• "Interesante..."

    Un sitio poco habitual para hacer y cerrar tratos, sin embargo, simplemente, sigue a los guardias uniformados que cruzan un enorme salón activo con luces y volumen alto que hacía imposible tener una conversación normal.

    Pero lo que sus ojos resplandecientes entre aquel juego de luces y sombras que más le llamó la atención fue ver muchas mujeres bailar de manera rítmica y provocativa ante un publico más concentrado y atento que ha visto en su vida.

    No los culpa, posiblemente, él si tuviera la oportunidad lo experimentaría, pero su condición es otra, luego dirige la mirada hacia los uniformados, igual comprende porque le pidieran que viniera sin su juguete de acero, podría causar problemas en ese negocio.

    Llegan al segundo piso dejando atrás el ruido y el exceso de luces, aun con las gafas oscuras el resplandor siniestro del vacío se refleja sobre el cristal negro, otra condición de las bendiciones del vacío, cruzan un estrecho pasillo y llegan a la oficina del dueño del club de caballeros, con una oficina opulenta, no más que las que solía ver en los tiempos de los orokins.

    Un hombre de espaldas, sentado contemplando bajo la luz de su lámpara personal un frasco transparente que sujeta entre sus dedos.

    - ¿Lo conoces verdad?

    El hombre gira con la silla y pone sobre el escritorio el frasco, Hayden lo reconoce de inmediato, una muestra captura del virus de la tecnocita, la materia prima de cualquier Warframe como de los monstruos de pesadillas tecno-orgánicas que puede engendrar una sola muestra, sin embargo, mantiene la calma, solo asiente con la cabeza.

    - Descuida, no me interesa, prefiero las herramientas como armas.

    Hayden siente mucha desconfianza sobre esas últimas palabras, tiene un fuerte impulso de traer a Chroma y llevarse a la fuerza esa muestra para destruirla lejos, sin embargo, aquel trozo de carne intenta salir del frasco ante la presencia del tenno.

    - En ese caso, cual es el precio, no creo que me lo entregues por buena voluntad.
    Añade Hayden mientras se queda de brazos cruzados esperando la propuesta que debe recibir de un hombre que tiene entre sus manos, un arma que puede acabar con todos en esta ciudad.
    "Interesante..." Un sitio poco habitual para hacer y cerrar tratos, sin embargo, simplemente, sigue a los guardias uniformados que cruzan un enorme salón activo con luces y volumen alto que hacía imposible tener una conversación normal. Pero lo que sus ojos resplandecientes entre aquel juego de luces y sombras que más le llamó la atención fue ver muchas mujeres bailar de manera rítmica y provocativa ante un publico más concentrado y atento que ha visto en su vida. No los culpa, posiblemente, él si tuviera la oportunidad lo experimentaría, pero su condición es otra, luego dirige la mirada hacia los uniformados, igual comprende porque le pidieran que viniera sin su juguete de acero, podría causar problemas en ese negocio. Llegan al segundo piso dejando atrás el ruido y el exceso de luces, aun con las gafas oscuras el resplandor siniestro del vacío se refleja sobre el cristal negro, otra condición de las bendiciones del vacío, cruzan un estrecho pasillo y llegan a la oficina del dueño del club de caballeros, con una oficina opulenta, no más que las que solía ver en los tiempos de los orokins. Un hombre de espaldas, sentado contemplando bajo la luz de su lámpara personal un frasco transparente que sujeta entre sus dedos. - ¿Lo conoces verdad? El hombre gira con la silla y pone sobre el escritorio el frasco, Hayden lo reconoce de inmediato, una muestra captura del virus de la tecnocita, la materia prima de cualquier Warframe como de los monstruos de pesadillas tecno-orgánicas que puede engendrar una sola muestra, sin embargo, mantiene la calma, solo asiente con la cabeza. - Descuida, no me interesa, prefiero las herramientas como armas. Hayden siente mucha desconfianza sobre esas últimas palabras, tiene un fuerte impulso de traer a Chroma y llevarse a la fuerza esa muestra para destruirla lejos, sin embargo, aquel trozo de carne intenta salir del frasco ante la presencia del tenno. - En ese caso, cual es el precio, no creo que me lo entregues por buena voluntad. Añade Hayden mientras se queda de brazos cruzados esperando la propuesta que debe recibir de un hombre que tiene entre sus manos, un arma que puede acabar con todos en esta ciudad.
    Me encocora
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • Lo que acecha en la oscuridad
    Fandom Origina
    Categoría Fantasía
    En la fría ciudad, donde la niebla parecía lamer las paredes de las casas. Un silencio malsano había caído sobre las calles, como si la misma naturaleza contuviera la respiración. Blancanieves caminaba entre ellos con pasos apresurados, la capa empapada por la llovizna y el corazón martillándole el pecho con una urgencia que no entendía... pero sentía.

    La casa estaba sin luz. La puerta entreabierta, algo insólito, el aire olía a algo que no pertenecía al mundo de los vivos.

    —Maestro... —susurró, cruzando el umbral con la voz apenas audible.

    La oscuridad dentro era densa. La lámpara apenas parpadeando, iluminando el horror.

    El anciano yacía tendido en el suelo de mayólica, rodeado por un círculo inacabado de sal y símbolos trazados con algo que ya no parecía sangre, sino tinta arrancada del alma, además de rastros de casquillos de balas esparcidos por el lugar, todo aquello daba indició que era premeditado.

    Su rostro... estaba congelado en una mueca de pavor. Sus ojos, esos ojos sabios que le enseñaron a leer las estrellas y a hablar con los árboles, miraban hacia un punto más allá de este mundo.

    Ella cayó de rodillas. El aire se volvió más denso, más frío.

    Y entonces lo vio.

    Sobre el escritorio, como si lo esperara a ella, descansaba un libro encuadernado en cuero oscuro, viejo, casi vivo. En su portada, letras doradas medio borradas.

    "Grimorio de Cipriano"

    Blancanieves extendió la mano, pero un escalofrío le atravesó la espalda antes de tocarlo. Había algo dormido allí dentro o algo despierto que fingía dormir.

    Se apresuró a salir de la casa y con las manos más temblorosas que tocar el hielo, marcó el número de emergencias. No supo cómo explicó lo que vio.

    -Hay un cadáver, creo que fue un asesinato, por favor…- susurró, sin más brindó el nombre de las calles y colgó.

    Media hora después, las luces azules de los patrulleros rompieron en las calles.

    Los oficiales hicieron preguntas rápidas, nerviosas. Un forense fotografió los símbolos con el ceño fruncido.

    —¿Convivía con él?- una de las oficiales la miro directamente a los ojos.

    —No. Él era como mi abuelo. Mi única familia —respondió ella, sin lágrimas aún. El llanto parecía lejano, como si ya no le perteneciera.

    —¿Sabe si practicaba… cosas? —susurró un agente joven, mientras observaba las marcas.

    - No- dijo seca, no quería sonar como una loca, además todo eso era demasiado confuso para ella. Su mirada era una mezcla de miedo y un silencio tan viejo como la tierra.

    No tardaron mucho tiempo en llevarse el cuerpo y la casa quedó vacía, todo se sentía sin vida, Blancanieves tomó el grimorio con cuidado, lo envolvió en un manto de lino y lo llevó consigo. No sabía por qué lo hacía. Solo sabía que no debía dejarlo solo allí.

    Llegó a su casa pasadas las tres de la madrugada. Las ventanas empañadas, las paredes frías. Se duchó con agua caliente, pero la sensación de suciedad era interna, como si algo invisible se hubiera adherido a su piel.

    Se acostó, el grimorio en la mesita de noche, y cerró los ojos con la esperanza de no soñar.

    Pero soñar fue inevitable...

    La oscuridad se abrió ante ella como un telón de teatro. Estaba en un claro del bosque que no reconocía, bajo un cielo sin estrellas. En el centro, rodeado por antorchas de fuego azul, había un altar de piedra. Un muchacho de cabellos rojos, intensos como brasas, se arrodillaba ante él. Tenía los ojos azules, encendidos por una devoción enfermiza.

    Frente al altar, una cabra negra respiraba con dificultad, atada de patas. Sobre una piedra a un costado, el mismo grimorio reposaba abierto, sus páginas pasando solas, como si el viento viniera desde adentro.

    El muchacho murmuraba palabras en un idioma que Blancanieves no entendía, pero sentía. Cada sílaba le helaba la sangre.

    Con un movimiento lento, casi ceremonial, levantó un cuchillo curvado. La cabra no luchó. No hizo falta, el corte fue limpio. La sangre cayó sobre el grimorio, que brilló brevemente como si la tinta lo alimentara.

    Y entonces, el joven levantó la vista… y la miró directamente a ella.

    No como un personaje de un sueño. No como una visión.

    La miró.

    —Despierta, niña... —dijo, con voz suave pero profunda, como si hablara junto a algo que no era humano— el vínculo ya está hecho. Él vendrá por ti también.

    Aquello le dio escalofrió y cuando quiso acercase a él, todo se volvió negro y está vez apareció por un largo pasillo cubierto de estanterías infinitas. Estaba en una biblioteca que no reconocía, pero que olía a lo antiguo, a papel húmedo y a tinta de siglos. Las lámparas colgantes emitían una luz cálida y parpadeante, como si dudaran entre existir y extinguirse. Sus pasos no hacían ruido. El silencio era absoluto.

    Y entonces lo vio.

    Un joven, de cabello cobrizo y ligeramente desordenado, estaba de pie frente a una mesa, hojeando un libro con calma. Vestía con una túnica. Nada en él gritaba “brujo” o “demonólogo”. Al contrario, parecía un simple cura, perdido en una biblioteca cualquiera.

    Pero sus ojos… azules como vidrio iluminado por fuego. Eran los mismos del joven del sacrificio, Blancanieves dio un paso hacia él. El muchacho levantó la vista, y al verla, no se sobresaltó.

    Le sonrió.

    —¿Otra vez tú? —dijo, como si ya se hubieran cruzado antes.

    Ella quiso hablar, pero no podía.

    El muchacho levantó el libro que leía, mostró la portada. Solo alcanzó a ver el título “Las Crónicas del Cipriano Menor” y entonces, todo cambió.

    La biblioteca se oscureció en un segundo. Las estanterías se torcieron, el techo desapareció. Voces salieron desde los libros. El muchacho fue tragado por la sombra detrás de él, pero su sonrisa permaneció… demasiado tiempo.

    Blancanieves se despertó de golpe, el corazón martillando en el pecho. Las manos le temblaban. Saltó de la cama, tomó papel y lápiz y escribió.

    “Cipriano, brujo, cura - biblioteca - chico pelirrojo”

    Abrió su laptop y en el navegador escribió "Cipriano brujo demonios grimorio" entre página y página seguía escribiendo “Cipriano + grimorio + biblioteca + sacrificios”

    Uno de los primeros resultados la hizo detenerse. Era una entrada en un blog ocultista, con una ilustración de un hombre parecido al del primer sueño, pero con ropas antiguas. Aquel que entregó el nombre del Diablo a cambio de conocimiento eterno. Su legado vive en las páginas, libros que se encuentran esparcidos en el mundo y buscan ser abiertos por las manos correctas…

    Pero no se detuvo ahí, busco al del segundo sueño, está vez escribió “El Joven Cipriano: cura, exorcista, iglesia". En los apartados habían números a que llamar y lugares a los que ir para contactar con él, Blancanieves se apresuró a copiar todo en la libreta. Y sin darse cuenta, ahora era el sol quién se colaba por su ventana, antes de poder alistarse y comprar vuelos, agarró su móvil y escribió a los números de la página.

    <<SMS>>

    Mi nombres es Blancanieves Serin, el propósito de este mensaje es encontrarme contigo, necesito tu ayuda urgentemente. No puedo decírtelo por aquí, pero tiene que ver con un grimorio. Tomaré el primer vuelo a Italia, te daré más respuestas estando allá.

    Sin más propósito o destinatario, envió el mensaje y se apresuró a alistarse.


    Lorenzo A Benedetti


    En la fría ciudad, donde la niebla parecía lamer las paredes de las casas. Un silencio malsano había caído sobre las calles, como si la misma naturaleza contuviera la respiración. Blancanieves caminaba entre ellos con pasos apresurados, la capa empapada por la llovizna y el corazón martillándole el pecho con una urgencia que no entendía... pero sentía. La casa estaba sin luz. La puerta entreabierta, algo insólito, el aire olía a algo que no pertenecía al mundo de los vivos. —Maestro... —susurró, cruzando el umbral con la voz apenas audible. La oscuridad dentro era densa. La lámpara apenas parpadeando, iluminando el horror. El anciano yacía tendido en el suelo de mayólica, rodeado por un círculo inacabado de sal y símbolos trazados con algo que ya no parecía sangre, sino tinta arrancada del alma, además de rastros de casquillos de balas esparcidos por el lugar, todo aquello daba indició que era premeditado. Su rostro... estaba congelado en una mueca de pavor. Sus ojos, esos ojos sabios que le enseñaron a leer las estrellas y a hablar con los árboles, miraban hacia un punto más allá de este mundo. Ella cayó de rodillas. El aire se volvió más denso, más frío. Y entonces lo vio. Sobre el escritorio, como si lo esperara a ella, descansaba un libro encuadernado en cuero oscuro, viejo, casi vivo. En su portada, letras doradas medio borradas. "Grimorio de Cipriano" Blancanieves extendió la mano, pero un escalofrío le atravesó la espalda antes de tocarlo. Había algo dormido allí dentro o algo despierto que fingía dormir. Se apresuró a salir de la casa y con las manos más temblorosas que tocar el hielo, marcó el número de emergencias. No supo cómo explicó lo que vio. -Hay un cadáver, creo que fue un asesinato, por favor…- susurró, sin más brindó el nombre de las calles y colgó. Media hora después, las luces azules de los patrulleros rompieron en las calles. Los oficiales hicieron preguntas rápidas, nerviosas. Un forense fotografió los símbolos con el ceño fruncido. —¿Convivía con él?- una de las oficiales la miro directamente a los ojos. —No. Él era como mi abuelo. Mi única familia —respondió ella, sin lágrimas aún. El llanto parecía lejano, como si ya no le perteneciera. —¿Sabe si practicaba… cosas? —susurró un agente joven, mientras observaba las marcas. - No- dijo seca, no quería sonar como una loca, además todo eso era demasiado confuso para ella. Su mirada era una mezcla de miedo y un silencio tan viejo como la tierra. No tardaron mucho tiempo en llevarse el cuerpo y la casa quedó vacía, todo se sentía sin vida, Blancanieves tomó el grimorio con cuidado, lo envolvió en un manto de lino y lo llevó consigo. No sabía por qué lo hacía. Solo sabía que no debía dejarlo solo allí. Llegó a su casa pasadas las tres de la madrugada. Las ventanas empañadas, las paredes frías. Se duchó con agua caliente, pero la sensación de suciedad era interna, como si algo invisible se hubiera adherido a su piel. Se acostó, el grimorio en la mesita de noche, y cerró los ojos con la esperanza de no soñar. Pero soñar fue inevitable... La oscuridad se abrió ante ella como un telón de teatro. Estaba en un claro del bosque que no reconocía, bajo un cielo sin estrellas. En el centro, rodeado por antorchas de fuego azul, había un altar de piedra. Un muchacho de cabellos rojos, intensos como brasas, se arrodillaba ante él. Tenía los ojos azules, encendidos por una devoción enfermiza. Frente al altar, una cabra negra respiraba con dificultad, atada de patas. Sobre una piedra a un costado, el mismo grimorio reposaba abierto, sus páginas pasando solas, como si el viento viniera desde adentro. El muchacho murmuraba palabras en un idioma que Blancanieves no entendía, pero sentía. Cada sílaba le helaba la sangre. Con un movimiento lento, casi ceremonial, levantó un cuchillo curvado. La cabra no luchó. No hizo falta, el corte fue limpio. La sangre cayó sobre el grimorio, que brilló brevemente como si la tinta lo alimentara. Y entonces, el joven levantó la vista… y la miró directamente a ella. No como un personaje de un sueño. No como una visión. La miró. —Despierta, niña... —dijo, con voz suave pero profunda, como si hablara junto a algo que no era humano— el vínculo ya está hecho. Él vendrá por ti también. Aquello le dio escalofrió y cuando quiso acercase a él, todo se volvió negro y está vez apareció por un largo pasillo cubierto de estanterías infinitas. Estaba en una biblioteca que no reconocía, pero que olía a lo antiguo, a papel húmedo y a tinta de siglos. Las lámparas colgantes emitían una luz cálida y parpadeante, como si dudaran entre existir y extinguirse. Sus pasos no hacían ruido. El silencio era absoluto. Y entonces lo vio. Un joven, de cabello cobrizo y ligeramente desordenado, estaba de pie frente a una mesa, hojeando un libro con calma. Vestía con una túnica. Nada en él gritaba “brujo” o “demonólogo”. Al contrario, parecía un simple cura, perdido en una biblioteca cualquiera. Pero sus ojos… azules como vidrio iluminado por fuego. Eran los mismos del joven del sacrificio, Blancanieves dio un paso hacia él. El muchacho levantó la vista, y al verla, no se sobresaltó. Le sonrió. —¿Otra vez tú? —dijo, como si ya se hubieran cruzado antes. Ella quiso hablar, pero no podía. El muchacho levantó el libro que leía, mostró la portada. Solo alcanzó a ver el título “Las Crónicas del Cipriano Menor” y entonces, todo cambió. La biblioteca se oscureció en un segundo. Las estanterías se torcieron, el techo desapareció. Voces salieron desde los libros. El muchacho fue tragado por la sombra detrás de él, pero su sonrisa permaneció… demasiado tiempo. Blancanieves se despertó de golpe, el corazón martillando en el pecho. Las manos le temblaban. Saltó de la cama, tomó papel y lápiz y escribió. “Cipriano, brujo, cura - biblioteca - chico pelirrojo” Abrió su laptop y en el navegador escribió "Cipriano brujo demonios grimorio" entre página y página seguía escribiendo “Cipriano + grimorio + biblioteca + sacrificios” Uno de los primeros resultados la hizo detenerse. Era una entrada en un blog ocultista, con una ilustración de un hombre parecido al del primer sueño, pero con ropas antiguas. Aquel que entregó el nombre del Diablo a cambio de conocimiento eterno. Su legado vive en las páginas, libros que se encuentran esparcidos en el mundo y buscan ser abiertos por las manos correctas… Pero no se detuvo ahí, busco al del segundo sueño, está vez escribió “El Joven Cipriano: cura, exorcista, iglesia". En los apartados habían números a que llamar y lugares a los que ir para contactar con él, Blancanieves se apresuró a copiar todo en la libreta. Y sin darse cuenta, ahora era el sol quién se colaba por su ventana, antes de poder alistarse y comprar vuelos, agarró su móvil y escribió a los números de la página. <<SMS>> Mi nombres es Blancanieves Serin, el propósito de este mensaje es encontrarme contigo, necesito tu ayuda urgentemente. No puedo decírtelo por aquí, pero tiene que ver con un grimorio. Tomaré el primer vuelo a Italia, te daré más respuestas estando allá. Sin más propósito o destinatario, envió el mensaje y se apresuró a alistarse. [sinner_without_sin]
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    Me encocora
    Me shockea
    5
    3 turnos 0 maullidos
  • Es una tarde dorada en las afueras de la ciudad. El sol comienza a esconderse detrás de las casas suburbanas, tiñendo los cielos de naranjas y lilas. Un árbol enorme, más viejo que la mayoría de las hipotecas del vecindario, se alza en medio del jardín de una pequeña casa. Las hojas crujen suavemente con el viento.

    En lo alto de este, un gato gordito y naranja observa el mundo con mirada de juicio. Abajo, una señora mayor grita nombres cariñosos al aire con desesperación. A lo lejos, se escucha un sonido de ráfaga de aire que interrumpe la quietud mientras Mark Grayson, también conocido como Invincible, aterriza junto al árbol.

    —¿Otra vez? No sé qué pasa con los gatos y los árboles altos. —Dijo mientras observaba a la ancianita.

    Miró hacía arriba con desdén, el gato lo estaba observando con los ojos entrecerrados, una clara señal que el interpretó como: "Manten la distancia, tonto" Mark Suspiró desganado, pero como el héroe que era no podía pasar de quienes necesitaban su ayuda. Hizo una breve pausa y empezó a flotar suavemente hacia la copa del árbol

    —Ok, amiguito. Bajemos por las buenas, ¿sí? Nada de garras, nada de rascuños, ¿trato?

    El gato da un salto ágil... directo a su hombro. Se aferra como si estuviera piloteando el traje, Mark aprovecha para acariciar su pequeñas orejitas con cariño. Luego el joven aterriza con el gato ahora dormido en su cabeza, como si fuera un gorro de peluche. Este le entrega el gato a la anciana sin más.

    —Listo, misión cumplida y sin victimas... salvo mi dignidad.
    Es una tarde dorada en las afueras de la ciudad. El sol comienza a esconderse detrás de las casas suburbanas, tiñendo los cielos de naranjas y lilas. Un árbol enorme, más viejo que la mayoría de las hipotecas del vecindario, se alza en medio del jardín de una pequeña casa. Las hojas crujen suavemente con el viento. En lo alto de este, un gato gordito y naranja observa el mundo con mirada de juicio. Abajo, una señora mayor grita nombres cariñosos al aire con desesperación. A lo lejos, se escucha un sonido de ráfaga de aire que interrumpe la quietud mientras Mark Grayson, también conocido como Invincible, aterriza junto al árbol. —¿Otra vez? No sé qué pasa con los gatos y los árboles altos. —Dijo mientras observaba a la ancianita. Miró hacía arriba con desdén, el gato lo estaba observando con los ojos entrecerrados, una clara señal que el interpretó como: "Manten la distancia, tonto" Mark Suspiró desganado, pero como el héroe que era no podía pasar de quienes necesitaban su ayuda. Hizo una breve pausa y empezó a flotar suavemente hacia la copa del árbol —Ok, amiguito. Bajemos por las buenas, ¿sí? Nada de garras, nada de rascuños, ¿trato? El gato da un salto ágil... directo a su hombro. Se aferra como si estuviera piloteando el traje, Mark aprovecha para acariciar su pequeñas orejitas con cariño. Luego el joven aterriza con el gato ahora dormido en su cabeza, como si fuera un gorro de peluche. Este le entrega el gato a la anciana sin más. —Listo, misión cumplida y sin victimas... salvo mi dignidad.
    Me encocora
    Me gusta
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • Neuvia

    GENERAL
    Impacto de Genshin
    Personaje ||| Personaje
    Navia Caspar ||| Neuvillette

    ¿Canónico?
    Fanón

    Estado de la relación
    Líderes que coordinan/Amistad floreciente

    EN FANDOM

    Tipo
    Het ()

    También conocido como
    Nevia, Navilette, Navillette, Neuvllia, NeuviNavi, NaviNeuvi, ヌヴィナヴィ, ヌヴィレット x ナヴィア, 审玫, 那维莱特 x 娜维娅, 느비예트 x 나비아, ,

    Tropos
    • Pareja alta y perfecta
    • De enemigos a amantes
    • Los opuestos se atraen
    • Pareja inmortal - mortal
    • Pareja poderosa

    Neuvilette a Navia mientras la salva antes de que se disuelva en el Agua del Mar Primordial; Archon Quest Capítulo IV: Acto V - Mascarada de los Culpables.
    Por favor, déjame, señorita Navia, mientras todavía hay tiempo.

    Neuvia es el barco heterosexual entre Navia y Neuvillette del fandom de Genshin Impact .

    Canon
    Tres años antes del inicio del Capítulo I de la Búsqueda del Arconte de Fontaine, Neuvillette, Ludex de Fontaine, presidía el caso del padre de Navia, Callas Caspar. Ante la disyuntiva de un juicio o un duelo, Callas optó por batirse en duelo con Clorinde, la entonces Campeona Duelista. Neuvillette no tenía autoridad para detener el duelo, ya que fue decisión de Calla en lugar de un juicio. El duelo resultó en la muerte de Callas.

    La muerte de Callas y su tilde de "Callas el Infiel" arruinaron la reputación de Spina di Rosula. Siendo hija única de Callas y ya una joven adulta en aquel entonces, Navia se convirtió en la siguiente presidenta de Spina di Rosula y desde entonces se esforzó por esclarecer la verdad y brindarle a su difunto padre la justicia que merecía.

    Durante la Misión del Arconte 4.0, Navia expresó su enojo hacia Neuvillette por no haber podido detener el duelo de Callas con Clorinde, que posteriormente resultó en la muerte de su padre. Al final de la misión del Arconte 4.0, Navia se encontró con Neuvillette mientras este visitaba la tumba de Callas bajo la lluvia torrencial. Durante su conversación, Navia se dio cuenta de que Neuvillette era en realidad una persona severa pero amable, con dificultad para expresar sus emociones. Tras su reconciliación, la lluvia cesó, lo que indica que Neuvillette, considerado el Dragón Hidro, siente felicidad y alivio.

    Las interacciones entre Navia y Neuvillette continuaron en la misión de historia de Neuvillette, en la que ella lo ayudó a resolver un caso relacionado con su pasado. En la misión del Arconte de Fontaine, capítulo IV: acto V - Mascarada del Culpable, había llegado a Poisson para verificar la situación después del desastre; sin embargo, se encontró con el Sota con una gran cantidad de provisiones y le dijo que Navia y el viajero estaban ahora mismo explorando las ruinas, y fue directamente hacia ellos. Mientras tanto, Navia se resbaló de un puente y cayó al agua. Estaba a punto de disolverse en el agua marina primordial mientras estaba en su estado de sueño, pero dos Oceánidas la protegieron el tiempo suficiente para que Neuvillette pudiera salvarla con éxito. Cuando Navia despertó, Neuvillette expresó su alivio de que Navia estuviera bien físicamente y le contó sobre las dos Oceánidas que Navia especuló que eran Melus y Silver, ya que aparecieron en su sueño en la corte llena de oceánidas. Al notar que Navia podría emocionarse al saber que Melus y Silver seguirían protegiéndola incluso después de la muerte, Neuvillette apartó al Viajero y a Paimon para darle espacio a Navia. Era evidente que sentía ansiedad hacia Navia; Paimon incluso notó su tensión, considerando que las emociones no son su fuerte.


    Citas
    Perdón por haberme enojado contigo antes. Así que... eres de esos que son fríos por fuera, pero muy considerados por dentro, ¿eh?
    Navia a Neuvilette; Archon Quest Capítulo II: Acto III - Cuando todos regresan a las aguas

    Lo siento. La autoexpresión no es mi fuerte.
    Respuesta de Neuvilette a Navia; Archon Quest Capítulo II: Acto III - Cuando todos regresan a las aguas

    Lamento decir que después de mis diversas interacciones con ella —como cuando la enfadé sin querer y cuando acepté sus disculpas—, e incluso ahora, a pesar de la culpa que sigo sintiendo por lo que le pasó a su padre, me siento... muy distante de ella, como si observara el cielo estrellado desde el fondo de un lago profundo. No es para nada intencional, y también sé que no es algo que pueda compensar fácilmente. A diferencia del agua, las emociones no se calman rápidamente una vez agitadas, ni tienden naturalmente al equilibrio.
    La línea de voz de Neuvilette sobre Navia

    Ah, cómo describir al señor Neuvilette... Es... complejo, en algunos aspectos, pero muy directo en otros. Supongo que una buena analogía serían los arrecifes rocosos del mar: intentar sortear obstáculos invisibles es un camino accidentado, pero si logras comprender cómo funcionan, empiezas a detectar las señales.
    La línea de voz de Navia sobre Neuvilette


    Fanón
    Los fans ven las líneas de diálogo de Navia Neuvillette en el juego como un pareado y concluyeron que el tema de sus líneas es "Distancia". Sus líneas de diálogo resultaron muy poéticas, ya que Neuvillette describe a Navia como si observara un "cielo estrellado" desde el fondo de un lago profundo, mientras que Navia describe a Neuvillette como "arrecifes rocosos en el mar".

    Durante el evento en línea Macaron Melange, los fans especularon que Navia estaba haciendo macarons en la oficina de Neuvillette debido al mismo sofá azul y las mismas flores azules en un jarrón alto detrás de Navitte que se pueden ver en la oficina de Neuvillette. Para deleite de los fans, unos días después, el arte oficial del cumpleaños de Neuvillette y el chibi en su oficina mostraban las mismas flores azules, pero ahora sobre la mesa y el mismo sofá azul en el arte oficial del evento Macaron Melange de Navia.

    Aunque Navia y Neuvillette comenzaron como dos personas que se malinterpretaban, los fans creen que se están acercando cada vez más tras su reconciliación, su mutuo entendimiento y, en general, con lo sucedido durante las Misiones de los Arcontes de Fontaine. Siguiendo el cliché de enemigos que se convierten en amantes, una amistad creciente y como una pareja de Inmortal y Mortal que son grandes líderes a su manera, los fans no pudieron evitar apoyarlos y esperar que su relación continúe desarrollándose.
    Neuvia GENERAL Impacto de Genshin Personaje ||| Personaje Navia Caspar ||| Neuvillette ¿Canónico? Fanón Estado de la relación Líderes que coordinan/Amistad floreciente EN FANDOM Tipo Het (♂️➕♀️) También conocido como Nevia, Navilette, Navillette, Neuvllia, NeuviNavi, NaviNeuvi, ヌヴィナヴィ, ヌヴィレット x ナヴィア, 审玫, 那维莱特 x 娜维娅, 느비예트 x 나비아, 🌦️, 💛💙 Tropos • Pareja alta y perfecta • De enemigos a amantes • Los opuestos se atraen • Pareja inmortal - mortal • Pareja poderosa Neuvilette a Navia mientras la salva antes de que se disuelva en el Agua del Mar Primordial; Archon Quest Capítulo IV: Acto V - Mascarada de los Culpables. Por favor, déjame, señorita Navia, mientras todavía hay tiempo. Neuvia es el barco heterosexual entre Navia y Neuvillette del fandom de Genshin Impact . Canon Tres años antes del inicio del Capítulo I de la Búsqueda del Arconte de Fontaine, Neuvillette, Ludex de Fontaine, presidía el caso del padre de Navia, Callas Caspar. Ante la disyuntiva de un juicio o un duelo, Callas optó por batirse en duelo con Clorinde, la entonces Campeona Duelista. Neuvillette no tenía autoridad para detener el duelo, ya que fue decisión de Calla en lugar de un juicio. El duelo resultó en la muerte de Callas. La muerte de Callas y su tilde de "Callas el Infiel" arruinaron la reputación de Spina di Rosula. Siendo hija única de Callas y ya una joven adulta en aquel entonces, Navia se convirtió en la siguiente presidenta de Spina di Rosula y desde entonces se esforzó por esclarecer la verdad y brindarle a su difunto padre la justicia que merecía. Durante la Misión del Arconte 4.0, Navia expresó su enojo hacia Neuvillette por no haber podido detener el duelo de Callas con Clorinde, que posteriormente resultó en la muerte de su padre. Al final de la misión del Arconte 4.0, Navia se encontró con Neuvillette mientras este visitaba la tumba de Callas bajo la lluvia torrencial. Durante su conversación, Navia se dio cuenta de que Neuvillette era en realidad una persona severa pero amable, con dificultad para expresar sus emociones. Tras su reconciliación, la lluvia cesó, lo que indica que Neuvillette, considerado el Dragón Hidro, siente felicidad y alivio. Las interacciones entre Navia y Neuvillette continuaron en la misión de historia de Neuvillette, en la que ella lo ayudó a resolver un caso relacionado con su pasado. En la misión del Arconte de Fontaine, capítulo IV: acto V - Mascarada del Culpable, había llegado a Poisson para verificar la situación después del desastre; sin embargo, se encontró con el Sota con una gran cantidad de provisiones y le dijo que Navia y el viajero estaban ahora mismo explorando las ruinas, y fue directamente hacia ellos. Mientras tanto, Navia se resbaló de un puente y cayó al agua. Estaba a punto de disolverse en el agua marina primordial mientras estaba en su estado de sueño, pero dos Oceánidas la protegieron el tiempo suficiente para que Neuvillette pudiera salvarla con éxito. Cuando Navia despertó, Neuvillette expresó su alivio de que Navia estuviera bien físicamente y le contó sobre las dos Oceánidas que Navia especuló que eran Melus y Silver, ya que aparecieron en su sueño en la corte llena de oceánidas. Al notar que Navia podría emocionarse al saber que Melus y Silver seguirían protegiéndola incluso después de la muerte, Neuvillette apartó al Viajero y a Paimon para darle espacio a Navia. Era evidente que sentía ansiedad hacia Navia; Paimon incluso notó su tensión, considerando que las emociones no son su fuerte. Citas Perdón por haberme enojado contigo antes. Así que... eres de esos que son fríos por fuera, pero muy considerados por dentro, ¿eh? Navia a Neuvilette; Archon Quest Capítulo II: Acto III - Cuando todos regresan a las aguas Lo siento. La autoexpresión no es mi fuerte. Respuesta de Neuvilette a Navia; Archon Quest Capítulo II: Acto III - Cuando todos regresan a las aguas Lamento decir que después de mis diversas interacciones con ella —como cuando la enfadé sin querer y cuando acepté sus disculpas—, e incluso ahora, a pesar de la culpa que sigo sintiendo por lo que le pasó a su padre, me siento... muy distante de ella, como si observara el cielo estrellado desde el fondo de un lago profundo. No es para nada intencional, y también sé que no es algo que pueda compensar fácilmente. A diferencia del agua, las emociones no se calman rápidamente una vez agitadas, ni tienden naturalmente al equilibrio. La línea de voz de Neuvilette sobre Navia Ah, cómo describir al señor Neuvilette... Es... complejo, en algunos aspectos, pero muy directo en otros. Supongo que una buena analogía serían los arrecifes rocosos del mar: intentar sortear obstáculos invisibles es un camino accidentado, pero si logras comprender cómo funcionan, empiezas a detectar las señales. La línea de voz de Navia sobre Neuvilette Fanón Los fans ven las líneas de diálogo de Navia Neuvillette en el juego como un pareado y concluyeron que el tema de sus líneas es "Distancia". Sus líneas de diálogo resultaron muy poéticas, ya que Neuvillette describe a Navia como si observara un "cielo estrellado" desde el fondo de un lago profundo, mientras que Navia describe a Neuvillette como "arrecifes rocosos en el mar". Durante el evento en línea Macaron Melange, los fans especularon que Navia estaba haciendo macarons en la oficina de Neuvillette debido al mismo sofá azul y las mismas flores azules en un jarrón alto detrás de Navitte que se pueden ver en la oficina de Neuvillette. Para deleite de los fans, unos días después, el arte oficial del cumpleaños de Neuvillette y el chibi en su oficina mostraban las mismas flores azules, pero ahora sobre la mesa y el mismo sofá azul en el arte oficial del evento Macaron Melange de Navia. Aunque Navia y Neuvillette comenzaron como dos personas que se malinterpretaban, los fans creen que se están acercando cada vez más tras su reconciliación, su mutuo entendimiento y, en general, con lo sucedido durante las Misiones de los Arcontes de Fontaine. Siguiendo el cliché de enemigos que se convierten en amantes, una amistad creciente y como una pareja de Inmortal y Mortal que son grandes líderes a su manera, los fans no pudieron evitar apoyarlos y esperar que su relación continúe desarrollándose.
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • —Aun estando viva, la sensación de la soledad parece que vino para quedarse en mi vida...
    —Aun estando viva, la sensación de la soledad parece que vino para quedarse en mi vida...
    Me gusta
    Me encocora
    4
    0 turnos 0 maullidos
  • En el corazón de Sicilia, donde el sol acaricia las hojas de los olivos centenarios y el perfume de las flores silvestres se mezcla con la brisa, se encuentra la majestuosa villa Di Vincenzo. Allí, entre jardines meticulosamente cuidados, camina la figura elegante y cautivadora de Elisabetta Di Vincenzo, la temida y admirada “Farfalla della Morte”.

    Esa tarde, el cielo estaba despejado y el murmullo de las fuentes de mármol armonizaba con el canto de los pájaros. Elisabetta había decidido salir a pasear, deseando un momento de calma entre las sombras de los cipreses y los setos perfectamente recortados. Llevaba un suéter negro ceñido que realzaba su figura esbelta, una falda de cuadros que se ajustaba con gracia a sus caderas, medias oscuras que hacían juego con sus tacones negros de charol, altos y firmes como su determinación. Su larga melena rubia caía libre sobre sus hombros, brillando bajo los rayos dorados de la tarde. Sus ojos violetas, penetrantes como dagas, destellaban entre la luz y la sombra mientras observaba los caminos que su padre había mandado a construir años atrás.

    Se sentó con elegancia sobre una de las bancas de hierro forjado, cruzando las piernas con la naturalidad de una reina, dejando que el silencio la envolviera. Apoyó el mentón en una mano, y su expresión —mezcla de melancolía y poder contenido— hablaba de los años que habían pasado, de los secretos que guardaban esos jardines donde de niña había jugado con Flavio. Todo lo que la rodeaba era suyo, y sin embargo, el peso del imperio Di Vincenzo no dejaba de hacer sombra incluso en la más tranquila de sus tardes.

    Pero no se quebraba. No podía. Porque en su mundo, la debilidad era una oportunidad para los enemigos. Así, incluso en medio del perfume de las camelias y el trinar de los jilgueros, Elisabetta se mantenía alerta, regia y en control. La villa era su reino, y los jardines, su refugio y trinchera.

    Esa escena, congelada en el tiempo como una pintura renacentista, era prueba viva de lo que ella representaba: belleza, fuerza, y un destino trazado con sangre y gloria.

    En el corazón de Sicilia, donde el sol acaricia las hojas de los olivos centenarios y el perfume de las flores silvestres se mezcla con la brisa, se encuentra la majestuosa villa Di Vincenzo. Allí, entre jardines meticulosamente cuidados, camina la figura elegante y cautivadora de Elisabetta Di Vincenzo, la temida y admirada “Farfalla della Morte”. Esa tarde, el cielo estaba despejado y el murmullo de las fuentes de mármol armonizaba con el canto de los pájaros. Elisabetta había decidido salir a pasear, deseando un momento de calma entre las sombras de los cipreses y los setos perfectamente recortados. Llevaba un suéter negro ceñido que realzaba su figura esbelta, una falda de cuadros que se ajustaba con gracia a sus caderas, medias oscuras que hacían juego con sus tacones negros de charol, altos y firmes como su determinación. Su larga melena rubia caía libre sobre sus hombros, brillando bajo los rayos dorados de la tarde. Sus ojos violetas, penetrantes como dagas, destellaban entre la luz y la sombra mientras observaba los caminos que su padre había mandado a construir años atrás. Se sentó con elegancia sobre una de las bancas de hierro forjado, cruzando las piernas con la naturalidad de una reina, dejando que el silencio la envolviera. Apoyó el mentón en una mano, y su expresión —mezcla de melancolía y poder contenido— hablaba de los años que habían pasado, de los secretos que guardaban esos jardines donde de niña había jugado con Flavio. Todo lo que la rodeaba era suyo, y sin embargo, el peso del imperio Di Vincenzo no dejaba de hacer sombra incluso en la más tranquila de sus tardes. Pero no se quebraba. No podía. Porque en su mundo, la debilidad era una oportunidad para los enemigos. Así, incluso en medio del perfume de las camelias y el trinar de los jilgueros, Elisabetta se mantenía alerta, regia y en control. La villa era su reino, y los jardines, su refugio y trinchera. Esa escena, congelada en el tiempo como una pintura renacentista, era prueba viva de lo que ella representaba: belleza, fuerza, y un destino trazado con sangre y gloria.
    Me gusta
    Me encocora
    Me endiabla
    6
    0 turnos 0 maullidos
  • Buenos días, la presidenta de du rose esta aquí, también vine buscando al apuesto juez supremo.
    Buenos días, la presidenta de du rose esta aquí, también vine buscando al apuesto juez supremo.
    Me gusta
    Me encocora
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • *No dijo nada, cuando supo que el juez supremo fue aquel lugar, la rubia se había vestido de forma tan provocadora.

    Fue aquel lugar y camino a donde estaba el juez y sin decir nada, se acercó para sentarse en la mesa, mostrado una sonrisa al juez.*

    -No sabía que le gusta este lugar, te vine a hacer compañía, espero no molestarte. -

    *Comentó tras mostrar una leve sonrisa. *
    *No dijo nada, cuando supo que el juez supremo fue aquel lugar, la rubia se había vestido de forma tan provocadora. Fue aquel lugar y camino a donde estaba el juez y sin decir nada, se acercó para sentarse en la mesa, mostrado una sonrisa al juez.* -No sabía que le gusta este lugar, te vine a hacer compañía, espero no molestarte. - *Comentó tras mostrar una leve sonrisa. *
    Me gusta
    Me encocora
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • Umbagon Vezof.
    Fandom House of the Dragon & Marvel
    Categoría Crossover
    El cielo del Norte tenía un color distinto al de Rocadragón. Más gris. Más antiguo. Más hostil. El viento era denso. Las montañas parecían más altas, los valles más helados, y el aire… el aire tenía ese sabor a soledad que solo se encuentra donde los hombres dejaron de rezar. Volar hacia su ciudad natal no era parte de sus deseos, pero Ravenna no se permitía deseos, tan solo lealtad. Su juramento con Rhaenyra la empujó hacia Invernalia.

    Erebos surcaba las alturas con elegancia. Su silueta rasgaba el cielo nocturno como una grieta viva, un dios antiguo de escamas negras, cuyo tamaño desafiaba la razón y cuya presencia silenciaba hasta el propio viento. Las alas vastas, se desplegaban con una cadencia solemne, implacable. Cada batida resonaba como un tambor en el pecho de Ravenna. Desde allí arriba, podía ver el mundo entero desde la distancia.
    Sin embargo, nada la apartaba de sus pensamientos. Ni siquiera el frío gélido del Norte.
    Su mente volvía una y otra vez a Rocadragón. A los ojos de Rhaenyra, que se deslizaban sobre ella con una ternura contenida, no dicha, como si amarle fuese peligroso. Y lo era. Lo sabían ambas. Había un mundo entero esperando destruirlas, y aún así, bastaba con una mirada para hacer temblar sus principios. Bastaba con una noche a solas para que lo inevitable se colara por las grietas.

    ¿Y qué había de Daemon?... Ah... Daemon... Esa sombra que rondaba siempre demasiado cerca. Eran aquellos ojos, aquel rostro que le recordaba a algo primario, algo que nacía oculto en su interior, una parte de su alcurnia. Del lugar del que realmente ella procedía. Y es que, al final, él formaba parte de ella ,de algún modo u otro. Tenía sangre de su sangre. Y eso... le despertaba sentimientos demasiado contradictorios.
    Ravenna había nacido bajo el fuego, pero era el hielo quien la gobernaba.

    El mundo creía que los Targaryen no eran como los demás hombres, y quizá tuvieran razón. La sangre del dragón era una promesa, una maldición, una canción susurrada en la cuna mucho antes de que el niño aprendiera a caminar. "Lo que arde, se funde. Lo que vuela, se eleva por encima del juicio de los hombres."

    Daemon. Rhaenyra.

    Ambos eran suyos y no lo eran. Uno, su tío, el fuego encarnado con la forma de un hombre impaciente y cruel. La otra, su hermana, igual de ardiente, igual de letal, aunque con una dulzura que no encajaba del todo con la armadura que la corte le había obligado a vestir.
    Con Daemon, Ravenna sentía el filo de la daga. Con Rhaenyra, la llama.
    No se había criado con ellos. No los conocía como se conoce a los hermanos, con la cercanía que ahoga el deseo y lo transforma en rutina o hastío. Se los había encontrado ya adultos, forjados por la guerra, el poder y la pérdida. Y ellos la miraban como si fuera una criatura surgida del mismo presagio que los había marcado a todos: el fin del linaje, la ruina del trono.
    Pero la sangre llamaba a la sangre.

    A veces, al volar sobre Umbra, pensaba en los labios de Rhaenyra, y en la forma en la que Daemon la miraba cuando creía que nadie lo veía. Era deseo, sí. Pero también era algo más antiguo. Algo más profundo. Como si sus cuerpos, al encontrarse, recordaran algo que su mente no alcanzaba a comprender del todo.

    La sangre Targaryen tenía su propia memoria, y susurros antiguos corrían por sus venas como un veneno dulce: Lo que está roto, se desea. Y lo que estaba perdido, se buscaba...
    Daemon Targaryen había conocido muchas mujeres. Había amado a pocas. Y respetado, quizá, a menos aún. Pero cuando sus ojos se posaron por primera vez en Ravenna, la hija bastarda del viejo Viserys algo se removió en su interior.
    No fue deseo, no al principio. O no fue tan sencillo. Fue una impresión, un presagio. Como si la viera y su sangre, esa sangre orgullosa y marchita que tantos reyes habían derramado, recordara algo que él no sabía haber olvidado.
    Ravenna no era tan solo hermosa según los cantares. Su belleza era más vieja, más salvaje. No tenía el fulgor dorado de Rhaenyra, tenía la oscuridad de la medianoche, el silencio de las criptas, la dignidad de los lugares malditos que nadie se atreve a nombrar.
    Llevaba el luto como otros llevan coronas. Y aunque vestía como una viuda o una sombra, no había nada pasivo en ella. La rigidez de sus hombros, la firmeza del mentón, los ojos helados como el cielo de Invernalia... cada parte de ella gritaba poder contenido.

    Daemon la observó con fascinación y una necesidad absurda de acercarse.

    La sangre llamaba a la sangre.

    Ella no lo buscaba. No lo deseaba. No parecía necesitar a nadie. Y eso fue lo que más lo perturbó. Que en su mirada no hubiera ni hambre ni súplica.
    Ravenna lo conocía no como Daemon el príncipe, ni como el matadragones. Lo conocía como uno reconoce el filo de su propia daga. Como quien sabe exactamente cuántas veces ha sangrado y cuántas más lo hará.

    Los dioses forjaban los lazos más terribles con el fuego y la sombra. Y los Targaryen no eran más que sus peones… que sus castigos.

    Aún recordaba el primer momento en el que lo vio...

    ...

    El salón olía a piedra húmeda, a cera derramada.
    Daemon había asistido a demasiadas reuniones como aquella: señores disputando tierras, bastardos alzando la voz como si fueran príncipes, y reyes sin corona jugando a fingir autoridad. Todo le resultaba tedioso.

    Se sirvió vino antes de que se lo ofrecieran, como siempre, y ocupó su asiento como quien ocupa un trono. La mayoría evitaba su mirada, otros lo desafiaban con fingida valentía, pero ninguno tenía el rostro que él vio cruzar el umbral aquella noche.

    La figura avanzó con paso lento, medido. Una mujer que vestía de negro como si el luto le perteneciera por derecho. Su cabello no brillaba como el oro pálido de los Velaryon, ni resplandecía con el blanco plateado que se esperaba de los descendientes de Valyria. El suyo era más oscuro, más cruel. Negro, sí. Negro como las alas de un cuervo vetusto, pero no como el de los bastardos que se escondían como ratas. No... ella era diferente... Entre aquellas sombras ondeaban mechones de un gris tan pálido como la ceniza de los huesos. Algo que no dejaba duda de su ascendencia real, el legado inequívoco.

    Daemon apoyó el codo en la mesa, ladeó apenas la cabeza y dejó que el vino rozara sus labios sin beber, observándola con fascinación. Había visto mujeres hermosas, pero ninguna lo había mirado así.
    Y la deseó como solo desean los hombres que ya lo han tenido todo.

    ...


    El Norte se extendía bajo ella como un cadáver blanco, inmenso, silencioso, congelado en su último aliento. El viento golpeaba su rostro con dedos helados, intentando arañar su piel, pero ella ya no sentía el frío como antes. Hacía años que la nieve le había dejado de parecer cruel. A veces, incluso, lo añoraba.
    En todo aquello cavilaba, cuando de pronto, el cielo se desgarró.

    Un destello. Un crujido seco, como si el firmamento se hubiese partido por la mitad. Una grieta luminosa se abrió entre las nubes, dorada y sucia, como una herida reciente. Erebos lanzó un rugido profundo, tenso, y giró en el aire. Ravenna alzó la cabeza justo a tiempo para verlo: algo descendía.
    No era estrella. No era un dragón. No era hombre. Era una sombra envuelta en fuego, cayendo. Descendía a una velocidad imposible, como si no hubiese aire, ni resistencia, ni voluntad que pudiera frenarlo.

    El impacto no fue explosivo. Fue profundo. A lo lejos, la nieve se alzó en columnas blancas, y la tierra tembló.

    Ravenna sujetó con fuerza las riendas del dragón, sus ojos clavados en el punto donde la figura había desaparecido.

    El suelo tembló incluso a kilómetros de distancia. Y ella lo sintió. El peso de ese momento en el pecho, como si la magia misma del mundo se hubiese encogido de miedo.
    Desde el aire, cuando finalmente logró alcanzar la zona del impacto, lo vio.
    Un cráter gigante, humeante. Y en su centro… una figura humana. Reposaba de lado, como si hubiese sido depositado con ternura en mitad del hielo pese a la fuerza con la que había caído. Llevaba un traje que no se correspondía con nada que conociera en este mundo. Su cuerpo parecía intacto. Inconsciente, quizás. O tal vez no.

    Erebos bufó, inquieto. La cola del dragón se agitó como un látigo y un chorro de vapor emergió de sus fauces entreabiertas. Sus ojos centellearon con una furia contenida, como si pudiese ver más allá de la carne, más allá del cráter, más allá del mundo.

    Ravenna no apartó la mirada de la figura caída y sin soltar las riendas, alzó su mano enguantada y acarició con firmeza el cuello del dragón.
    Erebos gruñó. Sus alas batieron una vez más, y luego planearon. La criatura descendió, obedeciendo.

    El viento se espesaba, cargado de aquella energía. No era magia. Era otra cosa. Algo que le erizaba el vello.
    A unos veinte pasos del cuerpo, hizo que Erebos se posara en la cima de una loma. El dragón encajó sus garras con un crujido sordo en la roca helada. Desde allí, Ravenna descendió sola, con pasos lentos, uno tras otro, como si cada pisada sobre la nieve.

    La figura seguía sin moverse.

    Ravenna se detuvo. No lo suficientemente cerca para tocarlo, pero sí para ver su rostro.


    El cielo del Norte tenía un color distinto al de Rocadragón. Más gris. Más antiguo. Más hostil. El viento era denso. Las montañas parecían más altas, los valles más helados, y el aire… el aire tenía ese sabor a soledad que solo se encuentra donde los hombres dejaron de rezar. Volar hacia su ciudad natal no era parte de sus deseos, pero Ravenna no se permitía deseos, tan solo lealtad. Su juramento con Rhaenyra la empujó hacia Invernalia. Erebos surcaba las alturas con elegancia. Su silueta rasgaba el cielo nocturno como una grieta viva, un dios antiguo de escamas negras, cuyo tamaño desafiaba la razón y cuya presencia silenciaba hasta el propio viento. Las alas vastas, se desplegaban con una cadencia solemne, implacable. Cada batida resonaba como un tambor en el pecho de Ravenna. Desde allí arriba, podía ver el mundo entero desde la distancia. Sin embargo, nada la apartaba de sus pensamientos. Ni siquiera el frío gélido del Norte. Su mente volvía una y otra vez a Rocadragón. A los ojos de Rhaenyra, que se deslizaban sobre ella con una ternura contenida, no dicha, como si amarle fuese peligroso. Y lo era. Lo sabían ambas. Había un mundo entero esperando destruirlas, y aún así, bastaba con una mirada para hacer temblar sus principios. Bastaba con una noche a solas para que lo inevitable se colara por las grietas. ¿Y qué había de Daemon?... Ah... Daemon... Esa sombra que rondaba siempre demasiado cerca. Eran aquellos ojos, aquel rostro que le recordaba a algo primario, algo que nacía oculto en su interior, una parte de su alcurnia. Del lugar del que realmente ella procedía. Y es que, al final, él formaba parte de ella ,de algún modo u otro. Tenía sangre de su sangre. Y eso... le despertaba sentimientos demasiado contradictorios. Ravenna había nacido bajo el fuego, pero era el hielo quien la gobernaba. El mundo creía que los Targaryen no eran como los demás hombres, y quizá tuvieran razón. La sangre del dragón era una promesa, una maldición, una canción susurrada en la cuna mucho antes de que el niño aprendiera a caminar. "Lo que arde, se funde. Lo que vuela, se eleva por encima del juicio de los hombres." Daemon. Rhaenyra. Ambos eran suyos y no lo eran. Uno, su tío, el fuego encarnado con la forma de un hombre impaciente y cruel. La otra, su hermana, igual de ardiente, igual de letal, aunque con una dulzura que no encajaba del todo con la armadura que la corte le había obligado a vestir. Con Daemon, Ravenna sentía el filo de la daga. Con Rhaenyra, la llama. No se había criado con ellos. No los conocía como se conoce a los hermanos, con la cercanía que ahoga el deseo y lo transforma en rutina o hastío. Se los había encontrado ya adultos, forjados por la guerra, el poder y la pérdida. Y ellos la miraban como si fuera una criatura surgida del mismo presagio que los había marcado a todos: el fin del linaje, la ruina del trono. Pero la sangre llamaba a la sangre. A veces, al volar sobre Umbra, pensaba en los labios de Rhaenyra, y en la forma en la que Daemon la miraba cuando creía que nadie lo veía. Era deseo, sí. Pero también era algo más antiguo. Algo más profundo. Como si sus cuerpos, al encontrarse, recordaran algo que su mente no alcanzaba a comprender del todo. La sangre Targaryen tenía su propia memoria, y susurros antiguos corrían por sus venas como un veneno dulce: Lo que está roto, se desea. Y lo que estaba perdido, se buscaba... Daemon Targaryen había conocido muchas mujeres. Había amado a pocas. Y respetado, quizá, a menos aún. Pero cuando sus ojos se posaron por primera vez en Ravenna, la hija bastarda del viejo Viserys algo se removió en su interior. No fue deseo, no al principio. O no fue tan sencillo. Fue una impresión, un presagio. Como si la viera y su sangre, esa sangre orgullosa y marchita que tantos reyes habían derramado, recordara algo que él no sabía haber olvidado. Ravenna no era tan solo hermosa según los cantares. Su belleza era más vieja, más salvaje. No tenía el fulgor dorado de Rhaenyra, tenía la oscuridad de la medianoche, el silencio de las criptas, la dignidad de los lugares malditos que nadie se atreve a nombrar. Llevaba el luto como otros llevan coronas. Y aunque vestía como una viuda o una sombra, no había nada pasivo en ella. La rigidez de sus hombros, la firmeza del mentón, los ojos helados como el cielo de Invernalia... cada parte de ella gritaba poder contenido. Daemon la observó con fascinación y una necesidad absurda de acercarse. La sangre llamaba a la sangre. Ella no lo buscaba. No lo deseaba. No parecía necesitar a nadie. Y eso fue lo que más lo perturbó. Que en su mirada no hubiera ni hambre ni súplica. Ravenna lo conocía no como Daemon el príncipe, ni como el matadragones. Lo conocía como uno reconoce el filo de su propia daga. Como quien sabe exactamente cuántas veces ha sangrado y cuántas más lo hará. Los dioses forjaban los lazos más terribles con el fuego y la sombra. Y los Targaryen no eran más que sus peones… que sus castigos. Aún recordaba el primer momento en el que lo vio... ... El salón olía a piedra húmeda, a cera derramada. Daemon había asistido a demasiadas reuniones como aquella: señores disputando tierras, bastardos alzando la voz como si fueran príncipes, y reyes sin corona jugando a fingir autoridad. Todo le resultaba tedioso. Se sirvió vino antes de que se lo ofrecieran, como siempre, y ocupó su asiento como quien ocupa un trono. La mayoría evitaba su mirada, otros lo desafiaban con fingida valentía, pero ninguno tenía el rostro que él vio cruzar el umbral aquella noche. La figura avanzó con paso lento, medido. Una mujer que vestía de negro como si el luto le perteneciera por derecho. Su cabello no brillaba como el oro pálido de los Velaryon, ni resplandecía con el blanco plateado que se esperaba de los descendientes de Valyria. El suyo era más oscuro, más cruel. Negro, sí. Negro como las alas de un cuervo vetusto, pero no como el de los bastardos que se escondían como ratas. No... ella era diferente... Entre aquellas sombras ondeaban mechones de un gris tan pálido como la ceniza de los huesos. Algo que no dejaba duda de su ascendencia real, el legado inequívoco. Daemon apoyó el codo en la mesa, ladeó apenas la cabeza y dejó que el vino rozara sus labios sin beber, observándola con fascinación. Había visto mujeres hermosas, pero ninguna lo había mirado así. Y la deseó como solo desean los hombres que ya lo han tenido todo. ... El Norte se extendía bajo ella como un cadáver blanco, inmenso, silencioso, congelado en su último aliento. El viento golpeaba su rostro con dedos helados, intentando arañar su piel, pero ella ya no sentía el frío como antes. Hacía años que la nieve le había dejado de parecer cruel. A veces, incluso, lo añoraba. En todo aquello cavilaba, cuando de pronto, el cielo se desgarró. Un destello. Un crujido seco, como si el firmamento se hubiese partido por la mitad. Una grieta luminosa se abrió entre las nubes, dorada y sucia, como una herida reciente. Erebos lanzó un rugido profundo, tenso, y giró en el aire. Ravenna alzó la cabeza justo a tiempo para verlo: algo descendía. No era estrella. No era un dragón. No era hombre. Era una sombra envuelta en fuego, cayendo. Descendía a una velocidad imposible, como si no hubiese aire, ni resistencia, ni voluntad que pudiera frenarlo. El impacto no fue explosivo. Fue profundo. A lo lejos, la nieve se alzó en columnas blancas, y la tierra tembló. Ravenna sujetó con fuerza las riendas del dragón, sus ojos clavados en el punto donde la figura había desaparecido. El suelo tembló incluso a kilómetros de distancia. Y ella lo sintió. El peso de ese momento en el pecho, como si la magia misma del mundo se hubiese encogido de miedo. Desde el aire, cuando finalmente logró alcanzar la zona del impacto, lo vio. Un cráter gigante, humeante. Y en su centro… una figura humana. Reposaba de lado, como si hubiese sido depositado con ternura en mitad del hielo pese a la fuerza con la que había caído. Llevaba un traje que no se correspondía con nada que conociera en este mundo. Su cuerpo parecía intacto. Inconsciente, quizás. O tal vez no. Erebos bufó, inquieto. La cola del dragón se agitó como un látigo y un chorro de vapor emergió de sus fauces entreabiertas. Sus ojos centellearon con una furia contenida, como si pudiese ver más allá de la carne, más allá del cráter, más allá del mundo. Ravenna no apartó la mirada de la figura caída y sin soltar las riendas, alzó su mano enguantada y acarició con firmeza el cuello del dragón. Erebos gruñó. Sus alas batieron una vez más, y luego planearon. La criatura descendió, obedeciendo. El viento se espesaba, cargado de aquella energía. No era magia. Era otra cosa. Algo que le erizaba el vello. A unos veinte pasos del cuerpo, hizo que Erebos se posara en la cima de una loma. El dragón encajó sus garras con un crujido sordo en la roca helada. Desde allí, Ravenna descendió sola, con pasos lentos, uno tras otro, como si cada pisada sobre la nieve. La figura seguía sin moverse. Ravenna se detuvo. No lo suficientemente cerca para tocarlo, pero sí para ver su rostro.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    13 turnos 0 maullidos
  • - La joven estaba descansando en su habitación, después de lo ocurrido en la reunión de directores.
    Su hermano le había entregado un sobre con las indicaciones para una entrega , un cargamento de telas finas en una boutique en nada más que Florencia.
    La mujer suspiro pesadamente, se levantó de la cama , se cambió de ropa y emprendió marcha.
    Fue al aeropuerto a tomar un vuelo, la única persona que la acompañaba era Jack.
    Luego de la muerte de Marina, en el último atentado que tuvieron, Jack le prometió no separarse , no por miedo a que algo le pasará, si no por lo que ella pudiera hacer.. él sabe que algo cambio dentro de la inglesa cuando perdió a su nodriza-

    ¿De todos los lugares tenía que ser Florencia?

    - Jack la miro y solo se limito a decir levemente algunas palabras -

    Jack: ser la directora de relaciones exteriores significa eso, además tomela como las vacaciones que nunca tuvo.

    - Angyar lo miro de reojo y luego miro al frente mientras caminaban por el pasillo de policía internacional -

    Todo esto lo hago para que Gleb viva una vida normal.

    - pasaron los controles y subieron al avión . Jack se dedicó a leer un libro que de portada decir " Como convivir con una loca " , mientras Angyar cerro los ojos no para dormir si no para descansar.
    Al llegar a Florencia, fueron a dejar las cosas al hotel que le asignó su hermano, debían esperar uno o dos día que el container llegara con las telas , así que la joven se fue a caminar por la ciudad.
    Iba caminando con calma cuando en eso choco sin intención de una joven rubia con ojos violetas, cuando Angyar la vio en su memoria difusa un rostro salió, era Eᥣιsᥲbᥱttᥲ Dι Vιᥒᥴᥱᥒzo -

    .... ¿Srta Vincenzo?, disculpe ...

    - La joven estaba descansando en su habitación, después de lo ocurrido en la reunión de directores. Su hermano le había entregado un sobre con las indicaciones para una entrega , un cargamento de telas finas en una boutique en nada más que Florencia. La mujer suspiro pesadamente, se levantó de la cama , se cambió de ropa y emprendió marcha. Fue al aeropuerto a tomar un vuelo, la única persona que la acompañaba era Jack. Luego de la muerte de Marina, en el último atentado que tuvieron, Jack le prometió no separarse , no por miedo a que algo le pasará, si no por lo que ella pudiera hacer.. él sabe que algo cambio dentro de la inglesa cuando perdió a su nodriza- ¿De todos los lugares tenía que ser Florencia? - Jack la miro y solo se limito a decir levemente algunas palabras - Jack: ser la directora de relaciones exteriores significa eso, además tomela como las vacaciones que nunca tuvo. - Angyar lo miro de reojo y luego miro al frente mientras caminaban por el pasillo de policía internacional - Todo esto lo hago para que Gleb viva una vida normal. - pasaron los controles y subieron al avión . Jack se dedicó a leer un libro que de portada decir " Como convivir con una loca " , mientras Angyar cerro los ojos no para dormir si no para descansar. Al llegar a Florencia, fueron a dejar las cosas al hotel que le asignó su hermano, debían esperar uno o dos día que el container llegara con las telas , así que la joven se fue a caminar por la ciudad. Iba caminando con calma cuando en eso choco sin intención de una joven rubia con ojos violetas, cuando Angyar la vio en su memoria difusa un rostro salió, era [ElisabettaDV1] - .... ¿Srta Vincenzo?, disculpe ...
    Me gusta
    2
    4 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados