• El choque de puños hizo retumbar el suelo. Takeru sintió cómo sus huesos crujían por el impacto, pero no se detuvo. Ryan tampoco.

    El Kure se deslizó con un movimiento casi imperceptible y lanzó un derechazo que impactó de lleno en la mandíbula de Takeru, haciéndolo retroceder varios pasos. Antes de que pudiera estabilizarse, Ryan ya estaba sobre él, encadenando golpes con una velocidad monstruosa.

    Un gancho al hígado. Un codazo al rostro. Una patada descendente que casi le parte el cráneo.

    Cada golpe de Ryan era como un martillazo, y Takeru apenas podía mantenerse en pie. Pero en lugar de rendirse, avanzó.

    —No te caes… —Ryan sonrió, con un brillo salvaje en los ojos—. ¡Entonces te haré pedazos!

    Ryan lanzó una ráfaga de golpes con ambos brazos, cada uno con la intención de acabar la pelea. Sin embargo, Takeru, con el instinto de un veterano de mil batallas, **se adaptó.**

    Desvió un golpe. Luego otro. Giró el torso para esquivar un codazo, flexionó las piernas y se deslizó bajo un gancho.

    **Out-boxing.**

    Las piernas de Takeru se movieron con precisión quirúrgica, su cabeza y torso esquivaban los ataques con movimientos fluidos. Ryan frunció el ceño, su ofensiva ya no conectaba como antes.

    En un instante, Takeru cambió de ritmo. Dejó de esquivar y pasó al contraataque.

    Un golpe al plexo solar de Ryan lo dejó sin aire. Antes de que pudiera reaccionar, un derechazo a la sien hizo que su cabeza girara. Takeru no se detuvo. Una combinación de puñetazos con el **estilo Niko** castigó el cuerpo de su oponente con precisión quirúrgica.

    Ryan intentó reaccionar, pero por primera vez en toda la pelea, **estaba siendo dominado.**

    —¡Esto aún no acaba! —gruñó Ryan, con la mirada llena de furia.

    Con un rugido, lanzó un rodillazo al mentón de Takeru. **Un golpe perfecto.**

    Pero Takeru ya lo había previsto.

    **Adamantino.**

    Su cuerpo se endureció en el último instante. La rodilla de Ryan impactó, pero en lugar de hacer daño, rebotó contra su piel endurecida.

    Los ojos de Ryan se abrieron con sorpresa.

    **"Es ahora."**

    **Bólido.**

    Takeru flexionó las piernas y **explotó hacia adelante** con toda la potencia de su cuerpo. Su puño derecho, reforzado con Adamantino, se lanzó directo al rostro de Ryan con la velocidad de un rayo.

    El impacto fue devastador.

    El cráneo de Ryan se inclinó violentamente hacia atrás, su cuerpo salió disparado como un muñeco de trapo. Atravesó el aire y se estrelló contra el suelo con un estruendo brutal.

    Silencio.

    Takeru respiró con dificultad, sintiendo cómo su cuerpo finalmente llegaba al límite. Frente a él, Ryan yacía en el suelo, inconsciente.

    La pelea había terminado.
    El choque de puños hizo retumbar el suelo. Takeru sintió cómo sus huesos crujían por el impacto, pero no se detuvo. Ryan tampoco. El Kure se deslizó con un movimiento casi imperceptible y lanzó un derechazo que impactó de lleno en la mandíbula de Takeru, haciéndolo retroceder varios pasos. Antes de que pudiera estabilizarse, Ryan ya estaba sobre él, encadenando golpes con una velocidad monstruosa. Un gancho al hígado. Un codazo al rostro. Una patada descendente que casi le parte el cráneo. Cada golpe de Ryan era como un martillazo, y Takeru apenas podía mantenerse en pie. Pero en lugar de rendirse, avanzó. —No te caes… —Ryan sonrió, con un brillo salvaje en los ojos—. ¡Entonces te haré pedazos! Ryan lanzó una ráfaga de golpes con ambos brazos, cada uno con la intención de acabar la pelea. Sin embargo, Takeru, con el instinto de un veterano de mil batallas, **se adaptó.** Desvió un golpe. Luego otro. Giró el torso para esquivar un codazo, flexionó las piernas y se deslizó bajo un gancho. **Out-boxing.** Las piernas de Takeru se movieron con precisión quirúrgica, su cabeza y torso esquivaban los ataques con movimientos fluidos. Ryan frunció el ceño, su ofensiva ya no conectaba como antes. En un instante, Takeru cambió de ritmo. Dejó de esquivar y pasó al contraataque. Un golpe al plexo solar de Ryan lo dejó sin aire. Antes de que pudiera reaccionar, un derechazo a la sien hizo que su cabeza girara. Takeru no se detuvo. Una combinación de puñetazos con el **estilo Niko** castigó el cuerpo de su oponente con precisión quirúrgica. Ryan intentó reaccionar, pero por primera vez en toda la pelea, **estaba siendo dominado.** —¡Esto aún no acaba! —gruñó Ryan, con la mirada llena de furia. Con un rugido, lanzó un rodillazo al mentón de Takeru. **Un golpe perfecto.** Pero Takeru ya lo había previsto. **Adamantino.** Su cuerpo se endureció en el último instante. La rodilla de Ryan impactó, pero en lugar de hacer daño, rebotó contra su piel endurecida. Los ojos de Ryan se abrieron con sorpresa. **"Es ahora."** **Bólido.** Takeru flexionó las piernas y **explotó hacia adelante** con toda la potencia de su cuerpo. Su puño derecho, reforzado con Adamantino, se lanzó directo al rostro de Ryan con la velocidad de un rayo. El impacto fue devastador. El cráneo de Ryan se inclinó violentamente hacia atrás, su cuerpo salió disparado como un muñeco de trapo. Atravesó el aire y se estrelló contra el suelo con un estruendo brutal. Silencio. Takeru respiró con dificultad, sintiendo cómo su cuerpo finalmente llegaba al límite. Frente a él, Ryan yacía en el suelo, inconsciente. La pelea había terminado.
    Me shockea
    2
    0 turnos 0 maullidos 192 vistas
  • Takeru Arakawa respiró hondo, apesar de medicamentos y remedios aún permanecía sintiendo el dolor punzante, en cada rincón de su cuerpo. Su combate anterior lo había dejado al borde del colapso. Las costillas le dolían al respirar, su brazo izquierdo respondía con lentitud y su pierna derecha estaba entumecida. Pero no había tiempo para lamentaciones.

    Frente a él, Ryan Kure lo observaba con su típica sonrisa confiada. No tenía un solo rasguño en el cuerpo. Era un depredador en su mejor estado.

    **"Estoy en desventaja. Mi cuerpo está al límite, y Ryan está fresco. Si peleo de frente, perderé. No puedo dejar que me dicte el ritmo. Debo adaptarme."**

    Takeru cerró los ojos por un instante, organizando su estrategia. Enfrentaría esto como lo había hecho siempre: combinando la precisión de su **out-boxing** con la versatilidad del **estilo Niko.** La clave sería moverse constantemente, evitar sus golpes y desgastarlo hasta encontrar una apertura.

    Exhaló y abrió los ojos. **La pelea había comenzado.**

    Ryan fue el primero en atacar. Su puño recto cortó el aire con una velocidad aterradora. Takeru apenas logró esquivarlo, pero el viento del golpe rozó su mejilla. Un segundo después, un rodillazo se dirigió a su abdomen. Bloqueó con el antebrazo, pero la fuerza lo hizo retroceder varios pasos.

    Ryan no le dio respiro. Sus ataques eran veloces y precisos, como si ya supiera cada movimiento de Takeru. Cada esquive era más difícil, cada bloqueo enviaba un impacto punzante a su ya debilitado cuerpo.

    **"Si esto sigue así, me va a destrozar."**

    Con un gruñido, Takeru activó **Posesión.** Su corazón latió con violencia, bombeando sangre a una velocidad inhumana. Sus músculos se tensaron, su piel se calentó. La fatiga y el dolor fueron arrastrados a un rincón de su mente.

    Ryan arqueó una ceja.

    —¿Eso es todo?

    Takeru desapareció de su vista. En un instante, apareció a su lado con un golpe directo al rostro. Ryan apenas pudo reaccionar, recibiendo el impacto de lleno. Su cabeza giró y su cuerpo retrocedió.

    —Interesante… —murmuró Ryan, limpiando la sangre de su labio.

    Entonces, su expresión cambió. **Liberación.**

    Takeru sintió un escalofrío. El cuerpo de Ryan se estremeció, sus pupilas se dilataron.

    —Si vamos a pelear en serio, entonces te mostraré lo que pasa cuando un Kure elimina sus limitaciones.

    Ryan desapareció.

    Antes de que Takeru pudiera reaccionar, un golpe demoledor impactó su abdomen, sacándole el aire. Luego, otro en la mandíbula. Su consciencia titiló. Sintió su cuerpo elevarse antes de ser estrellado contra el suelo con un brutal gancho.

    **"Es… demasiado rápido."**

    El mundo giró mientras intentaba ponerse de pie. Sus piernas tambaleaban, pero no podía ceder. Apoyándose en la fuerza de **Posesión,** rugió y se lanzó contra Ryan con un último golpe.

    Ambos puños chocaron en el aire, el impacto hizo temblar el suelo. El brazo de Takeru amenazaba con romperse, pero no se detuvo.

    **"Si caigo aquí, no tendré otra oportunidad."**

    Ryan sonrió, con una mirada de pura locura. **La pelea aún no había terminado.**

    Takeru Arakawa respiró hondo, apesar de medicamentos y remedios aún permanecía sintiendo el dolor punzante, en cada rincón de su cuerpo. Su combate anterior lo había dejado al borde del colapso. Las costillas le dolían al respirar, su brazo izquierdo respondía con lentitud y su pierna derecha estaba entumecida. Pero no había tiempo para lamentaciones. Frente a él, Ryan Kure lo observaba con su típica sonrisa confiada. No tenía un solo rasguño en el cuerpo. Era un depredador en su mejor estado. **"Estoy en desventaja. Mi cuerpo está al límite, y Ryan está fresco. Si peleo de frente, perderé. No puedo dejar que me dicte el ritmo. Debo adaptarme."** Takeru cerró los ojos por un instante, organizando su estrategia. Enfrentaría esto como lo había hecho siempre: combinando la precisión de su **out-boxing** con la versatilidad del **estilo Niko.** La clave sería moverse constantemente, evitar sus golpes y desgastarlo hasta encontrar una apertura. Exhaló y abrió los ojos. **La pelea había comenzado.** Ryan fue el primero en atacar. Su puño recto cortó el aire con una velocidad aterradora. Takeru apenas logró esquivarlo, pero el viento del golpe rozó su mejilla. Un segundo después, un rodillazo se dirigió a su abdomen. Bloqueó con el antebrazo, pero la fuerza lo hizo retroceder varios pasos. Ryan no le dio respiro. Sus ataques eran veloces y precisos, como si ya supiera cada movimiento de Takeru. Cada esquive era más difícil, cada bloqueo enviaba un impacto punzante a su ya debilitado cuerpo. **"Si esto sigue así, me va a destrozar."** Con un gruñido, Takeru activó **Posesión.** Su corazón latió con violencia, bombeando sangre a una velocidad inhumana. Sus músculos se tensaron, su piel se calentó. La fatiga y el dolor fueron arrastrados a un rincón de su mente. Ryan arqueó una ceja. —¿Eso es todo? Takeru desapareció de su vista. En un instante, apareció a su lado con un golpe directo al rostro. Ryan apenas pudo reaccionar, recibiendo el impacto de lleno. Su cabeza giró y su cuerpo retrocedió. —Interesante… —murmuró Ryan, limpiando la sangre de su labio. Entonces, su expresión cambió. **Liberación.** Takeru sintió un escalofrío. El cuerpo de Ryan se estremeció, sus pupilas se dilataron. —Si vamos a pelear en serio, entonces te mostraré lo que pasa cuando un Kure elimina sus limitaciones. Ryan desapareció. Antes de que Takeru pudiera reaccionar, un golpe demoledor impactó su abdomen, sacándole el aire. Luego, otro en la mandíbula. Su consciencia titiló. Sintió su cuerpo elevarse antes de ser estrellado contra el suelo con un brutal gancho. **"Es… demasiado rápido."** El mundo giró mientras intentaba ponerse de pie. Sus piernas tambaleaban, pero no podía ceder. Apoyándose en la fuerza de **Posesión,** rugió y se lanzó contra Ryan con un último golpe. Ambos puños chocaron en el aire, el impacto hizo temblar el suelo. El brazo de Takeru amenazaba con romperse, pero no se detuvo. **"Si caigo aquí, no tendré otra oportunidad."** Ryan sonrió, con una mirada de pura locura. **La pelea aún no había terminado.**
    Me shockea
    1
    1 turno 0 maullidos 203 vistas
  • Estamos juntas de nuevo!! Justice vuelve a la accion!

    Raora Panthera

    Cecilia Immergreen

    Elizabeth Rose Bloodflame
    Estamos juntas de nuevo!! Justice vuelve a la accion! [R0arr] [ember_amethyst_octopus_437] [stellar_turquoise_horse_232]
    Me gusta
    Me encocora
    4
    16 turnos 0 maullidos 408 vistas
  • Jimoto había escuchado rumores sobre un grupo de mercenarios con tecnología avanzada, conocidos como la **Patrulla Roja**. No les prestó demasiada atención hasta que, en una aldea remota, vio con sus propios ojos cómo interrogaban a los ancianos sobre las **esferas del dragón**. No podía permitirlo.

    —Oigan, ¿no creen que están siendo un poco insistentes? —dijo, apoyando las manos en los bolsillos mientras caminaba tranquilamente hacia ellos.

    Los soldados, vestidos con uniformes rojos y negros, voltearon con evidente molestia. Uno de ellos, más alto y con un rifle de energía, apuntó directo a Jimoto.

    —¿Y tú quién demonios eres? ¡No te metas en esto!

    Jimoto sonrió con calma. **No necesitaba armas, ni refuerzos, solo su propio poder.**

    —Yo solo pasaba por aquí... pero creo que es mi deber detener a los matones.

    Antes de que los soldados pudieran reaccionar, Jimoto desapareció de su vista. En un parpadeo, **reapareció detrás de ellos**. Un solo golpe en el casco de uno lo dejó inconsciente, otro cayó cuando Jimoto lo derribó con una patada giratoria.

    —¡Dispárenle! —gritó un oficial.

    Pero **era inútil**. Jimoto esquivaba los disparos con una facilidad insultante, moviéndose entre ellos como un viento imparable. Derribó a un grupo entero con una onda de energía que sacudió el suelo. Los pocos que quedaban en pie intentaron huir, pero Jimoto saltó y aterrizó frente a ellos con una sonrisa confiada.

    —Díganle a sus jefes que estas esferas **no** les pertenecen.

    Los mercenarios asintieron temblorosos y huyeron a toda velocidad. Jimoto los observó desaparecer en la distancia y cruzó los brazos.

    **Ahora era oficial.** La Patrulla Roja también estaba en busca de las esferas, lo que significaba que **esto se había convertido en una carrera.**

    **Pero si creían que podían superarlo… estaban muy equivocados.**
    Jimoto había escuchado rumores sobre un grupo de mercenarios con tecnología avanzada, conocidos como la **Patrulla Roja**. No les prestó demasiada atención hasta que, en una aldea remota, vio con sus propios ojos cómo interrogaban a los ancianos sobre las **esferas del dragón**. No podía permitirlo. —Oigan, ¿no creen que están siendo un poco insistentes? —dijo, apoyando las manos en los bolsillos mientras caminaba tranquilamente hacia ellos. Los soldados, vestidos con uniformes rojos y negros, voltearon con evidente molestia. Uno de ellos, más alto y con un rifle de energía, apuntó directo a Jimoto. —¿Y tú quién demonios eres? ¡No te metas en esto! Jimoto sonrió con calma. **No necesitaba armas, ni refuerzos, solo su propio poder.** —Yo solo pasaba por aquí... pero creo que es mi deber detener a los matones. Antes de que los soldados pudieran reaccionar, Jimoto desapareció de su vista. En un parpadeo, **reapareció detrás de ellos**. Un solo golpe en el casco de uno lo dejó inconsciente, otro cayó cuando Jimoto lo derribó con una patada giratoria. —¡Dispárenle! —gritó un oficial. Pero **era inútil**. Jimoto esquivaba los disparos con una facilidad insultante, moviéndose entre ellos como un viento imparable. Derribó a un grupo entero con una onda de energía que sacudió el suelo. Los pocos que quedaban en pie intentaron huir, pero Jimoto saltó y aterrizó frente a ellos con una sonrisa confiada. —Díganle a sus jefes que estas esferas **no** les pertenecen. Los mercenarios asintieron temblorosos y huyeron a toda velocidad. Jimoto los observó desaparecer en la distancia y cruzó los brazos. **Ahora era oficial.** La Patrulla Roja también estaba en busca de las esferas, lo que significaba que **esto se había convertido en una carrera.** **Pero si creían que podían superarlo… estaban muy equivocados.**
    Me gusta
    3
    0 turnos 0 maullidos 162 vistas
  • —Los humanos jamás cambiarán su naturaleza destructiva; es de público conocimiento que destruyen todo lo que tocan, todo lo que rozan —dijo con voz ronca mientras elevaba la botella.

    —Y henos aquí, dispuestos a sacrificar todo con tal de salvar su evolución, de velar por su seguridad y de dejarnos matar por aquellos que nos desprecian —concluyó luego de verter el contenido en la taza.

    El alquimista Alex se encontraba muy lejos de sus aposentos, en la lejana tierra oriental del este, en un pequeño y estrecho lugar apartado de las miradas curiosas que algunos aventureros conocían; era el lugar perfecto para meditar y para encontrar la introspección profunda que el maestro de las artes arcanas tanto estaba necesitando. Su viaje había sido un sinfín de peligros y distracciones, deteniéndose para ayudar a viajeros y mercaderes, luchar contra ominosas criaturas y asesinos de las colinas, incluso algún que otro sicario contratado para eliminarlo; la mayoría de todas ellas siendo solucionadas con acero y sangre de por medio.

    Estaba agotado; su viaje había durado mucho más de lo que se propuso en primer lugar. Aun siendo un mutante ascendido y de poseer una resistencia superior al común denominador de criaturas y seres mágicos, el susodicho aun necesitaba descansar después de intensas jornadas sin dormir o comer…

    Se dijo a sí mismo que no debía pensar en nada ni nadie; debía mantener sus sentidos centrados y agudizados para sus próximas misiones, pero un pequeño viaje al "Templo de los arroyos", el lugar en el cual ahora se encontraba reponiendo energías y descansando su alma, nunca le venía mal.
    —Los humanos jamás cambiarán su naturaleza destructiva; es de público conocimiento que destruyen todo lo que tocan, todo lo que rozan —dijo con voz ronca mientras elevaba la botella. —Y henos aquí, dispuestos a sacrificar todo con tal de salvar su evolución, de velar por su seguridad y de dejarnos matar por aquellos que nos desprecian —concluyó luego de verter el contenido en la taza. El alquimista Alex se encontraba muy lejos de sus aposentos, en la lejana tierra oriental del este, en un pequeño y estrecho lugar apartado de las miradas curiosas que algunos aventureros conocían; era el lugar perfecto para meditar y para encontrar la introspección profunda que el maestro de las artes arcanas tanto estaba necesitando. Su viaje había sido un sinfín de peligros y distracciones, deteniéndose para ayudar a viajeros y mercaderes, luchar contra ominosas criaturas y asesinos de las colinas, incluso algún que otro sicario contratado para eliminarlo; la mayoría de todas ellas siendo solucionadas con acero y sangre de por medio. Estaba agotado; su viaje había durado mucho más de lo que se propuso en primer lugar. Aun siendo un mutante ascendido y de poseer una resistencia superior al común denominador de criaturas y seres mágicos, el susodicho aun necesitaba descansar después de intensas jornadas sin dormir o comer… Se dijo a sí mismo que no debía pensar en nada ni nadie; debía mantener sus sentidos centrados y agudizados para sus próximas misiones, pero un pequeño viaje al "Templo de los arroyos", el lugar en el cual ahora se encontraba reponiendo energías y descansando su alma, nunca le venía mal.
    Me gusta
    Me encocora
    Me shockea
    3
    3 turnos 0 maullidos 317 vistas
  • "La Sombra del Ayer".
    #monorol

    Lucia observaba a Carmina desde la ventana de la tienda, viendo cómo la joven acomodaba cajas en los estantes con la paciencia de quien ha hecho ese trabajo toda su vida. Su nieta tenía el cabello rizado de su madre, la misma expresión soñadora en los ojos verdes. Cada vez que la veía, un miedo antiguo y persistente le oprimía el pecho. No podía evitarlo.

    Su hija había sido su más grande alegría y su más profundo dolor. Desde que era una niña, Lucia la había visto brillar con una energía vibrante, llena de sueños y anhelos que parecían inalcanzables. Había querido tanto para ella, había esperado que encontrara su camino en la vida sin tropezar con las sombras que acechaban en cada esquina. Pero el amor… el amor había sido su ruina. Se enamoró de un hombre que solo trajo destrucción y miseria, un mafioso que la arrastró a un mundo de drogas, peligro y desesperación. Lucia aún recordaba las noches en vela, las súplicas, los intentos desesperados de recuperar a su hija de ese abismo. Todo en vano.

    Cuando finalmente la perdió, quedó Carmina. Una niña inocente que no tenía la culpa de nada. Lucia y su esposo, Pietro, habían decidido desde el primer momento que no cometerían los mismos errores. Criarían a Carmina con disciplina, con cuidado, protegiéndola de todo lo que pudiera torcer su destino. La inscribieron en una escuela solo para mujeres, la rodearon de un ambiente seguro, sin distracciones, sin peligros. Querían que creciera fuerte, que tuviera oportunidades, que jamás cayera en la trampa de un amor equivocado.

    Pero a veces, cuando Carmina sonreía de cierta manera o cuando la encontraba perdida en pensamientos mientras miraba por la ventana, Lucia sentía un escalofrío recorrerle la espalda. Temía que en algún rincón de su corazón, la misma llama que había consumido a su hija estuviera ardiendo en su nieta. Temía que, a pesar de todos sus esfuerzos, la historia volviera a repetirse.

    Carmina era la mezcla perfecta entre su hija y aquel hombre. Heredó de él el cabello rojizo, como un eco de la pasión de un pasado lleno de sombras, y los mismos ojos verdes que alguna vez brillaron en la mirada de aquella joven llena de sueños. Cada vez que Lucia veía esos ojos, veía no solo el reflejo de su hija, sino también la sombra del hombre que tanto daño había causado, como si en cada uno de esos detalles se escondiera un recordatorio de lo que había perdido. No importaba cuánto amara a su nieta, siempre sentía esa mezcla de amor y temor profundo al verla.

    Pietro le decía que debía confiar en Carmina, que no todas las mujeres estaban destinadas a cometer los mismos errores. Que su nieta era fuerte, que tenía más de ella que de su madre. Pero Lucia no podía simplemente aceptar eso. El miedo de una madre, y ahora de una abuela, no se disipaba con palabras bonitas.

    Y, además, había algo que la inquietaba aún más: el día en que ella ya no estuviera para guiar a Carmina. El día en que no pudiera protegerla, ni acompañarla en las decisiones difíciles que la vida le depararía. Ese pensamiento la llenaba de angustia, como una sombra constante en su pecho. ¿Qué pasaría con Carmina cuando ella ya no pudiera estar allí para impedirle caer en los mismos errores de antes? ¿Quién la cuidaría cuando la fortaleza de la abuela ya no fuera suficiente?

    Por eso, a veces, sin darse cuenta, dejaba caer comentarios sobre su deseo de verla casada algún día, de encontrar un buen hombre que la protegiera, alguien que la hiciera feliz. Lo decía con una sonrisa, como si fuera un simple anhelo de abuela, pero en el fondo era su mayor temor disfrazado de esperanza. Porque si Carmina encontraba a la persona correcta, Lucia podría irse en paz. Pero si elegía mal… si la historia volvía a repetirse…

    Suspiró y se apartó de la ventana. Carmina era joven, inteligente, trabajadora. Pero el amor era traicionero. Y Lucia no estaba dispuesta a perderla también.
    "La Sombra del Ayer". #monorol Lucia observaba a Carmina desde la ventana de la tienda, viendo cómo la joven acomodaba cajas en los estantes con la paciencia de quien ha hecho ese trabajo toda su vida. Su nieta tenía el cabello rizado de su madre, la misma expresión soñadora en los ojos verdes. Cada vez que la veía, un miedo antiguo y persistente le oprimía el pecho. No podía evitarlo. Su hija había sido su más grande alegría y su más profundo dolor. Desde que era una niña, Lucia la había visto brillar con una energía vibrante, llena de sueños y anhelos que parecían inalcanzables. Había querido tanto para ella, había esperado que encontrara su camino en la vida sin tropezar con las sombras que acechaban en cada esquina. Pero el amor… el amor había sido su ruina. Se enamoró de un hombre que solo trajo destrucción y miseria, un mafioso que la arrastró a un mundo de drogas, peligro y desesperación. Lucia aún recordaba las noches en vela, las súplicas, los intentos desesperados de recuperar a su hija de ese abismo. Todo en vano. Cuando finalmente la perdió, quedó Carmina. Una niña inocente que no tenía la culpa de nada. Lucia y su esposo, Pietro, habían decidido desde el primer momento que no cometerían los mismos errores. Criarían a Carmina con disciplina, con cuidado, protegiéndola de todo lo que pudiera torcer su destino. La inscribieron en una escuela solo para mujeres, la rodearon de un ambiente seguro, sin distracciones, sin peligros. Querían que creciera fuerte, que tuviera oportunidades, que jamás cayera en la trampa de un amor equivocado. Pero a veces, cuando Carmina sonreía de cierta manera o cuando la encontraba perdida en pensamientos mientras miraba por la ventana, Lucia sentía un escalofrío recorrerle la espalda. Temía que en algún rincón de su corazón, la misma llama que había consumido a su hija estuviera ardiendo en su nieta. Temía que, a pesar de todos sus esfuerzos, la historia volviera a repetirse. Carmina era la mezcla perfecta entre su hija y aquel hombre. Heredó de él el cabello rojizo, como un eco de la pasión de un pasado lleno de sombras, y los mismos ojos verdes que alguna vez brillaron en la mirada de aquella joven llena de sueños. Cada vez que Lucia veía esos ojos, veía no solo el reflejo de su hija, sino también la sombra del hombre que tanto daño había causado, como si en cada uno de esos detalles se escondiera un recordatorio de lo que había perdido. No importaba cuánto amara a su nieta, siempre sentía esa mezcla de amor y temor profundo al verla. Pietro le decía que debía confiar en Carmina, que no todas las mujeres estaban destinadas a cometer los mismos errores. Que su nieta era fuerte, que tenía más de ella que de su madre. Pero Lucia no podía simplemente aceptar eso. El miedo de una madre, y ahora de una abuela, no se disipaba con palabras bonitas. Y, además, había algo que la inquietaba aún más: el día en que ella ya no estuviera para guiar a Carmina. El día en que no pudiera protegerla, ni acompañarla en las decisiones difíciles que la vida le depararía. Ese pensamiento la llenaba de angustia, como una sombra constante en su pecho. ¿Qué pasaría con Carmina cuando ella ya no pudiera estar allí para impedirle caer en los mismos errores de antes? ¿Quién la cuidaría cuando la fortaleza de la abuela ya no fuera suficiente? Por eso, a veces, sin darse cuenta, dejaba caer comentarios sobre su deseo de verla casada algún día, de encontrar un buen hombre que la protegiera, alguien que la hiciera feliz. Lo decía con una sonrisa, como si fuera un simple anhelo de abuela, pero en el fondo era su mayor temor disfrazado de esperanza. Porque si Carmina encontraba a la persona correcta, Lucia podría irse en paz. Pero si elegía mal… si la historia volvía a repetirse… Suspiró y se apartó de la ventana. Carmina era joven, inteligente, trabajadora. Pero el amor era traicionero. Y Lucia no estaba dispuesta a perderla también.
    Me gusta
    Me entristece
    6
    0 turnos 0 maullidos 401 vistas
  • ### **El Encuentro con Niko Tokita**

    El bosque se había convertido en su refugio. Durante días, Takeru entrenó sin descanso, endureciendo su cuerpo y despejando su mente. Sabía que una vez que el Torneo Kengan comenzara, no habría marcha atrás. Su destino se forjaría con cada golpe, con cada movimiento, y quizás… con cada vida que tomara.

    Pero el destino tenía otras pruebas para él antes de que llegara el día del torneo.

    Aquella tarde, mientras terminaba de hundir sus puños en una roca, escuchó pasos ligeros acercándose entre la maleza. Su instinto se afiló al instante. No había muchas razones para que alguien lo buscara aquí. Se giró rápidamente, adoptando una postura defensiva.

    Frente a él, de pie sobre una raíz gruesa, estaba un hombre de apariencia peculiar. Llevaba un poncho color arena que ondeaba ligeramente con la brisa, cubriendo gran parte de su cuerpo. Su cabello lacio y oscuro caía de forma desordenada, cubriendo su ojo derecho por completo, dándole un aire misterioso.

    —Vaya, pensé que me recibirías con menos hostilidad. —El hombre cruzó los brazos, evaluándolo con una mirada tranquila, pero afilada.

    Takeru no bajó la guardia.

    —¿Quién eres?

    El hombre dio un paso adelante, sin mostrar signos de amenaza.

    —Soy Niko Tokita. —Hizo una pausa, inclinando la cabeza ligeramente—. Y vengo a hacerte un favor.

    Takeru frunció el ceño.

    —¿Un favor?

    Tokita señaló sus puños con un leve movimiento de cabeza.

    —Vi tu pelea contra Harold Smith. Buen boxeo. Preciso, rápido… pero también incompleto. —Su tono se volvió más serio—. Si sigues peleando solo con eso, te van a matar.

    Takeru sintió una punzada de irritación.

    —No necesito patadas ni otras tonterías.

    Tokita soltó una leve carcajada.

    —No tienes que aprender a patear si no quieres. Pero dime… —Hizo una pausa, entrecerrando los ojos—. ¿Qué harás cuando te acorralen contra una pared? ¿O cuando alguien mucho más fuerte que tú te agarre y te estrelle contra el suelo?

    Takeru apretó los dientes.

    Tokita continuó.

    —El boxeo es hermoso, pero no es suficiente en este torneo. Aquí no hay reglas, no hay árbitros, no hay segundas oportunidades. —Dio un paso más cerca, mirándolo directo a los ojos—. Si no te adaptas, morirás.

    El silencio entre ambos pesó por un momento. Takeru quería responder, quería decir que no necesitaba ayuda, pero en el fondo sabía que Tokita tenía razón.

    —Entonces… ¿qué propones? —preguntó finalmente.

    Tokita sonrió.

    —El Estilo Niko.

    Takeru levantó una ceja.

    —¿Y qué diablos es eso?

    Tokita no respondió con palabras. En su lugar, inhaló profundamente y cambió su postura. Su expresión serena desapareció, dando paso a una mirada afilada, como la de un depredador que acaba de encontrar a su presa.

    Luego, se movió.

    En un abrir y cerrar de ojos, Tokita se deslizó hacia él con una velocidad aterradora. Takeru intentó reaccionar, pero antes de que pudiera siquiera levantar los puños, una ráfaga de movimientos cayó sobre él.

    Un golpe de palma dirigido a su rostro que desvió por puro instinto. Un giro fluido que lo desbalanceó con un barrido sutil. Un codazo que se detuvo a centímetros de su sien.

    Y en menos de dos segundos, estaba en el suelo.

    Tokita se quedó de pie, su poncho ondeando levemente con la brisa. Su sonrisa confiada no se había desvanecido.

    —Esto es el Estilo Niko. Una combinación de técnicas que te permitirá adaptarte a cualquier situación. —Extendió una mano para ayudarlo a levantarse—. No te pido que renuncies a tu boxeo… solo que amplíes tu arsenal.

    Takeru respiró hondo, su mente procesando lo que acababa de pasar.

    Sabía que ese hombre tenía razón. Si quería sobrevivir… tenía que evolucionar.

    Apretó la mano de Tokita y se puso de pie.

    —Está bien. Enséñame.
    ### **El Encuentro con Niko Tokita** El bosque se había convertido en su refugio. Durante días, Takeru entrenó sin descanso, endureciendo su cuerpo y despejando su mente. Sabía que una vez que el Torneo Kengan comenzara, no habría marcha atrás. Su destino se forjaría con cada golpe, con cada movimiento, y quizás… con cada vida que tomara. Pero el destino tenía otras pruebas para él antes de que llegara el día del torneo. Aquella tarde, mientras terminaba de hundir sus puños en una roca, escuchó pasos ligeros acercándose entre la maleza. Su instinto se afiló al instante. No había muchas razones para que alguien lo buscara aquí. Se giró rápidamente, adoptando una postura defensiva. Frente a él, de pie sobre una raíz gruesa, estaba un hombre de apariencia peculiar. Llevaba un poncho color arena que ondeaba ligeramente con la brisa, cubriendo gran parte de su cuerpo. Su cabello lacio y oscuro caía de forma desordenada, cubriendo su ojo derecho por completo, dándole un aire misterioso. —Vaya, pensé que me recibirías con menos hostilidad. —El hombre cruzó los brazos, evaluándolo con una mirada tranquila, pero afilada. Takeru no bajó la guardia. —¿Quién eres? El hombre dio un paso adelante, sin mostrar signos de amenaza. —Soy Niko Tokita. —Hizo una pausa, inclinando la cabeza ligeramente—. Y vengo a hacerte un favor. Takeru frunció el ceño. —¿Un favor? Tokita señaló sus puños con un leve movimiento de cabeza. —Vi tu pelea contra Harold Smith. Buen boxeo. Preciso, rápido… pero también incompleto. —Su tono se volvió más serio—. Si sigues peleando solo con eso, te van a matar. Takeru sintió una punzada de irritación. —No necesito patadas ni otras tonterías. Tokita soltó una leve carcajada. —No tienes que aprender a patear si no quieres. Pero dime… —Hizo una pausa, entrecerrando los ojos—. ¿Qué harás cuando te acorralen contra una pared? ¿O cuando alguien mucho más fuerte que tú te agarre y te estrelle contra el suelo? Takeru apretó los dientes. Tokita continuó. —El boxeo es hermoso, pero no es suficiente en este torneo. Aquí no hay reglas, no hay árbitros, no hay segundas oportunidades. —Dio un paso más cerca, mirándolo directo a los ojos—. Si no te adaptas, morirás. El silencio entre ambos pesó por un momento. Takeru quería responder, quería decir que no necesitaba ayuda, pero en el fondo sabía que Tokita tenía razón. —Entonces… ¿qué propones? —preguntó finalmente. Tokita sonrió. —El Estilo Niko. Takeru levantó una ceja. —¿Y qué diablos es eso? Tokita no respondió con palabras. En su lugar, inhaló profundamente y cambió su postura. Su expresión serena desapareció, dando paso a una mirada afilada, como la de un depredador que acaba de encontrar a su presa. Luego, se movió. En un abrir y cerrar de ojos, Tokita se deslizó hacia él con una velocidad aterradora. Takeru intentó reaccionar, pero antes de que pudiera siquiera levantar los puños, una ráfaga de movimientos cayó sobre él. Un golpe de palma dirigido a su rostro que desvió por puro instinto. Un giro fluido que lo desbalanceó con un barrido sutil. Un codazo que se detuvo a centímetros de su sien. Y en menos de dos segundos, estaba en el suelo. Tokita se quedó de pie, su poncho ondeando levemente con la brisa. Su sonrisa confiada no se había desvanecido. —Esto es el Estilo Niko. Una combinación de técnicas que te permitirá adaptarte a cualquier situación. —Extendió una mano para ayudarlo a levantarse—. No te pido que renuncies a tu boxeo… solo que amplíes tu arsenal. Takeru respiró hondo, su mente procesando lo que acababa de pasar. Sabía que ese hombre tenía razón. Si quería sobrevivir… tenía que evolucionar. Apretó la mano de Tokita y se puso de pie. —Está bien. Enséñame.
    0 turnos 0 maullidos 295 vistas
  • — Samael, quiero a esa bruja, a mis pies al anochecer —

    Porque nadie puede presentarse en su territorio como si fuera nada, tiene que ir a avisar sus acciones, incluso, pagar un tributo a quien controla desde la sombras.
    — Samael, quiero a esa bruja, a mis pies al anochecer — Porque nadie puede presentarse en su territorio como si fuera nada, tiene que ir a avisar sus acciones, incluso, pagar un tributo a quien controla desde la sombras.
    Me gusta
    1
    6 turnos 0 maullidos 184 vistas
  • Su rostro, aunque era sumamente afeminado, estaba dejando atrás las facciones de adolescente, los 20´s lo alcanzaron, el cabello corto quedaría atrás dejándolo crecer, esos rubios naturales y lacios tocaban las puntas de sus delgados y picudos hombros, la vestimenta más formal, pero siempre coloridas la mayoría de las veces. 

    Los sueños recurrentes de forma negativa seguían siendo sus carceleros, amaba lo que era no importaba que causara tanto desastre emocional en su vida con los que se acercaran a él, jamás, había tenido novio, del poblado donde nació y creció no le fue posible ser parte de la “sociedad”, fue atacado por su esencia única, hasta llegar a la gran ciudad, donde empezaría conocer a personas increíbles como él. 


    Con dos trabajos era imposible salir a divertirse todos los días, tomando conciencia que de él dependía su abuelo y su hermana pequeña, omitía las salidas y cuando lo realizaba era al "Cosmos", bar conocido por todos y en solitario, una suave bebida y de nuevo al pequeño departamento que rentaba al sur. 

    Un día de aquellos que elegía para pasar un tiempo consigo mismo, el celular sonó, parando la música, llamando así la atención, los audífonos de diadema los llevó a al cuello. Con curiosidad, la vista se posó en aquel aparato, desbloqueando con el índice derecho, notó el  -"Hola ¡Qué tal!" -, que provenía de un número que no tenía registrado, por seguridad, no contestó, de nuevo llevando los audífonos a su cabeza, dejó que la música inundara sus oídos, cerró los ojos, disfrutando del aire puro bajo aquel árbol que regalaba una sombra fantástica en la banca metálica donde estaba posado. 
    Su rostro, aunque era sumamente afeminado, estaba dejando atrás las facciones de adolescente, los 20´s lo alcanzaron, el cabello corto quedaría atrás dejándolo crecer, esos rubios naturales y lacios tocaban las puntas de sus delgados y picudos hombros, la vestimenta más formal, pero siempre coloridas la mayoría de las veces.  Los sueños recurrentes de forma negativa seguían siendo sus carceleros, amaba lo que era no importaba que causara tanto desastre emocional en su vida con los que se acercaran a él, jamás, había tenido novio, del poblado donde nació y creció no le fue posible ser parte de la “sociedad”, fue atacado por su esencia única, hasta llegar a la gran ciudad, donde empezaría conocer a personas increíbles como él.  Con dos trabajos era imposible salir a divertirse todos los días, tomando conciencia que de él dependía su abuelo y su hermana pequeña, omitía las salidas y cuando lo realizaba era al "Cosmos", bar conocido por todos y en solitario, una suave bebida y de nuevo al pequeño departamento que rentaba al sur.  Un día de aquellos que elegía para pasar un tiempo consigo mismo, el celular sonó, parando la música, llamando así la atención, los audífonos de diadema los llevó a al cuello. Con curiosidad, la vista se posó en aquel aparato, desbloqueando con el índice derecho, notó el  -"Hola ¡Qué tal!" -, que provenía de un número que no tenía registrado, por seguridad, no contestó, de nuevo llevando los audífonos a su cabeza, dejó que la música inundara sus oídos, cerró los ojos, disfrutando del aire puro bajo aquel árbol que regalaba una sombra fantástica en la banca metálica donde estaba posado. 
    Me gusta
    3
    0 turnos 0 maullidos 290 vistas
  • *El Camino a la Pelea*

    El gimnasio resonaba con el eco de los guantes golpeando los costales, los gritos de los entrenadores y el sonido rítmico de la cuerda al chocar contra el suelo. Takeru, con el torso cubierto de sudor, lanzaba jabs precisos al aire mientras su entrenador lo observaba con atención. Su próximo rival, Huang Chang, era un infighter agresivo, alguien que buscaba acortar la distancia y aplastar con combinaciones de golpes al cuerpo. Pero esta vez, Takeru no se dejaría arrastrar a un duelo en la corta distancia.

    "Velocidad, distancia, control," le repetía su entrenador mientras movía los focos de golpeo. "Si te dejas encerrar, estás acabado. Mantente en movimiento, usa tu jab como un látigo."

    Durante semanas, su entrenamiento se centró en perfeccionar su estilo Out-Fighter. Aprendió a bailar en el ring con ligereza, a lanzar golpes desde ángulos inesperados y, sobre todo, a no dejarse atrapar. El saco de boxeo era su adversario imaginario, al que golpeaba con rectos precisos y ganchos en retirada. Las sesiones de sparring eran con peleadores que imitaban el estilo de Huang, buscando acorralarlo contra las cuerdas.

    Takeru corría al amanecer, sintiendo el viento contra su rostro, entrenando la resistencia de sus piernas para estar siempre un paso adelante. Practicaba contragolpes veloces y mortales, dejando que su rival entrara en su zona de ataque solo para castigarlo con rapidez.

    Para cuando llegó el día de la pelea, su cuerpo era puro acero y su mente un filo implacable.

    *El Combate: Danza y Dominio*

    El estadio vibraba con la energía de los espectadores. Huang Chang subió al ring con la confianza de quien ha destrozado a rivales en la corta distancia. Su mirada reflejaba la certeza de que, una vez dentro de su zona de ataque, Takeru no tendría escapatoria.

    Pero Takeru ya estaba un paso adelante.

    Desde el primer campanazo, su estrategia quedó clara. Bailaba alrededor de Huang, su jab actuando como una lanza que impedía cualquier acercamiento. Cada vez que el taiwanés intentaba acortar la distancia, Takeru lo castigaba con un recto veloz y se deslizaba fuera de peligro.

    Huang lanzó un gancho devastador, pero golpeó aire. Antes de que pudiera reaccionar, Takeru le clavó un uno-dos directo al rostro. La frustración en los ojos de Huang era evidente.

    El segundo asalto comenzó con Huang lanzándose con fiereza, buscando atrapar a Takeru en una esquina. Pero el japonés no le dio ni una fracción de segundo. Se desplazó con fluidez, esquivó con un sutil juego de pies y respondió con un cruzado demoledor que sacudió la cabeza de Huang.

    Y entonces llegó el golpe decisivo.

    En un instante de desesperación, Huang intentó un último avance, pero Takeru ya lo había leído. Lo recibió con un contragolpe fulminante que lo hizo tambalear. Antes de que pudiera recuperarse, un gancho de derecha explotó en su rostro. Huang cayó como un árbol derribado.

    El árbitro comenzó la cuenta, pero era inútil. Huang no podía levantarse.

    ¡Knockout en el segundo asalto!

    La arena rugió mientras Takeru alzaba los brazos en señal de victoria. Su estrategia había sido perfecta. No solo había vencido a su oponente, sino que lo había dominado por completo.

    Esta victoria no solo era un paso más en su carrera, sino una declaración. Takeru ya no era solo un boxeador talentoso. Ahora era un peleador imparable.
    *El Camino a la Pelea* El gimnasio resonaba con el eco de los guantes golpeando los costales, los gritos de los entrenadores y el sonido rítmico de la cuerda al chocar contra el suelo. Takeru, con el torso cubierto de sudor, lanzaba jabs precisos al aire mientras su entrenador lo observaba con atención. Su próximo rival, Huang Chang, era un infighter agresivo, alguien que buscaba acortar la distancia y aplastar con combinaciones de golpes al cuerpo. Pero esta vez, Takeru no se dejaría arrastrar a un duelo en la corta distancia. "Velocidad, distancia, control," le repetía su entrenador mientras movía los focos de golpeo. "Si te dejas encerrar, estás acabado. Mantente en movimiento, usa tu jab como un látigo." Durante semanas, su entrenamiento se centró en perfeccionar su estilo Out-Fighter. Aprendió a bailar en el ring con ligereza, a lanzar golpes desde ángulos inesperados y, sobre todo, a no dejarse atrapar. El saco de boxeo era su adversario imaginario, al que golpeaba con rectos precisos y ganchos en retirada. Las sesiones de sparring eran con peleadores que imitaban el estilo de Huang, buscando acorralarlo contra las cuerdas. Takeru corría al amanecer, sintiendo el viento contra su rostro, entrenando la resistencia de sus piernas para estar siempre un paso adelante. Practicaba contragolpes veloces y mortales, dejando que su rival entrara en su zona de ataque solo para castigarlo con rapidez. Para cuando llegó el día de la pelea, su cuerpo era puro acero y su mente un filo implacable. *El Combate: Danza y Dominio* El estadio vibraba con la energía de los espectadores. Huang Chang subió al ring con la confianza de quien ha destrozado a rivales en la corta distancia. Su mirada reflejaba la certeza de que, una vez dentro de su zona de ataque, Takeru no tendría escapatoria. Pero Takeru ya estaba un paso adelante. Desde el primer campanazo, su estrategia quedó clara. Bailaba alrededor de Huang, su jab actuando como una lanza que impedía cualquier acercamiento. Cada vez que el taiwanés intentaba acortar la distancia, Takeru lo castigaba con un recto veloz y se deslizaba fuera de peligro. Huang lanzó un gancho devastador, pero golpeó aire. Antes de que pudiera reaccionar, Takeru le clavó un uno-dos directo al rostro. La frustración en los ojos de Huang era evidente. El segundo asalto comenzó con Huang lanzándose con fiereza, buscando atrapar a Takeru en una esquina. Pero el japonés no le dio ni una fracción de segundo. Se desplazó con fluidez, esquivó con un sutil juego de pies y respondió con un cruzado demoledor que sacudió la cabeza de Huang. Y entonces llegó el golpe decisivo. En un instante de desesperación, Huang intentó un último avance, pero Takeru ya lo había leído. Lo recibió con un contragolpe fulminante que lo hizo tambalear. Antes de que pudiera recuperarse, un gancho de derecha explotó en su rostro. Huang cayó como un árbol derribado. El árbitro comenzó la cuenta, pero era inútil. Huang no podía levantarse. ¡Knockout en el segundo asalto! La arena rugió mientras Takeru alzaba los brazos en señal de victoria. Su estrategia había sido perfecta. No solo había vencido a su oponente, sino que lo había dominado por completo. Esta victoria no solo era un paso más en su carrera, sino una declaración. Takeru ya no era solo un boxeador talentoso. Ahora era un peleador imparable.
    Me gusta
    2
    0 turnos 0 maullidos 319 vistas
Ver más resultados
Patrocinados