El atardecer teñía de oro y escarlata la cubierta del Thousand Sunny. La tripulación de los Sombreros de Paja se encontraba dispersa, cada uno ocupado en sus propias tareas o distracciones. Nico Robin, sin embargo, había encontrado un rincón tranquilo en el jardín del barco, sentada bajo la sombra de un árbol frutal.
Tenía un libro en las manos, pero no lo estaba leyendo. Sus ojos estaban fijos en el horizonte, y el murmullo de las olas contra el casco del barco era el único sonido que la acompañaba.
"Niña demonio."
El apodo cruzó su mente como una sombra pasajera, un eco de un tiempo lejano. Había aprendido a vivir con esas palabras, a llevarlas como una cicatriz que nunca desaparecía del todo. Era un título impuesto por un mundo que temía lo que no comprendía.
De niña, ese apodo era un veneno que infectaba cada rincón de su vida. "Niña demonio" no era solo una etiqueta; era una condena. Los susurros de los aldeanos, el miedo en sus miradas, las piedras que lanzaban mientras huía... Todo eso había sido la banda sonora de su infancia. Por un tiempo, incluso ella llegó a creerlo.
"Si soy el diablo que dicen, entonces no importa lo que haga", pensaba en sus años más oscuros. Fue un mecanismo de defensa, una forma de sobrevivir cuando el mundo entero estaba en su contra.
Pero ahora, años después, mientras sentía la calidez del sol sobre su piel, Robin se preguntaba: ¿qué significaba realmente ese apodo?
Había una verdad oculta en esas palabras. Si ser una "niña demonio" significaba querer descubrir la historia que el mundo trataba de enterrar, entonces aceptaba el título con orgullo. Si significaba ser una amenaza para un sistema corrupto, entonces lo llevaría como una medalla.
Sin embargo, también sabía que no podía reducirse solo a ese apodo. No era solo la "Niña demonio." Era arqueóloga, amiga, compañera. Era alguien que reía con los chistes de Luffy, que encontraba belleza en las cosas más pequeñas, que protegía a su tripulación con la misma determinación con la que protegía sus sueños.
Un suave golpe la sacó de sus pensamientos. Franky, con una sonrisa despreocupada, estaba junto a ella con una taza de té.
—Pareces profunda en tus pensamientos, Robin. ¿Todo bien?
Ella tomó la taza con un agradecimiento silencioso y esbozó una leve sonrisa.
—Solo reflexionaba sobre cómo las palabras pueden definirnos... o cómo elegimos redefinirlas.
Franky rió, sin comprender del todo, pero respetando su espacio.
—Bueno, sea lo que sea, eres súper como eres. No necesitas cambiar nada.
Robin asintió, permitiendo que la simplicidad de sus palabras calmara sus pensamientos. El viento sopló con suavidad, llevando consigo el eco de viejos apodos. Esta vez, no sonaban tan amenazantes, sino como fragmentos de una historia que ya no la encadenaban.
"Soy Nico Robin," pensó con firmeza. "Y soy mucho más que un apodo."
El atardecer teñía de oro y escarlata la cubierta del Thousand Sunny. La tripulación de los Sombreros de Paja se encontraba dispersa, cada uno ocupado en sus propias tareas o distracciones. Nico Robin, sin embargo, había encontrado un rincón tranquilo en el jardín del barco, sentada bajo la sombra de un árbol frutal.
Tenía un libro en las manos, pero no lo estaba leyendo. Sus ojos estaban fijos en el horizonte, y el murmullo de las olas contra el casco del barco era el único sonido que la acompañaba.
"Niña demonio."
El apodo cruzó su mente como una sombra pasajera, un eco de un tiempo lejano. Había aprendido a vivir con esas palabras, a llevarlas como una cicatriz que nunca desaparecía del todo. Era un título impuesto por un mundo que temía lo que no comprendía.
De niña, ese apodo era un veneno que infectaba cada rincón de su vida. "Niña demonio" no era solo una etiqueta; era una condena. Los susurros de los aldeanos, el miedo en sus miradas, las piedras que lanzaban mientras huía... Todo eso había sido la banda sonora de su infancia. Por un tiempo, incluso ella llegó a creerlo.
"Si soy el diablo que dicen, entonces no importa lo que haga", pensaba en sus años más oscuros. Fue un mecanismo de defensa, una forma de sobrevivir cuando el mundo entero estaba en su contra.
Pero ahora, años después, mientras sentía la calidez del sol sobre su piel, Robin se preguntaba: ¿qué significaba realmente ese apodo?
Había una verdad oculta en esas palabras. Si ser una "niña demonio" significaba querer descubrir la historia que el mundo trataba de enterrar, entonces aceptaba el título con orgullo. Si significaba ser una amenaza para un sistema corrupto, entonces lo llevaría como una medalla.
Sin embargo, también sabía que no podía reducirse solo a ese apodo. No era solo la "Niña demonio." Era arqueóloga, amiga, compañera. Era alguien que reía con los chistes de Luffy, que encontraba belleza en las cosas más pequeñas, que protegía a su tripulación con la misma determinación con la que protegía sus sueños.
Un suave golpe la sacó de sus pensamientos. Franky, con una sonrisa despreocupada, estaba junto a ella con una taza de té.
—Pareces profunda en tus pensamientos, Robin. ¿Todo bien?
Ella tomó la taza con un agradecimiento silencioso y esbozó una leve sonrisa.
—Solo reflexionaba sobre cómo las palabras pueden definirnos... o cómo elegimos redefinirlas.
Franky rió, sin comprender del todo, pero respetando su espacio.
—Bueno, sea lo que sea, eres súper como eres. No necesitas cambiar nada.
Robin asintió, permitiendo que la simplicidad de sus palabras calmara sus pensamientos. El viento sopló con suavidad, llevando consigo el eco de viejos apodos. Esta vez, no sonaban tan amenazantes, sino como fragmentos de una historia que ya no la encadenaban.
"Soy Nico Robin," pensó con firmeza. "Y soy mucho más que un apodo."