más fiel. De pelaje rojizo oscuro que parece cambiar según la luz, con colas etéreas que se ondulan como llamas vivas, Inari es mucho más que un simple zorro. Sus ojos, brillando con tonos ámbar y carmesí, reflejan emociones y magia; se iluminan con alegría, se oscurecen con alerta y se tornan plateados cuando algo sobrenatural acecha cerca. Cada movimiento suyo es grácil y silencioso, pero cargado de poder y misterio. Inari puede fusionarse temporalmente con Razhiel, potenciando sus habilidades, detectando presencias ocultas y protegiéndolo de amenazas invisibles. No necesita palabras, pero su mirada y sus gestos comunican más que cualquier conversación. Es astuto, juguetón y ferozmente leal, capaz de un cariño sorprendente pero también de una defensa implacable ante quien ose amenazar a Razhiel o su territorio. Aunque su forma principal es la de un zorro, Inari puede moverse entre planos, aparecer y desaparecer a voluntad, y sus colas etéreas a veces se transforman en destellos de fuego que iluminan la oscuridad sin quemar. Este compañero no solo refleja la dualidad yokai-demonio de Razhiel, sino que también le recuerda que incluso en su fuego más intenso, siempre hay un aliado que comparte su carga y protege lo que más ama.
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