• Nada de esto es real.
    Categoría Otros

    El aire era tibio, impregnado de un dulzor floral casi embriagante, tan perfecto y suave como aquellas tardes de primavera que Ephraim solía amar… cuando aún era real. Una brisa cálida le acariciaba el rostro, agitando las hojas de los álamos con una delicadeza que habría conmovido a cualquier poeta. Ante él se desplegaba una escena tan hermosa, tan meticulosamente compuesta, que parecía diseñada no para ser vivida, sino para ser recordada.
    Un sueño. Demasiado perfecto.
    Los colores brillaban con un fulgor imposible, más vívidos de lo que cualquier mente despierta podría tolerar. Las voces eran muchas, y sin embargo, todas hablaban en un mismo tono: armonía, triunfo, paz. Una guerra había terminado, eso decían, una guerra que él no recordaba tener registro en su mente.

    La escena cambiaba sin cesar. Demasiado rápido.

    Ráfagas de alegría le golpeaban sin tregua: niños riendo, banquetes suntuosos en pasillos dorados, jardines en plena floración. Cada imagen estaba cuidadosamente pulida, como si una voluntad desesperada por la paz hubiera borrado todo rastro de verdad y lo hubiese reemplazado con una mentira reconfortante.

    Ephraim cerró los ojos con fuerza. No por nostalgia, sino por agotamiento. El constante cambio de escenario le impedía meditar, pensar, esconderse siquiera en ese rincón mental que sabía que la soñadora jamás buscaría. Era molesto. Dolía en los ojos.

    Las risas le revolvían el estómago.
    Las memorias felices provocaban un hormigueo repulsivo que le recorría la espalda como una corriente fría.

    Avanzó unos pasos, adentrándose en una marea de figuras que se entrelazaban en un banquete. Era hermoso, imposible negarlo. Una pintura viva, un momento de tal perfección que cualquier otro lo habría guardado como un tesoro en la memoria.
    Pero Ephraim sabía leer los sueños, sentía el final aproximarse, lo percibía en la velocidad con que las escenas se desarrollaban, como un teatro a punto de caer el telón.

    Y entonces vio a aquella joven. Por su porte, por la ligereza de sus pasos, supo sin dudarlo: ella era la soñadora.
    La autora inconsciente de ese paraíso artificial.

    Ephraim sintió, como tantas otras veces, el calor hiriente de una envidia antigua apretarle el pecho. No por su corona, ni por su linaje, ni siquiera por esos dragones que a su yo más joven le habrían fascinado estudiar.

    La envidia ardía por una razón más simple y cruel: Ella todavía era capaz de soñar con esperanza.
    —Bendita ignorancia… —murmuró Ephraim, mientras sus pasos lo guiaban hacia ella.

    Porque desde que dejó de ser humano, desde que fue transformado por su amada diosa, los sueños dejaron de ser un refugio. No recordaba la última vez que había soñado algo bello. Algo que no naciera de la desesperación o el dolor.

    Extendió una mano y la posó en su hombro. No con dulzura, sino con demasiada violencia. La hizo girar, obligándola a mirarle el rostro.
    Su sonrisa torcida era una mancha oscura en medio de aquel sueño perfecto.

    —¿Sabes que esto solo es un sueño, verdad?

    Su voz era suave y melodiosa, casi dulce, pero helada. Se deslizaba como una serpiente bajo la piel, cargada de veneno. La risita que escapó de su garganta rasgó el aire, y todo comenzó a apagarse: Las voces se silenciaron, as figuras se desvanecieron, incluso aquellas que la soñadora más amaba. Y la luz… la luz se fue.

    Solo quedaron ellos dos. En la nada, rodeados de árboles y flores, demasiado oscuro para poder apreciar lo deformes y extrañas que eran.
    —Me enferma este lugar —susurró Ephraim, la voz teñida de asco—. Todo es demasiado hermoso. Demasiado... tú. Y yo… yo no puedo crear belleza. Solo deformidad.
    ¿Me dejas robarte esto, aunque sea por un momento?





    ⋆˚꩜。 ᴅᴀᴇᴍʏʀᴀ ᴛᴀʀɢᴀʀʏᴇɴ
    El aire era tibio, impregnado de un dulzor floral casi embriagante, tan perfecto y suave como aquellas tardes de primavera que Ephraim solía amar… cuando aún era real. Una brisa cálida le acariciaba el rostro, agitando las hojas de los álamos con una delicadeza que habría conmovido a cualquier poeta. Ante él se desplegaba una escena tan hermosa, tan meticulosamente compuesta, que parecía diseñada no para ser vivida, sino para ser recordada. Un sueño. Demasiado perfecto. Los colores brillaban con un fulgor imposible, más vívidos de lo que cualquier mente despierta podría tolerar. Las voces eran muchas, y sin embargo, todas hablaban en un mismo tono: armonía, triunfo, paz. Una guerra había terminado, eso decían, una guerra que él no recordaba tener registro en su mente. La escena cambiaba sin cesar. Demasiado rápido. Ráfagas de alegría le golpeaban sin tregua: niños riendo, banquetes suntuosos en pasillos dorados, jardines en plena floración. Cada imagen estaba cuidadosamente pulida, como si una voluntad desesperada por la paz hubiera borrado todo rastro de verdad y lo hubiese reemplazado con una mentira reconfortante. Ephraim cerró los ojos con fuerza. No por nostalgia, sino por agotamiento. El constante cambio de escenario le impedía meditar, pensar, esconderse siquiera en ese rincón mental que sabía que la soñadora jamás buscaría. Era molesto. Dolía en los ojos. Las risas le revolvían el estómago. Las memorias felices provocaban un hormigueo repulsivo que le recorría la espalda como una corriente fría. Avanzó unos pasos, adentrándose en una marea de figuras que se entrelazaban en un banquete. Era hermoso, imposible negarlo. Una pintura viva, un momento de tal perfección que cualquier otro lo habría guardado como un tesoro en la memoria. Pero Ephraim sabía leer los sueños, sentía el final aproximarse, lo percibía en la velocidad con que las escenas se desarrollaban, como un teatro a punto de caer el telón. Y entonces vio a aquella joven. Por su porte, por la ligereza de sus pasos, supo sin dudarlo: ella era la soñadora. La autora inconsciente de ese paraíso artificial. Ephraim sintió, como tantas otras veces, el calor hiriente de una envidia antigua apretarle el pecho. No por su corona, ni por su linaje, ni siquiera por esos dragones que a su yo más joven le habrían fascinado estudiar. La envidia ardía por una razón más simple y cruel: Ella todavía era capaz de soñar con esperanza. —Bendita ignorancia… —murmuró Ephraim, mientras sus pasos lo guiaban hacia ella. Porque desde que dejó de ser humano, desde que fue transformado por su amada diosa, los sueños dejaron de ser un refugio. No recordaba la última vez que había soñado algo bello. Algo que no naciera de la desesperación o el dolor. Extendió una mano y la posó en su hombro. No con dulzura, sino con demasiada violencia. La hizo girar, obligándola a mirarle el rostro. Su sonrisa torcida era una mancha oscura en medio de aquel sueño perfecto. —¿Sabes que esto solo es un sueño, verdad? Su voz era suave y melodiosa, casi dulce, pero helada. Se deslizaba como una serpiente bajo la piel, cargada de veneno. La risita que escapó de su garganta rasgó el aire, y todo comenzó a apagarse: Las voces se silenciaron, as figuras se desvanecieron, incluso aquellas que la soñadora más amaba. Y la luz… la luz se fue. Solo quedaron ellos dos. En la nada, rodeados de árboles y flores, demasiado oscuro para poder apreciar lo deformes y extrañas que eran. —Me enferma este lugar —susurró Ephraim, la voz teñida de asco—. Todo es demasiado hermoso. Demasiado... tú. Y yo… yo no puedo crear belleza. Solo deformidad. ¿Me dejas robarte esto, aunque sea por un momento? ⋆˚꩜。 [fable_topaz_zebra_366]
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  • Mortis: El Guardián del Caos
    Nadie lo escogió. Él vino solo.
    Apareció una noche de tormenta, entre truenos y una botella rota de vino. Desde entonces, Mortis vigila. No se mueve mucho. No hace ruido. Pero lo ve TODO.

    Vive con Luna.
    La sigue cuando llora, cuando se ríe, cuando grita y cuando le dice “no” a Andrés por sexta vez, aunque en la séptima se rinda.
    Mortis no la juzga. Solo observa, con esos ojos como lunas llenas de juicio ancestral.

    Una vez, Andrés trató de sacarlo de la cama.
    Mortis lo miró. Solo eso.
    Andrés no volvió a intentarlo.

    Una vez, Anyel le dijo a Luna:
    —“Ese gato me da miedo.”
    Mortis parpadeó lentamente.
    Desde entonces, Anyel le lleva atún en cada visita.

    Pero hay algo que nadie sabe:
    Mortis habla…
    Pero solo en sueños.

    Luna dice que a veces lo escucha susurrar en la madrugada, mientras duerme enroscado en su almohada:

    —“No vuelvas con él, Lun… no esta vez.”

    Y al despertar, lo encuentra allí, mirándola. Sin moverse. Sin maullar.

    Solo él sabe lo que está por venir.
    Solo Mortis, el gato que ve el alma.

    Mortis: El Guardián del Caos Nadie lo escogió. Él vino solo. Apareció una noche de tormenta, entre truenos y una botella rota de vino. Desde entonces, Mortis vigila. No se mueve mucho. No hace ruido. Pero lo ve TODO. Vive con Luna. La sigue cuando llora, cuando se ríe, cuando grita y cuando le dice “no” a Andrés por sexta vez, aunque en la séptima se rinda. Mortis no la juzga. Solo observa, con esos ojos como lunas llenas de juicio ancestral. Una vez, Andrés trató de sacarlo de la cama. Mortis lo miró. Solo eso. Andrés no volvió a intentarlo. Una vez, Anyel le dijo a Luna: —“Ese gato me da miedo.” Mortis parpadeó lentamente. Desde entonces, Anyel le lleva atún en cada visita. Pero hay algo que nadie sabe: Mortis habla… Pero solo en sueños. Luna dice que a veces lo escucha susurrar en la madrugada, mientras duerme enroscado en su almohada: —“No vuelvas con él, Lun… no esta vez.” Y al despertar, lo encuentra allí, mirándola. Sin moverse. Sin maullar. Solo él sabe lo que está por venir. Solo Mortis, el gato que ve el alma.
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  • ⟡ ݁₊ . ¿Qué eres tú? ⊹ ࣪ ˖
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    La habitación era sorprendentemente hermosa.
    Amplia, silenciosa, bañada por una luz blanca que no venía de ninguna fuente visible. No era cálida, ni fría. Solo... neutra. Suave, como si el aire estuviera cubierto por una manta de terciopelo. El suelo brillaba con una pulcritud absurda, casi ofensiva para alguien que vivía entre frascos ensangrentados y códices empapados en baba cósmica.

    Ephraim, sin embargo, se encontraba allí... en su rincón.
    Sentado de manera absurda, fetal, sobre una silla que seguramente no fue diseñada para eso. Las piernas contra el pecho, los brazos cruzados sobre las espinillas, y un grueso libro encajado entre las rodillas y el mentón. Desde fuera, parecía una figura arrancada de un cuadro surrealista; desde dentro, era simplemente funcional. Esa postura lo ayudaba a pensar. O, al menos, a ignorar lo demás.

    No era una biblioteca pensada por el soñador; eso estaba claro. Era suya. Su espacio. Porque en los sueños —y solo allí— podía existir, robarse un rincón del subconsciente de otro, podía pensar, meditar, sin que su usuario se enterara de que había un intruso entre los pliegues del subconsciente.

    Hoy no llevaba ni su máscara ni su gorro. Su rostro, pálido y manchado por delgados rastros secos de sangre ajena, estaba completamente expuesto. Su cabello caía sobre sus hombros, desordenado, pegado en algunos mechones por algún fluido que mejor no nombrar. Sus ojos, sin embargo, eran la parte más perturbadora: fijos, inmóviles, como si no parpadearan desde hacía horas. No miraban al frente, sino al interior del libro que sostenía.

    ❝ Ah, que molesto. . . ❞ susurró para sí, como si alguien más pudiera o debiera escuchar su desdén. ❝ Esto no es conocimiento, diarrea mental tal vez si. . . ❞

    Las páginas temblaban levemente bajo sus dedos, pero no por miedo.
    El texto no tenía lógica. Palabras truncadas, ideas que comenzaban y luego se disolvían, nombres que se repetían sin razón. Era como leer los pensamientos de un loco en medio de un ataque de fiebre.

    "Ebrietas dijo que este sería distinto..."

    Las palabras de su amada diosa resonaban aún en su cabeza. ❝ Este es el indicado. . . ❞ había dicho. Pero ¿indicado de qué?
    ¿Ascensión? ¿Trascendencia? ¿Una migaja más de verdad entre el vómito de los dormidos?

    —¿Cómo demonios puede esto ayudarme a ascender? —murmuró.
    Y al instante se arrepintió. No porque dudara —lo hacía constantemente—, sino porque dudar de Ebrietas era... sacrilegio.
    Un pecado que no se castiga con fuego, sino con silencio. Y el silencio de los Grandes era peor que la muerte.

    Así que siguió leyendo. Como un buen chico.

    Pasaron minutos. O tal vez siglos.
    La noción del tiempo se disolvía en los sueños, y Ephraim tenía la sensación de estar leyendo la misma línea desde hacía diez vidas. Pero no podía parar. No debía. Cada palabra era una escalinata, por más resbalosa y rota que fuera.

    Hasta que escuchó pasos.

    Eran reales, no imaginarios. No en su cabeza.
    Pasos que no deberían estar allí.

    Sus ojos se alzaron con desgano. El rostro no cambió. No se cubrió, no se tensó. No tenía por qué. Las pequeñas gotas de sangre seca en su mejilla izquierda, el rastro violáceo bajo sus uñas, el olor metálico de la violencia que solo habia pasado hace un par de horas... todo seguía allí. No había necesidad de disimular.

    ¿Quién era este soñador?
    No lo recordaba. No lo reconocía. No importaba.

    Pero su sonrisa —esa mueca torpe, que no sabía cómo doblar bien los músculos— apareció como una marioneta que intenta imitar la expresión humana sin haberla entendido jamás.
    Una sonrisa vacía.

    —¡Ah... al fin! A quien buscaba.

    Apoyó los codos sobre la mesa con un movimiento pesado, casi teatral, como si acabara de encontrar un respiro en medio de la desesperación.
    — Ven. Siéntate. Este libro es un sinsentido absoluto... y dudo que Ebrietas tolere otra noche de mis quejas.

    Lo observó, inclinando ligeramente la cabeza.
    Los ojos no parpadeaban.
    El tono era suave, casi dulce.

    —¿Qué eres tú? ¿Que tienes de especial que ha llamado la atencion de Ebrietas? —dio un golpecito con el dedo índice en el libro— ¿Una marca en el alma? ¿Cicatrices?

    La sonrisa no desapareció por ningún momento. —¡Ah! Tú no eres normal, claro que no.

    ⋆˚꩜。 𝑲𝒚𝒐
    La habitación era sorprendentemente hermosa. Amplia, silenciosa, bañada por una luz blanca que no venía de ninguna fuente visible. No era cálida, ni fría. Solo... neutra. Suave, como si el aire estuviera cubierto por una manta de terciopelo. El suelo brillaba con una pulcritud absurda, casi ofensiva para alguien que vivía entre frascos ensangrentados y códices empapados en baba cósmica. Ephraim, sin embargo, se encontraba allí... en su rincón. Sentado de manera absurda, fetal, sobre una silla que seguramente no fue diseñada para eso. Las piernas contra el pecho, los brazos cruzados sobre las espinillas, y un grueso libro encajado entre las rodillas y el mentón. Desde fuera, parecía una figura arrancada de un cuadro surrealista; desde dentro, era simplemente funcional. Esa postura lo ayudaba a pensar. O, al menos, a ignorar lo demás. No era una biblioteca pensada por el soñador; eso estaba claro. Era suya. Su espacio. Porque en los sueños —y solo allí— podía existir, robarse un rincón del subconsciente de otro, podía pensar, meditar, sin que su usuario se enterara de que había un intruso entre los pliegues del subconsciente. Hoy no llevaba ni su máscara ni su gorro. Su rostro, pálido y manchado por delgados rastros secos de sangre ajena, estaba completamente expuesto. Su cabello caía sobre sus hombros, desordenado, pegado en algunos mechones por algún fluido que mejor no nombrar. Sus ojos, sin embargo, eran la parte más perturbadora: fijos, inmóviles, como si no parpadearan desde hacía horas. No miraban al frente, sino al interior del libro que sostenía. ❝ Ah, que molesto. . . ❞ susurró para sí, como si alguien más pudiera o debiera escuchar su desdén. ❝ Esto no es conocimiento, diarrea mental tal vez si. . . ❞ Las páginas temblaban levemente bajo sus dedos, pero no por miedo. El texto no tenía lógica. Palabras truncadas, ideas que comenzaban y luego se disolvían, nombres que se repetían sin razón. Era como leer los pensamientos de un loco en medio de un ataque de fiebre. "Ebrietas dijo que este sería distinto..." Las palabras de su amada diosa resonaban aún en su cabeza. ❝ Este es el indicado. . . ❞ había dicho. Pero ¿indicado de qué? ¿Ascensión? ¿Trascendencia? ¿Una migaja más de verdad entre el vómito de los dormidos? —¿Cómo demonios puede esto ayudarme a ascender? —murmuró. Y al instante se arrepintió. No porque dudara —lo hacía constantemente—, sino porque dudar de Ebrietas era... sacrilegio. Un pecado que no se castiga con fuego, sino con silencio. Y el silencio de los Grandes era peor que la muerte. Así que siguió leyendo. Como un buen chico. Pasaron minutos. O tal vez siglos. La noción del tiempo se disolvía en los sueños, y Ephraim tenía la sensación de estar leyendo la misma línea desde hacía diez vidas. Pero no podía parar. No debía. Cada palabra era una escalinata, por más resbalosa y rota que fuera. Hasta que escuchó pasos. Eran reales, no imaginarios. No en su cabeza. Pasos que no deberían estar allí. Sus ojos se alzaron con desgano. El rostro no cambió. No se cubrió, no se tensó. No tenía por qué. Las pequeñas gotas de sangre seca en su mejilla izquierda, el rastro violáceo bajo sus uñas, el olor metálico de la violencia que solo habia pasado hace un par de horas... todo seguía allí. No había necesidad de disimular. ¿Quién era este soñador? No lo recordaba. No lo reconocía. No importaba. Pero su sonrisa —esa mueca torpe, que no sabía cómo doblar bien los músculos— apareció como una marioneta que intenta imitar la expresión humana sin haberla entendido jamás. Una sonrisa vacía. —¡Ah... al fin! A quien buscaba. Apoyó los codos sobre la mesa con un movimiento pesado, casi teatral, como si acabara de encontrar un respiro en medio de la desesperación. — Ven. Siéntate. Este libro es un sinsentido absoluto... y dudo que Ebrietas tolere otra noche de mis quejas. Lo observó, inclinando ligeramente la cabeza. Los ojos no parpadeaban. El tono era suave, casi dulce. —¿Qué eres tú? ¿Que tienes de especial que ha llamado la atencion de Ebrietas? —dio un golpecito con el dedo índice en el libro— ¿Una marca en el alma? ¿Cicatrices? La sonrisa no desapareció por ningún momento. —¡Ah! Tú no eres normal, claro que no. ⋆˚꩜。 [Heaven.01]
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  • 𝐄𝐏𝐇𝐑𝐀𝐈𝐌 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃𝐇𝐀𝐑𝐓 — Una extraña entidad aparece a veces entre sueños, se la reconoce por su túnica blanca, luminosa en la penumbra del mundo onírico, y por una máscara que cubre la mitad de su rostro, una máscara ciega, sin aberturas, como si mirar el mundo fuera innecesario para quien ya ha visto demasiado.
    Aquellos pocos que han tenido la fortuna —o la desgracia— de contemplarlo sin ella, hablan de un rostro juvenil, sereno, casi angelical, que contradice la vastedad incomprensible de su intelecto. Pero sus ojos… sus ojos no pertenecen a ese rostro. En ellos habita la locura, la devoción absoluta, la obsesión insondable.

    ¿Y qué hay que saber de él? No es más que una chispa de conciencia errante, una entidad menor en términos cósmicos, pero con siglos de obsesión acumulada. Viaja de sueño en sueño, cruzando la delgada membrana entre las mentes de los durmientes, como una brisa cargada de secretos. Encontrárselo no es imposible: tal vez lo encuentres en tus sueños como un personaje secundario. Ha vivido de esta manera por más de tres siglos, si es que puede llamarse vida.

    En su juventud, cuando aún conservaba un cuerpo físico, dedicó cada latido de su existencia a Ebrietas. La adoraba. Anhelaba la atención, su aprobación de su queria Grande. Quería volverse digno de Ella, quería convertirse en un ser tan divino como Los Grandes.
    Fue por eso que abandonó el mundo físico. ¿Qué valor tiene la carne, si es frágil? Comer, dormir, respirar… eran molestias triviales. Así, se dejó caer en un sueño profundo y sin fin, permitiendo que su cuerpo se pudriera con los años, olvidado en algún rincón de la realidad. Pero su mente siguió viva, atravesando los reinos oníricos. Allí, continúa buscando señales de Ebrietas, arrastrando consigo a aquellos que considera sus "hijos", sigue investigando. Porque aunque ha renunciado a lo humano, aún está lejos de su objetivo.
    𝐄𝐏𝐇𝐑𝐀𝐈𝐌 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃𝐇𝐀𝐑𝐓 — Una extraña entidad aparece a veces entre sueños, se la reconoce por su túnica blanca, luminosa en la penumbra del mundo onírico, y por una máscara que cubre la mitad de su rostro, una máscara ciega, sin aberturas, como si mirar el mundo fuera innecesario para quien ya ha visto demasiado. Aquellos pocos que han tenido la fortuna —o la desgracia— de contemplarlo sin ella, hablan de un rostro juvenil, sereno, casi angelical, que contradice la vastedad incomprensible de su intelecto. Pero sus ojos… sus ojos no pertenecen a ese rostro. En ellos habita la locura, la devoción absoluta, la obsesión insondable. ¿Y qué hay que saber de él? No es más que una chispa de conciencia errante, una entidad menor en términos cósmicos, pero con siglos de obsesión acumulada. Viaja de sueño en sueño, cruzando la delgada membrana entre las mentes de los durmientes, como una brisa cargada de secretos. Encontrárselo no es imposible: tal vez lo encuentres en tus sueños como un personaje secundario. Ha vivido de esta manera por más de tres siglos, si es que puede llamarse vida. En su juventud, cuando aún conservaba un cuerpo físico, dedicó cada latido de su existencia a Ebrietas. La adoraba. Anhelaba la atención, su aprobación de su queria Grande. Quería volverse digno de Ella, quería convertirse en un ser tan divino como Los Grandes. Fue por eso que abandonó el mundo físico. ¿Qué valor tiene la carne, si es frágil? Comer, dormir, respirar… eran molestias triviales. Así, se dejó caer en un sueño profundo y sin fin, permitiendo que su cuerpo se pudriera con los años, olvidado en algún rincón de la realidad. Pero su mente siguió viva, atravesando los reinos oníricos. Allí, continúa buscando señales de Ebrietas, arrastrando consigo a aquellos que considera sus "hijos", sigue investigando. Porque aunque ha renunciado a lo humano, aún está lejos de su objetivo.
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  • ❝ ¡Reúnanse todos! La reunión ha comenzado. ❞ La voz retumbó como una campana, infantil y cantarina, una voz que no debería tener cabida en un lugar tan importante como en el que se encontraban.
    ❝ Cierren sus puertas, ustedes. . . Dejen de escribir en sus diarios. Ella ha hablado otra vez. ❞

    Uno a uno, como sombras, los eruditos del Coro emergieron de los corredores enmohecidos. Se deslizaban entre las columnas del claustro interior con la serenidad incorpórea de un mal presagio. Vestían el blanco puro de la devoción, inmaculados, nadie preguntó quién los había convocado.

    Todos sabían que era Ephraim.

    El salón común, usualmente reservado a los que deliraban tras las transfusiones o lloraban bajo el peso de la revelación, había sido despejado a toda prisa. Los frascos con restos de investigación, los atlas anatómicos cubiertos de sangre, los mapas hurtados al Observatorio... todo fue apartado para dar lugar a quienes realmente comprendían lo que era tener hambre de conocimiento.

    Y allí estaba él. Ephraim.
    Sentado con sus iguales, aunque no había entre ellos ninguno que pudiera considerarse su par. Su porte era el de un noble de Yharnam: recto, elegante, casi hermoso bajo la penumbra. Pero su voz, oh... su voz era la de un niño somnoliento, leve y distante.

    ❝ Escuchen. . . ❞ susurró con una sonrisa torcida, imperfecta, como si la piel no supiera ya imitar la alegría humana. ❝ Ebrietas me ha hablado esta noche. Un cántico sin fin, un murmullo sobre el lugar donde se arrastra la simiente estelar. Debemos sembrarla. Debemos verla florecer. ❞

    Ninguno osó reír. Nadie parpadeó. A su alrededor, cuatro figuras permanecían atentas, prisioneras de su deber. Uno escribía con furia ciega, los dedos crispados, la pluma arañando el pergamino como si temiera olvidar incluso una sílaba. Los otros observaban en un silencio reverencial, ojos abiertos, como si intentaran tragar el conocimiento que le estaban ofreciendo.

    En el centro de la mesa, descansaba un frasco de vidrio reforzado. Y en su interior, latía algo.

    Una criatura.

    Palpitante, húmeda, apenas nacida. Sus múltiples ojos algunos abiertos, otros aún cerrados, se movían con lentitud. Los tentáculos blandos, suaves como carne en sueños, se contraían y estiraban en un ritmo ajeno al tiempo. Ephraim la contemplaba con devoción, como un escultor a su obra maestra aún inacabada. La alzó con ambas manos, y la criatura brilló levemente bajo la tenue luz del candil.

    ❝ Miren que bella es mi hija ❞ dijo, con una voz tan suave que dolía. ❝ Los susurros me guiaron... la hallé entre la sangre tibia de un niño muerto, y el sueño olvidado de una bestia hambrienta. La luz interior aún trabaja en ella. Aún no es perfecta. Pero pronto... muy pronto, hablará. ❞

    Los tentáculos se agitaron con delicadeza, casi en respuesta. Uno de los ojos se abrió con una lentitud ceremoniosa, y por un instante terrible, pareció que entendía. Ephraim ladeó la cabeza, como si escuchara una vocecita secreta que el resto apenas podía intuir.

    ❝ ¿También la oyes, pequeña? Sí. . . las estrellas están tan cerca. . . tan cerca. ❞
    ❝ ¡Reúnanse todos! La reunión ha comenzado. ❞ La voz retumbó como una campana, infantil y cantarina, una voz que no debería tener cabida en un lugar tan importante como en el que se encontraban. ❝ Cierren sus puertas, ustedes. . . Dejen de escribir en sus diarios. Ella ha hablado otra vez. ❞ Uno a uno, como sombras, los eruditos del Coro emergieron de los corredores enmohecidos. Se deslizaban entre las columnas del claustro interior con la serenidad incorpórea de un mal presagio. Vestían el blanco puro de la devoción, inmaculados, nadie preguntó quién los había convocado. Todos sabían que era Ephraim. El salón común, usualmente reservado a los que deliraban tras las transfusiones o lloraban bajo el peso de la revelación, había sido despejado a toda prisa. Los frascos con restos de investigación, los atlas anatómicos cubiertos de sangre, los mapas hurtados al Observatorio... todo fue apartado para dar lugar a quienes realmente comprendían lo que era tener hambre de conocimiento. Y allí estaba él. Ephraim. Sentado con sus iguales, aunque no había entre ellos ninguno que pudiera considerarse su par. Su porte era el de un noble de Yharnam: recto, elegante, casi hermoso bajo la penumbra. Pero su voz, oh... su voz era la de un niño somnoliento, leve y distante. ❝ Escuchen. . . ❞ susurró con una sonrisa torcida, imperfecta, como si la piel no supiera ya imitar la alegría humana. ❝ Ebrietas me ha hablado esta noche. Un cántico sin fin, un murmullo sobre el lugar donde se arrastra la simiente estelar. Debemos sembrarla. Debemos verla florecer. ❞ Ninguno osó reír. Nadie parpadeó. A su alrededor, cuatro figuras permanecían atentas, prisioneras de su deber. Uno escribía con furia ciega, los dedos crispados, la pluma arañando el pergamino como si temiera olvidar incluso una sílaba. Los otros observaban en un silencio reverencial, ojos abiertos, como si intentaran tragar el conocimiento que le estaban ofreciendo. En el centro de la mesa, descansaba un frasco de vidrio reforzado. Y en su interior, latía algo. Una criatura. Palpitante, húmeda, apenas nacida. Sus múltiples ojos algunos abiertos, otros aún cerrados, se movían con lentitud. Los tentáculos blandos, suaves como carne en sueños, se contraían y estiraban en un ritmo ajeno al tiempo. Ephraim la contemplaba con devoción, como un escultor a su obra maestra aún inacabada. La alzó con ambas manos, y la criatura brilló levemente bajo la tenue luz del candil. ❝ Miren que bella es mi hija ❞ dijo, con una voz tan suave que dolía. ❝ Los susurros me guiaron... la hallé entre la sangre tibia de un niño muerto, y el sueño olvidado de una bestia hambrienta. La luz interior aún trabaja en ella. Aún no es perfecta. Pero pronto... muy pronto, hablará. ❞ Los tentáculos se agitaron con delicadeza, casi en respuesta. Uno de los ojos se abrió con una lentitud ceremoniosa, y por un instante terrible, pareció que entendía. Ephraim ladeó la cabeza, como si escuchara una vocecita secreta que el resto apenas podía intuir. ❝ ¿También la oyes, pequeña? Sí. . . las estrellas están tan cerca. . . tan cerca. ❞
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  • 𝑺𝑨𝑵𝑬𝑴 𝑫𝑬𝑴𝑰𝑹



    Quizá haya algo peor que los sueños perdidos...perder el deseo de soñar otra vez
    𝑺𝑨𝑵𝑬𝑴 𝑫𝑬𝑴𝑰𝑹 ✿ Quizá haya algo peor que los sueños perdidos...perder el deseo de soñar otra vez
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  • - “Canciones para el invierno”

    La ciudad estaba envuelta en nieve, como si alguien hubiese sacudido una bola de cristal. Las luces cálidas de los edificios dibujaban reflejos dorados en los charcos helados del asfalto. Y entre todo ese ajetreo congelado, caminaba Aria con su abrigo grueso, los audífonos cubriéndole las orejas, y una pequeña criatura sobre su cabeza: su gato blanco, Nimbus, el compañero perfecto de sus rutas sin destino.

    No necesitaba un rumbo. Solo música.

    Con cada paso, los copos de nieve parecían bailar a su alrededor, y los pensamientos se le mezclaban con la voz suave que salía de su lista de reproducción. Era una tarde más, sí, pero en su mente era una escena de película. Como siempre.

    Cerró los ojos un segundo, inspiró el aire helado, y pensó en él.

    Ese chico que solía encontrar en el café de la esquina. El que siempre tenía una libreta en las manos y un café frío en la otra. El que nunca dijo su nombre, pero le sonreía como si la conociera desde otra vida.

    —“Tal vez mañana lo vuelva a ver…” —susurró, mientras Nimbus soltaba un pequeño maullido sobre su cabeza.

    Y siguió caminando. Entre la nieve, la música y los sueños suspendidos.

    - “Canciones para el invierno” La ciudad estaba envuelta en nieve, como si alguien hubiese sacudido una bola de cristal. Las luces cálidas de los edificios dibujaban reflejos dorados en los charcos helados del asfalto. Y entre todo ese ajetreo congelado, caminaba Aria con su abrigo grueso, los audífonos cubriéndole las orejas, y una pequeña criatura sobre su cabeza: su gato blanco, Nimbus, el compañero perfecto de sus rutas sin destino. No necesitaba un rumbo. Solo música. Con cada paso, los copos de nieve parecían bailar a su alrededor, y los pensamientos se le mezclaban con la voz suave que salía de su lista de reproducción. Era una tarde más, sí, pero en su mente era una escena de película. Como siempre. Cerró los ojos un segundo, inspiró el aire helado, y pensó en él. Ese chico que solía encontrar en el café de la esquina. El que siempre tenía una libreta en las manos y un café frío en la otra. El que nunca dijo su nombre, pero le sonreía como si la conociera desde otra vida. —“Tal vez mañana lo vuelva a ver…” —susurró, mientras Nimbus soltaba un pequeño maullido sobre su cabeza. Y siguió caminando. Entre la nieve, la música y los sueños suspendidos.
    Me encocora
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  • ⸻ ❝Muy bien, ahora me retiro
    Siguiendo un cielo rosa.
    Llegaré hacia mi destino,
    Y tú, por tu camino

    No lo olvidaré,
    Pues en mi corazón te llevaré.
    Tal vez solo en mis sueños seguiré
    El camino que nunca terminamos

    Un día tú me olvidarás
    Y en un cofre guardarás
    Los recuerdos cantando en armonía.

    Solo frías gotas son,
    El pasado en mi canción.
    Yo te amo como en aquel día.

    Muy bien, si así lo decides.
    No dejaré de caminar.
    Pido que mucho te cuides.
    Para no tener que parar.

    Sé que valiente
    Decidiste levantar tu frente.
    Dejar toda locura y disfrutar
    Todo un mundo de nuevas aventuras... ❞ ⸻
    ⸻ ❝Muy bien, ahora me retiro Siguiendo un cielo rosa. Llegaré hacia mi destino, Y tú, por tu camino No lo olvidaré, Pues en mi corazón te llevaré. Tal vez solo en mis sueños seguiré El camino que nunca terminamos Un día tú me olvidarás Y en un cofre guardarás Los recuerdos cantando en armonía. Solo frías gotas son, El pasado en mi canción. Yo te amo como en aquel día. Muy bien, si así lo decides. No dejaré de caminar. Pido que mucho te cuides. Para no tener que parar. Sé que valiente Decidiste levantar tu frente. Dejar toda locura y disfrutar Todo un mundo de nuevas aventuras... ❞ ⸻
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  • - Me dijiste que me querías...¿Está es tu manera de amar?. ¿Me dices que me quieres para luego irte? - G
    - Tal vez...Mi límite para amarte sea este. No importa lo mucho que te quiera. Tal vez esto sea todo - J

    Entonces empezó a sonar...

    Probablemente no estoy en tus sueños,
    Probablemente no tengas recuerdo de nosotros, sin embargo, soy yo la que te ve
    Y las lágrimas vuelven a salir otra vez

    La palabra "amor" está en mi boca,
    Solo una vez más,
    Solo una vez más, extrañándote,

    Pienso en ti todos los días
    Mi corazón está afectado en estos días tristes,
    “Quiero verte”, está en mis labios,

    Esa no porque lloró(?. Me acuerdo de Gu Jun Pyo corriendo detrás del bus por Jandi. Esas si eran las reales acciones. Se me va a meter una navaja en el cuello, jaja.
    - Me dijiste que me querías...¿Está es tu manera de amar?. ¿Me dices que me quieres para luego irte? - G - Tal vez...Mi límite para amarte sea este. No importa lo mucho que te quiera. Tal vez esto sea todo - J Entonces empezó a sonar... Probablemente no estoy en tus sueños, Probablemente no tengas recuerdo de nosotros, sin embargo, soy yo la que te ve Y las lágrimas vuelven a salir otra vez La palabra "amor" está en mi boca, Solo una vez más, Solo una vez más, extrañándote, Pienso en ti todos los días Mi corazón está afectado en estos días tristes, “Quiero verte”, está en mis labios, Esa no porque lloró(?. Me acuerdo de Gu Jun Pyo corriendo detrás del bus por Jandi. Esas si eran las reales acciones. Se me va a meter una navaja en el cuello, jaja.
    Me shockea
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    𝐌𝐄𝐓𝐄𝐌𝐄 en tus sueños.
    𝐓𝐔 esperanza vive en mi,
    𝐕𝐄𝐑güenza tengo de escribirte.
    𝐆𝐀nas de abrazar tu alma...
    𝐌𝐄𝐓𝐄𝐌𝐄 en tus sueños. 𝐓𝐔 esperanza vive en mi, 𝐕𝐄𝐑güenza tengo de escribirte. 𝐆𝐀nas de abrazar tu alma...
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