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Fandom Sin Fandom
Categoría Slice of Life
Olivia Romero

Katherine terminó de apilar las últimas hojas sobre el escritorio como quien coloca los peldaños que faltan en una escalera: con mano firme y la respiración contenida. El reloj sobre el escritorio marcaba las 22:48 y la oficina de MIRROR, con sus paredes acristaladas y pantallas apagadas, ya olía a tinta fría y a café viejo.

«Rachel me matará cuando llegue a casa», pensó con una sonrisa corta

Guardó la laptop en el bolso con cuidado, como quien guarda un objeto valioso que además es una parte de sí misma. Apagó la PC; las luces se extinguieron una por una, como si alguien fuera tirando de un cordón invisible. Se colgó el abrigo al hombro, comprobó con la yema del dedo el cierre de la bolsa y cerró la puerta de su oficina. El clic de la cerradura resonó en el pasillo largo, un sonido pequeño que, sin embargo, marcó el fin del día laboral.

Empezó a caminar hacia el elevador. Sus tacones golpeaban el suelo en un ritmo que ella intentó mantener contenido —no quería despertar fantasmas de trabajo en la mente todavía—. Al llegar, pulsó planta baja; el panel indicó el descenso y, unos segundos después, el ascensor se detuvo en el piso 16. Katherine, que estaba en el 17, se hizo a un lado para dejar entrar a una joven rubia. Mientras tanto sacó el móvil con un gesto automático y escribió un mensaje corto, directo, lo esencial que siempre decía cuando necesitaba calmar a Rachel antes de entrar a la casa:

"Ya estoy en camino, cielo.
Te debo una cena "

Lo envió y guardó el teléfono; la pantalla volvió a quedarse negra en su mano. Por un momento, dejó que la sonrisa se ensanchara: Rachel diría que no, que no quería la cena, que prefería un abrazo, y ella ya sabía que al final Rachel la perdonaría con una sesión de besos y una película de por medio.

El ascensor reinició su movimiento pero, al detenerse en la planta 13, Katherine suspiró y dejó el móvil en el bolsillo con un refunfuño que no alcanzó a convertirse en queja.

—Mierda, se supone que es de última tecnología —murmuró, golpeando el botón de planta baja otra vez, como quien intenta convencer a un caprichoso de que haga lo que le corresponde.

Sus palabras se esparcieron en el reducido espacio metálico y rebotaron en los paneles pulidos. Un olor a limpieza industrial y a metal caliente llenó el ambiente. Tocó el botón con el mismo dedo con el que apenas un instante antes había cerrado el bolso; notó el leve temblor de su mano, más por cansancio que por nervios.

Sin embargo, antes de que el ascensor pudiera reanudar la marcha, la luz se cortó. Un silencio absoluto se tragó los pequeños ruidos eléctricos y, por un segundo, solo quedaron los latidos de su propio pulso en sus oídos.
[flash_brass_tiger_817] Katherine terminó de apilar las últimas hojas sobre el escritorio como quien coloca los peldaños que faltan en una escalera: con mano firme y la respiración contenida. El reloj sobre el escritorio marcaba las 22:48 y la oficina de MIRROR, con sus paredes acristaladas y pantallas apagadas, ya olía a tinta fría y a café viejo. «Rachel me matará cuando llegue a casa», pensó con una sonrisa corta Guardó la laptop en el bolso con cuidado, como quien guarda un objeto valioso que además es una parte de sí misma. Apagó la PC; las luces se extinguieron una por una, como si alguien fuera tirando de un cordón invisible. Se colgó el abrigo al hombro, comprobó con la yema del dedo el cierre de la bolsa y cerró la puerta de su oficina. El clic de la cerradura resonó en el pasillo largo, un sonido pequeño que, sin embargo, marcó el fin del día laboral. Empezó a caminar hacia el elevador. Sus tacones golpeaban el suelo en un ritmo que ella intentó mantener contenido —no quería despertar fantasmas de trabajo en la mente todavía—. Al llegar, pulsó planta baja; el panel indicó el descenso y, unos segundos después, el ascensor se detuvo en el piso 16. Katherine, que estaba en el 17, se hizo a un lado para dejar entrar a una joven rubia. Mientras tanto sacó el móvil con un gesto automático y escribió un mensaje corto, directo, lo esencial que siempre decía cuando necesitaba calmar a Rachel antes de entrar a la casa: "Ya estoy en camino, cielo. Te debo una cena 🤍" Lo envió y guardó el teléfono; la pantalla volvió a quedarse negra en su mano. Por un momento, dejó que la sonrisa se ensanchara: Rachel diría que no, que no quería la cena, que prefería un abrazo, y ella ya sabía que al final Rachel la perdonaría con una sesión de besos y una película de por medio. El ascensor reinició su movimiento pero, al detenerse en la planta 13, Katherine suspiró y dejó el móvil en el bolsillo con un refunfuño que no alcanzó a convertirse en queja. —Mierda, se supone que es de última tecnología —murmuró, golpeando el botón de planta baja otra vez, como quien intenta convencer a un caprichoso de que haga lo que le corresponde. Sus palabras se esparcieron en el reducido espacio metálico y rebotaron en los paneles pulidos. Un olor a limpieza industrial y a metal caliente llenó el ambiente. Tocó el botón con el mismo dedo con el que apenas un instante antes había cerrado el bolso; notó el leve temblor de su mano, más por cansancio que por nervios. Sin embargo, antes de que el ascensor pudiera reanudar la marcha, la luz se cortó. Un silencio absoluto se tragó los pequeños ruidos eléctricos y, por un segundo, solo quedaron los latidos de su propio pulso en sus oídos.
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