• ────No todas las historias de amor las teje el destino y tienen comienzos felices. Algunas nacen de tragedias. Pero son igualmente hermosas que aquellas que comenzaron con un beso bajo la lluvia o una mirada en un café. Algunas historias de amor comienzan en el caos, entre lagrimas y escombros del alma, y aún así florecen, sorprendiendo a quienes creían haberlo perdido todo. Porque a veces, lo más bello nace de lo que jamás esperábamos encontrar.
    ────No todas las historias de amor las teje el destino y tienen comienzos felices. Algunas nacen de tragedias. Pero son igualmente hermosas que aquellas que comenzaron con un beso bajo la lluvia o una mirada en un café. Algunas historias de amor comienzan en el caos, entre lagrimas y escombros del alma, y aún así florecen, sorprendiendo a quienes creían haberlo perdido todo. Porque a veces, lo más bello nace de lo que jamás esperábamos encontrar.
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  • °| Un Sol Brillante |°
    Fandom Más bien tema: peleas escolares (cualquier fandom de ese tipo)
    Categoría Otros
    (como todo esto tiene un principio y mi comienzo en todo esto no es nada más que miseria fui molestando por toda mi primaria y secundaria, humillado en todo sentido me sorprende que no me asesinaron a golpes la verdad pero el caso no es ese señores si no de que está vez voy a hacer las cosas diferentes esa sed de sangre reprimida alimentada por los imbéciles deberá ser liberada así que..........me voy a mat.)

    +un zape es impactado en mi nuca antes de la tragedia+

    mierda.....

    +suho(su mejor y unico amigo) para intentar defender a su mejor amigo hizo que lo molestasen siendo tirado por el 3er piso de la escuela al salirse de las manos su tortura terminando en el hospital en coma perdiendo su último año de secundaria....+


    +una vez le dijeron que era un coma indefinido entreno todo el tiempo necesario por ahn suho pero en fin al ser alguien muy inteligente logró estar a la par de sus compañeros antiguos así que una persona completamente diferente llega por venganza al último año de la preparatoria de nanjiang+

    hola a todos....mi nombre es ellis constantine(el en realidad se llama xi heun pero no podía revelar su nombre) soy extranjero pero llevo viviendo aquí mucho tiempo así que espero ser bienvenido....

    Romance
    mafia
    escuela
    Peleas

    se busca a una chica
    varios pj

    puedes ser una exbully, otra víctima, alguien x solo debes ser parte de la historia de nuestro weak hero para guiarle ^^
    (como todo esto tiene un principio y mi comienzo en todo esto no es nada más que miseria fui molestando por toda mi primaria y secundaria, humillado en todo sentido me sorprende que no me asesinaron a golpes la verdad pero el caso no es ese señores si no de que está vez voy a hacer las cosas diferentes esa sed de sangre reprimida alimentada por los imbéciles deberá ser liberada así que..........me voy a mat.) +un zape es impactado en mi nuca antes de la tragedia+ mierda..... +suho(su mejor y unico amigo) para intentar defender a su mejor amigo hizo que lo molestasen siendo tirado por el 3er piso de la escuela al salirse de las manos su tortura terminando en el hospital en coma perdiendo su último año de secundaria....+ +una vez le dijeron que era un coma indefinido entreno todo el tiempo necesario por ahn suho pero en fin al ser alguien muy inteligente logró estar a la par de sus compañeros antiguos así que una persona completamente diferente llega por venganza al último año de la preparatoria de nanjiang+ hola a todos....mi nombre es ellis constantine(el en realidad se llama xi heun pero no podía revelar su nombre) soy extranjero pero llevo viviendo aquí mucho tiempo así que espero ser bienvenido.... Romance mafia escuela Peleas 🍋🍋🍋 se busca a una chica varios pj puedes ser una exbully, otra víctima, alguien x solo debes ser parte de la historia de nuestro weak hero para guiarle ^^
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  • Antes de que su nombre se inscribiera en la historia por su fuerza descomunal o sus doce legendarios trabajos, Heracles también fue un joven que, tras su entrenamiento, buscaba algo más que gloria: buscaba un lugar en el mundo.

    Había regresado de una de sus primeras campañas militares, aún cubierto del polvo de la batalla, cuando Tebas celebraba su liberación. El rey Creonte, agradecido por la valentía de Heracles al derrotar a los enemigos que asediaban su ciudad, le ofreció un banquete en palacio. Y fue allí, entre columnas de mármol y músicos desafinados, donde la vio por primera vez.

    Mégara. Hija del rey, pero no altiva. Su risa no era como la de las cortesanas; era una chispa que rompía el protocolo. Tenía el porte de una reina, pero los ojos de alguien que ya había visto demasiado para su corta edad. Cuando sus miradas se cruzaron, Heracles no pensó en la guerra, ni en la gloria, ni en los dioses. Pensó en quedarse.

    Lo que comenzó como una cortesía se volvió un encuentro frecuente. Mégara no era una princesa cualquiera. No le impresionaban los cuentos de monstruos ni las demostraciones de fuerza. Ella le preguntaba sobre el miedo, sobre el peso de una espada, sobre si dormía bien después de una batalla. Heracles, por primera vez, sintió que no era solo músculos y hazañas; frente a ella, era humano.

    El rey Creonte, viendo la conexión, ofreció a Mégara en matrimonio como gesto de gratitud. Pero Heracles no la tomó como un premio. Le pidió su consentimiento. Quería que lo eligiera, no que lo aceptara. Y Mégara lo hizo, no por su fama, sino por su alma cansada y su voluntad de proteger.

    Su matrimonio fue breve, como muchas cosas hermosas condenadas por el destino. Pero durante ese tiempo, Heracles encontró paz. La risa de Mégara era su escudo; los abrazos de sus hijos, su hogar.

    Hasta que la tragedia lo reclamó.

    Pero esa es otra historia.

    Porque este relato no trata sobre el dolor que vendría, sino sobre ese instante suspendido en el tiempo, cuando un héroe encontró algo más fuerte que la guerra: el amor que creyó no merecer, pero que una mujer le ofreció sin condiciones.
    Antes de que su nombre se inscribiera en la historia por su fuerza descomunal o sus doce legendarios trabajos, Heracles también fue un joven que, tras su entrenamiento, buscaba algo más que gloria: buscaba un lugar en el mundo. Había regresado de una de sus primeras campañas militares, aún cubierto del polvo de la batalla, cuando Tebas celebraba su liberación. El rey Creonte, agradecido por la valentía de Heracles al derrotar a los enemigos que asediaban su ciudad, le ofreció un banquete en palacio. Y fue allí, entre columnas de mármol y músicos desafinados, donde la vio por primera vez. Mégara. Hija del rey, pero no altiva. Su risa no era como la de las cortesanas; era una chispa que rompía el protocolo. Tenía el porte de una reina, pero los ojos de alguien que ya había visto demasiado para su corta edad. Cuando sus miradas se cruzaron, Heracles no pensó en la guerra, ni en la gloria, ni en los dioses. Pensó en quedarse. Lo que comenzó como una cortesía se volvió un encuentro frecuente. Mégara no era una princesa cualquiera. No le impresionaban los cuentos de monstruos ni las demostraciones de fuerza. Ella le preguntaba sobre el miedo, sobre el peso de una espada, sobre si dormía bien después de una batalla. Heracles, por primera vez, sintió que no era solo músculos y hazañas; frente a ella, era humano. El rey Creonte, viendo la conexión, ofreció a Mégara en matrimonio como gesto de gratitud. Pero Heracles no la tomó como un premio. Le pidió su consentimiento. Quería que lo eligiera, no que lo aceptara. Y Mégara lo hizo, no por su fama, sino por su alma cansada y su voluntad de proteger. Su matrimonio fue breve, como muchas cosas hermosas condenadas por el destino. Pero durante ese tiempo, Heracles encontró paz. La risa de Mégara era su escudo; los abrazos de sus hijos, su hogar. Hasta que la tragedia lo reclamó. Pero esa es otra historia. Porque este relato no trata sobre el dolor que vendría, sino sobre ese instante suspendido en el tiempo, cuando un héroe encontró algo más fuerte que la guerra: el amor que creyó no merecer, pero que una mujer le ofreció sin condiciones.
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  • #desafiodivino #misiondiarialunes

    La tragedia no cayó como un trueno, cayó como un susurro.

    Fue rápido. Fue brutal. Y lo peor de todo, fue con sus propias manos.
    Cuando Heracles despertó de la niebla, con los ojos todavía húmedos de una locura que no recordaba invocar, lo único que encontró fue silencio. Un silencio antinatural, como si incluso los dioses contuvieran el aliento.

    El hogar que había construido con Megara, los muros que alguna vez estuvieron adornados con flores y risas infantiles, ahora estaban teñidos de rojo. Los cuerpos de sus hijos —sus pequeños, con quienes alguna vez había bailado bajo la lluvia y contado historias junto al fuego— yacían inmóviles. Megara, su compañera, la mujer que había visto más allá del guerrero, estaba fría, aún con expresión de desconcierto, como si no hubiera creído hasta el último segundo que él podría hacerle algo así.

    Heracles no gritó al verlos. No tenía voz. Era como si su alma hubiese abandonado su cuerpo antes de que pudiera comprender lo que había hecho.
    No fue ira lo que lo atravesó. Fue un vacío tan absoluto que dolía respirar. Dolía estar de pie. Dolía simplemente… ser.

    Durante días se arrastró por la casa sin sentido, sus ojos clavados en el suelo, sus manos temblorosas, incapaz de tocar nada por temor a romper aún más lo que quedaba. No comía. No dormía. Solo existía. A veces hablaba solo, en murmullos inconexos, preguntándose si era una pesadilla, si los dioses lo devolverían todo si sufría lo suficiente.

    Pero no lo hicieron.

    Y la ciudad —esa misma que lo había admirado como un semidiós, que había celebrado su matrimonio, que había aclamado su fuerza como la de un titán— ahora lo miraba con horror velado.
    Nadie se atrevía a condenarlo abiertamente. Era Heracles, el hijo de Zeus. Pero todos lo evitaban. Las madres apartaban a sus hijos. Los niños que antes jugaban imitando sus hazañas ahora huían al verlo. No hubo juicio, porque todos sabían que el castigo que él se imponía era más cruel que cualquier sentencia humana.

    Heracles dejó Tebas poco después. No se llevó nada, ni armas ni riquezas, ni siquiera los recuerdos. Caminó hasta que las piernas le sangraron, buscando no un destino, sino una distancia. Quería alejarse de sí mismo, aunque sabía que era imposible. Porque aunque los pasos lo llevaran a nuevas tierras, su mente seguía atrapada en esa casa, en esa noche, en el instante en que todo se quebró.

    Lo que más lo atormentaba no era el acto, sino que aún en medio del dolor… **seguía viviendo**. Cada amanecer era una bofetada. Cada vez que el sol acariciaba su piel, sentía que el mundo lo obligaba a seguir adelante cuando su alma pedía descanso. Los hombres lo llamaban héroe. Los dioses, instrumento. Él solo se veía como una ruina caminante, una sombra con la forma de un hombre.

    A veces encontraba un río y se quedaba mirando el reflejo. No el de su rostro, sino el de sus ojos. Ya no había luz en ellos. Solo cenizas.
    Se preguntaba si alguna vez volvería a sonreír, a amar, a tener un propósito que no naciera del dolor. No quería redención. No la creía posible. Solo deseaba, en lo más profundo, que algún día… su familia pudiera perdonarlo, desde donde estuviesen.

    **Heracles no le temía a la muerte. Le temía a olvidar sus nombres.**
    Porque si alguna vez dejaba de oírlos en su cabeza, si alguna vez sus rostros se desdibujaban entre sueños, entonces todo habría sido en vano.

    Y entonces sí, el verdadero Heracles, moriría para siempre.
    #desafiodivino #misiondiarialunes La tragedia no cayó como un trueno, cayó como un susurro. Fue rápido. Fue brutal. Y lo peor de todo, fue con sus propias manos. Cuando Heracles despertó de la niebla, con los ojos todavía húmedos de una locura que no recordaba invocar, lo único que encontró fue silencio. Un silencio antinatural, como si incluso los dioses contuvieran el aliento. El hogar que había construido con Megara, los muros que alguna vez estuvieron adornados con flores y risas infantiles, ahora estaban teñidos de rojo. Los cuerpos de sus hijos —sus pequeños, con quienes alguna vez había bailado bajo la lluvia y contado historias junto al fuego— yacían inmóviles. Megara, su compañera, la mujer que había visto más allá del guerrero, estaba fría, aún con expresión de desconcierto, como si no hubiera creído hasta el último segundo que él podría hacerle algo así. Heracles no gritó al verlos. No tenía voz. Era como si su alma hubiese abandonado su cuerpo antes de que pudiera comprender lo que había hecho. No fue ira lo que lo atravesó. Fue un vacío tan absoluto que dolía respirar. Dolía estar de pie. Dolía simplemente… ser. Durante días se arrastró por la casa sin sentido, sus ojos clavados en el suelo, sus manos temblorosas, incapaz de tocar nada por temor a romper aún más lo que quedaba. No comía. No dormía. Solo existía. A veces hablaba solo, en murmullos inconexos, preguntándose si era una pesadilla, si los dioses lo devolverían todo si sufría lo suficiente. Pero no lo hicieron. Y la ciudad —esa misma que lo había admirado como un semidiós, que había celebrado su matrimonio, que había aclamado su fuerza como la de un titán— ahora lo miraba con horror velado. Nadie se atrevía a condenarlo abiertamente. Era Heracles, el hijo de Zeus. Pero todos lo evitaban. Las madres apartaban a sus hijos. Los niños que antes jugaban imitando sus hazañas ahora huían al verlo. No hubo juicio, porque todos sabían que el castigo que él se imponía era más cruel que cualquier sentencia humana. Heracles dejó Tebas poco después. No se llevó nada, ni armas ni riquezas, ni siquiera los recuerdos. Caminó hasta que las piernas le sangraron, buscando no un destino, sino una distancia. Quería alejarse de sí mismo, aunque sabía que era imposible. Porque aunque los pasos lo llevaran a nuevas tierras, su mente seguía atrapada en esa casa, en esa noche, en el instante en que todo se quebró. Lo que más lo atormentaba no era el acto, sino que aún en medio del dolor… **seguía viviendo**. Cada amanecer era una bofetada. Cada vez que el sol acariciaba su piel, sentía que el mundo lo obligaba a seguir adelante cuando su alma pedía descanso. Los hombres lo llamaban héroe. Los dioses, instrumento. Él solo se veía como una ruina caminante, una sombra con la forma de un hombre. A veces encontraba un río y se quedaba mirando el reflejo. No el de su rostro, sino el de sus ojos. Ya no había luz en ellos. Solo cenizas. Se preguntaba si alguna vez volvería a sonreír, a amar, a tener un propósito que no naciera del dolor. No quería redención. No la creía posible. Solo deseaba, en lo más profundo, que algún día… su familia pudiera perdonarlo, desde donde estuviesen. **Heracles no le temía a la muerte. Le temía a olvidar sus nombres.** Porque si alguna vez dejaba de oírlos en su cabeza, si alguna vez sus rostros se desdibujaban entre sueños, entonces todo habría sido en vano. Y entonces sí, el verdadero Heracles, moriría para siempre.
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  • Atropos observaba desde lo alto, con esa quietud que sólo tienen los que ya no esperan nada.
    Debajo, el mundo vibraba con emociones fugaces: lágrimas que no llegaban al alma, risas que ocultaban el vacío, palabras que se desgastaban al ser dichas demasiadas veces… a demasiadas personas.

    Para ella, los sentimientos humanos eran una máscara más.
    Amaban con la facilidad de quien cambia de abrigo. Prometían para llenar el silencio, no porque entendieran el peso de lo eterno.
    Hoy decían “para siempre”, y mañana ya sus labios murmuraban otro nombre.
    El amor, el dolor, la lealtad… eran trajes desechables en un carnaval sin rostro.

    Había cortado miles de hilos, y aprendido en el proceso que muy pocos lloraban con verdad.
    Muchos olvidaban incluso antes de que el cuerpo se enfriara.
    ¿Y esa era su gran tragedia? ¿Ese era el valor de sus emociones?

    Atropos no odiaba a los humanos.
    Simplemente los conocía.
    Y en ese conocimiento, no había espacio para la ternura.
    Atropos observaba desde lo alto, con esa quietud que sólo tienen los que ya no esperan nada. Debajo, el mundo vibraba con emociones fugaces: lágrimas que no llegaban al alma, risas que ocultaban el vacío, palabras que se desgastaban al ser dichas demasiadas veces… a demasiadas personas. Para ella, los sentimientos humanos eran una máscara más. Amaban con la facilidad de quien cambia de abrigo. Prometían para llenar el silencio, no porque entendieran el peso de lo eterno. Hoy decían “para siempre”, y mañana ya sus labios murmuraban otro nombre. El amor, el dolor, la lealtad… eran trajes desechables en un carnaval sin rostro. Había cortado miles de hilos, y aprendido en el proceso que muy pocos lloraban con verdad. Muchos olvidaban incluso antes de que el cuerpo se enfriara. ¿Y esa era su gran tragedia? ¿Ese era el valor de sus emociones? Atropos no odiaba a los humanos. Simplemente los conocía. Y en ese conocimiento, no había espacio para la ternura.
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  • Ella no bajó.
    Nunca lo hace.
    Solo observa.
    Desde lo alto, donde los hilos tiemblan,
    donde los destinos se enredan antes de ser cortados.

    Y vio.

    A una chica.
    Luz pura, risa fácil,
    el tipo de alma que no conoce aún lo que el mundo exige a cambio de amar.

    Y a él.
    Roto.
    Oscuro por dentro,
    arrastrando cicatrices que no se ven pero pesan.

    Ella se acercó.
    No por deber.
    Por algo más humano, más trágico.
    Creyó —como otros antes—
    que el amor todo lo cura.

    Y dio.
    Día tras día.
    Sonrisa tras herida.
    Luz tras sombra.
    Hasta que él volvió a ser alguien.

    Y ella…
    se apagó.

    Atropos no parpadeó.
    Ya lo había visto antes.
    Lo ve siempre.

    Pero entonces,
    cuando el hilo parecía ya haber sido trenzado del todo,
    vio a otra.
    Nueva.
    Llena.
    Radiante.
    Mirándolo como si fuera su mundo.

    Y él, limpio ya de oscuridad,
    recibió esa nueva luz sin pensar.
    Como si no recordara la llama que lo sostuvo cuando era ceniza.

    La primera chica miró.
    Y en sus ojos,
    Atropos no vio rabia,
    ni celos,
    ni rencor.

    Solo entendimiento.
    Dolor calmo.
    Una rendición sin palabras.

    La humana comprendía lo que muchos aún no:
    a veces, salvar a alguien no significa quedarse.
    A veces, solo se es puente.
    Luz de paso.
    Fuego que otros usan para arder…
    y luego olvidar.

    Atropos no intervino.
    No era su lugar.
    Ella solo corta.
    Pero antes,
    siempre mira.

    Y en ese mirar eterno,
    reconoció la tragedia callada de dar sin ser recordada.
    La historia más antigua de los humanos.
    Ella no bajó. Nunca lo hace. Solo observa. Desde lo alto, donde los hilos tiemblan, donde los destinos se enredan antes de ser cortados. Y vio. A una chica. Luz pura, risa fácil, el tipo de alma que no conoce aún lo que el mundo exige a cambio de amar. Y a él. Roto. Oscuro por dentro, arrastrando cicatrices que no se ven pero pesan. Ella se acercó. No por deber. Por algo más humano, más trágico. Creyó —como otros antes— que el amor todo lo cura. Y dio. Día tras día. Sonrisa tras herida. Luz tras sombra. Hasta que él volvió a ser alguien. Y ella… se apagó. Atropos no parpadeó. Ya lo había visto antes. Lo ve siempre. Pero entonces, cuando el hilo parecía ya haber sido trenzado del todo, vio a otra. Nueva. Llena. Radiante. Mirándolo como si fuera su mundo. Y él, limpio ya de oscuridad, recibió esa nueva luz sin pensar. Como si no recordara la llama que lo sostuvo cuando era ceniza. La primera chica miró. Y en sus ojos, Atropos no vio rabia, ni celos, ni rencor. Solo entendimiento. Dolor calmo. Una rendición sin palabras. La humana comprendía lo que muchos aún no: a veces, salvar a alguien no significa quedarse. A veces, solo se es puente. Luz de paso. Fuego que otros usan para arder… y luego olvidar. Atropos no intervino. No era su lugar. Ella solo corta. Pero antes, siempre mira. Y en ese mirar eterno, reconoció la tragedia callada de dar sin ser recordada. La historia más antigua de los humanos.
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  • Recuerdo la primera vez que mis manos extinguieron una vida. Y como un tren de ideas, ese recuerdo siempre termina por llevarme a otro.

    "Los otros niños no me creen cuando les digo que somos de «esos» Colton", sollozaba yo. Tendría cinco o seis años. Abue Gaby curaba mis heridas, hacía lo que podía porque yo me resistía al ardor del antiséptico.

    "No importa lo que piensen ellos", dijo ella. "Mientras tú sepas quién eres".

    Volví a poner atención a la televisión. "Colton", un nombre que imponía respeto, que significaba poder. Era el nombre de la empresa en la pantalla, el de sus directivos, y según Abue, éramos parte de ellos.

    ¿Por qué vivía esa gente llena de lujos y opulencia, mientras que Abue y yo estábamos confinadas a una vida de carencia, miseria y tragedia? ¿Realmente éramos de los mismos Colton, o sólo lo decía cuando quería verme sonreír?

    "Soy una Colton", era mi manera favorita de lidiar con todo. Convencida de que era parte de algo más grande, de que un día llegaría una limosina a ese pueblucho y hombres con trajes elegantes me sacarían de ahí. "Esta no es mi verdadera vida".

    Ridículo, claro. Era mi vida y lo sigue siendo.

    Abue Gaby terminaría explicándome todo. El cómo le arrebataron a su hija. El cómo ella amenazó con hacer públicas las aberrantes cosas que los Colton habían hecho. El cómo fue enviada a un asilo mental, y después, confinada al otro lado del mundo. Perdió todo lo que amaba a manos de quienes se hacían llamar su carne y sangre.

    Como un bucle, un recuerdo me lleva a otro. Las risas de los niños, mis rodillas ensangrentadas, los hombres de traje en la tele, la historia de Abue... y el día en que la limosina por fin llegó a nuestra puerta.

    El día en el que extinguí la flama de una vida por primera vez.

    Así que sí, soy una Colton. La única que queda.
    Recuerdo la primera vez que mis manos extinguieron una vida. Y como un tren de ideas, ese recuerdo siempre termina por llevarme a otro. "Los otros niños no me creen cuando les digo que somos de «esos» Colton", sollozaba yo. Tendría cinco o seis años. Abue Gaby curaba mis heridas, hacía lo que podía porque yo me resistía al ardor del antiséptico. "No importa lo que piensen ellos", dijo ella. "Mientras tú sepas quién eres". Volví a poner atención a la televisión. "Colton", un nombre que imponía respeto, que significaba poder. Era el nombre de la empresa en la pantalla, el de sus directivos, y según Abue, éramos parte de ellos. ¿Por qué vivía esa gente llena de lujos y opulencia, mientras que Abue y yo estábamos confinadas a una vida de carencia, miseria y tragedia? ¿Realmente éramos de los mismos Colton, o sólo lo decía cuando quería verme sonreír? "Soy una Colton", era mi manera favorita de lidiar con todo. Convencida de que era parte de algo más grande, de que un día llegaría una limosina a ese pueblucho y hombres con trajes elegantes me sacarían de ahí. "Esta no es mi verdadera vida". Ridículo, claro. Era mi vida y lo sigue siendo. Abue Gaby terminaría explicándome todo. El cómo le arrebataron a su hija. El cómo ella amenazó con hacer públicas las aberrantes cosas que los Colton habían hecho. El cómo fue enviada a un asilo mental, y después, confinada al otro lado del mundo. Perdió todo lo que amaba a manos de quienes se hacían llamar su carne y sangre. Como un bucle, un recuerdo me lleva a otro. Las risas de los niños, mis rodillas ensangrentadas, los hombres de traje en la tele, la historia de Abue... y el día en que la limosina por fin llegó a nuestra puerta. El día en el que extinguí la flama de una vida por primera vez. Así que sí, soy una Colton. La única que queda.
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  • Track 02: Promesa del Olvido

    El viento cargaba una melodía que parecía llorar. No era una canción que se cantara con voz, sino con el eco del alma. Rae la escuchó entre ruinas antiguas, donde la piedra aún recordaba la historia de la mujer que amó más allá del deber.

    Era una Niphilim, nacida entre cielos y tierra, juramentada a guardar el equilibrio entre ambos mundos. Su nombre ya se había perdido, pero su historia vivía aún en las notas suspendidas en el aire.

    La melodía hablaba de su caída, no por castigo, sino por amor. Dejó las alas, dejó la eternidad. Todo lo abandonó por un solo ser un hombre cuyo corazón hablaba el idioma de la justicia y de la verdad. Lo amó con todo, sin reservas. Pero el mundo no perdona aquello que desconoce.

    La tragedia no fue la pérdida de sus poderes o el alejamiento de sus hermanas. Fue que el amor, por más puro que fuera, se vio manchado por el tiempo, por errores, por decisiones impulsivas.

    Ella vivió con el peso de no haber hecho las cosas bien, de haberlo arrastrado a un destino que él no merecía.Y sin embargo, en medio de esa oscuridad, quedó un vestigio. Nunca lo conoció. No lo pudo sostener ni nombrar. Pero lo amaba desde antes de que existiera. Lo sentía en sus sueños. Sabía que algún día, él caminaría por el mundo con la fuerza de ambos mundos corriendo por sus venas.

    “Él vivirá para siempre”, susurraba la melodía al oído de Rae.“Y aunque jamás me vio, sabrá que lo amé antes de que su primer latido naciera.” Rae se quedó en silencio, sintiendo que esa canción no era solo de la Niphilim. Era de todas las madres invisibles que ya no estaban ahí pero que amaban a través del tiempo, de todos los amores imposibles, de todas las culpas que se transforman en promesas.
    Track 02: Promesa del Olvido El viento cargaba una melodía que parecía llorar. No era una canción que se cantara con voz, sino con el eco del alma. Rae la escuchó entre ruinas antiguas, donde la piedra aún recordaba la historia de la mujer que amó más allá del deber. Era una Niphilim, nacida entre cielos y tierra, juramentada a guardar el equilibrio entre ambos mundos. Su nombre ya se había perdido, pero su historia vivía aún en las notas suspendidas en el aire. La melodía hablaba de su caída, no por castigo, sino por amor. Dejó las alas, dejó la eternidad. Todo lo abandonó por un solo ser un hombre cuyo corazón hablaba el idioma de la justicia y de la verdad. Lo amó con todo, sin reservas. Pero el mundo no perdona aquello que desconoce. La tragedia no fue la pérdida de sus poderes o el alejamiento de sus hermanas. Fue que el amor, por más puro que fuera, se vio manchado por el tiempo, por errores, por decisiones impulsivas. Ella vivió con el peso de no haber hecho las cosas bien, de haberlo arrastrado a un destino que él no merecía.Y sin embargo, en medio de esa oscuridad, quedó un vestigio. Nunca lo conoció. No lo pudo sostener ni nombrar. Pero lo amaba desde antes de que existiera. Lo sentía en sus sueños. Sabía que algún día, él caminaría por el mundo con la fuerza de ambos mundos corriendo por sus venas. “Él vivirá para siempre”, susurraba la melodía al oído de Rae.“Y aunque jamás me vio, sabrá que lo amé antes de que su primer latido naciera.” Rae se quedó en silencio, sintiendo que esa canción no era solo de la Niphilim. Era de todas las madres invisibles que ya no estaban ahí pero que amaban a través del tiempo, de todos los amores imposibles, de todas las culpas que se transforman en promesas.
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  • "I need my best friend"
    Fandom Legacies
    Categoría Slice of Life
    ㅤㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤ "knock knock"
    ㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑
    ㅤㅤㅤㅤ˹ [frost_purple_giraffe_621]

    ㅤ𝙁𝙡𝙖𝙨𝙝𝙗𝙖𝙘𝙠
    ㅤ𝘐𝘯𝘵𝘦𝘳𝘯𝘢𝘥𝘰 𝘚𝘢𝘭𝘷𝘢𝘵𝘰𝘳𝘦


    ㅤㅤㅤㅤHabían pasado apenas un par de meses desde que la Escuela Salvatore, bajo el mando de Caroline Forbes, reabriera sus puertas. Un nuevo curso escolar había comenzado y aunque habían conseguido dar la bienvenida a bastantes alumnos, lo cierto era que los alumnos que habían convivido en aquella escuela desde hacia años eran incapaces de olvidar los últimos años: Malivore, Triada, los dioses, Aurora… Y las muertes de Landon e Ethan… Todas aquellas tragedias habían hecho mella y habían tocado a todas las personas de aquel colegio.

    Y, por supuesto, Hope Mikaelson no era diferente. Puede que fuera quien más había perdido en todo aquello… Y, aunque estaba decidida a seguir adelante, había mucho que necesitaba perdonarse. Puede que sus compañeros de clase o el “super-equipo” hubieran decidido hacer borrón y cuenta nueva con las maldades que Hope había llevado a cabo cuando apagó su humanidad… Puede… Pero la tríbrida aun se descubría a si misma recordando los errores de su pasado…

    Y es que había… demasiados errores… Y otros…. Que no era capaz de clasificar.

    Aquella noche, la tríbrida era incapaz de conciliar el dichoso sueño. Ni siquiera le interesaba el examen sobre magia wiccana que tenían a la mañana siguiente. No podía sacarse algo de la cabeza… A aquel cazador… Ese al que había conocido mientras sus sentimientos estaban anulados.

    Resopló.

    Estaba claro que no podría quitárselo de la cabeza hasta que no hablase de ello con… alguien. Y sabia perfectamente quien debía ser ese “alguien”. Solo le quedaba una mejor amiga en esa escuela, alguien a quien a día de hoy consideraba una hermana y que estaba unidas por algo más que una “panda promesa”.

    Salió de la cama y, todavía en bata y zapatillas, caminó hasta el dormitorio de Lizzie, agradeciendo que durmieran tan cerca la una de la otra. Sabía que Josie seguía en Bélgica, asi que por suerte, no molestaría a nadie más. No desde que Lizzie había decidido no compartir habitación. Ventajas de ser la hija de la directora, supuso Hope.

    Llegó hasta la puerta de la rubia y llamó suavemente con los nudillos.

    -¿Lizzie? -la llamó- ¿Estás despierta…? Necesito hablar… de algo…


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #Legacies
    ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤ "knock knock" ㅤㅤㅤㅤ⧽ 𝐒𝐓𝐀𝐑𝐓𝐄𝐑 ㅤㅤㅤㅤ˹ [frost_purple_giraffe_621] ㅤ𝙁𝙡𝙖𝙨𝙝𝙗𝙖𝙘𝙠 ㅤ𝘐𝘯𝘵𝘦𝘳𝘯𝘢𝘥𝘰 𝘚𝘢𝘭𝘷𝘢𝘵𝘰𝘳𝘦 ㅤ ㅤㅤㅤㅤHabían pasado apenas un par de meses desde que la Escuela Salvatore, bajo el mando de Caroline Forbes, reabriera sus puertas. Un nuevo curso escolar había comenzado y aunque habían conseguido dar la bienvenida a bastantes alumnos, lo cierto era que los alumnos que habían convivido en aquella escuela desde hacia años eran incapaces de olvidar los últimos años: Malivore, Triada, los dioses, Aurora… Y las muertes de Landon e Ethan… Todas aquellas tragedias habían hecho mella y habían tocado a todas las personas de aquel colegio. Y, por supuesto, Hope Mikaelson no era diferente. Puede que fuera quien más había perdido en todo aquello… Y, aunque estaba decidida a seguir adelante, había mucho que necesitaba perdonarse. Puede que sus compañeros de clase o el “super-equipo” hubieran decidido hacer borrón y cuenta nueva con las maldades que Hope había llevado a cabo cuando apagó su humanidad… Puede… Pero la tríbrida aun se descubría a si misma recordando los errores de su pasado… Y es que había… demasiados errores… Y otros…. Que no era capaz de clasificar. Aquella noche, la tríbrida era incapaz de conciliar el dichoso sueño. Ni siquiera le interesaba el examen sobre magia wiccana que tenían a la mañana siguiente. No podía sacarse algo de la cabeza… A aquel cazador… Ese al que había conocido mientras sus sentimientos estaban anulados. Resopló. Estaba claro que no podría quitárselo de la cabeza hasta que no hablase de ello con… alguien. Y sabia perfectamente quien debía ser ese “alguien”. Solo le quedaba una mejor amiga en esa escuela, alguien a quien a día de hoy consideraba una hermana y que estaba unidas por algo más que una “panda promesa”. Salió de la cama y, todavía en bata y zapatillas, caminó hasta el dormitorio de Lizzie, agradeciendo que durmieran tan cerca la una de la otra. Sabía que Josie seguía en Bélgica, asi que por suerte, no molestaría a nadie más. No desde que Lizzie había decidido no compartir habitación. Ventajas de ser la hija de la directora, supuso Hope. Llegó hasta la puerta de la rubia y llamó suavemente con los nudillos. -¿Lizzie? -la llamó- ¿Estás despierta…? Necesito hablar… de algo… #Personajes3D #3D #Comunidad3D #Legacies ㅤ
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  • Atropos observa, inmóvil, los hilos que se retuercen con desesperación en sus dedos huesudos. Uno de ellos —fino, tembloroso, terco— brilla con una luz tenue y terca.

    Ella, la muchacha, se aferra como hiedra a un muro que no le da sombra ni abrigo. Ruega a un eco, canta para una estatua. Se disfraza de risas ajenas, talla gestos que no son suyos en su rostro solo para arrancarle una mueca, una mirada, una señal. Él… indiferente. Su hilo es recto, terso, sin nudos. No tiembla cuando ella llora. No vibra con su entrega.

    Atropos suspira, con fastidio contenido. Hay tragedias pequeñas que no merecen la tinta del destino, y sin embargo se escriben solas una y otra vez. La llama no arde, pero consume.

    Ella cambia, se desdibuja, borra partes de sí misma como si eso fuera a volverla visible para alguien que ha decidido no mirar. Qué necia es la esperanza cuando se vuelve obsesión. Qué cruel es el amor no correspondido cuando se viste de promesas que nadie hizo.

    Y Atropos observa, con las tijeras todavía cerradas. Porque algunos hilos, aunque estén podridos, se niegan a romperse.
    Atropos observa, inmóvil, los hilos que se retuercen con desesperación en sus dedos huesudos. Uno de ellos —fino, tembloroso, terco— brilla con una luz tenue y terca. Ella, la muchacha, se aferra como hiedra a un muro que no le da sombra ni abrigo. Ruega a un eco, canta para una estatua. Se disfraza de risas ajenas, talla gestos que no son suyos en su rostro solo para arrancarle una mueca, una mirada, una señal. Él… indiferente. Su hilo es recto, terso, sin nudos. No tiembla cuando ella llora. No vibra con su entrega. Atropos suspira, con fastidio contenido. Hay tragedias pequeñas que no merecen la tinta del destino, y sin embargo se escriben solas una y otra vez. La llama no arde, pero consume. Ella cambia, se desdibuja, borra partes de sí misma como si eso fuera a volverla visible para alguien que ha decidido no mirar. Qué necia es la esperanza cuando se vuelve obsesión. Qué cruel es el amor no correspondido cuando se viste de promesas que nadie hizo. Y Atropos observa, con las tijeras todavía cerradas. Porque algunos hilos, aunque estén podridos, se niegan a romperse.
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