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    - Agradezco de corazón a todos los que se tomaron un tiempo para desearme un feliz cumpleaños. Sus palabras de cariño tocaron mi corazón.
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  • La gira de mi nuevo álbum "MAGICMAN 2" ya ha empezado!
    Gracias a l@s miles de #Miracles que llenaron el estadio de Bangkok con su cariño y sus buenas vibras. Vamos a por la siguiente ciudad!
    https://www.instagram.com/p/DPb02Aakspl/?igsh=MTRkenkxeTYwdzJuNQ==
    La gira de mi nuevo álbum "MAGICMAN 2" ya ha empezado! Gracias a l@s miles de #Miracles que llenaron el estadio de Bangkok con su cariño y sus buenas vibras. Vamos a por la siguiente ciudad! https://www.instagram.com/p/DPb02Aakspl/?igsh=MTRkenkxeTYwdzJuNQ==
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    | Muchas gracias a todas esas personas que se acordaron de mi cumpleaños y dedicaron un poquito de su tiempo (y monedas (?)) para felicitarme. Me pierdo a veces, pero siempre que puedo y paso por acá, no olvido de dejarles mi huellita con mucho cariño y amor salvaje.
    Respondo durante la semana. ♡
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    ;; Perdón si Kazuha a veces se pasa de borde (?) Es insoportable, lo sé, pero es insoportable con cariño (o por aburrimiento, nunca se sabe). Prometo que no es tan borde como parece. ¡Los tqm! ~
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  • ¡Buenas noches cariño, la cena ya está lista!

    Thomas Williams
    ¡Buenas noches cariño, la cena ya está lista! [SnowJ]
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  • 𝐉𝐀𝐍𝐄 𝐅𝐑𝐀𝐘
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐚𝐜𝐭𝐮𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝

    Forzó una sonrisa, la más cálida que sus labios consiguieron dibujar. Jane Fray no se perdonaría si le arruinaba el viaje con una sonrisa amarga en el rostro, los ojos enrojecidos e hinchados como los de un sapo melancólico en su estanque solitario. Un nudo se le formó en el estómago.

    Para Lucie, la repentina noticia de la mudanza de su ciudad natal a una mucho más grande y lejana había sacudido los cimientos de la vida que había construido en Beak Valley. Sabía lo doloroso que le resultó a Lucie desprenderse de sus raíces, lo mejor que podía hacer era estar ahí: apoyarla, estar en el momento en que se despedía de la ciudad que la vio crecer. Despedirla en la estación con una sonrisa.

    Jane levantó la mano y la sacudió con energía hacia Lucie; la chica alegre de cabello negro cuya mitad del cuerpo se asomaba por la ventana del tren, el cual comenzaba a moverse perezoso por las vías. Un par de hojas secas se levantaron de la gravilla, remolinaron en aire cuando el tren desapreció a la distancia, llevándose no solo a su mejor amiga de la infancia, sino a quién también se convirtió en una hermana.

    El andén poco a poco comenzó a vaciarse, pero Jane permaneció inmóvil, conteniendo las emociones agridulces que la invadieron.

    No le gustaban las despedidas. Ni siquiera cuando se trataba de la interpretación de un papel. Representarlas le traía recuerdos y este, en particular, había removido algunas fibras sensibles en su interior. Por suerte para Jane y para Afro, el precioso Golden retriever que la acompañaba acudió a su recate; su héroe peludo le olisqueó las puntas de los dedos, dándole los ánimos suficientes para diluir esa sensación.

    Jane arqueó una ceja en su dirección y esbozó una amplia sonrisa.

    ────Este lugar no será lo mismo sin ella, ¿verdad?

    Jane se sentó en cuclillas, quedando a la altura del perrito. Este, sentándose sobre sus patas, ladeó la cabeza y la observó con curiosidad.

    ────¿Sabes qué es lo peor de las despedidas? Dentro de ti te sientes divido; una parte de ti desearía poder decir "quédate" y la otra sabe que llegó el momento de soltar… y, aun así, se alegra de ver cómo esa persona a la que quieres vuela y extiende sus alas. A pesar del hueco que deja su ausencia, aún quedan los recuerdos de los buenos momentos compartidos.

    La vez que ambas desafinamos en la obra de Navidad... o cuando una hizo el examen de la otra y, milagrosamente, sacamos una buena nota. Eso... siempre prevalecerá. Y esos son tesoros que nadie nos puede quitar.

    Jane rascó el cuello del animalito y esos ojitos alegres le contagiaron parte de su entusiasmo.

    ────¿Qué te parece si vamos a dar un último paseo antes de volver a casa?

    Él sacudió la colita de un lado al otro, a lo que Jane interpretó, era una clara señal contundente de aprobación.

    ────¡Buen chico! ──dijo, revolviendo con cariño sus largas orejas.

    No se movió en seguida, permaneció quieta en su sitio. Inspiró tranquila, dejando que el aire llenara su pecho. Unos segundos más… solo un poco más antes de…

    ────Corte. ¡Eso quedó fantástico! Vayamos a un descanso.

    Soltó un suspiro y Jane salió de ella. Regresó a la realidad, al andén rodeado de luces y cámaras, donde no existía Beak Valley, pero sí una estación de tren construida al lado de una cafetería con el mejor Pumpkin Spice Latte que había probado en su vida y que en temporada de otoño sacaban la famosa “Tarta Otoñal”, hecha de manzana roja y miel que siempre invitaba a los clientes a volver por una rebana.

    Ahora era Afro otra vez. Y el perrito, cuyo nombre real era Charlie y era un Golden retriever de lo más adorable, se acercó a ella para darle un cabezazo amistoso debajo de la barbilla, exigiendo mimitos y ella, por supuesto, no iba a negárselos. Afro rio, lo envolvió en un abrazo y hundió sus dedos en su suave pelaje dorado, mientras lo llenaba de cumplidos. Porque, claro, Charlie se los merecía todos.

    ────¿Quién es la verdadera super estrella del set? Pues tú, pues tú, claro que sí.

    ¿A qué no era el mejor actor de todo el set?

    Y entre mimos y cumplidos, la sonrisa en su rostro tenía un ligero sabor avinagrado. Una pequeña astilla había quedado incrustada en su pecho por lo que acababa de interpretar. No pertenecía a Jane, sino a ella.

    Era curioso… como actriz, contaba historias a través de sus gestos, sus palabras, el movimiento de su cuerpo. Pero, a veces, esas mismas historias revelaban pequeños fragmentos de su historia personal. Interpretar en el escenario no era solo actuar: también era exponerse bajo la luz critica de un reflector y revivir, sanar o incluso, abrir heridas que se creían olvidadas.

    Ese día, Jane Fray había sido su espejo: le mostró el reflejo de viejas despedidas en las que, curiosamente, ocupó un lugar similar a Jane quién veía partir a su propia “hermana elegida”. Y, aunque no lo dijera abiertamente en ese momento, Afro sabía que Jane tenía razón; a pesar de los huecos que dejaban despedirte de tus seres queridos, los recuerdos de lo compartido siempre estarían ahí y valen la pena ser atesorados.

    Ella recordaba a su familia de Dardania.
    𝐉𝐀𝐍𝐄 𝐅𝐑𝐀𝐘 🍃 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐚𝐜𝐭𝐮𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝 Forzó una sonrisa, la más cálida que sus labios consiguieron dibujar. Jane Fray no se perdonaría si le arruinaba el viaje con una sonrisa amarga en el rostro, los ojos enrojecidos e hinchados como los de un sapo melancólico en su estanque solitario. Un nudo se le formó en el estómago. Para Lucie, la repentina noticia de la mudanza de su ciudad natal a una mucho más grande y lejana había sacudido los cimientos de la vida que había construido en Beak Valley. Sabía lo doloroso que le resultó a Lucie desprenderse de sus raíces, lo mejor que podía hacer era estar ahí: apoyarla, estar en el momento en que se despedía de la ciudad que la vio crecer. Despedirla en la estación con una sonrisa. Jane levantó la mano y la sacudió con energía hacia Lucie; la chica alegre de cabello negro cuya mitad del cuerpo se asomaba por la ventana del tren, el cual comenzaba a moverse perezoso por las vías. Un par de hojas secas se levantaron de la gravilla, remolinaron en aire cuando el tren desapreció a la distancia, llevándose no solo a su mejor amiga de la infancia, sino a quién también se convirtió en una hermana. El andén poco a poco comenzó a vaciarse, pero Jane permaneció inmóvil, conteniendo las emociones agridulces que la invadieron. No le gustaban las despedidas. Ni siquiera cuando se trataba de la interpretación de un papel. Representarlas le traía recuerdos y este, en particular, había removido algunas fibras sensibles en su interior. Por suerte para Jane y para Afro, el precioso Golden retriever que la acompañaba acudió a su recate; su héroe peludo le olisqueó las puntas de los dedos, dándole los ánimos suficientes para diluir esa sensación. Jane arqueó una ceja en su dirección y esbozó una amplia sonrisa. ────Este lugar no será lo mismo sin ella, ¿verdad? Jane se sentó en cuclillas, quedando a la altura del perrito. Este, sentándose sobre sus patas, ladeó la cabeza y la observó con curiosidad. ────¿Sabes qué es lo peor de las despedidas? Dentro de ti te sientes divido; una parte de ti desearía poder decir "quédate" y la otra sabe que llegó el momento de soltar… y, aun así, se alegra de ver cómo esa persona a la que quieres vuela y extiende sus alas. A pesar del hueco que deja su ausencia, aún quedan los recuerdos de los buenos momentos compartidos. La vez que ambas desafinamos en la obra de Navidad... o cuando una hizo el examen de la otra y, milagrosamente, sacamos una buena nota. Eso... siempre prevalecerá. Y esos son tesoros que nadie nos puede quitar. Jane rascó el cuello del animalito y esos ojitos alegres le contagiaron parte de su entusiasmo. ────¿Qué te parece si vamos a dar un último paseo antes de volver a casa? Él sacudió la colita de un lado al otro, a lo que Jane interpretó, era una clara señal contundente de aprobación. ────¡Buen chico! ──dijo, revolviendo con cariño sus largas orejas. No se movió en seguida, permaneció quieta en su sitio. Inspiró tranquila, dejando que el aire llenara su pecho. Unos segundos más… solo un poco más antes de… ────Corte. ¡Eso quedó fantástico! Vayamos a un descanso. Soltó un suspiro y Jane salió de ella. Regresó a la realidad, al andén rodeado de luces y cámaras, donde no existía Beak Valley, pero sí una estación de tren construida al lado de una cafetería con el mejor Pumpkin Spice Latte que había probado en su vida y que en temporada de otoño sacaban la famosa “Tarta Otoñal”, hecha de manzana roja y miel que siempre invitaba a los clientes a volver por una rebana. Ahora era Afro otra vez. Y el perrito, cuyo nombre real era Charlie y era un Golden retriever de lo más adorable, se acercó a ella para darle un cabezazo amistoso debajo de la barbilla, exigiendo mimitos y ella, por supuesto, no iba a negárselos. Afro rio, lo envolvió en un abrazo y hundió sus dedos en su suave pelaje dorado, mientras lo llenaba de cumplidos. Porque, claro, Charlie se los merecía todos. ────¿Quién es la verdadera super estrella del set? Pues tú, pues tú, claro que sí. ¿A qué no era el mejor actor de todo el set? Y entre mimos y cumplidos, la sonrisa en su rostro tenía un ligero sabor avinagrado. Una pequeña astilla había quedado incrustada en su pecho por lo que acababa de interpretar. No pertenecía a Jane, sino a ella. Era curioso… como actriz, contaba historias a través de sus gestos, sus palabras, el movimiento de su cuerpo. Pero, a veces, esas mismas historias revelaban pequeños fragmentos de su historia personal. Interpretar en el escenario no era solo actuar: también era exponerse bajo la luz critica de un reflector y revivir, sanar o incluso, abrir heridas que se creían olvidadas. Ese día, Jane Fray había sido su espejo: le mostró el reflejo de viejas despedidas en las que, curiosamente, ocupó un lugar similar a Jane quién veía partir a su propia “hermana elegida”. Y, aunque no lo dijera abiertamente en ese momento, Afro sabía que Jane tenía razón; a pesar de los huecos que dejaban despedirte de tus seres queridos, los recuerdos de lo compartido siempre estarían ahí y valen la pena ser atesorados. Ella recordaba a su familia de Dardania.
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  • 𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐈𝐈𝐈 – “𝐃𝐢𝐨𝐬𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐂𝐚𝐨𝐬”

    La discoteca más exclusiva de Nueva York estaba hecha para ella. No para la alta sociedad, no para los artistas, no para los millonarios aburridos. No: para Deianira Zhorkeas. Su entrada al lugar fue una escena coreografiada por el destino; flashes, miradas, un vestido plateado que parecía derretirse sobre su piel, y una seguridad arrogante que convertía la pista en su pasarela privada.

    Las copas se alzaron en su honor. La gente susurraba su nombre como si fuese un conjuro. Y Deianira, con la pupila dilatada y la sonrisa de alguien que ya había probado demasiado de todo, absorbía cada segundo como un aplauso eterno.

    —Brindemos por mí —dijo, elevando una copa de vodka cristalino, con ese tono de broma que no era broma en absoluto.

    El DJ cambió la música solo porque ella había llegado, mezclando su voz en un “welcome queen” improvisado que hizo que el lugar estallara. Pero entre la euforia y los destellos, alguien la observaba desde el bar: un hombre trajeado, con mirada calculadora. No era fan. No era uno de esos que la deseaban como un trofeo. Era un competidor, un inversor de la industria cosmética que había querido comprar parte de Detroyer of Men y al que ella había rechazado con crueldad.

    Él levantó su vaso hacia ella con una media sonrisa. Ella, altiva, respondió con un movimiento de cejas, como quien pisa una hormiga invisible. Pero el gesto la perturbó más de lo que admitió.

    La noche siguió en espiral. Risas, drogas en el baño, besos robados a un desconocido que no recordaría en la mañana. Todo un espectáculo de excesos que ella sabía manejar como nadie. Pero en un rincón de su mente, esa mirada fría seguía clavada, como una advertencia: su imperio no era intocable.

    Deianira salió del club cuando amanecía, rodeada de un séquito de almas perdidas que la seguían como devotos de una diosa del caos. Subió a su coche con la carcajada todavía en los labios, pero al mirarse en el espejo retrovisor, se detuvo. El maquillaje estaba intacto, sí… pero había un cansancio extraño en sus ojos celestes.

    La diosa parecía humana por un instante.

    Sacó una bolsita plateada del bolso y la dejó sobre sus rodillas.

    —Aún no, cariño —susurró, como si hablara con ella. Y con un gesto brusco, la guardó de nuevo.

    El coche arrancó. Afuera, Nueva York despertaba. Y Deianira, entre humo y cristal, se convencía de que aún tenía el control.

    Aunque la grieta ya empezaba a abrirse.
    𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐈𝐈𝐈 – “𝐃𝐢𝐨𝐬𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐂𝐚𝐨𝐬” La discoteca más exclusiva de Nueva York estaba hecha para ella. No para la alta sociedad, no para los artistas, no para los millonarios aburridos. No: para Deianira Zhorkeas. Su entrada al lugar fue una escena coreografiada por el destino; flashes, miradas, un vestido plateado que parecía derretirse sobre su piel, y una seguridad arrogante que convertía la pista en su pasarela privada. Las copas se alzaron en su honor. La gente susurraba su nombre como si fuese un conjuro. Y Deianira, con la pupila dilatada y la sonrisa de alguien que ya había probado demasiado de todo, absorbía cada segundo como un aplauso eterno. —Brindemos por mí —dijo, elevando una copa de vodka cristalino, con ese tono de broma que no era broma en absoluto. El DJ cambió la música solo porque ella había llegado, mezclando su voz en un “welcome queen” improvisado que hizo que el lugar estallara. Pero entre la euforia y los destellos, alguien la observaba desde el bar: un hombre trajeado, con mirada calculadora. No era fan. No era uno de esos que la deseaban como un trofeo. Era un competidor, un inversor de la industria cosmética que había querido comprar parte de Detroyer of Men y al que ella había rechazado con crueldad. Él levantó su vaso hacia ella con una media sonrisa. Ella, altiva, respondió con un movimiento de cejas, como quien pisa una hormiga invisible. Pero el gesto la perturbó más de lo que admitió. La noche siguió en espiral. Risas, drogas en el baño, besos robados a un desconocido que no recordaría en la mañana. Todo un espectáculo de excesos que ella sabía manejar como nadie. Pero en un rincón de su mente, esa mirada fría seguía clavada, como una advertencia: su imperio no era intocable. Deianira salió del club cuando amanecía, rodeada de un séquito de almas perdidas que la seguían como devotos de una diosa del caos. Subió a su coche con la carcajada todavía en los labios, pero al mirarse en el espejo retrovisor, se detuvo. El maquillaje estaba intacto, sí… pero había un cansancio extraño en sus ojos celestes. La diosa parecía humana por un instante. Sacó una bolsita plateada del bolso y la dejó sobre sus rodillas. —Aún no, cariño —susurró, como si hablara con ella. Y con un gesto brusco, la guardó de nuevo. El coche arrancó. Afuera, Nueva York despertaba. Y Deianira, entre humo y cristal, se convencía de que aún tenía el control. Aunque la grieta ya empezaba a abrirse.
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  • En otro tiempo y lugar, si la vida hubiera sido más amable con él, Niklas tal vez sería un caballero de traje impecable, con modales pulidos y una sonrisa destinada a conquistar por gusto. Sería el tipo de hombre culto y estudiado, que te acompaña a casa después de una cena, que te ofrece el brazo en la calle, te abre las puertas y, sobre todo, que no necesita vender caricias porque las regala con ternura. La vida, sin embargo, no tuvo ese plan para él y lo arrojó a un mundo donde el cariño cotiza y el sexo se paga por hora.

    Y así, el caballerito que pudo ser se volvió un gamberro tatuado, de mirada gris y sonrisa peligrosa, que besa para distraer y folla por dinero. Pero en el fondo, bajo la máscara de cinismo, se oculta una traza de aquel hombre que nunca existió.
    En otro tiempo y lugar, si la vida hubiera sido más amable con él, Niklas tal vez sería un caballero de traje impecable, con modales pulidos y una sonrisa destinada a conquistar por gusto. Sería el tipo de hombre culto y estudiado, que te acompaña a casa después de una cena, que te ofrece el brazo en la calle, te abre las puertas y, sobre todo, que no necesita vender caricias porque las regala con ternura. La vida, sin embargo, no tuvo ese plan para él y lo arrojó a un mundo donde el cariño cotiza y el sexo se paga por hora. Y así, el caballerito que pudo ser se volvió un gamberro tatuado, de mirada gris y sonrisa peligrosa, que besa para distraer y folla por dinero. Pero en el fondo, bajo la máscara de cinismo, se oculta una traza de aquel hombre que nunca existió.
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