• El silencio reinaba en el teatro vacío, las largas filas de butacas abandonadas como ecos de un pasado de esplendor. Las luces apenas iluminaban el escenario, como una barrera entre el mundo real y aquel que pertenecía a los muertos. El aire estaba cargado de la nostalgia de una gloria pasada, pero no había ni una chispa de vida en el vasto espacio, solo la quietud eterna de la decadencia.

    Allí, en el centro del escenario, la silueta de Lyra vislumbraba entre las sombras, su figura era esbelta y sus movimientos suaves como la seda, se mantenía en un silencio profundo, observando la oscuridad que la rodeaba. Su piel pálida reflejaba lo poco de luz que quedaba, como si su propia existencia estuviera atrapada en un sueño eterno.

    En el fondo, casi imperceptible al principio, sonó una melodía.

    https://www.youtube.com/watch?v=qeMFqkcPYcg&list=RDqeMFqkcPYcg&start_radio=1

    “Sweet dreams” un contraste bastante interesante dado al sitio donde se encontraba , su ritmo desafiante chocando con la serenidad y quietud del lugar. La canción, con su toque provocador y misterioso, parecía entrar en conflicto con la serenidad del teatro, pero de alguna manera, encajaba a la perfección. Lyra, sin poder evitarlo, sintió cómo la música invadía su cuerpo, una oleada de energía que la empujó a moverse. Solo una persona sabía lo que aquello provocaba en ella...

    Su primer movimiento fue sutil, como una sombra que se desliza por el suelo, pero pronto sus caderas comenzaron a moverse al ritmo de la canción. El sonido de los bajos pulsando a través del aire llenó el vacío del teatro, haciendo que las paredes parecieran vibrar con una energía que solo Lyra podía entender. La vampiresa comenzó a caminar, pero no de una forma común. Cada paso era una danza, un giro que desafiaba la gravedad, como si el escenario fuera suyo para siempre. Sus manos, delgadas y llenas de gracia, se elevaron suavemente, como si estuviera tocando los ecos del pasado en el aire.

    La oscuridad que la rodeaba comenzó a fundirse con ella, su figura etérea proyectada sobre las paredes del teatro, mientras sus movimientos se volvían más seductores, más atrevidos. A pesar de la naturaleza gótica de su ser, la energía de la música era tan vibrante, tan llena de vida, que parecía contrarrestar su condena eterna. Lyra no solo era una sombra en la noche, ella era una manifestación de lo prohibido, de lo que te podía dañar desde adentro.

    Sus ojos, de un rojo brillante como rubíes, brillaban en la penumbra mientras sus labios se curvaban en una sonrisa, un reflejo de su alma atormentada. La canción resonaba en su ser, sus movimientos se volvían cada vez más provocativos, como si el escenario fuera su pista de baile y ella la reina indiscutible de ese espacio olvidado.

    A medida que la melodía se intensificaba, Lyra se dejó llevar por el ritmo, un baile en el que el tiempo parecía detenerse. La historia de su vida, de su condena, se entrelazaba con la música, como si cada acorde fuera una parte de su alma rota. Pero no había tristeza en su danza, solo había un ardiente deseo de sentirse viva, de sentir esa chispa de rebelión en la piel, a pesar de la eternidad que la atrapaba.

    Su figura, elegante y llena de gracia, se movía entre las sombras del teatro, un contraste entre la luz tenue del escenario y la oscuridad que parecía alimentarla. El teatro, aunque vacío, parecía cobrar vida, como si su presencia de desbordara las paredes y desafiara el vacío. La canción continuaba, susurrando en el aire, y ella bailaba, como un alma libre atrapada en el cuerpo de un monstruo.

    ♧ Sweet dreams are made of this - murmuró en la oscuridad, su voz cálida, pero cargada de intención - Who am I to disagree?...-
    El silencio reinaba en el teatro vacío, las largas filas de butacas abandonadas como ecos de un pasado de esplendor. Las luces apenas iluminaban el escenario, como una barrera entre el mundo real y aquel que pertenecía a los muertos. El aire estaba cargado de la nostalgia de una gloria pasada, pero no había ni una chispa de vida en el vasto espacio, solo la quietud eterna de la decadencia. Allí, en el centro del escenario, la silueta de Lyra vislumbraba entre las sombras, su figura era esbelta y sus movimientos suaves como la seda, se mantenía en un silencio profundo, observando la oscuridad que la rodeaba. Su piel pálida reflejaba lo poco de luz que quedaba, como si su propia existencia estuviera atrapada en un sueño eterno. En el fondo, casi imperceptible al principio, sonó una melodía. https://www.youtube.com/watch?v=qeMFqkcPYcg&list=RDqeMFqkcPYcg&start_radio=1 “Sweet dreams” un contraste bastante interesante dado al sitio donde se encontraba , su ritmo desafiante chocando con la serenidad y quietud del lugar. La canción, con su toque provocador y misterioso, parecía entrar en conflicto con la serenidad del teatro, pero de alguna manera, encajaba a la perfección. Lyra, sin poder evitarlo, sintió cómo la música invadía su cuerpo, una oleada de energía que la empujó a moverse. Solo una persona sabía lo que aquello provocaba en ella... Su primer movimiento fue sutil, como una sombra que se desliza por el suelo, pero pronto sus caderas comenzaron a moverse al ritmo de la canción. El sonido de los bajos pulsando a través del aire llenó el vacío del teatro, haciendo que las paredes parecieran vibrar con una energía que solo Lyra podía entender. La vampiresa comenzó a caminar, pero no de una forma común. Cada paso era una danza, un giro que desafiaba la gravedad, como si el escenario fuera suyo para siempre. Sus manos, delgadas y llenas de gracia, se elevaron suavemente, como si estuviera tocando los ecos del pasado en el aire. La oscuridad que la rodeaba comenzó a fundirse con ella, su figura etérea proyectada sobre las paredes del teatro, mientras sus movimientos se volvían más seductores, más atrevidos. A pesar de la naturaleza gótica de su ser, la energía de la música era tan vibrante, tan llena de vida, que parecía contrarrestar su condena eterna. Lyra no solo era una sombra en la noche, ella era una manifestación de lo prohibido, de lo que te podía dañar desde adentro. Sus ojos, de un rojo brillante como rubíes, brillaban en la penumbra mientras sus labios se curvaban en una sonrisa, un reflejo de su alma atormentada. La canción resonaba en su ser, sus movimientos se volvían cada vez más provocativos, como si el escenario fuera su pista de baile y ella la reina indiscutible de ese espacio olvidado. A medida que la melodía se intensificaba, Lyra se dejó llevar por el ritmo, un baile en el que el tiempo parecía detenerse. La historia de su vida, de su condena, se entrelazaba con la música, como si cada acorde fuera una parte de su alma rota. Pero no había tristeza en su danza, solo había un ardiente deseo de sentirse viva, de sentir esa chispa de rebelión en la piel, a pesar de la eternidad que la atrapaba. Su figura, elegante y llena de gracia, se movía entre las sombras del teatro, un contraste entre la luz tenue del escenario y la oscuridad que parecía alimentarla. El teatro, aunque vacío, parecía cobrar vida, como si su presencia de desbordara las paredes y desafiara el vacío. La canción continuaba, susurrando en el aire, y ella bailaba, como un alma libre atrapada en el cuerpo de un monstruo. ♧ Sweet dreams are made of this - murmuró en la oscuridad, su voz cálida, pero cargada de intención - Who am I to disagree?...-
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  • [ 𝑴𝒆 𝒅𝒆𝒎𝒐𝒔𝒕𝒓𝒂𝒔𝒕𝒆 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒆𝒓𝒂 𝒆𝒍 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐, 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒅é𝒋𝒂𝒎𝒆 𝒍𝒍𝒆𝒗𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒂 𝒎𝒊 𝒊𝒏𝒇𝒊𝒆𝒓𝒏𝒐 — 𝐁𝐄𝐋𝐋𝐀 𝐂𝐈𝐀𝐎. | 𝟎𝟎 ]





    Mucho antes de nacer, su vida había dejado de pertenecerle. El destino del hombre que sería estaba escrito, marcado en su piel como un animal antes incluso de respirar, antes de que pudiera si quiera abrir los ojos.

    A los veinte años, su padre terminó de forjarlo. Aquella maldita bestia sin alma.
    La más mínima molestia desaparecía de su camino con la facilidad de un suspiro. No había pena, no existía culpa; la vida ajena no valía nada. Eran sacos de carne desechables, basura humana. Y él había aprendido a tratarlos así.

    Se rodeaba únicamente de perros amaestrados, piezas útiles que podía controlar a voluntad. El resto no merecía ni una mirada. Nadie osaba cuestionarlo, ni siquiera dentro de su propia familia, porque quien lo hacía estaba condenado al mismo infierno que él sabía construir con sus propias manos. Matar dejó de ser un acto aislado: se volvió rutina. Un hábito tedioso, otro labor más de su existencia.

    Ese brillo en los ojos, esa arrogancia cruel, no eran rasgos humanos. La manipulación, el engaño, la máscara de caballerosidad que lo hacía parecer inofensivo, todo estaba incrustado en su carne y en sus huesos. Sostener cabezas aún calientes, con la sangre escurriéndose entre sus dedos, se volvió casi natural. No podía ser de otra forma: había sido moldeado para ello, convertido en un arma desde el primer día. El primogénito de los Di Conti. Ese era su mundo, su condena.

    Nunca soñó con felicidad, ni con ternura, ni con misericordia. Esos conceptos no existían en su diccionario. Solo había un hueco, un vacío incapaz de llenarse. Un muñeco sin alma, un instrumento de obediencia. Incluso al renunciar al apellido, incluso al huir y forjarse un nuevo nombre, la redención nunca llegó. Solo encontró nuevas máscaras, nuevas culpas, nuevas sombras que lo siguieron siempre. Y en esa huida arrastró a todos los que se acercaron demasiado: Rubí, Kiev… nadie escapó limpio de su mancha, mucho menos ahora Vanya.

    Pero algo cambió. Algo que jamás esperaba.
    La muerte llegó para reclamarlo y, aun así, no lo aceptó. Fue condenado de otra manera ¿Qué tan maldito debía estar para que incluso la muerte lo negara?

    Entonces lo sintió. Por primera vez. La conciencia. Ese peso en el pecho que ardía y quemaba como un fuego lento. Lo odiaba. Sentir era debilidad. Pero en las noches la pregunta volvía, implacable, como un cuchillo girando en lo hondo. Durante el último año había probado emociones que lo desgarraban y lo embriagaban a la vez volviéndose casi adicto a sentirlo de varias formas. Había sentido, aunque fuese por segundos, algo parecido a la vida. Algo parecido a ser humano.

    ¿Podía ser feliz? ¿Podía robarle a su condena un instante de paz, aunque efímero?

    No era un santo ni lo sería jamás, lo sabía. Pero esos ojos… esos malditos ojos no veían al monstruo. Lo miraban con ternura, con esperanza, como si aún hubiese algo digno de salvarse. Y eso dolía. Dolía más que cualquier bala, más que cualquier herida. Porque en el fondo temía que lo que más odiaba fuese, justamente, la posibilidad de que todavía quedara un hombre debajo de toda esa sangre.



    [ ... ]


    𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨…

    Fue una de esas mañanas en que el sol se empeñó en iluminar incluso lo que uno preferiría mantener en la sombra. La claridad entró sin permiso, molestándole los párpados hasta obligarlo a cubrirse el rostro con la mano. Sus ojos dorados se abrieron con desgano; Ryan solía levantarse sin problemas, pero esa vez no había dormido bien por los últimos informes que había recibido sobre la situación del ruso y la próxima reunión que esperaba que calmará todo. De igual manera, la cita que tenía lo valía todo.

    𝐎𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨…

    Guardaba en secreto lo más frágil y lo más peligroso que tenía: ella. Una leona que había logrado colarse en su cabeza, rompiendo poco a poco la dureza que siempre lo había acompañado. No supo en qué momento pasó, solo sabía que entre salidas, miradas cómplices, sonrisas robadas y esa forma en que lo miraba, terminó desarmado frente a ella.

    𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨… 𝐞 𝐡𝐨 𝐭𝐫𝐨𝐯𝐚𝐭𝐨 𝐥’𝐢𝐧𝐯𝐚𝐬𝐨𝐫.

    En su teléfono aún guardaba una foto, la prueba de que no lo había soñado. Una imagen capaz de arrancarle una sonrisa incluso en medio de la sangre y los informes de la guerra contra el ruso. Cada domingo, cada instante, cada recuerdo: ahí estaba ella.

    Ese día, al terminar de abotonarse la camisa, sus hombros tensos parecieron ceder un poco. El punto de encuentro era una plaza tranquila, casi inocente. No faltaron las bromas, las miradas que quemaban bajo la piel, ni ese beso robado que un niño interrumpió al pasar cerca.

    𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… 𝐨𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨…

    El viaje en auto los llevó a un sitio apartado, demasiado silencioso. La calma parecía tan perfecta que resultaba sospechosa. Ella sonreía, pero en sus ojos había un nerviosismo imposible de ocultar. Bastó el crujido de una rama para romper la paz, y el silencio se volvió pesado, casi insoportable, con esa presencia invisible de enemigos que siempre parecían acecharlo.

    𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… ché 𝐦𝐢 𝐬𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐝𝐢 𝐦𝐨𝐫𝐢𝐫.

    La distancia se hizo enorme en un segundo. Un instante la tenía en sus brazos y al siguiente estaba más cerca del enemigo que de él. Buscó su mirada, queriendo encontrar miedo o desconcierto en ella, pero en su lugar apareció la puntería de varias armas. Los hombres armados lo obligaron a retroceder, a mantenerse lejos. Lo que más lo golpeó no fue el arma, sino verla sin sorpresa en el rostro, como si lo hubiera sabido desde antes. Entonces escuchó la voz de su primo, dulce y venenosa, confirmando lo que ya intuía: una traición. Y las palabras de ella terminaron por firmar su condena.

    Intentó reaccionar, pero fue tarde.

    La primera bala le atravesó el pecho con un estallido seco, directo al ventrículo izquierdo. El golpe lo hizo arquearse hacia atrás, el aire se le escapó de golpe en un jadeo áspero y metálico. Sintió el corazón estallar dentro de su caja torácica, cada latido convertido en un espasmo inútil que expulsaba sangre a borbotones. La camisa blanca se manchó de inmediato, tiñéndose en rojo oscuro mientras sus dedos temblorosos intentaban cubrir la herida, inútilmente. El dolor no era solo físico; era como si lo hubieran arrancado de raíz, como si su propia vida se desangrara en cuestión de segundos.

    Apenas logró inhalar, el segundo disparo llegó. La bala le atravesó el cráneo con un estruendo sordo, despojándolo del mundo en un destello blanco. Por un instante lo invadió un zumbido absoluto, como si el universo entero se partiera en dos, y después vino la nada: helada e impecable.

    Y la última figura que alcanzó a ver, justo antes de que todo se apagara, fue la de ella.


    ❝ - 𝑨𝒚𝒍𝒂 ❞


    El cuerpo del italiano se desplomó con un golpe sordo contra la hierba húmeda. El silencio que siguió fue más cruel que el propio disparo, como si el mundo entero contuviera el aliento para contemplar su caída.

    La sangre brotó al principio en un hilo fino, tímido… pero pronto se desbordó, oscura y espesa, extendiéndose sobre el césped como un manto carmesí. El contraste con el verde fresco resultaba casi obsceno, un cuadro grotesco pintado por la muerte misma.


    ❝ - ¿𝑷𝒖𝒆𝒅𝒆𝒔 𝒑𝒓𝒐𝒎𝒆𝒕𝒆𝒓𝒎𝒆 𝒏𝒖𝒏𝒄𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒊𝒄𝒊𝒐𝒏𝒂𝒓𝒎𝒆? ❞


    La camisa blanca, elegida aquella mañana, se tiñó lentamente, manchándose de rojo como si la tela hubiera esperado ese destino desde siempre. Cada pliegue, cada costura, absorbía la sangre hasta volverse una segunda piel marcada por la violencia.

    El aire olía a hierro. Y mientras los segundos se alargaban, la quietud del cadáver se volvía más aterradora que el estruendo de la bala que lo había derribado.


    ❝ - 𝑷𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒊 𝒍𝒐 𝒉𝒂𝒄𝒆𝒔... ❞


    Los ojos quedaron abiertos, vacíos, mirando hacia ninguna parte. El brillo que alguna vez desafiaba al mundo entero se había apagado para siempre. El pecho, inmóvil, sin señal de vida. Una respiración que nunca volvió.


    ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂...❞


    La canasta del picnic rodó hasta volcarse, derramando pan, frutas y vino sobre la tierra como una ofrenda rota a los dioses crueles del destino. El líquido carmesí se mezcló con la sangre en el suelo, confundiendo vida y muerte en una misma mancha.

    A un costado, los lentes de sol yacían olvidados, inútiles, como si aún pretendieran protegerlo de un sol que ya no podía ver.

    —Está muerto —anunció uno de los hombres, la voz áspera, definitiva. Había rodeado a ambos junto con los demás, y al tocar el cuello de Ryan no encontró pulso alguno..


    ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒂𝒕𝒂𝒓𝒕𝒆.❞


    Pero entonces, una mano emergió de la hierba ensangrentada y detuvo el movimiento de aquel hombre antes de que pensaran en irse, un agarre firme, con un peso que desafiaba el mismo silencio que habia reinado el lugar.


    — ¿A dónde vas, hijo de puta? — gruñó una voz familiar, rota por el dolor pero mezclada con rabia. Ryan miro a este hombre antes de jalarlo hacia el, escasos centímetros antes de tomar su cuello y romperlo.
    [ 𝑴𝒆 𝒅𝒆𝒎𝒐𝒔𝒕𝒓𝒂𝒔𝒕𝒆 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒆𝒓𝒂 𝒆𝒍 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐, 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒅é𝒋𝒂𝒎𝒆 𝒍𝒍𝒆𝒗𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒂 𝒎𝒊 𝒊𝒏𝒇𝒊𝒆𝒓𝒏𝒐 — 𝐁𝐄𝐋𝐋𝐀 𝐂𝐈𝐀𝐎. | 𝟎𝟎 ] Mucho antes de nacer, su vida había dejado de pertenecerle. El destino del hombre que sería estaba escrito, marcado en su piel como un animal antes incluso de respirar, antes de que pudiera si quiera abrir los ojos. A los veinte años, su padre terminó de forjarlo. Aquella maldita bestia sin alma. La más mínima molestia desaparecía de su camino con la facilidad de un suspiro. No había pena, no existía culpa; la vida ajena no valía nada. Eran sacos de carne desechables, basura humana. Y él había aprendido a tratarlos así. Se rodeaba únicamente de perros amaestrados, piezas útiles que podía controlar a voluntad. El resto no merecía ni una mirada. Nadie osaba cuestionarlo, ni siquiera dentro de su propia familia, porque quien lo hacía estaba condenado al mismo infierno que él sabía construir con sus propias manos. Matar dejó de ser un acto aislado: se volvió rutina. Un hábito tedioso, otro labor más de su existencia. Ese brillo en los ojos, esa arrogancia cruel, no eran rasgos humanos. La manipulación, el engaño, la máscara de caballerosidad que lo hacía parecer inofensivo, todo estaba incrustado en su carne y en sus huesos. Sostener cabezas aún calientes, con la sangre escurriéndose entre sus dedos, se volvió casi natural. No podía ser de otra forma: había sido moldeado para ello, convertido en un arma desde el primer día. El primogénito de los Di Conti. Ese era su mundo, su condena. Nunca soñó con felicidad, ni con ternura, ni con misericordia. Esos conceptos no existían en su diccionario. Solo había un hueco, un vacío incapaz de llenarse. Un muñeco sin alma, un instrumento de obediencia. Incluso al renunciar al apellido, incluso al huir y forjarse un nuevo nombre, la redención nunca llegó. Solo encontró nuevas máscaras, nuevas culpas, nuevas sombras que lo siguieron siempre. Y en esa huida arrastró a todos los que se acercaron demasiado: Rubí, Kiev… nadie escapó limpio de su mancha, mucho menos ahora Vanya. Pero algo cambió. Algo que jamás esperaba. La muerte llegó para reclamarlo y, aun así, no lo aceptó. Fue condenado de otra manera ¿Qué tan maldito debía estar para que incluso la muerte lo negara? Entonces lo sintió. Por primera vez. La conciencia. Ese peso en el pecho que ardía y quemaba como un fuego lento. Lo odiaba. Sentir era debilidad. Pero en las noches la pregunta volvía, implacable, como un cuchillo girando en lo hondo. Durante el último año había probado emociones que lo desgarraban y lo embriagaban a la vez volviéndose casi adicto a sentirlo de varias formas. Había sentido, aunque fuese por segundos, algo parecido a la vida. Algo parecido a ser humano. ¿Podía ser feliz? ¿Podía robarle a su condena un instante de paz, aunque efímero? No era un santo ni lo sería jamás, lo sabía. Pero esos ojos… esos malditos ojos no veían al monstruo. Lo miraban con ternura, con esperanza, como si aún hubiese algo digno de salvarse. Y eso dolía. Dolía más que cualquier bala, más que cualquier herida. Porque en el fondo temía que lo que más odiaba fuese, justamente, la posibilidad de que todavía quedara un hombre debajo de toda esa sangre. [ ... ] 𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨… Fue una de esas mañanas en que el sol se empeñó en iluminar incluso lo que uno preferiría mantener en la sombra. La claridad entró sin permiso, molestándole los párpados hasta obligarlo a cubrirse el rostro con la mano. Sus ojos dorados se abrieron con desgano; Ryan solía levantarse sin problemas, pero esa vez no había dormido bien por los últimos informes que había recibido sobre la situación del ruso y la próxima reunión que esperaba que calmará todo. De igual manera, la cita que tenía lo valía todo. 𝐎𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨… Guardaba en secreto lo más frágil y lo más peligroso que tenía: ella. Una leona que había logrado colarse en su cabeza, rompiendo poco a poco la dureza que siempre lo había acompañado. No supo en qué momento pasó, solo sabía que entre salidas, miradas cómplices, sonrisas robadas y esa forma en que lo miraba, terminó desarmado frente a ella. 𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨… 𝐞 𝐡𝐨 𝐭𝐫𝐨𝐯𝐚𝐭𝐨 𝐥’𝐢𝐧𝐯𝐚𝐬𝐨𝐫. En su teléfono aún guardaba una foto, la prueba de que no lo había soñado. Una imagen capaz de arrancarle una sonrisa incluso en medio de la sangre y los informes de la guerra contra el ruso. Cada domingo, cada instante, cada recuerdo: ahí estaba ella. Ese día, al terminar de abotonarse la camisa, sus hombros tensos parecieron ceder un poco. El punto de encuentro era una plaza tranquila, casi inocente. No faltaron las bromas, las miradas que quemaban bajo la piel, ni ese beso robado que un niño interrumpió al pasar cerca. 𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… 𝐨𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨… El viaje en auto los llevó a un sitio apartado, demasiado silencioso. La calma parecía tan perfecta que resultaba sospechosa. Ella sonreía, pero en sus ojos había un nerviosismo imposible de ocultar. Bastó el crujido de una rama para romper la paz, y el silencio se volvió pesado, casi insoportable, con esa presencia invisible de enemigos que siempre parecían acecharlo. 𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… ché 𝐦𝐢 𝐬𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐝𝐢 𝐦𝐨𝐫𝐢𝐫. La distancia se hizo enorme en un segundo. Un instante la tenía en sus brazos y al siguiente estaba más cerca del enemigo que de él. Buscó su mirada, queriendo encontrar miedo o desconcierto en ella, pero en su lugar apareció la puntería de varias armas. Los hombres armados lo obligaron a retroceder, a mantenerse lejos. Lo que más lo golpeó no fue el arma, sino verla sin sorpresa en el rostro, como si lo hubiera sabido desde antes. Entonces escuchó la voz de su primo, dulce y venenosa, confirmando lo que ya intuía: una traición. Y las palabras de ella terminaron por firmar su condena. Intentó reaccionar, pero fue tarde. La primera bala le atravesó el pecho con un estallido seco, directo al ventrículo izquierdo. El golpe lo hizo arquearse hacia atrás, el aire se le escapó de golpe en un jadeo áspero y metálico. Sintió el corazón estallar dentro de su caja torácica, cada latido convertido en un espasmo inútil que expulsaba sangre a borbotones. La camisa blanca se manchó de inmediato, tiñéndose en rojo oscuro mientras sus dedos temblorosos intentaban cubrir la herida, inútilmente. El dolor no era solo físico; era como si lo hubieran arrancado de raíz, como si su propia vida se desangrara en cuestión de segundos. Apenas logró inhalar, el segundo disparo llegó. La bala le atravesó el cráneo con un estruendo sordo, despojándolo del mundo en un destello blanco. Por un instante lo invadió un zumbido absoluto, como si el universo entero se partiera en dos, y después vino la nada: helada e impecable. Y la última figura que alcanzó a ver, justo antes de que todo se apagara, fue la de ella. ❝ - 𝑨𝒚𝒍𝒂 ❞ El cuerpo del italiano se desplomó con un golpe sordo contra la hierba húmeda. El silencio que siguió fue más cruel que el propio disparo, como si el mundo entero contuviera el aliento para contemplar su caída. La sangre brotó al principio en un hilo fino, tímido… pero pronto se desbordó, oscura y espesa, extendiéndose sobre el césped como un manto carmesí. El contraste con el verde fresco resultaba casi obsceno, un cuadro grotesco pintado por la muerte misma. ❝ - ¿𝑷𝒖𝒆𝒅𝒆𝒔 𝒑𝒓𝒐𝒎𝒆𝒕𝒆𝒓𝒎𝒆 𝒏𝒖𝒏𝒄𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒊𝒄𝒊𝒐𝒏𝒂𝒓𝒎𝒆? ❞ La camisa blanca, elegida aquella mañana, se tiñó lentamente, manchándose de rojo como si la tela hubiera esperado ese destino desde siempre. Cada pliegue, cada costura, absorbía la sangre hasta volverse una segunda piel marcada por la violencia. El aire olía a hierro. Y mientras los segundos se alargaban, la quietud del cadáver se volvía más aterradora que el estruendo de la bala que lo había derribado. ❝ - 𝑷𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒊 𝒍𝒐 𝒉𝒂𝒄𝒆𝒔... ❞ Los ojos quedaron abiertos, vacíos, mirando hacia ninguna parte. El brillo que alguna vez desafiaba al mundo entero se había apagado para siempre. El pecho, inmóvil, sin señal de vida. Una respiración que nunca volvió. ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂...❞ La canasta del picnic rodó hasta volcarse, derramando pan, frutas y vino sobre la tierra como una ofrenda rota a los dioses crueles del destino. El líquido carmesí se mezcló con la sangre en el suelo, confundiendo vida y muerte en una misma mancha. A un costado, los lentes de sol yacían olvidados, inútiles, como si aún pretendieran protegerlo de un sol que ya no podía ver. —Está muerto —anunció uno de los hombres, la voz áspera, definitiva. Había rodeado a ambos junto con los demás, y al tocar el cuello de Ryan no encontró pulso alguno.. ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒂𝒕𝒂𝒓𝒕𝒆.❞ Pero entonces, una mano emergió de la hierba ensangrentada y detuvo el movimiento de aquel hombre antes de que pensaran en irse, un agarre firme, con un peso que desafiaba el mismo silencio que habia reinado el lugar. — ¿A dónde vas, hijo de puta? — gruñó una voz familiar, rota por el dolor pero mezclada con rabia. Ryan miro a este hombre antes de jalarlo hacia el, escasos centímetros antes de tomar su cuello y romperlo.
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  • 𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐈𝐈𝐈 – “𝐃𝐢𝐨𝐬𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐂𝐚𝐨𝐬”

    La discoteca más exclusiva de Nueva York estaba hecha para ella. No para la alta sociedad, no para los artistas, no para los millonarios aburridos. No: para Deianira Zhorkeas. Su entrada al lugar fue una escena coreografiada por el destino; flashes, miradas, un vestido plateado que parecía derretirse sobre su piel, y una seguridad arrogante que convertía la pista en su pasarela privada.

    Las copas se alzaron en su honor. La gente susurraba su nombre como si fuese un conjuro. Y Deianira, con la pupila dilatada y la sonrisa de alguien que ya había probado demasiado de todo, absorbía cada segundo como un aplauso eterno.

    —Brindemos por mí —dijo, elevando una copa de vodka cristalino, con ese tono de broma que no era broma en absoluto.

    El DJ cambió la música solo porque ella había llegado, mezclando su voz en un “welcome queen” improvisado que hizo que el lugar estallara. Pero entre la euforia y los destellos, alguien la observaba desde el bar: un hombre trajeado, con mirada calculadora. No era fan. No era uno de esos que la deseaban como un trofeo. Era un competidor, un inversor de la industria cosmética que había querido comprar parte de Detroyer of Men y al que ella había rechazado con crueldad.

    Él levantó su vaso hacia ella con una media sonrisa. Ella, altiva, respondió con un movimiento de cejas, como quien pisa una hormiga invisible. Pero el gesto la perturbó más de lo que admitió.

    La noche siguió en espiral. Risas, drogas en el baño, besos robados a un desconocido que no recordaría en la mañana. Todo un espectáculo de excesos que ella sabía manejar como nadie. Pero en un rincón de su mente, esa mirada fría seguía clavada, como una advertencia: su imperio no era intocable.

    Deianira salió del club cuando amanecía, rodeada de un séquito de almas perdidas que la seguían como devotos de una diosa del caos. Subió a su coche con la carcajada todavía en los labios, pero al mirarse en el espejo retrovisor, se detuvo. El maquillaje estaba intacto, sí… pero había un cansancio extraño en sus ojos celestes.

    La diosa parecía humana por un instante.

    Sacó una bolsita plateada del bolso y la dejó sobre sus rodillas.

    —Aún no, cariño —susurró, como si hablara con ella. Y con un gesto brusco, la guardó de nuevo.

    El coche arrancó. Afuera, Nueva York despertaba. Y Deianira, entre humo y cristal, se convencía de que aún tenía el control.

    Aunque la grieta ya empezaba a abrirse.
    𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐈𝐈𝐈 – “𝐃𝐢𝐨𝐬𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐂𝐚𝐨𝐬” La discoteca más exclusiva de Nueva York estaba hecha para ella. No para la alta sociedad, no para los artistas, no para los millonarios aburridos. No: para Deianira Zhorkeas. Su entrada al lugar fue una escena coreografiada por el destino; flashes, miradas, un vestido plateado que parecía derretirse sobre su piel, y una seguridad arrogante que convertía la pista en su pasarela privada. Las copas se alzaron en su honor. La gente susurraba su nombre como si fuese un conjuro. Y Deianira, con la pupila dilatada y la sonrisa de alguien que ya había probado demasiado de todo, absorbía cada segundo como un aplauso eterno. —Brindemos por mí —dijo, elevando una copa de vodka cristalino, con ese tono de broma que no era broma en absoluto. El DJ cambió la música solo porque ella había llegado, mezclando su voz en un “welcome queen” improvisado que hizo que el lugar estallara. Pero entre la euforia y los destellos, alguien la observaba desde el bar: un hombre trajeado, con mirada calculadora. No era fan. No era uno de esos que la deseaban como un trofeo. Era un competidor, un inversor de la industria cosmética que había querido comprar parte de Detroyer of Men y al que ella había rechazado con crueldad. Él levantó su vaso hacia ella con una media sonrisa. Ella, altiva, respondió con un movimiento de cejas, como quien pisa una hormiga invisible. Pero el gesto la perturbó más de lo que admitió. La noche siguió en espiral. Risas, drogas en el baño, besos robados a un desconocido que no recordaría en la mañana. Todo un espectáculo de excesos que ella sabía manejar como nadie. Pero en un rincón de su mente, esa mirada fría seguía clavada, como una advertencia: su imperio no era intocable. Deianira salió del club cuando amanecía, rodeada de un séquito de almas perdidas que la seguían como devotos de una diosa del caos. Subió a su coche con la carcajada todavía en los labios, pero al mirarse en el espejo retrovisor, se detuvo. El maquillaje estaba intacto, sí… pero había un cansancio extraño en sus ojos celestes. La diosa parecía humana por un instante. Sacó una bolsita plateada del bolso y la dejó sobre sus rodillas. —Aún no, cariño —susurró, como si hablara con ella. Y con un gesto brusco, la guardó de nuevo. El coche arrancó. Afuera, Nueva York despertaba. Y Deianira, entre humo y cristal, se convencía de que aún tenía el control. Aunque la grieta ya empezaba a abrirse.
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  • Caja de una amiga:

    Estás?
    Estás dormido?
    Lo siento mucho por hacerte sentir, que soy cortante y fría.
    Me cuesta explicar y ... Siento raro el corazón cuando muestras un interés sincero debido a ello.
    Y no raro de malo, no es mi intención sonar como una víctima y evito hablar de mis sentimientos.
    Yo no soy una persona perfecta... Yo tengo muchos defectos, todos por los cuales me odio y has visto en mi Y duele..
    Duele mucho
    Me arde, me quema... No te imaginas cuanto, cuanto, cuanto me duele.
    Es tan complicado hablar de esto, sin pensar en que... Merezca todo lo malo por conductas que a veces hago y no entiendo... O quizá por como me ven que soy y yo no puedo ver como soy y lo toman como algo horrible.
    Me hacen sentir... Tan... Tan... Horrible.
    Y me duele... Me duele mucho.
    Por eso mejor me callo, antes de cagarla más por estupideces.
    Porque me lastimo mucho. No sabes cuanto... No puedes imaginarte cuanto.
    Y por preferencia callo.
    No es tu culpa, todas las cosas que me has dicho y yo lo tomo como... No sé, demaciado importante.
    Soy quizá.. demaciado sensible, también me eh odiado a mi misma por años.
    Y cuando busco tranquilidad... Es porque me cansé de todo lo malo, porque el dolor me agota profundamente.
    Evito tener golpes horribles de depresión
    Porque los pensamientos negativos retumban tanto en mi cabeza cuando los escucho... Me ciegan y me hacen ver como algo horrible, me lastimo...
    Y no quiero volver a sentir que muero.
    Desee tanto en mi pasado no volver a sentir nada, lo desee tanto frente a un espejo mirándome con odio... Porque el dolor físico en el pecho me oprime más que mi propia existencia.
    Y no quiero ver más eso... Solo, quiero ver...
    Quiero ver el valor que me quiero tener
    Quiero ver... Verme mejor.
    Por eso algunos lados me protegen erróneamente ... Aunque odie no saber cómo me equivoco.
    Es mi dolor el que está hablando... Mi furia por tanto dolor..... Y lamento no poder escapar contigo.
    Dijiste... Que serías mi lugar seguro.... Lamento mucho... Que no sea así.
    Porque ibas a serlo... Iba a confiar en ti porque aunque sea dura, te lo estabas ganando.. Pero...
    No sé en qué momento te metiste en mi pecho y después me exprimiste el corazón.
    Que ya no me siento... En un lugar seguro.
    Sabes... A nadie le digo lo que siento.
    Porque nadie tiene permitido escuchar a mi corazón.
    ni siquiera mi papá... Y mi mejor amiga se lleva un poco de ello. Porque mi mejor amiga.. mi mejor amiga realmente es maravillosa.
    Pero fuera de ahí... Con nadie lloro hablando sobre mis sentimientos.
    Y me estoy abriendo contigo con estos mensajes.. Pero, prefiero continuamente tener la caja de Pandora cerrada por siempre.
    Caja de una amiga: Estás? Estás dormido? Lo siento mucho por hacerte sentir, que soy cortante y fría. Me cuesta explicar y ... Siento raro el corazón cuando muestras un interés sincero debido a ello. Y no raro de malo, no es mi intención sonar como una víctima y evito hablar de mis sentimientos. Yo no soy una persona perfecta... Yo tengo muchos defectos, todos por los cuales me odio y has visto en mi Y duele.. Duele mucho Me arde, me quema... No te imaginas cuanto, cuanto, cuanto me duele. Es tan complicado hablar de esto, sin pensar en que... Merezca todo lo malo por conductas que a veces hago y no entiendo... O quizá por como me ven que soy y yo no puedo ver como soy y lo toman como algo horrible. Me hacen sentir... Tan... Tan... Horrible. Y me duele... Me duele mucho. Por eso mejor me callo, antes de cagarla más por estupideces. Porque me lastimo mucho. No sabes cuanto... No puedes imaginarte cuanto. Y por preferencia callo. No es tu culpa, todas las cosas que me has dicho y yo lo tomo como... No sé, demaciado importante. Soy quizá.. demaciado sensible, también me eh odiado a mi misma por años. Y cuando busco tranquilidad... Es porque me cansé de todo lo malo, porque el dolor me agota profundamente. Evito tener golpes horribles de depresión Porque los pensamientos negativos retumban tanto en mi cabeza cuando los escucho... Me ciegan y me hacen ver como algo horrible, me lastimo... Y no quiero volver a sentir que muero. Desee tanto en mi pasado no volver a sentir nada, lo desee tanto frente a un espejo mirándome con odio... Porque el dolor físico en el pecho me oprime más que mi propia existencia. Y no quiero ver más eso... Solo, quiero ver... Quiero ver el valor que me quiero tener Quiero ver... Verme mejor. Por eso algunos lados me protegen erróneamente ... Aunque odie no saber cómo me equivoco. Es mi dolor el que está hablando... Mi furia por tanto dolor..... Y lamento no poder escapar contigo. Dijiste... Que serías mi lugar seguro.... Lamento mucho... Que no sea así. Porque ibas a serlo... Iba a confiar en ti porque aunque sea dura, te lo estabas ganando.. Pero... No sé en qué momento te metiste en mi pecho y después me exprimiste el corazón. Que ya no me siento... En un lugar seguro. Sabes... A nadie le digo lo que siento. Porque nadie tiene permitido escuchar a mi corazón. ni siquiera mi papá... Y mi mejor amiga se lleva un poco de ello. Porque mi mejor amiga.. mi mejor amiga realmente es maravillosa. Pero fuera de ahí... Con nadie lloro hablando sobre mis sentimientos. Y me estoy abriendo contigo con estos mensajes.. Pero, prefiero continuamente tener la caja de Pandora cerrada por siempre.
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  • -desde hace unos dias no habia terminado de desempacar las cosas quw lleve a casa de mi novio, encontrando una caja que mamá me dijo que tirara a la basura, pero por curiosidad me la lleve abriendola, en esa larga y gran caja habia un cuadro de mis padres cuando eran mas jovenes-

    Valla...mamá y papá eran hermosos, con razon son considerados dioses

    -toque suavemente el cuadro, deslizando mis dedos por los rasgos de mis padres, podia sentir el amor entre ellos como si respirara el cuadro, sentir sus corazones latiendo-

    Deberia decirle a papa que hago con el

    -saque mi teléfono, sacando el contacto "papito", era como le decia a mi padre de niño, pase saliva antes de marcar ya que la ultima vez, peliamos muy feo y temia, ya que sabiaa que papá no aprovaba a mi pareja pero tome valentia y marque, mientras sonaba y sonaba, cuando escuche una voz gruesa vacile suavemente-

    H-hola.....papa, soy sain, te llamaba ya que encontre algo que me gustaria que vieras

    Seiko Nura Nanao
    -desde hace unos dias no habia terminado de desempacar las cosas quw lleve a casa de mi novio, encontrando una caja que mamá me dijo que tirara a la basura, pero por curiosidad me la lleve abriendola, en esa larga y gran caja habia un cuadro de mis padres cuando eran mas jovenes- Valla...mamá y papá eran hermosos, con razon son considerados dioses -toque suavemente el cuadro, deslizando mis dedos por los rasgos de mis padres, podia sentir el amor entre ellos como si respirara el cuadro, sentir sus corazones latiendo- Deberia decirle a papa que hago con el -saque mi teléfono, sacando el contacto "papito", era como le decia a mi padre de niño, pase saliva antes de marcar ya que la ultima vez, peliamos muy feo y temia, ya que sabiaa que papá no aprovaba a mi pareja pero tome valentia y marque, mientras sonaba y sonaba, cuando escuche una voz gruesa vacile suavemente- H-hola.....papa, soy sain, te llamaba ya que encontre algo que me gustaria que vieras [orbit_sapphire_monkey_475]
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  • — El jóven había seguido a su padre hasta la casa de aquella mujer, se le había hecho costumbre ir a pasar tiempo con esa familia. A Hyu le parecía extraño, pero el hijo de esa mujer Kiran Lioren le había caído muy bien y se habían hecho amigos.
    Llegó a saludar a la señora y cuando su padre comenzó a hacer la charla demasiado aburrida el jóven se escabulló al estudio para visitar a su amigo, el cual le había prometido enseñarle a tocar aquel extraño instrumento. —

    Tok Tok ~

    — Exclamó alegremente entrando al estudio con una sonrisa, en la mano llevaba una caja de pasteles de la que, según él, era la mejor pastelería del mundo. Se acercó para saludar y bromeó, luchando en su cabeza por recordar el nombre del instrumento. —

    Vengo a sobornarte con dulces para que me enseñes a tocar el... el...

    — Se acercó y le sususrró como si fuera un secreto soltando una risita. —

    Ayúdame, te prometo que me lo voy a aprender.
    — El jóven había seguido a su padre hasta la casa de aquella mujer, se le había hecho costumbre ir a pasar tiempo con esa familia. A Hyu le parecía extraño, pero el hijo de esa mujer [kiran_lioe] le había caído muy bien y se habían hecho amigos. Llegó a saludar a la señora y cuando su padre comenzó a hacer la charla demasiado aburrida el jóven se escabulló al estudio para visitar a su amigo, el cual le había prometido enseñarle a tocar aquel extraño instrumento. — Tok Tok ~ — Exclamó alegremente entrando al estudio con una sonrisa, en la mano llevaba una caja de pasteles de la que, según él, era la mejor pastelería del mundo. Se acercó para saludar y bromeó, luchando en su cabeza por recordar el nombre del instrumento. — Vengo a sobornarte con dulces para que me enseñes a tocar el... el... — Se acercó y le sususrró como si fuera un secreto soltando una risita. — Ayúdame, te prometo que me lo voy a aprender.
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  • La carpa está en penumbra, iluminada solo por algunas linternas colgantes que oscilan suavemente con el viento nocturno. Se escucha un crujido: un par de figuras encapuchadas se cuelan entre las cortinas, cuchicheando y revisando las cajas de utilería. De pronto, una voz clara y suave resuena en la oscuridad.

    Showman (tono casual):
    —Oh... qué sorpresa tan encantadora.

    Los ladrones se tensan y giran. El showman está de pie sobre el escenario, iluminado por un único haz de luz que parece haber surgido de la nada. Sonríe, con su bastón apoyado en el hombro.

    Showman (caminando lentamente hacia ellos):
    —Verán, no es común tener visitantes a estas horas. Pero me gusta pensar que toda interrupción es... —da un giro elegante con el bastón— ...una oportunidad para entretener.

    Los ladrones se miran entre sí, uno de ellos da un paso atrás. El showman sigue avanzando sin perder la sonrisa.

    Showman (tono amable, casi alegre):
    —Qué bueno que vienen. Me faltaba gente para el acto de las bestias.

    De pronto, las linternas parpadean y la carpa se llena de un resplandor rojizo, casi sobrenatural. La luz proyecta sombras monstruosas de los objetos del circo sobre la lona, como si todo cobrara vida. Se escuchan dos respiraciones entrecortadas y, de repente, dos gritos ahogados se rompen en el aire.

    El resplandor desaparece. Silencio absoluto.

    Cuando las luces vuelven a su tono normal, el showman está solo en medio de la carpa. Su bastón golpea suavemente el suelo, y sonríe para sí mismo.

    Showman (voz tranquila, casi como si hablara a alguien invisible):
    —Perfecto. Justo lo que necesitábamos para el ensayo.

    Hace una pequeña reverencia, como si hubiera terminado un acto frente a un público imaginario.
    La carpa está en penumbra, iluminada solo por algunas linternas colgantes que oscilan suavemente con el viento nocturno. Se escucha un crujido: un par de figuras encapuchadas se cuelan entre las cortinas, cuchicheando y revisando las cajas de utilería. De pronto, una voz clara y suave resuena en la oscuridad. Showman (tono casual): —Oh... qué sorpresa tan encantadora. Los ladrones se tensan y giran. El showman está de pie sobre el escenario, iluminado por un único haz de luz que parece haber surgido de la nada. Sonríe, con su bastón apoyado en el hombro. Showman (caminando lentamente hacia ellos): —Verán, no es común tener visitantes a estas horas. Pero me gusta pensar que toda interrupción es... —da un giro elegante con el bastón— ...una oportunidad para entretener. Los ladrones se miran entre sí, uno de ellos da un paso atrás. El showman sigue avanzando sin perder la sonrisa. Showman (tono amable, casi alegre): —Qué bueno que vienen. Me faltaba gente para el acto de las bestias. De pronto, las linternas parpadean y la carpa se llena de un resplandor rojizo, casi sobrenatural. La luz proyecta sombras monstruosas de los objetos del circo sobre la lona, como si todo cobrara vida. Se escuchan dos respiraciones entrecortadas y, de repente, dos gritos ahogados se rompen en el aire. El resplandor desaparece. Silencio absoluto. Cuando las luces vuelven a su tono normal, el showman está solo en medio de la carpa. Su bastón golpea suavemente el suelo, y sonríe para sí mismo. Showman (voz tranquila, casi como si hablara a alguien invisible): —Perfecto. Justo lo que necesitábamos para el ensayo. Hace una pequeña reverencia, como si hubiera terminado un acto frente a un público imaginario.
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  • [Story Mode: Episodio 1]

    [Un perfume y tres chicles de menta, por favor.]

    Con un jadeo pesado deja caer su cuerpo cansado sobre el gastado sofá que rescató de la calle. Le toma unos segundos controlar su respiración agitada, y parpadea repetidas veces para hacer que el agua acumulada en sus ojos se desaparezca. Sus puños cerrados con fuerza aprietan la tela gastada del mueble, y tiene que utilizar cada gramo de energía de su cuerpo para no sollozar. Ya es de medianoche, todos duermen... Menos él.

    — Dios.. Si estás ahí, dame fuerzas, por favor... —

    Siente su cuerpo retorcerse por dentro, sus entrañas luchar contra si mismas. Al rededor de él, los ruidos se agudizan y se hacen intensos. El sonido de los grillos en la medianoche, el viento que mueve y golpea la ventana mal colocada, y los ronquidos que vienen de las habitaciones cercanas. Su propio cuerpo tiembla, suplicando por una pequeña calada.

    Sabe que no debe, que prometió dejarlo. Que ya no le queda ni perfume, ni algún chicle de menta para lidiar con el olor a tabaco. Y Mucho menos, dinero para pagar. Pero... Aún le queda media caja... ¿Sería un desperdicio tirarla, no es así...?

    Con escalofríos recorriendo su cuerpo, se levanta con dificultad del sofá. Tiene que poner cada gramo de voluntad que hay en su cuerpo en dar cada paso, y se dispone a salir...

    — [¿Hmm...? ¿A Donde vas, pa?] —

    Una voz lo detiene. Cuando creyó que los sudores fríos por la abstinencia lo volverían loco, definitivamente se equivocó. En este momento se sentía incluso peor. Maldice internamente al pequeño Leo por levantarse en mitad de la noche, y junta coraje para responder con la mejor voz posible.

    — [Yo... Solo voy a salir a tomar aire. Volvé a la cama, boludin.~] —

    — [Ya voy, ya voy... Paso al baño y vuelvo.] —

    Tras que el pequeño finalmente se fuese, él aprovechó para por fin salir. No dudó más y emprendió su marcha hacia la gasolinera más cercana, para conseguir el suministro deseado. Su cabello hecho un desastre por el sudor, su respiración agitada. Seguramente parecería un drogadicto, pero al menos sabía que en ese sitio lo conocen.

    — U-Uh, buenas noches, eh... —

    — ¿Lo de siempre, no? —

    La cajera lo ve con algo de interés, aunque definitivamente es más en su aspecto desastroso que en algún atractivo. Se resigna con una sonrisa débil y asiente.

    — Si, por favor. Un perfume, y 3 chicles de menta, por favor. —

    — A Tu pedido.. ¿Esta vez si traes dinero? —

    — Quizá.. ¿Siguen sin aceptar la prostitución, no? Ja. —

    — No quieres que responda. —

    — Tú tampoco. —

    — A Este paso tendremos que vetarte de aquí. —

    — Buenas noches. —

    Con un suspiro pesado salió del sitio. Se preguntó si debería sencillamente encender el cigarro ahí para destruir las pruebas de que le debe dinero a la gasolinera. Soltó una risa débil y esperó a haber salido del sitio para encenderlo. Una calada... Y Sintió cada pesar abandonar su cuerpo...

    Solo para ser reemplazado con uno incluso más pesado.

    — Mierda... *Sob* Yo... Soy un estúpido... —

    Dejó salir el humo entre sus labios, y se recostó contra la pared mientras escondía lo mejor posible sus sollozos.

    ...

    Luego de terminar.. Se aplicó algo de perfume, se llevó a la boca uno de esos chicles de menta... Y Emprendió camino de regreso a casa, apenas iluminado por la luz de la luna.
    [Story Mode: Episodio 1] [Un perfume y tres chicles de menta, por favor.] Con un jadeo pesado deja caer su cuerpo cansado sobre el gastado sofá que rescató de la calle. Le toma unos segundos controlar su respiración agitada, y parpadea repetidas veces para hacer que el agua acumulada en sus ojos se desaparezca. Sus puños cerrados con fuerza aprietan la tela gastada del mueble, y tiene que utilizar cada gramo de energía de su cuerpo para no sollozar. Ya es de medianoche, todos duermen... Menos él. — Dios.. Si estás ahí, dame fuerzas, por favor... — Siente su cuerpo retorcerse por dentro, sus entrañas luchar contra si mismas. Al rededor de él, los ruidos se agudizan y se hacen intensos. El sonido de los grillos en la medianoche, el viento que mueve y golpea la ventana mal colocada, y los ronquidos que vienen de las habitaciones cercanas. Su propio cuerpo tiembla, suplicando por una pequeña calada. Sabe que no debe, que prometió dejarlo. Que ya no le queda ni perfume, ni algún chicle de menta para lidiar con el olor a tabaco. Y Mucho menos, dinero para pagar. Pero... Aún le queda media caja... ¿Sería un desperdicio tirarla, no es así...? Con escalofríos recorriendo su cuerpo, se levanta con dificultad del sofá. Tiene que poner cada gramo de voluntad que hay en su cuerpo en dar cada paso, y se dispone a salir... — [¿Hmm...? ¿A Donde vas, pa?] — Una voz lo detiene. Cuando creyó que los sudores fríos por la abstinencia lo volverían loco, definitivamente se equivocó. En este momento se sentía incluso peor. Maldice internamente al pequeño Leo por levantarse en mitad de la noche, y junta coraje para responder con la mejor voz posible. — [Yo... Solo voy a salir a tomar aire. Volvé a la cama, boludin.~] — — [Ya voy, ya voy... Paso al baño y vuelvo.] — Tras que el pequeño finalmente se fuese, él aprovechó para por fin salir. No dudó más y emprendió su marcha hacia la gasolinera más cercana, para conseguir el suministro deseado. Su cabello hecho un desastre por el sudor, su respiración agitada. Seguramente parecería un drogadicto, pero al menos sabía que en ese sitio lo conocen. — U-Uh, buenas noches, eh... — — ¿Lo de siempre, no? — La cajera lo ve con algo de interés, aunque definitivamente es más en su aspecto desastroso que en algún atractivo. Se resigna con una sonrisa débil y asiente. — Si, por favor. Un perfume, y 3 chicles de menta, por favor. — — A Tu pedido.. ¿Esta vez si traes dinero? — — Quizá.. ¿Siguen sin aceptar la prostitución, no? Ja. — — No quieres que responda. — — Tú tampoco. — — A Este paso tendremos que vetarte de aquí. — — Buenas noches. — Con un suspiro pesado salió del sitio. Se preguntó si debería sencillamente encender el cigarro ahí para destruir las pruebas de que le debe dinero a la gasolinera. Soltó una risa débil y esperó a haber salido del sitio para encenderlo. Una calada... Y Sintió cada pesar abandonar su cuerpo... Solo para ser reemplazado con uno incluso más pesado. — Mierda... *Sob* Yo... Soy un estúpido... — Dejó salir el humo entre sus labios, y se recostó contra la pared mientras escondía lo mejor posible sus sollozos. ... Luego de terminar.. Se aplicó algo de perfume, se llevó a la boca uno de esos chicles de menta... Y Emprendió camino de regreso a casa, apenas iluminado por la luz de la luna.
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  • No estaba preparado para esto. Cuando la vi con los ojos cansados y me comentó lo de las náuseas, mi corazón empezó a martillar como si quisiera salirse del pecho. Tenía que confirmarlo, no podía quedarme quieto, así que bajé por esas malditas pruebas de embarazo… y mientras caminaba sentía que cada paso pesaba una tonelada.

    No pensé que sucedería tan pronto. Sí, lo deseaba, lo había imaginado en algún rincón de mi mente, pero ahora que estaba frente a mí me invadió el miedo incluso enfado ¿Sería capaz? ¿Estaría listo? Ella hablaba de alternativas y sentí rabia, no iba a abandonar a ningún hijo. Ese cachorro era mío, nuestro, y aunque temblara por dentro, sabía que lo aceptaría.

    Cuando vi esas dos rayas, me quedé helado. Todo lo que creía controlado se vino abajo en segundos. Iba a ser padre. Después de tanto tiempo, después de creer que era imposible… al fin la vida me daba eso. El miedo se convirtió en un nudo de emoción, y al mirarla entendí que no estaba solo en esto.

    La besé con la fuerza de todo lo que sentía y las palabras me salieron solas: “Enhorabuena, mamá”. Y entonces lo supe: no quería solo compartir un hijo con ella, quería compartir mi vida entera.


    Me arrodillé frente a ella, con el corazón golpeando como nunca, saqué la caja de mi bolsillo. Llevaba ese anillo conmigo, esperando un momento perfecto, un paisaje de ensueño, palabras ensayadas… pero la perfección era esta: la verdad desnuda, nuestras lágrimas, el vértigo de lo inesperado, apenas pude hablar.
    —¿Quieres casarte conmigo?

    No fue la declaración romántica que había planeado, pero sí fue la más sincera de mi vida. Cuando me dijo que sí, el alivio me golpeó como una ola. No solo iba a ser padre, también sería su esposo. Y por primera vez en mucho tiempo, supe que tenía un hogar.
    Isla Rowan
    No estaba preparado para esto. Cuando la vi con los ojos cansados y me comentó lo de las náuseas, mi corazón empezó a martillar como si quisiera salirse del pecho. Tenía que confirmarlo, no podía quedarme quieto, así que bajé por esas malditas pruebas de embarazo… y mientras caminaba sentía que cada paso pesaba una tonelada. No pensé que sucedería tan pronto. Sí, lo deseaba, lo había imaginado en algún rincón de mi mente, pero ahora que estaba frente a mí me invadió el miedo incluso enfado ¿Sería capaz? ¿Estaría listo? Ella hablaba de alternativas y sentí rabia, no iba a abandonar a ningún hijo. Ese cachorro era mío, nuestro, y aunque temblara por dentro, sabía que lo aceptaría. Cuando vi esas dos rayas, me quedé helado. Todo lo que creía controlado se vino abajo en segundos. Iba a ser padre. Después de tanto tiempo, después de creer que era imposible… al fin la vida me daba eso. El miedo se convirtió en un nudo de emoción, y al mirarla entendí que no estaba solo en esto. La besé con la fuerza de todo lo que sentía y las palabras me salieron solas: “Enhorabuena, mamá”. Y entonces lo supe: no quería solo compartir un hijo con ella, quería compartir mi vida entera. Me arrodillé frente a ella, con el corazón golpeando como nunca, saqué la caja de mi bolsillo. Llevaba ese anillo conmigo, esperando un momento perfecto, un paisaje de ensueño, palabras ensayadas… pero la perfección era esta: la verdad desnuda, nuestras lágrimas, el vértigo de lo inesperado, apenas pude hablar. —¿Quieres casarte conmigo? No fue la declaración romántica que había planeado, pero sí fue la más sincera de mi vida. Cuando me dijo que sí, el alivio me golpeó como una ola. No solo iba a ser padre, también sería su esposo. Y por primera vez en mucho tiempo, supe que tenía un hogar. [legend_peridot_mule_195]
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  • Cierro de nuevo la caja de música la cual me regaló la abuela en mi undécimo cumpleaños.
    Me gusta escuchar a veces la melodía, me transmite paz, tranquilidad y buenos recuerdos.

    A veces deseo regresar a mi infancia y no crecer, como Peter Pan.
    Cierro de nuevo la caja de música la cual me regaló la abuela en mi undécimo cumpleaños. Me gusta escuchar a veces la melodía, me transmite paz, tranquilidad y buenos recuerdos. A veces deseo regresar a mi infancia y no crecer, como Peter Pan.
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