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    [Salgo de las sombras para decir: estoy abierta a todo tipo de roles con Scraps, tanto en público como privado, y no tengo problemas en hablar de posibles tramas y posibles enfoques diferentes, para algo momentáneo o en un futuro.

    Se que es algo complicado por el simple hecho de que es una raza completamente original, así que también tengo abierto los mensajes privados para debatir sobre esto y quizá cambiar algunas cosas si se considera algo complicado de interactuar.

    Gracias por el recibimiento ♥]
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    — Beber solo, es una costumbre... El licor ¿Puede cambiar su sabor ? Dudo que cambie solo por tener alguna compañía—
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  • El murmullo del bar se mezclaba con el tintineo de vasos y el sonido bajo de una vieja canción de rock. Shoko Ieiri empujó la puerta y dejó que el olor a madera vieja y cerveza derramada la envolviera. Era uno de esos bares pequeños y acogedores donde nadie hacía demasiadas preguntas, justo lo que necesitaba esa noche.

    Cruzó el lugar con las manos en los bolsillos de su chaqueta y se sentó en un taburete junto a la barra. El bartender, un hombre de cabello canoso y expresión tranquila, le dirigió una mirada interrogante.

    —Cerveza, la más fría que tengas —dijo Shoko con una media sonrisa.

    Mientras el hombre llenaba el vaso, Shoko dejó escapar un suspiro y observó a los demás. Había un grupo de amigos jugando dardos, una pareja compartiendo una pizza, y algunos solitarios como ella, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. No era que tuviera algo en contra de la compañía, pero últimamente había aprendido a disfrutar de su propia soledad.

    Cuando el bartender colocó la cerveza frente a ella, Shoko levantó el vaso en un brindis silencioso y dio el primer trago. El líquido frío le recorrió la garganta, arrancándole una sonrisa genuina.

    —Esto es exactamente lo que necesitaba —murmuró para sí misma.

    Con el vaso en la mano, empezó a distraerse mirando los cuadros en las paredes, todos con fotografías de bandas antiguas y algún que otro autógrafo. La música cambió a una canción de los 80 que le era vagamente familiar, y, sin pensarlo demasiado, comenzó a tararear mientras tamborileaba con los dedos sobre la barra.

    El bartender, que limpiaba un vaso cerca, se rió suavemente.

    —Buena elección, ¿eh? —comentó, señalando la bocina.

    —No está mal. Aunque me vendría mejor algo más movido —respondió Shoko con un guiño.

    La noche avanzó sin prisa. Se pidió una segunda cerveza y, después de un rato, se dejó convencer por el bartender para probar un aperitivo de la casa. Para su sorpresa, estaba delicioso. Intercambiaron comentarios triviales: el clima, la música, incluso bromearon sobre el fútbol, aunque ninguno de los dos parecía realmente interesado.

    Shoko se dio cuenta de que llevaba rato sonriendo sin razón aparente, disfrutando del ambiente, del anonimato, y de la libertad de no tener que pensar demasiado en nada.

    Cuando terminó su última cerveza, pagó la cuenta y dejó una propina generosa.

    —Gracias, necesitaba esto —dijo, inclinando ligeramente la cabeza hacia el bartender antes de levantarse.

    —Vuelve cuando quieras. La próxima canción la eliges tú.

    Shoko salió del bar con las manos en los bolsillos y el aire frío de la noche despejándole los pensamientos. No había sido una noche extraordinaria ni memorable, pero, de algún modo, había sido perfecta. A veces, solo necesitaba eso: una cerveza fría, buena música y un poco de tiempo para dejar de ser doctora, hechicera, etc, simplemente ser Shoko.
    El murmullo del bar se mezclaba con el tintineo de vasos y el sonido bajo de una vieja canción de rock. Shoko Ieiri empujó la puerta y dejó que el olor a madera vieja y cerveza derramada la envolviera. Era uno de esos bares pequeños y acogedores donde nadie hacía demasiadas preguntas, justo lo que necesitaba esa noche. Cruzó el lugar con las manos en los bolsillos de su chaqueta y se sentó en un taburete junto a la barra. El bartender, un hombre de cabello canoso y expresión tranquila, le dirigió una mirada interrogante. —Cerveza, la más fría que tengas —dijo Shoko con una media sonrisa. Mientras el hombre llenaba el vaso, Shoko dejó escapar un suspiro y observó a los demás. Había un grupo de amigos jugando dardos, una pareja compartiendo una pizza, y algunos solitarios como ella, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. No era que tuviera algo en contra de la compañía, pero últimamente había aprendido a disfrutar de su propia soledad. Cuando el bartender colocó la cerveza frente a ella, Shoko levantó el vaso en un brindis silencioso y dio el primer trago. El líquido frío le recorrió la garganta, arrancándole una sonrisa genuina. —Esto es exactamente lo que necesitaba —murmuró para sí misma. Con el vaso en la mano, empezó a distraerse mirando los cuadros en las paredes, todos con fotografías de bandas antiguas y algún que otro autógrafo. La música cambió a una canción de los 80 que le era vagamente familiar, y, sin pensarlo demasiado, comenzó a tararear mientras tamborileaba con los dedos sobre la barra. El bartender, que limpiaba un vaso cerca, se rió suavemente. —Buena elección, ¿eh? —comentó, señalando la bocina. —No está mal. Aunque me vendría mejor algo más movido —respondió Shoko con un guiño. La noche avanzó sin prisa. Se pidió una segunda cerveza y, después de un rato, se dejó convencer por el bartender para probar un aperitivo de la casa. Para su sorpresa, estaba delicioso. Intercambiaron comentarios triviales: el clima, la música, incluso bromearon sobre el fútbol, aunque ninguno de los dos parecía realmente interesado. Shoko se dio cuenta de que llevaba rato sonriendo sin razón aparente, disfrutando del ambiente, del anonimato, y de la libertad de no tener que pensar demasiado en nada. Cuando terminó su última cerveza, pagó la cuenta y dejó una propina generosa. —Gracias, necesitaba esto —dijo, inclinando ligeramente la cabeza hacia el bartender antes de levantarse. —Vuelve cuando quieras. La próxima canción la eliges tú. Shoko salió del bar con las manos en los bolsillos y el aire frío de la noche despejándole los pensamientos. No había sido una noche extraordinaria ni memorable, pero, de algún modo, había sido perfecta. A veces, solo necesitaba eso: una cerveza fría, buena música y un poco de tiempo para dejar de ser doctora, hechicera, etc, simplemente ser Shoko.
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  • Creo que cambiare un tiempo a Camellya
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  • Memoria 001

    Valor. Honor. Prestigio.
    Alguna vez, hace mucho tiempo, esas eran las cualidades que el título de Príncipe heredero significaban para él. Donde quiera que su hermano mayor caminara, los ojos de las personas le seguían inmediatamente, parecían polillas atraídas por los faroles de media noche, dispuestas morir en las llamas si así lo deseaba. Li Jie era completa perfección, un chico que realmente había nacido para ser príncipe heredero y que, desde el momento en que vistiera las túnicas representativas, parecía ser la elección más amada de los dioses.

    Ming Wei siempre le había mirado con admiración. En sus ojos, a diferencia de sus demás hermanos de padre, jamás se notaba la avaricia y la codicia de ese título, siempre era la admiración y la devoción quienes permeaban sus ojos y su voz al hablar con Li Jie sobre el futuro. Su hermano era diligente, visionario y dedicado completamente a sus labores como príncipe heredero; era fuerte, era bravo y era valiente, digno de portar en su uniforme el emblema del dragón de tres garras o el valiente león del clan Qiang. Sin duda, parecía que las prendas de habían confeccionado exclusivamente para él.

    La primera vez que Ming estuvo delante de la túnica, tras largos meses de luto por la muerte del príncipe heredero, sintió que no la merecía. A pesar de que esa hubiese sido la última voluntad de su hermano, en su agonizante lecho de muerte, no se sentía con la capacidad de afrontar un desafío de esa magnitud. No cuando sentía que estaba rodeado de lobos hambrientos dispuestos a saltarle encima para destazarlo, pero detrás de todos ellos estaba el peor: Ese tigre viejo que le observaba con intención de ser el primero, además del único, de abalanzarse sobre de él para arrancarle el cuello.

    Desde el primer instante que se colocó las túnicas, Ming Wei sintió que la magia de su infancia se había perdido. Las palabras de antaño ya no tenían el mismo significado, ya no sentía que le mirasen por voluntad propia como a su hermano, creía que todos los ojos estaban puestos sobre de él para asegurarse de estar ahí en el momento que pisara un madero y cayera al abismo. Porque sus pasos eran capaces de acelerar las lenguas en Shangqiu, pues un centenar de rumores salían a la luz cada vez que se ganaba el favor del rey.

    No fue hasta que levantó la cabeza, comprendiendo la importancia de su posición y su prevalencia en ella, que las palabras volvieron a cambiar en su mente. Se había dejado aplastar tanto tiempo por su propia inseguridad, que se había convertido en una marioneta más de la Reina Madre y de los ministros, era un príncipe heredero cuya cabeza estaba debajo de una espada que pendía de un hilo.

    Respeto. Autoridad. Poder.
    El príncipe heredero tenía derecho a todo. Podía hacer lo que deseara acorde a las reglas del Clan y del Rey, podía poner de cabeza el palacio o los salones si lo deseaba, podía levantar su voz por encima de las demás y solo callar cuando el rey hablara. Si tenía tanta libertad, entonces, ¿por qué iba a dejarse vencer? ¿Por qué tenía que agacharse ante los demás si él estaba por encima de todos? Mientras que él viviera en esa posición, su cabeza y la de sus hermanos menores se mantendría en su lugar, su madre seguiría recibiendo tratamiento para la rotura en su corazón y, también, se aseguraría de encontrar al culpable de la muerte de Li Jie para vengarse.

    Desde ese día, la vida de Ming Wei había cambiado. Sus pensamientos, sus ideologías, sus sentimientos y su naturaleza se comenzaron a encaminar para lograr sus objetivos, para hacer sus pasos sonar y, así, recordarles a todos en Shangqiu porqué había sido elegido él de entre todos los príncipes para suceder al anterior.

    Memoria 001
    Memoria 001 Valor. Honor. Prestigio. Alguna vez, hace mucho tiempo, esas eran las cualidades que el título de Príncipe heredero significaban para él. Donde quiera que su hermano mayor caminara, los ojos de las personas le seguían inmediatamente, parecían polillas atraídas por los faroles de media noche, dispuestas morir en las llamas si así lo deseaba. Li Jie era completa perfección, un chico que realmente había nacido para ser príncipe heredero y que, desde el momento en que vistiera las túnicas representativas, parecía ser la elección más amada de los dioses. Ming Wei siempre le había mirado con admiración. En sus ojos, a diferencia de sus demás hermanos de padre, jamás se notaba la avaricia y la codicia de ese título, siempre era la admiración y la devoción quienes permeaban sus ojos y su voz al hablar con Li Jie sobre el futuro. Su hermano era diligente, visionario y dedicado completamente a sus labores como príncipe heredero; era fuerte, era bravo y era valiente, digno de portar en su uniforme el emblema del dragón de tres garras o el valiente león del clan Qiang. Sin duda, parecía que las prendas de habían confeccionado exclusivamente para él. La primera vez que Ming estuvo delante de la túnica, tras largos meses de luto por la muerte del príncipe heredero, sintió que no la merecía. A pesar de que esa hubiese sido la última voluntad de su hermano, en su agonizante lecho de muerte, no se sentía con la capacidad de afrontar un desafío de esa magnitud. No cuando sentía que estaba rodeado de lobos hambrientos dispuestos a saltarle encima para destazarlo, pero detrás de todos ellos estaba el peor: Ese tigre viejo que le observaba con intención de ser el primero, además del único, de abalanzarse sobre de él para arrancarle el cuello. Desde el primer instante que se colocó las túnicas, Ming Wei sintió que la magia de su infancia se había perdido. Las palabras de antaño ya no tenían el mismo significado, ya no sentía que le mirasen por voluntad propia como a su hermano, creía que todos los ojos estaban puestos sobre de él para asegurarse de estar ahí en el momento que pisara un madero y cayera al abismo. Porque sus pasos eran capaces de acelerar las lenguas en Shangqiu, pues un centenar de rumores salían a la luz cada vez que se ganaba el favor del rey. No fue hasta que levantó la cabeza, comprendiendo la importancia de su posición y su prevalencia en ella, que las palabras volvieron a cambiar en su mente. Se había dejado aplastar tanto tiempo por su propia inseguridad, que se había convertido en una marioneta más de la Reina Madre y de los ministros, era un príncipe heredero cuya cabeza estaba debajo de una espada que pendía de un hilo. Respeto. Autoridad. Poder. El príncipe heredero tenía derecho a todo. Podía hacer lo que deseara acorde a las reglas del Clan y del Rey, podía poner de cabeza el palacio o los salones si lo deseaba, podía levantar su voz por encima de las demás y solo callar cuando el rey hablara. Si tenía tanta libertad, entonces, ¿por qué iba a dejarse vencer? ¿Por qué tenía que agacharse ante los demás si él estaba por encima de todos? Mientras que él viviera en esa posición, su cabeza y la de sus hermanos menores se mantendría en su lugar, su madre seguiría recibiendo tratamiento para la rotura en su corazón y, también, se aseguraría de encontrar al culpable de la muerte de Li Jie para vengarse. Desde ese día, la vida de Ming Wei había cambiado. Sus pensamientos, sus ideologías, sus sentimientos y su naturaleza se comenzaron a encaminar para lograr sus objetivos, para hacer sus pasos sonar y, así, recordarles a todos en Shangqiu porqué había sido elegido él de entre todos los príncipes para suceder al anterior. Memoria 001
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  • -Había pasado ya algunos días después del encuentro entre Ryan y Elisabetta, fue un encuentro bastante interesante con un final inesperado pero que sin duda ayudó a calmar el humor de la rubia, y es que el último encuentro que tuvo con la peliroja no salió nada bien.

    Ryan se había encargado de hacer que Eli cambiara la perspectiva de las cosas a favor de él y su mafia, no había manera de rechazar una alianza o proponerla, ambos necesitan ayuda el uno del otro, entonces decidió tragarse su orgullo y enviar una nota con el mismo rubio, era una hoja que huele a ella, y tiene escrito en ella "Me gustaría aclarar las cosas contigo, si también te interesa me gustaría verte en la cafetería de la calle principal de Italia Roma, el día de mañana, un lugar con gente puede que ayude a nuestra charla, estaré esperando hasta las ocho de la noche, si no llegarás tomaré como rechazo mi invitación". Dobló la pequeña nota y se la dió al varón.

    Llego el día de aquella invitación y se sentó a beber un café mientras buscaba algo en su celular, Elisabetta es paciente cuando se trata de esperar así que no tiene problema en hacerlo y mientras lo hace toma una taza de té-

    Rubi Ketchlant
    -Había pasado ya algunos días después del encuentro entre Ryan y Elisabetta, fue un encuentro bastante interesante con un final inesperado pero que sin duda ayudó a calmar el humor de la rubia, y es que el último encuentro que tuvo con la peliroja no salió nada bien. Ryan se había encargado de hacer que Eli cambiara la perspectiva de las cosas a favor de él y su mafia, no había manera de rechazar una alianza o proponerla, ambos necesitan ayuda el uno del otro, entonces decidió tragarse su orgullo y enviar una nota con el mismo rubio, era una hoja que huele a ella, y tiene escrito en ella "Me gustaría aclarar las cosas contigo, si también te interesa me gustaría verte en la cafetería de la calle principal de Italia Roma, el día de mañana, un lugar con gente puede que ayude a nuestra charla, estaré esperando hasta las ocho de la noche, si no llegarás tomaré como rechazo mi invitación". Dobló la pequeña nota y se la dió al varón. Llego el día de aquella invitación y se sentó a beber un café mientras buscaba algo en su celular, Elisabetta es paciente cuando se trata de esperar así que no tiene problema en hacerlo y mientras lo hace toma una taza de té- [Rub_i26]
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  • Puede teñirse de morena pero su cara de mierda no va a cambiar...
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  • Los vestidos que su maestro le regaló de niña parecían hechos a medida para ella. No los usaba a menudo, pero cuando sí le provocaban una mezcla de sentimientos; tristeza, alegría, añoranza... Eso sí, su expresión impasible parecía no cambiar nunca.
    Los vestidos que su maestro le regaló de niña parecían hechos a medida para ella. No los usaba a menudo, pero cuando sí le provocaban una mezcla de sentimientos; tristeza, alegría, añoranza... Eso sí, su expresión impasible parecía no cambiar nunca.
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  • 𝑹𝒆𝒈𝒂𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒆 𝒖𝒍𝒕𝒊𝒎𝒂 𝒉𝒐𝒓𝒂.
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    Categoría Fantasía
    Las calles de velaris siempre eran un deleite visual y auditivo repleto de faes disfrutando de una salida en aquel día tan alegre, todo lo contrario de lo que había visto en las tierras pobres donde vivió durante gran parte de su juventud, rodeados de todo tipo de pobreza y una carente alegria que asomaba incluso entre los mas adinerados.

    Se sorprendió comparando dos lugares tan opuestos, lo adjudico a la nostalgia y a la que fue, una ligera cantidad, de vino que no solía consumir (sabiendo que era un pretexto tonto para justificarse)

    Antes de salir de casa Nuala la había cubierto con una capa rosada para ocultar la ropa casual que, cabía recalcar, se negó a cambiar por la perdida de tiempo que conlevaria.

    Animada comienzo a caminar en busca de alguna tienda de interés mientras, 𝕬𝖟𝖗𝖎𝖊𝖑 , caminaba a su lado como su acompañante y ahora compañero de la búsqueda de regalos de última hora.
    Las calles de velaris siempre eran un deleite visual y auditivo repleto de faes disfrutando de una salida en aquel día tan alegre, todo lo contrario de lo que había visto en las tierras pobres donde vivió durante gran parte de su juventud, rodeados de todo tipo de pobreza y una carente alegria que asomaba incluso entre los mas adinerados. Se sorprendió comparando dos lugares tan opuestos, lo adjudico a la nostalgia y a la que fue, una ligera cantidad, de vino que no solía consumir (sabiendo que era un pretexto tonto para justificarse) Antes de salir de casa Nuala la había cubierto con una capa rosada para ocultar la ropa casual que, cabía recalcar, se negó a cambiar por la perdida de tiempo que conlevaria. Animada comienzo a caminar en busca de alguna tienda de interés mientras, [spirit_lime_fox_273] , caminaba a su lado como su acompañante y ahora compañero de la búsqueda de regalos de última hora.
    Tipo
    Individual
    Líneas
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  • Se sentía podrido por dentro, su propia brujería lo había convertido en eso. Un monstruo; así se definía él. Sus hebras comenzaron a cambiar de color, tomando un blanco oxidado, viejo, doloroso. Empezó a perder el color de su piel, haciéndose pálido como una pintura. Su boca, rajada por cuchillos soltaba sangre sin parar. Se sentía demasiado cansado para luchar.

    ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Encerrado en su propia mente. Dónde, él mismo se torturaba, metafórica y literalmente.

    —Tan patético, mírate. Tapando tu cara, tu verdadera cara. ¿Por qué le ocultas a los demás lo que somos?— desde las sombras de las oscuras paredes de lo que parecía, era una cárcel, alguien le cuestionaba.

    Se quedó mudo, no tenía respuesta. ¿Por qué lo hacía? ¿Por miedo? No, era algo más. Quería enterrar lo que él verdaderamente era: un monstruo. Un brujo sin límites morales ni éticos; alguien que no dudaría en matar a toda la población por su supervivencia.

    —Déjame… déjame solo— balbuceaba, tapando su cara, miedoso.

    Entonces, el mismo ser que le cuestionaba aparecía desde las sombras, con un cuchillo en sus manos lleno de sangre. Acercó el filo hacia las muñecas del torturado; sin piedad temor ni pudor cortó sobre las venas de este. Viendo la sangre caer, otra vez, sobre su cuchillo. No escuchaba ningún quejido, y eso lo enfurecía. Quería oírlo gritar, llorar, patalear. Pero nada, no ocurría nada.

    Entonces, se dispuso a hacer algo que verdaderamente le dolería al brujo; por primera vez en años, no lo curó, ni regeneró, iba a dejar a el brujo con aquella cara. Lentamente, aquella cárcel fue desapareciendo, y en consecuencia, sus ataduras fueron liberadas, pero él se sentía atado igualmente.

    Observó su cuerpo, los cortes con sangre derramada y esparcida por toda la habitación, tenía que curarse. Tomó unas vendas, las pasó por todas sus muñecas. Aunque no supo cuándo, su cuerpo entero estaba lleno de vendas. Y entonces, en la soledad de su habitación, se dispuso a no salir jamás. Con el miedo de que su verdadero yo, salga a la luz.
    Se sentía podrido por dentro, su propia brujería lo había convertido en eso. Un monstruo; así se definía él. Sus hebras comenzaron a cambiar de color, tomando un blanco oxidado, viejo, doloroso. Empezó a perder el color de su piel, haciéndose pálido como una pintura. Su boca, rajada por cuchillos soltaba sangre sin parar. Se sentía demasiado cansado para luchar. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Encerrado en su propia mente. Dónde, él mismo se torturaba, metafórica y literalmente. —Tan patético, mírate. Tapando tu cara, tu verdadera cara. ¿Por qué le ocultas a los demás lo que somos?— desde las sombras de las oscuras paredes de lo que parecía, era una cárcel, alguien le cuestionaba. Se quedó mudo, no tenía respuesta. ¿Por qué lo hacía? ¿Por miedo? No, era algo más. Quería enterrar lo que él verdaderamente era: un monstruo. Un brujo sin límites morales ni éticos; alguien que no dudaría en matar a toda la población por su supervivencia. —Déjame… déjame solo— balbuceaba, tapando su cara, miedoso. Entonces, el mismo ser que le cuestionaba aparecía desde las sombras, con un cuchillo en sus manos lleno de sangre. Acercó el filo hacia las muñecas del torturado; sin piedad temor ni pudor cortó sobre las venas de este. Viendo la sangre caer, otra vez, sobre su cuchillo. No escuchaba ningún quejido, y eso lo enfurecía. Quería oírlo gritar, llorar, patalear. Pero nada, no ocurría nada. Entonces, se dispuso a hacer algo que verdaderamente le dolería al brujo; por primera vez en años, no lo curó, ni regeneró, iba a dejar a el brujo con aquella cara. Lentamente, aquella cárcel fue desapareciendo, y en consecuencia, sus ataduras fueron liberadas, pero él se sentía atado igualmente. Observó su cuerpo, los cortes con sangre derramada y esparcida por toda la habitación, tenía que curarse. Tomó unas vendas, las pasó por todas sus muñecas. Aunque no supo cuándo, su cuerpo entero estaba lleno de vendas. Y entonces, en la soledad de su habitación, se dispuso a no salir jamás. Con el miedo de que su verdadero yo, salga a la luz.
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