• [ 𝑴𝒆 𝒅𝒆𝒎𝒐𝒔𝒕𝒓𝒂𝒔𝒕𝒆 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒆𝒓𝒂 𝒆𝒍 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐, 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒅é𝒋𝒂𝒎𝒆 𝒍𝒍𝒆𝒗𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒂 𝒎𝒊 𝒊𝒏𝒇𝒊𝒆𝒓𝒏𝒐 — 𝐁𝐄𝐋𝐋𝐀 𝐂𝐈𝐀𝐎. | 𝟎𝟎 ]





    Mucho antes de nacer, su vida había dejado de pertenecerle. El destino del hombre que sería estaba escrito, marcado en su piel como un animal antes incluso de respirar, antes de que pudiera si quiera abrir los ojos.

    A los veinte años, su padre terminó de forjarlo. Aquella maldita bestia sin alma.
    La más mínima molestia desaparecía de su camino con la facilidad de un suspiro. No había pena, no existía culpa; la vida ajena no valía nada. Eran sacos de carne desechables, basura humana. Y él había aprendido a tratarlos así.

    Se rodeaba únicamente de perros amaestrados, piezas útiles que podía controlar a voluntad. El resto no merecía ni una mirada. Nadie osaba cuestionarlo, ni siquiera dentro de su propia familia, porque quien lo hacía estaba condenado al mismo infierno que él sabía construir con sus propias manos. Matar dejó de ser un acto aislado: se volvió rutina. Un hábito tedioso, otro labor más de su existencia.

    Ese brillo en los ojos, esa arrogancia cruel, no eran rasgos humanos. La manipulación, el engaño, la máscara de caballerosidad que lo hacía parecer inofensivo, todo estaba incrustado en su carne y en sus huesos. Sostener cabezas aún calientes, con la sangre escurriéndose entre sus dedos, se volvió casi natural. No podía ser de otra forma: había sido moldeado para ello, convertido en un arma desde el primer día. El primogénito de los Di Conti. Ese era su mundo, su condena.

    Nunca soñó con felicidad, ni con ternura, ni con misericordia. Esos conceptos no existían en su diccionario. Solo había un hueco, un vacío incapaz de llenarse. Un muñeco sin alma, un instrumento de obediencia. Incluso al renunciar al apellido, incluso al huir y forjarse un nuevo nombre, la redención nunca llegó. Solo encontró nuevas máscaras, nuevas culpas, nuevas sombras que lo siguieron siempre. Y en esa huida arrastró a todos los que se acercaron demasiado: Rubí, Kiev… nadie escapó limpio de su mancha, mucho menos ahora Vanya.

    Pero algo cambió. Algo que jamás esperaba.
    La muerte llegó para reclamarlo y, aun así, no lo aceptó. Fue condenado de otra manera ¿Qué tan maldito debía estar para que incluso la muerte lo negara?

    Entonces lo sintió. Por primera vez. La conciencia. Ese peso en el pecho que ardía y quemaba como un fuego lento. Lo odiaba. Sentir era debilidad. Pero en las noches la pregunta volvía, implacable, como un cuchillo girando en lo hondo. Durante el último año había probado emociones que lo desgarraban y lo embriagaban a la vez volviéndose casi adicto a sentirlo de varias formas. Había sentido, aunque fuese por segundos, algo parecido a la vida. Algo parecido a ser humano.

    ¿Podía ser feliz? ¿Podía robarle a su condena un instante de paz, aunque efímero?

    No era un santo ni lo sería jamás, lo sabía. Pero esos ojos… esos malditos ojos no veían al monstruo. Lo miraban con ternura, con esperanza, como si aún hubiese algo digno de salvarse. Y eso dolía. Dolía más que cualquier bala, más que cualquier herida. Porque en el fondo temía que lo que más odiaba fuese, justamente, la posibilidad de que todavía quedara un hombre debajo de toda esa sangre.



    [ ... ]


    𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨…

    Fue una de esas mañanas en que el sol se empeñó en iluminar incluso lo que uno preferiría mantener en la sombra. La claridad entró sin permiso, molestándole los párpados hasta obligarlo a cubrirse el rostro con la mano. Sus ojos dorados se abrieron con desgano; Ryan solía levantarse sin problemas, pero esa vez no había dormido bien por los últimos informes que había recibido sobre la situación del ruso y la próxima reunión que esperaba que calmará todo. De igual manera, la cita que tenía lo valía todo.

    𝐎𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨…

    Guardaba en secreto lo más frágil y lo más peligroso que tenía: ella. Una leona que había logrado colarse en su cabeza, rompiendo poco a poco la dureza que siempre lo había acompañado. No supo en qué momento pasó, solo sabía que entre salidas, miradas cómplices, sonrisas robadas y esa forma en que lo miraba, terminó desarmado frente a ella.

    𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨… 𝐞 𝐡𝐨 𝐭𝐫𝐨𝐯𝐚𝐭𝐨 𝐥’𝐢𝐧𝐯𝐚𝐬𝐨𝐫.

    En su teléfono aún guardaba una foto, la prueba de que no lo había soñado. Una imagen capaz de arrancarle una sonrisa incluso en medio de la sangre y los informes de la guerra contra el ruso. Cada domingo, cada instante, cada recuerdo: ahí estaba ella.

    Ese día, al terminar de abotonarse la camisa, sus hombros tensos parecieron ceder un poco. El punto de encuentro era una plaza tranquila, casi inocente. No faltaron las bromas, las miradas que quemaban bajo la piel, ni ese beso robado que un niño interrumpió al pasar cerca.

    𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… 𝐨𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨…

    El viaje en auto los llevó a un sitio apartado, demasiado silencioso. La calma parecía tan perfecta que resultaba sospechosa. Ella sonreía, pero en sus ojos había un nerviosismo imposible de ocultar. Bastó el crujido de una rama para romper la paz, y el silencio se volvió pesado, casi insoportable, con esa presencia invisible de enemigos que siempre parecían acecharlo.

    𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… ché 𝐦𝐢 𝐬𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐝𝐢 𝐦𝐨𝐫𝐢𝐫.

    La distancia se hizo enorme en un segundo. Un instante la tenía en sus brazos y al siguiente estaba más cerca del enemigo que de él. Buscó su mirada, queriendo encontrar miedo o desconcierto en ella, pero en su lugar apareció la puntería de varias armas. Los hombres armados lo obligaron a retroceder, a mantenerse lejos. Lo que más lo golpeó no fue el arma, sino verla sin sorpresa en el rostro, como si lo hubiera sabido desde antes. Entonces escuchó la voz de su primo, dulce y venenosa, confirmando lo que ya intuía: una traición. Y las palabras de ella terminaron por firmar su condena.

    Intentó reaccionar, pero fue tarde.

    La primera bala le atravesó el pecho con un estallido seco, directo al ventrículo izquierdo. El golpe lo hizo arquearse hacia atrás, el aire se le escapó de golpe en un jadeo áspero y metálico. Sintió el corazón estallar dentro de su caja torácica, cada latido convertido en un espasmo inútil que expulsaba sangre a borbotones. La camisa blanca se manchó de inmediato, tiñéndose en rojo oscuro mientras sus dedos temblorosos intentaban cubrir la herida, inútilmente. El dolor no era solo físico; era como si lo hubieran arrancado de raíz, como si su propia vida se desangrara en cuestión de segundos.

    Apenas logró inhalar, el segundo disparo llegó. La bala le atravesó el cráneo con un estruendo sordo, despojándolo del mundo en un destello blanco. Por un instante lo invadió un zumbido absoluto, como si el universo entero se partiera en dos, y después vino la nada: helada e impecable.

    Y la última figura que alcanzó a ver, justo antes de que todo se apagara, fue la de ella.


    ❝ - 𝑨𝒚𝒍𝒂 ❞


    El cuerpo del italiano se desplomó con un golpe sordo contra la hierba húmeda. El silencio que siguió fue más cruel que el propio disparo, como si el mundo entero contuviera el aliento para contemplar su caída.

    La sangre brotó al principio en un hilo fino, tímido… pero pronto se desbordó, oscura y espesa, extendiéndose sobre el césped como un manto carmesí. El contraste con el verde fresco resultaba casi obsceno, un cuadro grotesco pintado por la muerte misma.


    ❝ - ¿𝑷𝒖𝒆𝒅𝒆𝒔 𝒑𝒓𝒐𝒎𝒆𝒕𝒆𝒓𝒎𝒆 𝒏𝒖𝒏𝒄𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒊𝒄𝒊𝒐𝒏𝒂𝒓𝒎𝒆? ❞


    La camisa blanca, elegida aquella mañana, se tiñó lentamente, manchándose de rojo como si la tela hubiera esperado ese destino desde siempre. Cada pliegue, cada costura, absorbía la sangre hasta volverse una segunda piel marcada por la violencia.

    El aire olía a hierro. Y mientras los segundos se alargaban, la quietud del cadáver se volvía más aterradora que el estruendo de la bala que lo había derribado.


    ❝ - 𝑷𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒊 𝒍𝒐 𝒉𝒂𝒄𝒆𝒔... ❞


    Los ojos quedaron abiertos, vacíos, mirando hacia ninguna parte. El brillo que alguna vez desafiaba al mundo entero se había apagado para siempre. El pecho, inmóvil, sin señal de vida. Una respiración que nunca volvió.


    ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂...❞


    La canasta del picnic rodó hasta volcarse, derramando pan, frutas y vino sobre la tierra como una ofrenda rota a los dioses crueles del destino. El líquido carmesí se mezcló con la sangre en el suelo, confundiendo vida y muerte en una misma mancha.

    A un costado, los lentes de sol yacían olvidados, inútiles, como si aún pretendieran protegerlo de un sol que ya no podía ver.

    —Está muerto —anunció uno de los hombres, la voz áspera, definitiva. Había rodeado a ambos junto con los demás, y al tocar el cuello de Ryan no encontró pulso alguno..


    ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒂𝒕𝒂𝒓𝒕𝒆.❞


    Pero entonces, una mano emergió de la hierba ensangrentada y detuvo el movimiento de aquel hombre antes de que pensaran en irse, un agarre firme, con un peso que desafiaba el mismo silencio que habia reinado el lugar.


    — ¿A dónde vas, hijo de puta? — gruñó una voz familiar, rota por el dolor pero mezclada con rabia. Ryan miro a este hombre antes de jalarlo hacia el, escasos centímetros antes de tomar su cuello y romperlo.
    [ 𝑴𝒆 𝒅𝒆𝒎𝒐𝒔𝒕𝒓𝒂𝒔𝒕𝒆 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒆𝒓𝒂 𝒆𝒍 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐, 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒅é𝒋𝒂𝒎𝒆 𝒍𝒍𝒆𝒗𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒂 𝒎𝒊 𝒊𝒏𝒇𝒊𝒆𝒓𝒏𝒐 — 𝐁𝐄𝐋𝐋𝐀 𝐂𝐈𝐀𝐎. | 𝟎𝟎 ] Mucho antes de nacer, su vida había dejado de pertenecerle. El destino del hombre que sería estaba escrito, marcado en su piel como un animal antes incluso de respirar, antes de que pudiera si quiera abrir los ojos. A los veinte años, su padre terminó de forjarlo. Aquella maldita bestia sin alma. La más mínima molestia desaparecía de su camino con la facilidad de un suspiro. No había pena, no existía culpa; la vida ajena no valía nada. Eran sacos de carne desechables, basura humana. Y él había aprendido a tratarlos así. Se rodeaba únicamente de perros amaestrados, piezas útiles que podía controlar a voluntad. El resto no merecía ni una mirada. Nadie osaba cuestionarlo, ni siquiera dentro de su propia familia, porque quien lo hacía estaba condenado al mismo infierno que él sabía construir con sus propias manos. Matar dejó de ser un acto aislado: se volvió rutina. Un hábito tedioso, otro labor más de su existencia. Ese brillo en los ojos, esa arrogancia cruel, no eran rasgos humanos. La manipulación, el engaño, la máscara de caballerosidad que lo hacía parecer inofensivo, todo estaba incrustado en su carne y en sus huesos. Sostener cabezas aún calientes, con la sangre escurriéndose entre sus dedos, se volvió casi natural. No podía ser de otra forma: había sido moldeado para ello, convertido en un arma desde el primer día. El primogénito de los Di Conti. Ese era su mundo, su condena. Nunca soñó con felicidad, ni con ternura, ni con misericordia. Esos conceptos no existían en su diccionario. Solo había un hueco, un vacío incapaz de llenarse. Un muñeco sin alma, un instrumento de obediencia. Incluso al renunciar al apellido, incluso al huir y forjarse un nuevo nombre, la redención nunca llegó. Solo encontró nuevas máscaras, nuevas culpas, nuevas sombras que lo siguieron siempre. Y en esa huida arrastró a todos los que se acercaron demasiado: Rubí, Kiev… nadie escapó limpio de su mancha, mucho menos ahora Vanya. Pero algo cambió. Algo que jamás esperaba. La muerte llegó para reclamarlo y, aun así, no lo aceptó. Fue condenado de otra manera ¿Qué tan maldito debía estar para que incluso la muerte lo negara? Entonces lo sintió. Por primera vez. La conciencia. Ese peso en el pecho que ardía y quemaba como un fuego lento. Lo odiaba. Sentir era debilidad. Pero en las noches la pregunta volvía, implacable, como un cuchillo girando en lo hondo. Durante el último año había probado emociones que lo desgarraban y lo embriagaban a la vez volviéndose casi adicto a sentirlo de varias formas. Había sentido, aunque fuese por segundos, algo parecido a la vida. Algo parecido a ser humano. ¿Podía ser feliz? ¿Podía robarle a su condena un instante de paz, aunque efímero? No era un santo ni lo sería jamás, lo sabía. Pero esos ojos… esos malditos ojos no veían al monstruo. Lo miraban con ternura, con esperanza, como si aún hubiese algo digno de salvarse. Y eso dolía. Dolía más que cualquier bala, más que cualquier herida. Porque en el fondo temía que lo que más odiaba fuese, justamente, la posibilidad de que todavía quedara un hombre debajo de toda esa sangre. [ ... ] 𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨… Fue una de esas mañanas en que el sol se empeñó en iluminar incluso lo que uno preferiría mantener en la sombra. La claridad entró sin permiso, molestándole los párpados hasta obligarlo a cubrirse el rostro con la mano. Sus ojos dorados se abrieron con desgano; Ryan solía levantarse sin problemas, pero esa vez no había dormido bien por los últimos informes que había recibido sobre la situación del ruso y la próxima reunión que esperaba que calmará todo. De igual manera, la cita que tenía lo valía todo. 𝐎𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨… Guardaba en secreto lo más frágil y lo más peligroso que tenía: ella. Una leona que había logrado colarse en su cabeza, rompiendo poco a poco la dureza que siempre lo había acompañado. No supo en qué momento pasó, solo sabía que entre salidas, miradas cómplices, sonrisas robadas y esa forma en que lo miraba, terminó desarmado frente a ella. 𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨… 𝐞 𝐡𝐨 𝐭𝐫𝐨𝐯𝐚𝐭𝐨 𝐥’𝐢𝐧𝐯𝐚𝐬𝐨𝐫. En su teléfono aún guardaba una foto, la prueba de que no lo había soñado. Una imagen capaz de arrancarle una sonrisa incluso en medio de la sangre y los informes de la guerra contra el ruso. Cada domingo, cada instante, cada recuerdo: ahí estaba ella. Ese día, al terminar de abotonarse la camisa, sus hombros tensos parecieron ceder un poco. El punto de encuentro era una plaza tranquila, casi inocente. No faltaron las bromas, las miradas que quemaban bajo la piel, ni ese beso robado que un niño interrumpió al pasar cerca. 𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… 𝐨𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨… El viaje en auto los llevó a un sitio apartado, demasiado silencioso. La calma parecía tan perfecta que resultaba sospechosa. Ella sonreía, pero en sus ojos había un nerviosismo imposible de ocultar. Bastó el crujido de una rama para romper la paz, y el silencio se volvió pesado, casi insoportable, con esa presencia invisible de enemigos que siempre parecían acecharlo. 𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… ché 𝐦𝐢 𝐬𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐝𝐢 𝐦𝐨𝐫𝐢𝐫. La distancia se hizo enorme en un segundo. Un instante la tenía en sus brazos y al siguiente estaba más cerca del enemigo que de él. Buscó su mirada, queriendo encontrar miedo o desconcierto en ella, pero en su lugar apareció la puntería de varias armas. Los hombres armados lo obligaron a retroceder, a mantenerse lejos. Lo que más lo golpeó no fue el arma, sino verla sin sorpresa en el rostro, como si lo hubiera sabido desde antes. Entonces escuchó la voz de su primo, dulce y venenosa, confirmando lo que ya intuía: una traición. Y las palabras de ella terminaron por firmar su condena. Intentó reaccionar, pero fue tarde. La primera bala le atravesó el pecho con un estallido seco, directo al ventrículo izquierdo. El golpe lo hizo arquearse hacia atrás, el aire se le escapó de golpe en un jadeo áspero y metálico. Sintió el corazón estallar dentro de su caja torácica, cada latido convertido en un espasmo inútil que expulsaba sangre a borbotones. La camisa blanca se manchó de inmediato, tiñéndose en rojo oscuro mientras sus dedos temblorosos intentaban cubrir la herida, inútilmente. El dolor no era solo físico; era como si lo hubieran arrancado de raíz, como si su propia vida se desangrara en cuestión de segundos. Apenas logró inhalar, el segundo disparo llegó. La bala le atravesó el cráneo con un estruendo sordo, despojándolo del mundo en un destello blanco. Por un instante lo invadió un zumbido absoluto, como si el universo entero se partiera en dos, y después vino la nada: helada e impecable. Y la última figura que alcanzó a ver, justo antes de que todo se apagara, fue la de ella. ❝ - 𝑨𝒚𝒍𝒂 ❞ El cuerpo del italiano se desplomó con un golpe sordo contra la hierba húmeda. El silencio que siguió fue más cruel que el propio disparo, como si el mundo entero contuviera el aliento para contemplar su caída. La sangre brotó al principio en un hilo fino, tímido… pero pronto se desbordó, oscura y espesa, extendiéndose sobre el césped como un manto carmesí. El contraste con el verde fresco resultaba casi obsceno, un cuadro grotesco pintado por la muerte misma. ❝ - ¿𝑷𝒖𝒆𝒅𝒆𝒔 𝒑𝒓𝒐𝒎𝒆𝒕𝒆𝒓𝒎𝒆 𝒏𝒖𝒏𝒄𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒊𝒄𝒊𝒐𝒏𝒂𝒓𝒎𝒆? ❞ La camisa blanca, elegida aquella mañana, se tiñó lentamente, manchándose de rojo como si la tela hubiera esperado ese destino desde siempre. Cada pliegue, cada costura, absorbía la sangre hasta volverse una segunda piel marcada por la violencia. El aire olía a hierro. Y mientras los segundos se alargaban, la quietud del cadáver se volvía más aterradora que el estruendo de la bala que lo había derribado. ❝ - 𝑷𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒊 𝒍𝒐 𝒉𝒂𝒄𝒆𝒔... ❞ Los ojos quedaron abiertos, vacíos, mirando hacia ninguna parte. El brillo que alguna vez desafiaba al mundo entero se había apagado para siempre. El pecho, inmóvil, sin señal de vida. Una respiración que nunca volvió. ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂...❞ La canasta del picnic rodó hasta volcarse, derramando pan, frutas y vino sobre la tierra como una ofrenda rota a los dioses crueles del destino. El líquido carmesí se mezcló con la sangre en el suelo, confundiendo vida y muerte en una misma mancha. A un costado, los lentes de sol yacían olvidados, inútiles, como si aún pretendieran protegerlo de un sol que ya no podía ver. —Está muerto —anunció uno de los hombres, la voz áspera, definitiva. Había rodeado a ambos junto con los demás, y al tocar el cuello de Ryan no encontró pulso alguno.. ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒂𝒕𝒂𝒓𝒕𝒆.❞ Pero entonces, una mano emergió de la hierba ensangrentada y detuvo el movimiento de aquel hombre antes de que pensaran en irse, un agarre firme, con un peso que desafiaba el mismo silencio que habia reinado el lugar. — ¿A dónde vas, hijo de puta? — gruñó una voz familiar, rota por el dolor pero mezclada con rabia. Ryan miro a este hombre antes de jalarlo hacia el, escasos centímetros antes de tomar su cuello y romperlo.
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  • [ Resumen Rol Isla. 1ª Parte.]

    La noche en París era húmeda y silenciosa, solo el eco de las botas de Darküs retumbaba en los callejones empapados. Patrullaba como siempre, cazando demonios que se arrastraban en la oscuridad. Quería eliminar a los máximos posibles antes de su luna de miel, un regalo de paz para Isla. Llevaba ya cinco cadáveres en su haber cuando escuchó un taconeo detrás de él.

    Frunció el ceño al girar y ver la figura de su prometida. Los mismos gestos, la misma voz, pero no el mismo perfume. Su instinto se tensó. Ella se había quedado en el hotel descansando.

    —¿Qué haces aquí? —gruñó, desconfiando.

    Ella sonrió y se inclinó hacia él. Los labios lo rozaron, pero no hubo chispa, no hubo el cosquilleo que conocía de memoria. Antes de que pudiera reaccionar, sintió el ardor de grilletes de plata cerrándose en sus muñecas y tobillos. La carne chisporroteaba bajo el metal. La mujer que tenía delante sonrió y lo golpeó haciéndole perder el conocimiento.

    Cuando despertó, estaba encadenado, débil, y frente a él, la criatura disfrazada de la mujer que amaba. Su voz era cruel, venenosa.

    —Siempre me han fascinado los perros orgullosos —susurró, lamiendo sus labios prestados—. Los que creen que nunca se arrodillarán.

    Darküs apretó los dientes, la sangre corriéndole por la boca.

    —Te disfrazas de ella porque sabes que es mi debilidad… —gruñó.

    La súcubo rió, cruel, acercándose aún más.

    —No, me disfrazo porque quiero que confundas el amor con la rendición. Quiero ver en tus ojos el momento exacto en que dejas de resistir.

    La mente de Darküs se quebraba poco a poco. Encadenado, debilitado, incapaz de defenderse, fue forzado a ceder. Su alma se sintió mancillada, rota, y humillado como si hubiera traicionado todo lo que era. Y sucumbió sintiéndose culpable y débil.

    Isla, guiada por un presentimiento feroz, corrió por las calles hasta dar con él. El vínculo la guiaba, el dolor en su pecho confirmaba lo que temía. Y cuando lo encontró, encadenado y humillado, algo en ella explotó.

    La loba tomó el control, lanzándose contra la súcubo con furia salvaje. Ambas rodaron por el suelo, y los colmillos de Isla desgarraron la carne hasta arrancar la verdadera forma del demonio. La súcubo chillaba con un grito antinatural, pero nada pudo detener la furia de una loba protegiendo a su pareja. Isla hundió sus garras en su torso hasta escuchar los huesos quebrarse y finalmente arrancó su cabeza.

    Cubierta de sangre y jadeando, giró hacia él. Lo vio encadenado, respirando como un animal moribundo, la piel marcada por la plata, los ojos velados por el dolor y la vergüenza. Se lanzó a su lado, tirando de las cadenas con colmillos y garras, aun cuando el metal le quemaba la piel.

    —No… —gruñó él débilmente, negándose—. Déjame… no merezco…

    Pero Isla ignoró su suplica. Entre gemidos de dolor y sangre, logró romper un eslabón, y él, forzando su último aliento, tiró también. El metal cedió. Darküs cayó contra ella, inconsciente, derrotado, con la mirada rota de alguien que sentía que lo había perdido todo.

    Fue entonces cuando la luz llenó la habitación. Apolo descendió, dorado y terrible, su sola presencia obligando a Isla a entrecerrar los ojos. Ella abrazó a Darküs con desesperación, cubriéndolo con su cuerpo, como si temiera que la luz lo arrancara de sus brazos.

    —¡No lo dejes morir! —suplicó entre sollozos—. Te lo ruego, no se merece este final.

    Apolo la observó en silencio antes de hablar con voz solemne.

    —No debiste transformarte en tu estado. Has puesto en riesgo la vida de tu hijo. El equilibrio exige un precio. Decide: tu hombre… o el niño que llevas en el vientre.

    (Continuará....)
    [ Resumen Rol Isla. 1ª Parte.] La noche en París era húmeda y silenciosa, solo el eco de las botas de Darküs retumbaba en los callejones empapados. Patrullaba como siempre, cazando demonios que se arrastraban en la oscuridad. Quería eliminar a los máximos posibles antes de su luna de miel, un regalo de paz para Isla. Llevaba ya cinco cadáveres en su haber cuando escuchó un taconeo detrás de él. Frunció el ceño al girar y ver la figura de su prometida. Los mismos gestos, la misma voz, pero no el mismo perfume. Su instinto se tensó. Ella se había quedado en el hotel descansando. —¿Qué haces aquí? —gruñó, desconfiando. Ella sonrió y se inclinó hacia él. Los labios lo rozaron, pero no hubo chispa, no hubo el cosquilleo que conocía de memoria. Antes de que pudiera reaccionar, sintió el ardor de grilletes de plata cerrándose en sus muñecas y tobillos. La carne chisporroteaba bajo el metal. La mujer que tenía delante sonrió y lo golpeó haciéndole perder el conocimiento. Cuando despertó, estaba encadenado, débil, y frente a él, la criatura disfrazada de la mujer que amaba. Su voz era cruel, venenosa. —Siempre me han fascinado los perros orgullosos —susurró, lamiendo sus labios prestados—. Los que creen que nunca se arrodillarán. Darküs apretó los dientes, la sangre corriéndole por la boca. —Te disfrazas de ella porque sabes que es mi debilidad… —gruñó. La súcubo rió, cruel, acercándose aún más. —No, me disfrazo porque quiero que confundas el amor con la rendición. Quiero ver en tus ojos el momento exacto en que dejas de resistir. La mente de Darküs se quebraba poco a poco. Encadenado, debilitado, incapaz de defenderse, fue forzado a ceder. Su alma se sintió mancillada, rota, y humillado como si hubiera traicionado todo lo que era. Y sucumbió sintiéndose culpable y débil. Isla, guiada por un presentimiento feroz, corrió por las calles hasta dar con él. El vínculo la guiaba, el dolor en su pecho confirmaba lo que temía. Y cuando lo encontró, encadenado y humillado, algo en ella explotó. La loba tomó el control, lanzándose contra la súcubo con furia salvaje. Ambas rodaron por el suelo, y los colmillos de Isla desgarraron la carne hasta arrancar la verdadera forma del demonio. La súcubo chillaba con un grito antinatural, pero nada pudo detener la furia de una loba protegiendo a su pareja. Isla hundió sus garras en su torso hasta escuchar los huesos quebrarse y finalmente arrancó su cabeza. Cubierta de sangre y jadeando, giró hacia él. Lo vio encadenado, respirando como un animal moribundo, la piel marcada por la plata, los ojos velados por el dolor y la vergüenza. Se lanzó a su lado, tirando de las cadenas con colmillos y garras, aun cuando el metal le quemaba la piel. —No… —gruñó él débilmente, negándose—. Déjame… no merezco… Pero Isla ignoró su suplica. Entre gemidos de dolor y sangre, logró romper un eslabón, y él, forzando su último aliento, tiró también. El metal cedió. Darküs cayó contra ella, inconsciente, derrotado, con la mirada rota de alguien que sentía que lo había perdido todo. Fue entonces cuando la luz llenó la habitación. Apolo descendió, dorado y terrible, su sola presencia obligando a Isla a entrecerrar los ojos. Ella abrazó a Darküs con desesperación, cubriéndolo con su cuerpo, como si temiera que la luz lo arrancara de sus brazos. —¡No lo dejes morir! —suplicó entre sollozos—. Te lo ruego, no se merece este final. Apolo la observó en silencio antes de hablar con voz solemne. —No debiste transformarte en tu estado. Has puesto en riesgo la vida de tu hijo. El equilibrio exige un precio. Decide: tu hombre… o el niño que llevas en el vientre. (Continuará....)
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  • ── Se creen astutos, se creen perspicaces y habilidosos. No obstante, no hay nada nuevo bajo la luz de la luna para mi.
    Permito sus juegos, sus trampas y sus intentos de engaños por genuina curiosidad a sus objetivos.
    Acciones que hablan más fuerte que palabras.

    Pero dime...¿qué harías por obtener alguno de mis poderes? y mas importante....¿estás dispuesto a pagar con la penitencia que se te imponga?
    ── Se creen astutos, se creen perspicaces y habilidosos. No obstante, no hay nada nuevo bajo la luz de la luna para mi. Permito sus juegos, sus trampas y sus intentos de engaños por genuina curiosidad a sus objetivos. Acciones que hablan más fuerte que palabras. Pero dime...¿qué harías por obtener alguno de mis poderes? y mas importante....¿estás dispuesto a pagar con la penitencia que se te imponga?
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  • — Es tan maravilloso como las estrellas se alinean formando escudos y lanzas con tal de proteger lo que más aman. Ya quiero ver sus reacciones cuando aquello que quieren cuidar perezca frente a sus ojos, que se deslice como arena entre sus manos. Quiero verlos rabiar sangre y maldecirme...—
    — Es tan maravilloso como las estrellas se alinean formando escudos y lanzas con tal de proteger lo que más aman. Ya quiero ver sus reacciones cuando aquello que quieren cuidar perezca frente a sus ojos, que se deslice como arena entre sus manos. Quiero verlos rabiar sangre y maldecirme...—
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  • ⟡ 𝚂𝙲𝙿-𝙰𝟶𝟽 — "𝙰𝚗𝚘𝚖𝚊𝚕𝚢" ⟡
     ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄
    ╰┈➤ 𝗖𝗹𝗮𝘀𝗶𝗳𝗶𝗰𝗮𝗰𝗶ó𝗻: Keter
    ╰┈➤ 𝗔𝗹𝗶𝗮𝘀: Anomaly
    ╰┈➤ 𝗢𝗿𝗶𝗴𝗲𝗻: Laboratorios Weyland Corp.

    𝙳𝚎𝚜𝚌𝚛𝚒𝚙𝚌𝚒ó𝚗
     ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄
    ╰┈➤ SCP-A07 es una entidad humanoide femenina, aproximadamente 20 años, 1.70 m de altura y 65 kg de peso. Presenta características físicas humanas estándar con alteraciones visibles en la epidermis (cicatrices quirúrgicas y patrones oscuros subdérmicos).
    ╰┈➤ El organismo de SCP-A07 reemplaza la sangre convencional por una sustancia viscosa y oscura denominada “Alquitrán”, de naturaleza orgánica y corrosiva, considerada el núcleo de sus propiedades anómalas.

    𝙲𝚞𝚊𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍𝚎𝚜 𝙿𝚛𝚒𝚗𝚌𝚒𝚙𝚊𝚕𝚎𝚜
     ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄
    ╰┈➤ Generación y control total de la sustancia denominada "alquitrán" a través de orificios en antebrazos y pies. Este "alquitrán" le permite atravesar sólidos (muros, suelos, puertas) al impregnarlos.
    ╰┈➤ Degrada y absorbe materia inorgánica y orgánica mediante el "alquitrán". Se vale de esta materia para sanar heridas y regenerar extremidades amputadas.
    ╰┈➤ Agilidad y reflejos superiores. Puede usar el alquitrán para envolverse y propulsarse en combate.

    𝙿𝚜𝚒𝚌𝚘𝚕𝚘𝚐í𝚊
     ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄
    ╰┈➤ Identidad fragmentada. Nunca desarrolló un sentido propio de “yo”.
    ╰┈➤ Obediencia condicionada. Tiende a acatar órdenes externas (resultado del aislamiento).
    ╰┈➤ Carencia afectiva. Limitado contacto humano. Muestra curiosidad extrema hacia interacciones sociales.

    𝙳𝚎𝚋𝚒𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍𝚎𝚜
     ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄
    ╰┈➤ Vulnerabilidad en caso de drenaje, neutralización química o combustión del alquitrán.
    ╰┈➤ Inestabilidad emocional (crisis de ansiedad, episodios de ira).
    ╰┈➤ Escaso entendimiento de dinámicas sociales y motivaciones humanas.
    ⟡ 𝚂𝙲𝙿-𝙰𝟶𝟽 — "𝙰𝚗𝚘𝚖𝚊𝚕𝚢" ⟡  ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ╰┈➤ 𝗖𝗹𝗮𝘀𝗶𝗳𝗶𝗰𝗮𝗰𝗶ó𝗻: Keter ╰┈➤ 𝗔𝗹𝗶𝗮𝘀: Anomaly ╰┈➤ 𝗢𝗿𝗶𝗴𝗲𝗻: Laboratorios Weyland Corp. 𝙳𝚎𝚜𝚌𝚛𝚒𝚙𝚌𝚒ó𝚗  ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ╰┈➤ SCP-A07 es una entidad humanoide femenina, aproximadamente 20 años, 1.70 m de altura y 65 kg de peso. Presenta características físicas humanas estándar con alteraciones visibles en la epidermis (cicatrices quirúrgicas y patrones oscuros subdérmicos). ╰┈➤ El organismo de SCP-A07 reemplaza la sangre convencional por una sustancia viscosa y oscura denominada “Alquitrán”, de naturaleza orgánica y corrosiva, considerada el núcleo de sus propiedades anómalas. 𝙲𝚞𝚊𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍𝚎𝚜 𝙿𝚛𝚒𝚗𝚌𝚒𝚙𝚊𝚕𝚎𝚜  ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ╰┈➤ Generación y control total de la sustancia denominada "alquitrán" a través de orificios en antebrazos y pies. Este "alquitrán" le permite atravesar sólidos (muros, suelos, puertas) al impregnarlos. ╰┈➤ Degrada y absorbe materia inorgánica y orgánica mediante el "alquitrán". Se vale de esta materia para sanar heridas y regenerar extremidades amputadas. ╰┈➤ Agilidad y reflejos superiores. Puede usar el alquitrán para envolverse y propulsarse en combate. 𝙿𝚜𝚒𝚌𝚘𝚕𝚘𝚐í𝚊  ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ╰┈➤ Identidad fragmentada. Nunca desarrolló un sentido propio de “yo”. ╰┈➤ Obediencia condicionada. Tiende a acatar órdenes externas (resultado del aislamiento). ╰┈➤ Carencia afectiva. Limitado contacto humano. Muestra curiosidad extrema hacia interacciones sociales. 𝙳𝚎𝚋𝚒𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍𝚎𝚜  ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ╰┈➤ Vulnerabilidad en caso de drenaje, neutralización química o combustión del alquitrán. ╰┈➤ Inestabilidad emocional (crisis de ansiedad, episodios de ira). ╰┈➤ Escaso entendimiento de dinámicas sociales y motivaciones humanas.
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  • — Era su primer día en la nueva universidad, en Tokio la gran ciudad, Reiko jamás había salido de Shizuoka en Japón pero al ser aceptada en la universidad de Japón tuvo que mudarse por si misma, sus padres costearon el viaje y su departamento que era algo pequeño pero se tenía que adaptar. Decidió intentar verse sencilla y solo aplicó algo de brillo labial sobre sus labios porque desconocía el maquillaje en general, tomó el metro hasta la universidad sin muchas distracciones y se dirigió hasta allá con paso calmado todavía era bastante temprano llegó justo a tiempo para la ceremonia de presentación y se unió a los demás estudiantes que la miraban un tanto extraño eso le causo algo de ansiedad. Al terminar todo aquello fueron a su aula correspondiente le tocó la clase 2-B. En ese momento llego lo que más temía Reiko las presentaciones y así de rápido llegó su turno. Con dificultad se levantó cuidadosamente del pupitre alzó la cabeza sin mirar demasiado a sus compañeros para no sentirse intimidada sintió un nudo en su garganta, las manos sudadas, el rostro rojo. Y con torpeza finalmente hablo entre tartamudeos. —

    ¡M-mi nombre es Reiko T-takanashi!.
    — Era su primer día en la nueva universidad, en Tokio la gran ciudad, Reiko jamás había salido de Shizuoka en Japón pero al ser aceptada en la universidad de Japón tuvo que mudarse por si misma, sus padres costearon el viaje y su departamento que era algo pequeño pero se tenía que adaptar. Decidió intentar verse sencilla y solo aplicó algo de brillo labial sobre sus labios porque desconocía el maquillaje en general, tomó el metro hasta la universidad sin muchas distracciones y se dirigió hasta allá con paso calmado todavía era bastante temprano llegó justo a tiempo para la ceremonia de presentación y se unió a los demás estudiantes que la miraban un tanto extraño eso le causo algo de ansiedad. Al terminar todo aquello fueron a su aula correspondiente le tocó la clase 2-B. En ese momento llego lo que más temía Reiko las presentaciones y así de rápido llegó su turno. Con dificultad se levantó cuidadosamente del pupitre alzó la cabeza sin mirar demasiado a sus compañeros para no sentirse intimidada sintió un nudo en su garganta, las manos sudadas, el rostro rojo. Y con torpeza finalmente hablo entre tartamudeos. — ¡M-mi nombre es Reiko T-takanashi!.
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  • Yo iré a la fiesta, pero como haya algún altercado no respondo de mis acciones.
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  • -Las sábanas se deslizaban sobre mi piel; al percatarme, actué de inmediato y tapé mi cuerpo, este lugar poseía la capacidad de absorber mi energía en el que me hallaba. Con gran esfuerzo, lograba invocar unas ligeras sombras, pero para mí eso no significaba nada. -

    Tengo que enfocarme y tener calma sobre qué acciones tomar, porque si permito que continúe con todo esto sus acciones, podría llevarnos a un final irreversible.

    -Observaba mis muñecas con las marcas de sus garras; paro luego enpesaron a desvanecerse, necesitaba enfocarme en sanarme por completo.-
    -Las sábanas se deslizaban sobre mi piel; al percatarme, actué de inmediato y tapé mi cuerpo, este lugar poseía la capacidad de absorber mi energía en el que me hallaba. Con gran esfuerzo, lograba invocar unas ligeras sombras, pero para mí eso no significaba nada. - Tengo que enfocarme y tener calma sobre qué acciones tomar, porque si permito que continúe con todo esto sus acciones, podría llevarnos a un final irreversible. -Observaba mis muñecas con las marcas de sus garras; paro luego enpesaron a desvanecerse, necesitaba enfocarme en sanarme por completo.-
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  • [Advertencia. El siguiente es un rol de ciclo del Omega, no uno comun]
    Itsuki Seom Yang

    -Es curioso como reaccionan nuestros cuerpos en estos días intensos, parecemos simples representaciones del deseo y el placer, cuando las feromonas revolotean en el aire atrayendo a la pareja, el anhelo por tener relaciones frenéticas, la mayor posibilidad de reproducción.. Ése era mi pequeño pecado esa noche -
    Ahh... I-Itsu.. Itsu.. -Los sonidos se escuchaba detrás de la puerta de la habitación donde el joven esperaba ansiosamente la llegada de su pareja del trabajo, ya incluso incado en su cama se disponía a acariciarse solo-
    [Advertencia. El siguiente es un rol de ciclo del Omega, no uno comun] [ember_magenta_fox_729] -Es curioso como reaccionan nuestros cuerpos en estos días intensos, parecemos simples representaciones del deseo y el placer, cuando las feromonas revolotean en el aire atrayendo a la pareja, el anhelo por tener relaciones frenéticas, la mayor posibilidad de reproducción.. Ése era mi pequeño pecado esa noche - Ahh... I-Itsu.. Itsu.. -Los sonidos se escuchaba detrás de la puerta de la habitación donde el joven esperaba ansiosamente la llegada de su pareja del trabajo, ya incluso incado en su cama se disponía a acariciarse solo-
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  • -habia tenido un dia muy largo, despues de salir de la empresa me subi al auto estando cansado, mientras conducia dos motocicletas se pegaron a los costados, del auto algo que me asusto apretando el volante, lo que me alarmo fue cuando sacaron dos armas, amenazandome acelere el auto, en una curva perdiendo el comtrol de auto, ya que los frenos fallaron.

    El auto se volvo dando tres vueltas, terminando destruido al instante varias personas, se acercaron mientras los dos sospechosos escapaban, en poco tiempo se escuchaban las sirenas de la ambulancia, y la policia mientras veia borroso y la sangre caia por mi rostro, viendo mi mano mamchada de sangre. Sentia mis parpados cansados y como me costaba respirar ya que una bara del auto se habia clavado en mi abdomen, callendo inconsciente.

    Los paramedicos, no tardarin en sacarme y llevarme rápidamente al hospital, al llegar estaba teniendo un paro cardio respiratorio. Por lo que las enfermeras romoieron mi camisa, tratando de reabimarme dandome oxigeno, mientras los oficiales encintraron mi identificacion y celular, buscando algo encontraron el numero de mi pareja llamandolo-

    Xx: buanas noches hablamos con el señor viktor?........para informale que su pareja tuvo un accidente automovilístico, se encuentra en la clinica central en estado critico

    -la voz del oficial se escuchaba entrecortada, u con un nudo en la garganta mientras en el quirofano estaban desesperados-

    Xx: despejen!

    -grito el doctor, usando el desfribilador, para dar descarga al no haber reaccion en el monitor, volvio a recargar, dando otro shock, esperando ver pulso en el monitor-

    Xx: vamos!, vamos reacciona!

    Viktor Kaelith Veyrith
    -habia tenido un dia muy largo, despues de salir de la empresa me subi al auto estando cansado, mientras conducia dos motocicletas se pegaron a los costados, del auto algo que me asusto apretando el volante, lo que me alarmo fue cuando sacaron dos armas, amenazandome acelere el auto, en una curva perdiendo el comtrol de auto, ya que los frenos fallaron. El auto se volvo dando tres vueltas, terminando destruido al instante varias personas, se acercaron mientras los dos sospechosos escapaban, en poco tiempo se escuchaban las sirenas de la ambulancia, y la policia mientras veia borroso y la sangre caia por mi rostro, viendo mi mano mamchada de sangre. Sentia mis parpados cansados y como me costaba respirar ya que una bara del auto se habia clavado en mi abdomen, callendo inconsciente. Los paramedicos, no tardarin en sacarme y llevarme rápidamente al hospital, al llegar estaba teniendo un paro cardio respiratorio. Por lo que las enfermeras romoieron mi camisa, tratando de reabimarme dandome oxigeno, mientras los oficiales encintraron mi identificacion y celular, buscando algo encontraron el numero de mi pareja llamandolo- Xx: buanas noches hablamos con el señor viktor?........para informale que su pareja tuvo un accidente automovilístico, se encuentra en la clinica central en estado critico -la voz del oficial se escuchaba entrecortada, u con un nudo en la garganta mientras en el quirofano estaban desesperados- Xx: despejen! -grito el doctor, usando el desfribilador, para dar descarga al no haber reaccion en el monitor, volvio a recargar, dando otro shock, esperando ver pulso en el monitor- Xx: vamos!, vamos reacciona! [fusion_pearl_frog_373]
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