• 𝑇𝑒 𝑛𝑒𝑐𝑒𝑠𝑖𝑡𝑜 𝑐𝑜𝑛𝑚𝑖𝑔𝑜..
    Fandom Harry Potter
    Categoría Drama
    𝑠𝑡𝑎𝑟𝑡𝑒𝑟 𝑝𝑎𝑟𝑎:

    જ⁀➴ Nora Woodward



    Sentía el peso en sus brazos. El peso de un cuerpo inerte. Había tenido esa pesadilla muchas veces. Pero hacía tiempo que no regresaba a él… ahora había vuelto, no era la misma, se entremezclaba con otros recuerdos, aquellos que realmente ahora si le perseguían.
    Su cuerpo había reaccionado por memoria muscular, por instinto. No era la primera vez que vivía aquello, no era la primera vez que perdía a la mujer de su vida…
    Orión había extendido los brazos, se había preparado para recibir el cuerpo de Nora, para sostenerlo, acunarlo, acompañarla, hacerle saber que no estaba sola…
    Pero la bruja era pura energía, y en eso se había convertido.

    No tenía un cuerpo sobre el que llorar, no quedaba un lugar al que ir a drenar su dolor… tan solo quedaban promesas rotas. Las de un futuro, las de felicidad, amor y esperanza.

    El auror despierta de golpe, en el sofá de su casa. No había vuelto a pisar las habitaciones desde que todo había ocurrido, y tampoco es que importara mucho viendo la poca cantidad de tiempo que conseguía dormir.
    Promesas rotas… todas. Tan solo una quedaba intacta.
    No esperaba poder mantener su palabra, aquel último juramento que había salido de sus labios. Pero aquella vez… aquella vez tenía amigos.
    Se había apoyado en Jessica, Cameron, y Violet. Ellos le habían ayudado, si no a superar su dolor, algo que no esperaba poder conseguir jamás, si a tratar de vivir con el.

    Fuera de aquellas horas temidas en las que la oscuridad le devolvía sus fantasmas, y de cara a la galería, Orión era un mago y un hombre casi renacido.

    Los informes de Jessica, y la pareja Keane/Barrow acerca de todo cuanto había pasado, habían limpiado su imagen hasta tal punto que sin llegar a saber bien como, lo habían ascendido, a ni más ni menos que, Jefe del Departamento de Aurores.
    Aquello no dejaba de sorprenderle, pero entre luchar contra el síndrome del impostor, gestionar un departamento entero, y reuniones interdepartamentales e interministeriales, tenía su mente y su día entero lo suficientemente ocupado como para no pensar.

    𝗨𝗻 𝗮𝗻̃𝗼 𝗱𝗲𝘀𝗽𝘂𝗲𝘀

    >>Los días pasaban sin que nada los detuviera, y antes de que nadie se pudiera dar cuenta, había pasado un año desde aquel terrible día en el que él había perdido su mundo por salvar el mundo entero.
    Violet había sido un gran apoyo para el auror, todos sus nuevos amigos, pero la Slytherin en concreto, desde el momento en el que le había abrazado en aquel sótano, parecía que se había empeñado en evitar que se hundiera, y por Merlín si lo había conseguido.

    Aquel día no sabía por qué, ya que no era un día especial, no era diferente al resto, se sentía ligeramente optimista, y había acudido al callejón Diagon con intención de enviar un detalle a Violet y su familia.
    Un juego nuevo de plumas y tinteros para Cameron, una pequeña quaffle de peluche para Minerva, y para Violet… un set variado de ingredientes para pociones.
    Aquello era lo último en su lista, y sin muchas ganas de caminar y buscar por más tiendas, entra en la primera botica que aparece a su paso.

    La sutil y aguda campanita vibra cuando abre la puerta y después de nuevo al cerrarse. Él murmura un saludo a la nada, ya que no veía a nadie tras el mostrador, y centra su atención en las estanterías que poblaban la pared, llenas de tarros de cristal de todos los tamaños y colores y llenos de todo lo que uno pudiera desear.
    Llevaba en la mano izquierda un pequeño tarro lleno de polvo de serpiente arbórea africana, como primera elección cuando una voz que detrás suyo hace que su corazón se salte dos latidos.

    — “𝐵𝑢𝑒𝑛𝑜𝑠 𝑑𝑖́𝑎𝑠, ¿𝑝𝑢𝑒𝑑𝑜 𝑎𝑦𝑢𝑑𝑎𝑟𝑙𝑒?”

    Aquella voz hace que Orión en un solo segundo, se gire y su mano deje caer el pequeño bote que se estrella contra el suelo, haciéndose pedazos, del mismo modo que lo hace su mundo.
    Era ella, estaba frente a él, observándolo, esperando una respuesta a su pregunta, con una sonrisa amable, una preciosa sonrisa. Aquello no podia ser real… ¿estaba soñando? No… el peso de los paquetes que cargaba bajo su brazo izquierdo era muy real.

    — No puede ser… No eres…. — Su voz no es más que un susurro ininteligible, al menos hasta que inspira hondo, tratando de tragar un repentino nudo en la garganta, recomponerse y averiguar que está pasando. Claramente ella le miraba con amabilidad, pero sin ningún tipo de reconocimiento en sus ojos… —… si, es… es posible que sí. Busco hacerle un regalo a una buena amiga, una especie de lote indispensable para pociones… ¿crees que me puedes echar una mano? Soy… soy Orión, por cierto, y… perdona, perdona por este desastre.

    Estaba fuera de lugar, nadie se presentaba a la dependienta de una tienda, así sin más, pero tenía que probar suerte, necesitaba ver si su nombre despertaba algo en ella, aunque fuera una chispa.
    𝑠𝑡𝑎𝑟𝑡𝑒𝑟 𝑝𝑎𝑟𝑎: જ⁀➴ [JailOfwoxd] Sentía el peso en sus brazos. El peso de un cuerpo inerte. Había tenido esa pesadilla muchas veces. Pero hacía tiempo que no regresaba a él… ahora había vuelto, no era la misma, se entremezclaba con otros recuerdos, aquellos que realmente ahora si le perseguían. Su cuerpo había reaccionado por memoria muscular, por instinto. No era la primera vez que vivía aquello, no era la primera vez que perdía a la mujer de su vida… Orión había extendido los brazos, se había preparado para recibir el cuerpo de Nora, para sostenerlo, acunarlo, acompañarla, hacerle saber que no estaba sola… Pero la bruja era pura energía, y en eso se había convertido. No tenía un cuerpo sobre el que llorar, no quedaba un lugar al que ir a drenar su dolor… tan solo quedaban promesas rotas. Las de un futuro, las de felicidad, amor y esperanza. El auror despierta de golpe, en el sofá de su casa. No había vuelto a pisar las habitaciones desde que todo había ocurrido, y tampoco es que importara mucho viendo la poca cantidad de tiempo que conseguía dormir. Promesas rotas… todas. Tan solo una quedaba intacta. No esperaba poder mantener su palabra, aquel último juramento que había salido de sus labios. Pero aquella vez… aquella vez tenía amigos. Se había apoyado en Jessica, Cameron, y Violet. Ellos le habían ayudado, si no a superar su dolor, algo que no esperaba poder conseguir jamás, si a tratar de vivir con el. Fuera de aquellas horas temidas en las que la oscuridad le devolvía sus fantasmas, y de cara a la galería, Orión era un mago y un hombre casi renacido. Los informes de Jessica, y la pareja Keane/Barrow acerca de todo cuanto había pasado, habían limpiado su imagen hasta tal punto que sin llegar a saber bien como, lo habían ascendido, a ni más ni menos que, Jefe del Departamento de Aurores. Aquello no dejaba de sorprenderle, pero entre luchar contra el síndrome del impostor, gestionar un departamento entero, y reuniones interdepartamentales e interministeriales, tenía su mente y su día entero lo suficientemente ocupado como para no pensar. 𝗨𝗻 𝗮𝗻̃𝗼 𝗱𝗲𝘀𝗽𝘂𝗲𝘀 >>Los días pasaban sin que nada los detuviera, y antes de que nadie se pudiera dar cuenta, había pasado un año desde aquel terrible día en el que él había perdido su mundo por salvar el mundo entero. Violet había sido un gran apoyo para el auror, todos sus nuevos amigos, pero la Slytherin en concreto, desde el momento en el que le había abrazado en aquel sótano, parecía que se había empeñado en evitar que se hundiera, y por Merlín si lo había conseguido. Aquel día no sabía por qué, ya que no era un día especial, no era diferente al resto, se sentía ligeramente optimista, y había acudido al callejón Diagon con intención de enviar un detalle a Violet y su familia. Un juego nuevo de plumas y tinteros para Cameron, una pequeña quaffle de peluche para Minerva, y para Violet… un set variado de ingredientes para pociones. Aquello era lo último en su lista, y sin muchas ganas de caminar y buscar por más tiendas, entra en la primera botica que aparece a su paso. La sutil y aguda campanita vibra cuando abre la puerta y después de nuevo al cerrarse. Él murmura un saludo a la nada, ya que no veía a nadie tras el mostrador, y centra su atención en las estanterías que poblaban la pared, llenas de tarros de cristal de todos los tamaños y colores y llenos de todo lo que uno pudiera desear. Llevaba en la mano izquierda un pequeño tarro lleno de polvo de serpiente arbórea africana, como primera elección cuando una voz que detrás suyo hace que su corazón se salte dos latidos. — “𝐵𝑢𝑒𝑛𝑜𝑠 𝑑𝑖́𝑎𝑠, ¿𝑝𝑢𝑒𝑑𝑜 𝑎𝑦𝑢𝑑𝑎𝑟𝑙𝑒?” Aquella voz hace que Orión en un solo segundo, se gire y su mano deje caer el pequeño bote que se estrella contra el suelo, haciéndose pedazos, del mismo modo que lo hace su mundo. Era ella, estaba frente a él, observándolo, esperando una respuesta a su pregunta, con una sonrisa amable, una preciosa sonrisa. Aquello no podia ser real… ¿estaba soñando? No… el peso de los paquetes que cargaba bajo su brazo izquierdo era muy real. — No puede ser… No eres…. — Su voz no es más que un susurro ininteligible, al menos hasta que inspira hondo, tratando de tragar un repentino nudo en la garganta, recomponerse y averiguar que está pasando. Claramente ella le miraba con amabilidad, pero sin ningún tipo de reconocimiento en sus ojos… —… si, es… es posible que sí. Busco hacerle un regalo a una buena amiga, una especie de lote indispensable para pociones… ¿crees que me puedes echar una mano? Soy… soy Orión, por cierto, y… perdona, perdona por este desastre. Estaba fuera de lugar, nadie se presentaba a la dependienta de una tienda, así sin más, pero tenía que probar suerte, necesitaba ver si su nombre despertaba algo en ella, aunque fuera una chispa.
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  • - Y el verso termina .. hasta que la vida nos alcance, porque ya no existe otra devoción, ni otro Tirano después de él, ave Basilia en tu corazón guardas el paraíso de la bestia, aquí soñamos, aquí fuimos, nos amamos, y te jura mi alma jamás conocerás el olvido, que se apiade de mi tu destino y donde quiera que estés encuentres motivo para luchar y reír, a todo lo que soy, mi ser, mi esencia, aún lo que está por encontrar y lo que todavía no entiendo de mi, pero todo te extraña, te piensa y en silencio suspiro yo al viento versos de amor inaudibles, en tu nombre, a tu honor y a mi orgullo, en todo diré que si, te amo, te ame antes de que todo existiera y te amare hasta que ya no exista y mi conciencia se pierda en la oscuridad, y diré también.. no te necesito, porque no existe necesidad alguna, es vivir el momento sin arrepentimiento, culpame por todo lo malo, puedes, igual no importa, nada puede borrar el recuerdo de una sonrisa genuina, yo no tengo fe, ni devoción, el sentir es distinto y la idea de amor diferente, estamos atados a la mortalidad, ódiame, no me olvides, porque igual yo te amare, el placer es un detalle de pocas palabras para expresar, a ese corazón se le guarda como el mayor de los tesoros, en extremo celoso, en los juegos perverso, si, puedes culparme de todo y demás y eso no cambiará nada, lo harías de nuevo una y mil veces, si nos dieran la opción de repetirlo yo le pongo pausa, todavía estaría abrazándote bajo las sábanas, jun, soy una bestia Pero no una cualquiera, pero te ame, me enamore, vaya estupidez era la única regla que no podía romper, y fue el caos más hermoso que he vivido, si, que más .. ?? no hay mucho y mil cosas como las promesas que viajan en la aurora .

    Vestigia ..

    Pendragon
    - Y el verso termina .. hasta que la vida nos alcance, porque ya no existe otra devoción, ni otro Tirano después de él, ave Basilia en tu corazón guardas el paraíso de la bestia, aquí soñamos, aquí fuimos, nos amamos, y te jura mi alma jamás conocerás el olvido, que se apiade de mi tu destino y donde quiera que estés encuentres motivo para luchar y reír, a todo lo que soy, mi ser, mi esencia, aún lo que está por encontrar y lo que todavía no entiendo de mi, pero todo te extraña, te piensa y en silencio suspiro yo al viento versos de amor inaudibles, en tu nombre, a tu honor y a mi orgullo, en todo diré que si, te amo, te ame antes de que todo existiera y te amare hasta que ya no exista y mi conciencia se pierda en la oscuridad, y diré también.. no te necesito, porque no existe necesidad alguna, es vivir el momento sin arrepentimiento, culpame por todo lo malo, puedes, igual no importa, nada puede borrar el recuerdo de una sonrisa genuina, yo no tengo fe, ni devoción, el sentir es distinto y la idea de amor diferente, estamos atados a la mortalidad, ódiame, no me olvides, porque igual yo te amare, el placer es un detalle de pocas palabras para expresar, a ese corazón se le guarda como el mayor de los tesoros, en extremo celoso, en los juegos perverso, si, puedes culparme de todo y demás y eso no cambiará nada, lo harías de nuevo una y mil veces, si nos dieran la opción de repetirlo yo le pongo pausa, todavía estaría abrazándote bajo las sábanas, jun, soy una bestia Pero no una cualquiera, pero te ame, me enamore, vaya estupidez era la única regla que no podía romper, y fue el caos más hermoso que he vivido, si, que más .. ?? no hay mucho y mil cosas como las promesas que viajan en la aurora . Vestigia .. Pendragon
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  • Diego Alejandro De La Vega
    —No quiero yo dejar a nadie en el paro, pero... ¿No crees que yo quedo mucho mejor como secretaria, que la Gladis esa?
    Además, no soy una borde con la gente...
    [THER0GUEAUROR] —No quiero yo dejar a nadie en el paro, pero... ¿No crees que yo quedo mucho mejor como secretaria, que la Gladis esa? Además, no soy una borde con la gente...
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  • Capítulo Final — El Señor de las Sombras: Amo de los Elementos y la Oscuridad

    La sala final del Castillo de las Sombras se transformó en un altar de poder absoluto.
    El suelo se fracturó en placas flotantes, el aire vibraba con energía, y el cielo sobre ellos —si es que aún existía— se tornó púrpura, como si el mundo estuviera a punto de colapsar.
    El Señor de las Sombras se alzó en el centro, sin conjurar, sin hablar. Su cuerpo era una amalgama de sombra viva, pero ahora, cuatro núcleos elementales giraban a su alrededor: brasas ardientes, corrientes de agua, espirales de viento y fragmentos de roca flotante. Cada uno pulsaba con poder ancestral.
    Yukine y Lidica, apenas de pie, sintieron cómo el aire se volvía más pesado. El Amuleto del Destino temblaba. Esta vez, no era solo oscuridad. Era todo.
    El Señor de las Sombras extendió una mano, y el suelo se alzó como una ola de piedra. Columnas de obsidiana emergieron violentamente, atrapando a Lidica entre muros móviles. Yukine intentó volar con levitación, pero el campo gravitacional se duplicó. Su cuerpo cayó como plomo.
    Lidica, atrapada, fue aplastada por una presión tectónica. Sus huesos crujían. Cada intento de escape era bloqueado por muros que se regeneraban.
    Yukine, con la magia desestabilizada, intentó usar hechizos de vibración para romper las rocas, pero el Señor de las Sombras absorbía la energía y la devolvía como ondas sísmicas.
    Ambos fueron enterrados vivos por segundos. Solo el vínculo mágico entre ellos les permitió sincronizar una explosión de energía que los liberó… pero no sin heridas graves.
    El enemigo giró sobre sí mismo, y una espiral de fuego infernal se desató. No era fuego común: era fuego que quemaba recuerdos, que convertía emociones en cenizas.
    Yukine fue alcanzado por una llamarada que le arrancó parte de su túnica mágica. Su piel se agrietó, y su mente comenzó a olvidar hechizos que había memorizado desde niño.
    Lidica, envuelta en llamas, vio a su hermana arder frente a ella. El fuego no solo quemaba su cuerpo, sino que la obligaba a revivir su peor trauma.
    El Señor de las Sombras caminaba entre las llamas sin ser tocado. Cada paso provocaba explosiones. Yukine intentó conjurar una “Llama Invertida”, pero el fuego del enemigo era absoluto.
    Lidica, con los brazos quemados, logró lanzar una daga encantada que desvió una llamarada… pero cayó de rodillas, jadeando.
    El enemigo alzó ambas manos, y la sala se inundó en segundos. Corrientes de agua oscura envolvieron a los héroes, arrastrándolos a un plano líquido donde no había arriba ni abajo.
    Yukine fue sumergido en una ilusión acuática donde todos sus logros eran borrados. Veía su vida deshacerse como tinta en el agua.
    Lidica se ahogaba, no por falta de aire, sino por la presión emocional. Cada burbuja que escapaba de su boca era un recuerdo que se perdía.
    El Señor de las Sombras se convirtió en una serpiente marina de sombra líquida, atacando desde todas direcciones. Yukine logró conjurar una burbuja de aire, pero su energía estaba al límite. Lidica, con los pulmones colapsando, usó su último frasco de poción para recuperar apenas lo suficiente para moverse.
    El enemigo se elevó, y el viento se volvió cuchillas. Corrientes invisibles cortaban la piel, los músculos, incluso la magia.
    Yukine fue lanzado contra una pared por una ráfaga que rompía barreras mágicas. Su brazo izquierdo quedó inutilizado.
    Lidica intentó correr, pero el viento la desorientaba. Cada paso la llevaba a un lugar distinto. Su percepción del espacio se rompía.
    El Señor de las Sombras se multiplicó en formas aéreas, atacando con velocidad imposible. Yukine y Lidica no podían seguirle el ritmo. Cada segundo era una herida nueva. Cada intento de defensa era inútil.
    Ambos cayeron. Yukine, sangrando, con la magia casi extinguida. Lidica, con las piernas rotas, sin dagas, sin aire. El Amuleto del Destino cayó al suelo, apagado.
    El Señor de las Sombras descendió lentamente. Su voz resonó como un trueno:
    —“¿Esto es todo? ¿Esto es lo que el mundo llama esperanza?”
    Yukine intentó levantarse. Lidica extendió la mano. , pero no alcanzaba. El mundo se desmoronaba.
    Y entonces… algo se quebró.
    Dentro del pecho de Yukine, una marca que siempre había sentido como una cicatriz comenzó a arder. No era dolor físico. Era una ruptura. Un sello místico, impuesto por su maestro años atrás, se deshacía lentamente, como si el universo reconociera que ya no había otra opción.
    Yukine gritó. No por sufrimiento, sino por liberación.
    Su maestro le había dicho una vez:
    “Hay una parte de ti que no debes tocar… hasta que el mundo esté a punto de caer, pero el precio a pagar sera muy alto”
    La marca se expandió por su cuerpo, revelando runas antiguas que brillaban con luz azul oscura. No era magia convencional. Era magia de origen, una energía que no requería palabras, gestos ni concentración. Era voluntad pura, conectada directamente al tejido del mundo.
    Yukine se levantó. Su cuerpo seguía herido, pero la energía que lo envolvía lo sostenía. Sus ojos brillaban con un fulgor que no era humano. El Amuleto del Destino reaccionó, no absorbiendo su poder… sino alineándose con él.
    Lidica, aún en el suelo, sintió la presión cambiar. El aire se volvió más denso. El Señor de las Sombras se detuvo por primera vez.
    —“¿Qué… es eso?” —gruñó.
    Yukine no respondió. No podía. El poder que lo atravesaba hablaba por él.
    El Señor de las Sombras desató todo su poder: fuego, agua, viento, tierra, sombra. El mundo tembló. El cielo se rasgó. El suelo se partió.
    Yukine, guiado por el poder liberado, no esquivaba. No bloqueaba. Absorbía. Cada elemento era neutralizado por una runa que surgía espontáneamente en su piel. Cada ataque era redirigido, transformado, devuelto.
    Pero el poder tenía un precio.
    Con cada segundo, el sello se consumía. Yukine sentía su alma fragmentarse. Su cuerpo comenzaba a descomponerse por dentro. Era demasiado. Incluso para él.
    Lidica, viendo esto, usó lo que le quedaba de fuerza para canalizar su energía en el Amuleto. No para atacar. Para estabilizar a Yukine. Su vínculo no era emocional esta vez. Era técnico. Preciso. Ella se convirtió en el ancla que evitó que Yukine se desintegrara.
    Juntos, lanzaron el golpe final.
    Una onda de magia de origen, reforzada por el Amuleto y sostenida por Lidica, atravesó el núcleo del Señor de las Sombras.
    El enemigo gritó. No por dolor. Por incredulidad.
    —“¡No pueden vencerme! ¡Yo soy el fin!”
    —“Entonces este es el fin… de ti.” —respondieron juntos.
    Yukine cayó. Su cuerpo colapsó. El sello estaba roto. El poder se había ido. Lidica lo sostuvo, con lágrimas en los ojos.
    —“Lo lograste… pero casi te pierdo.” —susurró.
    El Amuleto del Destino brilló una última vez, estabilizando el entorno. El Castillo colapsó. La oscuridad retrocedió.
    Y el mundo… comenzó a sanar.
    La caída del Señor de las Sombras no fue una explosión, ni un grito final. Fue un silencio. Un vacío que se disipó lentamente, como la niebla al amanecer. El Castillo de las Sombras se desmoronó en fragmentos de obsidiana que se hundieron en la tierra, como si el mundo mismo quisiera enterrar su memoria.
    El cielo, antes teñido de púrpura y tormenta, comenzó a abrirse. No con luz intensa, sino con una claridad suave, como si el sol dudara en volver a mirar.
    El mundo no celebró. No aún. Primero, lloró.
    Yukine y Lidica fueron encontrados entre los escombros del Castillo de las Sombras por los sabios del Bosque de los Ancestros. No como guerreros invencibles, sino como sobrevivientes al borde de la muerte.
    Yukine fue llevado inconsciente al Santuario de las Aguas Silentes, donde los sabios del norte intentaron estabilizar su cuerpo. El sello roto había liberado un poder ancestral, pero también había dejado grietas profundas en su alma. Durante semanas, su magia fluctuaba sin control. A veces, su cuerpo brillaba con runas vivas. Otras, se apagaba por completo.
    Lidica, con las piernas fracturadas, quemaduras internas y una fatiga que no se curaba con pociones, fue atendida por los druidas del Valle del Viento. Su cuerpo sanaba lentamente, pero su mente seguía atrapada en los ecos de la batalla. A menudo despertaba gritando, creyendo que el Señor de las Sombras aún estaba allí.
    Ambos estaban vivos. Pero no intactos.
    Pasaron varios meses antes de que Yukine abriera los ojos. Lo primero que vio fue a Lidica dormida a su lado, con una venda en el rostro y una cicatriz nueva en el cuello. Lo primero que dijo fue:
    —“¿Ganamos?”
    Lidica despertó. No respondió. Solo lo abrazó. Y ambos lloraron. No por la victoria. Sino por todo lo que costó.
    La magia oscura que había envuelto los reinos comenzó a disiparse. Las criaturas que habían huido —dragones, espíritus del bosque, guardianes elementales— regresaron poco a poco. Las tierras malditas florecieron. Los ríos contaminados se limpiaron. Las aldeas que vivían bajo el miedo comenzaron a reconstruirse.
    los campos ardidos por el fuego se convirtieron en jardines de luz.
    los lagos recuperaron su cristalino reflejo, y los peces dorados volvieron a danzar.
    los vientos que antes cortaban ahora movían molinos que alimentaban aldeas enteras.
    las montañas fracturadas fueron talladas en monumentos a los caídos.
    Los pueblos no erigieron estatuas de Yukine y Lidica. En cambio, sembraron árboles. Porque sabían que la verdadera victoria no era recordar la guerra… sino cultivar la paz.
    Los descendientes de los Guardianes elementales se reunieron en el Círculo de la Aurora, donde juraron proteger el equilibrio y evitar que el poder se concentrara en una sola mano.
    El Amuleto del Destino fue sellado en el Templo de la Luz Silente, no como arma, sino como testigo. Solo Yukine y Lidica podían acceder a él, y ambos decidieron no volver a usarlo… a menos que el mundo volviera a olvidar lo que costó la paz.
    No regresaron a sus antiguas vidas. Yukine no volvió a su torre. Lidica no retomó la senda del combate. En cambio, caminaron juntos por los pueblos, enseñando a los niños a leer las estrellas, ayudando a los ancianos a reconstruir sus hogares, escuchando las historias de quienes sobrevivieron.
    A veces, simplemente se sentaban bajo un árbol, en silencio. Porque el silencio, después de tanto dolor, era también una forma de paz.
    —“¿Crees que esto durará?” —preguntó Lidica una tarde.
    —“No lo sé.” —respondió Yukine, mirando el cielo. —“Pero si vuelve la oscuridad… sabrá que no estamos solos.”
    Capítulo Final — El Señor de las Sombras: Amo de los Elementos y la Oscuridad La sala final del Castillo de las Sombras se transformó en un altar de poder absoluto. El suelo se fracturó en placas flotantes, el aire vibraba con energía, y el cielo sobre ellos —si es que aún existía— se tornó púrpura, como si el mundo estuviera a punto de colapsar. El Señor de las Sombras se alzó en el centro, sin conjurar, sin hablar. Su cuerpo era una amalgama de sombra viva, pero ahora, cuatro núcleos elementales giraban a su alrededor: brasas ardientes, corrientes de agua, espirales de viento y fragmentos de roca flotante. Cada uno pulsaba con poder ancestral. Yukine y Lidica, apenas de pie, sintieron cómo el aire se volvía más pesado. El Amuleto del Destino temblaba. Esta vez, no era solo oscuridad. Era todo. El Señor de las Sombras extendió una mano, y el suelo se alzó como una ola de piedra. Columnas de obsidiana emergieron violentamente, atrapando a Lidica entre muros móviles. Yukine intentó volar con levitación, pero el campo gravitacional se duplicó. Su cuerpo cayó como plomo. Lidica, atrapada, fue aplastada por una presión tectónica. Sus huesos crujían. Cada intento de escape era bloqueado por muros que se regeneraban. Yukine, con la magia desestabilizada, intentó usar hechizos de vibración para romper las rocas, pero el Señor de las Sombras absorbía la energía y la devolvía como ondas sísmicas. Ambos fueron enterrados vivos por segundos. Solo el vínculo mágico entre ellos les permitió sincronizar una explosión de energía que los liberó… pero no sin heridas graves. El enemigo giró sobre sí mismo, y una espiral de fuego infernal se desató. No era fuego común: era fuego que quemaba recuerdos, que convertía emociones en cenizas. Yukine fue alcanzado por una llamarada que le arrancó parte de su túnica mágica. Su piel se agrietó, y su mente comenzó a olvidar hechizos que había memorizado desde niño. Lidica, envuelta en llamas, vio a su hermana arder frente a ella. El fuego no solo quemaba su cuerpo, sino que la obligaba a revivir su peor trauma. El Señor de las Sombras caminaba entre las llamas sin ser tocado. Cada paso provocaba explosiones. Yukine intentó conjurar una “Llama Invertida”, pero el fuego del enemigo era absoluto. Lidica, con los brazos quemados, logró lanzar una daga encantada que desvió una llamarada… pero cayó de rodillas, jadeando. El enemigo alzó ambas manos, y la sala se inundó en segundos. Corrientes de agua oscura envolvieron a los héroes, arrastrándolos a un plano líquido donde no había arriba ni abajo. Yukine fue sumergido en una ilusión acuática donde todos sus logros eran borrados. Veía su vida deshacerse como tinta en el agua. Lidica se ahogaba, no por falta de aire, sino por la presión emocional. Cada burbuja que escapaba de su boca era un recuerdo que se perdía. El Señor de las Sombras se convirtió en una serpiente marina de sombra líquida, atacando desde todas direcciones. Yukine logró conjurar una burbuja de aire, pero su energía estaba al límite. Lidica, con los pulmones colapsando, usó su último frasco de poción para recuperar apenas lo suficiente para moverse. El enemigo se elevó, y el viento se volvió cuchillas. Corrientes invisibles cortaban la piel, los músculos, incluso la magia. Yukine fue lanzado contra una pared por una ráfaga que rompía barreras mágicas. Su brazo izquierdo quedó inutilizado. Lidica intentó correr, pero el viento la desorientaba. Cada paso la llevaba a un lugar distinto. Su percepción del espacio se rompía. El Señor de las Sombras se multiplicó en formas aéreas, atacando con velocidad imposible. Yukine y Lidica no podían seguirle el ritmo. Cada segundo era una herida nueva. Cada intento de defensa era inútil. Ambos cayeron. Yukine, sangrando, con la magia casi extinguida. Lidica, con las piernas rotas, sin dagas, sin aire. El Amuleto del Destino cayó al suelo, apagado. El Señor de las Sombras descendió lentamente. Su voz resonó como un trueno: —“¿Esto es todo? ¿Esto es lo que el mundo llama esperanza?” Yukine intentó levantarse. Lidica extendió la mano. , pero no alcanzaba. El mundo se desmoronaba. Y entonces… algo se quebró. Dentro del pecho de Yukine, una marca que siempre había sentido como una cicatriz comenzó a arder. No era dolor físico. Era una ruptura. Un sello místico, impuesto por su maestro años atrás, se deshacía lentamente, como si el universo reconociera que ya no había otra opción. Yukine gritó. No por sufrimiento, sino por liberación. Su maestro le había dicho una vez: “Hay una parte de ti que no debes tocar… hasta que el mundo esté a punto de caer, pero el precio a pagar sera muy alto” La marca se expandió por su cuerpo, revelando runas antiguas que brillaban con luz azul oscura. No era magia convencional. Era magia de origen, una energía que no requería palabras, gestos ni concentración. Era voluntad pura, conectada directamente al tejido del mundo. Yukine se levantó. Su cuerpo seguía herido, pero la energía que lo envolvía lo sostenía. Sus ojos brillaban con un fulgor que no era humano. El Amuleto del Destino reaccionó, no absorbiendo su poder… sino alineándose con él. Lidica, aún en el suelo, sintió la presión cambiar. El aire se volvió más denso. El Señor de las Sombras se detuvo por primera vez. —“¿Qué… es eso?” —gruñó. Yukine no respondió. No podía. El poder que lo atravesaba hablaba por él. El Señor de las Sombras desató todo su poder: fuego, agua, viento, tierra, sombra. El mundo tembló. El cielo se rasgó. El suelo se partió. Yukine, guiado por el poder liberado, no esquivaba. No bloqueaba. Absorbía. Cada elemento era neutralizado por una runa que surgía espontáneamente en su piel. Cada ataque era redirigido, transformado, devuelto. Pero el poder tenía un precio. Con cada segundo, el sello se consumía. Yukine sentía su alma fragmentarse. Su cuerpo comenzaba a descomponerse por dentro. Era demasiado. Incluso para él. Lidica, viendo esto, usó lo que le quedaba de fuerza para canalizar su energía en el Amuleto. No para atacar. Para estabilizar a Yukine. Su vínculo no era emocional esta vez. Era técnico. Preciso. Ella se convirtió en el ancla que evitó que Yukine se desintegrara. Juntos, lanzaron el golpe final. Una onda de magia de origen, reforzada por el Amuleto y sostenida por Lidica, atravesó el núcleo del Señor de las Sombras. El enemigo gritó. No por dolor. Por incredulidad. —“¡No pueden vencerme! ¡Yo soy el fin!” —“Entonces este es el fin… de ti.” —respondieron juntos. Yukine cayó. Su cuerpo colapsó. El sello estaba roto. El poder se había ido. Lidica lo sostuvo, con lágrimas en los ojos. —“Lo lograste… pero casi te pierdo.” —susurró. El Amuleto del Destino brilló una última vez, estabilizando el entorno. El Castillo colapsó. La oscuridad retrocedió. Y el mundo… comenzó a sanar. La caída del Señor de las Sombras no fue una explosión, ni un grito final. Fue un silencio. Un vacío que se disipó lentamente, como la niebla al amanecer. El Castillo de las Sombras se desmoronó en fragmentos de obsidiana que se hundieron en la tierra, como si el mundo mismo quisiera enterrar su memoria. El cielo, antes teñido de púrpura y tormenta, comenzó a abrirse. No con luz intensa, sino con una claridad suave, como si el sol dudara en volver a mirar. El mundo no celebró. No aún. Primero, lloró. Yukine y Lidica fueron encontrados entre los escombros del Castillo de las Sombras por los sabios del Bosque de los Ancestros. No como guerreros invencibles, sino como sobrevivientes al borde de la muerte. Yukine fue llevado inconsciente al Santuario de las Aguas Silentes, donde los sabios del norte intentaron estabilizar su cuerpo. El sello roto había liberado un poder ancestral, pero también había dejado grietas profundas en su alma. Durante semanas, su magia fluctuaba sin control. A veces, su cuerpo brillaba con runas vivas. Otras, se apagaba por completo. Lidica, con las piernas fracturadas, quemaduras internas y una fatiga que no se curaba con pociones, fue atendida por los druidas del Valle del Viento. Su cuerpo sanaba lentamente, pero su mente seguía atrapada en los ecos de la batalla. A menudo despertaba gritando, creyendo que el Señor de las Sombras aún estaba allí. Ambos estaban vivos. Pero no intactos. Pasaron varios meses antes de que Yukine abriera los ojos. Lo primero que vio fue a Lidica dormida a su lado, con una venda en el rostro y una cicatriz nueva en el cuello. Lo primero que dijo fue: —“¿Ganamos?” Lidica despertó. No respondió. Solo lo abrazó. Y ambos lloraron. No por la victoria. Sino por todo lo que costó. La magia oscura que había envuelto los reinos comenzó a disiparse. Las criaturas que habían huido —dragones, espíritus del bosque, guardianes elementales— regresaron poco a poco. Las tierras malditas florecieron. Los ríos contaminados se limpiaron. Las aldeas que vivían bajo el miedo comenzaron a reconstruirse. los campos ardidos por el fuego se convirtieron en jardines de luz. los lagos recuperaron su cristalino reflejo, y los peces dorados volvieron a danzar. los vientos que antes cortaban ahora movían molinos que alimentaban aldeas enteras. las montañas fracturadas fueron talladas en monumentos a los caídos. Los pueblos no erigieron estatuas de Yukine y Lidica. En cambio, sembraron árboles. Porque sabían que la verdadera victoria no era recordar la guerra… sino cultivar la paz. Los descendientes de los Guardianes elementales se reunieron en el Círculo de la Aurora, donde juraron proteger el equilibrio y evitar que el poder se concentrara en una sola mano. El Amuleto del Destino fue sellado en el Templo de la Luz Silente, no como arma, sino como testigo. Solo Yukine y Lidica podían acceder a él, y ambos decidieron no volver a usarlo… a menos que el mundo volviera a olvidar lo que costó la paz. No regresaron a sus antiguas vidas. Yukine no volvió a su torre. Lidica no retomó la senda del combate. En cambio, caminaron juntos por los pueblos, enseñando a los niños a leer las estrellas, ayudando a los ancianos a reconstruir sus hogares, escuchando las historias de quienes sobrevivieron. A veces, simplemente se sentaban bajo un árbol, en silencio. Porque el silencio, después de tanto dolor, era también una forma de paz. —“¿Crees que esto durará?” —preguntó Lidica una tarde. —“No lo sé.” —respondió Yukine, mirando el cielo. —“Pero si vuelve la oscuridad… sabrá que no estamos solos.”
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  • 𝑁𝑜 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑜 𝑣𝑜𝑙𝑣𝑒𝑟 𝑎 𝑒𝑠𝑐𝑢𝑐ℎ𝑎𝑟 𝑡𝑢 𝑣𝑜𝑧. 𝑁𝑜 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑜 𝑣𝑜𝑙𝑣𝑒𝑟 𝑎 𝑣𝑒𝑟𝑡𝑒
    Fandom Harry Potter
    Categoría Acción
    𝑠𝑡𝑎𝑟𝑡𝑒𝑟 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝓙𝑒𝑠𝑠 𝓦𝑖𝑙𝑙𝑜𝑤𝑠

    Hubiera querido llorar. Hubiera querido poder gritar, hacerla entender, rogarle, abrazarla, ponerse de rodillas y suplicarle, hubiera bebido litros y litros de veritaserum, hubiera hecho lo que fuera para no perderla.
    Haber matado a un hombre, haber destrozado el Ministerio de Gran Bretaña, haber sido traicionado por Barnabas, perder su trabajo, ser encarcelado, la suerte que quisiera depararle el Wizengamot… Todo aquello le daba igual, nada era tan importante para él como Jessica, estaba dispuesto a perderlo todo, sabía lo que arriesgaba entrando en el plan de aquel hombre, pero no podia soportar esa mirada que pretendía ser fría, pero que había aprendido a leer tan bien durante aquel tiempo que podia ver todo el dolor, la traición, y el daño que él mismo le había causado a través de su muro helado.

    Jessica no le había convertido en un hombre nuevo. No. Ella había sido la primera y la única que había sabido ver quien era realmente él, le había enseñado un mundo, su mundo, uno feliz junto a ella y como vivirlo. Había reído a carcajadas, había derribado barreras internas, había crecido personal y profesionalmente.
    Y ahora sin ella a su lado había caído en un pozo, en un vacío del que no podia salir.

    Aún podia rememorar con escalofriante detalle las palabras de Jessica aquel terrible día en que ella había descubierto todo, "[...] 𝑁𝑜 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑜 𝑣𝑜𝑙𝑣𝑒𝑟 𝑎 𝑒𝑠𝑐𝑢𝑐ℎ𝑎𝑟 𝑡𝑢 𝑣𝑜𝑧. 𝑁𝑜 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑜 𝑣𝑜𝑙𝑣𝑒𝑟 𝑎 𝑣𝑒𝑟𝑡𝑒 [...] 𝑌𝑜 𝑦𝑎 𝑛𝑜 𝑠𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑛𝑎𝑑𝑎 𝑝𝑜𝑟 𝑡𝑖."
    Todo lo que había ocurrido después de aquello estaba borroso en su mente, era un barullo de voces, y presencias mientras él era desarmado y maniatado por Jessica.
    Le habían trasladado a las celdas de MACUSA desde donde esperaba el juicio que decidiría su suerte. Desde allí recordaba, rememoraba. Casi siempre se decantaba por los últimos momentos, por aquellos que le habían llevado allí, porque entrarse en aquellos momentos de su relación en los que habían sido felices, dolía mucho más.

    Había preguntado por ella, esperaba poder verla, aún, aunque fuera una necedad, esperaba que pasadas aquellas semanas Jessica hubiera recapacitado, hubiera visto algo de verdad en sus palabras, en su mirada. Pero jamás nadie le dio una respuesta, y ella jamás había bajado a aquellas lúgubres celdas a visitarlo.

    Los días, largos en aquella pequeña celda, se convierten en semanas, y las semanas en meses.
    Casi cuando está a punto de cumplirse su segundo mes allí, la cita con el tribunal mágico es celebrada.
    Sabía que aquella vez sí, volvería a ver a Jessica, y esa expectativa junto con la esperanza de que aquello acabara de una vez por todas, era su mayor motivación en esos momentos.
    El elegante Marcus Byrne hace su aparición en la sala del tribunal con un aspecto mucho más desmejorado, sus rizos despeinados, una suave sombra de barba en su rostro, con una apariencia más delgada, los hombros hundidos por el desánimo, y unos ojos tristes que habían perdido su brillo y que solo buscaban los de la auror que había sido llamada como testigo.

    Las declaraciones de todos los testigos son dilapidarías. Sabía que no tenía mucho que hacer, o más bien dicho nada. No era esperanza en una sentencia favorable lo que vibraba en su pecho, era el miedo que da el saber que tu futuro está en manos de otras personas, que ya no eres dueño de tu vida.

    La sentencia había sido dura y clara, pero su abogado, las vidas salvadas de aquellos niños y su colaboración sobre Barnabas le habían librado de un destino mucho más aciago que el que se le había impuesto.
    Sabía que no iba a recuperar su placa de auror, aquella que le habían arrebatado antes de encerrarlo, sabía que su nombre iría marcado para siempre con aquella terrible mancha. Que no podría dedicarse a lo que había nacido para ser, sabía que aunque no le habían impuesto esa condena, el Marcus Byrne que había sido hasta ese momento había muerto.
    Sabía todo aquello, sabía que ahora debería aprender a vivir como otra persona diferente, que había sido repudiado, expulsado, deshonrado y desterrado. Sabía todo aquello, pero…

    Esa era su última oportunidad, la última vez que podría intentarlo. No la buscaría, no iría tras ella, no la iba a molestar más, no llenaría su vida de dolor, la dejaría ir, desaparecería del mundo, pero tenía que intentarlo, una sola vez más.
    Así por primera vez después de su largo testimonio, cuando ella pasa por su lado, sus labios se despegan, y con voz algo temblorosa, pronuncia su nombre, pero es como un susurro en el viento frente a un paisaje desierto. Se pierde ascendiendo hacia los altos tejados de la sala mientras él sin obtener respuesta ve desaparecer a Jessica por la puerta.

    UN AÑO DESPUES

    Valdora está anclado en las montañas laurentinas de Quebec, aislado del mundo, rodeado de pinos y niebla perpetua.
    Las leyendas cuentan que el pueblo mágico de Valdora, fue fundado en 1674 por magos franco-canadienses que huyendo de la persecución en Europa, siguieron las increíbles luces de la aurora hasta el punto donde estas se encontraban con el suelo, en un bosque de pinos bendecido y protegido por espíritus guardianes de la naturaleza.
    Como rezan los cuentos, aquel pueblo es el lugar donde los terrenal y lo sobrenatural conviven en armonía.

    En aquel emplazamiento idílico y aislado era donde Marcus Byrne había intentado reconstruir su vida.
    Había llegado allí buscando dejar atrás su pasado, tanto física como mentalmente. La primera parte del plan era sencilla, el problema radicaba en la segunda.
    Se había presentado como Connor, dejando atrás su nombre de pila, y nadie conocía su apellido. Tenía una modesta casita y trabajaba en la única taberna del pueblo.

    Ya no era el auror elegante y orgulloso que había sido. Ahora era un camarero, al que nadie había visto sonreír, era un hombre serio y reservado, pero también un vecino tranquilo y amable con todo el mundo, que jamás había provocado o estado involucrado en un solo problema.
    En tan solo un año había conseguido formar parte de la vida y comunidad de aquel pequeño pueblo, sin llegar a exponerse demasiado pero ganándose la confianza de sus parroquianos.

    Marcus… Connor, a pesar de no ser su vocación, era un buen dueño de la barra, conocía a su público, sus horas, gustos y rutinas, aplaudía sus chistes, preguntaba por la familia y el trabajo, y esperaba con interés la respuesta. Él controlaba todo cuanto ocurría entre aquellas paredes, de esa forma cualquier cosa inusual era fácilmente reconocible para él.

    Pero si había algo que jamás hubiera esperado, no allí, no en los confines del mundo, no con él limpiando una jarra de hidromiel de espaldas a la puerta, no fuera de sus sueños, era el volver a escuchar aquella voz, que ella se dirigiera a él de forma directa, que ni si quiera le reconociera, y por supuesto no se esperaba el tener el valor como para girarse y enfrentarla, como para volver a mirarla a los ojos cuando hace un año era todo lo que le había pedido al universo, pero ya no era el mismo hombre que hacía un año.

    — En este pueblo no ocurre nada tan interesante como para llamar la atención de un auror, señorita.


    [𝑓𝑜𝑡𝑜 𝑑𝑒 𝑠𝑡𝑎𝑟𝑡𝑒𝑟: Hope Mikaelson ]
    𝑠𝑡𝑎𝑟𝑡𝑒𝑟 𝑝𝑎𝑟𝑎 [FIGHTERAUR0R] Hubiera querido llorar. Hubiera querido poder gritar, hacerla entender, rogarle, abrazarla, ponerse de rodillas y suplicarle, hubiera bebido litros y litros de veritaserum, hubiera hecho lo que fuera para no perderla. Haber matado a un hombre, haber destrozado el Ministerio de Gran Bretaña, haber sido traicionado por Barnabas, perder su trabajo, ser encarcelado, la suerte que quisiera depararle el Wizengamot… Todo aquello le daba igual, nada era tan importante para él como Jessica, estaba dispuesto a perderlo todo, sabía lo que arriesgaba entrando en el plan de aquel hombre, pero no podia soportar esa mirada que pretendía ser fría, pero que había aprendido a leer tan bien durante aquel tiempo que podia ver todo el dolor, la traición, y el daño que él mismo le había causado a través de su muro helado. Jessica no le había convertido en un hombre nuevo. No. Ella había sido la primera y la única que había sabido ver quien era realmente él, le había enseñado un mundo, su mundo, uno feliz junto a ella y como vivirlo. Había reído a carcajadas, había derribado barreras internas, había crecido personal y profesionalmente. Y ahora sin ella a su lado había caído en un pozo, en un vacío del que no podia salir. Aún podia rememorar con escalofriante detalle las palabras de Jessica aquel terrible día en que ella había descubierto todo, "[...] 𝑁𝑜 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑜 𝑣𝑜𝑙𝑣𝑒𝑟 𝑎 𝑒𝑠𝑐𝑢𝑐ℎ𝑎𝑟 𝑡𝑢 𝑣𝑜𝑧. 𝑁𝑜 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑜 𝑣𝑜𝑙𝑣𝑒𝑟 𝑎 𝑣𝑒𝑟𝑡𝑒 [...] 𝑌𝑜 𝑦𝑎 𝑛𝑜 𝑠𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑛𝑎𝑑𝑎 𝑝𝑜𝑟 𝑡𝑖." Todo lo que había ocurrido después de aquello estaba borroso en su mente, era un barullo de voces, y presencias mientras él era desarmado y maniatado por Jessica. Le habían trasladado a las celdas de MACUSA desde donde esperaba el juicio que decidiría su suerte. Desde allí recordaba, rememoraba. Casi siempre se decantaba por los últimos momentos, por aquellos que le habían llevado allí, porque entrarse en aquellos momentos de su relación en los que habían sido felices, dolía mucho más. Había preguntado por ella, esperaba poder verla, aún, aunque fuera una necedad, esperaba que pasadas aquellas semanas Jessica hubiera recapacitado, hubiera visto algo de verdad en sus palabras, en su mirada. Pero jamás nadie le dio una respuesta, y ella jamás había bajado a aquellas lúgubres celdas a visitarlo. Los días, largos en aquella pequeña celda, se convierten en semanas, y las semanas en meses. Casi cuando está a punto de cumplirse su segundo mes allí, la cita con el tribunal mágico es celebrada. Sabía que aquella vez sí, volvería a ver a Jessica, y esa expectativa junto con la esperanza de que aquello acabara de una vez por todas, era su mayor motivación en esos momentos. El elegante Marcus Byrne hace su aparición en la sala del tribunal con un aspecto mucho más desmejorado, sus rizos despeinados, una suave sombra de barba en su rostro, con una apariencia más delgada, los hombros hundidos por el desánimo, y unos ojos tristes que habían perdido su brillo y que solo buscaban los de la auror que había sido llamada como testigo. Las declaraciones de todos los testigos son dilapidarías. Sabía que no tenía mucho que hacer, o más bien dicho nada. No era esperanza en una sentencia favorable lo que vibraba en su pecho, era el miedo que da el saber que tu futuro está en manos de otras personas, que ya no eres dueño de tu vida. La sentencia había sido dura y clara, pero su abogado, las vidas salvadas de aquellos niños y su colaboración sobre Barnabas le habían librado de un destino mucho más aciago que el que se le había impuesto. Sabía que no iba a recuperar su placa de auror, aquella que le habían arrebatado antes de encerrarlo, sabía que su nombre iría marcado para siempre con aquella terrible mancha. Que no podría dedicarse a lo que había nacido para ser, sabía que aunque no le habían impuesto esa condena, el Marcus Byrne que había sido hasta ese momento había muerto. Sabía todo aquello, sabía que ahora debería aprender a vivir como otra persona diferente, que había sido repudiado, expulsado, deshonrado y desterrado. Sabía todo aquello, pero… Esa era su última oportunidad, la última vez que podría intentarlo. No la buscaría, no iría tras ella, no la iba a molestar más, no llenaría su vida de dolor, la dejaría ir, desaparecería del mundo, pero tenía que intentarlo, una sola vez más. Así por primera vez después de su largo testimonio, cuando ella pasa por su lado, sus labios se despegan, y con voz algo temblorosa, pronuncia su nombre, pero es como un susurro en el viento frente a un paisaje desierto. Se pierde ascendiendo hacia los altos tejados de la sala mientras él sin obtener respuesta ve desaparecer a Jessica por la puerta. UN AÑO DESPUES Valdora está anclado en las montañas laurentinas de Quebec, aislado del mundo, rodeado de pinos y niebla perpetua. Las leyendas cuentan que el pueblo mágico de Valdora, fue fundado en 1674 por magos franco-canadienses que huyendo de la persecución en Europa, siguieron las increíbles luces de la aurora hasta el punto donde estas se encontraban con el suelo, en un bosque de pinos bendecido y protegido por espíritus guardianes de la naturaleza. Como rezan los cuentos, aquel pueblo es el lugar donde los terrenal y lo sobrenatural conviven en armonía. En aquel emplazamiento idílico y aislado era donde Marcus Byrne había intentado reconstruir su vida. Había llegado allí buscando dejar atrás su pasado, tanto física como mentalmente. La primera parte del plan era sencilla, el problema radicaba en la segunda. Se había presentado como Connor, dejando atrás su nombre de pila, y nadie conocía su apellido. Tenía una modesta casita y trabajaba en la única taberna del pueblo. Ya no era el auror elegante y orgulloso que había sido. Ahora era un camarero, al que nadie había visto sonreír, era un hombre serio y reservado, pero también un vecino tranquilo y amable con todo el mundo, que jamás había provocado o estado involucrado en un solo problema. En tan solo un año había conseguido formar parte de la vida y comunidad de aquel pequeño pueblo, sin llegar a exponerse demasiado pero ganándose la confianza de sus parroquianos. Marcus… Connor, a pesar de no ser su vocación, era un buen dueño de la barra, conocía a su público, sus horas, gustos y rutinas, aplaudía sus chistes, preguntaba por la familia y el trabajo, y esperaba con interés la respuesta. Él controlaba todo cuanto ocurría entre aquellas paredes, de esa forma cualquier cosa inusual era fácilmente reconocible para él. Pero si había algo que jamás hubiera esperado, no allí, no en los confines del mundo, no con él limpiando una jarra de hidromiel de espaldas a la puerta, no fuera de sus sueños, era el volver a escuchar aquella voz, que ella se dirigiera a él de forma directa, que ni si quiera le reconociera, y por supuesto no se esperaba el tener el valor como para girarse y enfrentarla, como para volver a mirarla a los ojos cuando hace un año era todo lo que le había pedido al universo, pero ya no era el mismo hombre que hacía un año. — En este pueblo no ocurre nada tan interesante como para llamar la atención de un auror, señorita. [𝑓𝑜𝑡𝑜 𝑑𝑒 𝑠𝑡𝑎𝑟𝑡𝑒𝑟: [thetribrid] ]
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  • En los jardines silenciosos del Reino del Sueño, donde las flores se abrían solo bajo la luz de lunas que no existían en el mundo de los mortales, Morfeo caminaba con algo inusual en sus manos: una pequeña mariposa, regalo de alguien muy especial. 

    En su reino no era una mariposa común. Sus alas parecían hechas de luz líquida, y cada batir dibujaba en el aire un destello efímero, como si atrapara fragmentos de aurora. Morfeo, que rara vez sonreía, la observaba con un brillo casi infantil en los ojos.
    En los jardines silenciosos del Reino del Sueño, donde las flores se abrían solo bajo la luz de lunas que no existían en el mundo de los mortales, Morfeo caminaba con algo inusual en sus manos: una pequeña mariposa, regalo de alguien muy especial.  En su reino no era una mariposa común. Sus alas parecían hechas de luz líquida, y cada batir dibujaba en el aire un destello efímero, como si atrapara fragmentos de aurora. Morfeo, que rara vez sonreía, la observaba con un brillo casi infantil en los ojos.
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  • @ʍօʀքɦɛʊֆ
    —Esta noche, el Ojo del Crepúsculo vela en silencio, pues incluso el suspiro más leve puede quebrar el tejido del cielo.
    Cuando la aurora despierte, el Corazón de la Tempestad abrirá paso a la luz… no para disipar las sombras, sino para caminar con ellas.
    Sombras que no me acechan desde fuera, sino que nacen de mí: miedo, pena, duda… mi propio reflejo distorsionado.
    Y son ellas, no yo, las que ahora tiemblan… porque sienten que algo se acerca, algo que pondrá a prueba su derecho a existir.
    @[Oneiros_88] —Esta noche, el Ojo del Crepúsculo vela en silencio, pues incluso el suspiro más leve puede quebrar el tejido del cielo. Cuando la aurora despierte, el Corazón de la Tempestad abrirá paso a la luz… no para disipar las sombras, sino para caminar con ellas. Sombras que no me acechan desde fuera, sino que nacen de mí: miedo, pena, duda… mi propio reflejo distorsionado. Y son ellas, no yo, las que ahora tiemblan… porque sienten que algo se acerca, algo que pondrá a prueba su derecho a existir.
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  • — No le cae bien la secretaria de Diego Alejandro De La Vega pero a falta de otra modelo, y habiendo ocupado el escritorio del ex auror, Danielle se entretiene en dibujar a la buena mujer.—
    — No le cae bien la secretaria de [THER0GUEAUROR] pero a falta de otra modelo, y habiendo ocupado el escritorio del ex auror, Danielle se entretiene en dibujar a la buena mujer.—
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  • — Hasta los aurores más ocupados necesitan un dia para tomarse un respirito... Hoy es su dia libre, asi que Mine, como cada domingo, decide desconectar de su vida diaria por unas horas —

    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ #SeductiveSunday

    ㅤㅤㅤㅤㅤ #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    — Hasta los aurores más ocupados necesitan un dia para tomarse un respirito... Hoy es su dia libre, asi que Mine, como cada domingo, decide desconectar de su vida diaria por unas horas — ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ #SeductiveSunday ㅤㅤㅤㅤㅤ #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • ¡Hoy celebramos un cumpleaños en FicRol!
    ๋ 𝚅𝚊𝚗𝚢𝚊 ๋ está de celebración, así que… ¡que lluevan las felicitaciones!

    Un año más de historias, tramas y momentazos por vivir.
    Si le conoces, pásate a dejarle unas palabras. Y si no, ¡quizá sea un buen momento para hacerlo!

    ¡Feliz vuelta al sol, Vanya!
    🎉 ¡Hoy celebramos un cumpleaños en FicRol! 🎉 ✨ [Auroraghoulette12] está de celebración, así que… ¡que lluevan las felicitaciones! 🎂 Un año más de historias, tramas y momentazos por vivir. 💬 Si le conoces, pásate a dejarle unas palabras. Y si no, ¡quizá sea un buen momento para hacerlo! ¡Feliz vuelta al sol, Vanya! 🌟
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