• He visto muchas cosas desde que partí con mi viaje, armado solo con mi espada, he dormido bñen lugares hinospitos, caminado entre bosques donde nadie quisiera poner un pie, y enfrentado criaturas nacidas del eco de antiguas guerras. Pero hoy crucé algo que escapa a las palabras comunes. Ante mí se alzó una estructura imposible, suspendida entre dos mundos. Un puente de piedra gris que desafía la voluntad de la montaña. No una simple construcción, esto era un grito de desafío contra la muerte misma. Se lo conoce entre los viajeros como El Puente de los Ecos.

    La arquitectura humana nunca me ha parecido particularmente gloriosa. Muchas veces está pensada con urgencia, para el presente, rara vez para resistir la mirada del tiempo. Pero esto fue construido por hombres que sabían que no volverían jamás, pero que querían dejar huella en las montañas. El puente no conecta pueblos, conecta dos enormes picos. Sus arcos, siete en total, emergen de la roca misma, parecía que hubieran sido tallados por gigantes de otra era. La nieve lo cubre como un sudario blanco, y el viento lo atraviesa emitiendo susurros como si las piedras guardaran los nombres de todos los que lo cruzaron y no llegaron al otro lado. Quizá cuantos batallones enteros marcharon hacia su final en estw lugar.

    Solo estaba el abismo a ambos lados y sin embargo, allí estaban, figuras solitarias envueltas en capas negras, como guardianes silenciosos. No me hablaron, solo me observaron pasar, quiza mi destino no les incumbia o ya lo conocían.
    Y allá arriba, sobre el filo de la montaña, vi formas que por primera vez habia visto voladores, alas de cuero y ojos de brasa. Dragones, o lo que queda de ellos, me pregunté si eran los últimos testigos de una época donde los puentes se construían con fe y no con lógica.
    Quizás esto es lo que hace grande al ser humano, no su magia ni su acero, sino su testarudez de poner piedra sobre piedra en los lugares donde la muerte reina.
    He visto muchas cosas desde que partí con mi viaje, armado solo con mi espada, he dormido bñen lugares hinospitos, caminado entre bosques donde nadie quisiera poner un pie, y enfrentado criaturas nacidas del eco de antiguas guerras. Pero hoy crucé algo que escapa a las palabras comunes. Ante mí se alzó una estructura imposible, suspendida entre dos mundos. Un puente de piedra gris que desafía la voluntad de la montaña. No una simple construcción, esto era un grito de desafío contra la muerte misma. Se lo conoce entre los viajeros como El Puente de los Ecos. La arquitectura humana nunca me ha parecido particularmente gloriosa. Muchas veces está pensada con urgencia, para el presente, rara vez para resistir la mirada del tiempo. Pero esto fue construido por hombres que sabían que no volverían jamás, pero que querían dejar huella en las montañas. El puente no conecta pueblos, conecta dos enormes picos. Sus arcos, siete en total, emergen de la roca misma, parecía que hubieran sido tallados por gigantes de otra era. La nieve lo cubre como un sudario blanco, y el viento lo atraviesa emitiendo susurros como si las piedras guardaran los nombres de todos los que lo cruzaron y no llegaron al otro lado. Quizá cuantos batallones enteros marcharon hacia su final en estw lugar. Solo estaba el abismo a ambos lados y sin embargo, allí estaban, figuras solitarias envueltas en capas negras, como guardianes silenciosos. No me hablaron, solo me observaron pasar, quiza mi destino no les incumbia o ya lo conocían. Y allá arriba, sobre el filo de la montaña, vi formas que por primera vez habia visto voladores, alas de cuero y ojos de brasa. Dragones, o lo que queda de ellos, me pregunté si eran los últimos testigos de una época donde los puentes se construían con fe y no con lógica. Quizás esto es lo que hace grande al ser humano, no su magia ni su acero, sino su testarudez de poner piedra sobre piedra en los lugares donde la muerte reina.
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  • 𝗝𝗨𝗘𝗭 𝗦𝗨𝗣𝗥𝗘𝗠𝗢
    ╾ 𝘛𝘳𝘪𝘣𝘶𝘯𝘢𝘭 𝘥𝘦 𝘱𝘳𝘪𝘮𝘦𝘳𝘢 𝘪𝘯𝘴𝘵𝘢𝘯𝘤𝘪𝘢
    • 𝗔𝗽𝗼𝗰𝗮𝗹𝗶𝗽𝘀𝗶𝘀

    ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ - 𝓞𝓷𝓮𝓓𝓪𝔂 -

    Después de que la base a su mando presentara problemas por una repentina invasión de gusanos gigantes subterráneos que podían comer incluso metal y hierro, tuvo que trasladar a algunos civiles hacia otro punto de la base mientras se deshacían de éstos. Fue una lucha continúa por días, pero afortunadamente habían desarrollado armas especiales para tratar con éstas plagas.

    También luego de exterminarlos, se encargaron de reconstruir parte de la base, aunque la reconstrucción llevaría meses. Esos días habían estado siendo difíciles porque recibían muchos ataques, tanto de las criaturas del abismo, infectados, como de las personas mismas. El juez había perdido su sensibilidad humana temporalmente, sacar su arma cada que alguien se le acercaba era más que un reflejo ahora, su escudo.
    ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎
    𝗝𝗨𝗘𝗭 𝗦𝗨𝗣𝗥𝗘𝗠𝗢 ╾ 𝘛𝘳𝘪𝘣𝘶𝘯𝘢𝘭 𝘥𝘦 𝘱𝘳𝘪𝘮𝘦𝘳𝘢 𝘪𝘯𝘴𝘵𝘢𝘯𝘤𝘪𝘢 • 𝗔𝗽𝗼𝗰𝗮𝗹𝗶𝗽𝘀𝗶𝘀 ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ - 𝓞𝓷𝓮𝓓𝓪𝔂 - Después de que la base a su mando presentara problemas por una repentina invasión de gusanos gigantes subterráneos que podían comer incluso metal y hierro, tuvo que trasladar a algunos civiles hacia otro punto de la base mientras se deshacían de éstos. Fue una lucha continúa por días, pero afortunadamente habían desarrollado armas especiales para tratar con éstas plagas. También luego de exterminarlos, se encargaron de reconstruir parte de la base, aunque la reconstrucción llevaría meses. Esos días habían estado siendo difíciles porque recibían muchos ataques, tanto de las criaturas del abismo, infectados, como de las personas mismas. El juez había perdido su sensibilidad humana temporalmente, sacar su arma cada que alguien se le acercaba era más que un reflejo ahora, su escudo. ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎
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  • El llanto de la eterna
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    Anyel Martnes
    Keirot Korezu
    Jasuke Sarutobi

    https://www.youtube.com/watch?v=QFZwuTOu9og

    Aethor, la voz que no perdona...

    Cuenta la leyenda que este ser fue el primer Guardián del Límite, creado por los dioses para contener el poder desmedido de los primeros vampiros reales. Pero cuando estos dioses desaparecieron, Aethor quedó atrapado entre el mundo físico y el espiritual… desfigurado por el tiempo y consumido por su deber.

    Su misión es recolectar la sangre y esencia de los vampiros que llevan linaje real, aquellos que descienden directamente de los antiguos progenitores inmortales. Su propósito es más oscuro… aún oculto incluso para los cazadores. El más mínimo roce, herida o contacto de Aethor provoca en el vampiro afectado una ruptura psíquica y biológica. La sangre dentro del vampiro se corrompe, generando un estado de sed incontrolable y locura, una especie de “fiebre de sangre”. Incluso los más disciplinados caen presa de la furia, devorando sin juicio a aliados, inocentes o enemigos por igual. Este estado puede durar días, semanas, o hasta que el vampiro es destruido… o muerde a otro, esparciendo la maldición.

    Pero hoy, por fin era el día. La había encontrado. Lyra Velvetthorn...

    El viento susurraba entre los árboles del bosque de Erelhyn, como si el mismo mundo contuviera el aliento. La luna se alzaba pálida sobre las copas negras, y Lyra avanzaba entre la maleza con la elegancia de una sombra viva, recolectando pétalos de lúgrima azul y raíces de silvo, ingredientes delicados para sus brebajes nocturnos. Una vieja costumbre que tenía.

    El silencio era profundo. Familiar. Seguro. Hasta que dejó de serlo. El aire se volvió denso. La noche se endureció, como si el bosque respirara al unísono… y luego se negara a hacerlo. Las hojas dejaron de moverse. Un escalofrío, no físico, sino ancestral, rozó la espalda de Lyra. Se irguió, alerta, sus ojos escudriñando la oscuridad.

    Y entonces lo sintió.

    No lo oyó llegar. No lo vio avanzar. Solo apareció, entre los árboles. Una figura alta, sin rostro, envuelta en una negrura tan antigua como el mundo. Sus ojos eran dos huecos de silencio. Aethor. Su mano apenas se movió, y una lanza negra cortó el aire. Lyra apenas giró cuando sintió el calor espeso de la herida en su cuello. Un hilo de sangre cayó… pero con él, cayó algo más.

    Su voluntad. Su centro. Su alma.

    Algo se desmoronó en su interior, imperceptible al principio, como una pequeña grieta en un espejo.

    El silencio viviente.
    El recolector de linajes.
    El castigo para los de sangre real.

    “No fue una herida… fue una llave.”

    Dentro de ella, algo se abrió. Y comenzó a entrar la oscuridad. La fiebre llegó como un vendaval. Su garganta ardía con una sed imposible, sus pensamientos se retorcían como insectos atrapados en ámbar caliente. Su consciencia comenzó a quebrarse, a fragmentarse como cristal golpeado desde dentro.

    "No tengo sed... no hambre... esto es otra cosa. Esto es... hueco. Es hambre de mí."

    Lyra intentó aferrarse a algo, a su nombre, a los recuerdos de quienes alguna vez amó, de las noches en las que alimentarse no era masacrar, sino ritual. Pero las memorias comenzaron a deslizarse entre sus dedos como humo frío.

    "¿Cómo sonaba la risa de Lioren...?"
    "¿Cuántos pétalos tenía la flor que planté en el umbral?"
    "¿Cuánto pesa la culpa cuando no queda alma que la cargue?"

    La respuesta era nada. Estaba en la oscuridad. Porque lo que quedaba dentro de ella ya no era esencia. Era una neblina negra que se arremolinaba, y en su centro...un abismo.

    Cuando llegó al campamento, ya no era ella. Las luces tenues de las linternas colgaban de las ramas como luciérnagas dormidas. Los cuerpos humanos respiraban profundamente, ajenos a lo que los observaba entre la maleza.

    Y la voz dentro de ella, que era tan dulce pero aterradora, susurró...

    "¿Ves cómo laten...? Rómpelos. Ábrelos. Encuentra la música en sus huesos."

    Ella no quería. No realmente. Pero ya no tenía la fuerza de decidir. La decisión se había ido con su sangre. El primer grito fue el más humano. El resto fueron ahogados en sangre. Sus manos se convirtieron en garras. Su boca, en prisión de colmillos. Y todo lo que era amor, compasión, belleza… fue devorado por la sed.

    Cuando todo terminó, Lyra permaneció de pie entre los restos humeantes del campamento. Su vestido blanco goteaba sangre como si el bosque la hubiese coronado. Una reina de ceniza y gritos. Sus pies comenzaron a moverse por sí solos, rumbo al pueblo. Mientras caminaba, su mente era un campo de ruinas.
    Y su alma… apenas un eco.

    "¿Qué soy ahora...?"

    Una carcajada brotó de su garganta, ajena, rota, como si no supiera cómo reír. Pero aún dentro de ella, muy al fondo, algo lloraba.

    Una voz apagada.
    Un susurro débil.
    ¿La suya? ¿O de alguien perdido en sus memorias?

    Aethor la observaba desde los árboles. Silente. Inmóvil. La recolección había comenzado. Y el cuerpo de Lyra, el vestido carmesí, sus ojos vacíos,
    eran la prueba de que la sangre real se quiebra desde dentro.

    [Anyel01] [Keirot_Korezu] [vision_white_scorpion_304] https://www.youtube.com/watch?v=QFZwuTOu9og Aethor, la voz que no perdona... Cuenta la leyenda que este ser fue el primer Guardián del Límite, creado por los dioses para contener el poder desmedido de los primeros vampiros reales. Pero cuando estos dioses desaparecieron, Aethor quedó atrapado entre el mundo físico y el espiritual… desfigurado por el tiempo y consumido por su deber. Su misión es recolectar la sangre y esencia de los vampiros que llevan linaje real, aquellos que descienden directamente de los antiguos progenitores inmortales. Su propósito es más oscuro… aún oculto incluso para los cazadores. El más mínimo roce, herida o contacto de Aethor provoca en el vampiro afectado una ruptura psíquica y biológica. La sangre dentro del vampiro se corrompe, generando un estado de sed incontrolable y locura, una especie de “fiebre de sangre”. Incluso los más disciplinados caen presa de la furia, devorando sin juicio a aliados, inocentes o enemigos por igual. Este estado puede durar días, semanas, o hasta que el vampiro es destruido… o muerde a otro, esparciendo la maldición. Pero hoy, por fin era el día. La había encontrado. Lyra Velvetthorn... El viento susurraba entre los árboles del bosque de Erelhyn, como si el mismo mundo contuviera el aliento. La luna se alzaba pálida sobre las copas negras, y Lyra avanzaba entre la maleza con la elegancia de una sombra viva, recolectando pétalos de lúgrima azul y raíces de silvo, ingredientes delicados para sus brebajes nocturnos. Una vieja costumbre que tenía. El silencio era profundo. Familiar. Seguro. Hasta que dejó de serlo. El aire se volvió denso. La noche se endureció, como si el bosque respirara al unísono… y luego se negara a hacerlo. Las hojas dejaron de moverse. Un escalofrío, no físico, sino ancestral, rozó la espalda de Lyra. Se irguió, alerta, sus ojos escudriñando la oscuridad. Y entonces lo sintió. No lo oyó llegar. No lo vio avanzar. Solo apareció, entre los árboles. Una figura alta, sin rostro, envuelta en una negrura tan antigua como el mundo. Sus ojos eran dos huecos de silencio. Aethor. Su mano apenas se movió, y una lanza negra cortó el aire. Lyra apenas giró cuando sintió el calor espeso de la herida en su cuello. Un hilo de sangre cayó… pero con él, cayó algo más. Su voluntad. Su centro. Su alma. Algo se desmoronó en su interior, imperceptible al principio, como una pequeña grieta en un espejo. El silencio viviente. El recolector de linajes. El castigo para los de sangre real. “No fue una herida… fue una llave.” Dentro de ella, algo se abrió. Y comenzó a entrar la oscuridad. La fiebre llegó como un vendaval. Su garganta ardía con una sed imposible, sus pensamientos se retorcían como insectos atrapados en ámbar caliente. Su consciencia comenzó a quebrarse, a fragmentarse como cristal golpeado desde dentro. "No tengo sed... no hambre... esto es otra cosa. Esto es... hueco. Es hambre de mí." Lyra intentó aferrarse a algo, a su nombre, a los recuerdos de quienes alguna vez amó, de las noches en las que alimentarse no era masacrar, sino ritual. Pero las memorias comenzaron a deslizarse entre sus dedos como humo frío. "¿Cómo sonaba la risa de Lioren...?" "¿Cuántos pétalos tenía la flor que planté en el umbral?" "¿Cuánto pesa la culpa cuando no queda alma que la cargue?" La respuesta era nada. Estaba en la oscuridad. Porque lo que quedaba dentro de ella ya no era esencia. Era una neblina negra que se arremolinaba, y en su centro...un abismo. Cuando llegó al campamento, ya no era ella. Las luces tenues de las linternas colgaban de las ramas como luciérnagas dormidas. Los cuerpos humanos respiraban profundamente, ajenos a lo que los observaba entre la maleza. Y la voz dentro de ella, que era tan dulce pero aterradora, susurró... "¿Ves cómo laten...? Rómpelos. Ábrelos. Encuentra la música en sus huesos." Ella no quería. No realmente. Pero ya no tenía la fuerza de decidir. La decisión se había ido con su sangre. El primer grito fue el más humano. El resto fueron ahogados en sangre. Sus manos se convirtieron en garras. Su boca, en prisión de colmillos. Y todo lo que era amor, compasión, belleza… fue devorado por la sed. Cuando todo terminó, Lyra permaneció de pie entre los restos humeantes del campamento. Su vestido blanco goteaba sangre como si el bosque la hubiese coronado. Una reina de ceniza y gritos. Sus pies comenzaron a moverse por sí solos, rumbo al pueblo. Mientras caminaba, su mente era un campo de ruinas. Y su alma… apenas un eco. "¿Qué soy ahora...?" Una carcajada brotó de su garganta, ajena, rota, como si no supiera cómo reír. Pero aún dentro de ella, muy al fondo, algo lloraba. Una voz apagada. Un susurro débil. ¿La suya? ¿O de alguien perdido en sus memorias? Aethor la observaba desde los árboles. Silente. Inmóvil. La recolección había comenzado. Y el cuerpo de Lyra, el vestido carmesí, sus ojos vacíos, eran la prueba de que la sangre real se quiebra desde dentro.
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  • Corazón de Umbra, ecos del abismo: la sabia, el mago y el loto carmesí.
    Fandom OC
    Categoría Aventura
    Tascio A Echeverri
    Ozen La Inamovible

    La luz del crepúsculo apenas se filtraba a través del follaje enredado del último tramo antes del despeñadero. El aire, espeso con aroma a humedad y ecos de profundidad insondable, vibraba con una extraña tensión. Tascio parecia estar ocupado ajustando las correas de su morral o comiendose algunas de las últimas galletas que les quedaban mientras Miyabi silenciosa como una sombra se detuvo unos pasos más adelante, sus ojos fijos en una figura sentada en una roca cubierta de musgo púrpura, al borde mismo de la grieta.

    Allí estaba Ozen, una anciana de espaldas encorvadas y manos huesudas vestida con lo que parecia jirones de un traje de exploradora que decia a gritos soy más parte del abismo que de la superficie. Su cabello blanco daba la apariencia de estar trenzado con fragmentos de huesos pequeños, tal vez humanos, tal vez no. Y su mirada cuando levantó el rostro hacia ellos reflejaba la de alguien que había caminado en círculos dentro de su propia muerte y regresado sin pedir permiso.

    Miyabi dio un paso al frente sonriendo sin miedo y de manera cordial, de cierta forma la anciana le recordaba en algo a la señorita Ronwell aunque sin el olor a galletas o estofado.

    —Buenos días amable señora, buscamos el Corazón de Umbra —dijo, sin rodeos—. Pensamos que usted tal vez descendió lo bastante para hallarlo o para oír su latido...¿tal vez sabe como llegar a Vel’Hareth y a los filos de los nichos de los Túmulos Oscuros?

    **Se decia que el corazón de Umbra se encontraba más allá del sexto velo de presión. Donde ni la carne ni la fe sobreviven, un lugar custodiado por los Susurrantes, entes de sombra viva que no hablan pero escuchan y responden dentro de tu cráneo, un lugar donde las capas de presión devoraban la carne con calor y las venas colapsabann. Estaba lleno de criaturas ciegas que solo veian con la memoria del abismo...**
    [demon_of_spirits] [Ozen_The_Inmovable] La luz del crepúsculo apenas se filtraba a través del follaje enredado del último tramo antes del despeñadero. El aire, espeso con aroma a humedad y ecos de profundidad insondable, vibraba con una extraña tensión. Tascio parecia estar ocupado ajustando las correas de su morral o comiendose algunas de las últimas galletas que les quedaban mientras Miyabi silenciosa como una sombra se detuvo unos pasos más adelante, sus ojos fijos en una figura sentada en una roca cubierta de musgo púrpura, al borde mismo de la grieta. Allí estaba Ozen, una anciana de espaldas encorvadas y manos huesudas vestida con lo que parecia jirones de un traje de exploradora que decia a gritos soy más parte del abismo que de la superficie. Su cabello blanco daba la apariencia de estar trenzado con fragmentos de huesos pequeños, tal vez humanos, tal vez no. Y su mirada cuando levantó el rostro hacia ellos reflejaba la de alguien que había caminado en círculos dentro de su propia muerte y regresado sin pedir permiso. Miyabi dio un paso al frente sonriendo sin miedo y de manera cordial, de cierta forma la anciana le recordaba en algo a la señorita Ronwell aunque sin el olor a galletas o estofado. —Buenos días amable señora, buscamos el Corazón de Umbra —dijo, sin rodeos—. Pensamos que usted tal vez descendió lo bastante para hallarlo o para oír su latido...¿tal vez sabe como llegar a Vel’Hareth y a los filos de los nichos de los Túmulos Oscuros? **Se decia que el corazón de Umbra se encontraba más allá del sexto velo de presión. Donde ni la carne ni la fe sobreviven, un lugar custodiado por los Susurrantes, entes de sombra viva que no hablan pero escuchan y responden dentro de tu cráneo, un lugar donde las capas de presión devoraban la carne con calor y las venas colapsabann. Estaba lleno de criaturas ciegas que solo veian con la memoria del abismo...**
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    El agotamiento consume cada fibra de su cuerpo, pero Akane sigue avanzando. No hay más estrategia, no hay más recursos. Solo su espada, su instinto y su voluntad de seguir luchando.

    Su corazón late con furia. Ha estado peleando toda la noche, su mente procesando cada movimiento, cada ataque. Entiende las técnicas de su enemigo, sabe que no la atrapará, sabe que los trucos no sirven.

    ¿Este juego es suicidio? Se pregunta, pero luego ya no le importa.

    ¡Pelea, pelea! Aún no es suficiente. ¡Hazlo! ¡Hazlo!

    El mundo a su alrededor es un caos manchado y roto, su visión es borrosa. Si tan solo tuviera una segunda oportunidad...

    Y entonces, su cuerpo entra en estado salvaje.

    El dolor desaparece, los golpes no se registran. Su instinto toma el control y su cuerpo se mueve como si fuera automático.

    Ya no hay comprensión, solo rabia, frustración y vacío.

    Los pensamientos estallan en su mente como fragmentos rotos: “Haz sueños en grande y destrózalos.” “Mi cerebro está seco, vacío, podrido.” “No lo sé… no lo sé… solo sé que estoy cansada.”

    Su respiración es errática, sus ojos desenfocados. Maldita. Fría. Oscura. Loca.
    Expuesta. Al borde del abismo, seguirá adelante.
    El agotamiento consume cada fibra de su cuerpo, pero Akane sigue avanzando. No hay más estrategia, no hay más recursos. Solo su espada, su instinto y su voluntad de seguir luchando. Su corazón late con furia. Ha estado peleando toda la noche, su mente procesando cada movimiento, cada ataque. Entiende las técnicas de su enemigo, sabe que no la atrapará, sabe que los trucos no sirven. ¿Este juego es suicidio? Se pregunta, pero luego ya no le importa. ¡Pelea, pelea! Aún no es suficiente. ¡Hazlo! ¡Hazlo! El mundo a su alrededor es un caos manchado y roto, su visión es borrosa. Si tan solo tuviera una segunda oportunidad... Y entonces, su cuerpo entra en estado salvaje. El dolor desaparece, los golpes no se registran. Su instinto toma el control y su cuerpo se mueve como si fuera automático. Ya no hay comprensión, solo rabia, frustración y vacío. Los pensamientos estallan en su mente como fragmentos rotos: “Haz sueños en grande y destrózalos.” “Mi cerebro está seco, vacío, podrido.” “No lo sé… no lo sé… solo sé que estoy cansada.” Su respiración es errática, sus ojos desenfocados. Maldita. Fría. Oscura. Loca. Expuesta. Al borde del abismo, seguirá adelante.
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  • Los ha visto temblar.
    No por el frío ni por el filo de la muerte, sino por la ausencia de un mensaje.
    Por la espera de una mirada que no llega.
    Por el silencio que alguien —allá, en otra vida, en otro mundo— ha dejado caer como una sentencia.

    Es curioso, piensa.
    Los humanos construyen su identidad con barro, fuego y palabras. Pero basta con que alguien les niegue una sonrisa para que se deshagan. Se inclinan, se marchitan, se ofrendan enteros a quien apenas los nota. Y lo llaman amor.

    Ella, que ha cortado hilos con la precisión de quien conoce el peso de una vida, no entiende esa fidelidad al vacío.
    Esa necesidad de ser vistos por ojos que miran a través.
    De ser escuchados por oídos que solo oyen su propio eco.
    De ser tocados por manos que nunca se extienden.

    Ellos insisten.
    Le escriben a la ausencia. Le rezan a lo que podría ser. Recogen cada gesto escaso como si fuera una ofrenda divina: un “hola” indiferente se convierte en salvación, una carcajada lejana en esperanza.
    La balanza no importa; se conforman con migajas si vienen de la persona correcta. O de la equivocada, pero idealizada.

    ¿Y qué es esa persona, realmente?
    Un reflejo. Una proyección. Un espejismo vestido de deseo.
    No se aman a sí mismos, se aman a través de alguien más.
    Como si la validación externa pudiera curar el abismo que llevan dentro.

    A Atropos no le conmueve la espera. La conoce bien.
    Ha visto cuántos hilos se han vuelto delgados como suspiros por esa obsesión de pertenecer al mundo de otro.
    Por ese deseo infantil de ser elegidos, aunque sea por accidente.
    Y cuando ya no quedan fuerzas, cuando la otra persona desaparece del todo o se queda sin rostro en la memoria, no lloran por ella. Lloran por lo que creían ser cuando eran vistos por esos ojos.

    Es una tragedia callada, repetida infinitamente.
    No amar y no ser amado, sino depender.
    Como una marioneta que sigue bailando incluso después de que se ha soltado la cuerda.

    Atropos, al final, corta igual.
    Pero se pregunta, mientras lo hace, si alguna vez aprenderán a sostenerse a sí mismos.
    Los ha visto temblar. No por el frío ni por el filo de la muerte, sino por la ausencia de un mensaje. Por la espera de una mirada que no llega. Por el silencio que alguien —allá, en otra vida, en otro mundo— ha dejado caer como una sentencia. Es curioso, piensa. Los humanos construyen su identidad con barro, fuego y palabras. Pero basta con que alguien les niegue una sonrisa para que se deshagan. Se inclinan, se marchitan, se ofrendan enteros a quien apenas los nota. Y lo llaman amor. Ella, que ha cortado hilos con la precisión de quien conoce el peso de una vida, no entiende esa fidelidad al vacío. Esa necesidad de ser vistos por ojos que miran a través. De ser escuchados por oídos que solo oyen su propio eco. De ser tocados por manos que nunca se extienden. Ellos insisten. Le escriben a la ausencia. Le rezan a lo que podría ser. Recogen cada gesto escaso como si fuera una ofrenda divina: un “hola” indiferente se convierte en salvación, una carcajada lejana en esperanza. La balanza no importa; se conforman con migajas si vienen de la persona correcta. O de la equivocada, pero idealizada. ¿Y qué es esa persona, realmente? Un reflejo. Una proyección. Un espejismo vestido de deseo. No se aman a sí mismos, se aman a través de alguien más. Como si la validación externa pudiera curar el abismo que llevan dentro. A Atropos no le conmueve la espera. La conoce bien. Ha visto cuántos hilos se han vuelto delgados como suspiros por esa obsesión de pertenecer al mundo de otro. Por ese deseo infantil de ser elegidos, aunque sea por accidente. Y cuando ya no quedan fuerzas, cuando la otra persona desaparece del todo o se queda sin rostro en la memoria, no lloran por ella. Lloran por lo que creían ser cuando eran vistos por esos ojos. Es una tragedia callada, repetida infinitamente. No amar y no ser amado, sino depender. Como una marioneta que sigue bailando incluso después de que se ha soltado la cuerda. Atropos, al final, corta igual. Pero se pregunta, mientras lo hace, si alguna vez aprenderán a sostenerse a sí mismos.
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  • Plano de Lys’Nerath: Borde de lo Incorrupto. "Sangre de un ser trascendido"
    Fandom OC
    Categoría Acción
    𝑻𝑬𝑵𝑬𝑩𝑹𝑶𝑼𝑺

    El cielo, teñido de un púrpura se extendía sobre una tierra quebrada por el peso de las almas que alguna vez desafiaron a la muerte. Rocas flotaban suspendidas por una fuerza imposible, mientras una grieta incandescente cruzaba el horizonte como una cicatriz abierta entre dimensiones. El silencio no era natural; era el tipo de vacío que parecía escuchar.

    Miyabi se encontraba al borde de un risco de obsidiana, su figura recortada contra la bruma espectral del plano. Sus ropas oscuras se agitaban como si respondieran a algo invisible. En sus ojos danzaba una mezcla de duda y secreto. Acababa de terminar de curar la muñeca de Sung tras una batalla que él habia descrito como algo poco convencional. Llevaba poco tiempo conociéndolo, pero sin embargo, ya sentia que podia confiar en él o al menos confiarle alguna parte de sus secreto y ¿por qué no? pedir su ayuda.

    Fue ella quien rompió el silencio.
    —Hay un lugar...—dijo, sin apartar la vista del abismo —Más allá de lo que debería existir. Un plano donde moran los que rompieron el ciclo de la vida y la muerte. "Lys’Nerath".

    A su lado, Sung Jin-Woo permanecía inmóvil, su sombra alargada deformándose bajo la influencia del plano. No habló, pero tampoco se marchó.

    Eso bastaba para que Miyabi continuara.
    —Allí se esconde algo que necesito —agregó—El ingrediente Cuarto: "La sangre de un Ser Trascendido". Hizo una pausa antes de continuar con su relato. No un es dios o un demonio. Es algo que eligió no morir y fue condenado por ello. Y bueno...el asunto es que no puedo enfrentarlo sola. Pero tú… he visto lo que eres capaz de hacer, no creas que no lo he notado, tú caminas entre sombras como si ellas te obedecieran.

    Se volvió finalmente hacia él. Sus ojos buscaban algo en los de Sung. Una chispa, una grieta en esa imperturbable fachada que lo caracterizaba.

    —Dime, ¿cuánto estarías dispuesto a arriesgar por una llama capaz de juzgar incluso a los dioses?
    [Tenebrous2] El cielo, teñido de un púrpura se extendía sobre una tierra quebrada por el peso de las almas que alguna vez desafiaron a la muerte. Rocas flotaban suspendidas por una fuerza imposible, mientras una grieta incandescente cruzaba el horizonte como una cicatriz abierta entre dimensiones. El silencio no era natural; era el tipo de vacío que parecía escuchar. Miyabi se encontraba al borde de un risco de obsidiana, su figura recortada contra la bruma espectral del plano. Sus ropas oscuras se agitaban como si respondieran a algo invisible. En sus ojos danzaba una mezcla de duda y secreto. Acababa de terminar de curar la muñeca de Sung tras una batalla que él habia descrito como algo poco convencional. Llevaba poco tiempo conociéndolo, pero sin embargo, ya sentia que podia confiar en él o al menos confiarle alguna parte de sus secreto y ¿por qué no? pedir su ayuda. Fue ella quien rompió el silencio. —Hay un lugar...—dijo, sin apartar la vista del abismo —Más allá de lo que debería existir. Un plano donde moran los que rompieron el ciclo de la vida y la muerte. "Lys’Nerath". A su lado, Sung Jin-Woo permanecía inmóvil, su sombra alargada deformándose bajo la influencia del plano. No habló, pero tampoco se marchó. Eso bastaba para que Miyabi continuara. —Allí se esconde algo que necesito —agregó—El ingrediente Cuarto: "La sangre de un Ser Trascendido". Hizo una pausa antes de continuar con su relato. No un es dios o un demonio. Es algo que eligió no morir y fue condenado por ello. Y bueno...el asunto es que no puedo enfrentarlo sola. Pero tú… he visto lo que eres capaz de hacer, no creas que no lo he notado, tú caminas entre sombras como si ellas te obedecieran. Se volvió finalmente hacia él. Sus ojos buscaban algo en los de Sung. Una chispa, una grieta en esa imperturbable fachada que lo caracterizaba. —Dime, ¿cuánto estarías dispuesto a arriesgar por una llama capaz de juzgar incluso a los dioses?
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  • Fragmento del Diario de Alren Veyran, Cronista del Ocaso
    Fandom OC
    Categoría Aventura
    Entrada 247 – Séptima luna descendente, ciclo de ceniza

    He vuelto a soñar con ella. "La Llama del Juicio". No como mito, no como símbolo sino como una verdad que se filtra en las lagunas de mi mente. La he visto arder en medio del vacío, inmóvil, y a la vez danzando con la furia de lo que ha conocido el fin del tiempo.

    Hoy, tras años de rastrear textos perdidos y páginss arrancadas del polvo de templos hundidos, creo haber identificado los ingredientes necesarios para replicarla o quizás solo acercarme a su reflejo. Lo registro aquí, por si no vuelvo de esta búsqueda. Que al menos las palabras sobrevivan, aunque yo no lo haga.

    El primero es el Corazón de Umbra.
    Un mineral vivo y tan oscuro como el propio vacio, un órgano aún palpitante, tomado de una criatura que no pertenece del todo a este mundo. Un ente de sombra viva, nacido en los bordes del no-ser. Se dice que el juicio aún vive dentro de él. Lo hallé en el abismo de Vel'Hareth, cerca de los nichos de los túmulos oscuros custodiado por los Susurrantes. Casi pierdo el alma en el proceso. Aún oigo las voces. Cuidado con las capas de presion que devoran todo a su paso con calor, gases venenosos y criaturas aunque ciegas pero letales.

    Segundo, la Lágrima del Primer Olvido.
    No es agua, sino cristal puro. Se forma solo cuando un ser olvida su propósito, su nombre, su existencia y aún así, continúa caminando. La extraje de un anciano mendigo en las ruinas de Tharyn, que ya no recordaba que alguna vez fue rey. Aún se le ve vagando por el lugar sin rumbo alguno.

    Tercero, el Fragmento del Tiempo Quieto.
    Difícil de encontrar, más aún de sostener. Un instante que nunca sucedió, robado al reloj del cosmos. Me lo entregó una tejedora de destinos a cambio de una de mis memorias más preciadas. Ya no recuerdo el rostro de mi madre pero ha valido la pena.

    Cuarto, Sangre de un Ser Trascendido.
    Aquí mentiría si dijera que la obtuve sin costo. Fue en el plano de Lys'Nerath, donde habitan los que han roto el ciclo de la vida y la muerte. La criatura me miró con lástima cuando le pedí su sangre. Dijo que nadie que busque la Llama sigue siendo humano. No sé si tenía razón.

    Quinto, Ceniza de un Voto Incumplido.
    Fácil de hallar, difícil de aceptar. Debía romper mi promesa más sagrada. Lo hice. Aún siento el eco de su voz llamándome traidor.

    Sexto, Aliento de una Aurora Muerta.
    Lo recolecté en el Valle de los Soles Caídos, donde el cielo permanece perpetuamente oscuro. Las partículas eran frías al tacto, como si el día mismo hubiera muerto.

    Séptimo, el Eco de un Destino Reescrito.
    Lo robé del alma de una joven que desafió su muerte profetizada. Logró vivir. Pero algo cambió en ella, su sombra ya no la sigue del todo.

    Octavo y último, la Esencia de la Balanza Rota.
    Un polvo gris azulado, recogido de los restos del Equilibrio de Elan-Thur, destruido durante las Guerras Eternas. Lo custodiaba un monje sin ojos. No me detuvo. Nadie lo hizo.

    Los tengo todos.
    Y ahora, solo queda el ritual.
    Mañana, encenderé la Llama.
    O me convertiré en parte de ella...
    Entrada 247 – Séptima luna descendente, ciclo de ceniza He vuelto a soñar con ella. "La Llama del Juicio". No como mito, no como símbolo sino como una verdad que se filtra en las lagunas de mi mente. La he visto arder en medio del vacío, inmóvil, y a la vez danzando con la furia de lo que ha conocido el fin del tiempo. Hoy, tras años de rastrear textos perdidos y páginss arrancadas del polvo de templos hundidos, creo haber identificado los ingredientes necesarios para replicarla o quizás solo acercarme a su reflejo. Lo registro aquí, por si no vuelvo de esta búsqueda. Que al menos las palabras sobrevivan, aunque yo no lo haga. El primero es el Corazón de Umbra. Un mineral vivo y tan oscuro como el propio vacio, un órgano aún palpitante, tomado de una criatura que no pertenece del todo a este mundo. Un ente de sombra viva, nacido en los bordes del no-ser. Se dice que el juicio aún vive dentro de él. Lo hallé en el abismo de Vel'Hareth, cerca de los nichos de los túmulos oscuros custodiado por los Susurrantes. Casi pierdo el alma en el proceso. Aún oigo las voces. Cuidado con las capas de presion que devoran todo a su paso con calor, gases venenosos y criaturas aunque ciegas pero letales. Segundo, la Lágrima del Primer Olvido. No es agua, sino cristal puro. Se forma solo cuando un ser olvida su propósito, su nombre, su existencia y aún así, continúa caminando. La extraje de un anciano mendigo en las ruinas de Tharyn, que ya no recordaba que alguna vez fue rey. Aún se le ve vagando por el lugar sin rumbo alguno. Tercero, el Fragmento del Tiempo Quieto. Difícil de encontrar, más aún de sostener. Un instante que nunca sucedió, robado al reloj del cosmos. Me lo entregó una tejedora de destinos a cambio de una de mis memorias más preciadas. Ya no recuerdo el rostro de mi madre pero ha valido la pena. Cuarto, Sangre de un Ser Trascendido. Aquí mentiría si dijera que la obtuve sin costo. Fue en el plano de Lys'Nerath, donde habitan los que han roto el ciclo de la vida y la muerte. La criatura me miró con lástima cuando le pedí su sangre. Dijo que nadie que busque la Llama sigue siendo humano. No sé si tenía razón. Quinto, Ceniza de un Voto Incumplido. Fácil de hallar, difícil de aceptar. Debía romper mi promesa más sagrada. Lo hice. Aún siento el eco de su voz llamándome traidor. Sexto, Aliento de una Aurora Muerta. Lo recolecté en el Valle de los Soles Caídos, donde el cielo permanece perpetuamente oscuro. Las partículas eran frías al tacto, como si el día mismo hubiera muerto. Séptimo, el Eco de un Destino Reescrito. Lo robé del alma de una joven que desafió su muerte profetizada. Logró vivir. Pero algo cambió en ella, su sombra ya no la sigue del todo. Octavo y último, la Esencia de la Balanza Rota. Un polvo gris azulado, recogido de los restos del Equilibrio de Elan-Thur, destruido durante las Guerras Eternas. Lo custodiaba un monje sin ojos. No me detuvo. Nadie lo hizo. Los tengo todos. Y ahora, solo queda el ritual. Mañana, encenderé la Llama. O me convertiré en parte de ella...
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  • — ¿Lo ves ahora...?
    (susurró con una voz tan suave como venenosa)

    —Nadie recuerda al que advirtió, solo temen al que devora.

    (Sus dedos, largos, temblaban no por debilidad, sino por lo que contenían: un hambre que no era de carne ni de alma… sino de propósito).

    — ¿Querías respuestas? Yo te regalo una verdad:
    todo lo que crees conocer… te fue dado por otro.
    Y todo lo que sientes… fue diseñado para hacerte dócil.

    (Levantó la mirada. No había rostro. Solo un abismo vestido de hombre. Pero sus ojos… sus ojos eran grietas abiertas al núcleo mismo del caos).

    — No vine a consolarte. Vine a recordarte que estás incompleto.
    Y que, en el fondo, lo sabes.
    Por eso no puedes dejar de mirarme."

    (Su tono ya no buscaba convencer. Solo sembrar la duda exacta donde antes había certeza).

    — No temas a lo que soy.
    Teme a lo que vas a ser cuando me entiendas."
    — ¿Lo ves ahora...? (susurró con una voz tan suave como venenosa) —Nadie recuerda al que advirtió, solo temen al que devora. (Sus dedos, largos, temblaban no por debilidad, sino por lo que contenían: un hambre que no era de carne ni de alma… sino de propósito). — ¿Querías respuestas? Yo te regalo una verdad: todo lo que crees conocer… te fue dado por otro. Y todo lo que sientes… fue diseñado para hacerte dócil. (Levantó la mirada. No había rostro. Solo un abismo vestido de hombre. Pero sus ojos… sus ojos eran grietas abiertas al núcleo mismo del caos). — No vine a consolarte. Vine a recordarte que estás incompleto. Y que, en el fondo, lo sabes. Por eso no puedes dejar de mirarme." (Su tono ya no buscaba convencer. Solo sembrar la duda exacta donde antes había certeza). — No temas a lo que soy. Teme a lo que vas a ser cuando me entiendas."
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  • Bloom Night



    Amor de Sombras y Estrellas

    En la grieta donde el tiempo no canta,
    donde arde el abismo sin fin ni frontera,
    nació el dios demonio de lengua quebrada,
    corazón de ceniza y mirada de guerra.

    Él gobernó con puños de noche cerrada,
    con llamas que hielan y truenos que ciegan,
    pero en su trono de oscuridad sellada,
    soñaba con algo que no se despeña.

    Y fue entonces, en la danza primera,
    que surgió la bruja, tejida en auroras,
    con manos de polvo y fuego en la vena,
    y el verbo sagrado brotando en sus horas.

    Ella parió galaxias con solo un suspiro,
    moldeó las estrellas con cantos dormidos,
    y al ver al demonio, su furia y su filo,
    no huyó: lo miró, y rompió los sigilos.

    Él la llamó "locura", ella "principio",
    él rugía caos, ella, infinito,
    pero en su choque nació un equilibrio,
    el beso de mundos jamás escritos.

    Se amaron entre relámpagos y esferas,
    en cielos que tiemblan y mares que gimen,
    él le dio su sombra, ella, sus estrellas,
    y así se fundieron donde nadie persigue.

    Ni dioses antiguos, ni sabios profetas
    comprenden del todo su pacto secreto:
    un amor que crea y también condena,
    un amor que en ruinas siembra universos.
    [Bloom_Night] Amor de Sombras y Estrellas En la grieta donde el tiempo no canta, donde arde el abismo sin fin ni frontera, nació el dios demonio de lengua quebrada, corazón de ceniza y mirada de guerra. Él gobernó con puños de noche cerrada, con llamas que hielan y truenos que ciegan, pero en su trono de oscuridad sellada, soñaba con algo que no se despeña. Y fue entonces, en la danza primera, que surgió la bruja, tejida en auroras, con manos de polvo y fuego en la vena, y el verbo sagrado brotando en sus horas. Ella parió galaxias con solo un suspiro, moldeó las estrellas con cantos dormidos, y al ver al demonio, su furia y su filo, no huyó: lo miró, y rompió los sigilos. Él la llamó "locura", ella "principio", él rugía caos, ella, infinito, pero en su choque nació un equilibrio, el beso de mundos jamás escritos. Se amaron entre relámpagos y esferas, en cielos que tiemblan y mares que gimen, él le dio su sombra, ella, sus estrellas, y así se fundieron donde nadie persigue. Ni dioses antiguos, ni sabios profetas comprenden del todo su pacto secreto: un amor que crea y también condena, un amor que en ruinas siembra universos.
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