—No creía que fuera a funcionar.
La meditación nunca había sido mi fuerte… Shen podía pasar horas sentado, inmóvil como una roca, mientras yo apenas aguantaba unos minutos antes de mirar de reojo la puerta y pensar en arrastrar a Kennen a alguna travesura.
Me acordaba de su voz, serena y firme, diciéndome que la mente debía quedar tan clara como el cielo sin nubes. Yo asentía… y al momento siguiente, una hoja movida por el viento me parecía más interesante que cualquier nube.
Pero ahora tenía la esfera. Y la promesa, o la tentación, de que bastaba dejarlo todo en blanco para que ella viniera.
Respiré hondo, más por rutina que por fe, y dejé que las dudas cayeran como las rebabas de un kunai recién afilado… aunque parte de mí seguía esperando que, al abrir los ojos, lo único que viera fuera el techo y mi propio fracaso.—
—Respiro.
El peso del mundo se disuelve, igual que las virutas se desprenden al forjar el acero.
La esfera en mis manos es fría, como el kunai antes de sentir la sangre del viento.
Silencio.
El filo se alinea con mi voluntad; no hay distracciones, no hay pensamiento… sólo el instante antes de cortar.
Abro los ojos.
El golpe ya está dado.—
𝐀yane 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫
La meditación nunca había sido mi fuerte… Shen podía pasar horas sentado, inmóvil como una roca, mientras yo apenas aguantaba unos minutos antes de mirar de reojo la puerta y pensar en arrastrar a Kennen a alguna travesura.
Me acordaba de su voz, serena y firme, diciéndome que la mente debía quedar tan clara como el cielo sin nubes. Yo asentía… y al momento siguiente, una hoja movida por el viento me parecía más interesante que cualquier nube.
Pero ahora tenía la esfera. Y la promesa, o la tentación, de que bastaba dejarlo todo en blanco para que ella viniera.
Respiré hondo, más por rutina que por fe, y dejé que las dudas cayeran como las rebabas de un kunai recién afilado… aunque parte de mí seguía esperando que, al abrir los ojos, lo único que viera fuera el techo y mi propio fracaso.—
—Respiro.
El peso del mundo se disuelve, igual que las virutas se desprenden al forjar el acero.
La esfera en mis manos es fría, como el kunai antes de sentir la sangre del viento.
Silencio.
El filo se alinea con mi voluntad; no hay distracciones, no hay pensamiento… sólo el instante antes de cortar.
Abro los ojos.
El golpe ya está dado.—
𝐀yane 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫
—No creía que fuera a funcionar.
La meditación nunca había sido mi fuerte… Shen podía pasar horas sentado, inmóvil como una roca, mientras yo apenas aguantaba unos minutos antes de mirar de reojo la puerta y pensar en arrastrar a Kennen a alguna travesura.
Me acordaba de su voz, serena y firme, diciéndome que la mente debía quedar tan clara como el cielo sin nubes. Yo asentía… y al momento siguiente, una hoja movida por el viento me parecía más interesante que cualquier nube.
Pero ahora tenía la esfera. Y la promesa, o la tentación, de que bastaba dejarlo todo en blanco para que ella viniera.
Respiré hondo, más por rutina que por fe, y dejé que las dudas cayeran como las rebabas de un kunai recién afilado… aunque parte de mí seguía esperando que, al abrir los ojos, lo único que viera fuera el techo y mi propio fracaso.—
—Respiro.
El peso del mundo se disuelve, igual que las virutas se desprenden al forjar el acero.
La esfera en mis manos es fría, como el kunai antes de sentir la sangre del viento.
Silencio.
El filo se alinea con mi voluntad; no hay distracciones, no hay pensamiento… sólo el instante antes de cortar.
Abro los ojos.
El golpe ya está dado.—
[Ayane_Ishtar]

