• #BitchLife #SupernaturalLife

    Las horas de la noche fueron una verdadera tortura. A pesar de haberse refugiado en el alcohol, su mente no encontraba descanso. El paso de aquellas criaturas sobrenaturales cuya existencia recientemente se ha vuelto tan evidente parece haber lastimado su psique, lo atormenta. Un hormigueo constante le recorre la piel, haciéndole sentir que, en cualquier momento, una de ellas podría caer sobre él.

    Buscó refugio en el bar, pero hallarlo vacío no ayuda. Los pensamientos intrusivos lo asaltan sin cesar, imágenes y sensaciones que no puede borrar ni con tragos ni con distracciones.

    Exhausto, pero incapaz de entregarse al sueño, decide quedarse en la barra, apoyando la cabeza sobre sus brazos mientras intenta, sin éxito, calmar su mente.

    Finalmente, con las primeras luces del amanecer colándose por las ventanas del bar, el agotamiento lo vence y cae dormido, con el rostro apoyado en la fría superficie de la barra.
    #BitchLife #SupernaturalLife Las horas de la noche fueron una verdadera tortura. A pesar de haberse refugiado en el alcohol, su mente no encontraba descanso. El paso de aquellas criaturas sobrenaturales cuya existencia recientemente se ha vuelto tan evidente parece haber lastimado su psique, lo atormenta. Un hormigueo constante le recorre la piel, haciéndole sentir que, en cualquier momento, una de ellas podría caer sobre él. Buscó refugio en el bar, pero hallarlo vacío no ayuda. Los pensamientos intrusivos lo asaltan sin cesar, imágenes y sensaciones que no puede borrar ni con tragos ni con distracciones. Exhausto, pero incapaz de entregarse al sueño, decide quedarse en la barra, apoyando la cabeza sobre sus brazos mientras intenta, sin éxito, calmar su mente. Finalmente, con las primeras luces del amanecer colándose por las ventanas del bar, el agotamiento lo vence y cae dormido, con el rostro apoyado en la fría superficie de la barra.
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  • //Llegó tarde pero #SeductiveSunday //

    𝕸𝖊𝖒𝖔𝖗𝖎𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 - 𝐊𝐚𝐳𝐮𝐨

    Quería consumirla, poseerla y, al mismo
    tiempo, temía la intensidad con la que sentía todo aquello.

    Una vez... Tan solo tuve que percibir su aroma una sola vez para dejarme atrapar de una forma que, en ese momento, no sabría nombrar. Olía a tierra, pino, sol; una sinfonía de olores que se alojaban en la parte trasera de mi paladar, provocando que incluso pudiera saborearlo, una efervescencia que explotaba en mi boca como una gota de agua al caer sobre suelo firme. Olía a montaña, olía a mi hogar. ¿Pero qué era esto? No había explicación ni lógica. Su cercanía provocó en mi cuerpo una auténtica hecatombe, una reacción en cadena con un desenlace frustrante. No sería hasta dos años después de abstinencia cuando pudiera emborracharme de aquella esencia que tan hondo había calado en mí.

    Cuando ese mar carmesí que tenía como ojos me engulló, al mismo tiempo que ese aroma, algo en mí se rompió. Era como si, en ese mismo segundo, el aire hubiera abandonado mis pulmones, porque solo querían oxigenarse con el aire impregnado de aquel aroma adictivo. Mis pupilas se dilataban como dos cuencas negras, mi piel se erizaba, y mi pecho cabalgaba en una desenfrenada carrera, sin un fin concreto en aquel inmenso horizonte de mi mente. Por primera vez en siglos, no era capaz de controlar la vorágine de sensaciones que se agolpaban, una tras otra, aporreando mi cabeza en un intento desesperado de abrirse paso, de intentar buscar una explicación para aquella sensación tan abrumadora.

    Sus ojos, su pelo, su piel, sus labios, su voz... su olor. Todo me atraía como una polilla es atraída por la luz, de una forma ciega y resignada, pues el resplandor no me dejaba ver más allá de mis narices. No soy un hombre común; Soy un zorro, hijo de Inari e hijo del bosque. Mis sentidos van más allá de lo común; para mí, un aroma, un sabor, puede tener más significado que una historia contada con palabras. Aquel olor me evocaba deseo, anhelo, hambre, peligro... un peligro al que, contra todo pronóstico, hice caso omiso, porque necesitaba impregnarme de aquella esencia y no dejaría escapar la más mínima oportunidad.

    La fuerza empleada para no dejar que mis instintos más primitivos, más salvajes, más animales, se abalanzaran sobre aquella mujer era hercúlea. Una fuerza que iba en contra de todo lo que mi cuerpo pedía a gritos. Ella... La deseaba; joder, la acababa de conocer y todo mi ser la reclamaba de una forma tan voraz que ni siquiera me dejaba pensar con claridad. Era como encontrar algo que no sabías que habías perdido, y que de pronto te arrebatan para luego volver a desaparecer.

    Cuando, al día siguiente, solo percibí los matices residuales de su ausencia, sentí que algo de mí había sido arrancado. Dirigí mis pasos a la habitación donde había dormido aquella noche. El futón, perfectamente recogido, y el yukata que le había prestado, cuidadosamente doblado a su lado. Me adentré, e inmediatamente su aroma me abofeteó la cara como un oleaje salvaje que rompía contra un acantilado. Me arrodillé junto a las pertenencias prestadas y devueltas. Sin poder contenerme, tomé aquel yukata entre mis manos, llevando aquella fina seda a mi rostro. Entonces inhalé profundamente, hundiendo mi rostro entre las telas de la prenda que horas antes, Elizabeth se había puesto. Memoricé cada matiz que me recordaba a la montaña, esa mezcla de olores terrosos que me embriagaban y me hacían entrar en un estado febril. Mis puños se cerraban en aquella tela, apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se ponían blancos del esfuerzo. Mi cuerpo languidecía hasta dejarse caer sobre el futón donde ella había dormido la noche anterior. Aún con el yukata en mis manos apretadas, me deslicé por las sábanas y la colcha de dicho futón. Olía a ella; toda su esencia estaba en aquellos simples objetos. Quería adherir aquel olor a mi piel, volverlo parte de la mía. Parecía un gato que se retuerce en una zona que desea marcar con su olor.

    Para cualquier persona normal, aquel acto podría catalogarse como propio de alguien pervertido, tóxico o incluso enfermizo. Pero para mí, un zorro, aquel olor me hacía entrar en colapso, en un frenesí incontrolable y en constante ebullición. No se le puede pedir a un felino que no reaccione a la nepeta, ni impedir que una mariposa se sienta atraída por las feromonas de una hermosa flor. Para mí, era exactamente lo mismo; aquel aroma provocaba una reacción química en todo mi cuerpo, llevándolo a una excitación acalorada, intensa e irrefrenable.

    Cada noche volvía a emborracharme de la fragancia que aquella mujer de cabellos de fuego había dejado de forma inocente. Me imaginaba estar con ella, enredados en aquellas sábanas, y no podía evitar sentir ese placer tan exquisito. Lo hice hasta que su olor se disipó con el paso del tiempo. Durante dos largos años, iba cada noche al mismo punto donde la conocí por primera vez, con la esperanza de volver a verla, de volver a olerla. En mi forma de gran zorro blanco, corría montaña arriba, intentando encontrar aquellos olores que tanto me recordaban aquellos parajes. Pero... no, nada era igual, nada era comparable a aquel olor que tanto anhelaba y que jamás se borraría de mi memoria. La espera había sido dolorosa. Una agonía que apenas podía soportar en aquellas noches de soledad, donde solo podía consolarme lastimosamente a mí mismo, imaginando cómo sería que mi boca recorriera cada parte de su cuerpo. Estaba enfermo, enfermo por no poder engullir la medicina que necesitaba para sanar. Y esa medicina era ella.

    Durante el tiempo que pasó sin su presencia, no era capaz de mantener otros encuentros íntimos con otros seres. Ni las mujeres ni los hombres con los que normalmente conseguía "satisfacer" mis deseos me provocaban la más mínima reacción de anhelo. No era difícil para mí obtener placer ajeno, de hecho, era realmente fácil. Mi presencia causaba esa necesidad primitiva de deseo cuando mis labios seducían con un suave ronroneo. Pero cuando todo iba a culminar, mi cuerpo rechazaba aquel contacto. Todo mi ser aborrecía en ese último momento aquello que no estaba relacionado con aquella esencia que se había alojado en mi mente. Por lo tanto, finalmente desistí de tener y buscar cualquier tipo de relación carnal. Prefería autocomplacerme pensando en cómo sabrían sus labios en mi boca, cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo su olor inundaría mi olfato hasta entrar en mi lengua.

    Cuando al fin la tuve tan cerca nuevamente, sentí que su sola presencia desataba algo violento dentro de mí, un sofoco que emergía desde lo más profundo de mi ser y que solo sería aplacado con el consumo de aquella mujer. Mía... Deseaba hacerla mía de todas las formas posibles, que su aroma quedara impregnado en mi cuerpo y que el mío quedara impregnado en el suyo. Dejarme llevar por mi lado más salvaje y animal; dejar que mis colmillos ansiosos marcaran cada zona de su piel, reclamando lo que quería que fuera mío. En cada encuentro no podía hacer más que venerar aquel cuerpo; no podía dejar de arrodillarme ante ella. Lo que me hizo rendirme al completo fue saber más, conocer quién estaba debajo de todas esas sensaciones primitivas, hizo que me volviera siervo de lo que ella representaba. Y lo que representaba, era todo para mí, como si todo lo anterior a ella se quedara en la nada.

    Ahora que es mía y yo soy suyo, me doy cuenta de que jamás podría curarme de su adicción. Era mi opio, mi droga recurrente y de la que no deseaba desintoxicarme. De hecho, al contrario, quería intoxicarme por cada poro de mi piel. Fundirme a su cuerpo hasta que no se supiera dónde empezaba el mío y dónde terminaba el de ella.

    A veces considero que peco de soberbio y posesivo si el tema a discutir se trata de Elizabeth, faltando enormemente a lo que es mi ética como mensajero de Inari. Pero simplemente no puedo. Estoy tan enfermizamente enamorado, que no hay unas directrices que nos guían para manejar la situación que nos rodea a ambos. Tendremos que ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo a dónde nos lleva esta desenfrenada pasión.

    𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆
    //Llegó tarde pero #SeductiveSunday // 𝕸𝖊𝖒𝖔𝖗𝖎𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 - 𝐊𝐚𝐳𝐮𝐨 Quería consumirla, poseerla y, al mismo tiempo, temía la intensidad con la que sentía todo aquello. Una vez... Tan solo tuve que percibir su aroma una sola vez para dejarme atrapar de una forma que, en ese momento, no sabría nombrar. Olía a tierra, pino, sol; una sinfonía de olores que se alojaban en la parte trasera de mi paladar, provocando que incluso pudiera saborearlo, una efervescencia que explotaba en mi boca como una gota de agua al caer sobre suelo firme. Olía a montaña, olía a mi hogar. ¿Pero qué era esto? No había explicación ni lógica. Su cercanía provocó en mi cuerpo una auténtica hecatombe, una reacción en cadena con un desenlace frustrante. No sería hasta dos años después de abstinencia cuando pudiera emborracharme de aquella esencia que tan hondo había calado en mí. Cuando ese mar carmesí que tenía como ojos me engulló, al mismo tiempo que ese aroma, algo en mí se rompió. Era como si, en ese mismo segundo, el aire hubiera abandonado mis pulmones, porque solo querían oxigenarse con el aire impregnado de aquel aroma adictivo. Mis pupilas se dilataban como dos cuencas negras, mi piel se erizaba, y mi pecho cabalgaba en una desenfrenada carrera, sin un fin concreto en aquel inmenso horizonte de mi mente. Por primera vez en siglos, no era capaz de controlar la vorágine de sensaciones que se agolpaban, una tras otra, aporreando mi cabeza en un intento desesperado de abrirse paso, de intentar buscar una explicación para aquella sensación tan abrumadora. Sus ojos, su pelo, su piel, sus labios, su voz... su olor. Todo me atraía como una polilla es atraída por la luz, de una forma ciega y resignada, pues el resplandor no me dejaba ver más allá de mis narices. No soy un hombre común; Soy un zorro, hijo de Inari e hijo del bosque. Mis sentidos van más allá de lo común; para mí, un aroma, un sabor, puede tener más significado que una historia contada con palabras. Aquel olor me evocaba deseo, anhelo, hambre, peligro... un peligro al que, contra todo pronóstico, hice caso omiso, porque necesitaba impregnarme de aquella esencia y no dejaría escapar la más mínima oportunidad. La fuerza empleada para no dejar que mis instintos más primitivos, más salvajes, más animales, se abalanzaran sobre aquella mujer era hercúlea. Una fuerza que iba en contra de todo lo que mi cuerpo pedía a gritos. Ella... La deseaba; joder, la acababa de conocer y todo mi ser la reclamaba de una forma tan voraz que ni siquiera me dejaba pensar con claridad. Era como encontrar algo que no sabías que habías perdido, y que de pronto te arrebatan para luego volver a desaparecer. Cuando, al día siguiente, solo percibí los matices residuales de su ausencia, sentí que algo de mí había sido arrancado. Dirigí mis pasos a la habitación donde había dormido aquella noche. El futón, perfectamente recogido, y el yukata que le había prestado, cuidadosamente doblado a su lado. Me adentré, e inmediatamente su aroma me abofeteó la cara como un oleaje salvaje que rompía contra un acantilado. Me arrodillé junto a las pertenencias prestadas y devueltas. Sin poder contenerme, tomé aquel yukata entre mis manos, llevando aquella fina seda a mi rostro. Entonces inhalé profundamente, hundiendo mi rostro entre las telas de la prenda que horas antes, Elizabeth se había puesto. Memoricé cada matiz que me recordaba a la montaña, esa mezcla de olores terrosos que me embriagaban y me hacían entrar en un estado febril. Mis puños se cerraban en aquella tela, apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se ponían blancos del esfuerzo. Mi cuerpo languidecía hasta dejarse caer sobre el futón donde ella había dormido la noche anterior. Aún con el yukata en mis manos apretadas, me deslicé por las sábanas y la colcha de dicho futón. Olía a ella; toda su esencia estaba en aquellos simples objetos. Quería adherir aquel olor a mi piel, volverlo parte de la mía. Parecía un gato que se retuerce en una zona que desea marcar con su olor. Para cualquier persona normal, aquel acto podría catalogarse como propio de alguien pervertido, tóxico o incluso enfermizo. Pero para mí, un zorro, aquel olor me hacía entrar en colapso, en un frenesí incontrolable y en constante ebullición. No se le puede pedir a un felino que no reaccione a la nepeta, ni impedir que una mariposa se sienta atraída por las feromonas de una hermosa flor. Para mí, era exactamente lo mismo; aquel aroma provocaba una reacción química en todo mi cuerpo, llevándolo a una excitación acalorada, intensa e irrefrenable. Cada noche volvía a emborracharme de la fragancia que aquella mujer de cabellos de fuego había dejado de forma inocente. Me imaginaba estar con ella, enredados en aquellas sábanas, y no podía evitar sentir ese placer tan exquisito. Lo hice hasta que su olor se disipó con el paso del tiempo. Durante dos largos años, iba cada noche al mismo punto donde la conocí por primera vez, con la esperanza de volver a verla, de volver a olerla. En mi forma de gran zorro blanco, corría montaña arriba, intentando encontrar aquellos olores que tanto me recordaban aquellos parajes. Pero... no, nada era igual, nada era comparable a aquel olor que tanto anhelaba y que jamás se borraría de mi memoria. La espera había sido dolorosa. Una agonía que apenas podía soportar en aquellas noches de soledad, donde solo podía consolarme lastimosamente a mí mismo, imaginando cómo sería que mi boca recorriera cada parte de su cuerpo. Estaba enfermo, enfermo por no poder engullir la medicina que necesitaba para sanar. Y esa medicina era ella. Durante el tiempo que pasó sin su presencia, no era capaz de mantener otros encuentros íntimos con otros seres. Ni las mujeres ni los hombres con los que normalmente conseguía "satisfacer" mis deseos me provocaban la más mínima reacción de anhelo. No era difícil para mí obtener placer ajeno, de hecho, era realmente fácil. Mi presencia causaba esa necesidad primitiva de deseo cuando mis labios seducían con un suave ronroneo. Pero cuando todo iba a culminar, mi cuerpo rechazaba aquel contacto. Todo mi ser aborrecía en ese último momento aquello que no estaba relacionado con aquella esencia que se había alojado en mi mente. Por lo tanto, finalmente desistí de tener y buscar cualquier tipo de relación carnal. Prefería autocomplacerme pensando en cómo sabrían sus labios en mi boca, cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo su olor inundaría mi olfato hasta entrar en mi lengua. Cuando al fin la tuve tan cerca nuevamente, sentí que su sola presencia desataba algo violento dentro de mí, un sofoco que emergía desde lo más profundo de mi ser y que solo sería aplacado con el consumo de aquella mujer. Mía... Deseaba hacerla mía de todas las formas posibles, que su aroma quedara impregnado en mi cuerpo y que el mío quedara impregnado en el suyo. Dejarme llevar por mi lado más salvaje y animal; dejar que mis colmillos ansiosos marcaran cada zona de su piel, reclamando lo que quería que fuera mío. En cada encuentro no podía hacer más que venerar aquel cuerpo; no podía dejar de arrodillarme ante ella. Lo que me hizo rendirme al completo fue saber más, conocer quién estaba debajo de todas esas sensaciones primitivas, hizo que me volviera siervo de lo que ella representaba. Y lo que representaba, era todo para mí, como si todo lo anterior a ella se quedara en la nada. Ahora que es mía y yo soy suyo, me doy cuenta de que jamás podría curarme de su adicción. Era mi opio, mi droga recurrente y de la que no deseaba desintoxicarme. De hecho, al contrario, quería intoxicarme por cada poro de mi piel. Fundirme a su cuerpo hasta que no se supiera dónde empezaba el mío y dónde terminaba el de ella. A veces considero que peco de soberbio y posesivo si el tema a discutir se trata de Elizabeth, faltando enormemente a lo que es mi ética como mensajero de Inari. Pero simplemente no puedo. Estoy tan enfermizamente enamorado, que no hay unas directrices que nos guían para manejar la situación que nos rodea a ambos. Tendremos que ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo a dónde nos lleva esta desenfrenada pasión. [Liz_bloodFlame]
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  • «Aún atestada por la bendición estelar, ni siquiera la sepultura nívea fue capaz de borrar los ecos de aquella tragedia».
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Hace un rato me hicieron una pregunta interesante sobre MI Lucifer y vamos a responder, quizá esto luego lo cuelgue en la fanpage para que lo revisen cuando gusten, pero va:

    Q. ¿Cuáles son los poderes de Lucifer?, ¿conservó los poderes que tenía como ángel o los perdió?, ¿adquirió algo nuevo?

    A. Lucifer como ángel tenía poderes tales como la sanación, conocimiento del pasado y el futuro entre otros, que eran más bien dones que le habían sido otorgados por su padre y creador, sin embargo, al ser desterrado, uno de los primeros "poderes" que adquirió fue el de crear fuego. Ese fuego lo puede crear de manera física, es decir, con sus manos, de las cuales empiezan a emerger pequeñas flamas que van creciendo a su voluntad, o puede crearlas simplemente con el poder de su mente, lo que nos lleva a su siguiente habilidad, como ángel, tenía prohibido manipular la mente de los seres humanos o de cualquier otro ser, pero, nuevamente, al perder "la gracia", ahora puede no sólo manipular la mente humana sino que es capaz de insertar pensamientos, crear recuerdos, borrarlos, en fin, puede controlar la mente de cualquier ser.
    Es capaz de causar daño físico con sólo mirar, es parte del poder "psíquico" que posee, podría arrancar una cabeza sin mover un solo dedo. Puede resuscitar pero a diferencia de lo que logran hacer los ángeles, cuando Lucifer revive a un muerto, este resurge en el estado de putrefacción que se encuentre, básicamente zombi, por decirlo de alguna manera. Puede adoptar la forma que desee, sus favoritas (esto ya lo mencioné antes) son la de un cuervo negro de ojos rojos o un gato negro de ojos rojos pero básicamente puede tomar la forma que desee. En fin, si quieren saber algo más, pregunten.
    Hace un rato me hicieron una pregunta interesante sobre MI Lucifer y vamos a responder, quizá esto luego lo cuelgue en la fanpage para que lo revisen cuando gusten, pero va: Q. ¿Cuáles son los poderes de Lucifer?, ¿conservó los poderes que tenía como ángel o los perdió?, ¿adquirió algo nuevo? A. Lucifer como ángel tenía poderes tales como la sanación, conocimiento del pasado y el futuro entre otros, que eran más bien dones que le habían sido otorgados por su padre y creador, sin embargo, al ser desterrado, uno de los primeros "poderes" que adquirió fue el de crear fuego. Ese fuego lo puede crear de manera física, es decir, con sus manos, de las cuales empiezan a emerger pequeñas flamas que van creciendo a su voluntad, o puede crearlas simplemente con el poder de su mente, lo que nos lleva a su siguiente habilidad, como ángel, tenía prohibido manipular la mente de los seres humanos o de cualquier otro ser, pero, nuevamente, al perder "la gracia", ahora puede no sólo manipular la mente humana sino que es capaz de insertar pensamientos, crear recuerdos, borrarlos, en fin, puede controlar la mente de cualquier ser. Es capaz de causar daño físico con sólo mirar, es parte del poder "psíquico" que posee, podría arrancar una cabeza sin mover un solo dedo. Puede resuscitar pero a diferencia de lo que logran hacer los ángeles, cuando Lucifer revive a un muerto, este resurge en el estado de putrefacción que se encuentre, básicamente zombi, por decirlo de alguna manera. Puede adoptar la forma que desee, sus favoritas (esto ya lo mencioné antes) son la de un cuervo negro de ojos rojos o un gato negro de ojos rojos pero básicamente puede tomar la forma que desee. En fin, si quieren saber algo más, pregunten.
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  • Vuelvo al mismo lugar
    Un pasado que deseó borrar
    Cualquier destino juro que me encargare ......


    https://youtu.be/9czq-AoYQNw?si=VF_fVa6dfC57wuBt
    Vuelvo al mismo lugar Un pasado que deseó borrar Cualquier destino juro que me encargare ...... https://youtu.be/9czq-AoYQNw?si=VF_fVa6dfC57wuBt
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    Nunca pensé que estaría llorando haciendo aseo pero.. Siento como si borrará los rastros de mi gatita recién Fallecida, eso duele, además la música que estoy escuchando no ayuda... Con su permiso después de limpiar, me ire a hacer bolita en un rincón.
    Nunca pensé que estaría llorando haciendo aseo pero.. Siento como si borrará los rastros de mi gatita recién Fallecida, eso duele, además la música que estoy escuchando no ayuda... Con su permiso después de limpiar, me ire a hacer bolita en un rincón.
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    Ay me habia dado solicitud un tal "Ugly" no se que pero ya lo borraron yeeeey ♡
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  • Danny Bishop —le tira una goma de borrar—
    [qtwarlock] —le tira una goma de borrar—
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  • Carmina Valenti siempre había sentido una conexión profunda con su cabello cobrizo y rizado. Desde pequeña, lo había cuidado con esmero, aprendiendo a domar cada rizo rebelde y a darle forma según su estado de ánimo. Algunos días lo llevaba suelto, enmarañado y salvaje, mientras que otros prefería atarlo en una trenza o envolverlo en un pañuelo elegante. Para ella, su cabello era una extensión de su ser, una forma de expresión que reflejaba su fuerza y creatividad.

    Sin embargo, ese orgullo se convertía en un trago amargo cada vez que alguien la elogiaba por él. Las palabras "me encanta tu cabello" eran suficientes para que su sonrisa se congelara, y sus pensamientos volvieran a un rincón oscuro de su memoria. Era el mismo cabello que su madre había llevado, idéntico en color y textura. Una herencia que, en lugar de acercarla a un legado familiar positivo, la arrastraba hacia recuerdos que prefería dejar enterrados.

    Durante su adolescencia y hasta hace pocos años, Carmina había intentado escapar de esa conexión. A diario, tomaba la plancha de cabello y la deslizaba con rabia controlada sobre cada mechón rizado, alisando lo que para ella representaba un vínculo con su madre, una mujer atrapada en las sombras de la ciudad, enredada en el mundo de las drogas y la prostitución. Su madre había muerto joven, en las calles, dejando a su hija con más preguntas que respuestas. Para Carmina, su cabello era una marca visible de esa historia, una que no quería que otros vieran reflejada en ella.

    Planchar su cabello se había convertido en un ritual de distanciamiento, un intento de borrar cualquier semejanza con esa mujer de la que intentaba alejarse. Pero, un día, simplemente se cansó. No hubo un momento dramático ni una epifanía reveladora; solo el cansancio acumulado de intentar ser alguien distinta a lo que el destino le había dado. Dejó de luchar contra los rizos, dejó de alisar la historia que cargaba en cada mechón, aunque los recuerdos seguían ahí, incrustados en su mente.

    Aún adoraba su cabello y dedicaba tiempo a cuidarlo, pero cada vez que un cumplido llegaba, su interior se tensaba. "Gracias", solía decir, forzando una sonrisa, mientras por dentro deseaba que nadie más volviera a mencionarlo.
    Carmina Valenti siempre había sentido una conexión profunda con su cabello cobrizo y rizado. Desde pequeña, lo había cuidado con esmero, aprendiendo a domar cada rizo rebelde y a darle forma según su estado de ánimo. Algunos días lo llevaba suelto, enmarañado y salvaje, mientras que otros prefería atarlo en una trenza o envolverlo en un pañuelo elegante. Para ella, su cabello era una extensión de su ser, una forma de expresión que reflejaba su fuerza y creatividad. Sin embargo, ese orgullo se convertía en un trago amargo cada vez que alguien la elogiaba por él. Las palabras "me encanta tu cabello" eran suficientes para que su sonrisa se congelara, y sus pensamientos volvieran a un rincón oscuro de su memoria. Era el mismo cabello que su madre había llevado, idéntico en color y textura. Una herencia que, en lugar de acercarla a un legado familiar positivo, la arrastraba hacia recuerdos que prefería dejar enterrados. Durante su adolescencia y hasta hace pocos años, Carmina había intentado escapar de esa conexión. A diario, tomaba la plancha de cabello y la deslizaba con rabia controlada sobre cada mechón rizado, alisando lo que para ella representaba un vínculo con su madre, una mujer atrapada en las sombras de la ciudad, enredada en el mundo de las drogas y la prostitución. Su madre había muerto joven, en las calles, dejando a su hija con más preguntas que respuestas. Para Carmina, su cabello era una marca visible de esa historia, una que no quería que otros vieran reflejada en ella. Planchar su cabello se había convertido en un ritual de distanciamiento, un intento de borrar cualquier semejanza con esa mujer de la que intentaba alejarse. Pero, un día, simplemente se cansó. No hubo un momento dramático ni una epifanía reveladora; solo el cansancio acumulado de intentar ser alguien distinta a lo que el destino le había dado. Dejó de luchar contra los rizos, dejó de alisar la historia que cargaba en cada mechón, aunque los recuerdos seguían ahí, incrustados en su mente. Aún adoraba su cabello y dedicaba tiempo a cuidarlo, pero cada vez que un cumplido llegaba, su interior se tensaba. "Gracias", solía decir, forzando una sonrisa, mientras por dentro deseaba que nadie más volviera a mencionarlo.
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  • Había días, especialmente cuando era demasiada la calma, en que no podía más que rememorar aquel tiempo como ángel, pero más aún, el tiempo de su destierro.

    Seguía pareciéndole irónico, increíble que los seres más "puros" pudieran cometer las peores atrocidades, el divertirse castigándolo, torturándolo, queriendo escucharlo llorar y suplicar como si de una enfermiza fantasía se tratase.

    Por momentos, aquellas cicatrices en su cuerpo ardían como si fueran heridas recientes, a pesar de haber muerto y renacido, era una marca que el pasado no le permitía borrar, suspirando y mirando por el balcón al cielo.
    Había días, especialmente cuando era demasiada la calma, en que no podía más que rememorar aquel tiempo como ángel, pero más aún, el tiempo de su destierro. Seguía pareciéndole irónico, increíble que los seres más "puros" pudieran cometer las peores atrocidades, el divertirse castigándolo, torturándolo, queriendo escucharlo llorar y suplicar como si de una enfermiza fantasía se tratase. Por momentos, aquellas cicatrices en su cuerpo ardían como si fueran heridas recientes, a pesar de haber muerto y renacido, era una marca que el pasado no le permitía borrar, suspirando y mirando por el balcón al cielo.
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