Carmina Valenti miraba por la ventana del Uber mientras las luces de la ciudad se desdibujaban en un desfile de colores borrosos. Su vestido verde oscuro, ceñido al cuerpo, había sido un acierto para la boda de Giovanna, pero ahora, después de horas de risas y bailes, le parecía un recordatorio incómodo de cuánto habían cambiado las cosas entre su grupo de amigas.
Giovanna, con su vestido blanco perfecto y la sonrisa radiante, había tenido el día que siempre soñó. Una boda hermosa, una casa esperando para empezar una nueva vida, un esposo que la adoraba. Carmina, por otro lado, volvía a la misma casa de siempre, una construcción modesta con una tienda de conveniencia en la planta baja. Allí vivía con su abuela Lucia, cuya salud se había deteriorado en los últimos años, lo que llevó a Carmina a contratar a una enfermera para ayudar con su cuidado.
El Uber llegó a su destino y se detuvo frente al edificio, donde las luces de la tienda ya estaban apagadas. Carmina salió del auto, agradeció al conductor y se quedó un momento frente a la entrada, sintiendo el fresco de la noche. Había cerrado la tienda temprano esa tarde, dejando todo en orden antes de prepararse para la boda. Aunque sabía que era necesario, ese cierre siempre le dejaba una sensación extraña, como si por unas horas su mundo se detuviera.
Subió los escalones con cuidado, sus tacones resonando en el silencio del pasillo. En el segundo piso, la luz tenue del pasillo se filtraba bajo la puerta de la habitación de su abuela. Carmina abrió con suavidad y asomó la cabeza. Lucia dormía plácidamente en su cama, mientras la enfermera, sentada en un sillón cercano, leía un libro bajo la luz de una lámpara pequeña.
Carmina les dedicó una sonrisa ligera y un susurro de buenas noches antes de ir a su propia habitación. Dejó los tacones junto a la puerta, soltó el vestido y se cambió a algo más cómodo. Mientras se sentaba en el borde de la cama, dejó escapar un suspiro, repasando mentalmente los momentos de la boda: la ceremonia, las promesas de amor eterno, la felicidad en el rostro de Giovanna.
Era inevitable comparar sus vidas. Giovanna había dado un paso gigante hacia adelante, mientras Carmina se sentía atada a un ciclo constante: la tienda, los clientes, el cuidado de su abuela. No era que no amara a Lucia o que no valorara el negocio familiar, pero había noches, como esa, en las que se preguntaba si había más para ella.
Sin embargo, mientras el sonido de la respiración tranquila de su abuela llegaba desde el pasillo, Carmina recordó por qué hacía lo que hacía. La vida de Giovanna era hermosa, sí, pero la suya también tenía sus propios brillos. Su abuela estaba segura, cuidada. La tienda, aunque agotadora, era su conexión con el barrio y con el pasado que tanto significaba para ambas.
Se dejó caer sobre las sábanas, cerrando los ojos. Quizá algún día su vida cambiaría, pero por ahora, era suficiente. Porque aunque su camino fuera diferente, seguía siendo suyo, y eso valía más que cualquier comparación.
Carmina Valenti miraba por la ventana del Uber mientras las luces de la ciudad se desdibujaban en un desfile de colores borrosos. Su vestido verde oscuro, ceñido al cuerpo, había sido un acierto para la boda de Giovanna, pero ahora, después de horas de risas y bailes, le parecía un recordatorio incómodo de cuánto habían cambiado las cosas entre su grupo de amigas.
Giovanna, con su vestido blanco perfecto y la sonrisa radiante, había tenido el día que siempre soñó. Una boda hermosa, una casa esperando para empezar una nueva vida, un esposo que la adoraba. Carmina, por otro lado, volvía a la misma casa de siempre, una construcción modesta con una tienda de conveniencia en la planta baja. Allí vivía con su abuela Lucia, cuya salud se había deteriorado en los últimos años, lo que llevó a Carmina a contratar a una enfermera para ayudar con su cuidado.
El Uber llegó a su destino y se detuvo frente al edificio, donde las luces de la tienda ya estaban apagadas. Carmina salió del auto, agradeció al conductor y se quedó un momento frente a la entrada, sintiendo el fresco de la noche. Había cerrado la tienda temprano esa tarde, dejando todo en orden antes de prepararse para la boda. Aunque sabía que era necesario, ese cierre siempre le dejaba una sensación extraña, como si por unas horas su mundo se detuviera.
Subió los escalones con cuidado, sus tacones resonando en el silencio del pasillo. En el segundo piso, la luz tenue del pasillo se filtraba bajo la puerta de la habitación de su abuela. Carmina abrió con suavidad y asomó la cabeza. Lucia dormía plácidamente en su cama, mientras la enfermera, sentada en un sillón cercano, leía un libro bajo la luz de una lámpara pequeña.
Carmina les dedicó una sonrisa ligera y un susurro de buenas noches antes de ir a su propia habitación. Dejó los tacones junto a la puerta, soltó el vestido y se cambió a algo más cómodo. Mientras se sentaba en el borde de la cama, dejó escapar un suspiro, repasando mentalmente los momentos de la boda: la ceremonia, las promesas de amor eterno, la felicidad en el rostro de Giovanna.
Era inevitable comparar sus vidas. Giovanna había dado un paso gigante hacia adelante, mientras Carmina se sentía atada a un ciclo constante: la tienda, los clientes, el cuidado de su abuela. No era que no amara a Lucia o que no valorara el negocio familiar, pero había noches, como esa, en las que se preguntaba si había más para ella.
Sin embargo, mientras el sonido de la respiración tranquila de su abuela llegaba desde el pasillo, Carmina recordó por qué hacía lo que hacía. La vida de Giovanna era hermosa, sí, pero la suya también tenía sus propios brillos. Su abuela estaba segura, cuidada. La tienda, aunque agotadora, era su conexión con el barrio y con el pasado que tanto significaba para ambas.
Se dejó caer sobre las sábanas, cerrando los ojos. Quizá algún día su vida cambiaría, pero por ahora, era suficiente. Porque aunque su camino fuera diferente, seguía siendo suyo, y eso valía más que cualquier comparación.