• -alastor se encontraba descansando en su cama donde ahora dormían juntos,vergil cuidaba su sueño -

    No te atrevas a acercarte a el o juro que voy a matarte.
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    -alastor se encontraba descansando en su cama donde ahora dormían juntos,vergil cuidaba su sueño - No te atrevas a acercarte a el o juro que voy a matarte. [legend_crimson_rabbit_440] [eclipse_red_crow_913]
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  • Leo Mornigstar se que no esta ahorita pero te deseo dulces sueños
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  • La Niñez Maldita de Luna

    Luna nació bajo el amparo de la luna llena, en lo profundo de un bosque donde el silencio era tan espeso como la niebla. Su madre, Elira, una humana con un corazón tan puro como el agua de manantial, se enamoró de un ser que no debía existir: Kaelthar, un dios olvidado por el tiempo, exiliado del panteón celestial por oponerse a la crueldad de sus iguales.

    Kaelthar amaba a Elira con una devoción que desafiaba la eternidad. Cuando Luna nació, el cielo tembló. Era una criatura imposible: hija de lo mortal y lo divino, portadora de un poder ancestral que podía desatar el fin o el renacer de los dioses antiguos. Por eso, al primer aliento de Luna, su existencia fue considerada una abominación.

    Sus padres huyeron. Se ocultaron en cuevas selladas por runas, en ciudades fantasmas y bajo el mar. Pero los dioses siempre encuentran lo que quieren destruir.

    Cuando Luna cumplió cinco años, los encontraron. El castigo fue cruel, inhumano:

    Elira fue devorada viva por una tribu de caníbales bendecidos por los dioses, obligando a Luna a oír sus gritos.

    Kaelthar fue reducido a polvo, su alma disuelta en el viento frente a los ojos de su hija.

    Luna fue atada a una roca, obligada a ver todo, sin poder cerrar los ojos por obra de una maldición.

    Los dioses no la mataron. La maldecían por existir. Le impusieron un castigo peor que la muerte:

    “Nunca serás adorada como tu padre. Tu nombre será sinónimo de temor. Llevarás tres caras, tres verdades:
    Una humana, para ser rechazada por los hombres.
    Una celestial, para recordar lo que jamás tendrás.
    Una demoníaca, para que hasta los monstruos huyan de ti.”

    Después de aquello, la dejaron sola. Fue su abuelo materno, un hombre duro como la piedra, el que la rescató. No sabía amar, pero sí enseñar. La entrenó en idiomas, tecnología, combate y negocios. Le enseñó a sobrevivir. Le enseñó que el mundo no es un lugar para los buenos, sino para los decididos.

    A los 16 años, Luna fundó su primera empresa: "NoxTech International", una corporación de tecnología y comercio global. En pocos años, superó fronteras y gobiernos. A sus espaldas, nadie sabía que las sombras la seguían.

    Aunque parecía humana, a veces su rostro cambiaba sin aviso:

    En la noche, su rostro celestial brillaba, con ojos plateados como estrellas, atrayendo sueños y visiones.

    En la furia o en el miedo, su rostro demoníaco emergía, con cuernos oscuros, piel de obsidiana y voz de ecos rotos.

    Solo en la rutina, entre computadoras y contratos, su rostro humano le permitía pasar desapercibida.

    Luna no tenía aliados, solo empleados, enemigos y secretos. Era rica, poderosa y hermosa, pero no podía tocar a nadie sin que su piel ardiera o sus ojos revelaran la verdad.

    Los dioses la miraban desde sus tronos con desprecio. Pero también con miedo. Porque sabían que la hija del dios olvidado… nunca olvidó lo que le hicieron.

    Y en su silencio, Luna prepara su venganza. No por adoración, ni por amor.
    Sino por justicia.

    La Niñez Maldita de Luna Luna nació bajo el amparo de la luna llena, en lo profundo de un bosque donde el silencio era tan espeso como la niebla. Su madre, Elira, una humana con un corazón tan puro como el agua de manantial, se enamoró de un ser que no debía existir: Kaelthar, un dios olvidado por el tiempo, exiliado del panteón celestial por oponerse a la crueldad de sus iguales. Kaelthar amaba a Elira con una devoción que desafiaba la eternidad. Cuando Luna nació, el cielo tembló. Era una criatura imposible: hija de lo mortal y lo divino, portadora de un poder ancestral que podía desatar el fin o el renacer de los dioses antiguos. Por eso, al primer aliento de Luna, su existencia fue considerada una abominación. Sus padres huyeron. Se ocultaron en cuevas selladas por runas, en ciudades fantasmas y bajo el mar. Pero los dioses siempre encuentran lo que quieren destruir. Cuando Luna cumplió cinco años, los encontraron. El castigo fue cruel, inhumano: Elira fue devorada viva por una tribu de caníbales bendecidos por los dioses, obligando a Luna a oír sus gritos. Kaelthar fue reducido a polvo, su alma disuelta en el viento frente a los ojos de su hija. Luna fue atada a una roca, obligada a ver todo, sin poder cerrar los ojos por obra de una maldición. Los dioses no la mataron. La maldecían por existir. Le impusieron un castigo peor que la muerte: “Nunca serás adorada como tu padre. Tu nombre será sinónimo de temor. Llevarás tres caras, tres verdades: Una humana, para ser rechazada por los hombres. Una celestial, para recordar lo que jamás tendrás. Una demoníaca, para que hasta los monstruos huyan de ti.” Después de aquello, la dejaron sola. Fue su abuelo materno, un hombre duro como la piedra, el que la rescató. No sabía amar, pero sí enseñar. La entrenó en idiomas, tecnología, combate y negocios. Le enseñó a sobrevivir. Le enseñó que el mundo no es un lugar para los buenos, sino para los decididos. A los 16 años, Luna fundó su primera empresa: "NoxTech International", una corporación de tecnología y comercio global. En pocos años, superó fronteras y gobiernos. A sus espaldas, nadie sabía que las sombras la seguían. Aunque parecía humana, a veces su rostro cambiaba sin aviso: En la noche, su rostro celestial brillaba, con ojos plateados como estrellas, atrayendo sueños y visiones. En la furia o en el miedo, su rostro demoníaco emergía, con cuernos oscuros, piel de obsidiana y voz de ecos rotos. Solo en la rutina, entre computadoras y contratos, su rostro humano le permitía pasar desapercibida. Luna no tenía aliados, solo empleados, enemigos y secretos. Era rica, poderosa y hermosa, pero no podía tocar a nadie sin que su piel ardiera o sus ojos revelaran la verdad. Los dioses la miraban desde sus tronos con desprecio. Pero también con miedo. Porque sabían que la hija del dios olvidado… nunca olvidó lo que le hicieron. Y en su silencio, Luna prepara su venganza. No por adoración, ni por amor. Sino por justicia.
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  • Oye , sueño! Sera divertido esta leve aventura ..... ¿verdad hermano?
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  • *Buscaba entre mundo un lugar donde establecer mi reino y el mundo de los sueños tanbien era una opción factible ya que es una dimensión alterna de la realidad aveces me encontraba con seres extraños y para que no me reconocieran ponía un velo en sus recuerdos algunos me veían como un ser divino profetizando algo venidero a sus mundos otros un un mensajero de luz etc *

    —Shhhh tranquila/o esto solo es un sueño sigue durmiendo ya verás que cuando despiertes no recordarás nada —
    *Buscaba entre mundo un lugar donde establecer mi reino y el mundo de los sueños tanbien era una opción factible ya que es una dimensión alterna de la realidad aveces me encontraba con seres extraños y para que no me reconocieran ponía un velo en sus recuerdos algunos me veían como un ser divino profetizando algo venidero a sus mundos otros un un mensajero de luz etc * —Shhhh tranquila/o esto solo es un sueño sigue durmiendo ya verás que cuando despiertes no recordarás nada —
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    Ya avance lo suficiente, me voy a dormir, nos vemos y descansen.
    Dulces sueños
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  • “Donde mueren las voces”

    Soundtrack: https://www.youtube.com/watch?v=QHnwDuzR1wg&list=RDQHnwDuzR1wg&start_radio=1

    Nysarra tenía nueve años y ojos demasiado cansados para su edad. No porque supiera mucho, sino porque veía más de lo que debía. Los otros niños en el campamento decían que estaba loca, que hablaba sola, que tenía pesadillas a gritos.
    Solo su hermano mayor, Elian, le creía.
    Elian le había dado un pequeño aparato de metal, como un walkie-talkie sin antena.
    —Si te pasa algo... algo de verdad, aprieta este botón. Yo vendré. Siempre — Y él lo hacía. Siempre.

    Pero la noche del tercer viernes, los muertos no susurraban... gritaban.

    Nysarra temblaba en su litera mientras las sombras se estiraban por las paredes. Aquello no era como los otros fantasmas. No se lamentaba ni pedía ayuda. Este ser quería algo. Sentía su hambre. Cuando vio cómo la forma oscura se materializaba frente a su cama, con ojos como carbones ardientes y dedos que goteaban sombra líquida, no pensó. Corrió. Descalza, con los pies helados, se internó en el bosque, tropezando con raíces y ramas. La criatura venía tras ella, siempre detrás, sin hacer ruido pero llenándolo todo. En medio de su huida, sus dedos se cerraron alrededor del aparato de Elian. Lo apretó.

    Y él vino.

    Apareció con linterna en mano, gritando su nombre entre la oscuridad.
    —¡Nia! ¿Dónde estás?- Ella corrió hacia su voz, pero el suelo era barro resbaloso y la orilla del río estaba cerca.

    Un mal paso.
    Un grito.
    Agua helada.

    El mundo giró. Nysarra apenas sabía flotar. Gritó. Tragó agua. Brazos fuertes la tomaron.

    Elian.

    Entre la corriente, logró empujarla hacia una rama. Ella se sostuvo, temblando, llorando.

    —¡Sube! —le gritó entre sollozos.
    —La rama no aguanta a los dos —respondió él. Le sonrió. Como siempre. Como si no tuviera miedo. Y se soltó.
    —¡¡Elian!!- Gritó Nyssa desesperada.
    —Te amo, Nia. Nunca olvides eso- Su cuerpo fue arrastrado por el agua. Nysarra bajó como pudo, rodando por barro, raíces, ramas. Sangraba, tenía raspones en el rostro y piernas, pero no se detuvo. Lo encontró flotando cerca de la orilla, inmóvil, con los ojos cerrados. Lo arrastró fuera del río, con manos temblorosas.
    —Vamos, Elian. Ya, despierta... -Le apretó el pecho. Le sopló aire. Lloró sobre él. Pero su hermano ya no estaba. El campamento despertó con su llanto. La encontraron abrazada al cuerpo. Y entonces comenzaron los murmullos.

    "Es su culpa."
    "Esa niña está maldita."
    "¿No decía que hablaba con los muertos?"

    Nyssara solo calló. Desde ese día evitaba hablar de Elian. No porque lo hubiera olvidado, sino porque pronunciar su nombre dolía más que el silencio. En sueños, él seguía apareciendo. Nunca hablaba. A veces estaba de pie bajo el agua, con la linterna encendida en la mano, aún goteando río. Otras, aparecía en la rama rota, justo antes de soltarse, con esa sonrisa suya que parecía perdonarlo todo. Y a veces… solo estaba allí, de pie junto a su cama, empapado y temblando, con los ojos llenos de amor y pena.

    El aparato que Elian le había dado aún descansaba bajo su almohada. Lo apretaba cada noche, sabiendo que no volvería a responder. Y sin embargo, parte de ella no dejaba de esperar. Dejó de llorar en voz alta. Se guardó el dolor como un secreto sucio, como si haber sobrevivido fuera un castigo que debía pagar en silencio.

    Dejó de ser la misma. La poca esperanza que alguna vez había habitado en su pecho se desvaneció. Ya no soñaba con días mejores, ni buscaba consuelo. Solo existía. Su familia también cambió. Su madre apenas la miraba, como si temiera lo que vería en sus ojos. Su padre hablaba con distancia, como si las palabras se volvieran espinas en su garganta. Nadie lo decía, pero todos la juzgaban. Como si su dolor fuera menos válido. Como si su existencia fuera una culpa.
    “Donde mueren las voces” Soundtrack: https://www.youtube.com/watch?v=QHnwDuzR1wg&list=RDQHnwDuzR1wg&start_radio=1 Nysarra tenía nueve años y ojos demasiado cansados para su edad. No porque supiera mucho, sino porque veía más de lo que debía. Los otros niños en el campamento decían que estaba loca, que hablaba sola, que tenía pesadillas a gritos. Solo su hermano mayor, Elian, le creía. Elian le había dado un pequeño aparato de metal, como un walkie-talkie sin antena. —Si te pasa algo... algo de verdad, aprieta este botón. Yo vendré. Siempre — Y él lo hacía. Siempre. Pero la noche del tercer viernes, los muertos no susurraban... gritaban. Nysarra temblaba en su litera mientras las sombras se estiraban por las paredes. Aquello no era como los otros fantasmas. No se lamentaba ni pedía ayuda. Este ser quería algo. Sentía su hambre. Cuando vio cómo la forma oscura se materializaba frente a su cama, con ojos como carbones ardientes y dedos que goteaban sombra líquida, no pensó. Corrió. Descalza, con los pies helados, se internó en el bosque, tropezando con raíces y ramas. La criatura venía tras ella, siempre detrás, sin hacer ruido pero llenándolo todo. En medio de su huida, sus dedos se cerraron alrededor del aparato de Elian. Lo apretó. Y él vino. Apareció con linterna en mano, gritando su nombre entre la oscuridad. —¡Nia! ¿Dónde estás?- Ella corrió hacia su voz, pero el suelo era barro resbaloso y la orilla del río estaba cerca. Un mal paso. Un grito. Agua helada. El mundo giró. Nysarra apenas sabía flotar. Gritó. Tragó agua. Brazos fuertes la tomaron. Elian. Entre la corriente, logró empujarla hacia una rama. Ella se sostuvo, temblando, llorando. —¡Sube! —le gritó entre sollozos. —La rama no aguanta a los dos —respondió él. Le sonrió. Como siempre. Como si no tuviera miedo. Y se soltó. —¡¡Elian!!- Gritó Nyssa desesperada. —Te amo, Nia. Nunca olvides eso- Su cuerpo fue arrastrado por el agua. Nysarra bajó como pudo, rodando por barro, raíces, ramas. Sangraba, tenía raspones en el rostro y piernas, pero no se detuvo. Lo encontró flotando cerca de la orilla, inmóvil, con los ojos cerrados. Lo arrastró fuera del río, con manos temblorosas. —Vamos, Elian. Ya, despierta... -Le apretó el pecho. Le sopló aire. Lloró sobre él. Pero su hermano ya no estaba. El campamento despertó con su llanto. La encontraron abrazada al cuerpo. Y entonces comenzaron los murmullos. "Es su culpa." "Esa niña está maldita." "¿No decía que hablaba con los muertos?" Nyssara solo calló. Desde ese día evitaba hablar de Elian. No porque lo hubiera olvidado, sino porque pronunciar su nombre dolía más que el silencio. En sueños, él seguía apareciendo. Nunca hablaba. A veces estaba de pie bajo el agua, con la linterna encendida en la mano, aún goteando río. Otras, aparecía en la rama rota, justo antes de soltarse, con esa sonrisa suya que parecía perdonarlo todo. Y a veces… solo estaba allí, de pie junto a su cama, empapado y temblando, con los ojos llenos de amor y pena. El aparato que Elian le había dado aún descansaba bajo su almohada. Lo apretaba cada noche, sabiendo que no volvería a responder. Y sin embargo, parte de ella no dejaba de esperar. Dejó de llorar en voz alta. Se guardó el dolor como un secreto sucio, como si haber sobrevivido fuera un castigo que debía pagar en silencio. Dejó de ser la misma. La poca esperanza que alguna vez había habitado en su pecho se desvaneció. Ya no soñaba con días mejores, ni buscaba consuelo. Solo existía. Su familia también cambió. Su madre apenas la miraba, como si temiera lo que vería en sus ojos. Su padre hablaba con distancia, como si las palabras se volvieran espinas en su garganta. Nadie lo decía, pero todos la juzgaban. Como si su dolor fuera menos válido. Como si su existencia fuera una culpa.
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    —Hermano —dijo muerte con una voz sin eco, que aún así llenó el vacío. —El mundo sueña demasiado. Ya no distinguen el sueño de la muerte.

    Morfeo bajó la mirada. Sus ojos, pozos infinitos de creación, parpadearon con lentitud.

    —Porque ya no temen morir, hermana. Solo temen despertar... y seguir vivos. — contestó con voz pesada.

    Las palabras estaban de más. Ambos guardaron silencio.

    Entonces, como un acto de compasión olvidada, Muerte se recostó sobre la negrura del manto de Sueño. Su figura se volvió parte del tejido onírico, y los sueños de los moribundos empezaron a ser suaves. Morfeo la protegía, y ella limpiaba los límites entre el fin y el descanso. Entre ellos, no había amor carnal ni deberes divinos. Había un vínculo muy antiguo entre los eternos: la necesidad de que todo final tenga un lugar donde descansar.
    —Hermano —dijo muerte con una voz sin eco, que aún así llenó el vacío. —El mundo sueña demasiado. Ya no distinguen el sueño de la muerte. Morfeo bajó la mirada. Sus ojos, pozos infinitos de creación, parpadearon con lentitud. —Porque ya no temen morir, hermana. Solo temen despertar... y seguir vivos. — contestó con voz pesada. Las palabras estaban de más. Ambos guardaron silencio. Entonces, como un acto de compasión olvidada, Muerte se recostó sobre la negrura del manto de Sueño. Su figura se volvió parte del tejido onírico, y los sueños de los moribundos empezaron a ser suaves. Morfeo la protegía, y ella limpiaba los límites entre el fin y el descanso. Entre ellos, no había amor carnal ni deberes divinos. Había un vínculo muy antiguo entre los eternos: la necesidad de que todo final tenga un lugar donde descansar.
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  • Había regresado de un exilio autoimpuesto, un viaje silencioso más allá del Velo, donde incluso los sueños no lo encontraban. Y ahora, por fin, volvía a su reino: el Sueño.

    Pero al llegar a su torre de obsidiana, no lo recibió ningún coro de pesadillas ni danzas oníricas. Solo el eco de lo que alguna vez fue un bello lugar.

    —Ha cambiado todo… o quizás soy yo quien ha cambiado —susurró Morfeo para sí mismo con nostalgia.

    Fue entonces cuando escuchó: el batir de unas alas conocidas, ligeras pero firmes. Un crujido de garras sobre piedra y un graznido entre incrédulo y emocionado.

    —¿Jefe…? ¿Eres tú de verdad?

    Morfeo giró con lentitud. Y allí estaba, posado sobre el brazo de un trono sin rey, un cuervo negro de ojos vivaces: Matthew, su mensajero, su espía, su voz cuando él decidía guardar silencio. Pero más que eso… su único amigo verdadero.

    Morfeo no sonrió, pero la típica bruma que lo envolvía pareció suavizarse.

    —Matthew.

    El cuervo se revoloteaba con ligeros saltos, como un niño perdido que al fin encuentra el camino a casa.

    —¡Dioses del Sueño! Pensé que ya no ibas a volver… El reino estaba… roto, jefe. Y yo… Bueno, intenté mantenerlo, pero no soy más que un cuervo, ¿sabes? Incluso Lucienne se fue por un tiempo. Las cosas se deshicieron sin ti.

    Morfeo alzó una mano enguantada y la ofreció. Matthew se posó en ella con el mismo respeto de antaño, aunque esta vez, había algo más: ternura.

    —No eras "solo" un cuervo. Nunca lo fuiste. —La voz de Morfeo fue suave como la bruma de los sueños profundos—. Te confié lo más frágil: mi dominio, mi esperanza… y regresé porque sabía que tú seguirías aquí.

    Matthew ladeó la cabeza, con ese gesto pícaro que lo hacía parecer un viejo bufón disfrazado de ave.

    —Bueno, jefe, no iba a dejar que un montón de pesadillas se hicieran con el lugar. Además… alguien tenía que contarles historias sobre ti.

    Morfeo lo alzó al nivel de su rostro para observarle mejor.

    —¿Historias?

    —Claro. Dije que volverías. Que el Rey del Sueño nunca desaparece para siempre… solo se toma su tiempo. Y mira… aquí estás.

    Un silencio pesado se extendió, no era incómodo. Morfeo, en un gesto casi humano y palabras con sentimiento le dijo:

    —Gracias por esperarme.

    —Siempre, jefe. Siempre. — le contestó su amigo.

    Y así, entre ruinas que pronto volverían a florecer, el Rey del Sueño y su fiel cuervo se reencontraron. Sin promesas, sin lágrimas, sino con ese tipo de entendimiento que solo existe entre los amigos.

    Había regresado de un exilio autoimpuesto, un viaje silencioso más allá del Velo, donde incluso los sueños no lo encontraban. Y ahora, por fin, volvía a su reino: el Sueño. Pero al llegar a su torre de obsidiana, no lo recibió ningún coro de pesadillas ni danzas oníricas. Solo el eco de lo que alguna vez fue un bello lugar. —Ha cambiado todo… o quizás soy yo quien ha cambiado —susurró Morfeo para sí mismo con nostalgia. Fue entonces cuando escuchó: el batir de unas alas conocidas, ligeras pero firmes. Un crujido de garras sobre piedra y un graznido entre incrédulo y emocionado. —¿Jefe…? ¿Eres tú de verdad? Morfeo giró con lentitud. Y allí estaba, posado sobre el brazo de un trono sin rey, un cuervo negro de ojos vivaces: Matthew, su mensajero, su espía, su voz cuando él decidía guardar silencio. Pero más que eso… su único amigo verdadero. Morfeo no sonrió, pero la típica bruma que lo envolvía pareció suavizarse. —Matthew. El cuervo se revoloteaba con ligeros saltos, como un niño perdido que al fin encuentra el camino a casa. —¡Dioses del Sueño! Pensé que ya no ibas a volver… El reino estaba… roto, jefe. Y yo… Bueno, intenté mantenerlo, pero no soy más que un cuervo, ¿sabes? Incluso Lucienne se fue por un tiempo. Las cosas se deshicieron sin ti. Morfeo alzó una mano enguantada y la ofreció. Matthew se posó en ella con el mismo respeto de antaño, aunque esta vez, había algo más: ternura. —No eras "solo" un cuervo. Nunca lo fuiste. —La voz de Morfeo fue suave como la bruma de los sueños profundos—. Te confié lo más frágil: mi dominio, mi esperanza… y regresé porque sabía que tú seguirías aquí. Matthew ladeó la cabeza, con ese gesto pícaro que lo hacía parecer un viejo bufón disfrazado de ave. —Bueno, jefe, no iba a dejar que un montón de pesadillas se hicieran con el lugar. Además… alguien tenía que contarles historias sobre ti. Morfeo lo alzó al nivel de su rostro para observarle mejor. —¿Historias? —Claro. Dije que volverías. Que el Rey del Sueño nunca desaparece para siempre… solo se toma su tiempo. Y mira… aquí estás. Un silencio pesado se extendió, no era incómodo. Morfeo, en un gesto casi humano y palabras con sentimiento le dijo: —Gracias por esperarme. —Siempre, jefe. Siempre. — le contestó su amigo. Y así, entre ruinas que pronto volverían a florecer, el Rey del Sueño y su fiel cuervo se reencontraron. Sin promesas, sin lágrimas, sino con ese tipo de entendimiento que solo existe entre los amigos.
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  • Parece que fue ayer cuando el avión aterrizo en la carretera principal del aeropuerto de Roma.
    La vida es diferente es como haber estado viviendo en una especie de sueño, el tiempo se detuvo ya no tenía que ir siempre contra reloj.
    Los madrugones, reocupada por las innumerables reuniones, llamadas telefónicas a los clientes, leer y responder emails tan eternos como un capítulo de la biblia.
    Adoró mi trabajo por encima de todo pero no dejo de ser un ave que nació para vivir en libertad.

    Markus y yo no estamos casados y sin embargo hemos tenido nuestra previa luna de miel perfecta.

    Embriagada por el buen tiempo, la comida y el buen vino.
    Extendimos todo lo que pudimos nuestra estancia en esta bella cuidad, apoyada ahora cerca de la barandilla admirando una belleza artística de la arquitectura.

    Fontana di Trevi

    Como muchos otros viajeros continúe con la tradición, me di la vuelta y antes de subir al taxi con Markus para dirigirnos al aeropuerto.
    Lancé una moneda con la promesa de que algún día volveré.
    Parece que fue ayer cuando el avión aterrizo en la carretera principal del aeropuerto de Roma. La vida es diferente es como haber estado viviendo en una especie de sueño, el tiempo se detuvo ya no tenía que ir siempre contra reloj. Los madrugones, reocupada por las innumerables reuniones, llamadas telefónicas a los clientes, leer y responder emails tan eternos como un capítulo de la biblia. Adoró mi trabajo por encima de todo pero no dejo de ser un ave que nació para vivir en libertad. Markus y yo no estamos casados y sin embargo hemos tenido nuestra previa luna de miel perfecta. Embriagada por el buen tiempo, la comida y el buen vino. Extendimos todo lo que pudimos nuestra estancia en esta bella cuidad, apoyada ahora cerca de la barandilla admirando una belleza artística de la arquitectura. Fontana di Trevi Como muchos otros viajeros continúe con la tradición, me di la vuelta y antes de subir al taxi con Markus para dirigirnos al aeropuerto. Lancé una moneda con la promesa de que algún día volveré.
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