• – Odio las fotos desprevenidas así que ni se te ocurra subir...

    (Su hermano menor subiendo la foto a redes sociales.)

    – Suspira y solo observa la foto.–

    – Salí mejor de lo que pensé, tómame otra.
    – Odio las fotos desprevenidas así que ni se te ocurra subir... (Su hermano menor subiendo la foto a redes sociales.) – Suspira y solo observa la foto.– – Salí mejor de lo que pensé, tómame otra.
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  • El gua tocaba la pálida piel de Hanako, el trabajo le acortaba la vida social, la tarde amenazaba con caer, pero eso no le importo, era su momento y donde quería estar.

    —Haré lo posible para venir más seguido, lo prometo.

    El gua tocaba la pálida piel de Hanako, el trabajo le acortaba la vida social, la tarde amenazaba con caer, pero eso no le importo, era su momento y donde quería estar. —Haré lo posible para venir más seguido, lo prometo.
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  • El reloj colgado sobre la caja registradora avanzaba con una lentitud exasperante. Las agujas parecían burlarse de Carmina mientras ella apoyaba los codos en el mostrador, jugando distraídamente con un mechón de su cabello pelirrojo. La tienda de conveniencia estaba tan vacía como siempre en días festivos, y el suave zumbido del refrigerador de bebidas era el único sonido que le hacía compañía.

    —¿Por qué tenía que aceptar cubrir el turno hoy...? —murmuró, echando un vistazo al teléfono en sus manos.

    Su abuela, Lucia, había salido temprano para aprovechar las ofertas de San Valentín, dejando a Carmina a cargo del negocio. Pero no había entrado un solo cliente en toda la tarde. Se suponía que las tiendas hacían su agosto vendiendo chocolates y flores en este día, ¿no? Claro, excepto la de su familia.

    Con un suspiro, desbloqueó el teléfono y abrió sus redes sociales. Lo primero que vio fue una foto de Bianca, su amiga de la secundaria, sonriendo junto a un enorme ramo de rosas rojas. “Para la mejor novia del mundo”, decía el pie de foto, seguido de un montón de emojis de corazón. Carmina frunció el ceño, deslizando hacia abajo.

    Otra foto, esta vez de Alessia y su novio cenando en un restaurante elegante. Luego, un video de Giovanna abriendo una caja con un oso de peluche tan grande que apenas cabía en el marco. Siguió deslizando, viendo más y más parejas sonrientes, besos robados, manos entrelazadas, regalos brillantes...

    Sintió una punzada en el pecho y dejó escapar un bufido frustrado.

    —¿Qué tienen ellas que yo no...? —soltó en voz alta, su voz rebotando en las paredes silenciosas de la tienda—. ¡Digo, no es como si fuera horrible! ¿Verdad?

    Giró el teléfono hacia la cámara frontal y se observó en la pantalla. Su melena roja caía en suaves ondas alrededor de su rostro, sus ojos verdes eran grandes y brillantes, y sus pecas le daban un toque juvenil. Frunció el ceño y ladeó la cabeza, tratando de ver lo que los demás veían.

    —No soy fea... entonces... ¿cuál es el problema?

    Cruzó los brazos, apoyándose contra el mostrador. Recordó las veces que había salido en citas, todas tan desastrosas que apenas podía contarlas sin que le diera vergüenza. El chico que se pasó toda la cena hablando de su ex. El que “olvidó” su billetera. El que simplemente nunca volvió a llamarla. Y, claro, aquel con quien realmente pensó que había una chispa... solo para descubrir que había vuelto con su novia de siempre.

    —¿Por qué siempre me toca lo peor del lote...? —gruñó, apretando los labios—. ¿Será que no soy lo suficientemente interesante? ¿O demasiado directa?

    Apoyó la frente en el mostrador, dejando escapar un suspiro que sonó más a un gemido. Se sintió tonta al recordar las pocas veces que, de verdad, había sentido algo genuino por alguien. Contadas ocasiones en las que su corazón latió más rápido, en las que pensó que tal vez, solo tal vez, las cosas funcionarían. Pero siempre terminaban de la misma manera: con la otra persona desapareciendo sin dejar rastro, como si ella fuera tan insignificante que ni siquiera merecía una despedida.

    —¿Es mucho pedir un poco de estabilidad...? —murmuró, pateando el mostrador con suavidad—. ¿Alguien que no salga corriendo a la primera de cambios? ¿O que no resulte ser un completo idiota?

    Levantó la vista hacia el reloj, que parecía haberse congelado en el tiempo. San Valentín era una estupidez.

    —¿Por qué tienen que restregármelo en la cara...? —farfulló, lanzando una mirada amarga al teléfono antes de apagar la pantalla y tirarlo sobre el mostrador.

    Se quedó en silencio, escuchando el zumbido del refrigerador y el eco de sus propios pensamientos. Se sentía pequeña, ridícula. Como si fuera la única en todo el mundo atrapada en una tienda vacía, sin chocolates, sin flores, y sin nadie que le dijera que era suficiente tal y como era.

    —A lo mejor... —su voz se suavizó, casi un susurro—. A lo mejor simplemente no estoy hecha para esto...

    Cerró los ojos, abrazándose a sí misma mientras el zumbido del refrigerador seguía llenando el vacío.
    El reloj colgado sobre la caja registradora avanzaba con una lentitud exasperante. Las agujas parecían burlarse de Carmina mientras ella apoyaba los codos en el mostrador, jugando distraídamente con un mechón de su cabello pelirrojo. La tienda de conveniencia estaba tan vacía como siempre en días festivos, y el suave zumbido del refrigerador de bebidas era el único sonido que le hacía compañía. —¿Por qué tenía que aceptar cubrir el turno hoy...? —murmuró, echando un vistazo al teléfono en sus manos. Su abuela, Lucia, había salido temprano para aprovechar las ofertas de San Valentín, dejando a Carmina a cargo del negocio. Pero no había entrado un solo cliente en toda la tarde. Se suponía que las tiendas hacían su agosto vendiendo chocolates y flores en este día, ¿no? Claro, excepto la de su familia. Con un suspiro, desbloqueó el teléfono y abrió sus redes sociales. Lo primero que vio fue una foto de Bianca, su amiga de la secundaria, sonriendo junto a un enorme ramo de rosas rojas. “Para la mejor novia del mundo”, decía el pie de foto, seguido de un montón de emojis de corazón. Carmina frunció el ceño, deslizando hacia abajo. Otra foto, esta vez de Alessia y su novio cenando en un restaurante elegante. Luego, un video de Giovanna abriendo una caja con un oso de peluche tan grande que apenas cabía en el marco. Siguió deslizando, viendo más y más parejas sonrientes, besos robados, manos entrelazadas, regalos brillantes... Sintió una punzada en el pecho y dejó escapar un bufido frustrado. —¿Qué tienen ellas que yo no...? —soltó en voz alta, su voz rebotando en las paredes silenciosas de la tienda—. ¡Digo, no es como si fuera horrible! ¿Verdad? Giró el teléfono hacia la cámara frontal y se observó en la pantalla. Su melena roja caía en suaves ondas alrededor de su rostro, sus ojos verdes eran grandes y brillantes, y sus pecas le daban un toque juvenil. Frunció el ceño y ladeó la cabeza, tratando de ver lo que los demás veían. —No soy fea... entonces... ¿cuál es el problema? Cruzó los brazos, apoyándose contra el mostrador. Recordó las veces que había salido en citas, todas tan desastrosas que apenas podía contarlas sin que le diera vergüenza. El chico que se pasó toda la cena hablando de su ex. El que “olvidó” su billetera. El que simplemente nunca volvió a llamarla. Y, claro, aquel con quien realmente pensó que había una chispa... solo para descubrir que había vuelto con su novia de siempre. —¿Por qué siempre me toca lo peor del lote...? —gruñó, apretando los labios—. ¿Será que no soy lo suficientemente interesante? ¿O demasiado directa? Apoyó la frente en el mostrador, dejando escapar un suspiro que sonó más a un gemido. Se sintió tonta al recordar las pocas veces que, de verdad, había sentido algo genuino por alguien. Contadas ocasiones en las que su corazón latió más rápido, en las que pensó que tal vez, solo tal vez, las cosas funcionarían. Pero siempre terminaban de la misma manera: con la otra persona desapareciendo sin dejar rastro, como si ella fuera tan insignificante que ni siquiera merecía una despedida. —¿Es mucho pedir un poco de estabilidad...? —murmuró, pateando el mostrador con suavidad—. ¿Alguien que no salga corriendo a la primera de cambios? ¿O que no resulte ser un completo idiota? Levantó la vista hacia el reloj, que parecía haberse congelado en el tiempo. San Valentín era una estupidez. —¿Por qué tienen que restregármelo en la cara...? —farfulló, lanzando una mirada amarga al teléfono antes de apagar la pantalla y tirarlo sobre el mostrador. Se quedó en silencio, escuchando el zumbido del refrigerador y el eco de sus propios pensamientos. Se sentía pequeña, ridícula. Como si fuera la única en todo el mundo atrapada en una tienda vacía, sin chocolates, sin flores, y sin nadie que le dijera que era suficiente tal y como era. —A lo mejor... —su voz se suavizó, casi un susurro—. A lo mejor simplemente no estoy hecha para esto... Cerró los ojos, abrazándose a sí misma mientras el zumbido del refrigerador seguía llenando el vacío.
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  • — "El día de hoy tomaré el corazón de Chainsaw Man." ♡

    El día de los enamorados... Yo, una vez más, prefiero relacionar su significancia comparándola con la del arcana perteneciente al tarot. El arcana de los amantes representa un conflicto, y llegar a una resolución.

    Aunque este día se adorna mediante dibujos de cupido cargando flechas, ese dibujo es más representativo de la idea de vacilación y decisión entre la forma "correcta" y la forma "fácil"

    En algunos medios, se asocian estas cualidades con personas que pueden brindar apoyo o sanación. Aunque en algunos casos, son seres asociados con la unión de dos personas, o en un termino más general...

    Existencias que están ligadas al amor. ♡

    Por lo cual, una simple felicitación, un amable recordatorio, o un motivo para festejar es justificable. Después de todo, la peculiaridad de estos eventos son el énfasis en la interacción social, y la alegría.

    Especialmente... si tienes motivos para robar el corazón de alguien. ♡
    — "El día de hoy tomaré el corazón de Chainsaw Man." ♡ El día de los enamorados... Yo, una vez más, prefiero relacionar su significancia comparándola con la del arcana perteneciente al tarot. El arcana de los amantes representa un conflicto, y llegar a una resolución. Aunque este día se adorna mediante dibujos de cupido cargando flechas, ese dibujo es más representativo de la idea de vacilación y decisión entre la forma "correcta" y la forma "fácil" En algunos medios, se asocian estas cualidades con personas que pueden brindar apoyo o sanación. Aunque en algunos casos, son seres asociados con la unión de dos personas, o en un termino más general... Existencias que están ligadas al amor. ♡ Por lo cual, una simple felicitación, un amable recordatorio, o un motivo para festejar es justificable. Después de todo, la peculiaridad de estos eventos son el énfasis en la interacción social, y la alegría. Especialmente... si tienes motivos para robar el corazón de alguien. ♡
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  • « Uno de los conceptos más usados en la física es el de caída libre. Es un movimiento en el que se deja caer un objeto desde cierta altura y mientras este cae, no existe ninguna resistencia o elemento que se aparezca en su camino para interrumpirlo.»

    Al calcular la caída libre de un objeto no se tiene en cuenta la resistencia del aire, pero sí hay ciertos puntos que deben considerarse: La altura desde la que se lanzará el objeto, el tiempo que el objeto tardará en caer y golpear el suelo, la aceleración de la gravedad, la posición final y, no menos importante, la velocidad final. Todos esos puntos son necesarios para realizar un cálculo acertado de caída libre, sin embargo, hay que considerar la masa del objeto en cuestión para que el resultado esté más próximo de lo real.

    La mente de Alhaitham, cuando algo se le metía a la cabeza, no descansaba hasta encontrar las respuestas que necesitaba. Aún no podía creer todas las ideas que había tenido solo por mirar el vaso de café que aún sostenía en su mano. Desde el tercer piso de la facultad de ciencias sociales, se preguntaba el impacto que podría tener el objeto si lo dejaba caer desde allí. ¿Era posible golpear con ello a una persona? ¿Qué clase de cálculos debería tener en consideración para que, en el momento que arrojara el vaso, alguien cruzara y recibiera el impacto? En un edificio con tanto movimiento, creía que la cantidad de variables era finita y más fácil de determinar en horarios específicos. En los cambios de clase, siempre habría uno o dos estudiantes que salían al escuchar las alarmas en sus relojes para el cambio de clase, así que esos podían ser sujetos de estudio perfectos. ¿El problema? Que no tenía una justificación real más allá de su curiosidad y la posibilidad de redactar algún ensayo sobre cómo los hombres responden ante las situaciones de estrés ocasionadas por un ente ajeno a su entorno. Era una buena idea, con grandes enfoques y vertientes que se podían tomar para justificarlo como un acto de aprendizaje más que de vandalismo.

    Pero, ¿qué había originado esa idea? La clase de física avanzada del primer bloque sin duda no era la culpable, tampoco lo eran sus compañeros que debatían sobre posibles temas de exposición sobre principios básicos de las matemáticas o el álgebra. Todo se debía a la persona que estaba a su lado, de la facultad de Arquitectura, y que parecía molesto por no prestarle atención a todas sus quejas sinsentido sobre lo difícil que era su carrera, sobre cómo tenía ojeras en las ojeras por hacer maquetas durante semanas o, porque a mitad de la noche, el renderizado de su modelo 3D se había ido a la basura en el momento que el programa se cerró de improvisto. Kaveh siempre era dramático, un poco exagerado quizá, pero siempre se ahogaba en vaso de agua mientras que Alhaitham dejaba la vida correr igual que su playlist de los Arctic Monkeys.

    — El aleteo de una mariposa en un lado del mundo, es capaz de producir una lluvia torrencial en el otro. —Habló para sí mismo mientras que su atención seguía fija en la planta baja, en ese espacio libre donde se escuchaba el bullicio: La diversión, las quejas, las súplicas por unas décimas más, la felicidad de los que habían pasado un examen que creían perdido y el sufrimiento de los que debían esperar otra hora para acabar sus clases.— Crees... ¿Cuáles crees que son las probabilidades de que alguno de ellos sea un profesor? ¿Y cuáles crees que sean las probabilidades de que un vaso de café termine derramándose encima de él? —Sus enigmas, aunque fuesen pronunciados por su boca, no parecían tener a alguien concreto que los recibiera. Solo era una manera de hablar en voz alta para sí mismo para comenzar su estudio científico: El planteamiento de dudas, una hipótesis que refutar o afirmar. Muchas cosas comenzaron a cruzar por su mente y múltiples fórmulas matemáticas se resolvieron, sin dificultad, en la mente de aquel que llamaban "genio" de la facultad de ciencias sociales.

    — Está amargo. —Agregó, luego de quebrar sus cálculos, cuando le dio un sorbo a la bebida. Odiaba no haber comprado en su cafetería de siempre, la marca de siempre y el preparado de siempre. ¿Y si usaba eso como justificación para su experimento? Suspiró. El vaso de café se agitó entre sus dedos, de atrás al frente, mientras que siguió dudando.— Necesito calcular y determinar más variables. Otro día será.

    #AU
    « Uno de los conceptos más usados en la física es el de caída libre. Es un movimiento en el que se deja caer un objeto desde cierta altura y mientras este cae, no existe ninguna resistencia o elemento que se aparezca en su camino para interrumpirlo.» Al calcular la caída libre de un objeto no se tiene en cuenta la resistencia del aire, pero sí hay ciertos puntos que deben considerarse: La altura desde la que se lanzará el objeto, el tiempo que el objeto tardará en caer y golpear el suelo, la aceleración de la gravedad, la posición final y, no menos importante, la velocidad final. Todos esos puntos son necesarios para realizar un cálculo acertado de caída libre, sin embargo, hay que considerar la masa del objeto en cuestión para que el resultado esté más próximo de lo real. La mente de Alhaitham, cuando algo se le metía a la cabeza, no descansaba hasta encontrar las respuestas que necesitaba. Aún no podía creer todas las ideas que había tenido solo por mirar el vaso de café que aún sostenía en su mano. Desde el tercer piso de la facultad de ciencias sociales, se preguntaba el impacto que podría tener el objeto si lo dejaba caer desde allí. ¿Era posible golpear con ello a una persona? ¿Qué clase de cálculos debería tener en consideración para que, en el momento que arrojara el vaso, alguien cruzara y recibiera el impacto? En un edificio con tanto movimiento, creía que la cantidad de variables era finita y más fácil de determinar en horarios específicos. En los cambios de clase, siempre habría uno o dos estudiantes que salían al escuchar las alarmas en sus relojes para el cambio de clase, así que esos podían ser sujetos de estudio perfectos. ¿El problema? Que no tenía una justificación real más allá de su curiosidad y la posibilidad de redactar algún ensayo sobre cómo los hombres responden ante las situaciones de estrés ocasionadas por un ente ajeno a su entorno. Era una buena idea, con grandes enfoques y vertientes que se podían tomar para justificarlo como un acto de aprendizaje más que de vandalismo. Pero, ¿qué había originado esa idea? La clase de física avanzada del primer bloque sin duda no era la culpable, tampoco lo eran sus compañeros que debatían sobre posibles temas de exposición sobre principios básicos de las matemáticas o el álgebra. Todo se debía a la persona que estaba a su lado, de la facultad de Arquitectura, y que parecía molesto por no prestarle atención a todas sus quejas sinsentido sobre lo difícil que era su carrera, sobre cómo tenía ojeras en las ojeras por hacer maquetas durante semanas o, porque a mitad de la noche, el renderizado de su modelo 3D se había ido a la basura en el momento que el programa se cerró de improvisto. Kaveh siempre era dramático, un poco exagerado quizá, pero siempre se ahogaba en vaso de agua mientras que Alhaitham dejaba la vida correr igual que su playlist de los Arctic Monkeys. — El aleteo de una mariposa en un lado del mundo, es capaz de producir una lluvia torrencial en el otro. —Habló para sí mismo mientras que su atención seguía fija en la planta baja, en ese espacio libre donde se escuchaba el bullicio: La diversión, las quejas, las súplicas por unas décimas más, la felicidad de los que habían pasado un examen que creían perdido y el sufrimiento de los que debían esperar otra hora para acabar sus clases.— Crees... ¿Cuáles crees que son las probabilidades de que alguno de ellos sea un profesor? ¿Y cuáles crees que sean las probabilidades de que un vaso de café termine derramándose encima de él? —Sus enigmas, aunque fuesen pronunciados por su boca, no parecían tener a alguien concreto que los recibiera. Solo era una manera de hablar en voz alta para sí mismo para comenzar su estudio científico: El planteamiento de dudas, una hipótesis que refutar o afirmar. Muchas cosas comenzaron a cruzar por su mente y múltiples fórmulas matemáticas se resolvieron, sin dificultad, en la mente de aquel que llamaban "genio" de la facultad de ciencias sociales. — Está amargo. —Agregó, luego de quebrar sus cálculos, cuando le dio un sorbo a la bebida. Odiaba no haber comprado en su cafetería de siempre, la marca de siempre y el preparado de siempre. ¿Y si usaba eso como justificación para su experimento? Suspiró. El vaso de café se agitó entre sus dedos, de atrás al frente, mientras que siguió dudando.— Necesito calcular y determinar más variables. Otro día será. #AU
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  • Se ha pasado el día practicando con su espada de hierro estigio en la zona de práctica del campamento. Tal como prometió, se quedó alrededor a pesar de nunca haber sido del tipo que disfruta socializar con los otros semidioses de la zona.

    Pero... Habían un par que no le habían desagradado.

    En cualquier caso, su pecho subía y bajaba con su respiración agitada mientras que sostenía la espada entre sus manos con firmeza. «¿Qué hora es?» Realmente, no había notado el tiempo pasar mientras que su cuerpo iba progresivamente cansándose.
    Se ha pasado el día practicando con su espada de hierro estigio en la zona de práctica del campamento. Tal como prometió, se quedó alrededor a pesar de nunca haber sido del tipo que disfruta socializar con los otros semidioses de la zona. Pero... Habían un par que no le habían desagradado. En cualquier caso, su pecho subía y bajaba con su respiración agitada mientras que sostenía la espada entre sus manos con firmeza. «¿Qué hora es?» Realmente, no había notado el tiempo pasar mientras que su cuerpo iba progresivamente cansándose.
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  • Poppy Davies apoyó la cabeza contra la ventanilla del Impala y dejó escapar un pequeño bostezo.

    — Recuérdame otra vez por qué estoy siendo "𝘰𝘣𝘭𝘪𝘨𝘢𝘥𝘢" a esto… —murmuró, cruzando los brazos con expresión de fastidio.

    DEAN WINCHESTER, al volante, giró la cabeza hacia ella con una sonrisa burlona.

    — Porque necesitamos salir, socializar, vivir un poco.

    — ¿Y tu idea de "vivir un poco" es ir a un partido de baloncesto?

    Dean puso los ojos en blanco.

    — Oh, vamos, Pops. No es una cacería, no hay fantasmas, vampiros ni demonios. Solo un estadio, cerveza fría y un montón de tipos lanzando una pelota. Un descanso de lo sobrenatural.

    Poppy ladeó la cabeza hacia él, claramente poco convencida.

    — La última vez que dijiste "un descanso de lo sobrenatural", terminamos atrapados en un cine encantado con un espíritu obsesionado con las películas de los años 50.

    Dean soltó una carcajada.

    — Bueno, técnicamente, eso no fue mi culpa.

    — Ajá, claro —resopló ella, mirando por la ventana—. Solo digo que si algo raro pasa en este partido, te lo restregaré en la cara.

    — Lo acepto —dijo Dean con un encogimiento de hombros—, pero relájate, princesa. Hoy solo vamos a disfrutar. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo normal?

    Poppy parpadeó, dándose cuenta de que no tenía una respuesta inmediata. Con una mueca resignada, dejó escapar otro pequeño bostezo y apoyó la mejilla en la palma de su mano.

    — Está bien, pero si esto se vuelve aburrido, quiero comida gratis.

    Dean sonrió con suficiencia.

    —Trato hecho. Pero te advierto, Pomerania… después de esta noche, puede que hasta te guste el baloncesto.

    Ella arqueó una ceja, pero la sonrisa que intentó ocultar traicionó su desinterés fingido. Mientras el Impala rugía por la carretera, Poppy solo podía esperar que, por una vez, Dean tuviera razón y esto fuera solo un partido.

    El estadio estaba abarrotado, las luces brillaban intensamente sobre la cancha de madera pulida y el bullicio de la multitud hacía que Poppy se sintiera fuera de lugar. Se ajustó la chaqueta y miró a su alrededor con expresión de escepticismo mientras Dean, emocionado como un niño en Navidad, la guiaba hasta sus asientos de pista.

    — Mira esto, Pops. Asientos perfectos, buena vista de la cancha y, lo mejor de todo… —Dean se giró con una sonrisa orgullosa y levantó dos vasos de cerveza—. La magia del baloncesto servida fría.

    Poppy tomó el suyo con un gesto resignado, dando un sorbo mientras observaba a los jugadores calentando.

    —Bien, estamos aquí. Ahora dime, ¿cuál es el plan? ¿Solo gritamos cada vez que alguien lanza el balón o hay una ciencia detrás de esto?

    Dean se rió y sacudió la cabeza.

    — No te preocupes, lo entenderás cuando el juego empiece. Solo siéntelo, Davies. La emoción, la tensión, el drama… —Hizo un gesto amplio con los brazos—. Es como una cacería, pero sin la parte de morir.

    Ella lo miró de reojo, divertida.

    — ¿Seguro? Porque esa multitud parece dispuesta a matar si su equipo pierde.

    Justo en ese momento, el sonido ensordecedor de la bocina hizo temblar el estadio, marcando el inicio del partido. La multitud rugió, Dean se puso de pie de un salto y Poppy se encogió ligeramente, aún tratando de entender qué demonios hacía allí.

    A medida que los minutos avanzaban, Poppy no podía evitar notar lo inmerso que estaba Dean. Gritaba, aplaudía, maldecía cuando el árbitro pitaba algo que no le gustaba, e incluso saltó cuando su equipo encestó un triple espectacular.

    —¡¿Has visto eso, Pomerania?! —exclamó, dándole un codazo amistoso.

    Ella parpadeó y se encogió de hombros.

    —Sí, alguien ha metido una pelota en un aro. Impactante.

    Dean soltó una carcajada y sacudió la cabeza.

    —Eres un caso perdido.

    Pero lo cierto era que, aunque no lo admitiera, Poppy empezaba a disfrutar el ambiente. Había una energía contagiosa en todo aquello, en la pasión de la gente y en la forma en que Dean se dejaba llevar por la emoción. Se sorprendió a sí misma inclinándose un poco hacia adelante cuando el marcador se puso parejo.
    Sabia que Dean vería a través de su desinterés fingido, y la encontraría ligeramente interesada, pero era algo que jamás aceptaría en voz alta.
    Poppy Davies apoyó la cabeza contra la ventanilla del Impala y dejó escapar un pequeño bostezo. — Recuérdame otra vez por qué estoy siendo "𝘰𝘣𝘭𝘪𝘨𝘢𝘥𝘢" a esto… —murmuró, cruzando los brazos con expresión de fastidio. [thxsoldier], al volante, giró la cabeza hacia ella con una sonrisa burlona. — Porque necesitamos salir, socializar, vivir un poco. — ¿Y tu idea de "vivir un poco" es ir a un partido de baloncesto? Dean puso los ojos en blanco. — Oh, vamos, Pops. No es una cacería, no hay fantasmas, vampiros ni demonios. Solo un estadio, cerveza fría y un montón de tipos lanzando una pelota. Un descanso de lo sobrenatural. Poppy ladeó la cabeza hacia él, claramente poco convencida. — La última vez que dijiste "un descanso de lo sobrenatural", terminamos atrapados en un cine encantado con un espíritu obsesionado con las películas de los años 50. Dean soltó una carcajada. — Bueno, técnicamente, eso no fue mi culpa. — Ajá, claro —resopló ella, mirando por la ventana—. Solo digo que si algo raro pasa en este partido, te lo restregaré en la cara. — Lo acepto —dijo Dean con un encogimiento de hombros—, pero relájate, princesa. Hoy solo vamos a disfrutar. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo normal? Poppy parpadeó, dándose cuenta de que no tenía una respuesta inmediata. Con una mueca resignada, dejó escapar otro pequeño bostezo y apoyó la mejilla en la palma de su mano. — Está bien, pero si esto se vuelve aburrido, quiero comida gratis. Dean sonrió con suficiencia. —Trato hecho. Pero te advierto, Pomerania… después de esta noche, puede que hasta te guste el baloncesto. Ella arqueó una ceja, pero la sonrisa que intentó ocultar traicionó su desinterés fingido. Mientras el Impala rugía por la carretera, Poppy solo podía esperar que, por una vez, Dean tuviera razón y esto fuera solo un partido. El estadio estaba abarrotado, las luces brillaban intensamente sobre la cancha de madera pulida y el bullicio de la multitud hacía que Poppy se sintiera fuera de lugar. Se ajustó la chaqueta y miró a su alrededor con expresión de escepticismo mientras Dean, emocionado como un niño en Navidad, la guiaba hasta sus asientos de pista. — Mira esto, Pops. Asientos perfectos, buena vista de la cancha y, lo mejor de todo… —Dean se giró con una sonrisa orgullosa y levantó dos vasos de cerveza—. La magia del baloncesto servida fría. Poppy tomó el suyo con un gesto resignado, dando un sorbo mientras observaba a los jugadores calentando. —Bien, estamos aquí. Ahora dime, ¿cuál es el plan? ¿Solo gritamos cada vez que alguien lanza el balón o hay una ciencia detrás de esto? Dean se rió y sacudió la cabeza. — No te preocupes, lo entenderás cuando el juego empiece. Solo siéntelo, Davies. La emoción, la tensión, el drama… —Hizo un gesto amplio con los brazos—. Es como una cacería, pero sin la parte de morir. Ella lo miró de reojo, divertida. — ¿Seguro? Porque esa multitud parece dispuesta a matar si su equipo pierde. Justo en ese momento, el sonido ensordecedor de la bocina hizo temblar el estadio, marcando el inicio del partido. La multitud rugió, Dean se puso de pie de un salto y Poppy se encogió ligeramente, aún tratando de entender qué demonios hacía allí. A medida que los minutos avanzaban, Poppy no podía evitar notar lo inmerso que estaba Dean. Gritaba, aplaudía, maldecía cuando el árbitro pitaba algo que no le gustaba, e incluso saltó cuando su equipo encestó un triple espectacular. —¡¿Has visto eso, Pomerania?! —exclamó, dándole un codazo amistoso. Ella parpadeó y se encogió de hombros. —Sí, alguien ha metido una pelota en un aro. Impactante. Dean soltó una carcajada y sacudió la cabeza. —Eres un caso perdido. Pero lo cierto era que, aunque no lo admitiera, Poppy empezaba a disfrutar el ambiente. Había una energía contagiosa en todo aquello, en la pasión de la gente y en la forma en que Dean se dejaba llevar por la emoción. Se sorprendió a sí misma inclinándose un poco hacia adelante cuando el marcador se puso parejo. Sabia que Dean vería a través de su desinterés fingido, y la encontraría ligeramente interesada, pero era algo que jamás aceptaría en voz alta.
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  • Kymsu dejó la carta de renuncia en la pastelería. Pidió disculpas a sus compañeras de piso y empacó sus cosas en preparación a lo que iba a hacer.

    Habían pasado meses desde que cambió a su cuerpo actual, pero, ¿había valido la pena? Por años pensaba que las catames que cambiaban por la aceptación social eran débiles, estúpidas, traicioneras... sin embargo, ella cayó, y mucho peor que caer, se dejó convencer por una bruja que le prometió maravillas, ¡una vida mejor! Pero esa vida fue al costo de lo que profundamente hacía a Kymsu ser ella misma.

    Su arrepentimiento comenzó tras encontrar unas fotografías y los diarios que había escrito mientras trabajaba en el bar de Koray, el bar "Chichonas" donde escribía sobre la libertad de su gente y cómo nunca iba a rendirse.

    — ¡Quiero revertirlo! —Su puño golpeaba la puerta de aquella casa remota, rodeada de un bosque que parecía abrazarla, esconderla de los demás. Ella estaba buscando a la hechicera que la transformó.

    —¿¿Hola??— Su rostro apegado al vidrio de la puerta buscaba a la anciana, pero nadie parecía estar en casa. ¿Estaba ignorándola? Kymsu continuó golpeando la puerta, desesperándose al imaginarse que no había manera de volver a como era antes. —¡¡Por favor!! ¡Necesito su ayuda! —

    Un par de horas habían pasado, el cielo se empezaba a oscurecer y su voz estaba ronca de tanto gritar y sus ojos enrojecidos por tanto llorar. Estaba a punto de rendirse cuando escuchó movimiento aproximarse desde el camino entre los árboles: era ella. Una anciana de menos de metro y medio, cabello rizado blanco que caía como cascada alrededor de su rostro. Parecía contenta y sorprendida de ver a Kymsu.

    — Oh my, la-niña, ¿qué haces aquí? — la señora se movía con tranquilidad, arrastrando un pequeño cesto con ruedas que estaba lleno de frutas, verduras y hojas verdes de todo tamaño. Se detuvo en la entrada, ofreciéndole una mano a la muchacha. Kymsu se puso de pie rápidamente y se limpió el rostro húmedo en lágrimas.

    —... P-pensé que me estaba ignorando. —
    —¡Jajaja! —su carcajada acompañó el campaneo de sus llaves tras adelantarse para abrir la puerta. Su voz era como un cálido abrazo.— Calma esos nervios. Adelante, adelante. Ya que estás aquí, qué tal si me ayudas a guardar las verduras y me cuentas qué buscabas, ¿hm? —

    Kymsu asintió.

    Pasó la tarde con la anciana, haciendo lo que le pedía. De cierta manera había entrado a modo "trabajo" y solamente actuaba por costumbre: barría, limpiaba, recogía, apartaba las sobras que pudieran entorpecer a la hechicera mientras parecía trabajar una poción de color cambiante. Kymsu quería esperar a que terminara de trabajar para pedirle ayuda, pero cayó exhausta en el sofá.

    Y en el estado hipnagogico escuchó a la anciana aproximarse a paso lento. Sostenía una taza con la pócima que había estado preparando.

    — La-niña, toma. Te hará bien—dijo—, te buscaré una cobijita.

    Kymsu no recordó haberse dormido; tras haberse tomado el té de hierbas, su cabeza se sintió pesada y experimentó sueños vívidos bastante extraños. No sabía por cuántas horas había dormido, pero despertó bañada en sudor.

    —¿Qué hora es...? —y al intentar buscar su teléfono, sintió que su mano estaba atascada en el sofá. Intentó halar, pero no podía soltarse. Se asustó aún más al notar que escuchaba todo mucho más alto que antes, los colores se veían distintos, y algo le estorbaba en la espalda ¿tenía su cola nuevamente? Se incorporó lo más rápido que pudo, sus garras se habían atascado al mueble. Se sentía torpe en su cuerpo nuevamente, se tropezó en su propia cola al caminar y el sonido de la madera crujiendo mientras caminaba resultaba escandaloso a sus oídos, pero cuando alcanzó a encontrar un espejo, sus ojos se humedecieron, emocionada.

    ¡Volvió a ser una catame!

    Escuchó a la anciana hablar desde la otra habitación.

    —¿Ya te despertaste, la-niña? —
    Kymsu corrió hacia ella y la abrazó con fuerza.

    — ¡G-gracias! —sollozaba de felicidad. La anciana sólo le palmeó la espalda, y agregó, soltándose de su abrazo con delicadeza.

    —Ya... ya, pero váyase pronto, que los gatos me dan alergias. —se rió y tras besar la frente de Kymsu, le dejó ir.
    Kymsu dejó la carta de renuncia en la pastelería. Pidió disculpas a sus compañeras de piso y empacó sus cosas en preparación a lo que iba a hacer. Habían pasado meses desde que cambió a su cuerpo actual, pero, ¿había valido la pena? Por años pensaba que las catames que cambiaban por la aceptación social eran débiles, estúpidas, traicioneras... sin embargo, ella cayó, y mucho peor que caer, se dejó convencer por una bruja que le prometió maravillas, ¡una vida mejor! Pero esa vida fue al costo de lo que profundamente hacía a Kymsu ser ella misma. Su arrepentimiento comenzó tras encontrar unas fotografías y los diarios que había escrito mientras trabajaba en el bar de Koray, el bar "Chichonas" donde escribía sobre la libertad de su gente y cómo nunca iba a rendirse. — ¡Quiero revertirlo! —Su puño golpeaba la puerta de aquella casa remota, rodeada de un bosque que parecía abrazarla, esconderla de los demás. Ella estaba buscando a la hechicera que la transformó. —¿¿Hola??— Su rostro apegado al vidrio de la puerta buscaba a la anciana, pero nadie parecía estar en casa. ¿Estaba ignorándola? Kymsu continuó golpeando la puerta, desesperándose al imaginarse que no había manera de volver a como era antes. —¡¡Por favor!! ¡Necesito su ayuda! — Un par de horas habían pasado, el cielo se empezaba a oscurecer y su voz estaba ronca de tanto gritar y sus ojos enrojecidos por tanto llorar. Estaba a punto de rendirse cuando escuchó movimiento aproximarse desde el camino entre los árboles: era ella. Una anciana de menos de metro y medio, cabello rizado blanco que caía como cascada alrededor de su rostro. Parecía contenta y sorprendida de ver a Kymsu. — Oh my, la-niña, ¿qué haces aquí? — la señora se movía con tranquilidad, arrastrando un pequeño cesto con ruedas que estaba lleno de frutas, verduras y hojas verdes de todo tamaño. Se detuvo en la entrada, ofreciéndole una mano a la muchacha. Kymsu se puso de pie rápidamente y se limpió el rostro húmedo en lágrimas. —... P-pensé que me estaba ignorando. — —¡Jajaja! —su carcajada acompañó el campaneo de sus llaves tras adelantarse para abrir la puerta. Su voz era como un cálido abrazo.— Calma esos nervios. Adelante, adelante. Ya que estás aquí, qué tal si me ayudas a guardar las verduras y me cuentas qué buscabas, ¿hm? — Kymsu asintió. Pasó la tarde con la anciana, haciendo lo que le pedía. De cierta manera había entrado a modo "trabajo" y solamente actuaba por costumbre: barría, limpiaba, recogía, apartaba las sobras que pudieran entorpecer a la hechicera mientras parecía trabajar una poción de color cambiante. Kymsu quería esperar a que terminara de trabajar para pedirle ayuda, pero cayó exhausta en el sofá. Y en el estado hipnagogico escuchó a la anciana aproximarse a paso lento. Sostenía una taza con la pócima que había estado preparando. — La-niña, toma. Te hará bien—dijo—, te buscaré una cobijita. Kymsu no recordó haberse dormido; tras haberse tomado el té de hierbas, su cabeza se sintió pesada y experimentó sueños vívidos bastante extraños. No sabía por cuántas horas había dormido, pero despertó bañada en sudor. —¿Qué hora es...? —y al intentar buscar su teléfono, sintió que su mano estaba atascada en el sofá. Intentó halar, pero no podía soltarse. Se asustó aún más al notar que escuchaba todo mucho más alto que antes, los colores se veían distintos, y algo le estorbaba en la espalda ¿tenía su cola nuevamente? Se incorporó lo más rápido que pudo, sus garras se habían atascado al mueble. Se sentía torpe en su cuerpo nuevamente, se tropezó en su propia cola al caminar y el sonido de la madera crujiendo mientras caminaba resultaba escandaloso a sus oídos, pero cuando alcanzó a encontrar un espejo, sus ojos se humedecieron, emocionada. ¡Volvió a ser una catame! Escuchó a la anciana hablar desde la otra habitación. —¿Ya te despertaste, la-niña? — Kymsu corrió hacia ella y la abrazó con fuerza. — ¡G-gracias! —sollozaba de felicidad. La anciana sólo le palmeó la espalda, y agregó, soltándose de su abrazo con delicadeza. —Ya... ya, pero váyase pronto, que los gatos me dan alergias. —se rió y tras besar la frente de Kymsu, le dejó ir.
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  • En esta vida, Tomoe tiene mas presencia social que yo, y eso que yo soy la humana... —observo a Tomoe cambiar de aspecto, y tener sus diversiones "libremente". «pero acepté eso para que al menos viviera más, en esta vida solo soy la Diosa responsable de este templo, el tiene sus vidas amorosas a parte... Y yo más sola que un muerto»suspiro pensativa.
    En esta vida, Tomoe tiene mas presencia social que yo, y eso que yo soy la humana... —observo a Tomoe cambiar de aspecto, y tener sus diversiones "libremente". «pero acepté eso para que al menos viviera más, en esta vida solo soy la Diosa responsable de este templo, el tiene sus vidas amorosas a parte... Y yo más sola que un muerto»suspiro pensativa.
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  • Triste porque le hackearon las redes sociales a la cuenta oficial de Pucca.
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