• En la penumbra de la trastienda, sobre su mesa de trabajo, se hallaba un jarrón de aspecto ancestral, superficie púrpura oscura y ligeramente agrietado. En su centro, una incrustación de rubí parecía un ojo dormido. Raden se quito sus guantes y pasó un dedo sobre el borde de las asas angulares. Cerró los ojos, rastreando la cicatriz psiquica que el objeto llevaba en su esencia.

    — Aja, ahí estás... —susurró con sonrisa juguetona— ¡Es hora de estirar esas piernas, pequeña maravilla! ~

    Un destello púrpura emanó de su toque, recorriendo las grietas del jarrón. El cristal de rubí se encendió con una luz interna. Del jarrón, como humo solidificado, emergió una criaturita de no más de sesenta centímetros.

    Bípeda, cuerpo regordete, y colita rígida y geométrica que recordaba a los adornos del jarrón. En su rostro, un ojo imitaba la gema de rubí original, brillante y penetrante; el otro, asemejaba un botón negro. Su boca era irregular y dentada, con un resplandecer magenta, al igual que toda el aura que la rodeaba.

    La criaturita aterrizó en silencio sobre la mesa, girando su cabeza de un lado a otro, sus ojos escaneando el entorno.

    "Glorp?" —emitió la criatura.

    Raden soltó una risita suave. ¡Era una obra de arte viviente, torpe y adorable!

    — Owwwww, ¡Que criaturita tan tierna! —exclamó, tomandola en brazos. La criatura se dejó acariciar, emitiendo un ronroneo metálico— ¿debería dejarte suelta por mi tienda, hm? ¿O deberías volver a casa? Difícil decisión...

    Al dejarla en el piso, la personificación de la reliquia se deslizó por el lugar con curiosidad torpe.

    "¡Womp-mp-mp!" —exclamó con sorpresa al tropezar con una pata de la mesa, haciendo ruiditos de chasquidos, gorjeos y pequeños zumbidos mientras investigaba las sombras.

    Otro eco había encontrado su forma. Era un explorador, un guardian juguetón nacido de una obsesión. Y ahora, tenía toda la tienda como su nuevo hogar.
    En la penumbra de la trastienda, sobre su mesa de trabajo, se hallaba un jarrón de aspecto ancestral, superficie púrpura oscura y ligeramente agrietado. En su centro, una incrustación de rubí parecía un ojo dormido. Raden se quito sus guantes y pasó un dedo sobre el borde de las asas angulares. Cerró los ojos, rastreando la cicatriz psiquica que el objeto llevaba en su esencia. — Aja, ahí estás... —susurró con sonrisa juguetona— ¡Es hora de estirar esas piernas, pequeña maravilla! ~ Un destello púrpura emanó de su toque, recorriendo las grietas del jarrón. El cristal de rubí se encendió con una luz interna. Del jarrón, como humo solidificado, emergió una criaturita de no más de sesenta centímetros. Bípeda, cuerpo regordete, y colita rígida y geométrica que recordaba a los adornos del jarrón. En su rostro, un ojo imitaba la gema de rubí original, brillante y penetrante; el otro, asemejaba un botón negro. Su boca era irregular y dentada, con un resplandecer magenta, al igual que toda el aura que la rodeaba. La criaturita aterrizó en silencio sobre la mesa, girando su cabeza de un lado a otro, sus ojos escaneando el entorno. "Glorp?" —emitió la criatura. Raden soltó una risita suave. ¡Era una obra de arte viviente, torpe y adorable! — Owwwww, ¡Que criaturita tan tierna! —exclamó, tomandola en brazos. La criatura se dejó acariciar, emitiendo un ronroneo metálico— ¿debería dejarte suelta por mi tienda, hm? ¿O deberías volver a casa? Difícil decisión... Al dejarla en el piso, la personificación de la reliquia se deslizó por el lugar con curiosidad torpe. "¡Womp-mp-mp!" —exclamó con sorpresa al tropezar con una pata de la mesa, haciendo ruiditos de chasquidos, gorjeos y pequeños zumbidos mientras investigaba las sombras. Otro eco había encontrado su forma. Era un explorador, un guardian juguetón nacido de una obsesión. Y ahora, tenía toda la tienda como su nuevo hogar.
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  • ────¡Ups! Parece que cierto botón rebelde quería robarse el show antes de tiempo. Solo denme un segundo, ¿okey? Afro regresa en un parpadeo. Y si alguien encuentra el botón perdido, hay recompensa. Quizás algo bonito o la tarta especial de la cafetería, depende de qué tan rápido lo encuentren.
    ────¡Ups! Parece que cierto botón rebelde quería robarse el show antes de tiempo. Solo denme un segundo, ¿okey? Afro regresa en un parpadeo. Y si alguien encuentra el botón perdido, hay recompensa. Quizás algo bonito o la tarta especial de la cafetería, depende de qué tan rápido lo encuentren.
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  • El departamento estaba en silencio, apenas iluminado por la lámpara del rincón. Sobre el sillón, el chico permanecía recostado, con el celular entre las manos, repasando las mismas ideas que venía masticando desde hacía días. Su franco estaban llegando a su fin, y a decir verdad… no habían sido gran cosa.

    No viajó.
    No salió demasiado.
    No llamó a su madre.

    Había pasado la mayor parte del tiempo así, como ahora: tirado en el sillón, dejando que el tiempo se escurriera sin hacer ruido.

    Suspiró, pasando el pulgar por la pantalla.

    —Es ridículo… —murmuró, medio riéndose de sí mismo.

    Su “idea” llevaba semanas dando vueltas. Una tontería, realmente. Solo quería ver si había alguien ahí afuera que quisiera salir con él, tomar un café, caminar un rato, lo que fuera. No buscaba un amor épico, solo… algo. Una conexión, aunque fuese pequeña.

    Pero publicar eso en redes siempre le había dado cierta vergüenza. ¿Y si nadie respondía? ¿Y si respondían por lástima? ¿Y si se veía desesperado?

    Su celular vibró con una notificación cualquiera, pero el sobresalto lo empujó a tomar una decisión.
    —Basta. Lo voy a hacer.

    Abrió la cámara frontal. El reflejo le devolvió una cara relajada, con una leve sonrisa tímida. Acomodó el brazo contra el sofá, respiró hondo y apretó el botón.

    *Click.*

    Una foto simple, natural, sin poses. Solo él descansando en su sala, con el gesto tranquilo que rara vez mostraba en público.

    La miró por un buen rato. Dudó. Siguió dudando.
    Y entonces, con un impulso casi valiente, casi temerario, escribió:

    > “Si alguien quiere salir a tomar algo esta semana… estoy disponible. Capaz es hora de hacer algo más que mirar series .”

    Volvió a dudar cinco segundos más.
    Luego presionó “Publicar”.

    Se quedó mirando la pantalla, el corazón un poco acelerado, la sonrisa creciendo sin permiso.

    Por primera vez en mucho tiempo, sintió que realmente había hecho *algo*.
    El departamento estaba en silencio, apenas iluminado por la lámpara del rincón. Sobre el sillón, el chico permanecía recostado, con el celular entre las manos, repasando las mismas ideas que venía masticando desde hacía días. Su franco estaban llegando a su fin, y a decir verdad… no habían sido gran cosa. No viajó. No salió demasiado. No llamó a su madre. Había pasado la mayor parte del tiempo así, como ahora: tirado en el sillón, dejando que el tiempo se escurriera sin hacer ruido. Suspiró, pasando el pulgar por la pantalla. —Es ridículo… —murmuró, medio riéndose de sí mismo. Su “idea” llevaba semanas dando vueltas. Una tontería, realmente. Solo quería ver si había alguien ahí afuera que quisiera salir con él, tomar un café, caminar un rato, lo que fuera. No buscaba un amor épico, solo… algo. Una conexión, aunque fuese pequeña. Pero publicar eso en redes siempre le había dado cierta vergüenza. ¿Y si nadie respondía? ¿Y si respondían por lástima? ¿Y si se veía desesperado? Su celular vibró con una notificación cualquiera, pero el sobresalto lo empujó a tomar una decisión. —Basta. Lo voy a hacer. Abrió la cámara frontal. El reflejo le devolvió una cara relajada, con una leve sonrisa tímida. Acomodó el brazo contra el sofá, respiró hondo y apretó el botón. *Click.* Una foto simple, natural, sin poses. Solo él descansando en su sala, con el gesto tranquilo que rara vez mostraba en público. La miró por un buen rato. Dudó. Siguió dudando. Y entonces, con un impulso casi valiente, casi temerario, escribió: > “Si alguien quiere salir a tomar algo esta semana… estoy disponible. Capaz es hora de hacer algo más que mirar series 😂.” Volvió a dudar cinco segundos más. Luego presionó “Publicar”. Se quedó mirando la pantalla, el corazón un poco acelerado, la sonrisa creciendo sin permiso. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que realmente había hecho *algo*.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    -Algo embriagado active el botón para estar al aire enpesando a cantar-





    https://youtu.be/AT1ZmUbHVyk?si=e1YOmlOd1iZgRSKN

    Dante Son Of Sparda

    Vergil Sparda

    Sparda The King Devil
    -Algo embriagado active el botón para estar al aire 🎙️ enpesando a cantar- https://youtu.be/AT1ZmUbHVyk?si=e1YOmlOd1iZgRSKN [solar_yellow_frog_924] [Vergil_Sparda_Oficial] [vortex_yellow_pigeon_115]
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    Categoría Slice of Life
    : Lilian Carson
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    ━━━༻ⒺⓈⓅⒶⒸⒾⓄ ⓅⓊⒷⓁⒾⒸⒾⓉⒶⓇⒾⓄ༺━━━

    La pantalla despierta con un parpadeo casi humano, como si inhalara antes de mostrar su primer destello. Un brillo rosado, líquido, acaricia el cristal continuo del dispositivo. Se desliza como una tinta viva, expandiéndose con una calma deliberada sobre el vidrio impecable que descansa en la superficie fría del mármol. El mármol tiene un veteado blanco-grisáceo que refleja el resplandor del dispositivo, haciéndolo parecer suspendido en un pequeño halo.

    No hay líneas. No hay marcos. La ilusión de un objeto sin principio ni final.

    El rosado respira.

    🅽🅰🆁🆁🅰🅳🅾🆁 (voz baja, elegante, con esa ironía sugerida que nunca termina de pronunciarse):
    Algunos teléfonos quieren llamar la atención.
    Este… Prefiere seducir.

    La cámara se desliza —casi flota— hacia el borde. El cuerpo metálico, rosa nacarado, parece tan delgado que invita a desconfiar de su solidez: es una lámina luminosa, un acorde suave entre metal y luz. Los reflejos del ambiente —la lámpara tenue, el ventanal con cielo nublado, una sombra que se mueve fuera de cuadro— bailan sobre el borde curvo. Por un instante, el móvil parece tomar vida, expandiendo y contrayendo ese brillo como si respirara.

    El reloj del fondo marca 4:00 PM exactas.
    En el silencio pulido del lugar, un icono surge. No vibra con estridencia, no interrumpe nada: apenas pulsa. Un destello se enciende en un extremo, viaja como un latido hasta el otro, desaparece, vuelve. Una llamada entrante hecha luz.

    Corte.

    Una mano entra en cuadro. No apresurada: segura, casi ceremoniosa.
    Los dedos se curvan; el dispositivo encaja tan bien que parece diseñado para ese preciso ángulo de agarre, para esa piel. La superficie se ilumina bajo el contacto, como si reconociera la presencia humana.

    Los íconos flotan apenas al desbloquearse. No aparecen: se despiertan.
    Se expanden, se encogen, se organizan según el movimiento imperceptible de la muñeca. Una interfaz maleable, casi viviente.

    🅽🅰🆁🆁🅰🅳🅾🆁:
    Presentamos el Aurora LX.
    El primer móvil que no solo sigue tus movimientos…
    Sino que los anticipa.

    En el aire, un simple gesto.
    La pantalla responde antes de ser tocada: una foto se abre con suavidad líquida. La cámara frontal —escondida bajo el cristal sin perforaciones, sin manchas, sin interrupciones— captura luz y la convierte en un color tan nítido que parece recién inventado. No hay marcas visibles. No hay tecnología evidente. Solo perfección invisible.

    Corte a un café minimalista.

    Líneas limpias, tonos neutros, la luz de la tarde entrando en diagonales suaves.
    Sobre la mesa de madera clara, el Aurora LX reposa, discreto. Una notificación aparece sin estallar: se proyecta con un resplandor cálido, un pastel suave que combina con su acabado rosado. Es un mensaje, pero parece más un susurro visual que un aviso.

    🅽🅰🆁🆁🅰🅳🅾🆁 (con una sonrisa que se escucha):
    En un mundo lleno de dispositivos ruidosos…
    Este eligió hablar en susurros.

    El teléfono gira sobre sí mismo en una toma lenta, envolvente. El rosa cambia: a blanco perla, vino, negro mate y azul marino.

    🅽🅰🆁🆁🅰🅳🅾🆁:
    Aurora LX.
    No es tecnología.
    Es suavidad en estado puro.

    ━━━༻ⒻⒾⓃ ⒹⒺⓁ ⒺⓈⓅⒶⒸⒾⓄ ⓅⓊⒷⓁⒾⒸⒾⓉⒶⓇⒾⓄ༺━━━

    Ezra apagó la televisión con un solo toque, casi como si quisiera borrar de la existencia el último fotograma de aquella publicidad desastrosa. El silencio que quedó en la oficina fue denso, incómodo, casi acusador. Se levantó del sofá con la mandíbula tensa, como si cada músculo estuviera protestando por lo que acababa de presenciar.

    Pasó una mano por su frente, arrastrándola luego por toda la cara en un gesto lento, cansado, desesperado por encontrar lógica donde no la había.

    Cinco millones de dólares.
    Cinco.
    Millones.
    Enterrados en esa basura.

    Un suspiro escapó de él, frío y afilado. Si había algo que sabía con absoluta claridad era que tendría que hablar con Jackson. Y que alguien —alguien muy específico, o varios— iba a perder la cabeza por esto. En su empresa, el desperdicio de dinero no solo era inaceptable… era imperdonable.

    Dejó el control remoto sobre la mesa ratona con un “clic” suave, casi elegante, pero cargado de ira contenida. Ajustó el saco de su traje azul marino con movimientos precisos, automáticos, como si las prendas pudieran armarle una coraza para lo que vendría.

    Luego salió de la oficina.

    Sus pasos resonaron por el pasillo con una firmeza que no dejaba lugar a dudas. Su secretaria levantó la cabeza de inmediato, dispuesta a anunciarle algo, pero apenas vio su expresión —el ceño marcado, la mirada filosa, ese silencio que gritaba problemas— bajó la vista a toda velocidad, fingiendo buscar un papel entre la pila que ya tenía ordenada.

    Ezra no dijo una palabra.

    No hacía falta.

    Su andar era una sentencia de muerte para alguien, y todos lo sabían.

    Con el paso firme, decidido, casi militar, continuó avanzando por el corredor de mármol pulido.

    Iba directo al área de marketing. Y cada persona que lo veía acercarse se enderezaba, tragaba saliva o disimulaba el temblor en las manos.

    El huracán Hamilton estaba oficialmente en camino.

    El empresario tocó el botón del ascensor con un movimiento seco, casi impaciente, y se quedó allí, con las manos en los bolsillos del traje, mientras el panel luminoso marcaba el descenso hacia su piso. El reflejo de su propio rostro en las puertas metálicas mostraba una calma engañosa, apenas sostenida por una línea dura en su mandíbula.

    Cuando el ascensor llegó, las puertas se abrieron con un ding demasiado suave para su humor. Salió al pasillo y sus ojos se clavaron en los empleados del área: algunos apresuraban el paso, otros desviaban la mirada como si hubieran visto a un depredador entrar en la oficina. Parecían correr despavoridos, intentando desaparecer antes de quedar atrapados en la tormenta que anunciaba su andar.

    Pasó una mano por su cabello, acomodándolo hacia atrás, en un gesto más de contención que de estilo.

    Y sin dudarlo un instante, empujó la puerta de la sala de juntas del área de marketing.

    Entró sin anunciarse.

    La conversación que había dentro murió al instante.

    —¿Se puede saber en qué mierda gastaron mi dinero? —soltó, su voz retumbando con una frialdad que caló hasta los huesos. Caminó hacia la mesa con paso lento, controlado, peligroso—. Porque esa publicidad horrenda no pudo costar cinco millones…

    Su mirada se clavó en Jackson, sostenida, filosa.

    —Espero una explicación.

    Y, para rematar, dejó que una sonrisa cínica, cortante como un bisturí, se dibujara en su rostro.

    —Nosotros… Nosotros estábamos hablando justo de eso, mira… Ezra… La verdad… —balbuceó Jackson, hundiéndose en su propia incomodidad, como si deseara desaparecer bajo la mesa.

    Ezra ladeó la cabeza, apenas, con una expresión casi divertida.

    —No tienen explicación lógica, vaya… Qué problema —comentó con una calma venenosa, cruzándose de brazos.

    Luego chasqueó los dedos una sola vez.

    Un gesto perfecto, autoritario, que no dejaba margen para la duda.

    Jackson se sobresaltó, empalideció y se levantó del asiento al instante, moviéndose hacia un costado para cederle el lugar en la cabecera de la mesa, como si el aire mismo le hubiera dado la orden.

    Ezra Hamilton tomó asiento con tranquilidad, apoyando un codo en el brazo del sillón. Sus ojos recorrieron, uno por uno, a todos los presentes.

    —Sus sueldos se verán reducidos un veinte por ciento si el producto no funciona —dijo sin levantar la voz, como quien anuncia el clima—. O mejor aún… Podría despedirlos, pagarles la indemnización y contratar a otro equipo de marketing desde ya.

    Nadie respiró.

    Giró la silla hacia la ventana, como si el destino laboral de esas veinte personas fuera un mero ruido de fondo comparado con la vista majestuosa de Nueva York extendiéndose bajo él. Los rascacielos, las luces, el tráfico que desde arriba parecía un cuadro en movimiento.

    —Escúcheme, señor Hamilton —intervino alguien, con la voz temblorosa pero firme, como quien decide apostar su vida a una sola carta—. El dinero no fue destinado a esa campaña.

    Ezra alzó una sola ceja.

    Muy despacio.

    Y giró de nuevo la silla para verlos a todos.

    Esta vez, apoyó ambas manos sobre la mesa, entrelazando los dedos. Su expresión ya no era de ira, sino de una curiosidad peligrosa… La clase de curiosidad que podía salvarlos o destruirlos.

    —¿Qué dijiste?

    —El dinero no fue destinado a ese comercial —repitió el hombre, tragando saliva—. Fue un lanzamiento piloto. El comercial se comenzará a grabar en dos semanas.

    El silencio que siguió fue un abismo.
    👤: [1HAPPYLULU1] 💽: ━━━༻ⒺⓈⓅⒶⒸⒾⓄ ⓅⓊⒷⓁⒾⒸⒾⓉⒶⓇⒾⓄ༺━━━ La pantalla despierta con un parpadeo casi humano, como si inhalara antes de mostrar su primer destello. Un brillo rosado, líquido, acaricia el cristal continuo del dispositivo. Se desliza como una tinta viva, expandiéndose con una calma deliberada sobre el vidrio impecable que descansa en la superficie fría del mármol. El mármol tiene un veteado blanco-grisáceo que refleja el resplandor del dispositivo, haciéndolo parecer suspendido en un pequeño halo. No hay líneas. No hay marcos. La ilusión de un objeto sin principio ni final. El rosado respira. 🅽🅰🆁🆁🅰🅳🅾🆁 (voz baja, elegante, con esa ironía sugerida que nunca termina de pronunciarse): Algunos teléfonos quieren llamar la atención. Este… Prefiere seducir. La cámara se desliza —casi flota— hacia el borde. El cuerpo metálico, rosa nacarado, parece tan delgado que invita a desconfiar de su solidez: es una lámina luminosa, un acorde suave entre metal y luz. Los reflejos del ambiente —la lámpara tenue, el ventanal con cielo nublado, una sombra que se mueve fuera de cuadro— bailan sobre el borde curvo. Por un instante, el móvil parece tomar vida, expandiendo y contrayendo ese brillo como si respirara. El reloj del fondo marca 4:00 PM exactas. En el silencio pulido del lugar, un icono surge. No vibra con estridencia, no interrumpe nada: apenas pulsa. Un destello se enciende en un extremo, viaja como un latido hasta el otro, desaparece, vuelve. Una llamada entrante hecha luz. Corte. Una mano entra en cuadro. No apresurada: segura, casi ceremoniosa. Los dedos se curvan; el dispositivo encaja tan bien que parece diseñado para ese preciso ángulo de agarre, para esa piel. La superficie se ilumina bajo el contacto, como si reconociera la presencia humana. Los íconos flotan apenas al desbloquearse. No aparecen: se despiertan. Se expanden, se encogen, se organizan según el movimiento imperceptible de la muñeca. Una interfaz maleable, casi viviente. 🅽🅰🆁🆁🅰🅳🅾🆁: Presentamos el Aurora LX. El primer móvil que no solo sigue tus movimientos… Sino que los anticipa. En el aire, un simple gesto. La pantalla responde antes de ser tocada: una foto se abre con suavidad líquida. La cámara frontal —escondida bajo el cristal sin perforaciones, sin manchas, sin interrupciones— captura luz y la convierte en un color tan nítido que parece recién inventado. No hay marcas visibles. No hay tecnología evidente. Solo perfección invisible. Corte a un café minimalista. Líneas limpias, tonos neutros, la luz de la tarde entrando en diagonales suaves. Sobre la mesa de madera clara, el Aurora LX reposa, discreto. Una notificación aparece sin estallar: se proyecta con un resplandor cálido, un pastel suave que combina con su acabado rosado. Es un mensaje, pero parece más un susurro visual que un aviso. 🅽🅰🆁🆁🅰🅳🅾🆁 (con una sonrisa que se escucha): En un mundo lleno de dispositivos ruidosos… Este eligió hablar en susurros. El teléfono gira sobre sí mismo en una toma lenta, envolvente. El rosa cambia: a blanco perla, vino, negro mate y azul marino. 🅽🅰🆁🆁🅰🅳🅾🆁: Aurora LX. No es tecnología. Es suavidad en estado puro. ━━━༻ⒻⒾⓃ ⒹⒺⓁ ⒺⓈⓅⒶⒸⒾⓄ ⓅⓊⒷⓁⒾⒸⒾⓉⒶⓇⒾⓄ༺━━━ Ezra apagó la televisión con un solo toque, casi como si quisiera borrar de la existencia el último fotograma de aquella publicidad desastrosa. El silencio que quedó en la oficina fue denso, incómodo, casi acusador. Se levantó del sofá con la mandíbula tensa, como si cada músculo estuviera protestando por lo que acababa de presenciar. Pasó una mano por su frente, arrastrándola luego por toda la cara en un gesto lento, cansado, desesperado por encontrar lógica donde no la había. Cinco millones de dólares. Cinco. Millones. Enterrados en esa basura. Un suspiro escapó de él, frío y afilado. Si había algo que sabía con absoluta claridad era que tendría que hablar con Jackson. Y que alguien —alguien muy específico, o varios— iba a perder la cabeza por esto. En su empresa, el desperdicio de dinero no solo era inaceptable… era imperdonable. Dejó el control remoto sobre la mesa ratona con un “clic” suave, casi elegante, pero cargado de ira contenida. Ajustó el saco de su traje azul marino con movimientos precisos, automáticos, como si las prendas pudieran armarle una coraza para lo que vendría. Luego salió de la oficina. Sus pasos resonaron por el pasillo con una firmeza que no dejaba lugar a dudas. Su secretaria levantó la cabeza de inmediato, dispuesta a anunciarle algo, pero apenas vio su expresión —el ceño marcado, la mirada filosa, ese silencio que gritaba problemas— bajó la vista a toda velocidad, fingiendo buscar un papel entre la pila que ya tenía ordenada. Ezra no dijo una palabra. No hacía falta. Su andar era una sentencia de muerte para alguien, y todos lo sabían. Con el paso firme, decidido, casi militar, continuó avanzando por el corredor de mármol pulido. Iba directo al área de marketing. Y cada persona que lo veía acercarse se enderezaba, tragaba saliva o disimulaba el temblor en las manos. El huracán Hamilton estaba oficialmente en camino. El empresario tocó el botón del ascensor con un movimiento seco, casi impaciente, y se quedó allí, con las manos en los bolsillos del traje, mientras el panel luminoso marcaba el descenso hacia su piso. El reflejo de su propio rostro en las puertas metálicas mostraba una calma engañosa, apenas sostenida por una línea dura en su mandíbula. Cuando el ascensor llegó, las puertas se abrieron con un ding demasiado suave para su humor. Salió al pasillo y sus ojos se clavaron en los empleados del área: algunos apresuraban el paso, otros desviaban la mirada como si hubieran visto a un depredador entrar en la oficina. Parecían correr despavoridos, intentando desaparecer antes de quedar atrapados en la tormenta que anunciaba su andar. Pasó una mano por su cabello, acomodándolo hacia atrás, en un gesto más de contención que de estilo. Y sin dudarlo un instante, empujó la puerta de la sala de juntas del área de marketing. Entró sin anunciarse. La conversación que había dentro murió al instante. —¿Se puede saber en qué mierda gastaron mi dinero? —soltó, su voz retumbando con una frialdad que caló hasta los huesos. Caminó hacia la mesa con paso lento, controlado, peligroso—. Porque esa publicidad horrenda no pudo costar cinco millones… Su mirada se clavó en Jackson, sostenida, filosa. —Espero una explicación. Y, para rematar, dejó que una sonrisa cínica, cortante como un bisturí, se dibujara en su rostro. —Nosotros… Nosotros estábamos hablando justo de eso, mira… Ezra… La verdad… —balbuceó Jackson, hundiéndose en su propia incomodidad, como si deseara desaparecer bajo la mesa. Ezra ladeó la cabeza, apenas, con una expresión casi divertida. —No tienen explicación lógica, vaya… Qué problema —comentó con una calma venenosa, cruzándose de brazos. Luego chasqueó los dedos una sola vez. Un gesto perfecto, autoritario, que no dejaba margen para la duda. Jackson se sobresaltó, empalideció y se levantó del asiento al instante, moviéndose hacia un costado para cederle el lugar en la cabecera de la mesa, como si el aire mismo le hubiera dado la orden. Ezra Hamilton tomó asiento con tranquilidad, apoyando un codo en el brazo del sillón. Sus ojos recorrieron, uno por uno, a todos los presentes. —Sus sueldos se verán reducidos un veinte por ciento si el producto no funciona —dijo sin levantar la voz, como quien anuncia el clima—. O mejor aún… Podría despedirlos, pagarles la indemnización y contratar a otro equipo de marketing desde ya. Nadie respiró. Giró la silla hacia la ventana, como si el destino laboral de esas veinte personas fuera un mero ruido de fondo comparado con la vista majestuosa de Nueva York extendiéndose bajo él. Los rascacielos, las luces, el tráfico que desde arriba parecía un cuadro en movimiento. —Escúcheme, señor Hamilton —intervino alguien, con la voz temblorosa pero firme, como quien decide apostar su vida a una sola carta—. El dinero no fue destinado a esa campaña. Ezra alzó una sola ceja. Muy despacio. Y giró de nuevo la silla para verlos a todos. Esta vez, apoyó ambas manos sobre la mesa, entrelazando los dedos. Su expresión ya no era de ira, sino de una curiosidad peligrosa… La clase de curiosidad que podía salvarlos o destruirlos. —¿Qué dijiste? —El dinero no fue destinado a ese comercial —repitió el hombre, tragando saliva—. Fue un lanzamiento piloto. El comercial se comenzará a grabar en dos semanas. El silencio que siguió fue un abismo.
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  • ──── 𝘛𝘩𝘦 𝘥𝘦𝘣𝘵 𝘩𝘢𝘴 𝘣𝘦𝘦𝘯 𝘱𝘢𝘪𝘥. ──── 𝑃𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡 𝐷𝑎𝑦 | ℭ𝔥𝔞𝔭𝔱𝔢𝔯 [𝟷𝟷]

    [] 𝑃𝑎𝑟í𝑠, 𝐹𝑟𝑎𝑛𝑐𝑖𝑎 — 𝟷𝟶:𝟹𝟶 𝑃.𝑀

    La noche parisina caía como un velo de terciopelo negro sobre el Sena, cuando el vuelo desde Buenos Aires aterrizó en Charles de Gaulle. Santiago descendió del avión con la elegancia de un fantasma, su abrigo negro ondeando ligeramente con la brisa otoñal. Sus ojos rojos ocultos tras lentes ahumados, piel pálida que no reflejaba la luz, y un aura que hacía que los mortales se apartaran instintivamente.

    Argentino de nacimiento, pero con siglos de vagabundeo por el infierno y la tierra, hablaba francés como si hubiera nacido en las calles de Montmartre.

    Tomó un taxi hacia el distrito 16, donde las mansiones de los poderosos se erguían como fortalezas de mármol y oro. Su objetivo: Pierre Duval, el Ministro de Defensa de Francia, un hombre que había cruzado caminos con Santiago décadas atrás, cuándo se deshacía de los opositores u aquellos que atentaban contra él. Pero los contratos cambian, y esta vez, el pago venía por una deuda pendiente del mismísimo Pierre.

    La mansión de Duval era un palacio neoclásico, rodeado de jardines manicureados y vigilado por guardias armados con fusiles de asalto. Santiago se acercó a la verja principal, su silueta recortada contra las luces de la ciudad. Uno de los guardias, un tipo fornido con auricular, lo detuvo.

    Guardia: ──── Identifiez-vous. ────

    Gruñó el guardia, mano en la pistolera.
    Santiago sonrió, revelando colmillos apenas perceptibles.

    ──── Dites à Monsieur Duval que c'est un vieil ami d'Argentine. Santiago. Il me connaît depuis longtemps.────

    El guardia dudó, pero el nombre surtió efecto. Llamó por radio, y tras un minuto de silencio tenso, la verja se abrió.

    Dos guardias más lo escoltaron por el camino de gravilla, sus botas crujiendo como huesos rotos. Santiago caminaba con calma, inhalando el aroma a rosas y poder corrupto.
    En el vestíbulo de mármol, iluminado por candelabros de cristal, Pierre Duval lo esperaba. El ministro era un hombre de sesenta años, elegante en su traje a medida, con una copa de coñac en la mano. Su rostro se iluminó con una mezcla de sorpresa y nostalgia.

    Pierre : ──── Santiago! Mon Dieu, ça fait combien... vingt ans? Depuis Brazzaville. Entre, entre. Qu'est-ce qui t'amène à Paris? Un contrat?────


    Santiago entró, quitándose los guantes lentamente.

    ──── Exactement, Pierre. Un contrat. Mais cette fois, c'est toi la cible. ────

    Los ojos de Duval se abrieron de par en par. Intentó retroceder, pero los guardias ya estaban alertas.

    Los dos guardias en la puerta levantaron sus armas, pero Santiago fue más rápido. Con un movimiento fluido, extendió la mano y envolviendo su cuello hasta romperlo. El hombre gritó mientras su cuerpo se retorcía, huesos crujiendo como ramas secas, hasta colapsar en un montón de carne inerte.

    El segundo disparó, balas silbando en el aire, pero rebotaron en la piel de Santiago como gotas de lluvia en acero.

    ──── Tu n'as pas changé du tout, Pierre. Tu continues d'échouer malgré toute la sécurité dont tu disposes.────

    El guardia restante cargó con un cuchillo, pero Santiago lo agarró por el cuello, levantándolo del suelo. Con un chasquido, el cuello se quebró.

    El cuerpo cayó pesadamente sobre la alfombra persa.
    Duval retrocedió hacia su escritorio, presionando un botón de pánico oculto.

    Pierre : ──── Pourquoi? Qui t'a payé? On était amis! ────

    Santiago se rio, un sonido gutural que resonó como eco en el infierno.

    ──── Amis ? Nous n'avons jamais été amis. Tu as rompu le pacte, et maintenant tu dois payer. Le démon qui est en moi n'oublie pas. Et ce soir, le prix à payer sera ton sang. ────

    Más guardias irrumpieron desde las escaleras: cuatro en total, armados hasta los dientes. Disparos retumbaron en la mansión, astillando muebles antiguos y perforando paredes. Santiago se movió como humo, esquivando balas. Saco rápidamente su 9mm, solo fueron dos disparos certeros; una a la cabeza de los dos guardias que cubrían la delantera.

    Los últimos dos intentaron flanquearlo. Uno disparó una ráfaga que rozó el hombro de Santiago, rasgando el abrigo pero no la piel.

    ──── Pathétique. ────

    Siseó él, lanzando una daga oculta en su saco que se clavó en la garganta del tirador. El último guardia, aterrorizado, vació su cargador.

    Santiago, apunto nuevamente y disparó otro certero tiro en la cabeza del guardia restante. Duval, acorralado detrás del escritorio, sacó una pistola de un cajón.

    Pierre : ──── Attends! Je peux payer le double! Triple! ────

    Santiago se acercó, ignorando el arma.

    Tomó la pistola de la mano temblorosa de Duval y la aplastó como papel. Luego, con delicadeza casi amorosa, colocó una mano en la frente del ministro y luego la bajó rápidamente para tomarlo del cuello apretando fuertemente.

    ──── Adieu, Pierre. L'enfer t'attend. . . ────

    Hizo una pequeña pausa.

    ────𝘌𝘴𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘵𝘦 𝘱𝘶𝘥𝘳𝘢𝘴 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘪𝘯𝘧𝘪𝘦𝘳𝘯𝘰, 𝘧𝘳𝘢𝘯𝘤é𝘴 𝘣𝘢𝘴𝘵𝘢𝘳𝘥𝘰. ────

    Un pulso fuerte recorrió el cuerpo del ministro. Su piel se agrietó ante aquél tacto, sangre negra brotando como lava. Gritó una última vez hasta que se escucho rápidamente el filo de la garra atravesando su cuello y un rápido movimiento, firme y perfecto realizando un corte limpió donde la cabeza salió rodando por los suelos dejando un camino de sangre en el transcurso.

    Santiago se limpió las manos en el abrigo, admirando el caos: cuerpos destrozados, sangre salpicando tapices renacentistas. Sacó un cigarrillo, lo encendió con una llama de su dedo, y exhaló humo hacia el techo.

    ──── Paris est toujours aussi belle la nuit. J'ai récupéré ce que vous me deviez. ────

    Murmuró, antes de desvanecerse en las sombras, dejando la mansión como un mausoleo de los caídos. El demonio había cobrado su deuda.
    ──── 𝘛𝘩𝘦 𝘥𝘦𝘣𝘵 𝘩𝘢𝘴 𝘣𝘦𝘦𝘯 𝘱𝘢𝘪𝘥. ──── 𝑃𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡 𝐷𝑎𝑦 | ℭ𝔥𝔞𝔭𝔱𝔢𝔯 [𝟷𝟷] [🇫🇷] 𝑃𝑎𝑟í𝑠, 𝐹𝑟𝑎𝑛𝑐𝑖𝑎 — 𝟷𝟶:𝟹𝟶 𝑃.𝑀 La noche parisina caía como un velo de terciopelo negro sobre el Sena, cuando el vuelo desde Buenos Aires aterrizó en Charles de Gaulle. Santiago descendió del avión con la elegancia de un fantasma, su abrigo negro ondeando ligeramente con la brisa otoñal. Sus ojos rojos ocultos tras lentes ahumados, piel pálida que no reflejaba la luz, y un aura que hacía que los mortales se apartaran instintivamente. Argentino de nacimiento, pero con siglos de vagabundeo por el infierno y la tierra, hablaba francés como si hubiera nacido en las calles de Montmartre. Tomó un taxi hacia el distrito 16, donde las mansiones de los poderosos se erguían como fortalezas de mármol y oro. Su objetivo: Pierre Duval, el Ministro de Defensa de Francia, un hombre que había cruzado caminos con Santiago décadas atrás, cuándo se deshacía de los opositores u aquellos que atentaban contra él. Pero los contratos cambian, y esta vez, el pago venía por una deuda pendiente del mismísimo Pierre. La mansión de Duval era un palacio neoclásico, rodeado de jardines manicureados y vigilado por guardias armados con fusiles de asalto. Santiago se acercó a la verja principal, su silueta recortada contra las luces de la ciudad. Uno de los guardias, un tipo fornido con auricular, lo detuvo. Guardia: ──── Identifiez-vous. ──── Gruñó el guardia, mano en la pistolera. Santiago sonrió, revelando colmillos apenas perceptibles. ──── Dites à Monsieur Duval que c'est un vieil ami d'Argentine. Santiago. Il me connaît depuis longtemps.──── El guardia dudó, pero el nombre surtió efecto. Llamó por radio, y tras un minuto de silencio tenso, la verja se abrió. Dos guardias más lo escoltaron por el camino de gravilla, sus botas crujiendo como huesos rotos. Santiago caminaba con calma, inhalando el aroma a rosas y poder corrupto. En el vestíbulo de mármol, iluminado por candelabros de cristal, Pierre Duval lo esperaba. El ministro era un hombre de sesenta años, elegante en su traje a medida, con una copa de coñac en la mano. Su rostro se iluminó con una mezcla de sorpresa y nostalgia. Pierre : ──── Santiago! Mon Dieu, ça fait combien... vingt ans? Depuis Brazzaville. Entre, entre. Qu'est-ce qui t'amène à Paris? Un contrat?──── Santiago entró, quitándose los guantes lentamente. ──── Exactement, Pierre. Un contrat. Mais cette fois, c'est toi la cible. ──── Los ojos de Duval se abrieron de par en par. Intentó retroceder, pero los guardias ya estaban alertas. Los dos guardias en la puerta levantaron sus armas, pero Santiago fue más rápido. Con un movimiento fluido, extendió la mano y envolviendo su cuello hasta romperlo. El hombre gritó mientras su cuerpo se retorcía, huesos crujiendo como ramas secas, hasta colapsar en un montón de carne inerte. El segundo disparó, balas silbando en el aire, pero rebotaron en la piel de Santiago como gotas de lluvia en acero. ──── Tu n'as pas changé du tout, Pierre. Tu continues d'échouer malgré toute la sécurité dont tu disposes.──── El guardia restante cargó con un cuchillo, pero Santiago lo agarró por el cuello, levantándolo del suelo. Con un chasquido, el cuello se quebró. El cuerpo cayó pesadamente sobre la alfombra persa. Duval retrocedió hacia su escritorio, presionando un botón de pánico oculto. Pierre : ──── Pourquoi? Qui t'a payé? On était amis! ──── Santiago se rio, un sonido gutural que resonó como eco en el infierno. ──── Amis ? Nous n'avons jamais été amis. Tu as rompu le pacte, et maintenant tu dois payer. Le démon qui est en moi n'oublie pas. Et ce soir, le prix à payer sera ton sang. ──── Más guardias irrumpieron desde las escaleras: cuatro en total, armados hasta los dientes. Disparos retumbaron en la mansión, astillando muebles antiguos y perforando paredes. Santiago se movió como humo, esquivando balas. Saco rápidamente su 9mm, solo fueron dos disparos certeros; una a la cabeza de los dos guardias que cubrían la delantera. Los últimos dos intentaron flanquearlo. Uno disparó una ráfaga que rozó el hombro de Santiago, rasgando el abrigo pero no la piel. ──── Pathétique. ──── Siseó él, lanzando una daga oculta en su saco que se clavó en la garganta del tirador. El último guardia, aterrorizado, vació su cargador. Santiago, apunto nuevamente y disparó otro certero tiro en la cabeza del guardia restante. Duval, acorralado detrás del escritorio, sacó una pistola de un cajón. Pierre : ──── Attends! Je peux payer le double! Triple! ──── Santiago se acercó, ignorando el arma. Tomó la pistola de la mano temblorosa de Duval y la aplastó como papel. Luego, con delicadeza casi amorosa, colocó una mano en la frente del ministro y luego la bajó rápidamente para tomarlo del cuello apretando fuertemente. ──── Adieu, Pierre. L'enfer t'attend. . . ──── Hizo una pequeña pausa. ────𝘌𝘴𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘵𝘦 𝘱𝘶𝘥𝘳𝘢𝘴 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘪𝘯𝘧𝘪𝘦𝘳𝘯𝘰, 𝘧𝘳𝘢𝘯𝘤é𝘴 𝘣𝘢𝘴𝘵𝘢𝘳𝘥𝘰. ──── Un pulso fuerte recorrió el cuerpo del ministro. Su piel se agrietó ante aquél tacto, sangre negra brotando como lava. Gritó una última vez hasta que se escucho rápidamente el filo de la garra atravesando su cuello y un rápido movimiento, firme y perfecto realizando un corte limpió donde la cabeza salió rodando por los suelos dejando un camino de sangre en el transcurso. Santiago se limpió las manos en el abrigo, admirando el caos: cuerpos destrozados, sangre salpicando tapices renacentistas. Sacó un cigarrillo, lo encendió con una llama de su dedo, y exhaló humo hacia el techo. ──── Paris est toujours aussi belle la nuit. J'ai récupéré ce que vous me deviez. ──── Murmuró, antes de desvanecerse en las sombras, dejando la mansión como un mausoleo de los caídos. El demonio había cobrado su deuda.
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    Categoría Slice of Life
    Olivia Romero

    Katherine terminó de apilar las últimas hojas sobre el escritorio como quien coloca los peldaños que faltan en una escalera: con mano firme y la respiración contenida. El reloj sobre el escritorio marcaba las 22:48 y la oficina de MIRROR, con sus paredes acristaladas y pantallas apagadas, ya olía a tinta fría y a café viejo.

    «Rachel me matará cuando llegue a casa», pensó con una sonrisa corta

    Guardó la laptop en el bolso con cuidado, como quien guarda un objeto valioso que además es una parte de sí misma. Apagó la PC; las luces se extinguieron una por una, como si alguien fuera tirando de un cordón invisible. Se colgó el abrigo al hombro, comprobó con la yema del dedo el cierre de la bolsa y cerró la puerta de su oficina. El clic de la cerradura resonó en el pasillo largo, un sonido pequeño que, sin embargo, marcó el fin del día laboral.

    Empezó a caminar hacia el elevador. Sus tacones golpeaban el suelo en un ritmo que ella intentó mantener contenido —no quería despertar fantasmas de trabajo en la mente todavía—. Al llegar, pulsó planta baja; el panel indicó el descenso y, unos segundos después, el ascensor se detuvo en el piso 16. Katherine, que estaba en el 17, se hizo a un lado para dejar entrar a una joven rubia. Mientras tanto sacó el móvil con un gesto automático y escribió un mensaje corto, directo, lo esencial que siempre decía cuando necesitaba calmar a Rachel antes de entrar a la casa:

    "Ya estoy en camino, cielo.
    Te debo una cena "

    Lo envió y guardó el teléfono; la pantalla volvió a quedarse negra en su mano. Por un momento, dejó que la sonrisa se ensanchara: Rachel diría que no, que no quería la cena, que prefería un abrazo, y ella ya sabía que al final Rachel la perdonaría con una sesión de besos y una película de por medio.

    El ascensor reinició su movimiento pero, al detenerse en la planta 13, Katherine suspiró y dejó el móvil en el bolsillo con un refunfuño que no alcanzó a convertirse en queja.

    —Mierda, se supone que es de última tecnología —murmuró, golpeando el botón de planta baja otra vez, como quien intenta convencer a un caprichoso de que haga lo que le corresponde.

    Sus palabras se esparcieron en el reducido espacio metálico y rebotaron en los paneles pulidos. Un olor a limpieza industrial y a metal caliente llenó el ambiente. Tocó el botón con el mismo dedo con el que apenas un instante antes había cerrado el bolso; notó el leve temblor de su mano, más por cansancio que por nervios.

    Sin embargo, antes de que el ascensor pudiera reanudar la marcha, la luz se cortó. Un silencio absoluto se tragó los pequeños ruidos eléctricos y, por un segundo, solo quedaron los latidos de su propio pulso en sus oídos.
    [flash_brass_tiger_817] Katherine terminó de apilar las últimas hojas sobre el escritorio como quien coloca los peldaños que faltan en una escalera: con mano firme y la respiración contenida. El reloj sobre el escritorio marcaba las 22:48 y la oficina de MIRROR, con sus paredes acristaladas y pantallas apagadas, ya olía a tinta fría y a café viejo. «Rachel me matará cuando llegue a casa», pensó con una sonrisa corta Guardó la laptop en el bolso con cuidado, como quien guarda un objeto valioso que además es una parte de sí misma. Apagó la PC; las luces se extinguieron una por una, como si alguien fuera tirando de un cordón invisible. Se colgó el abrigo al hombro, comprobó con la yema del dedo el cierre de la bolsa y cerró la puerta de su oficina. El clic de la cerradura resonó en el pasillo largo, un sonido pequeño que, sin embargo, marcó el fin del día laboral. Empezó a caminar hacia el elevador. Sus tacones golpeaban el suelo en un ritmo que ella intentó mantener contenido —no quería despertar fantasmas de trabajo en la mente todavía—. Al llegar, pulsó planta baja; el panel indicó el descenso y, unos segundos después, el ascensor se detuvo en el piso 16. Katherine, que estaba en el 17, se hizo a un lado para dejar entrar a una joven rubia. Mientras tanto sacó el móvil con un gesto automático y escribió un mensaje corto, directo, lo esencial que siempre decía cuando necesitaba calmar a Rachel antes de entrar a la casa: "Ya estoy en camino, cielo. Te debo una cena 🤍" Lo envió y guardó el teléfono; la pantalla volvió a quedarse negra en su mano. Por un momento, dejó que la sonrisa se ensanchara: Rachel diría que no, que no quería la cena, que prefería un abrazo, y ella ya sabía que al final Rachel la perdonaría con una sesión de besos y una película de por medio. El ascensor reinició su movimiento pero, al detenerse en la planta 13, Katherine suspiró y dejó el móvil en el bolsillo con un refunfuño que no alcanzó a convertirse en queja. —Mierda, se supone que es de última tecnología —murmuró, golpeando el botón de planta baja otra vez, como quien intenta convencer a un caprichoso de que haga lo que le corresponde. Sus palabras se esparcieron en el reducido espacio metálico y rebotaron en los paneles pulidos. Un olor a limpieza industrial y a metal caliente llenó el ambiente. Tocó el botón con el mismo dedo con el que apenas un instante antes había cerrado el bolso; notó el leve temblor de su mano, más por cansancio que por nervios. Sin embargo, antes de que el ascensor pudiera reanudar la marcha, la luz se cortó. Un silencio absoluto se tragó los pequeños ruidos eléctricos y, por un segundo, solo quedaron los latidos de su propio pulso en sus oídos.
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  • " Lleva un buen rato con un contador manual oxidado que lo había encontrado en un callejón, de niño era un absorto con esto, solo presionaba el botón y el contador aumentaba con cada pulsada que le daba con el pulgar. "

    " Para un momento mientras caminaba y lanza el contador a su otra mano, prosigue con pulsar rápidamente haciendo apenas sonoro el "Chok" oxidado del metal al presionar. "

    ─ Tiempos sin ver uno de estos.
    " Lleva un buen rato con un contador manual oxidado que lo había encontrado en un callejón, de niño era un absorto con esto, solo presionaba el botón y el contador aumentaba con cada pulsada que le daba con el pulgar. " " Para un momento mientras caminaba y lanza el contador a su otra mano, prosigue con pulsar rápidamente haciendo apenas sonoro el "Chok" oxidado del metal al presionar. " ㊗️ ─ Tiempos sin ver uno de estos.
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  • https://vt.tiktok.com/ZSUBRWSnc/

    -Todavía no me atrevía a ingresar en mi propio estudio de radio que estaba en el hotel. Deslicé mi mano por la puerta, exhalando un suspiro y finalmente alejándome, dirigiendo mis pasos fuera del Hazbin Hotel. Sin pensarlo, llegué al barrio caníbal; fue allí donde logré relajarme un poco. Estar en ese hotel era agotador; sin embargo, conservar mi sonrisa para los demás no era sencillo.
    Mi sombra, al buscar distraerme de mis pensamientos, apuntó hacia mi micrófono.-

    —¿Qué está ocurriendo? ¿De verdad deseas que cante, o lo que realmente quieres es que esté en vivo transmitiendo mi voz, mm?

    -Mi sombra, asintiendo de forma irónica, se deslizaba por las esquinas riendo, transmitiéndome un poco su alegría, lo que me llevó a reírme.-

    —Está bien, está bien, tú ganas. Mmm... dejame ver qué puedo interpretar... mm... ¡Ohhh! ¡Lo tengo!

    -Alzando mi micrófono, comencé a entonar, resonando en el cuarto. Mi sombra accionó un botón que mantenía la señal encendida, provocando que mi voz comenzara a resonar por todos los círculos del infierno.-
    https://vt.tiktok.com/ZSUBRWSnc/ -Todavía no me atrevía a ingresar en mi propio estudio de radio que estaba en el hotel. Deslicé mi mano por la puerta, exhalando un suspiro y finalmente alejándome, dirigiendo mis pasos fuera del Hazbin Hotel. Sin pensarlo, llegué al barrio caníbal; fue allí donde logré relajarme un poco. Estar en ese hotel era agotador; sin embargo, conservar mi sonrisa para los demás no era sencillo. Mi sombra, al buscar distraerme de mis pensamientos, apuntó hacia mi micrófono.- —¿Qué está ocurriendo? ¿De verdad deseas que cante, o lo que realmente quieres es que esté en vivo transmitiendo mi voz, mm? -Mi sombra, asintiendo de forma irónica, se deslizaba por las esquinas riendo, transmitiéndome un poco su alegría, lo que me llevó a reírme.- —Está bien, está bien, tú ganas. Mmm... dejame ver qué puedo interpretar... mm... ¡Ohhh! ¡Lo tengo! -Alzando mi micrófono, comencé a entonar, resonando en el cuarto. Mi sombra accionó un botón que mantenía la señal encendida, provocando que mi voz comenzara a resonar por todos los círculos del infierno.-
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  • ¡𝑷𝒆𝒓𝒇𝒆𝒄𝒕𝒐.ᐟ 𝑨𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒅𝒂𝒎𝒆 𝒆𝒔𝒆 𝒎𝒂𝒍𝒅𝒊𝒕𝒐 𝒐𝒔𝒐.
    Fandom DnD, Dungeons and Dragons
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    — 𝒔𝒕𝒂𝒓𝒕𝒆𝒓 𝒑𝒂𝒓𝒂 ℛ𝒽𝑒𝓉𝓉

    Hacía ya meses que la pelirroja había atravesado un portal del Feywild y había terminado en tierras mortales, concretamente en algún lugar que no conocía en la región de la Costa de la Espada.

    Anraste estaba sentada con las piernas en posición de flor de loto, frente a un guardia Puño de Hierro, ambos parecían excesivamente concentrados en lo que estaban haciendo, estaban tirando unos dados, y por la cara del guardia, la cosa pintaba demasiado bien para él. Al menos en sus últimas tiradas, claro.

    Anraste estaba cruzada de brazos con su gran espadón detrás de ella en el suelo, lo cual era raro en ella pero teniendo en cuenta que estaba jugando a los dados no era tan raro.

    El guardia tiró los dados y su cara reflejó una derrota aplastante lo que hizo que la pelirroja mujer sonriera de forma ladina.

    — Ale, ya puedes dármelo. ¡Dame eso que tienes que es de más valor para ti!

    La enguantada mano de cuero de Anraste se extendía hacia el guardia que se echaba hacia atrás a la vez que la pelirroja se echaba hacia delante.

    — ¡VAMOS! UN TRATO ES UN TRATO.

    Alzó la voz, por supuesto que la alzó. El Puño de Hierro giró levemente hacia su zurrón y sacó un osito de peluche, se veía muy maltratado por el tiempo y de hecho, le faltaba uno de sus ojos que era un botón.

    Aquello molestó a Anraste pues esperaba algo como un arma, o comida, no un ¡Oso mohoso!

    — ¡𝑷𝒆𝒓𝒇𝒆𝒄𝒕𝒐.ᐟ 𝑨𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒅𝒂𝒎𝒆 𝒆𝒔𝒆 𝒎𝒂𝒍𝒅𝒊𝒕𝒐 𝒐𝒔𝒐.

    Pronunció con un acento que claramente no era de aquel plano, sus r's marcadas, sus vocales casi cantadas, era una voz que invitaba a obedecer, era la voz de un fae, de un Eladrin.
    — 𝒔𝒕𝒂𝒓𝒕𝒆𝒓 𝒑𝒂𝒓𝒂 [m4sterofshadows] Hacía ya meses que la pelirroja había atravesado un portal del Feywild y había terminado en tierras mortales, concretamente en algún lugar que no conocía en la región de la Costa de la Espada. Anraste estaba sentada con las piernas en posición de flor de loto, frente a un guardia Puño de Hierro, ambos parecían excesivamente concentrados en lo que estaban haciendo, estaban tirando unos dados, y por la cara del guardia, la cosa pintaba demasiado bien para él. Al menos en sus últimas tiradas, claro. Anraste estaba cruzada de brazos con su gran espadón detrás de ella en el suelo, lo cual era raro en ella pero teniendo en cuenta que estaba jugando a los dados no era tan raro. El guardia tiró los dados y su cara reflejó una derrota aplastante lo que hizo que la pelirroja mujer sonriera de forma ladina. — Ale, ya puedes dármelo. ¡Dame eso que tienes que es de más valor para ti! La enguantada mano de cuero de Anraste se extendía hacia el guardia que se echaba hacia atrás a la vez que la pelirroja se echaba hacia delante. — ¡VAMOS! UN TRATO ES UN TRATO. Alzó la voz, por supuesto que la alzó. El Puño de Hierro giró levemente hacia su zurrón y sacó un osito de peluche, se veía muy maltratado por el tiempo y de hecho, le faltaba uno de sus ojos que era un botón. Aquello molestó a Anraste pues esperaba algo como un arma, o comida, no un ¡Oso mohoso! — ¡𝑷𝒆𝒓𝒇𝒆𝒄𝒕𝒐.ᐟ 𝑨𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒅𝒂𝒎𝒆 𝒆𝒔𝒆 𝒎𝒂𝒍𝒅𝒊𝒕𝒐 𝒐𝒔𝒐. Pronunció con un acento que claramente no era de aquel plano, sus r's marcadas, sus vocales casi cantadas, era una voz que invitaba a obedecer, era la voz de un fae, de un Eladrin.
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