• Ave Basilia
    Vestigia
    Renacido entregado

    Dime tú, que vez en mi que yo no veo aún, renacido soy en tu sonrisa, inspirado en tus latidos, soñador del único deseo verdadero ser tuyo y amarte hasta los huesos, te diré no tengo un pasado que ofrecer, me olvidé de el, me pinche con una rosa azul y me olvidé de lo que hice y lo que fuí antes de ti, yo soy testigo de tesoros, pero de prodigios pocos, de amores muchos, pero a la verdad, a la legítima verdad, nunca lo he dado todo, porque siempre tengo mi ojo en la espalda y mi mano en la espada esperando la apuñalada, así soy, así fuí, porque me entrego renacido, renovado, envenenado del olvido, con ilusiones que tienen de esperanza no convertirse en desilusiones, es del alma mía lo que siento, es de mi propio yo la pasión que te ofrezco, va más lejos de ser un simple jugador, va más lejos que todo y distante de todo, pero perpetuo, ha locuras me provocas, yo el que sueña siempre con la silueta de tu boca, esa imagen que me despierta, esa imagen que me hace dormir, si es por mi haré cenizas el mundo y crearé uno nuevo, si es por ti yo perdonaré el mundo y me iré a un lugar en paz donde su perversión no nos alcance, eso quisiera, aveces creo que no es posible pero si tú lo creés yo entonces te seguiré y aprenderé de ti lo bueno, y también lo malo, porque sé nada es perfecto y nada como deseas pero siempre te sorprende y esa la llevo como bandera, te amare tormenta, te amare desierto, te amare mi primavera, eres semejante a la luna, reflejas un brillo de mi y ocultas una cara que creés que me puede herir, pero ya que, si todo lo que he pasado no me ha matado ya nada me matará, viviré el tiempo que deba y después abrazaré mi eternidad, espero verte del otro lado, conociendo mundos, aprendiendo Miles de cosas, sin morir, sin extrañar las noches que desperdiciamos sin estar abrazados, mujer mía renace con migo todos los días, perdona mis faltas y los días en los cuales mis acciones te ofendieron, soy una bestia así me conociste, y si te pido disculpas es porque ya no soy el mismo, claro he cambiado y lo que soy aún no lo conoces, y lo que seré mañana será una sorpresa, y así será hasta que me alcance la existencia .
    Ave Basilia Vestigia Renacido entregado Dime tú, que vez en mi que yo no veo aún, renacido soy en tu sonrisa, inspirado en tus latidos, soñador del único deseo verdadero ser tuyo y amarte hasta los huesos, te diré no tengo un pasado que ofrecer, me olvidé de el, me pinche con una rosa azul y me olvidé de lo que hice y lo que fuí antes de ti, yo soy testigo de tesoros, pero de prodigios pocos, de amores muchos, pero a la verdad, a la legítima verdad, nunca lo he dado todo, porque siempre tengo mi ojo en la espalda y mi mano en la espada esperando la apuñalada, así soy, así fuí, porque me entrego renacido, renovado, envenenado del olvido, con ilusiones que tienen de esperanza no convertirse en desilusiones, es del alma mía lo que siento, es de mi propio yo la pasión que te ofrezco, va más lejos de ser un simple jugador, va más lejos que todo y distante de todo, pero perpetuo, ha locuras me provocas, yo el que sueña siempre con la silueta de tu boca, esa imagen que me despierta, esa imagen que me hace dormir, si es por mi haré cenizas el mundo y crearé uno nuevo, si es por ti yo perdonaré el mundo y me iré a un lugar en paz donde su perversión no nos alcance, eso quisiera, aveces creo que no es posible pero si tú lo creés yo entonces te seguiré y aprenderé de ti lo bueno, y también lo malo, porque sé nada es perfecto y nada como deseas pero siempre te sorprende y esa la llevo como bandera, te amare tormenta, te amare desierto, te amare mi primavera, eres semejante a la luna, reflejas un brillo de mi y ocultas una cara que creés que me puede herir, pero ya que, si todo lo que he pasado no me ha matado ya nada me matará, viviré el tiempo que deba y después abrazaré mi eternidad, espero verte del otro lado, conociendo mundos, aprendiendo Miles de cosas, sin morir, sin extrañar las noches que desperdiciamos sin estar abrazados, mujer mía renace con migo todos los días, perdona mis faltas y los días en los cuales mis acciones te ofendieron, soy una bestia así me conociste, y si te pido disculpas es porque ya no soy el mismo, claro he cambiado y lo que soy aún no lo conoces, y lo que seré mañana será una sorpresa, y así será hasta que me alcance la existencia .
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  • El aire en la habitación era espeso, saturado de un calor sofocante que se mezclaba con el aroma a madera quemada. La única luz provenía del resplandor rojizo que emanaba de las antorchas y una lámpara de aceite en la esquina, llenando el espacio con un tenue brillo carmesí. Lyra estaba sentada en un rincón oscuro, sus piernas cruzadas y su capa negra cubriéndola casi por completo. Sus ojos rojos brillaban como carbones encendidos, perforando la penumbra, mientras su mente vagaba en una tormenta de pensamientos.

    El silencio en el ambiente no era completo; había un leve crujido de las paredes de madera y un susurro en el viento que se filtraba por las grietas, como si el mundo exterior intentara infiltrarse en su refugio. La elfa mantuvo una postura cerrada, con los brazos descansando sobre sus rodillas, sus dedos jugando distraídamente con los bordes de la capa. El rojo de sus ojos capturaba la luz de las llamas, otorgándoles una intensidad casi sobrenatural.

    Había algo profundamente inquietante en su quietud, como un depredador esperando en las sombras. Pero dentro de ella, la calma era una mentira; su mente era un torbellino, atrapada en recuerdos que no quería revivir por el momento. Pensaba en las cadenas que había roto, en los susurros de su conciencia, y en los rostros que habían desaparecido para siempre. Cada pensamiento la atormentaba como un aguijón punzante, pero su rostro no mostraba más que una expresión fría, una máscara bien ensayada que nadie, salvo quizá ella misma, podría desentrañar.

    La habitación era un lugar de refugio y aislamiento, un santuario que había elegido para huir de los gritos de un mundo que siempre exigía más de lo que estaba dispuesta a dar. Sus labios se curvaron en una mueca fugaz, un destello de desdén por la humanidad que parecía no dejarla en paz, incluso cuando la buscaba. Pero… ¿Era realmente el mundo el que la acosaba? ¿O era ella misma quien se condenaba a escuchar los ecos de sus propias decisiones?
    Se permitió un susurro apenas audible, un pensamiento que escapó de sus labios antes de que pudiera detenerlo.

    — Paz... —La palabra murió en el aire como una burla, un ideal que nunca había alcanzado y que quizás nunca lo haría.

    El peso de la noche recaía sobre sus hombros como una losa, y aunque la tormenta en su interior parecía crecer, no movió un solo músculo. Sus ojos continuaban ardiendo, observando el vacío, esperando... Algo. Un intruso que rompiera el silencio, una señal de que no estaba completamente sola en esa condena en la que ella misma había caído.

    El ambiente quedó suspendido, un momento que podía ser interrumpido en cualquier instante.
    El aire en la habitación era espeso, saturado de un calor sofocante que se mezclaba con el aroma a madera quemada. La única luz provenía del resplandor rojizo que emanaba de las antorchas y una lámpara de aceite en la esquina, llenando el espacio con un tenue brillo carmesí. Lyra estaba sentada en un rincón oscuro, sus piernas cruzadas y su capa negra cubriéndola casi por completo. Sus ojos rojos brillaban como carbones encendidos, perforando la penumbra, mientras su mente vagaba en una tormenta de pensamientos. El silencio en el ambiente no era completo; había un leve crujido de las paredes de madera y un susurro en el viento que se filtraba por las grietas, como si el mundo exterior intentara infiltrarse en su refugio. La elfa mantuvo una postura cerrada, con los brazos descansando sobre sus rodillas, sus dedos jugando distraídamente con los bordes de la capa. El rojo de sus ojos capturaba la luz de las llamas, otorgándoles una intensidad casi sobrenatural. Había algo profundamente inquietante en su quietud, como un depredador esperando en las sombras. Pero dentro de ella, la calma era una mentira; su mente era un torbellino, atrapada en recuerdos que no quería revivir por el momento. Pensaba en las cadenas que había roto, en los susurros de su conciencia, y en los rostros que habían desaparecido para siempre. Cada pensamiento la atormentaba como un aguijón punzante, pero su rostro no mostraba más que una expresión fría, una máscara bien ensayada que nadie, salvo quizá ella misma, podría desentrañar. La habitación era un lugar de refugio y aislamiento, un santuario que había elegido para huir de los gritos de un mundo que siempre exigía más de lo que estaba dispuesta a dar. Sus labios se curvaron en una mueca fugaz, un destello de desdén por la humanidad que parecía no dejarla en paz, incluso cuando la buscaba. Pero… ¿Era realmente el mundo el que la acosaba? ¿O era ella misma quien se condenaba a escuchar los ecos de sus propias decisiones? Se permitió un susurro apenas audible, un pensamiento que escapó de sus labios antes de que pudiera detenerlo. — Paz... —La palabra murió en el aire como una burla, un ideal que nunca había alcanzado y que quizás nunca lo haría. El peso de la noche recaía sobre sus hombros como una losa, y aunque la tormenta en su interior parecía crecer, no movió un solo músculo. Sus ojos continuaban ardiendo, observando el vacío, esperando... Algo. Un intruso que rompiera el silencio, una señal de que no estaba completamente sola en esa condena en la que ella misma había caído. El ambiente quedó suspendido, un momento que podía ser interrumpido en cualquier instante.
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  • Dean Winchester se encontraba en uno de sus peores momentos. Estaba en el sofá de la sala, con la cabeza entre las manos, el peso de la angustia aplastándolo con cada respiración. El rostro de Hope Mikaelson seguía apareciendo en su mente, aquella mirada picara que le había dedicado momentos antes de desvanecerse.
    Ahora, solo quedaba el vacío. Hope estaba allí, pero no estaba. Estaba inconsciente, atrapada en una oscuridad eterna porque había perdido su alma. Y no había nada que pudiera hacer.

    — ¿Dónde está, maldita sea? —murmuró, apretando los dientes y apretando con fuerza el móvil entre sus manos. El texto escrito en la pantalla, aún esperaba su orden de enviar, como si la tormenta de emociones dentro de él necesitara manifestarse. Esa ira contenida que no sabía cómo liberar, ese dolor que se convertía en rabia. ¿Cómo había llegado a esto?
    "Se que no vas a leer esto. Llevo tu teléfono en mi puñetero bolsillo... pero me siento menos estúpido escribiéndolo que hablándote cuando se que tampoco eres capaz de escucharme"

    "Voy a encontrarte ¿lo sabes, verdad? estés donde estés, niña. Tu solo aguanta, yo prometo que te voy a encontrar, que te voy a traer a casa."

    "Tu prométeme que vas a aguantar."


    Conforme envía los mensajes, siente como su bolsillo derecho del pantalón vaquero vibra conforme los va recibiendo el móvil de Hope.
    No aguantaba mas aquello, tenia que salir, entrar en acción o se iba a volver loco.

    Dean Winchester se encontraba en uno de sus peores momentos. Estaba en el sofá de la sala, con la cabeza entre las manos, el peso de la angustia aplastándolo con cada respiración. El rostro de [thetribrid] seguía apareciendo en su mente, aquella mirada picara que le había dedicado momentos antes de desvanecerse. Ahora, solo quedaba el vacío. Hope estaba allí, pero no estaba. Estaba inconsciente, atrapada en una oscuridad eterna porque había perdido su alma. Y no había nada que pudiera hacer. — ¿Dónde está, maldita sea? —murmuró, apretando los dientes y apretando con fuerza el móvil entre sus manos. El texto escrito en la pantalla, aún esperaba su orden de enviar, como si la tormenta de emociones dentro de él necesitara manifestarse. Esa ira contenida que no sabía cómo liberar, ese dolor que se convertía en rabia. ¿Cómo había llegado a esto? 📱 💬 "Se que no vas a leer esto. Llevo tu teléfono en mi puñetero bolsillo... pero me siento menos estúpido escribiéndolo que hablándote cuando se que tampoco eres capaz de escucharme" 📱 💬 "Voy a encontrarte ¿lo sabes, verdad? estés donde estés, niña. Tu solo aguanta, yo prometo que te voy a encontrar, que te voy a traer a casa." 📱💬 "Tu prométeme que vas a aguantar." Conforme envía los mensajes, siente como su bolsillo derecho del pantalón vaquero vibra conforme los va recibiendo el móvil de Hope. No aguantaba mas aquello, tenia que salir, entrar en acción o se iba a volver loco.
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  • En medio de la noche le canto a la bohemia . Ahogo la hiel se mis labios con licor.
    Bailo en la bohemia de mi corazón ....
    Mis pies van por un campo minado , llegando a la muerte la ausencia .. que me atormenta al amanecer
    En medio de la noche le canto a la bohemia . Ahogo la hiel se mis labios con licor. Bailo en la bohemia de mi corazón .... Mis pies van por un campo minado , llegando a la muerte la ausencia .. que me atormenta al amanecer
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    Cuando la ausencia duele, cuando el silencio quema, cuando la diferencia te atormenta, es cuando notas que jamás te amaron
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  • La calle estaba vacía, desierta, más allá de la oscuridad. El único sonido que rompía el silencio era el crujir de las piedras bajo sus botas, ahogadas por el eco distante de una tormenta que había comenzado hacía horas. Scraps no estaba seguro de cuánto tiempo llevaba deambulando por allí. La niebla espesa, un velo grisáceo que parecía tragarse cada rincón, se arrastraba por las calles como una serpiente que se deslizaba entre las sombras. Aquella zona estaba muerta, tanto en su gente como en su vida, una extensión perfecta de su propio vacío.

    La solitaria farola frente a él parpadeaba intermitentemente, proyectando una luz débil y vacilante que apenas iluminaba el paso tortuoso. Las paredes de los edificios, cubiertas de moho y marcas de vandalismo, respiraban humedad, emanando un aire denso y pegajoso. En la esquina más alejada, la entrada a un callejón olvidado le ofrecía un paso más hacia la penumbra. Sin embargo, algo lo mantenía allí, frente a la pared, con los ojos cerrados, mientras el aire nocturno le helaba la piel. Algo lo retenía dentro de su mente, como un peso invisible que, de alguna manera, era más pesado que cualquier otra carga.

    Las voces comenzaron entonces. Al principio fueron solo susurros, una leve sensación como si alguien hablara en su oído sin querer que se diera cuenta.

    «Lo sabes, ¿verdad?»

    Una voz suave, casi un murmullo, que parecía surgir de lo más profundo de su ser. Apretó los dientes, su mandíbula tensándose, el dolor familiar de ese combate interno invadiéndolo. No era la primera vez que las voces intentaban arrastrarlo hacia el abismo, pero siempre había logrado mantenerse alejado. Al menos, eso pensaba.

    «No tienes a nadie. ¿Recuerdas?»

    Otra voz, más áspera, menos preocupada por el susurro. Esta vez, más fuerte, más incisiva. Scraps apretó los puños. Lo que antes había sido un roce contra su conciencia, ahora era un clamor constante. Como si estuviera siendo desgarrado desde dentro.

    «Ellos te abandonaron.»

    Esas palabras, esa frase, se coló entre las voces, desatando un torrente de pensamientos. La siempre cruda realidad lo golpeó como una cuchillada, los rostros surgiendo ahora en su mente como una imagen congelada.

    «Es irónico. ¿No es así? Aquellos que te ofrecen una salida, siempre se marchan, y ahora ni siquiera puedes enfrentarte a la verdad.»

    Las palabras fueron más rápidas, más hirientes. Como un veneno que se filtraba por sus venas. Un escalofrío recorrió su espalda. Pensar en aquellos pocos que podía haber ayudado, en medio de ese caos mental, parecía absurdo, casi cómico: como alguien como él podía salvar, si ni él mismo tenía salvación. Había tenido el coraje de intentar acercarse, abrirse, sin temor a lo que él mismo podría representar. Un gesto de liberación que ahora, con el peso de las voces, parecía una broma cruel.
    «Mira lo que has hecho…»

    Otra voz. Un rugido bajo, gutural, con un toque de pena y rabia. Dejó escapar un suspiro entrecortado. Estaba cansado, pero el dolor que lo acompañaba, ese desgaste constante que desgarraba cada rincón de su alma, no podía ganar. No debía dejarse arrastrar por esas voces.

    «Todo lo que tocas se destruye, Keenan. Siempre fue así.»
    La última voz parecía ser la que definía su destino. La más oscura. La que, al escucharse, convencía a su ser de que no había más salida que sucumbir. Apretó los ojos con fuerza, como si intentara bloquear el flujo de pensamientos que inundaban su mente. De repente, la niebla pareció moverse, como si las sombras fueran ahora más espesas, más densas… Seguida de una nueva voz que ahora acechaba en su mente.

    «Libérate de tu miseria. Encierralas donde no puedas escucharlas.»

    Un destello de ironía recorrió su mente. ¿Liberarse? ¿De qué? ¿De la oscuridad en la que vivía, o de la mentira que se había convertido en su única realidad?

    Se enderezó, su figura delineada contra la penumbra, y con los ojos aún cerrados, un leve suspiro escapó de sus labios. Las voces seguían allí, queriendo devorarlo, provocando pequeñas reacciones en él: sus manos temblorosas, sus dedos que se abrían y cerraban en un tic nervioso, su cuerpo balanceándose ligeramente de un lado a otro. Todo denotaba que, aquella noche, estaba al límite.
    La calle estaba vacía, desierta, más allá de la oscuridad. El único sonido que rompía el silencio era el crujir de las piedras bajo sus botas, ahogadas por el eco distante de una tormenta que había comenzado hacía horas. Scraps no estaba seguro de cuánto tiempo llevaba deambulando por allí. La niebla espesa, un velo grisáceo que parecía tragarse cada rincón, se arrastraba por las calles como una serpiente que se deslizaba entre las sombras. Aquella zona estaba muerta, tanto en su gente como en su vida, una extensión perfecta de su propio vacío. La solitaria farola frente a él parpadeaba intermitentemente, proyectando una luz débil y vacilante que apenas iluminaba el paso tortuoso. Las paredes de los edificios, cubiertas de moho y marcas de vandalismo, respiraban humedad, emanando un aire denso y pegajoso. En la esquina más alejada, la entrada a un callejón olvidado le ofrecía un paso más hacia la penumbra. Sin embargo, algo lo mantenía allí, frente a la pared, con los ojos cerrados, mientras el aire nocturno le helaba la piel. Algo lo retenía dentro de su mente, como un peso invisible que, de alguna manera, era más pesado que cualquier otra carga. Las voces comenzaron entonces. Al principio fueron solo susurros, una leve sensación como si alguien hablara en su oído sin querer que se diera cuenta. «Lo sabes, ¿verdad?» Una voz suave, casi un murmullo, que parecía surgir de lo más profundo de su ser. Apretó los dientes, su mandíbula tensándose, el dolor familiar de ese combate interno invadiéndolo. No era la primera vez que las voces intentaban arrastrarlo hacia el abismo, pero siempre había logrado mantenerse alejado. Al menos, eso pensaba. «No tienes a nadie. ¿Recuerdas?» Otra voz, más áspera, menos preocupada por el susurro. Esta vez, más fuerte, más incisiva. Scraps apretó los puños. Lo que antes había sido un roce contra su conciencia, ahora era un clamor constante. Como si estuviera siendo desgarrado desde dentro. «Ellos te abandonaron.» Esas palabras, esa frase, se coló entre las voces, desatando un torrente de pensamientos. La siempre cruda realidad lo golpeó como una cuchillada, los rostros surgiendo ahora en su mente como una imagen congelada. «Es irónico. ¿No es así? Aquellos que te ofrecen una salida, siempre se marchan, y ahora ni siquiera puedes enfrentarte a la verdad.» Las palabras fueron más rápidas, más hirientes. Como un veneno que se filtraba por sus venas. Un escalofrío recorrió su espalda. Pensar en aquellos pocos que podía haber ayudado, en medio de ese caos mental, parecía absurdo, casi cómico: como alguien como él podía salvar, si ni él mismo tenía salvación. Había tenido el coraje de intentar acercarse, abrirse, sin temor a lo que él mismo podría representar. Un gesto de liberación que ahora, con el peso de las voces, parecía una broma cruel. «Mira lo que has hecho…» Otra voz. Un rugido bajo, gutural, con un toque de pena y rabia. Dejó escapar un suspiro entrecortado. Estaba cansado, pero el dolor que lo acompañaba, ese desgaste constante que desgarraba cada rincón de su alma, no podía ganar. No debía dejarse arrastrar por esas voces. «Todo lo que tocas se destruye, Keenan. Siempre fue así.» La última voz parecía ser la que definía su destino. La más oscura. La que, al escucharse, convencía a su ser de que no había más salida que sucumbir. Apretó los ojos con fuerza, como si intentara bloquear el flujo de pensamientos que inundaban su mente. De repente, la niebla pareció moverse, como si las sombras fueran ahora más espesas, más densas… Seguida de una nueva voz que ahora acechaba en su mente. «Libérate de tu miseria. Encierralas donde no puedas escucharlas.» Un destello de ironía recorrió su mente. ¿Liberarse? ¿De qué? ¿De la oscuridad en la que vivía, o de la mentira que se había convertido en su única realidad? Se enderezó, su figura delineada contra la penumbra, y con los ojos aún cerrados, un leve suspiro escapó de sus labios. Las voces seguían allí, queriendo devorarlo, provocando pequeñas reacciones en él: sus manos temblorosas, sus dedos que se abrían y cerraban en un tic nervioso, su cuerpo balanceándose ligeramente de un lado a otro. Todo denotaba que, aquella noche, estaba al límite.
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  • 𝔽𝕝𝕠𝕣𝕖𝕤 𝕖𝕟 𝕖𝕝 𝔸𝕓𝕚𝕤𝕞𝕠

    Había aprendido a evitar los espejos desde entonces. Su cuerpo, cubierto de cicatrices profundas y retorcidas, era un recordatorio constante de lo que había soportado. La carne había sanado, pero el peso de las marcas seguía aplastándola en sueños, como si cada latigazo aún resonara en su mente. 150, en específico. En los días más oscuros, sentía que no eran solo cicatrices en su piel, sino en su alma.

    —¿Qué logré al sobrevivir? —Solía preguntarse, su voz interna cargada de una mezcla de reproche y cansancio.

    Dentro de ella, Myrrh también había cambiado. El dragón, que siempre había sido un pilar de frialdad a veces desbocada, ahora parecía... Más silencioso. Más sombrío. Era como si las cadenas invisibles que compartían se hubieran apretado aún más durante la tortura.

    —El dolor no nos define, Zaryna. Pero tampoco podemos olvidarlo. —Susurró el dragón, su tono grave llenando los rincones oscuros de su mente.— A veces, incluso yo siento que aún está ahí, como un eco que nunca termina.

    Ella cerraba los ojos cuando las escuchaba. Sus pestañas temblaban, como si con ello pudiera apagar esas voces que la atormentaban.

    —Dices que no nos define... Pero... —Murmuró de vuelta, pensativa, su voz quebrándose en el filo de cada palabra.— ¿Acaso somos las mismas personas que éramos antes de ese día?

    El silencio se acentuó entre ambos, cortado solo por los pequeños murmullos del viento en el exterior, golpeando las ventanas de lo que ahora era su refugio, su castillo. Las paredes de piedra parecían observarlos, cargadas con una especie de gravedad que pesaba sobre sus hombros.

    —No. Pero eso no significa que seamos menos. —Respondió Myrrh tras una pausa medida, sus palabras llegando con una seriedad que calaba profundo.— Somos... Diferentes. Más duros, tal vez. Más conscientes de lo que podemos soportar.

    Zaryna apretó los puños, sus uñas clavándose en sus palmas, dejando marcas rojizas que desaparecían con el tiempo.

    —¿Y de qué sirve soportar? —La amargura teñía cada palabra, su voz casi temblando bajo el peso de la frustración.— Ellos me querían rota, y lo lograron. No puedes negar que algo se quebró dentro de mí... Dentro de nosotros.

    El rugido bajo de Myrrh vibró en su mente, cargado de una frustración contenida que no pudo ocultar.

    —Tal vez algo se quebró, pero algo también resistió. —Replicó el dragón, su tono firme, pero cargado de una dureza que rozaba la desesperación.— No olvides eso. El dolor... Lo sentimos juntos. Fue un castigo, sí, pero también una prueba. Si soportamos eso… ¿Qué podría doblegarnos ahora?

    Fue ella quien no respondió de inmediato en ese instante. Sabía que había algo de verdad en sus palabras, pero también había una sombra que no podía ignorar. Porque, aunque había sobrevivido, no podía negar que el precio había sido alto.

    —A veces, pienso que no es el dolor lo que me atormenta... —Su antiguo tono aterciopelado ahora parecía apagado, cansado.— …Sino lo que dejó atrás. Una versión de mí misma que no volverá.

    —Esa versión no habría sobrevivido a lo que hemos pasado. —Susurró Myrrh, su tono suavizándose como el roce de un ala.— Ahora eres más fuerte, Zaryna. No perfecta, no indemne... Pero aún estás aquí. Y eso es suficiente.

    Había noches en las que el silencio entre ambos se volvía insoportable. No eran enemigos, pero tampoco podían consolarse mutuamente del todo, pues las heridas que ambos cargaban eran diferentes. Estaban ligados por algo más profundo que las palabras, y, sin embargo, había un abismo de dolor entre ellos que ninguno sabía cómo cerrar. Aun así, cada amanecer les recordaba que estaban vivos, y aunque la oscuridad de las cicatrices nunca se borraría, había algo que seguía ardiendo en el fondo de ambos: la voluntad de no caer otra vez.

    Zaryna se levantó del asiento junto a la ventana, sus pasos resonando levemente sobre el suelo de piedra. Afuera, las estrellas comenzaban a desvanecerse ante el tenue resplandor del amanecer. Respiró hondo y se cruzó de brazos, su mirada fija en el horizonte.

    —Vamos, busquemos a Gazú. —Dijo, girándose hacia la voz en su mente, su tono cargado de una determinación tímida al nombrarle, aunque palpable.— Vayamos a ver las flores.

    Myrrh no respondió de inmediato. Sentía la tensión en sus palabras, pero también una chispa de esperanza que no había escuchado en mucho tiempo.

    —¿Crees que las flores tengan alguna respuesta? —Preguntó finalmente, con una mezcla de escepticismo y curiosidad que se arrastraba en cada palabra.

    —Tal vez no respuestas, pero… Algo de paz. —Respondio Zaryna, mientras alzaba la mirada hacia el horizonte, su voz parecia haber recrobado su antaño tono, más suave y dulce ahora, casi como un susurro.— Algo que me recuerde que no todo está roto. Que hay belleza incluso en medio de todo esto.

    El dragón permaneció en silencio, observando a través de sus ojos. Sabía que esas palabras no eran solo para él, sino también para ella misma. Eran un intento de convencerse de que podía encontrar algo más allá del peso de las cicatrices.

    Pero, en el fondo, ambos sabían la verdad: Zaryna no había resistido únicamente por Myrrh. Había sido Gazú quien, con su presencia, le había dado algo más por lo que aferrarse. Una razón para seguir, incluso cuando todo parecía perdido. Porque, más que las flores, lo que brillaba era aquel nombre en los pensamientos de Zaryna, como un faro que le había mostrado un camino de regreso desde el abismo.
    𝔽𝕝𝕠𝕣𝕖𝕤 𝕖𝕟 𝕖𝕝 𝔸𝕓𝕚𝕤𝕞𝕠 Había aprendido a evitar los espejos desde entonces. Su cuerpo, cubierto de cicatrices profundas y retorcidas, era un recordatorio constante de lo que había soportado. La carne había sanado, pero el peso de las marcas seguía aplastándola en sueños, como si cada latigazo aún resonara en su mente. 150, en específico. En los días más oscuros, sentía que no eran solo cicatrices en su piel, sino en su alma. —¿Qué logré al sobrevivir? —Solía preguntarse, su voz interna cargada de una mezcla de reproche y cansancio. Dentro de ella, Myrrh también había cambiado. El dragón, que siempre había sido un pilar de frialdad a veces desbocada, ahora parecía... Más silencioso. Más sombrío. Era como si las cadenas invisibles que compartían se hubieran apretado aún más durante la tortura. —El dolor no nos define, Zaryna. Pero tampoco podemos olvidarlo. —Susurró el dragón, su tono grave llenando los rincones oscuros de su mente.— A veces, incluso yo siento que aún está ahí, como un eco que nunca termina. Ella cerraba los ojos cuando las escuchaba. Sus pestañas temblaban, como si con ello pudiera apagar esas voces que la atormentaban. —Dices que no nos define... Pero... —Murmuró de vuelta, pensativa, su voz quebrándose en el filo de cada palabra.— ¿Acaso somos las mismas personas que éramos antes de ese día? El silencio se acentuó entre ambos, cortado solo por los pequeños murmullos del viento en el exterior, golpeando las ventanas de lo que ahora era su refugio, su castillo. Las paredes de piedra parecían observarlos, cargadas con una especie de gravedad que pesaba sobre sus hombros. —No. Pero eso no significa que seamos menos. —Respondió Myrrh tras una pausa medida, sus palabras llegando con una seriedad que calaba profundo.— Somos... Diferentes. Más duros, tal vez. Más conscientes de lo que podemos soportar. Zaryna apretó los puños, sus uñas clavándose en sus palmas, dejando marcas rojizas que desaparecían con el tiempo. —¿Y de qué sirve soportar? —La amargura teñía cada palabra, su voz casi temblando bajo el peso de la frustración.— Ellos me querían rota, y lo lograron. No puedes negar que algo se quebró dentro de mí... Dentro de nosotros. El rugido bajo de Myrrh vibró en su mente, cargado de una frustración contenida que no pudo ocultar. —Tal vez algo se quebró, pero algo también resistió. —Replicó el dragón, su tono firme, pero cargado de una dureza que rozaba la desesperación.— No olvides eso. El dolor... Lo sentimos juntos. Fue un castigo, sí, pero también una prueba. Si soportamos eso… ¿Qué podría doblegarnos ahora? Fue ella quien no respondió de inmediato en ese instante. Sabía que había algo de verdad en sus palabras, pero también había una sombra que no podía ignorar. Porque, aunque había sobrevivido, no podía negar que el precio había sido alto. —A veces, pienso que no es el dolor lo que me atormenta... —Su antiguo tono aterciopelado ahora parecía apagado, cansado.— …Sino lo que dejó atrás. Una versión de mí misma que no volverá. —Esa versión no habría sobrevivido a lo que hemos pasado. —Susurró Myrrh, su tono suavizándose como el roce de un ala.— Ahora eres más fuerte, Zaryna. No perfecta, no indemne... Pero aún estás aquí. Y eso es suficiente. Había noches en las que el silencio entre ambos se volvía insoportable. No eran enemigos, pero tampoco podían consolarse mutuamente del todo, pues las heridas que ambos cargaban eran diferentes. Estaban ligados por algo más profundo que las palabras, y, sin embargo, había un abismo de dolor entre ellos que ninguno sabía cómo cerrar. Aun así, cada amanecer les recordaba que estaban vivos, y aunque la oscuridad de las cicatrices nunca se borraría, había algo que seguía ardiendo en el fondo de ambos: la voluntad de no caer otra vez. Zaryna se levantó del asiento junto a la ventana, sus pasos resonando levemente sobre el suelo de piedra. Afuera, las estrellas comenzaban a desvanecerse ante el tenue resplandor del amanecer. Respiró hondo y se cruzó de brazos, su mirada fija en el horizonte. —Vamos, busquemos a Gazú. —Dijo, girándose hacia la voz en su mente, su tono cargado de una determinación tímida al nombrarle, aunque palpable.— Vayamos a ver las flores. Myrrh no respondió de inmediato. Sentía la tensión en sus palabras, pero también una chispa de esperanza que no había escuchado en mucho tiempo. —¿Crees que las flores tengan alguna respuesta? —Preguntó finalmente, con una mezcla de escepticismo y curiosidad que se arrastraba en cada palabra. —Tal vez no respuestas, pero… Algo de paz. —Respondio Zaryna, mientras alzaba la mirada hacia el horizonte, su voz parecia haber recrobado su antaño tono, más suave y dulce ahora, casi como un susurro.— Algo que me recuerde que no todo está roto. Que hay belleza incluso en medio de todo esto. El dragón permaneció en silencio, observando a través de sus ojos. Sabía que esas palabras no eran solo para él, sino también para ella misma. Eran un intento de convencerse de que podía encontrar algo más allá del peso de las cicatrices. Pero, en el fondo, ambos sabían la verdad: Zaryna no había resistido únicamente por Myrrh. Había sido Gazú quien, con su presencia, le había dado algo más por lo que aferrarse. Una razón para seguir, incluso cuando todo parecía perdido. Porque, más que las flores, lo que brillaba era aquel nombre en los pensamientos de Zaryna, como un faro que le había mostrado un camino de regreso desde el abismo.
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  • Other day
    Fandom The legend of Zelda
    Categoría Acción
    -Rol privado con: [shimmer_sapphire_monkey_595]

    —Pasaron unos días, cerca de una semana que Link llevaba en la región de los zora más alejada de la ciudad de Hyrule. Si, prácticamente había huido cuando Zelda le “invitó amablemente” a buscar paz en otro lugar ya que, al parecer él debía de ayudar a todo el mundo, constantemente sin cuestionar nada. Pero, si él era quien necesitaba ayuda, mejor era que se marchase a otra parte.

    ¿Si era sincero? La verdad, es que se sentía mucho mejor lejos de aquel lugar, rodeado de las gentes que de niño lo encontraron perdido en el bosque y que lo criaron. Se sentía en casa, pues ni siquiera entre los kokiri fue nunca tan querido y aceptado. Al menos, no hasta que de alli se marchó para siempre. Y la sensación reconfortante de estar en su hogar, estaba haciendo maravillas en él pues, si bien aún seguía destrozado, poco a poco iban viéndose mejoras, iba regresando poco a poco a ser ni que fuera la sombra de quien una vez fue. Y todo, gracias a los habitantes de aquella ciudad y por supuesto a su rey. Con el que por cierto, había quedado en la plaza principal. Así que no tardó en despertar, había sido una mala noche en la que se había despertado varias veces entre terrores nocturnos producto de la gran guerra que lo dejó dormido más de cien años. Pero, con el pasar de los días había conseguido que, tras despertar y ver donde se encontraba, simplemente todo lo que debía hacer era volverse a tumbar y cerrar los ojos para dormirse de nuevo, era un sueño muy ligero y que era interrumpido una y otra vez pero, al menos ahora descansaba, a diferencia de cuando había llegado días atrás.

    Se incorporó desperezándose, estirando los brazos hacia arriba y arqueando ligeramente la espalda. Y tras esto se vistió y aseó. Obviamente se abrigó pues los inviernos en Lanayru eran duros y aunque llenos de tormentas, aún no habían sido ninguna. Tras esto bajó a recepción y la zora que llevaba la posada, lo saludó con amabilidad, entregándole unos panecillos de vapor que tuvo el detalle de comprar para su huésped, ya que como era de esperar no solo conocía a Link por sus azalás, si no por wue de niño alguna vez le ayudó con las tareas del hostal en precisamente, algún día frío en que lo encontró fuera. Pues una cosa curiosa es que, aunque Link fue encontrado, cuidado y educado principalmente por Mipha, lo cierto es que fue un niño del pueblo ya que enseguida todos se volcaron en cuidar al pobre niño hyliano huérfano, además de encariñarse rápidamente con él. De modo que de niño, no tuvo un hogar y una familia si no muchas de ambas. Tras una pequeña charla con la mujer y agradecer el detalle, que pensaba compartir con su amigo, se marchó a su búsqueda, llegando al punto de encuentro antes. De modo, que aprovechó para, en una de las paradas comprarse una taza de cacao caliente para calentarse un poco el cuerpo. —
    -Rol privado con: [shimmer_sapphire_monkey_595] —Pasaron unos días, cerca de una semana que Link llevaba en la región de los zora más alejada de la ciudad de Hyrule. Si, prácticamente había huido cuando Zelda le “invitó amablemente” a buscar paz en otro lugar ya que, al parecer él debía de ayudar a todo el mundo, constantemente sin cuestionar nada. Pero, si él era quien necesitaba ayuda, mejor era que se marchase a otra parte. ¿Si era sincero? La verdad, es que se sentía mucho mejor lejos de aquel lugar, rodeado de las gentes que de niño lo encontraron perdido en el bosque y que lo criaron. Se sentía en casa, pues ni siquiera entre los kokiri fue nunca tan querido y aceptado. Al menos, no hasta que de alli se marchó para siempre. Y la sensación reconfortante de estar en su hogar, estaba haciendo maravillas en él pues, si bien aún seguía destrozado, poco a poco iban viéndose mejoras, iba regresando poco a poco a ser ni que fuera la sombra de quien una vez fue. Y todo, gracias a los habitantes de aquella ciudad y por supuesto a su rey. Con el que por cierto, había quedado en la plaza principal. Así que no tardó en despertar, había sido una mala noche en la que se había despertado varias veces entre terrores nocturnos producto de la gran guerra que lo dejó dormido más de cien años. Pero, con el pasar de los días había conseguido que, tras despertar y ver donde se encontraba, simplemente todo lo que debía hacer era volverse a tumbar y cerrar los ojos para dormirse de nuevo, era un sueño muy ligero y que era interrumpido una y otra vez pero, al menos ahora descansaba, a diferencia de cuando había llegado días atrás. Se incorporó desperezándose, estirando los brazos hacia arriba y arqueando ligeramente la espalda. Y tras esto se vistió y aseó. Obviamente se abrigó pues los inviernos en Lanayru eran duros y aunque llenos de tormentas, aún no habían sido ninguna. Tras esto bajó a recepción y la zora que llevaba la posada, lo saludó con amabilidad, entregándole unos panecillos de vapor que tuvo el detalle de comprar para su huésped, ya que como era de esperar no solo conocía a Link por sus azalás, si no por wue de niño alguna vez le ayudó con las tareas del hostal en precisamente, algún día frío en que lo encontró fuera. Pues una cosa curiosa es que, aunque Link fue encontrado, cuidado y educado principalmente por Mipha, lo cierto es que fue un niño del pueblo ya que enseguida todos se volcaron en cuidar al pobre niño hyliano huérfano, además de encariñarse rápidamente con él. De modo que de niño, no tuvo un hogar y una familia si no muchas de ambas. Tras una pequeña charla con la mujer y agradecer el detalle, que pensaba compartir con su amigo, se marchó a su búsqueda, llegando al punto de encuentro antes. De modo, que aprovechó para, en una de las paradas comprarse una taza de cacao caliente para calentarse un poco el cuerpo. —
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  • El bosque parecía haber olvidado respirar, siendo el viento el único sonido que arrastraba consigo el aroma a tierra húmeda y hojas marchitas. La niebla serpenteaba entre los troncos, engullendo cada sombra como si se tratara de un velo que intentara ocultar la verdad. Allí, en el corazón del claro, permanecía inmóvil, como una estatua viviente, envuelta en un silencio pesado. Sus cuernos, torcidos y marcados por grietas naturales, se alzaban como un recordatorio de lo que era y de aquello que los demás temían en ella. La luz de la luna acariciaba las partes escamadas de su piel, arrancando destellos plateados que hacían que su presencia pareciera aún más sobrenatural. Había quietud a su alrededor, si, pero no en su interior. Una tormenta de pensamientos rugía dentro de ella, como si las raíces de su ser estuvieran intentando desgarrar el suelo en busca de algo más profundo.

    No tenía alas para alzar el vuelo ni cola que la equilibrara, pero su porte seguía siendo imponente incluso para una mestiza. Su cuerpo contaba historias de un linaje tan antiguo como el tiempo, aunque incompleto. Las uñas, tan afiladas que podían partir hueso, rasgaban el aire de manera inconsciente mientras sus pensamientos la arrastraban hacia lugares que preferiría no explorar.

    Dejó escapar un suspiro que condensó la fría noche a su alrededor. Su aliento, cargado de una gelidez innatural, era un recordatorio de la extraña llama que llevaba dentro, una que había aprendido a ocultar, a domar. Pero esa noche, en la soledad del bosque, no había nadie a quien engañar, nadie ante quien pretender.

    Se arrodilló con lentitud, dejando que sus dedos tocaran la tierra húmeda. Había algo reconfortante en el tacto del suelo, en ese contacto directo con la naturaleza que le recordaba que, a pesar de todo, aún formaba parte del mundo. Pero incluso este pensamiento traía consigo un peso. ¿Formaba parte de algo, realmente? ¿O simplemente existía, aislada, como una pieza que no encajaba en ningún rompecabezas?

    —¿Cual se supone que es la razón de mi existencia? —Murmuró, dejando que sus palabras se perdieran en la inmensidad de la noche.

    Su voz sonaba más cansada de lo que esperaba, como si el eco de todas las batallas, tanto externas como internas, finalmente la hubiera alcanzado. Bajó la mirada y vio su reflejo en un charco cercano, las aguas temblorosas distorsionando su rostro, casi como si se negara a reconocerlo. Sus ojos turquesa brillaron con una intensidad inesperada, dos joyas resplandeciendo en un mundo de sombras.

    Había un poder indescriptible en esa mirada, un destello de algo más grande, más profundo, algo que incluso ella aún no comprendía del todo. Y, sin embargo, esa misma fuerza la aislaba, la mantenía apartada de todo lo que podría haber sido simple, de todo lo que podría haber sido humano.
    Lentamente, se puso de pie, su figura recortada contra la penumbra como la de una guerrera que aún no había encontrado ni su batalla, ni su victoria. Su cabeza se alzó hacia el cielo, hacia las estrellas que titilaban indiferentes, lejanas, como si fueran testigos silenciosos de su existencia.

    —Ni soy lo que otros esperan de mí, ni lo que ellos temen. Tampoco soy lo que yo soñé ser. Pero... Tampoco soy el vacío.

    La confesión resonó en la quietud, como si los árboles mismos se inclinaran para escucharla. Una brisa helada acarició su rostro, llevando consigo el susurro de hojas secas. Cerró los ojos por un instante, dejando que el viento la rodeara, que le hablara en su lengua ancestral.
    El bosque parecía haber olvidado respirar, siendo el viento el único sonido que arrastraba consigo el aroma a tierra húmeda y hojas marchitas. La niebla serpenteaba entre los troncos, engullendo cada sombra como si se tratara de un velo que intentara ocultar la verdad. Allí, en el corazón del claro, permanecía inmóvil, como una estatua viviente, envuelta en un silencio pesado. Sus cuernos, torcidos y marcados por grietas naturales, se alzaban como un recordatorio de lo que era y de aquello que los demás temían en ella. La luz de la luna acariciaba las partes escamadas de su piel, arrancando destellos plateados que hacían que su presencia pareciera aún más sobrenatural. Había quietud a su alrededor, si, pero no en su interior. Una tormenta de pensamientos rugía dentro de ella, como si las raíces de su ser estuvieran intentando desgarrar el suelo en busca de algo más profundo. No tenía alas para alzar el vuelo ni cola que la equilibrara, pero su porte seguía siendo imponente incluso para una mestiza. Su cuerpo contaba historias de un linaje tan antiguo como el tiempo, aunque incompleto. Las uñas, tan afiladas que podían partir hueso, rasgaban el aire de manera inconsciente mientras sus pensamientos la arrastraban hacia lugares que preferiría no explorar. Dejó escapar un suspiro que condensó la fría noche a su alrededor. Su aliento, cargado de una gelidez innatural, era un recordatorio de la extraña llama que llevaba dentro, una que había aprendido a ocultar, a domar. Pero esa noche, en la soledad del bosque, no había nadie a quien engañar, nadie ante quien pretender. Se arrodilló con lentitud, dejando que sus dedos tocaran la tierra húmeda. Había algo reconfortante en el tacto del suelo, en ese contacto directo con la naturaleza que le recordaba que, a pesar de todo, aún formaba parte del mundo. Pero incluso este pensamiento traía consigo un peso. ¿Formaba parte de algo, realmente? ¿O simplemente existía, aislada, como una pieza que no encajaba en ningún rompecabezas? —¿Cual se supone que es la razón de mi existencia? —Murmuró, dejando que sus palabras se perdieran en la inmensidad de la noche. Su voz sonaba más cansada de lo que esperaba, como si el eco de todas las batallas, tanto externas como internas, finalmente la hubiera alcanzado. Bajó la mirada y vio su reflejo en un charco cercano, las aguas temblorosas distorsionando su rostro, casi como si se negara a reconocerlo. Sus ojos turquesa brillaron con una intensidad inesperada, dos joyas resplandeciendo en un mundo de sombras. Había un poder indescriptible en esa mirada, un destello de algo más grande, más profundo, algo que incluso ella aún no comprendía del todo. Y, sin embargo, esa misma fuerza la aislaba, la mantenía apartada de todo lo que podría haber sido simple, de todo lo que podría haber sido humano. Lentamente, se puso de pie, su figura recortada contra la penumbra como la de una guerrera que aún no había encontrado ni su batalla, ni su victoria. Su cabeza se alzó hacia el cielo, hacia las estrellas que titilaban indiferentes, lejanas, como si fueran testigos silenciosos de su existencia. —Ni soy lo que otros esperan de mí, ni lo que ellos temen. Tampoco soy lo que yo soñé ser. Pero... Tampoco soy el vacío. La confesión resonó en la quietud, como si los árboles mismos se inclinaran para escucharla. Una brisa helada acarició su rostro, llevando consigo el susurro de hojas secas. Cerró los ojos por un instante, dejando que el viento la rodeara, que le hablara en su lengua ancestral.
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  • [ ᴍᴀꜱꜱɪᴠᴇ ᴛʀɪɢɢᴇʀ ᴡᴀʀɴɪɴɢ, ᴄᴀʀᴇꜰᴜʟ. ]

    —————————————〉 𝙏𝙝𝙚 𝙚𝙢𝙗𝙧𝙖𝙘𝙚 II〈—————————————

    La sangre sigue tibia en sus manos, pero el frío que lo recorre es más profundo que cualquier cosa que pueda sentir sobre su piel. Está quieto, como una estatua rota, con la mirada perdida en el rojo que tiñe el suelo y sus dedos. Las voces lo observan desde las sombras de su mente, satisfechas, burlonas.

    «¿Lo ves? Siempre fuiste esto. Una herramienta para el caos.»

    Sus labios tiemblan, y por un instante la sonrisa torcida que lleva marcada en el rostro amenaza con desaparecer. Pero no lo hace. Se queda ahí, congelada como una máscara, una burla de sí mismo. El cuchillo aún está en su mano, pesado y caliente. Lo siente vibrar con la memoria de lo que ha hecho. Pero no mira a la víctima. No todavía.

    Da un paso hacia atrás. El eco de su bota resonando en el suelo le parece ajeno, como si el sonido viniera de otra persona, de otro lugar. Algo le oprime el pecho, y el aire se le escapa en respiraciones entrecortadas. Las voces no lo dejan solo.

    «No te detengas ahora. Es lo único que haces bien. Sigue adelante.»

    Pero no se mueve. Algo más lo detiene, algo que las voces intentan sofocar, pero que lucha por abrirse paso entre el ruido.

    —No quería… —Murmura, su voz apenas un hilo.

    Las palabras no significan nada para las sombras en su cabeza. Ellas ríen.

    «¿No querías? ¿Y qué importa eso? Lo hiciste. Las manos están manchadas, y no hay agua suficiente para limpiarlas. Mírate. Míralo. Esto es lo que eres.»

    Cierra los ojos con fuerza, tratando de bloquearlas, pero solo las siente más cerca, susurrando directamente en su oído. Su corazón late con fuerza, un tambor descontrolado que amenaza con romperse.

    Finalmente, abre los ojos. La máscara de la sonrisa cae, y en su lugar queda un rostro vacío, quebrado. Mira al suelo, al cuerpo frente a él. La sangre se extiende como un lago oscuro, reflejando fragmentos distorsionados de la luz tenue.

    Su pecho se hunde al verlo. El peso de lo que ha hecho lo golpea como una tormenta, y todo su ser se tambalea bajo el impacto. El cuchillo resbala de sus dedos y cae con un ruido seco, pero él no se mueve para recogerlo. No puede.

    Las voces se callan, por un momento. El silencio es peor.

    Cae de rodillas, sus manos temblorosas presionan contra el suelo, dejando marcas de sangre en cada movimiento. Siente el calor espeso del líquido, pero no puede apartarse. Su mente está atrapada en el caos de lo que ha hecho, en la mirada vacía de quien yace frente a él. No hay súplica, no hay juicio. Solo silencio.

    —No… No, no, no… —Repite, como si pudiera negar la realidad con esas palabras.

    Su cuerpo tiembla, y su respiración se quiebra, convirtiéndose en un sollozo áspero. Las lágrimas comienzan a mezclarse con el sudor que le corre por la frente. Cierra los ojos de nuevo, pero la imagen está grabada en su mente. No puede escapar.

    Por un momento, piensa en rendirse. En quedarse ahí, dejar que el frío lo consuma, dejar que las voces lo arrastren por completo.

    Con un esfuerzo titánico, se obliga a levantarse. Sus piernas tambalean, y casi cae de nuevo, pero aprieta los puños con fuerza, ignorando el dolor, ignorando el peso insoportable de la culpa acumulada por años. Se obliga a dar un paso hacia atrás, alejándose del charco, de la sangre, del cuerpo.

    No hay redención para él. Lo sabe. Pero si sigue cayendo, si sigue escuchando las voces, se convertirá por completo en lo que más teme ser.

    Mira sus manos ensangrentadas una última vez antes de limpiarlas torpemente contra su ropa. La mancha no desaparece, pero no importa. Ya no hay nada que pueda limpiar.

    Sale del lugar sin mirar atrás, cada paso más pesado que el anterior. Las voces comienzan a murmurar otra vez, pero esta vez no responden carcajadas. Ahora lo observan, silenciosas, mientras él camina con la carga de su humanidad hecha pedazos. No sabe a dónde va, ni si tiene un lugar al que pueda pertenecer.

    Solo sabe que no puede detenerse. Si lo hace, las sombras ganarán. Y aunque ya haya perdido casi todo, se niega a perder lo poco que le queda.

    [ Pt 1 → https://ficrol.com/posts/216306 ← ]
    [ ᴍᴀꜱꜱɪᴠᴇ ᴛʀɪɢɢᴇʀ ᴡᴀʀɴɪɴɢ, ᴄᴀʀᴇꜰᴜʟ. ] —————————————〉 𝙏𝙝𝙚 𝙚𝙢𝙗𝙧𝙖𝙘𝙚 II〈————————————— La sangre sigue tibia en sus manos, pero el frío que lo recorre es más profundo que cualquier cosa que pueda sentir sobre su piel. Está quieto, como una estatua rota, con la mirada perdida en el rojo que tiñe el suelo y sus dedos. Las voces lo observan desde las sombras de su mente, satisfechas, burlonas. «¿Lo ves? Siempre fuiste esto. Una herramienta para el caos.» Sus labios tiemblan, y por un instante la sonrisa torcida que lleva marcada en el rostro amenaza con desaparecer. Pero no lo hace. Se queda ahí, congelada como una máscara, una burla de sí mismo. El cuchillo aún está en su mano, pesado y caliente. Lo siente vibrar con la memoria de lo que ha hecho. Pero no mira a la víctima. No todavía. Da un paso hacia atrás. El eco de su bota resonando en el suelo le parece ajeno, como si el sonido viniera de otra persona, de otro lugar. Algo le oprime el pecho, y el aire se le escapa en respiraciones entrecortadas. Las voces no lo dejan solo. «No te detengas ahora. Es lo único que haces bien. Sigue adelante.» Pero no se mueve. Algo más lo detiene, algo que las voces intentan sofocar, pero que lucha por abrirse paso entre el ruido. —No quería… —Murmura, su voz apenas un hilo. Las palabras no significan nada para las sombras en su cabeza. Ellas ríen. «¿No querías? ¿Y qué importa eso? Lo hiciste. Las manos están manchadas, y no hay agua suficiente para limpiarlas. Mírate. Míralo. Esto es lo que eres.» Cierra los ojos con fuerza, tratando de bloquearlas, pero solo las siente más cerca, susurrando directamente en su oído. Su corazón late con fuerza, un tambor descontrolado que amenaza con romperse. Finalmente, abre los ojos. La máscara de la sonrisa cae, y en su lugar queda un rostro vacío, quebrado. Mira al suelo, al cuerpo frente a él. La sangre se extiende como un lago oscuro, reflejando fragmentos distorsionados de la luz tenue. Su pecho se hunde al verlo. El peso de lo que ha hecho lo golpea como una tormenta, y todo su ser se tambalea bajo el impacto. El cuchillo resbala de sus dedos y cae con un ruido seco, pero él no se mueve para recogerlo. No puede. Las voces se callan, por un momento. El silencio es peor. Cae de rodillas, sus manos temblorosas presionan contra el suelo, dejando marcas de sangre en cada movimiento. Siente el calor espeso del líquido, pero no puede apartarse. Su mente está atrapada en el caos de lo que ha hecho, en la mirada vacía de quien yace frente a él. No hay súplica, no hay juicio. Solo silencio. —No… No, no, no… —Repite, como si pudiera negar la realidad con esas palabras. Su cuerpo tiembla, y su respiración se quiebra, convirtiéndose en un sollozo áspero. Las lágrimas comienzan a mezclarse con el sudor que le corre por la frente. Cierra los ojos de nuevo, pero la imagen está grabada en su mente. No puede escapar. Por un momento, piensa en rendirse. En quedarse ahí, dejar que el frío lo consuma, dejar que las voces lo arrastren por completo. Con un esfuerzo titánico, se obliga a levantarse. Sus piernas tambalean, y casi cae de nuevo, pero aprieta los puños con fuerza, ignorando el dolor, ignorando el peso insoportable de la culpa acumulada por años. Se obliga a dar un paso hacia atrás, alejándose del charco, de la sangre, del cuerpo. No hay redención para él. Lo sabe. Pero si sigue cayendo, si sigue escuchando las voces, se convertirá por completo en lo que más teme ser. Mira sus manos ensangrentadas una última vez antes de limpiarlas torpemente contra su ropa. La mancha no desaparece, pero no importa. Ya no hay nada que pueda limpiar. Sale del lugar sin mirar atrás, cada paso más pesado que el anterior. Las voces comienzan a murmurar otra vez, pero esta vez no responden carcajadas. Ahora lo observan, silenciosas, mientras él camina con la carga de su humanidad hecha pedazos. No sabe a dónde va, ni si tiene un lugar al que pueda pertenecer. Solo sabe que no puede detenerse. Si lo hace, las sombras ganarán. Y aunque ya haya perdido casi todo, se niega a perder lo poco que le queda. [ Pt 1 → https://ficrol.com/posts/216306 ← ]
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