• El bar no era particularmente grande, pero tenía ese encanto que solo los lugares con historia conservan. Las paredes estaban cubiertas de retratos antiguos y botellas de vino con etiquetas descoloridas por el tiempo. Desde las ventanas amplias, la luz del mediodía caía en haces dorados que cruzaban el aire, iluminando el polvo suspendido como si fueran fragmentos de un pequeño universo detenido. –Zareth estaba sentado en uno de los taburetes del extremo, con la postura relajada y el vaso de licor entre las manos–. Su mirada dorada se perdía entre los reflejos del cristal, ensimismado en pensamientos que apenas él entendía.

    –Hacía días que no se permitía una pausa–. Entre turnos de noche, vasos por limpiar y conversaciones a medio terminar, apenas recordaba cómo se sentía simplemente ser un cliente. Por eso estaba allí, lejos de su bar, buscando un poco de anonimato y silencio. La música que sonaba de fondo era suave, un jazz antiguo que se mezclaba con el murmullo de un par de conversaciones dispersas. Todo parecía fluir con calma, como si el tiempo hubiera decidido tomarse un respiro también.

    El bartender, un hombre de unos cuarenta años con una sonrisa cansada, se acercó a él con cierta complicidad.
    ¿Lo mismo de siempre, Zareth?
    –Él alzó la vista y esbozó una sonrisa leve–.
    Sí, pero esta vez con menos hielo. No quiero que se diluya tan rápido.

    El otro rió por lo bajo antes de apartarse, y Zareth volvió a observar la barra, deslizando un dedo por la superficie brillante. –Llevaba la camisa arremangada, el cuello ligeramente desabrochado y el cabello castaño cayendo sobre la frente en un descuido que parecía intencional–. A pesar de su serenidad, había algo en su presencia que desentonaba con el resto: un magnetismo silencioso, algo en la forma en que su aura se mezclaba con el ambiente sin realmente pertenecerle.

    –Dejó el vaso a un lado y se inclinó hacia adelante, observando cómo un rayo de luz atravesaba el líquido ambarino y lo convertía en fuego líquido–. No podía evitar pensar en lo irónico que resultaba: un ángel mitad íncubo buscando calma en un lugar lleno de tentaciones humanas. Era como un lobo en un rebaño, pero demasiado cansado para morder.

    Su atención se desvió cuando la campanilla sobre la puerta sonó. –Giró apenas el rostro, observando cómo la claridad del exterior se filtraba brevemente en el bar junto con una figura nueva–. Tal vez un cliente más, tal vez alguien perdido. Pero había algo en esa entrada que le resultó... diferente.

    –Sus ojos dorados se detuvieron un instante más de lo necesario, curiosos, expectantes–.
    Quizá esta vez, pensó, la tarde no terminaría en silencio.
    El bar no era particularmente grande, pero tenía ese encanto que solo los lugares con historia conservan. Las paredes estaban cubiertas de retratos antiguos y botellas de vino con etiquetas descoloridas por el tiempo. Desde las ventanas amplias, la luz del mediodía caía en haces dorados que cruzaban el aire, iluminando el polvo suspendido como si fueran fragmentos de un pequeño universo detenido. –Zareth estaba sentado en uno de los taburetes del extremo, con la postura relajada y el vaso de licor entre las manos–. Su mirada dorada se perdía entre los reflejos del cristal, ensimismado en pensamientos que apenas él entendía. –Hacía días que no se permitía una pausa–. Entre turnos de noche, vasos por limpiar y conversaciones a medio terminar, apenas recordaba cómo se sentía simplemente ser un cliente. Por eso estaba allí, lejos de su bar, buscando un poco de anonimato y silencio. La música que sonaba de fondo era suave, un jazz antiguo que se mezclaba con el murmullo de un par de conversaciones dispersas. Todo parecía fluir con calma, como si el tiempo hubiera decidido tomarse un respiro también. El bartender, un hombre de unos cuarenta años con una sonrisa cansada, se acercó a él con cierta complicidad. ¿Lo mismo de siempre, Zareth? –Él alzó la vista y esbozó una sonrisa leve–. Sí, pero esta vez con menos hielo. No quiero que se diluya tan rápido. El otro rió por lo bajo antes de apartarse, y Zareth volvió a observar la barra, deslizando un dedo por la superficie brillante. –Llevaba la camisa arremangada, el cuello ligeramente desabrochado y el cabello castaño cayendo sobre la frente en un descuido que parecía intencional–. A pesar de su serenidad, había algo en su presencia que desentonaba con el resto: un magnetismo silencioso, algo en la forma en que su aura se mezclaba con el ambiente sin realmente pertenecerle. –Dejó el vaso a un lado y se inclinó hacia adelante, observando cómo un rayo de luz atravesaba el líquido ambarino y lo convertía en fuego líquido–. No podía evitar pensar en lo irónico que resultaba: un ángel mitad íncubo buscando calma en un lugar lleno de tentaciones humanas. Era como un lobo en un rebaño, pero demasiado cansado para morder. Su atención se desvió cuando la campanilla sobre la puerta sonó. –Giró apenas el rostro, observando cómo la claridad del exterior se filtraba brevemente en el bar junto con una figura nueva–. Tal vez un cliente más, tal vez alguien perdido. Pero había algo en esa entrada que le resultó... diferente. –Sus ojos dorados se detuvieron un instante más de lo necesario, curiosos, expectantes–. Quizá esta vez, pensó, la tarde no terminaría en silencio.
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  • Ese vendedor es un idiota... No tenía porque tratarme así...

    — Daniel estaba intentando contener su impotencia y lo mal que se sentía al salir del centro comercial, pero la presión que tenía en el pecho fue más fuerte y finalmente se dejó caer sobre un banco de la plaza.
    Completamente frustrado escondió su rostro entres sus manos y se largó a llorar, había veces en los que era demasiado débil para soportar ciertos tratos. —
    Ese vendedor es un idiota... No tenía porque tratarme así... — Daniel estaba intentando contener su impotencia y lo mal que se sentía al salir del centro comercial, pero la presión que tenía en el pecho fue más fuerte y finalmente se dejó caer sobre un banco de la plaza. Completamente frustrado escondió su rostro entres sus manos y se largó a llorar, había veces en los que era demasiado débil para soportar ciertos tratos. —
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  • -El sol de media mañana bañaba la ciudad con un brillo dorado, y las calles vibraban con el bullicio cotidiano. Lyssara ajustó la correa de su cámara mientras avanzaba por la avenida principal; el Museo Astraeum se alzaba al final del camino, un edificio de cristal y piedra clara que reflejaba la luz como si fuera un templo moderno. No solía perder el tiempo en lugares así, pero uno de sus compañeros de instituto había insistido demasiado.-

    “Tenés que ir, Vaelthorn. El museo tiene una exposición de fotografía salvaje, justo tu tipo de cosas.”

    -Eso la había convencido. O al menos, había despertado su curiosidad. Caminó por el vestíbulo, donde el eco de sus pasos se mezclaba con risas, murmullos y clics de cámaras ajenas. Sus ojos color ámbar se alzaron hacia una serie de retratos que colgaban del techo, cada uno mostrando animales en plena libertad: lobos corriendo entre la nieve, ciervos envueltos en neblina, aves que parecían suspendidas en el aire eterno del instante.-

    No está mal… -murmuró, alzando la cámara y tomando una foto del reflejo del vidrio sobre una de las imágenes-

    -El lente captó algo que el ojo humano no habría notado: una mancha de luz, casi como un resplandor en forma de silueta, justo sobre uno de los lobos fotografiados. Lyssara entrecerró los ojos y bajó la cámara. No creía en casualidades.-

    Disculpá, ¿eres fotógrafa también?

    -La voz la sacó de su concentración. Un chico de su edad, con una credencial de guía colgando del cuello, la observaba con una sonrisa curiosa. Ella lo miró de reojo, analizando rápido: pulso tranquilo, olor neutro, sin amenaza aparente.-

    Más o menos. Fotógrafa y dueña de un santuario salvaje.

    Wow, eso suena… muy distinto a la vida de ciudad. ¿Y te gusta el arte?

    Depende del día. Y del tema.

    -El chico rió bajo, cruzándose de brazos mientras observaban juntos las fotografías. El sol entraba por los ventanales, tiñendo todo de dorado y cálido. Afuera, se escuchaban los motores, el murmullo del tráfico, la vida humana continuando sin pausa.-

    ¿Sabías que esta exposición se llama “El Instinto y la Luz”?

    -Lyssara lo miró apenas, arqueando una ceja con una media sonrisa-

    Qué nombre más… irónico.

    -Y mientras hablaba, una corriente de aire atravesó la sala, moviendo las cortinas y haciendo que los focos del techo titilaran un segundo. En la imagen del lobo, el brillo volvió a aparecer, más fuerte esta vez, casi como si el animal dentro de la foto hubiera abierto los ojos.-
    -El sol de media mañana bañaba la ciudad con un brillo dorado, y las calles vibraban con el bullicio cotidiano. Lyssara ajustó la correa de su cámara mientras avanzaba por la avenida principal; el Museo Astraeum se alzaba al final del camino, un edificio de cristal y piedra clara que reflejaba la luz como si fuera un templo moderno. No solía perder el tiempo en lugares así, pero uno de sus compañeros de instituto había insistido demasiado.- “Tenés que ir, Vaelthorn. El museo tiene una exposición de fotografía salvaje, justo tu tipo de cosas.” -Eso la había convencido. O al menos, había despertado su curiosidad. Caminó por el vestíbulo, donde el eco de sus pasos se mezclaba con risas, murmullos y clics de cámaras ajenas. Sus ojos color ámbar se alzaron hacia una serie de retratos que colgaban del techo, cada uno mostrando animales en plena libertad: lobos corriendo entre la nieve, ciervos envueltos en neblina, aves que parecían suspendidas en el aire eterno del instante.- No está mal… -murmuró, alzando la cámara y tomando una foto del reflejo del vidrio sobre una de las imágenes- -El lente captó algo que el ojo humano no habría notado: una mancha de luz, casi como un resplandor en forma de silueta, justo sobre uno de los lobos fotografiados. Lyssara entrecerró los ojos y bajó la cámara. No creía en casualidades.- Disculpá, ¿eres fotógrafa también? -La voz la sacó de su concentración. Un chico de su edad, con una credencial de guía colgando del cuello, la observaba con una sonrisa curiosa. Ella lo miró de reojo, analizando rápido: pulso tranquilo, olor neutro, sin amenaza aparente.- Más o menos. Fotógrafa y dueña de un santuario salvaje. Wow, eso suena… muy distinto a la vida de ciudad. ¿Y te gusta el arte? Depende del día. Y del tema. -El chico rió bajo, cruzándose de brazos mientras observaban juntos las fotografías. El sol entraba por los ventanales, tiñendo todo de dorado y cálido. Afuera, se escuchaban los motores, el murmullo del tráfico, la vida humana continuando sin pausa.- ¿Sabías que esta exposición se llama “El Instinto y la Luz”? -Lyssara lo miró apenas, arqueando una ceja con una media sonrisa- Qué nombre más… irónico. -Y mientras hablaba, una corriente de aire atravesó la sala, moviendo las cortinas y haciendo que los focos del techo titilaran un segundo. En la imagen del lobo, el brillo volvió a aparecer, más fuerte esta vez, casi como si el animal dentro de la foto hubiera abierto los ojos.-
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  • Terminando con los contratos los cuales tengo con mis hermanos y una empresa arquitecta para que nos ayuden con la mansión, será ideal para que mi hermano y su pareja vivan felices, espero me hagan tío por segunda vez, me gusta ver a mi familia feliz, los envidio
    Terminando con los contratos los cuales tengo con mis hermanos y una empresa arquitecta para que nos ayuden con la mansión, será ideal para que mi hermano y su pareja vivan felices, espero me hagan tío por segunda vez, me gusta ver a mi familia feliz, los envidio
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  • Better call Irina

    ​El aire dentro de la taberna de mala muerte, era una sopa densa de sudor, cerveza rancia y ceniza. Afuera, la lluvia azotaba los adoquines de los suburbios industriales de Kérstov; adentro, las risas ásperas y el tintineo de copas formaban el telón de fondo de una docena de dramas menores. Pero todo ese bullicio se estrellaba y moría a las puertas de una pequeña sala privada, en el fondo del local...
    ​Ahí estaba Irina.
    ​El cigarro prendido que ardía perezosamente entre sus dedos no lo fumaba por vicio, si no que era parte de una estrategia meticulosamente planeada; Soltaba espirales de humo gris que se adherían al techo y flotaban en el ambiente como un velo protector, lo suficientemente espeso como para diluir sus facciones.
    Su silueta, envuelta en telas negras, era una mancha de medianoche en la penumbra. El ala ancha del sombrero proyectaba una sombra impenetrable sobre su rostro, borrando cualquier rasgo, dejando solo la promesa de algo afilado y peligroso debajo.
    ​Irina no movía más que la mano que llevaba el cigarrillo a sus labios. Se sentó con la inmovilidad tensa de un depredador que espera, cada músculo afinado y listo para la detonación. Era un rumor en el bajo mundo, una leyenda que se susurraba en las mesas de caoba de los oligarcas y en las alcantarillas de los arrabales. La llamaban la "Hija del Trueno" no por su fuerza bruta, sino por la velocidad de un rayo con que resolvía lo imposible. Las cajas fuertes que nadie podía abrir, los enemigos que nadie podía encontrar, los tratos que nadie podía cerrar... ella los ejecutaba. No dejaba rastros, no hacía preguntas y, lo más importante, no fallaba.

    ​Su impaciencia crecía como una marea silenciosa. En este mundo de sombras y avaricia, el tiempo de Irina era el bien más preciado. Dejó caer la ceniza con un golpe seco en el cenicero de estaño. El golpe resonó en la pequeña habitación como un juicio.
    ​Quienquiera que la hubiera convocado a este agujero apestoso, ya estaba en mora. Y si había algo que la Hija del Trueno odiaba más que la incompetencia, era la falta de puntualidad.
    La mano, firme y elegante, se deslizó hacia el cinturón bajo su abrigo, buscando la familiar forma fría del acero. La reunión estaba a punto de empezar, quisiera o no el visitante.
    Better call Irina ​El aire dentro de la taberna de mala muerte, era una sopa densa de sudor, cerveza rancia y ceniza. Afuera, la lluvia azotaba los adoquines de los suburbios industriales de Kérstov; adentro, las risas ásperas y el tintineo de copas formaban el telón de fondo de una docena de dramas menores. Pero todo ese bullicio se estrellaba y moría a las puertas de una pequeña sala privada, en el fondo del local... ​Ahí estaba Irina. ​El cigarro prendido que ardía perezosamente entre sus dedos no lo fumaba por vicio, si no que era parte de una estrategia meticulosamente planeada; Soltaba espirales de humo gris que se adherían al techo y flotaban en el ambiente como un velo protector, lo suficientemente espeso como para diluir sus facciones. Su silueta, envuelta en telas negras, era una mancha de medianoche en la penumbra. El ala ancha del sombrero proyectaba una sombra impenetrable sobre su rostro, borrando cualquier rasgo, dejando solo la promesa de algo afilado y peligroso debajo. ​Irina no movía más que la mano que llevaba el cigarrillo a sus labios. Se sentó con la inmovilidad tensa de un depredador que espera, cada músculo afinado y listo para la detonación. Era un rumor en el bajo mundo, una leyenda que se susurraba en las mesas de caoba de los oligarcas y en las alcantarillas de los arrabales. La llamaban la "Hija del Trueno" no por su fuerza bruta, sino por la velocidad de un rayo con que resolvía lo imposible. Las cajas fuertes que nadie podía abrir, los enemigos que nadie podía encontrar, los tratos que nadie podía cerrar... ella los ejecutaba. No dejaba rastros, no hacía preguntas y, lo más importante, no fallaba. ​Su impaciencia crecía como una marea silenciosa. En este mundo de sombras y avaricia, el tiempo de Irina era el bien más preciado. Dejó caer la ceniza con un golpe seco en el cenicero de estaño. El golpe resonó en la pequeña habitación como un juicio. ​Quienquiera que la hubiera convocado a este agujero apestoso, ya estaba en mora. Y si había algo que la Hija del Trueno odiaba más que la incompetencia, era la falta de puntualidad. La mano, firme y elegante, se deslizó hacia el cinturón bajo su abrigo, buscando la familiar forma fría del acero. La reunión estaba a punto de empezar, quisiera o no el visitante.
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  • Nunca imaginé que algo así pudiera volver a pasarme. Había pasado meses manejando situaciones peligrosas, lidiando con problemas de la mafia, con rivales, con enemigos que creía resueltos. Pensé que estaba a salvo, que la sombra de la violencia había quedado atrás, que mis días de caos y miedo habían terminado… hasta que ellos me encontraron.

    Salí de viaje unos días antes para organizar cosas de la boda, revisando contratos, cerrando detalles con proveedores. Confié en que este viaje sería solo eso: trabajo, rutina, preparación.

    Pero no fue así.

    Me arrancaron del coche antes de que pudiera reaccionar. Una mano fuerte cubrió mi boca, otra me empujó hacia un vehículo que olía a gasolina y a metal frío. Mis gritos se ahogaron en la noche, y mientras la lluvia golpeaba mi cara, entendí que no había escapatoria. No esta vez.

    Me llevaron a un almacén apartado, un lugar que olía a humedad, a polvo, a algo metálico y podrido. La puerta se cerró detrás de mí con un golpe seco que resonó en mis oídos. Me empujaron a una silla y me ataron las muñecas con cuerda áspera que dejó marcas que arderían días después. La luz era escasa, apenas suficiente para ver las siluetas de ellos, los hombres que habían sido amigos de mi padre y ahora buscaban venganza. Sus miradas eran cuchillos, y yo me sentí desnuda ante ellas, no en ropa, sino en vulnerabilidad y miedo.

    Las palizas empezaron casi de inmediato. Cada golpe me recordaba que mi pasado había vuelto a alcanzarme, que ninguna habilidad, ninguna preparación, ninguna certeza sobre el control que pensaba tener podía salvarme de esto. Me empujaban, me lanzaban al suelo, me hacían sentir que mi cuerpo no me pertenecía, abusando de mi cada día, cuando ellos querían. Cada contusión, cada moretón, era un recordatorio de que estaba completamente a merced de su ira.

    No hablaban mucho. No hacía falta. Cada palabra que soltaban estaba cargada de amenaza y resentimiento, cada gesto decía que la venganza de ellos debía cumplirse a toda costa. Intenté mantener la calma, respirar, recordar que soy Alessia, que he sobrevivido a cosas que harían temblar a cualquiera. Pero cada noche, en la soledad de esa habitación oscura, me sentía más pequeña, más frágil, más atrapada que nunca.

    No puedo contar con exactitud cuántos días pasaron así. Las horas se mezclaban con el dolor, con el miedo, con la humillación. A veces me golpeaban, otras me empujaban, otras me hacían sentir que cada parte de mí estaba bajo su dominio, tocándome… y haciendo cosas mucho peores. Me hicieron comprender que no hay fuerza suficiente para enfrentar la ira de quienes buscan venganza… y que a veces, aunque seas sicaria, aunque hayas manejado la muerte y la traición, el mundo puede voltearse en tu contra y dejarte indefensa.

    Lo peor no era el dolor físico, aunque era constante y brutal. Lo peor era sentir que el control que creía tener se desmoronaba. Durante meses pensé que todo estaba bajo control, que podía manejar cualquier situación que surgiera, que Angela y yo éramos invencibles. Y ahora… ahora me encontraba rota, temblando en una silla, y comprendí que nada de eso importaba aquí. Que el mundo podía arrancarte todo en un instante, sin aviso, sin compasión.

    Me aferré a mis recuerdos, a la idea de Angela Di Trapani , a la boda, a todo lo que había prometido y construido. Pero esa esperanza pequeña, como una llama que se niega a apagarse, no resistió lo suficiente. No sabía cómo saldría de allí, y en ese punto, no sabía si queria sobrevivir. Me sentía sucia, rota. ¿Cómo se supone que mi prometida me verá ahora? ¿Le daré asco? ¿Lástima, quizás?

    No lo sé, lo único que sé con certeza es que cada día que pasa me rompen más, y yo solo quiero que esto acabe de una vez.
    Nunca imaginé que algo así pudiera volver a pasarme. Había pasado meses manejando situaciones peligrosas, lidiando con problemas de la mafia, con rivales, con enemigos que creía resueltos. Pensé que estaba a salvo, que la sombra de la violencia había quedado atrás, que mis días de caos y miedo habían terminado… hasta que ellos me encontraron. Salí de viaje unos días antes para organizar cosas de la boda, revisando contratos, cerrando detalles con proveedores. Confié en que este viaje sería solo eso: trabajo, rutina, preparación. Pero no fue así. Me arrancaron del coche antes de que pudiera reaccionar. Una mano fuerte cubrió mi boca, otra me empujó hacia un vehículo que olía a gasolina y a metal frío. Mis gritos se ahogaron en la noche, y mientras la lluvia golpeaba mi cara, entendí que no había escapatoria. No esta vez. Me llevaron a un almacén apartado, un lugar que olía a humedad, a polvo, a algo metálico y podrido. La puerta se cerró detrás de mí con un golpe seco que resonó en mis oídos. Me empujaron a una silla y me ataron las muñecas con cuerda áspera que dejó marcas que arderían días después. La luz era escasa, apenas suficiente para ver las siluetas de ellos, los hombres que habían sido amigos de mi padre y ahora buscaban venganza. Sus miradas eran cuchillos, y yo me sentí desnuda ante ellas, no en ropa, sino en vulnerabilidad y miedo. Las palizas empezaron casi de inmediato. Cada golpe me recordaba que mi pasado había vuelto a alcanzarme, que ninguna habilidad, ninguna preparación, ninguna certeza sobre el control que pensaba tener podía salvarme de esto. Me empujaban, me lanzaban al suelo, me hacían sentir que mi cuerpo no me pertenecía, abusando de mi cada día, cuando ellos querían. Cada contusión, cada moretón, era un recordatorio de que estaba completamente a merced de su ira. No hablaban mucho. No hacía falta. Cada palabra que soltaban estaba cargada de amenaza y resentimiento, cada gesto decía que la venganza de ellos debía cumplirse a toda costa. Intenté mantener la calma, respirar, recordar que soy Alessia, que he sobrevivido a cosas que harían temblar a cualquiera. Pero cada noche, en la soledad de esa habitación oscura, me sentía más pequeña, más frágil, más atrapada que nunca. No puedo contar con exactitud cuántos días pasaron así. Las horas se mezclaban con el dolor, con el miedo, con la humillación. A veces me golpeaban, otras me empujaban, otras me hacían sentir que cada parte de mí estaba bajo su dominio, tocándome… y haciendo cosas mucho peores. Me hicieron comprender que no hay fuerza suficiente para enfrentar la ira de quienes buscan venganza… y que a veces, aunque seas sicaria, aunque hayas manejado la muerte y la traición, el mundo puede voltearse en tu contra y dejarte indefensa. Lo peor no era el dolor físico, aunque era constante y brutal. Lo peor era sentir que el control que creía tener se desmoronaba. Durante meses pensé que todo estaba bajo control, que podía manejar cualquier situación que surgiera, que Angela y yo éramos invencibles. Y ahora… ahora me encontraba rota, temblando en una silla, y comprendí que nada de eso importaba aquí. Que el mundo podía arrancarte todo en un instante, sin aviso, sin compasión. Me aferré a mis recuerdos, a la idea de [haze_orange_shark_766] , a la boda, a todo lo que había prometido y construido. Pero esa esperanza pequeña, como una llama que se niega a apagarse, no resistió lo suficiente. No sabía cómo saldría de allí, y en ese punto, no sabía si queria sobrevivir. Me sentía sucia, rota. ¿Cómo se supone que mi prometida me verá ahora? ¿Le daré asco? ¿Lástima, quizás? No lo sé, lo único que sé con certeza es que cada día que pasa me rompen más, y yo solo quiero que esto acabe de una vez.
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  • —Visité un país extraño. Allí habían carruajes de metal, aparatos raros que funcionaban con electricidad y comida que jamás había probado. Me quedé en una posada que era llamada hotel en aquel lugar. Todo era tan actualizado que me sentí como un anciano, durante mi estadía allí un amigo me enseñó a usar un objeto con forma rectangular del cual no recuerdo el nombre. Pero era impresionante, con ese aparato podíamos crear retratos de nosotros mismos casi de forma instantánea. —
    —Visité un país extraño. Allí habían carruajes de metal, aparatos raros que funcionaban con electricidad y comida que jamás había probado. Me quedé en una posada que era llamada hotel en aquel lugar. Todo era tan actualizado que me sentí como un anciano, durante mi estadía allí un amigo me enseñó a usar un objeto con forma rectangular del cual no recuerdo el nombre. Pero era impresionante, con ese aparato podíamos crear retratos de nosotros mismos casi de forma instantánea. —
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  • 𝐃𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐩𝐜𝐢𝐨𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐌𝐚𝐧𝐬𝐢𝐨𝐧 𝐓𝐡𝐨𝐫𝐧

    La Mansión Thorn no es solo una construcción antigua perdida entre los árboles, es una entidad viva, un ser consciente hecho de piedra, madera y sombras. Respira a través del viento que se filtra por sus pasillos, siente mediante los crujidos de sus suelos y observa desde los retratos que decoran sus muros. Su existencia está entrelazada con la de Arielle Thorn, el cual es es el guardian de la gran mansión y el protector de los seres que en ella habitan, sin embargo el origen de esta es desconocido incluso hasta para las personas mas cercanas a él.

    Se sabe que por generacionesa Mansión Thorn ha servido como un refugio que acoge a quienes buscan paz, pero también enfrenta a cada huésped con la verdad que intenta ocultar. Arielle se encarga de reclutar toda clase de creaturas con diversas habilidades, no solo para protegerlas del mundo exterior, sino para unir sus fuerzas y alimentar el espíritu ancestral que habita en la propia mansión. Cada ser que cruza su umbral aporta una chispa de energía vital, un fragmento de esencia que se entrelaza con la estructura viva del lugar, reforzando sus muros, su magia y su conexión con el plano espiritual.

    Arielle es consciente de su vínculo con la casa, actúa como mediador entre ambos, guiando a las criaturas hacia una coexistencia, ellas encuentran protección y refugio, mientras la mansión alimentada por su poder colectivo se fortalece, extendiendo su influencia más allá del bosque que la rodea.

    Dentro de la mansión las paredes parecen hechas de piedra oscura, pero bajo la luz de las velas se revelan vetas que laten con un brillo sutil, como si un pulso recorriera todo el edificio. Cada rincón guarda un eco, un susurro o una sombra que parece moverse con propósito debido a los espíritus que la habitan.

    El suelo está cubierto por alfombras de tonos verdosos y azul profundo, gastadas pero nunca polvorientas. Candelabros de hierro cuelgan del techo, proyectando una luz temblorosa que hace bailar las sombras en las paredes. Los retratos de antiguos Thorn rostros severos y figuras enigmáticas observan con ojos que parecen seguir al visitante. A veces, sus expresiones cambian levemente cuando alguien pasa frente a ellos.

    Muebles tallados a mano, espejos enmarcados en plata ennegrecida y vitrales de colores sombríos llenan los pasillos. Esta mansión cuenta con un gran jardín, un cementerio y múltiples habitaciones las cuales guardan interminables secretos.
    𝐃𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐩𝐜𝐢𝐨𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐌𝐚𝐧𝐬𝐢𝐨𝐧 𝐓𝐡𝐨𝐫𝐧 La Mansión Thorn no es solo una construcción antigua perdida entre los árboles, es una entidad viva, un ser consciente hecho de piedra, madera y sombras. Respira a través del viento que se filtra por sus pasillos, siente mediante los crujidos de sus suelos y observa desde los retratos que decoran sus muros. Su existencia está entrelazada con la de Arielle Thorn, el cual es es el guardian de la gran mansión y el protector de los seres que en ella habitan, sin embargo el origen de esta es desconocido incluso hasta para las personas mas cercanas a él. Se sabe que por generacionesa Mansión Thorn ha servido como un refugio que acoge a quienes buscan paz, pero también enfrenta a cada huésped con la verdad que intenta ocultar. Arielle se encarga de reclutar toda clase de creaturas con diversas habilidades, no solo para protegerlas del mundo exterior, sino para unir sus fuerzas y alimentar el espíritu ancestral que habita en la propia mansión. Cada ser que cruza su umbral aporta una chispa de energía vital, un fragmento de esencia que se entrelaza con la estructura viva del lugar, reforzando sus muros, su magia y su conexión con el plano espiritual. Arielle es consciente de su vínculo con la casa, actúa como mediador entre ambos, guiando a las criaturas hacia una coexistencia, ellas encuentran protección y refugio, mientras la mansión alimentada por su poder colectivo se fortalece, extendiendo su influencia más allá del bosque que la rodea. Dentro de la mansión las paredes parecen hechas de piedra oscura, pero bajo la luz de las velas se revelan vetas que laten con un brillo sutil, como si un pulso recorriera todo el edificio. Cada rincón guarda un eco, un susurro o una sombra que parece moverse con propósito debido a los espíritus que la habitan. El suelo está cubierto por alfombras de tonos verdosos y azul profundo, gastadas pero nunca polvorientas. Candelabros de hierro cuelgan del techo, proyectando una luz temblorosa que hace bailar las sombras en las paredes. Los retratos de antiguos Thorn rostros severos y figuras enigmáticas observan con ojos que parecen seguir al visitante. A veces, sus expresiones cambian levemente cuando alguien pasa frente a ellos. Muebles tallados a mano, espejos enmarcados en plata ennegrecida y vitrales de colores sombríos llenan los pasillos. Esta mansión cuenta con un gran jardín, un cementerio y múltiples habitaciones las cuales guardan interminables secretos.
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