Fragmento — “La camisa que aún huele a él”
La tela aún conservaba su olor.
No era perfume. No era jabón.
Era Elian: ese aroma cálido, seco, casi imperceptible, como tierra después de la lluvia o metal tocado por el sol.
Luna se envolvió en su camisa con las manos temblorosas.
La dejó caer por un hombro, como si no pudiera contenerlo todo.
El cristal del vino en su mano ni siquiera temblaba, pero su pecho sí.
Frente a ella, el apartamento estaba en silencio.
No como antes. No como en los días de trabajo, de guerra, de planes.
Este silencio era distinto:
Era el tipo de silencio que deja un vacío cuando alguien muere y no grita.
Ella cerró los ojos. La copa ni siquiera había sido probada.
"Cada noche me pongo su camisa.
No por romanticismo.
Sino porque a veces… me da miedo olvidar cómo se sentía el mundo cuando él aún estaba aquí."
Su espalda tocó la pared fría.
El cristal de la ventana devolvía su reflejo, pero no se reconocía.
No era Luna la que aparecía allí. Era lo que quedó de ella.
"Elian.
Dijiste que no me dejarías sola.
Mentiste tan bien… que aún me siento acompañada."
Una lágrima cayó. No brillaba.
Era oscura, densa, casi como tinta:
la tristeza de una diosa que amó demasiado tarde.
La tela aún conservaba su olor.
No era perfume. No era jabón.
Era Elian: ese aroma cálido, seco, casi imperceptible, como tierra después de la lluvia o metal tocado por el sol.
Luna se envolvió en su camisa con las manos temblorosas.
La dejó caer por un hombro, como si no pudiera contenerlo todo.
El cristal del vino en su mano ni siquiera temblaba, pero su pecho sí.
Frente a ella, el apartamento estaba en silencio.
No como antes. No como en los días de trabajo, de guerra, de planes.
Este silencio era distinto:
Era el tipo de silencio que deja un vacío cuando alguien muere y no grita.
Ella cerró los ojos. La copa ni siquiera había sido probada.
"Cada noche me pongo su camisa.
No por romanticismo.
Sino porque a veces… me da miedo olvidar cómo se sentía el mundo cuando él aún estaba aquí."
Su espalda tocó la pared fría.
El cristal de la ventana devolvía su reflejo, pero no se reconocía.
No era Luna la que aparecía allí. Era lo que quedó de ella.
"Elian.
Dijiste que no me dejarías sola.
Mentiste tan bien… que aún me siento acompañada."
Una lágrima cayó. No brillaba.
Era oscura, densa, casi como tinta:
la tristeza de una diosa que amó demasiado tarde.
Fragmento — “La camisa que aún huele a él”
La tela aún conservaba su olor.
No era perfume. No era jabón.
Era Elian: ese aroma cálido, seco, casi imperceptible, como tierra después de la lluvia o metal tocado por el sol.
Luna se envolvió en su camisa con las manos temblorosas.
La dejó caer por un hombro, como si no pudiera contenerlo todo.
El cristal del vino en su mano ni siquiera temblaba, pero su pecho sí.
Frente a ella, el apartamento estaba en silencio.
No como antes. No como en los días de trabajo, de guerra, de planes.
Este silencio era distinto:
Era el tipo de silencio que deja un vacío cuando alguien muere y no grita.
Ella cerró los ojos. La copa ni siquiera había sido probada.
"Cada noche me pongo su camisa.
No por romanticismo.
Sino porque a veces… me da miedo olvidar cómo se sentía el mundo cuando él aún estaba aquí."
Su espalda tocó la pared fría.
El cristal de la ventana devolvía su reflejo, pero no se reconocía.
No era Luna la que aparecía allí. Era lo que quedó de ella.
"Elian.
Dijiste que no me dejarías sola.
Mentiste tan bien… que aún me siento acompañada."
Una lágrima cayó. No brillaba.
Era oscura, densa, casi como tinta:
la tristeza de una diosa que amó demasiado tarde.
